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Barra Libre... => Literatura => Mensaje iniciado por: Parlamento en Abril 05, 2011, 11:17:53 am

Título: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 05, 2011, 11:17:53 am
Dado el éxito de las ediciones anteriores, con más de 20.000 visitas y relatos procedentes de todos los rincones del planeta, tenemos el placer de anunciar la III edición del CONCURSO DE RELATOS FÓRUM MONTEFRÍO.

En esta ocasión, como gran novedad, hemos decidido crear una categoría local. Ello se debe al gran nivel de las obras presentadas por la gente de Montefrío.

Por lo demás, solo nos queda invitaros a participar y sobre todo a escribir en esta gran fiesta de las letras. Montefrío vuelve a vestirse de gala para presentar el que ya se ha configurado como uno de los referentes literarios de la zona.

"La pluma es lengua del alma." Miguel de Cervantes Saavedra


(http://img41.imageshack.us/img41/396/cartelfinaldifuminadore.jpg)

(http://img688.imageshack.us/img688/6007/basesfrummontefro1.jpg)

(http://img8.imageshack.us/img8/6871/basesfrummontefro2.jpg)

 Bases III Concurso de Relatos Fórum Montefrío (http://www.megaupload.com/?d=Y1O35F0C)
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 08, 2011, 12:10:55 pm
El certamen ya comienza a ser publicado en los principales medios de difusión literarios nacionales e internacionales.

http://www.escritores.org/index.php/recursos-para-escritores/concursos-literario/4344--iii-concurso-de-relatos-forum-montefrio

http://www.letralia.com/concursos/110630B.htm

http://www.guiadeconcursos.com/concursosliterarios/?p=895

www.deconcursos.com (requiere registro)

http://clubdelrelato.com/login (requiere registro)

http://grou.ps/unionhispanoamericanadeescritores/talks/1964767

http://feeds.feedburner.com/cruzagramas_concursos_literarios

http://www.elmultiverso.com/
Se trata de un foro privado de gente aficionada a escribir relatos.

http://guia.emagister.com.mx/iii-concurso-de-relatos-forum-montefrio/

http://becas.universia.net.mx/MX/beca/63635/iii-concurso-relatos-forum-montefrio.html

Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 09, 2011, 10:15:02 am
Dada la gran cantidad de relatos, no garantizamos poder incluir en la web todos los trabajos recibidos. Si algún participante no ve su obra no debe preocuparse, igualmente entra en concurso.
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 09, 2011, 10:20:55 am
(http://4.bp.blogspot.com/_fvpf45GXuW4/TLtOycHstrI/AAAAAAAAAzA/7uJnfMtnh9U/s1600/EL+MAR+Y+LA+LUNA.jpg)

Mi Mar

Hay un mar entornado que me envuelve en esta cala hoy que decidí dejar mi ropa henchida al viento. Un fragmento de arena me recordó a aquel día -cómo olvidarlo, aunque a ti te olvidara anteayer- en que conduje sur adentro a por mi beso, mío solo, y junto a la vainilla, el perfume a mar desconocido, el que te amamantó, y la arena -ese fragmento- que se te había anudado en el muslo perfecto.

Un susurro desorbitado, como un grito de Munch en mis oídos expresionistas, pone mi vello de punta y camino, y hundo mis pies, y hundo la ropa henchida, ahora piel misma. Entre el murmullo del mar, tan socorrido, víctima de bohemios y de erráticos parásitos donde mi ego se duele, el susurro preconcebido. A mi izquierda, junto al faro semihundido cuyo nombre no recuerdo, una muchacha intenta infructuosamente que la caracola le diga algo más que el eco de la espuma golpeando sus pies. Y sus pies ya son incluso eco. Son incluso más: son mis propias huellas.

Corría el viento, quizá, pero era noche. Estabas a mi lado y te confesé que me obsesionaba el mar, tan de repente. "Tú, que eres de monte". Y le conté esa parte de mi vida que transcurrió en una barca que aún no iba a la deriva, por unas calles en que el calor tropical impedían un paso firme, y aquellas noches en que un mojito era el comienzo de una efímera amistad. "¿Recuerdas la foto que deseabas hacer? En el puerto... no sé cómo llamar a aquello que tú definiste tan bien. Pues quiero una foto ahí mismo, y sé el lugar. Ocultaré parte de mi rostro tras un libro o el puño (el codo apoyado en mi pierna), y el mar tras de mí". Me callé que no sabía a ciencia cierta dónde se encontraba aquel escenario, y tú hablaste de la orientación del mar junto a mi cuerpo con el sarcasmo tan merecido.

El viento ruge ya -lo sé... aquella noche no- y no puedo separarme de un horizonte que no atisbo, sino que devoro. Qué lejos está el sur del Sur... Recuerdo la ropa empapada, la bruma serena, el motor heroico, la heroicidad increíble, con mi estandarte a cuestas y mi medalla al mérito de no temblar lo que más tarde tirité.

En Tarifa, antes de embarcar, vi el otro lado y dije sí al mar con un movimiento imperceptible. Tú te percataste, seguro. La lejanía del ferry dejaba en mi rostro la sana luminosidad de la huida distinta. Me hiciste una foto. No como la que quizá me regale en el puerto; otra especial: "se te ve distinta". Y no es cuestión de fronteras, ni de lo salado que fuese el océano. Anónima aún, recorrí tímidamente con los ojos lo que nos rodeaba. Cerré los ojos para sentir profundamente lo que seguramente no existe.

Hay un mar enfadado que me arrastra por su palacio hoy, y ha decidido dejar mi ropa en la orilla y hundirme con él. En mi mente, cerezos, encinas, Tras Os Montes, carámbanos, el desierto, un trilobites, aquel unicornio, una cuerda de guitarra vencida, la rama de tu vainilla, el grito desmesurado, el café de los viernes, un aplauso perdido sobre escena, un mal sueño, despertar y no estar sola, y la órbita de tus ojos observando a mis ojos desorbitados.

GABRIEL BETTENCOURT
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 10, 2011, 11:36:56 am
(http://2.bp.blogspot.com/_xtkDrtOsAyU/TIReHs7JphI/AAAAAAAAAHU/Gl0AZRRhtPI/s1600/mariposa.jpg)

Mariposas Migratorias

-Un paso adelante, otro al sur  -por qué siempre tenía que recordar y balbucear eso. Más que ninguna otra cosa. Elena mira distraída el movimiento de sus pies. 
Luce un ajetreado abrigo alemán, un portafolio repleto de papeles, desordenados cabellos crespos, y un gesto altivo que la embellece tanto como la traiciona. Da vueltas y vueltas por la esquina del edificio del Rectorado de la Universidad, parece una marioneta. Una marioneta maltratada.
Por aquellas conexiones invisibles de las que está hecha su vida, la profesora Elena Saravia ha regresado a Neuquén, su ciudad natal, un pueblo chico, al sur de un país chico, donde empieza a acabarse el mundo.
Es un mediodía apenas soleado de otoño, y una multitud ausente pasa a su lado, atropellándola, ignorándola. Sin embargo, de alguna extraña manera todos conocen a Elena. Saben que su presencia en esa esquina altera la lógica de los acontecimientos, altera el sentido del tiempo.
-Un paso adelante, otro al sur.
La mujer repite su letanía, cierra los ojos, y algo del pasado se escapa de las jaulas de su memoria: En esa misma esquina, en una lejanísima noche ventosa de invierno, ella se despidió de su mejor amiga y colega, Irene Harsányi. 
Elena Saravia ha pasado gran parte de su vida en Alemania, en ciudades de nombres impronunciables, exiliada de sus ritos cotidianos, de su trabajo docente, de las calles de su ciudad, y todo eso se debe a lo que sucedió hace veinte años atrás, en aquella esquina del Rectorado de la Universidad del Comahue, en Neuquén.
Elena cree volver a ver a su amiga con alas de mariposa nocturna. Cree que Irene, con esas grandes y borrosas alas, es una mariposa de las que migran, de las que se salvan y tienen una larga vida, vuelan  kilómetros y kilómetros, recorren continentes.
Vuelve a ver los ojos luminosos de Irene y vuelve a escuchar sus palabras.

-No puedo pensar. Estoy agotada. ¡Qué reunión de *****!
-Ese tipo ya debe haber tirado el petitorio a la basura. ¿Vos creés que nos denunciará?
-Sí. Pero hay que seguir. Hay que seguir.
-No sé, Irene. La actitud del Interventor... algo jodido está por pasar.
Elena e Irene eran delegadas del claustro docente. Irene Harsányi era nieta e hija de luchadores sindicalistas. Sus abuelos, descendientes de húngaros refugiados, habían organizado a los obreros ferroviarios contra la patronal inglesa a fines del mil ochocientos, cuando sucedió lo del tendido de rieles a lo largo de las pampas. La madre de Irene había fundado una unidad básica con sus vecinas y algunas compañeras de la industria textil del barrio. Su padre era delegado de la asociación local de empleados públicos y un hermano mayor lideraba el gremio de los transportistas.     
Elena conoció a Irene en las aulas de la escuela media y siguieron estudiando juntas Biología, derivaron en la Filogenia y de allí pasaron a la Entomología. Irene pertenecía a la primera generación de su familia que había tenido acceso a la Universidad y estaba muy consciente de ese privilegio. Era una académica distinguida y había sido premiada recientemente con un financiamiento europeo para estudiar el fenómeno del desplazamiento masivo de ciertos insectos patagónicos. En ese momento, dirigía una investigación pionera sobre las mariposas. Estaba casada y tenía un hijo.
Elena era soltera, vivía sola, era docente y ayudante de laboratorio en la misma investigación que lideraba Irene Harsányi. La mayoría de los profesores y alumnos de la Universidad pensaba que la profesora Saravia quería a su jefa y amiga con pasión. Algunos creían que la quería con la misma pasión con que la envidiaba.       
En aquella esquina del Rectorado intervenido por un gobierno militar, en esa noche de perros, Elena miró fijamente a Irene, y decidió encararla. Lo venía pensando desde hacía tiempo:
-Decime, ¿qué nos está pasando? Llegué feliz porque íbamos a tener tiempo para estar juntas, aunque sea esperando que nos atendiera un cabrón, y ahora me siento como en la morgue.
Irene la miró en silencio.
Elena sabía que su amiga podía ver, como ven los videntes. Y estaba segura de que en ese momento contemplaba el recipiente vacío que ella levaba adentro.
Elena insistió:
-¡Cuánto hace que no hablamos! Con esta cuestión del Partido y el Partido, ya no existimos. Ya no somos amigas, ni colegas, ni nada. Últimamente, no hablamos ni de los lepidópteros. ¿Sabés qué? Me siento presa. ¿Me entendés?... peor que las larvas del microscopio.
Ambas habían madrugado para terminar de escribir las demandas surgidas de la asamblea de la noche anterior, habían estado soportando una tensión continua, esperando de despacho en despacho hasta que las recibiera el Interventor. Fueron maltratadas por los funcionarios y transitaron más de la cuenta, de una sala a otra. Estaban agotadas y sobre todo las cansaba la pestilencia del miedo, un miedo que se olía en todas las calles de la ciudad.
Sin embargo, Irene, en la penumbra de aquella esquina, donde el flash de algún coche que pasaba le iluminaba la cara, se veía aún radiante. La profesora Harsányi era incansable, como toda su estirpe. Su cuerpo de deportista (campeona provincial de natación), su pelo rubio, largo y lacio se movía con el viento; la llovizna y el frío de julio brillaban en sus ojos. Los ojos verdes de Irene, húmedos, vivos, risueños.
-Quiero salirme –dijo Elena.
-¿Qué? No podés aflojar ahora.
-Quiero salirme. De verdad te lo digo –repitió Elena-. De ahora en más, quiero hacer todo lo que me cante el culo.
Esa vez se lo dijo con mayor convicción. Era cierto que hacía mucho tiempo que Elena Saravia andaba por la vida de mala gana, y suponía que en gran parte se debía a su militancia.   
-Culo de hormiga reina –replicó Irene riéndose- Culo de Tapinoma burguesa.
Seguían mirándose y ninguna de las dos tomaba una decisión.
Estar paradas en aquella esquina desolada, a aquella hora, era desde todo punto de vista inconveniente. Durante las noches de la dictadura, la oscuridad transformaba el destino de la gente en una incógnita mucho mayor que bajo la luz del día.
-Me están esperando los Franciscos, padre e hijo -dijo Irene.
-No vayas a llegar tarde a misa -se burló Elena.
Irene puso una mano sobre el hombro de su amiga y le acarició la mejilla. Miró su pelo negro y enrulado, agitado por el viento, se acercó con un gesto cariñoso y le acomodó un mechón rebelde atrás de la oreja. Le recordó la consigna, la llamada telefónica de control, y caminó hacia el sur.
Elena cruzó la calle y caminó hacia la esquina contraria. ¿Percibió un aleteo raro, apresurado? Irene volaba como una mariposa Thysania.
Se quedó sola en la esquina norte, bajo la lluvia, parada enfrente del edificio del Rectorado.

-Ya empezaron las patrullas militares. ¿No querés que te alcance a algún lado? –Elena escuchó al conductor de aquel auto y lo miró en medio de la oscuridad, con una sonrisa helada.   
-Es peligroso -insistió el hombre, quizá solo para sacarse de encima la sensación de estar hablando con una momia embalsamada.
Elena no lograba articular sonido. Intentó abrir y cerrar los labios pero no se escuchó a mí misma. Era como si estuviera debajo del agua, como en aquel año de las crecidas, cuando llegaron las lluvias. Ella había resbalado y su cuerpo se hundió en las corrientes del río Limay. Se debatió atrapada por los remolinos hasta que llegó Irene y la salvó del ahogo. Así se consolidó aquella amistad de náufraga, de manotazos desesperados. Elena Saravia nunca pudo olvidarlo.
Aquella vez se afilió. Irene le había salvado la vida y aprovechó el momento para incorporarla al Partido. Elena se afilió para darle el gusto a Irene.
-Subí de una vez, por favor -ordenó el tipo impaciente, a punto de acelerar. Elena obedeció maquinalmente, con la irracionalidad que nace del miedo. Subió al coche, se sentó y apretó su bolso sobre el pecho como si fuera el último trozo de madera carcomido por el diluvio. “No hay tabla de salvación”, pensó.
- ¿Venís de ver al Interventor?
Elena se dio vuelta a mirarlo.
-¿Sos delegada? –el tipo no estaba disimulando.
Ella advirtió el peligro. Se alisó el pelo, que con la lluvia se había transformado en un nido de arañas; le temblaban las manos.
Los focos de los escasos autos circulando reflejaron las líneas oblicuas de la llovizna intensa, cada vez más copiosa.
Elena mintió acerca del camino que la acercaba a su barrio y empezó a tranquilizarse un poco. De pronto, advirtió algo raro. Le pareció ver en los ojos de aquel hombrecito un sentimiento de lástima. Era una pequeña lástima, pero una lástima capaz de luchar contra el sadismo, capaz incluso de vencerlo. Con sus buenos modales, con su indisimulada reserva de buena crianza, ese hombre era a todas luces despreciable y, sin embargo, la debilidad de Elena le daba pena, le inspiraba compasión. Ella estaba segura. Ella no era valiente, ella era sólo intuitiva.   
El auto se detuvo. Él puso una mano sobre la rodilla de Elena Saravia y la deslizó con torpe lentitud hacia su entrepierna. Con la otra mano sacó una tarjeta de presentación del bolsillo interior de su chaqueta.
-Tomá, no la pierdas. Por si alguna vez tenés problemas con el Interventor de la Universidad. No me llamés a mí, solo le mostrás mi tarjeta. Con eso basta.
Elena lo miró con su mejor cara de libélula desorientada. Volvió a tiritar. Zafó como pudo, bajó del auto, metió la tarjeta con furia en su bolsillo y empezó a caminar en contra del viento.

Los demonios aparecen de pronto y sólo producen cataclismos. Pero entonces Elena no lo entendió. ¡Cómo entender que aquel hombre insignificante, con aquel automóvil fabuloso y lúgubre, vestido de leguleyo refinado, iba a suponer un antes y un después en el curso de su vida!
Elena recorrió la calle larga que conducía al boulevard cercano a su casa: las veredas solitarias, mojadas, calamitosas, el agua por momentos cayendo a torrentes, los umbrales rotos. Las hojas de los árboles en el suelo, marchitas, fatigadas, oscuras.
Llegó a su departamento, calentó agua, tomó unos mates y se desplomó vestida sobre la cama. Después sonó el teléfono, pero ya era de madrugada. Escuchó la voz del compañero de seguridad, la información fue breve y en clave: Irene Harsányi había desaparecido después de la reunión en el Rectorado.
Las mariposas nocturnas también migran -susurró Elena.
Volvió a salir a la calle. Por primera vez, la que había caído en desgracia era su amiga y no ella.
Nadie podía suponer que a Irene podía pasarle algo malo. Todos sabían que la profesora Harsányi era la imagen del éxito. En Elena Saravia, en cambio, solo distinguían el retrato de una mujer que hacía  todo lo que podía y debía, que siempre había hecho todo lo que podía y debía, pero que nunca llegaba a ninguna parte. ¿Éste era su tiempo, su espacio, su victoria?
Caminó, caminó, caminó.
Caminó con satisfacción, con deleite por el dolor ajeno. Caminó con vergüenza por ese deleite. Caminó como un cartero.
Apenas unas horas atrás le había dicho a su mejor amiga que iba a desertar de la lucha por la que vivían ella y su familia. ¿Era una traición? No, era  un acto de ingratitud. En la cabeza de Elena Saravia discutían un millón de voces. Asomaban unas culpas deshilachadas y malignas que crecían rápido, que lo inundaban todo, como los primeros rayos del sol.
El frío de la madrugada le lastimaba la piel de las manos. Elena las metió en los bolsillos del abrigo y siguió y siguió caminando. Sus dedos palparon la tarjeta de presentación del desconocido de la noche anterior, se paró para leerla y entonces comprendió que la seguían. Todo sucedió rápido. Alcanzó a gemir en voz baja: “¡Perdoname, Irene!, perdoname”. Después llegó el golpe, el grito, unas sacudidas, los empujones, el trapo en la boca. La arrastraron y escuchó el arranque del motor. Estuvo inmóvil en un espacio mínimo, sin aliento, con el taco de una de las botas quebrado, metido para adentro, lastimándole el pie. La tarjeta de presentación del hombrecito lúgubre apretada en una mano y la imagen de la ausencia de Irene Harsányi  clavada en la inconsciencia de su propia desgracia.
Entró a aquel sitio donde había puertas rotas a culatazos y agujeros de bala en las paredes. Vivió aquel delirio con el único deseo de morirse, morirse pronto, morirse de una vez por todas. Un deseo que se imponía por encima de todas las cosas, una idea fija.
Fue en ese sitio donde Elena se transformó en una mariposa sin alas.
-“Hija de ****, por qué no nos dijiste antes quién era el tipo que te protegía”. Aquella frase llegó tarde a los oídos de Elena Saravia.             
El empujón final, el automatismo y la ayuda para sentarse en el asiento asignado en una de las últimas filas del avión, con rumbo al aeropuerto de Berlín. Toda la noche Elena soñó con las vulgares Monarca, esas mariposas migratorias que tienen un gusto tan horrible que todas las aves las desprecian, hasta las carroñeras.

-Un paso adelante, otro al sur. 
La profesora Elena Saravia está de regreso. Ha vuelto después de veinte años. Y no sabe para qué. Ni qué hacer, ni dónde ir. Todas sus relaciones con el mundo parecen tener lugar a través de un vidrio.
El cadáver de Irene Harsányi nunca fue localizado. El de Francisco Heredia, su marido, y el de su pequeño hijo del mismo nombre, fueron identificados después de varios años, en una fosa común, junto a decenas de otros cuerpos.
El abogado Sergio Doménech (nombre que constaba en la tarjeta que Elena arrugaba en su mano el día de su detención), continúa al frente de un buffet de prestigio, en las cercanías de los Tribunales; mantiene sus contactos con los Servicios de Seguridad y de vez en cuando lo abruma una rara sensación de lástima por algún cliente, se compadece frente a un desconocido y hasta siente pena. Nunca ha podido entender por qué le ocurren estas cosas.     
Todo ha cambiado mucho en Neuquén, aunque sigue siendo una ciudad chica, al sur de un país chico, cerca de donde se acaba el mundo.
Elena Saravia fue recontratada por la Universidad del Comahue, es docente en la carrera de Biología, pero ya no tiene paciencia para enseñar. Las autoridades universitarias han perdido interés por los estudios entomológicos. El destino de las mariposas migratorias se han vuelto insustanciales.
Elena vive en un eterno invierno. Regresa permanentemente a aquella noche de poca luz, viento y llovizna, y camina por aquella esquina en que el azar quiso que su amiga Harsányi  fuese la elegida. Muchas veces le parece ver las alas de Thysania con que imaginó a Irene. Ve el reflejo nocturno de sus ojos, esos ojos verdes de Irene, capaces de calmar tormentas.
Elena ha decidido seguir hasta que el tiempo, que todo lo vuelve trivial, consiga también banalizar esta inconclusa historia de amigas.

Julia Guillén
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 10, 2011, 11:41:35 am
(http://3.bp.blogspot.com/_bx4qaTuFnag/TS9ZnjrbZqI/AAAAAAAACpk/4G68iTiLUxA/s1600/EQUILIBRISTA.jpg)

EL ARTISTA DEL ALAMBRE

La gente que viene aquí paga por la posibilidad de verme muerto. O más bien por lo que compra su entrada es por no perder la ocasión de que me mate ante sus ojos. Todo lo demás, todo lo que hay al rededor, todo aquello en lo que tanto trabajamos y nos esforzamos artistas como yo no tiene sentido ni importancia para las personas que ocupan su asiento y nos miran. Es verdad que a través del entrenamiento soy capaz de crear un cebo sofisticado, ofrezco con mis movimientos miles de veces ensayados un inminencia de carne rota y sangre derramada, un cuerpo muerto delante de sus narices, para luego quitárselo repentinamente sin dejarles otra forma de volcar su frustración que los aplausos. Ellos creen que baten sus palmas como pago por haber disfrutado de mi perfección técnica. Pero eso es mentira. Yo cobro primero en moneda de curso legal y después vuelvo a cobrar cuando siento las plantas de mis pies apoyadas en el suelo. Para lo que ellos me aplauden es para instigarme a que vuelva a arriesgarme una vez más, para que ya que hoy he esquivado ese accidente, ese error último y fatal, tiente a la suerte para que mañana no sea así. Quieren engatusarme, alimentar mi vanidad y una falsa confianza para que me equivoque y me mate, me rompa la cabeza contra el suelo de arena cubierto por una lona.
Disfruto, o disfrutaba, ya no lo sé muy bien, con ese juego. Con ese ofrecer y luego negar, con esa posibilidad de presenciar mi muerte para luego restregarles en su decepción que por las pocas monedas que han desembolsado no tienen más derecho que el de ser engañados con mis brincos y mis alardes, y que además después de descubrirse burlados habrán de rendirme adoración.
Pero no es fácil vivir así. No es fácil estar en este segundo en el que ahora me encuentro. Con cien gritos apenas contenidos dentro de sus cien gargantas, que por prometer la desaparición del silencio absoluto que me rodea, hacen de este algo más intenso, más material. No es fácil ni sencillo mantener la dignidad ni la cabeza fría con todos esos pares de ojos que se han dado ya cuenta de que mis pies no están tan bien sujetos  a este estrecho hilo de alambre. El mareo, el vértigo.
El suelo ya como una amenaza más que como un lugar de refugio. Y después la pregunta. Si es que puede ser posible el hecho de preguntarse algo y responderselo a si mismo en un solo segundo, si es posible que mi cerebro trabaje a tal velocidad de una manera eficaz. En realidad yo no deseo descubrir nada, pero el cuerpo tiene sus propios automatismos a los que es imposible eludir. Con tan solo percibir en la planta del pie que el centro de equilibrio se ha perdido, aparece la pregunta que me viene persiguiendo desde hace años: ¿me quiero matar?
Realmente la pregunta no es mía, no tuvo su origen en mi. Puede que de alguna forma siempre haya estado en mi inconsciente o en mi naturaleza, o en esa especie de cajón de sastre al que nos referimos cuando hablamos de lo más profundo y desagradable de nuestra mente. Pero si quiero ser concreto (debo de serlo, pues esto solo durará un segundo, poco más) quien primero formuló la pregunta fue mi mujer. Lo hizo cuando todavía no nos habíamos casado, cuando cada pregunta y cada respuesta todavía eran importantes. Luego me lo siguió preguntando muchas veces más, pero entonces ya no tenía sentido preguntarse acerca de ello. Por eso mismo nunca le contesté. Ni siquiera lo hice en aquella primera ocasión. Podía haberle dicho que no, que por supuesto que no quería matarme, que era ridículo plantearse una cuestión así. Nadie desea su propia muerte, y menos que nadie el que la arriesga de continuo. Normalmente los suicidas son personas asustadizas, y para subirse como yo hago a un alambre a veinte metros de altura hay que tener valor, es cierto que también un poco de insensatez, pero ante todo hay que ser valiente. Lo importante de su pregunta fue que me abrió los ojos. Si hubiese sido capaz de responderle, para bien o para mal, y no me hubiera quedado mirando el vacío que había entre mi taza de café y su cara, a lo mejor hubiese conseguido salvar ese abismo que se acababa de abrir ante mis ojos. Pero no dije nada, no supe qué decir (no sabía ni que pudiera pensar algo al respecto) y me quedé anclado a mitad de camino entre las dos orillas de esa sima. No siempre estaba allí, así como no siempre estaba presente en mi cabeza la pregunta, pero ya nunca pude regresar al estado previo. A los años en que la posibilidad de morir en mi trabajo era algo ajeno para mi.
Recorriendo el país he hablado con mineros que me han descrito, con sus propias palabras y desde su punto de vista, algo parecido a lo que siento. De jóvenes no tenían ningún reparo en entrar hasta la galería más profunda que se acabase de abrir, sin miedo, sin la conciencia del mismo ni del peligro. Pero a todos les llegaba el mismo momento que a mi, una especie de epifanía inversa. Se casaban, o tenían un hijo, o sucedía un pequeño accidente que les afectaba indirectamente y entonces todo cambiaba. Se transformaban en otros, en aquellos de quien antes de su iluminación se habían burlado por miedosos. Pero igualmente todos coincidían en que ese miedo les había hecho mejores en su trabajo.
También eso me sucedió a mi. No me convertí en el mejor, pero sí en uno de los mejores después de que ella pusiera en mi la pregunta, después de que ella quisiera saber por primera vez, ¿te quieres matar haciendo lo que haces? Y como consecuencia me casé con ella. El miedo y la posibilidad de matarme (ese abismo nuevo) estaba allí; pero también la perspectiva, la confianza, de que a su lado podría llegar tan alto como quisiera.
Noto que mis pies no están adecuadamente apoyados sobre el alambre después del último salto. El equilibrio ya no es perfecto y la pregunta ha emergido, ¿me quiero matar? Pero no sé qué responder. No tengo tiempo para pensar una respuesta, sino recupero el centro de gravedad me caeré y me romperé el cuello; no es el mejor momento para ponerme a buscar respuestas. Además, tampoco sabría cómo contestarla hoy. ¿Me quiero morir? Eso implica deseo, decisión. Y justamente hoy no siento nada aquí arriba. No puedo querer a nadie y tampoco puedo querer nada. Para mi estar vivo o no es algo que da la inercia de los días, y no una cosa que requiera voluntad.
Antes sí. Después de casarme con ella sí que quería estar vivo. Aunque no se lo dijese cuando me lo preguntaba. Junto con el miedo, o más bien a partir de él, surgió el deseo inequívoco de querer vivir. De tomarme el trabajo de pensar que quería llegar al día de mañana, que necesitaba vivirlo, y el siguiente, y el siguiente, para pasarlo junto a ella.
Mientras ensayaba tenía su cara y su cuerpo siempre en primer lugar en mis pensamientos y lejos de entorpecerme y de hacerme equivocar, su imagen y el deseo (en ese momento sí que era deseo, no dudaba de la naturaleza de la palabra, no podía confundir lo que sentía hacia ella con algo que no fuera deseo) de regresar a su lado hacían que fuera preciso y seguro en cada movimiento. Durante los primero meses quiso vivir conmigo. Le ilusionaba recorrer el país a mi lado y dormir por las noches en la cama estrecha y dura de mi caravana. Pero solo lo soportó durante un tiempo. Yo lo sabía, estaba seguro de que ella no podría aguantar una vida como la que yo llevaba, pero no se lo quise decir, al igual que nunca le dije muchas otras cosas. Con saber que era mía ya tenía suficiente, ya tenía de sobra con haber compartido un tiempo mesa, comida, cama y hasta ducha. Ella regresó a su ciudad. ¿Quieres que me quede? Me preguntó. Y de nuevo no la contesté. De haber abierto la boca solo le hubiese pedido que no me dejara otra vez solo. Pero no quería verla así: se había apagado; la piel más gris, los ojos más perdidos, el pelo más lacio. No quería verla sufrir, pero tampoco quería que se ajase. La quería fresca y hermosa, y no de otro modo, a mi lado. No le gustó tampoco que no respondiera en esa ocasión. Recogió sus cosas y yo corría a verla en cada oportunidad que me surgía, y entonces la veía de nuevo bella y alegre. Y mientras tanto el miedo y el deseo de seguir vivo me hacía mejor cada vez más.
Llegué a ser el mejor, incluso se puede decir ahora que ya no dejaré de serlo nunca.
Ella nunca quiso volver a verme trabajar sobre el alambre desde la noche en que me conoció. Pero mi fama creció tanto que la entrada que siempre tenía reservada para ella los fines de semana comenzó a ser usada. La podía ver desde arriba, como un punto diminuto pero que para mi era único e inconfundible. Luego pasaba la noche y la mañana siguiente conmigo y se iba antes de la primera función del domingo. Para ella la pregunta estaba mucho más presente que para mi. Arriba nunca tengo  tiempo de considerar nada a excepción de mi trabajo; si dispongo de tiempo para pensar, como ahora me está sucediendo, es que algo he hecho mal. En cambio para ella, que no estaba dentro de mi cabeza ni dentro de mi cuerpo perfectamente adiestrado, era muy doloroso verme bordear la muerte sobre la ridícula anchura de una alambre. La primera noche, (la segunda desde que la conocía) que vi que su asiento no estaba libre como de costumbre supe que era el mejor. Me sentí así porque era evidente que para ella yo lo era y con eso no necesitaba más, el resto quedaba en un segundo plano. Me daba igual que fuese cierto, que si ella había venido a verme era porque para todo el mundo era el mejor desde hacía mucho tiempo. No me importaba el mundo, el resto de la humanidad. Me importaba que ella estaba allí para darme un beso en cuanto bajase de la escala de cuerda.
Los compañeros y también la gente de fuera del circo empezó a decir que arriesgaba demasiado, que no era necesario llegar tan lejos. Me lo comenzaron a comentar tímidamente a partir de esa noche en que ella reapareció abajo entre el público. Primero fueron reprobaciones leves, comentarios como de pasada. Al final fueron críticas encendidas que contenían esa misma pregunta que ella sembró en mi la primera vez. Jamás hice caso a ninguno, aunque con lo que sí me quedé fue con que me había transformado en alguien distinto a mi mismo. Ya no era un equilibrista sin más, era una persona, que con mis saltos había logrado que me reconocieran como un ser humano que arriesgaba su vida y como tal me preguntaban (igual que lo haría el ser amado) ¿te quieres matar? El morbo de mi posible muerte era el mismo imán que les atraía noche tras noche, pero ya no había frustración tras la admiración falsa. En su lugar había ahora ira y reproche tras la misma. Me odiaban por arriesgar mi cuello de una forma tan poco razonable, también me felicitaban por mis proezas y mi perfección, pero en sus ojos descubría ese odio que me alimentaba tanto como el amor de ella.
Por supuesto que superé los límites, por supuesto que buscaba horrorizarles y hacerles admirarme como se admira a un kamikace, era consciente de ello aunque solo en parte. Tal vez ahora mismo me vence la duda, pero si no soy capaz de asumir un error es que no soy tan bueno como creo. Mi duda y al mismo tiempo mi confirmación de que me estaba comportando como un auténtico suicida procedió también de ella. Nunca hubiera pensado plenamente en esa posibilidad de no ser porque ella, del mismo modo que apareció sin aviso, desapareció igualmente.
No supe ver ningún otro cambio en nuestra relación excepto ese. No digo que no los hubiera, solo digo que yo no los vi. Nunca hablábamos demasiado, me gustaba escucharla pero yo siempre he sido un hombre silencioso. Y como no noté ninguna diferencia en lo que me contaba pensé que todo seguía igual entre nosotros, hasta que fue demasiado evidente que no era así. A la evidencia que me refiero no fue que desapareciera de entre el público, fue que desapareció de mi vida. Estuve meses sin verla, sin saber de ella, sin escuchar su voz, sin oler su pelo. Hasta hoy, hasta hace unas cuantas horas antes de subirme de nuevo al alambre otra vez.
No importa cómo, pero al final supe donde encontrarla. La miré desde mi altura (soy muy alto, más que mirar, escruto a la gente). La miré a ella y al hombre con el que entrelazaba sus manos. Los dos sentados en un banco en medio de un parque, con niños corriendo y chillando al rededor. Incluso alguno podía ser suyo, había pasado tiempo más que suficiente. Solo ella me miró, desde abajo, tan minúscula como me parecía  desde el alambre y me dijo, con desprecio y curiosidad a la vez: ¿todavía no te has matado?
Me empecé a dar cuenta de todo horas después, cuando ya estaba subido encima del alambre. Sentada junto a ese otro hombre estaba preciosa, tanto como el día que la conocí. Eso debía de significar algo, por supuesto. Quería decir, pensé en medio de mis brincos, que el tiempo que había pasado junto a mi solo le había estropeado, que no había sido bueno para ella el tener que llegar a preguntarme si realmente yo me quería matar. Supongo que eso no es bueno para nadie. Pensé en ella hasta que me di cuenta de que había ejecutado mal mi último movimiento, un salto más bien sencillo. Quizás fue porque en ese momento pensé en la prolongada mirada de desprecio que ella me había dirigido después de pronunciar las únicas cinco palabras que me dijo. Pero tampoco tengo motivos para valorar que ese pensamiento en concreto me distrajera. Había estado recordando cosas antes sin por ello equivocarme.
Ya no notaba el alambre bajo la planta de mi pie a pesar de que lo buscaba y pensé que tal vez había ido a buscarla precisamente hoy porque sí quería matarme allí arriba, pensé en eso y en más cosas. Pero juro que solo estuve pensando durante un segundo, imposible que fuera más tiempo. A pesar de ello sé que ha sido demasiado. Un solo segundo es demasiado allí arriba donde estaba. Aunque sigo teniendo la duda de cómo es posible que mi cerebro trabaje tan deprisa; no es posible que haya podido recordar, repensar tantas cosas, en tan solo ese segundo en el que he perdido la concentración y el apoyo. Un único segundo también puede ser muy poco. Pero tal vez, y solo tal vez, ya he comenzado a caer hacia el suelo de arena y por eso me está dando tiempo para pensar en ella y para recordar su pregunta, ¿te quieres matar?
Repentinamente tengo ganas de responderme ahora, a pesar de que sé que no encontraré la respuesta antes de que termine de caer.

Arcac
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 12:31:11 pm
(http://correogpb03.blogspot.es/img/ANDEN.jpeg)

EL ANDÉN

¿Que imaginario silencio nos  invade en el momento de  bañarnos? Girar la estrella plateada de la grifería y sentir el golpe sutil,  ligero de cada gota convertida en lluvia. La cabeza bendecida por el rocío tibio., y luego,  todo el cuerpo que calma su sed  en  el estrecho espacio que se forma, matemático, en el cerámico. Un circular charco transparente donde la espuma simula oleajes salados. Espejos  caprichosos que no devuelven la imagen reconocida. Nuestras manos creandi rutinas innecesarias para expulsar la niebla instalada en el cristal.
A veces jugamos un poco a vernos de pedacitos. Primero, desplazar la bruma, sólo para  observar los ojos. Esferas líquidas que  devuelven la pesada carga de la rutina para  luego retomar  la elipsis sagrada y observar la nariz que inhala el vaho aromático de ese jabón de lavanda que compramos en el supermercado, sólo porque la propaganda televisiva, nos  incitó a la compra desde una mujer esbelta y jabonosa. Nuevos círculos, que deshacen el velo opaco hasta vernos de frente desnudos de cuerpo y alma. ¿Cinco minutos? ¿Media o una hora? Todo se programa según el apuro por llegar a ninguna parte,  porque el tren partió hace años y decidimos quedarnos en el andén., estoicamente sufriendo cada despedida.
Escribir esto sin saber si llegaré a alguna parte, porque también estoy en ese andén y formo parte de una multitud que espera, sin saber que espera. En esa estación  estamos todos configurados en un tiempo mecanizado y pequeño, que cabe en una esfera chata, que se luce en la muñeca. La aguja secundaria, marcando rigurosa, la hora de levantarnos y la pregunta retórica ¿Para qué? Porque hacemos la vista gorda y nos incrustamos en una realidad aparente, mimética. Nos desplazamos autómatas con una mueca que se dibuja mientras el oxido que tenemos dentro, se desborda  en cada estertor para continuar vivos.
              Escribir, tratando  de que el cuento sea un cuento, aunque sepamos que es la rotunda realidad de la espera. Contar que el personaje de la ficción  toma el peine y lo parte en dos pedazos. Con el más pequeño de los trozos intenta peinarse pensando: Demasiados dientes para el poco pelo que me queda. Sostiene su paciencia al comienzo del día y realiza, con movimientos mínimos, el ritual que lleva haciendo millones de días. Jabón, pasta dental, la toallita de la cara. Diez minutos para secarse, ocho para ponerse la ropa interior, diez para colocarse el pantalón y dieciséis para calzar sus zapatos, tardando más de lo habitual, porque es verano y tiene los pies hinchados
                Tomar el café parado, a grandes sorbos, porque se ha hecho demasiado tarde y el colectivo de las seis y treinta ya pasó de seguro y él como siempre quedándose en el andén mirando el tren que no espera..Llamar por teléfono al remis. Equivocado. Se da cuenta que puso el pulgar en el dígito tres, número impar, y el anular en el  ocho, par. Comienza de nuevo prestando atención a ese alfabeto alfanumérico que lo conectará con el afuera.
                 Llego  tarde. No pude ponerme los zapatos en los cinco minutos estipulados para ello. Y la voz del otro lado del cable, reconocida y seca. No te preocupés. Pero sí se preocupa porque seguro perderá el presentismo porque tardó  dieciséis minutos en ponerse los zapatos. Y ahora  le duelen los pies. Sin embargo anestesia esas sensaciones y corre casi como una liebre para alcanzar el colectivo de la seis y cuarenta y cinco que ya pasó y él no estaba, porque tardó dieciséis minutos y no cinco,  en ponerse el único par de  zapatos que pudo comprarse hace ya cuatro años. Y corre. Corre con la angustia de saber  que cobrará este mes un diez por ciento menos de su sueldo  por los once minutos demás que tardó en ponerse esas fundas de cuero que hacen doler los pues y la cabeza.              

SUREÑA
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 12:44:43 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_LxudtV4Ym3E/S9sXKLZhhdI/AAAAAAAACZg/rU9lXdtsoQY/s1600/img_1364.jpg)
                         

DONDE MUEREN LAS BURLAS

Siempre pensé que las ofrendas de carácter religioso que vemos junto a los caminos son la huella dolorosa de desgraciadas circunstancias concebidas por las trampas del destino; rayos, choques y las mil desventuras que nos depara el vivir.
Estas expresiones  del “no me olvides”, siempre me han llenado de una dolorosa curiosidad.
Recuerdo desde niño una serie de cruces diversas que peleando contra el tiempo y el desanimo, ubicadas junto a cerradas curvas o al borde de acantilados de espanto.
 En un viaje a Minas en tiempos menos asfaltados, observé una curva erizada de cruces que me congelaban la mirada y estrujaban mi corazón… esta es la curva de la muerte, me anunciaron con circunstancial voz, y apreté con mis manos el brazo de mi madre.
En todos mis viajes por el interior, en rincones intrincados, distantes, casi intransitados encontré estas ofrendas anónimas. Creo que el morbo despertó mi curiosidad; pero a medida que iba averiguando el origen histórico del hecho recordado, comprendí que más que homenajes, eran gestos de desprecio contra la arrogante impunidad de la muerte.
Con el tiempo conocí muchas historias, pero hoy elegí esta que nos pinta al ser nacional.
No hace mucho, juntando leña en un camino rural, entre estancias enormes y taperas de piedra, rodeado de cerros y arroyos que se desbocan al primer aguacero, en una fría tarde de junio tropecé entre chircas y espinillos con una cruz tambaleante, sostenida por el oxido que la carcomía y una desformada dignidad de mejores tiempos. La naturaleza había decidido integrarla a si, con su infinito he inmutable apetito.
Le retiré parte de la maleza que la cubría y pareció erguirse agradecida; una rara sensación me estremeció generando una intriga que me hizo profundizar en la búsqueda.
El entorno estaba desierto y el campo despoblado daba más soledad a la soledad, solo vacas curiosas y aves sin recelo me rodeaban, un golpe de aire frió me envolvió, mientras a la distancia un toro invisible demostraba su presencia bramando como un tren enfurecido.
Al subir a mi vehículo observé que jinete con paso cansino  se aproximaba.
-Lo que pasó aquí. No fue un accidente, fue el cobro de una afrenta.
Replicó a mi pregunta, y se alejó acomodándose el sombrero de ala ancha.
Como se imaginan este dato fue un estímulo de mi curiosidad.
En el borde del pueblo, junto a la ruta 12, que supo acarrear diligencias y tropas, existía un establecimiento de”Ramos Generales”, a fines del siglo 19 alojó según turnos, soldados de bandos contrarios. Fue posta de diligencias camino a Minas y escuela primaria; en ese momento languidecía como un almacén y bar, y más que nada como un lugar de encuentro entre tan poca gente desperdigada.
Al entrar a ese lugar comprobé que era mucho más forastero de lo que me hubiera gustado ser, saludé a un grupo de vecinos agolpados en un rincón; todos tenían muchos inviernos en sus rostros. Pedí algo para beber y respeté el silencio que se hizo a mi llegada.
Lo rompieron con charlas desganadas por la rutina: que la esquila, que la Luna, que las heladas. Pero el tono subía cuando alguno de ellos comentaba las andanzas de otro, y resonaban carcajadas cuando eran de otra. Pero entre anécdota y tragos, un silencio pastoso invadía el lugar.  Me arrimé a la rueda, con un “invitación” para todos, y comprobé que era la mejor puerta de entrada. Me metí en sus temas, más como de oídas que de sabidas, pero tercie en la conversación.
Cuando lo creí oportuno me introduje en lo que me había llevado a ese lugar.
-Estaba juntando leña en el bajo que está cerca de la escuela vieja y en medio de ese mugrero encontré una cruz antigua, busqué algún nombre que me orientara, pero nada.¿Alguno de ustedes podría decirme a quien está dedicada?
Mi pregunta cayó peor que mal. Una corriente de turbación generalizada invadió a los parroquianos, se removieron en sus asientos, pero no pronunciaron palabra. Poco después reiniciaron sus charlas habituales, ignorándome y  esperando que me fuera, seguramente.
Saludé, retirándome vencido, cuando al subir a la camioneta sentí una voz que me preguntó.
-¿El hombre está muy interesado en saber lo que pasó en ese lugar?
-Por supuesto!, le contesté, el pasado muere cuando nadie lo recuerda, y se me hace que usted está más informado que los que están ahí dentro.
-Está en lo cierto, pero mejor lléveme hasta el lugar así se lo relato como se debe.
Al llegar, apenas bajamos de la camioneta el hombre ensombreció su gesto, se quitó el sombrero negro de ala pequeña, que parecía haberlo acompañado toda la vida, escarbó el suelo con la punta de sus desgastada bota y levantó su mirada despejada con una sonrisa tranquilizadora.
Comenzó su relato sin preámbulos, como quien debe cumplir un mandato doloroso.
-En este lugar, justo donde se encuentra la cruz mi padre mató un hombre; condenó su juventud y marcó para siempre nuestras vidas. Lo hizo por hechos que hoy tienen poca importancia, aunque son los mismos de siempre con el color de otros tiempos.
Usted sabe mi amigo, siguió, luego de un largo “beso” a la petaca de caña que le había alcanzado. Usted sabe mi amigo, continuó; que la vida en el campo es difícil, la pobreza con dignidad es uno de los mayores tesoros de los humildes, eso era mi padre; un hombre honesto y trabajador casado con la mujer más hermosa y noble de toda esta zona.
La historia siempre ha sido la misma, los frutos imposibles siempre han sido los más codiciados y mi madre a pesar de su respetabilidad, no le faltaba más de uno que le tuviese ganas. Usted me entiende.
Por aquellos años del 1900 la policía hacía un recorrido casa por casa, haciendo firmar cada vecino una constancia de su visita.  El día que llegó a mi casa mi padre no estaba, yo aún estaba en la cuna y mi madre lavaba la ropa en una cañada cercana. Seguramente ella tenía la falda mojada por su tarea, se la recogió un poco y apoyó en su rodilla el papel para firmar y no mojar el documento.
Nada habría pasado si el boquiabierta del policía no hubiera ido al almacén, el mismo en el que usted estaba y borracho comentara maliciosamente: ante todos los presentes el hecho; agregándole un poco más, junto a cada trago.
 El rumor corrió, creciendo entre gente aburrida y envidiosa. El resto se adivina.
Mi padre lo esperó en el camino para enfrentar la situación y cuando el policía lleno de soberbia lo quiso llevar preso por desacato, mi padre le partió el corazón con su cuchillo.
El lengua larga dejó su vida acá, en el mismo lugar donde usted está parado, mientras mi padre dejó una punta de años entre unas rejas para las que no había nacido.
Mi niñez fue dura, la miseria se ensañó todo lo que pudo y a pesar de las distancias y soledades de estos parajes la marca de dignidad puesta por mi padre, nos mantuvo resguardados de otro tipo de desventuras.
A esta altura del relato ya habíamos secado la petaca y sentía que mi curiosidad había perturbado a un buen hombre, por lo que me sentía molesto conmigo mismo.
Le pedí disculpas torpemente, mientras el con una sonrisa me contestó.
-No se aflija amigo, recordar a mis padres más que un dolor es un orgullo y esa cruz que marca tan mala hora, recuerda que todo tiene un límite, hasta la vida misma.
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Basado en un hecho real

Mario Frizzi
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 12:50:00 pm
(http://tiendaesotericaweb.com/images/superacion-personal.jpg)

TODA UNA VIDA

"Los caminos de la vida
no son los que yo esperaba
no son los que yo creía
no son los que imaginaba"
Vicentico

La infancia

Fue un niño difícil, un pendenciero pasivo que nunca ganó una pelea. Su fijación por el honor,  a imagen del arquetipo encarnado por Errol Flynn en su General Custer, le obligaba a complacer a los más fuertes que lo provocaban, y a medir sus fuerzas ante los débiles que se burlaban de él. Años cincuenta.

La adolescencia
Su adolescencia fue una pesadilla permanente de hipocondrías, dudas y obsesiones malsanas.  La Religión.
 
Los veinte
Diez años de constancia, una oposición aprobada y sus ocho dioptrías diagnosticadas por un médico militar, le aseguraron a los veintiocho una discreta butaca negra de funcionario.

Los treinta
Aunque se esmeraba para los demás, nunca dedicó tiempo a su propia declaración de la Renta. Apenas le importaba poco o mucho dinero; pagarse la casa, comer, dormir sin que nadie le molestase, perderse en cualquier bar de La Avenida Queipo de Llano, sin más compañero de café que el periódico local; ¿de qué más podría servirle el dinero? Así fue como alcanzó los cuarenta.

Los cuarenta
A Emilio ya no le quedaban amigos de la infancia y en el trabajo se le tenía por un tipo serio y eficiente, pero  plano, cortante en el trato, que intimidaba bastante; se convirtió en un mueble más de la oficina raquítica, un mueble polvoriento y funcional en el cual nadie se apoyaba ya ni por casualidad , y que por atávica razón nunca sería reemplazado por otro más nuevo.
Nunca habló de sí mismo, ni emitió juicio alguno sobre terceros.
Su presencia resultaba a veces siniestra.
Sin embargo con el roce diario, con el paso de los años, algún detalle luminoso revelaba un fondo de honestidad. Con la mayoría de los compañeros, por sistema aprehendido,  se mostraba ecuánime y atento, casi oficioso, pero siempre muy reservado, bajo una suerte de  calma programada tras la cual a mí me parecía vislumbrar debatirse dos fieras enemigas.

Los cincuenta
Enamoróse Emilio – ya canoso - de una chica muy joven – y muy tierna – por la que todos sentíamos un cariño muy especial, y se le escapó con ella muy a su pesar – se le veía afectado durante el resto de la semana y toda la siguiente – alguna confidencia. Ella le disculpó todo siempre, conmovida, seguro, por la tortura interna del solitario.

Los sesenta
Emilio acudía religiosamente a las fiestas de despedida, de cambio de destino y de Navidad. Allí, rodeado de jóvenes, cuando las parejas más cansadas se excusaban y se iban, el brazo de él rodeando protectoramente el cuello de ella, tras el café, el "cacharro", los homenajes y el puro, cuando llegaba el instante de disgregarse en coches de seis en seis, en rara ocasión rechazó quedarse a ver las del alba y lo hacía con los dos o tres de veras bohemios – dos veces más jóvenes que él  - , y entonces sentía que estaba vivo y disfrutaba auténticamente, sin fingir, una, dos, tres veces al año de verdad, en un polígono junto a la misma distribuidora de cervezas. A solas, en algo parecido a un camarote, su mano con manchas y crispada acariciaba, como acaricia la inspiración obstusa por el alcohol a un poema que no termina de llegar, las estrías del vientre de seda de la misma huraña, paciente niña dominicana, y  él le sonreía patéticamente emocionado. Pero ella miraba al vacío de su lado izquierdo muy seria,  con asco.

sesenta y cuatro
Una hermosa uva pasada, mucho más joven que él, lo tuvo tras la copa de su despedida  atrapado en un delicioso brete. Y aunque lo vi después derrotado y solo en el lavabo, yo me alegré mucho por él al principio.

Los años de jubilación
Creo que Emilio viajó mucho.

La muerte
En su funeral conocí por vez primera a sus cuatro sobrinos y a sus dos hermanas y a sus dos cuñados y a sus cinco sobrinos-nietos que vinieron de Madrid y La Rápita, para despedirle. Yo había envejecido  con él en el mismo zulo de la Delegación de Hacienda, alojado en la creencia de  que no tenía hermanos, amigos ni rastro alguno de familia.

efil
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 12:54:14 pm
(http://lacomunidad.elpais.com/blogfiles/miguelangel-sankar/4_anim_0.jpg)

LA REALIDAD

Martes, 11 de Octubre. 8 de la mañana. Otro día cargado de incógnitas se abre delante de mis narices. ¿Seré capaz de hacerlo? Quizás no, quizás vuelva de nuevo a casa, sombrío, huraño, consciente de mi eterna cobardía.
Dejo correr el agua fría sobre el lavabo. No la toco, no quiero mojarme, no quiero despertar a mi fétida realidad, a esa realidad que me devuelve el espejo y que refleja lo que no soy, un simple, sencillo y triste ser humano.
Como cada mañana, vuelvo a sentir esas increíbles ganas de vomitar. Siento la bilis llegar a mi garganta, empujando por salir, y su sabor ocre y gastado me inunda por completo. Mi cuerpo se rebela. ¿Qué pasó ayer? Apenas recuerdo gran cosa, gente caminando hacia ningún sitio, risas vacías, gestos deformes, copas, whisky, alcohol…
Mi ropa huele a desecho, no recuerdo cuándo fue la última vez que me puse una camisa limpia, aunque, a decir verdad, tampoco recuerdo lo que hice ayer… Creo que ya va siendo hora de que tome una decisión.
Miro mis manos y veo que empiezan a temblar. Este temblor…, ¿seré capaz de hacerlo? Mi mente duda, mis manos tiemblan y, sin embargo, sé que tengo que hacerlo, lo sé….
Lo supe desde hace meses, desde el mismo momento en que me despidieron, cuando aquel cerdo y piojoso me llamó a su despacho y, entre sarcasmos, me dio la esperada noticia. “Le echaremos de menos…” Maldito cabrón…, 20 años en la empresa, 20 largos años sufriendo, tragándome mi dignidad y mi orgullo, guardándome las ganas de gritar, de sacudir tu feo rostro… “Le echaremos de menos”…, no te preocupes, pronto acabará todo…
Salgo a la calle y todo me da vueltas. “Hoy es el día”, lo sé. Siento que mis piernas se ponen en movimiento, autómatas, independientes, sabiendo qué rumbo tomar. Todo mi organismo funciona de forma autónoma, no depende de mí, no quiere que participe, la decisión está tomada…
La gente sigue su camino sin prestarme apenas atención, no soy nadie, sólo un ser invisible dentro de este laberinto. Mis manos siguen temblando, las encierro en los bolsillos, siento algo afilado en su interior, y mis labios resecos fuerzan una extraña mueca.



11.30 h. El primer whisky sirvió para calmar el temblor de mis manos, y ahora, después de otros 2 más, me siento tranquilo, muy tranquilo. Pensaba que el alcohol me infundiría el valor que me pudiera faltar cuando llegara el momento…, pero me siento bien, extrañamente bien, como si alguien dirigiera mis movimientos desde la distancia.
Quizás sólo sea un títere en todo este espectáculo, quizás alguien esté moviendo las cuerdas de mi vida. Desde luego, si fuese así, me gustaría conocer a ese alguien y decirle unas cuantas cositas… Es posible que incluso me cayese bien; sólo alguien con un fino sentido del humor y con una visión irónica de la vida podría estar dirigiendo mi destino.
¿Dios? Uff, más bien Lucifer, o al menos no ese Dios que me enseñaron en la escuela, ¿verdad, Sor Teresa? Un Dios justo, bondadoso, compasivo…, pues conmigo se ha lucido… O está probando nuevos martirios o es todo un cachondo… Mmmm, creo que el whisky está haciendo efecto…
Todavía tengo tiempo. Hasta dentro de media hora ese cabrón no vendrá a tomarse su café de media mañana, pero esta vez puede que le resulte un poco amargo… No, dejaré que se lo acabe, dejaré que lo saboree, que sea el último placer que tenga en este mundo, que se lleve su café al infierno y lo disfrute durante toda la eternidad.
Mi vida se ha ido a la *****, ya nada tiene sentido, lo sé, y no me importa. Tengo 47 años, un divorcio a mis espaldas, dos hijos a los que casi ni veo y a los que nada puedo ofrecer. Manos vacías, no hay futuro, no hay salida…, ¿para qué quiero vivir este maldito presente?
Y ese cabrón riéndose a mis espaldas. Jugando con mi vida a la ruleta rusa, echándome a la calle sin importarle una ***** lo que me pase… Pero pronto todo acabará, se hará justicia, al menos MI justicia…


Estoy sentado en una esquina del bar, de espaldas a la puerta. No le he visto entrar, pero siento su presencia. Mis manos han vuelto a temblar, parece que presienten lo que va a ocurrir, están nerviosas, activas…, los dedos repasan el borde afilado de la navaja…
-   Buenos días, D. José. ¿Lo de siempre?
-   Sí, Manolo, pero ponme la leche calentita, que hace un frío de muerte.


Su voz…, penetra en mis oídos, revuelve mi estómago…, de nuevo esas ganas de vomitar… Apuro de un trago el enésimo vaso de whisky y siento como su calor invade mis entrañas, mis manos se relajan, de repente el tiempo parece detenerse y vuelvo a ser el espectador privilegiado de una vida ajena.
Mis pies se ponen en movimiento, lentamente, sin prisas. Me aproximo a la barra del bar y me coloco a su lado, espalda contra espalda. No me ve, no le veo, pero cada poro de mi piel siente su viscosidad, su repugnante presencia.
Ha llegado el momento. Me giro y veo su espalda frente a mí. ¡Dios, qué asco…! Siento la bilis llegar hasta mis labios y hago un esfuerzo sobrehumano para no vomitar. Mi mano derecha sujeta con firmeza la navaja en el interior del bolsillo, mi mano izquierda se eleva hasta alcanzar su hombro. Tocarle…, será la primera vez que tenga un contacto físico con esta bazofia, pero no será la última…
¿Podré hacerlo? ¿Tendré el valor suficiente…? ¡Dios! ¡Por qué dudo ahora…! Es fácil, sólo un pequeño movimiento, saca la navaja y clávasela en su podrido corazón… Lo has pensado durante tanto tiempo, has vivido este mismo momento en tu cabeza tantas veces… que ahora no puedes permitirte vacilar.
Pero me siento petrificado, de pie, frente a su espalda, la mano derecha en el bolsillo, la izquierda sobre la barra del bar. Noto los latidos de mi corazón bombeando una sangre que parece haberme abandonado. Un líquido viscoso se extiende por el bolsillo de mi abrigo… Es mi sangre, mi mano ensangrentada sigue apretando el filo de la navaja…
Consigo darme la vuelta, de nuevo espalda contra espalda. No siento el dolor de la mano, no siento nada…, sólo un inmenso vacío, una tristeza infinita que me ahoga y que invade mis entrañas. De nuevo las ganas de vomitar…, siento que todo mi cuerpo se estremece con unas arcadas que provienen de lo más profundo de mi interior…
Y vomito, y expulso todas las miserias que me invaden, y el suelo del bar se llena de mi dolor, de mi cobardía, de mi llanto… Siento cómo el dueño del bar me empuja hacia la salida, oigo voces a lo lejos… “si no sabes beber…”, risas, miradas…, mientras me llevan en volandas hacia la calle. Y me dejo llevar, y dejo que se rían de mí, y siento cómo las lágrimas se mezclan con mi saliva, y rompo a llorar…
Vuelvo a casa, sucio, desgastado, hundido… Me siento en el viejo sofá, y la navaja cae a mis pies. La recojo, aún conserva los rastros de mi sangre seca sobre su hoja, la acaricio… Mañana será otro día. ¿Tendré el valor suficiente…?

Dorian Gray
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 13:04:14 pm
(http://davidhuerta.typepad.com/.a/6a01347ff0d110970c0134857b6239970c-800wi)

EL GUINDO AZUL

   Diego Maradona se encontraba en la consulta del dentista, afirmaba que para un blanqueamiento, más bien era por un exceso de tal, cuando sonó el timbre del portero automático. Diego se alegró superficialmente de que algo rompiera la monotonía de revistas insustanciales y música anodina que parecía especialmente compuesta para la ocasión. La enfermera, como era costumbre, accionó el mecanismo de apertura sin preguntar quién iba. Diego pensó que para eso era mejor que dejasen la puerta abierta.

   Un instante después alguien llamó a la puerta. Diego pensó que para eso ya podría haber dejado la enfermera la puerta abierta. Diego no cayó, porque se recreaba mentalmente en la impronta que dejó en Nápoles, en que la puerta por norma cerrada era algo más disuasoria para el usuario que tuviese tentación de irse sin pagar. La enfermera volvió a aparecer y abrió la puerta a Javier Bardém.

   Rápidamente se entabló una complicidad entre los dos personajes, que, si bien no eran los únicos que pacían en la sala, si que eran los más renombrados. El Pelusa preguntó a Javier que por qué le habían dado un premio por un flequillo y Javier le respondió que no era sólo eso, también había que poner cara de nada  y eso no es fácil,   ¿tú has puesto alguna vez cara de nada?, preguntó Bardém, a lo que el Pelusa respondió, después del lapso de mirarle el culo a la enfermera hasta que desapareció en una consulta, que no, que él una vez puso cara de todo y ahora todo el mundo se permitía hablar de él, viste, y prejuzgarle, y condenarle, y escribir relatos de conversaciones suyas de poco realismo y calidad escueta.

   Y Javier preguntó a Dieguito que cómo llevaba eso de que hubieran fundado una religión en su nombre, y Dieguito le respondió que no sabía de qué reconcha le hablaba. Acerquémonos a la acción.

   -Sí hombre, formaron un credo en tu país para adorarte, con su parroquia y todo.

   -Pero que tontería. Eso no puede ser.

   -De hecho, supongo que oficialmente podemos decir que eres un dios.

   -No digas majaderías, si yo fuera un dios no tendría que ir al dentista, ni tendría un orto, ceñidito, ojo, pero orto al fin y al cabo.

   -O sea, que quizá debería llamarte Su Ilustrísma.

   -Mira Bardensito, como no me llame pronto el dentista, puede que la trompada que estoy rifando…

   -Diego, que estoy de coña hombre…-

En este momento se interrumpen los dos para vigilar de nuevo las evoluciones de la enfermera; ésta, que más que una prueba de selección parece haber pasado un casting, viste a la antigua, cofia y falda ínfima algo más levantada por detrás, y es de carnes magras y escasas, como se llevan ahora.

-…sólo estaba haciendo de malo, pero sin flequillo. ¿A que soy buen actor, a que has picado?

-Ah, yo creía que estabas haciendo de boludo, viste. Mira que eres grande Bardém.

-Diego, ¿tú sigues pegándole a la coca?

En ese momento, mientras la sala de espera asiste boquiabierta a cómo el Pelusa se abalanza sobre Javier justo cuando la enfermera pasaba entre ambos, como los tres se enzarzan en un revoltijo de gritos histéricos de la auxiliar, chillidos demenciales con cara de todo de Diego en los que afirma que la coca se la compra a su madre, carcajadas histriónicas de Bardém, revistas volando impresas con la cara de la Preysler retocada hasta la demencia, un paciente que asustado se gira despavorido huyendo de la gresca para llevarse por delante un ficus de tamaño considerable, toda la escena regada por el hilo musical que escupe en ese momento el sonido de un saxofón insoportablemente delicado, en ese momento, digo, aparece el dentista, con manchas de sangre en el blanco uniforme y grita:

-¡¿De quién es el guindo azul aparcado en la puerta?!

A lo que Diego Maradona responde circunspecto:

- A mí que reconcha me cuentas, de la concha de tu madre, viste.

Bemba
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 13:30:01 pm
SALVOCONDUCTO

Pedro decidió plantarse. Literal. Tras tentativas frustradas de sus familiares por convencerle de que saliera del huerto, decidieron regarle y abonarle casi a diario. No estaban dispuestos a que muriera. Lo veían tan feliz, y era una felicidad tan contagiosa y luminosa, que pasaron generaciones y generaciones y Pedro seguía allí, arraigado a su plenitud.

[…]

Fue estudiado por la ciencia hasta la desesperación, pero ningún dato resultaba fiable y objeto de ciencia alguna. Perdía centímetros supuestamente enterrados y ganaba otros tantos o más en su lucha por alcanzar la elevación. Producto de esa metamorfosis, Dr. Ferrer propuso su tesis que presentó con ciertas dudas ante un auditorio expectante: "Señorías, el caso Pláctom está convirtiendo este mundo en algo muy complejo, lejos de cualquier adaptación conocida". Tiempo después, la comunidad científica decidió no regarlo más ante la posibilidad de que pudiera ser algo hostil para la especie.

[…]

Corría el año 179 d.P. Las extremidades inferiores de Pedro se las había tragado las entrañas de lo allá abajo, pero su carrera olímpica hacia los cielos había sido vertiginosa. Ahora su tronco era muy alargado y flexible y su felicidad archiconocida denotaba también un crecimiento sano. Pero un día, durante el ocaso, un dedo se desprendió de su mano y cayó a la tierra húmeda. Ese día aclaró algunas dudas.

[…]

Siglos después, la mujer de Pedro, fallecida en la era cristiana dos años después de su  plante, brotó de la tierra, al lado de un Pedro tan largo como inalcanzable. Seguía faltando el dedo anular de su mano derecha.

[…]

El día de su cumpleaños, el niño Pablo decidió plantarse junto a la pareja feliz, pero nada surgió efecto. Con grandes dosis de rabieta infantil, preguntó:

   - “¿Eres Pedro? ¿Por qué tienes un ojo más pequeño que otro?”

   - “No tengo un ojo más pequeño, tengo uno más grande. Por eso, siempre he    visto la luz que emana de la madre tierra. Vuelve a casa, muchacho, tu madre te    estará esperando con su regalo. Te sorprenderá”

Cándido Cantinela
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 16:09:28 pm
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THE BOXER

Aquella lóbrega taberna había sido descrita en multitud de ocasiones por novelistas dublineses. La turgencia del mugre era el elemento predominante, eso junto a una serie de personajes apátridas y desheredados de cualquier fortuna terráquea; ex convictos, prostitutas, tísicos, marineros alcohólicos que habían sido piratas cuando eran jóvenes, jugadores profesionales de naipes, eran la concurrencia habitual de aquel tugurio flanqueado por el principal puerto de Irlanda. Aquella fauna urbana era la herencia de la enfermedad de la patata que había producido hambre, miserias y mucha inmigración hacia la tierra nueva descubierta por los españoles. Colgado en un pared estaba el único signo de alfabetización de aquel lugar, aunque todo hay que decirlo, se había quedado en un intento muy loable, pues aquel letrero insultaba las reglas gramaticales. Iba dirigido a unos enemigos irreconciliables; los italianos: “Prohibida la entrada a perros e italianos”. Rezaba aquel axioma una vez que era corregido y traducido.
La única nota de cordura la ponía un hombre pelirrojo, de ojos azules, mediana estatura, nariz chata y cicatrices por todo el rostro que siempre portaba un gabán desgastado de cuero y una gorra visera calada hasta las cejas. Aunque tenía un aspecto rudo  y tosco, y a primera vista encajaba perfectamente en aquel ambiente, esto dejaba de ser así, cuando sentado en una mesa comenzaba a relatar historias, las cuales le servían para ganarse la vida, pues al terminar los miembros del corrillo que se formaba a su alrededor le obsequiaban con peniques y chelines, que le servían para regar su seco gaznate con cerveza después de que la historia contada le hubiera dejado muy sedienta la garganta.
 Las historias que relataba aquel hombre servían para resucitar los sentimientos y el alma de aquellos seres que por muchos momentos parecían no tener alma. Su nombre  era una incógnita, aunque los parroquianos de la taberna más sucia de la isla decidieron apodarle el poeta.
En un atardecer de invierno, cuando el poeta estaba describiendo como uno de los grandes una desigual batalla entre españoles e ingleses, uno de los hombres más borrachos que había en el bar se acerco al grupo y se dirigió al narrador:
-   Yo te conozco. Yo estuve aquel día en el combate del siglo. Tu fuiste un cobarde que te dejaste vencer por aquel italiano. Tus puños eran de acero, pero aquel día parecías una niña a manos de aquel hijo de ****.
Aquel tipo, había hecho dos cosas casi imperdonables, interrumpir por un lado al poeta, y, por otro, y más grave nombrar la palabra prohibida y encima para bien: Italia y todo lo relacionado con aquella tierra.
-   ¡Malditos espaguetis, y maldito el irlandés que osa alabar a uno de esos mal nacidos!- Dijo Molly la camarera mientras arrastraba sus largas faldas por el suelo, a la vez que enseñaba un escote prominente y portaba una bandeja llena de jarras de cerveza.
La concurrencia se abalanzó sobre el hombre que de alguna manera se había metido con todos los presentes, pero aquel hombre misterioso se colocó delante de aquel borracho para defenderlo:
-   Este hombre tiene razón. Uno siempre es vencido por su pasado. Tarde o temprano el pasado siempre aflora, y nunca aciertas a convivir con él.
En otro tiempo fui campeón de los pesos medios de boxeo. No me preguntéis por la fecha, pues el que conoce las fechas con exactitud, es un perfecto conocedor de la desgracia y la desdicha. La tarde de la que habla aquel hombre marcó mi vida, y la de todos los irlandeses allí presentes. Los dos púgiles éramos los exponentes de las dos naciones. Aquella pelea se había convertido en una cuestión de estado. Lo que vino a continuación ya lo sabéis, el miedo y el pánico se apoderaron de mí, y aquel siciliano no paro de golpearme desde el primer asalto hasta el último. Tan sólo logre mantenerme en pie para prolongar la derrota aunque esta fuera más dolorosa. Aquel día salí tapado con la bandera de esta patria a aquel improvisado ring. Cuando concluyo la pelea quise hacer lo mismo. Pero mis compatriotas se avergonzaban de mí:”Has deshonrado a nuestra patria, a nuestra bandera”. – Me dijo mi coach.
-   Te equivocas amigo. Acerté a pronunciar. El verde de nuestra bandera representa a la comunidad católica, el color naranja a los protestantes, y el blanco, ¿sabes a quién representa el blanco?
El trainer se encogió de hombros. El color blanco representa a la paz. La paz que tiene que existir entre católicos y protestantes. La paz que todo bien nacido tiene que enarbolar como bandera. La bandera a la cual voy a representar desde este día.

JACK SPARROW
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 20:39:24 pm
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LA ESPERA

Había llegado a la orilla con puntualidad. Ni un minuto pasada la hora en que habían quedado en verse la misma tarde bien entrada, que ya era. De su parte y seriedad no podría esperase menos. Una vez allí, pocos minutos le sobraban para acicalar lo que no había, no obstante lo hizo. El tiempo le cundió, además de para eso, para pensar sólo un poco en el trabajo para, inmediatamente, hacerlo sobre cómo había sucedido, tan ideal…
Única e inicialmente se proponía llegar a aquel encuentro con el que llevaba soñando tantos años y lo había conseguido, así que además de la alegría por la cita soñada, acomodarse el pelo que, impertinente, caía sobre los párpados y, definitivamente, mostrar más lozanía que la de ese mediodía en el que se habían conocido, unas horas antes, apenas cuatro que le significaban una eternidad. A partir de conocerse, y únicamente para darse la importancia que no tenía, le dijo haber quedado con unos amigos para comer en cualquiera de las terrazas de la playa colindante (mentira), antes de prometerle que se volverían a reencontrar a las seis, justo antes del atardecer. El cambio horario que impone el invierno era inminente y por ello comenzaba a oscurecer antes. Querían aprovechar la bucólica puesta de sol, eso sí era verdad. 
Sería el destino de su vida. Quería pensar que lo era. Tanta ilusión le sobraba que suponía que la persona que había conocido dos metros más allá de donde ahora estaba esperaba, podría convertirse en concluyente para sus ganas de emparejarse. Con soñar nada se pierde, soñar no cuesta nada o algo por el estilo -pero en alemán- pensó.
¿Y si llegó y se cansó de esperarme…? No puedo ser. Es de Italia…no puedo esperar más –dijo con más cansancio que con furia. Tampoco lo quería, su paciencia tenía un límite y sus principios le impedían extender más de los 15 minutos de cortesía. Ya había transcurrido más de una hora desde las seis de la tarde que fijaron para encontrarse delante de la quinta sombrilla de la primera fila del tercer bar de aquella playa, una más de las tantas paradisíacas que inundan el Golfo de Salerno, por más que la vista fuera inmejorable y le deleitaba pensar en planes futuros. Lo primero que se planteaba era lo obvio: aprender italiano. Optimista. Porque, a pesar de que llevaba casi un año viviendo en Barcelona, no había conseguido aprender a hablar ni siquiera correcto español; con decir que ni tan solo lo entendía medianamente, (y eso que dicen que el pasivo es más fácil en estos casos). En su caso estaba segura la pérdida de la paciencia cuando se le intentaba transmitir la frase más básica. En cuanto al trabajo, previamente tendría que a su jefe solicitar su traslado hasta allí, labor también costosa en términos de constancia, porque no era la primera vez que realizaba la solicitud, pero, pensaba que con volver a intentarlo nada perdía.
Finalmente hizo lo que no acostumbraba a hacer. Sus citas siempre llegaban con su misma puntualidad, quizás porque les eran culturalmente similares y no faltaban deseos de aparentar quedar bien, más que las ganas de hacerse esperar a propósito, como es costumbre sureña, pensó aunque poco más que esa actitud grosera conocía. Era la primera vez que lograba un encuentro de este tipo con alguien del mundo latino pero ¡Basta!, exclamó en tan alta voz  que la familia que estaba a su lado expulsó una risa ridícula que estalló contra su ira. No tenía paciencia ni ganas de continuar esperando. Por mucho que le gustase… más atentaba en su contra lo impuntual que era. No quería comenzar malcriando ni tanto como valer la pena seguir esperando, pensaba. Su sensibilidad había sido tocada y tras una hora pasada, pensaba que no compensaba como para dejarse perder en ensoñaciones. Decidió hacer lo que pensó debió haber hecho hacía mucho más tiempo antes: su localización directamente y, en un tono que se saltaba toda la educación de la que presumía, pedirle cuentas de la demora.
Ello se resumía en una  llamada al teléfono que esa mañana le había dado para que le comunicara una posible ausencia a la cita. Cada parte aseguró que de la suya no vendría la negligencia, en todo caso previeron al prometerse mutuamente que en caso de que alguno de los dos no pudiera llegar a tiempo, se avisarían con la seriedad que le sobraba a quien ahora esperaba. Fue valiente. No tenía dudas de que eso era lo que debía hacer. Aterrizó en la lista de nombres. Vio el suyo de primero. Lo era, no conocía otro nombre o persona que no fuese y no dudaba que escuchó que así le dijo llamarse; suponer lo contrario era desconfiar demasiado en su buena voluntad (ahora no sabía si en realidad tanto lo era). Pero las dudas no dejaban de asaltarle una contra la otra. ¿Para qué iba a mentirle? También podría hacerlo, ¿por qué no? Pero fingió no percatarse de que el nombre era el primero, para dar más tiempo y oportunidades al evidente desplante. La inicial del nombre obligaba que en la lista apareciese el número como el primero, no obstante despreció la opción de marcarlo inmediatamente. La furia que llevaba acumulada le impedía desatarse y prefirió llamar a la cordura y continuar rumbo navegando a través de la lista,  para ver si con eso se calmaba. Corrió la pantalla con el dedo hasta el hasta terminar la lista de la aes, deteniéndose casi cuando llegaba a la c, entonces volvió atrás y empezó nuevamente.
Marcó y llamó. El teléfono comenzaba a sonar en la otra orilla. Al menos no lo tiene desconectado, pensó optimista. Cógelo, cógelo, ya van dos tonos, tres, me va a saltar el contestador y esta llamada me sale por bastante porque no tengo tarifa, en esos momentos se dijo como si en su caso aquella banalidad fuera lo realmente importante. Tras el cuarto tono una voz femenina: ¿Pronto?, le contestó. Con temor tembloroso dio un golpe hacia atrás que casi le hace caer sobre la arena nuevamente. Para llamar se había puesto de pie porque la situación lo requería y no quería causar las mismas risas de la familia que ahora estaba expectante del resultado de su espera, disfrutando constantemente con sus continuos cambios de humor y desaliento. No tenían en qué entretenerse. El sol se había ocultado hacía unos pocos minutos y, para sus pesares inversos y comunes, la tarde en la playa terminaba, dejando paso a la previsible oscuridad que, en todos los sentidos, traería una noche solitaria en el interior de una de las partes por aquellos lares y fingidamente complaciente para la otra. Sólo rondaba por las cabezas de estas últimas, volver a territorio tirolés de donde para entretener la inacabable espera, dedujo el acento. Para la pareja, la madre de uno de ellos y sus dos hijos, todo era buen entretenimiento con tal de obviar el repugnante mal tiempo que había arribado a los alrededores de su casa, rodeada por montañas sobre las que ya caían los primero copos que, con más resignación que anhelo el resto de sus coterráneos reivindicaba de inmediato. La lluvia congelada y blanca duraría hasta pasado abril del año siguiente, consideración que los alejaba del romanticismo del resto de los austriacos que decían desear verla. Tendrían tiempo suficiente para desear ver u odiar la nieve, así que preferían continuar aprovechándose de las delicias que, además del buen tiempo, les regalaba la espléndida Costa amalfitana.
Desconociendo el origen común y tras entretenerse en la escucha mutua, la visión de sucesos, expectantes ambas partes en qué sucedería con el destino de la inversa, cada cual se resignó a tomar posesiones definitivas. La familia del Tirol comenzó  a recoger sus bártulos para marcharse a la habitación del hotel, por lo que, comprendiendo que eso le llevaría más tiempo que el que él tuviera las ganas de esperar, decidió repetir la llamada. Con valor. Los tiroleses tardaron más de lo que estrictamente les marcaba la agilidad de sus idiosincrasias al percatarse que volvía a apretar el teléfono entre sus garras, lo miró para luego marcar el número. Desearon conocer el desenlace de lo que disfrutaban hacía más de dos horas, a su lado, sin dejar de mirar hacia un lado y hacia el otro, tiempo en el que no había hecho más que una interesante llamada telefónica y circulitos nerviosos sobre el espacio de arena que formaba con sus piernas colocadas en ángulo agudo. Finalmente, como buscando un cómplice a su fechoría, volvió a marcar el teclado. Esta vez era decisivo. Ahora sí llamaría sin importarle que no fuera la voz esperada quien descolgara del otro lado, temiendo que fuera un desliz amatorio pero inoportuno de quien esperaba, que sería capaz de perdonar en pos de lograr una cita nocturna. Incluso eso era capaz de permitir con tal de que el desenlace fuera feliz. Llamó y esta vez se encontraba incluso en disposición de habla con quien respondiese al otro lado, o que le sucediese lo mejor que pudiera pasar, que nadie le respondiese y dejarle un mensaje en el contestador, que no sería insultante ni mucho menos, como mucho le pediría cuentas, creyéndose con derecho a ello.
En comparación con lo que había esperado, casi llegaba a la media hora desde la última llamada a esta, así que tengo derecho a volver a llamar, dijo en tono que alcanzó a escuchar la familia, siempre creí tenerlo, pensó.   
Al cuarto tono volvió a descolgarlo la misma voz que la primera vez: ¿Sí?, preguntó.
Buenas. ¡Ay!, perdón, m parece que me he equivocado –comedido contestó.
Sí….-respondió la otra parte, tras tragar en seco, que no era la por él esperada-. ¿Quién es?
Perdone la molestia… No sé…, creo que me he equivocado. Discúlpeme.
No, tranquilo, no estás equivocado…
La respuesta lo perturbó aún más.
¿Está? Es que… si molesto dígale que me llame más tarde, que recuerde que quedamos este mediodía en vernos a las seis en la playa y ya son pasadas las siete y no ha llegado…si no va a venir que me lo diga, por favor, que se está haciendo de noche y…para no seguir esperando, podría decirle yo personalmente si no es mucha molestia…
En medio de su tono nervioso, hasta que terminó de hablar no se percató que la otra parte lo escuchaba sollozando, pero a medida que silenciaba su monólogo, sí que le iba descubriendo un tono de madurez.
¿Estuvieron juntos esta tarde? ¿Tenían ustedes amistad?
No, si, bueno nos dejamos de ver al medio día y nos pasamos lo números de teléfono para llamarnos por si pasaba algo, por eso. No nos conocíamos de antes, nos conocimos esta tarde –respondió.
La respuesta a su suposición anterior lo alejó de las dudas: yo soy…, soy su madre -le dijo-, y su cuerpo me lo acaban de traer. Lo estamos velando en la casa. No pudieron hacer nada. –dijo la mujer antes de romper en sollozos que se convirtió en el grito ensordecedor de una costosa plañidera.
¿Cómo? –preguntó más confundido de lo que le pareció estarlo la mujer-. ¿Pero cómo dice que se lo llevaron? No entiendo…
Se ahogó en la playa a las seis menos cinco de la tarde –dijo, pareciendo estar más serena-. Pero ya me trajeron el cadáver después de que le hicieran la autopsia, antes tuve que hacer el reconocimiento que doloroso momento… Y monstruoso. Pero todo fue muy rápido. Ahora ya está aquí. Parece como si durmiese. Estará eternamente a mi lado. Me gustaría que te pasases, ¿sabes donde vivimos?…-preguntó de nuevo envuelta entre gimoteos.
No puede ser. ¿Cómo es eso? –preguntó él, perplejo y tembloroso, aunque su tono pareciera incólume- ¿Usted está enfrente de la playa, no? –preguntó.
Lo siento, pero es que no puedo seguir hablando…–respondió la madre que no pareció o no quiso escuchar la pregunta. Luego colgó. El insensible y ensordecedor tono que impuso el teléfono al escindirse unilateralmente la comunicación, fue interceptado por el grito apabullante que no pudo contener, alimentado por el que, telepáticamente lanzó la madre al lado opuesto.

El perro verde
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 20:45:26 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_h0igcQi_vdI/S6T0X2Bb6HI/AAAAAAAAAOw/l7CootITDyk/s320/mujer%2Bllorando.jpg)

LA JOVEN

Como sucede a todas las personas, había nacido virgen y sin lugar a duda con una inocencia que llevó pegada a su historia el tiempo que duró su fragilidad, sorprendida de que todo cuanto giraba a su alrededor lo hiciera flotando sin nada que le impidiese saborear los momentos, las caricias y las palabras amables que le prodigaban las personas que se cruzaban con ella, con el orgullo de su madre por tener una hermosa niña con el pelo color miel y la piel clara y fina, como sin duda era Natali.

 Su primer desengaño si puede llamarse asi, lo tuvo a los tres años cuando Pablito, el compañero de guardería no le prestó el juguete y tuvo que arrebatárselo a la fuerza, allí conoció el enfado de la mujer que le ordenó devolverlo a su propietario y a la que obedeció mientras el niño con aire de superioridad sonreía sin tener en cuenta la aflicción de su compañera.

 A los siete años tuvo su segundo amor  cuando conoció al niño que jugaba muy bien al futbol, pero no fue tan duro porque realmente si se había fijado en él era porque todas las demás compañeras lo hacían, por lo que el que no le hiciera caso no le llegó a preocupar mucho.
 
Sin embargo, su primer beso en la adolescencia hizo que se enamorase perdidamente del chaval unos años mayor que ella y que conseguiría que modificase su comportamiento, desde la ropa que utilizaba hasta su forma de andar pasando por un aire de superioridad manifiesto ante sus amigas al ser la única que paseaba cogida del brazo de una persona del sexo opuesto.
 
Son los recuerdos que le machacan continuamente y mas en los momentos como ahora, que ha tenido que saltar de la cama y abrir de par en par la ventana que da a la calle para tomar una bocanada de aire con el fin de atenuar la angustia que le oprime despertándole de su sueño ligero y poco reparador.
 
El principal temor que mantenía en la juventud –recuerda- era el miedo al envejecimiento y lo expresaba no aguantando nada que no fuese lo que ella deseaba.
 
Perdió la virginidad por las prisas en hacerse mujer en el asiento trasero del coche y al contrario de lo que le comentaban, no fue dulce, el dolor se incrementó al ver unas gotas de sangre y el temor a un embarazo le acompañó hasta que la naturaleza le demostró lo contrario.
 
Hizo el amor varias veces, con distintos hombres y se sintió realizada como mujer, vivió libremente sintiéndose amada por sus padres y envidiada por algunas compañeras y amigas.
 
Se le acabaron las clases, pasó a la universidad y apenas comenzó sus estudios en la misma para darle paso a una angustia que no puede evitar cuando un día, aquél atardecer entró en su casa y en la bañera encontró el cuerpo de su madre cubierto con la sangre que había salido de sus muñecas cortadas previamente.

Mr. Fatiga
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 21:19:09 pm
(http://img208.imageshack.us/img208/7226/148musicaceletialxp2.jpg)

MÚSICA CELESTIAL

Mis padres se conocieron al son de una dulzaina y un tamboril festejando a la patrona. Militar mi padre y corista (del coro de la iglesia parroquial) mi madre, hoy puedo asegurar que si el amor no es ciego si ha de ser algo astígmata, porque sus disparidades en el modo de enfocar la vida, no pudieron ser más manifiestas con el paso de los años. Se desposaron cuando ella tenía a la sazón veintiún tiernos años y un nulo conocimiento del mundo, allende los límites del concejo. El tenía ya treinta primaveras. Para dar empaque a la ceremonia, la banda castrense ejecutó con maestría dos piezas de su repertorio y el orfeón obsequió a los asistentes al enlace  con un Ave María y un Aleluya. Se trasladaron a la capital, y poco antes de su primer aniversario colmé de felicidad sus vidas. Si los niños suelen traer, según el refranero popular, un pan debajo del brazo, yo traía bajo el brazo derecho la toga de abogado que mi padre había decidido, que en caso de ser varón iba a vestir, y escondida detrás del izquierdo, una maraca para acompañar boleros.
 Mi madre siempre atenta y vigilante, descubrió enseguida mis inclinaciones artísticas, pero dado que mi progenitor ya había decidió sobre mi futuro y en él no había espacio para veleidades creativas, creyó más prudente no hacer públicas mis tendencias.
 Por eso, cuando se ausentaba del hogar familiar por causa de sus responsabilidades militares, yo podía dar rienda suelta a mis pasiones y al amparo de mi madre y guiado por su altísimo sentido musical, practicar tanto el bel canto, para el que -siempre según el director de la escolanía en la que sin levantar sospechas participaba-estaba dotado, como el baile, para el que yo mismo me sentía predestinado.
El nacimiento de mi hermana pequeña distrajo parte de la atención que mi madre me dispensaba por razones obvias, por eso decidí que lo más acertado sería buscar por la ciudad algún posible mentor dispuesto a ayudarme en el perfeccionamiento de mis, por entonces, limitados conocimientos. Francamente, fue sólo gracias a mi pétrea decisión, soterrada aún, de convertirme en músico, que soportase la agotadora e ingente tarea de rastrear los posibles candidatos. Entre pañal y biberón, comentaba con mi madre mis indagaciones, y ella, solícita como siempre, me aconsejaba guiada por aquel instinto maternal de guarda y protección de su prole, y para hacerme feliz, buscaba en el dial de la radio que presidía el aparador del salón alguna emisora difundiendo los éxitos musicales del momento, y cantando con aquella prodigiosa voz clara y resonante me cogía entre sus brazos y recargaba mi espíritu con su optimismo vital. Terminábamos nuestro dueto cuando los lloriqueos de la recién llegada atraían de nuevo la atención de mi madre.
 Encontré una academia para músicos principiantes cerca de la estación de tren, a distancia nada despreciable para recorrer a pie desde mi domicilio. Atraído por la posibilidad de aprender a tocar el acordeón, que era en único instrumento con plazas disponibles, soporté los desplazamientos estoicamente bajo el frío helador de los meses de invierno, y la canícula más agobiante de los de verano. Mi sufrimiento había obtenido la justa recompensa y si aún no era un virtuoso, bien podía decirse que me defendía con extrema soltura.
Pero el paso del tiempo me había convertido en un púber listo para cerrar ese capítulo de mi vida y empezar otro. No he podido olvidar aquel momento en que mi padre se presentó en el lugar de trabajo de la coral estudiantil, cuando estábamos ensayando con la botella, el pandero, el almirez y las castañuelas, los villancicos que tres meses más tarde formarían parte del repertorio que haría el deleite de toda la ciudad. Se hizo un silencio sepulcral, el autor de mis días infundía  temor y respeto. Con sus buenas costumbres a flor de piel, habló algo con el director del coro y acto seguido el apabullado don Venancio, me concedió la dispensa para salir de la sala, le caían los gotitas de sudor apenas perceptibles por los demás, pero no para mí que sabía de los efectos que la presencia de mi padre causaba en los demás. Cortésmente le di la mano, y él apostilló un hasta siempre que dejó claro el contenido de los susurros de mi ascendiente. En fin, como el  buen hijo que por entonces era, supedité mis deseos a los suyos y salí de allí absolutamente cabizbajo y contrito, aunque mi cerebro decidió recuperar los últimos compases de lo que estábamos cantando y sin que nadie lo percibiese, continué disfrutando de mi ensayo.
Los nimbos que se cernían sobre el domicilio familiar amenazaban con descargar una violenta tormenta, pero nunca hasta el punto de anegar por completo aquel matrimonio. Mi madre se armó de valor y después de meter en la maleta sus pertenencias más intimas, entre las que incluyó la radio, salió de la casa. Nos lanzó un beso al aire a mi hermana Adelita y a mí y desapreció. Él, atónito por lo sucedido, anunció tan sentencioso como siempre que aquel heteróclito comportamiento era lo menos que podía esperar de alguien tan poseído por la depravación artística. Yo fui matriculado como no podía ser menos en la Facultad de Derecho, y mi hermana pasó al internado para señoritas más cercano a nuestra residencia. Aquel gris sempiterno sobre mi cabeza solo dejaba pasar la luz del sol cuando me dedicaba a satisfacer los impulsos de mi corazón, además del acordeón tañía la bandurria, la guitarra, el laúd y gracias a un compañero de ‘La tuna’ había recuperado una cítara y comenzaba mi aproximación a aquel instrumento polifónico con el mayor de mis deleites.  A los ojos del general, denominación utilizada para referirme a mi padre desde el día en que le fue comunicado el ascenso, todo seguía según el plan trazado, mis notas en la carrera eran inmejorables, gracias a mi capacidad de retentiva y a la coincidencia en el disfrute de mi tiempo de ocio con el rector, hombre apasionado de la música  y la danza con el que congenié desde el primer momento en que nos conocimos en un seminario sobre ‘el arte de Talía’ y quien conocedor de mis problemas con él, se convirtió en mi protector y mecenas.
‘Cum Laude’, mis calificaciones sé que fueron motivo de orgullo paterno dentro de su círculo. Yo sé que mi madre se habría sentido feliz con mis notables avances dentro del mundo musical, ya que un día hojeando un periódico francés que alguien había olvidado en la biblioteca, vi su foto sobre un texto en el que se explicaba el meteórico ascenso de la Chanteuse d’opera Mme.Revuelta. Bien por ella, lancé un brindis a aire.
Me encontró trabajo muy pronto en el gabinete de abogados de un buen amigo suyo. El rancio y estirado ambiente vio mis primeros pasos como letrado, circunspectos y titubeantes, nadie ejerció presión sobre mí, pero no llegué a encajar al cien por cien. Me destinaron a pleitos de poca monta, y poco a poco fui sacando provecho de mi situación, leer tantas jurisprudencias, indagar entre tanta documentación procesal me hizo conocedor de los entresijos de muchos negocios. Tomé toda la información posible y creé un estricto archivo de posibles benefactores que a cambio de mi silencio, estuvieran dispuestos a realizar algún que otro favor, conculcaría con ello mis obligaciones para con la ley, pero sería en pro de alcanzar mi sueño: dedicarme en cuerpo y alma a la música.
Así que un buen día hice acopio de todos esos privilegios adquiridos a fuerza de sobornos y abandoné ya no sólo el terruño, sino el país en dirección al sol de Cuba y allí me instalé. Al general le llegaron las noticias de mi partida hacia un lugar incierto, cuando yo ya disfrutaba del sabroso ritmo caribeño. Para él, tamaño dislate merecía un castigo ejemplar, juró vengar su  blasonado abolengo eliminándome del árbol genealógico. Y todo eso antes de saber que yo empezaba a tener mis dudas sobre mis inclinaciones sentimentales. Empezaba a sentirme bien conmigo mismo, a experimentar ese cosquilleo refrescante que me recorría de arriba abajo cada vez que escuchaba una habanera, o cada vez que improvisaba al contrabajo en aquel conjunto de jazz dónde fui aceptado sólo por mi apasionamiento. Entre pentagramas, claves de sol, semifusas y tresillos empecé a escribir la historia de mi vida mientras componía a borbotones partituras, que liberaban tanta fuerza para los demás como paz para mí mismo.
Aquella noche en “El Tropicana” estaba preparado para dar el paso y debutar con la banda. Todo parecía sonreírme hasta que vi un destello dorado en la sonrisa de uno de los clientes que sentado en la barra, charlaba amistosamente con el barman, ese fulgor yo le había visto antes. Cuando clavó su mirada en la mía, sentí la punzada dentro de mi corazón. Se abalanzó hacia mí blandiendo su arma, hubo un gran revuelo, gritos de mujer, ruido de vasos rotos en mil pedazos…apenas recuerdo nada, alguien me empujó y  entre el tumulto, perdí el equilibrio. A partir de ahí no recuerdo nada. Cuando abrí los ojos y le vi allí, inerte y víctima de su propia bala me conmoví. Sólo espero que mi padre aprenda a valorar ahora la música celestial, que sin duda debe acompañarle desde que  su alma haya sido acogida en el reino de los cielos.

Quien tú quieras
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 11, 2011, 23:00:48 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_1qCv1fwoHmM/RefaSPX7ajI/AAAAAAAADZE/GjMOPIpyXgU/s400/2.jpg)

LA PAREJA DEL ZOOLÓGICO 
             

Los dos contemplaban ensimismados las aves de la gran pajarera del zoológico cuando, de repente, sus miradas se encontraron a través de plumajes y aleteos. Aquellas aves cautivas parece que les desvelaron el rumbo de sus vidas. Desde ese momento supieron que no volverían a separarse.
 
Cuando salieron del recinto habían vivido el asombro, la timidez, la zozobra, la inseguridad y hasta el espanto. Pero, a propuesta de él,  no cayeron en la vulgaridad de contarse sus vidas. Su encuentro tenía algo de mágico, tenían que conservar el misterio. Sería un juego. Habría pistas, indicios, pero nada más.  Crearían entre ellos un fuerte vínculo sin  compromisos. Nada de direcciones, ni números de teléfono. Serían impedimentos que pondrían a prueba su amor de cada día. Y, por supuesto, respetarían los mutismos, las ausencias, la falta de explicaciones. Únicamente quedaría fijo en su memoria el lugar de sus citas diarias: la pajarera del zoológico.

Y dedicaron el tiempo a conocer la ciudad. No quedó rincón por descubrir, aunque, claro está,  sin fotografías. Frecuentaron selectos restaurantes, lujosos hoteles, exposiciones, museos y maravillosas puestas de sol en el puerto.

 El la confesó que  andaba perdido en conjeturas, sin dar con la razón por la que se encontraba ligado tan desesperadamente a ella. Era verdad que habían desechado las asperezas y las disonancias desde el principio, de acuerdo, pero esto no parecía suficiente como para haber creado ese lazo afectivo tan profundo. Por toda respuesta ella  dijo que, por su parte, tenía ya gastadas todas las interrogaciones, pero que su  situación era perfectamente tolerable. Y se limitó a presentir la noche, llena de luna y estrellas. Una forma de admitir todo o no querer saber nada.

 El único contacto con la realidad eran las extrañas llamadas telefónicas que él efectuaba desde cabinas telefónicas. Jamás, de acuerdo con el pacto, ella se atrevió a preguntarle, ni siquiera a insinuarle, nada que supusiera querer saber de su vida. Se limitaba a esperar de pié, a unos metros de distancia.  Aprovechaba la ocasión para embelesarse con su buena figura, sus elegantes trajes, su porte de hombre de mundo… Y entonces es cuando exclamaba hacia su interior “¡Es maravilloso, tengo un amante!”

 A los seis meses, aquella relación volátil presentaba síntomas de haber empezado a agotarse, según manifestó él. Y la propuso cambiar de ciudad. Ella vislumbró una continuidad de su maravillosa aventura. Aceptó al instante y bautizó el proyecto como “viaje a la felicidad”.
Cuando ella preguntó “¿adónde vamos?”, él puso cara de desagrado.
–Ya he olvidado el lugar que me dijiste. A veces me pasa… luego, todo vuelve a la normalidad. Si, ya sé que no debo hacer preguntas pero…
–No te lo he llegado a decir, pero es un lugar maravilloso. Y podría ser simplemente una escala. Lo tengo todo ultimado. Amor, mío, confía en mí. Es lo único que te pido. De todo esto ni una palabra a nadie ¿de acuerdo?

 Cada día sería como una gota de rocío: liviana,  delicada, maravillosa, pero renovándose con cada amanecer…Jugarían al juego de los azares, las coincidencias y los presagios. Y por eso no le importaron los signos de egoísmo o depravación que observara en el comportamiento de su “gran amor para toda la vida”, consciente de que estaba  uniendo su destino al de un perfecto desconocido, al que únicamente llamaban la atención los coches ostentosos y las joyerías.

   Quedaron citados en la estación de trenes para tres días después, a las 18,30 en el
andén número 2. El se ocuparía de todo.
   –Tienes que repetirme las instrucciones. No soy buena para la organización. Y la memoria… a veces…
   –No sigas. Tú eres buena para todo, lo supe desde el primer día que te vi. ¿Por qué crees que me enamoré tan perdidamente?  Déjame darte un beso, uno más, para volver a sellar nuestro mágico pacto. Se perdería el encanto si comentaras algo a tu familia, a tus abogados, a alguna amiga… no sé. ¡No me decepciones! Piensa en nosotros, nada más que en nosotros.
   –Esto es maravilloso. Dependo sólo de ti…
   –Yo también dependo de ti.
 
Repetía las palabras “tengo un amante, tengo un amante”  cuando atravesó el umbral de su casa. Transitó por calles conocidas. Inesperadamente se internó por otra, simplemente siguiendo la llamada del instinto. Leyó el nombre. No le evocó nada especial. Bordeó la tapia de una iglesia y desembocó en aquel gran edificio de ladrillo, una mole que la hizo detenerse a mirar. Era la estación de trenes. Atravesó la puerta principal y se vio en un gran vestíbulo lleno de gente.
Sumergida de lleno en una de sus repentinas lagunas de memoria, en una absoluta nebulosa, a duras penas recordaba que esa tarde debía acudir a la estación. No conseguía concretar el motivo. Un zumbido de ruidos y conversaciones la aturdió de tal manera que corrió a refugiarse en un rincón de la sala de espera.
 
El pánico se apoderó de su maltratada mente al darse cuenta de que no sabía lo que tenía que hacer. Un fuerte dolor de oídos la acabó aislando del mundo. Ocupó un  banco alejado, no quería estorbar ¿Por qué se había puesto ese vestido floreado?, ¿adónde iba?, ¿por qué llevaba ese maletín tan abultado? Miró dentro. Había ropa, un neceser, dos cajas de pastillas ¿Todo eso le pertenecía?, ¿es que quizás debería haber tomado esas pastillas? , ¿y esa gran cantidad de dinero en billetes? Miró hacia arriba como queriendo pedir explicaciones. Aquellas alegorías paganas pintadas en el techo retuvieron por un momento su atención,  pero nada significaron para ella. Su mente era una nube de vapor en la que nada podía quedar fijado.
Un hombre enfundado en un impecable  traje de alpaca gris perla y corbata roja, se palpó  la pistola que llevaba en  la sobaquera, hizo dos llamadas telefónicas y con el maletín fuertemente asido  recorrió por tercera vez el andén, preso de una gran agitación.     
 
Había trazado su plan con tanta exactitud que no aceptaba que el tren estuviera a punto de partir y ella no hubiese aparecido todavía. Aquel absurdo pacto de no intromisión le impedía apremiarla con una simple llamada. Desconocía el número telefónico.
 
Ovillada en un rincón de la sala de espera,  los codos apoyados en aquel maletín repleto de cosas ignoradas, la cabeza entre las manos, ella repetía : “Ya pasará, ya pasará, será como otras veces”. Miró hacia el andén y vio cómo dos hombres se identificaban y abordaban a un individuo con  traje gris de alpaca y corbata roja. Iban camino de la salida.  Vio desfilar por delante de ella a un hombre elegante, de buenas hechuras y un maletín exacto al suyo, pero no pudo relacionar el hecho con nada que la afectara. Si acaso, le pareció que los brazos de aquel hombre colgaban a lo largo del cuerpo con una pesadez de hierro, igual que los suyos en aquel momento.

Amapola
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 12, 2011, 16:07:59 pm
(http://2.bp.blogspot.com/_i9fVgkUqsvw/TUsZVg9S0tI/AAAAAAAAABY/2Fv_9vRVrgM/s1600/amor.jpg)


LLÁMAME TÚ

Desde que deduje que el nombre propio no sirve para mucho más que cualquier nombre común,  dejé de usar el mío.
Comencé a emplear el pronombre yo, aún a sabiendas que para el resto de las personas siempre seré tú o él y, en otras ocasiones condicionadas por las normas de uso social, seré usted.  Así que atiendo por tú o usted y me presento como yo.
Fui extendiendo esta forma de nomenclatura a todo lo que me rodeaba, con la convicción de que nuestra vida se simplifica enormemente una vez desechamos la propiedad de un nombre que, en el mejor de los casos, sólo lo usan millones de personas. Es igual que te llames Ana o Andrés, si no eres la única Ana o el exclusivo Andrés. Viene a ser lo mismo que ser ella o él. Yo. Tú. Nosotros. Vosotros. Ellos. Por eso renuncié a llamarme Ernesto, por no ser el único y porque no me diferencia en nada de cualquier otro Ernesto.
También puede ocurrir que dos personas con el mismo nombre sean totalmente dispares, o aún peor, que te hayan adjudicado un nombre que represente una bondad o una virtud de la que uno carece. Así puedes tener una eterna frustración llamándote Paz, Benigno o Remedios, sin que nada puedas hacer para respaldar esa decisión tomada a la hora tu nacimiento.
Evito los nombres propios y si he de usarlos, lo hago entendiendo que deben ser acertados o comuniquen alguna característica especial que diferencie a la persona o cosa. Así empecé renombrando a mis dos perros, los cuales tenían nombres tan comunes y vulgares como la gran mayoría de la población activa de perros, lo sé sin basarme en encuestas,  sólo de oído. Por eso decidí llamarlos Ven y Vete, y lo hice indistintamente, sin asignar la exclusividad del comando a ninguno de ellos.
Esto mismo lo apliqué con la asistenta, cansado ya de que, cada seis meses, pasaran personas distintas cuyos nombres me resultaba complicado pronunciar o memorizar. Ahora es mucho más sencillo, todas se llaman Noysí. Nombre que establecí  basándome en los monosílabos de sus respuestas.
Y los amigos o personas que vienen a casa, son Visitas, así es más fácil decir ha venido Visita, atiende a las Visitas, despide a las Visitas, que saberse una veintena de nombres que, insisto, no los van a diferenciar. Sí es cierto que, pueden convertirse en visitas adjetivadas, para que de esta forma yo pueda corresponder en el trato según su clasificación.  Para esto dispongo  de varios conjuntos de visitas, las hay agradables, incómodas, inesperadas, inoportunas o sorpresa.
Ampliando mis horizontes de desnombramiento propio, en una ocasión que repostaba gasolina en mi coche, me percaté de que ésta era de color verdoso. Al poco tiempo repetí la operación pero con  diferente vehículo, en este caso de gasóleo, el cuál pude comprobar que tenía un color amarillento. Por eso tengo un coche que va con verde y otro con amarillo.
Mis hijos opinan que esto no puede ser bueno y que me estoy volviendo raro.   Lo llevan mucho peor desde que les afecta a ellos. Siempre me ha ocurrido que al querer llamar a alguno,  empezaba pronunciando la primera sílaba de uno de ellos para luego intercalarla con la segunda sílaba de otro y finalmente terminar pronunciando el nombre del que quería. Esto  siempre producía un efecto ridículo en mi persona al exclamar algo así como ¡car..ju..beatriz!. Ahora uno es Espabilao, otro Empanao y la otra Borde. Es posible que deba cambiárselos según vayan creciendo, pero por el momento, son los más adecuados para ellos.
Con mi mujer fue mucho más difícil, de hecho ella sí ha evolucionado con el paso del tiempo en diferentes formas. Primero fue Belleza, luego, tras varios años de matrimonio, su apelativo más común fue Lejana y también Injusta, más tarde abandoné los anteriores nombres y la bauticé como Agotada.
Hubo periodos en que fue Enemiga, otros Aliada, Callada, Remanso, Guerra, Fiesta,  Espía y otros tantos que no podría enumerar en su totalidad. Incluso en el mismo día podía hacer uso de nombres diferentes.
Cuando pasaron las épocas peores empecé a llamarla Amiga.
Y ahora…, ahora hace tiempo que su nombre no ha cambiado, que mantiene siempre el mismo y que lo repito como un mantra.
Ahora se llama Oxígeno.

Raser
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 12, 2011, 19:06:09 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_MbQ4uRKr6Bk/SsuD2Km5-nI/AAAAAAAAAG4/hJzvXPX2ExY/s400/Abrigo-De-Piel,-frente_Claudio-Bravo_Grabado.jpg)

EL ABRIGO MARRÓN

Te vi entrar, enfundado en aquél abrigo de lana marrón que te acompañó cuando te graduaste. Siempre dijiste que te sentías importante con él puesto. Levantaste la mirada y me viste al fondo del local.  Todavía no entiendo por qué temblaba al ver tu figura acercarse a mí. Tal vez porque en mi fuero interno recordaba cómo cuando éramos más jóvenes, yo había soñado con que el dueño de aquella boca, que ahora me sonreía con tanta franqueza, me hubiera permitido besarla.
Recuerdo tu cara fría, helada. Recuerdo como un escalofrío recorrió mi espalda con el roce de tu mejilla al besarme. El silencio lo invadía todo y yo solo podía pensar en el gran secreto que me tenías que contar. Si por un momento hubiera conocido lo que sé ahora de ti, jamás hubiera quedado contigo en aquella cafetería de mala muerte. Hubiera huido de ti como si me persiguiera la propia muerte.
Pero te admiraba demasiado. Habías logrado todo lo que te propusiste y la posibilidad de volver a verte después de estos años hizo que corriera a tu encuentro.
Después de casi cinco años viviendo fuera del país te habías dignado a llamarme. Si bien es cierto que nunca mantuvimos relación alguna, más que la de la simple amistad, de forma ilegítima en mí interior despertabas algo. Y ahora estabas aquí, frente a mí. Sonriéndome y hablándome como si ayer mismo hubiéramos salido de la facultad.
El penetrante aroma que despedía la taza de café que tenía delante, no conseguía erradicar en mis fosas nasales la fragancia que había aprovechado a aspirar cuando te acercaste para saludarme. Mis sentidos estaban tan embargados por tu perfume que apenas si presté atención al principio de la conversación. Asentía de manera automática a cada razonamiento tuyo sin plantearme siquiera la posibilidad del equívoco en ellos. Andaba perdida en la inmensidad de las estrellas gemelas que brillaban en tu rostro. Y desaparecí.
Viajé a lugares donde podía navegar por tu piel a gusto. Fui capaz de llegar a sentir el tacto de tus manos trepando sobre la piel desnuda de mi espalda, y hasta pude llegar a sentir tu respiración sobre mi cuello. Ya no estaba allí, en aquella cafetería. Mi mundo era otro. El mío estaba contigo en aquel lugar de mi sicología que creí superada hacía tiempo. Pero allí estaba, perdida entre los vapores de mis propios acaloramientos. Solo hizo falta el roce de tu mejilla para hacerlo resurgir de su escondite y hacerme rememorar mis viejas fantasías de graduada.
Sin embargo aquellas fantasías habían madurado. Ya no deseaba que me quitaras la ropa en el vestidor de la tienda donde te compraste ese abrigo que llevabas puesto en el café varios años después. Como si supieras más de mi misma que yo. Pero me da igual. Ahora es otra ensoñación la que alimentará mis fantasías en las largas noches solitarias de mi vida. En ese momento estás tú, estoy yo, está la taza con el café en el suelo. Mi espalda contra la pringosa mesa donde tomábamos café hace un instante. Tu abrigo cubriéndonos de las miradas. Pero nadie nos mira. El bullicio del local continúa y nadie se percata de nuestra arrebato incontenido. Y me pierdo en la quimera de esta ensoñación sin apenas percatarme del exterior.
Te oí llamarme por mi nombre un par de veces. Descendí del mundo al que me había elevado tu olor, estrellándome de bruces con la cruel realidad: El café seguía encima de la mesa y no derramado por el suelo. Tú y yo, sentados frente a frente, no nos habíamos dado a complacer nuestros más bajos instintos primarios. Tú me mirabas curioso con aquellos trozos celestes y me sentí estúpida al darme cuenta de que llevaba media hora removiendo una taza de café que se había quedado helada.
- Irina, ¿te has enterado de algo de lo que te he dicho? – Creí escuchar. Y tu voz me arrastraba a regañadientes de mis ensoñaciones eróticas.
- Pues la verdad es que no mucho. Perdona, tengo la cabeza en otro sitio.
- Se nota. – Dijiste mientras señalabas mi café. - ¿Te pido otro?
- Creo que no. ¿Qué era eso que querías contarme?
Me contaste cosas sobre cierto descubrimiento en no sé qué sitio de Centroamérica. Hacía mucho que solo me dedicaba a la investigación de laboratorio y lo que me proponías más parecía un suicidio que una investigación de campo. Me explicaste tus planes y sus ideas. Desarrollaste ante mí tu exposición de manera clara y tus ojos no paraban de brillar en ningún momento. Igual que el día que compraste ese abrigo.
- Vale, ¿Pero por qué me lo cuentas? Sabes que soy rata de laboratorio.
- Tú me traes suerte, - Te miré atónita, ¿Qué te traía suerte? Ahora sí que sería yo la que te desnudaría y empujaría tu cuerpo sobre la mesa.- Solo he hecho otra cosa importante en mi vida aparte de esto y fue comprarme este abrigo para una reunión de la que dependería mi futuro. Tú me trajiste suerte al escoger el abrigo y quería que me dieras tu opinión sobre esto. – Echaste un vistazo a tu reloj. – Mejor  si cenamos, ¿no?
Me arrastraste por varias calles del centro cogiéndome del brazo. No parabas de contarme tus aventuras durante estos años en los que no nos habíamos visto. Tu voz resonaba en mi cerebro como en una bóveda vacía, y yo me dejaba transportar hacia las localizaciones que describías con tanta intensidad mientras mis pies intentaban seguir el ritmo de tus andares. Pero a pesar de tu desenvolvimiento en el arte del diálogo y la disertación se te olvidó contarme algo esencial. Algo que quizás hubiera cambiado mi forma de proceder contigo.
La noche caía sobre la urbe. La temperatura del aire bajó drásticamente. Comencé a sentir el frío colándose por los bajos de mi falda. Me apreté contra la manga de tu abrigo buscando algún resquicio de calor. Era curioso. Después de tantos años olía igual que el día que se compró. Noté como zafabas suavemente tu brazo del aprisionamiento al que le te tenían sometidos los míos, y cómo me rodeabas los hombros inmediatamente después con él, apretándome contra ti. Por un momento mi cuerpo volvió a temblar bajo tu abrazo al recorrerme un escalofrío la espalda. Sé que te diste cuenta en el momento que me frotaste el brazo intentando que entrara en calor.
- La verdad es que esta noche está haciendo más frio que de costumbre. Quizás sea mejor que cenemos en el restaurante del hotel. Me han dicho que no se come mal.
Ni siquiera respondí, inmersa en el calor de tu abrigo. Realmente todo me parecía bien mientras estuviera el mayor tiempo al resguardo de tu presencia. Quería aprovechar cada segundo y archivarlos en mi memoria, para después entretejer mis fantasías cuando volvieras a desaparecer de mi vida. Porque desaparecerás, eso es seguro. Te desvanecerás como siempre haces y solo me quedarán estas pequeñas perlas de tu esencia que acaparo con devoción en la profundidad de mi etérea inconsciencia.
Te seguí por las calles de la ciudad hasta alcanzar la fachada del hotel. De tu hotel. Desde el cual veo hoy como el sol empieza a dibujarse por encima de los edificios y me pregunto donde han quedado ya mis fantasías. Tal vez se encuentren en la calidez de esas sábanas que veo como medio cubren tu cuerpo exhausto, con la piel brillante y el cabello revuelto.
No puedo conciliar el sueño. Te observo desde este rincón de la habitación y siento la necesidad de volver a introducirme contigo entre las sabanas. De perderme de nuevo entre esos brazos que me levantan como si fuera una pluma. Sin embargo aquí me tienes, sentada en esta esquina. Notando como la piel de mis muslos está más suave, o quizás no. Quizás yo la siento así por la complacencia que invade mi cuerpo. Y a pesar de ello no cedo, no regresaré al calor de tu cuerpo. Se te olvidó contarme algo.
Me levanté y vi tu camisa en el suelo. Cielo, sigues siendo tan descuidado como siempre. Aún recuerdo como tenías la habitación del piso que compartíamos y los gritos de Juan, siempre maniático de la limpieza. Tú y yo nos reíamos. Pobre Juan, al final terminó transigiendo y ya no gritaba. Se dedicaba a cerrar la puerta de tu habitación cuando pasaba por delante y a mirarte con cara asesina, la cual terminaba transformando en una sonrisa de resignación. Recordé su cara y sentí lástima de todos los berrinches que se había cogido. En el fondo me puse a recoger la habitación por él, no por ti.
Sin querer la vi, sobre la silla sobre la que ahora me siento, junto a un montón de papeles de tu expedición. La imagen descubrió algo en mí que no pensé.
Es muy guapa, la verdad es que en el fondo la envidio. Su imagen impresa en la foto me miraba con aquellos ojos esmeraldas que serán eternos en mi memoria. El pelo recogido en una coleta y su rostro henchido por la dicha de un descubrimiento, se veían cubiertos de polvo. Allí, arrodillada en el suelo, sujetaba una estatuilla en aquellas pequeñas manos enguantadas.
Sentí envidia al ver la dedicatoria rubricada con un rotulador negro.  “El amor de mi vida”. Por un segundo deseé ser ella. Ser tu acompañante en esas aventuras incesantes que recorres por el mundo. Quise ser yo la que te mostrara aquella pieza arqueológica desde la imagen amarillenta de la fotografía. Hubiera sido tan feliz ocupando el lugar de aquella mujer.
Pero no me siento culpable, ni engañada porque no me lo contaras. Solo confusa. Confusa por el sentimiento y ternura con que me has hecho vivir esta noche. Descubriéndome lugares en mi anatomía que no creí tener. Pero también me fue revelado que el amor platónico que te profesaba no era tal. Había descubierto que solo quería poseer algo que de joven se me negó, o me negué. Seguramente lo segundo.
Quizás sí debería sentirme culpable, tan criminal como se puede sentir una actriz ignorante al descubrir la autenticidad del escenario en el que se desenvuelve su actuación. Ella me miraba desde la fotografía. Pero su mirada no era para mí, era para ti. La dulzura de su sonrisa era un regalo para tus ojos, no una condena para los míos. Por unos segundos el silencio se hizo más perturbador. Ya no oía tu respiración. No escuchaba nada y mi cabeza dio algunas vueltas incontrolables dentro de la noria de sensaciones que embargaban mi cuerpo. 
A sí que me marcho. Si, ahora. Antes de que despiertes. Como si solo hubiera sido un sueño. Acaso es posible que no pasara y todo quedara dentro de mi imaginación y de la tuya. Es posible que tu cuerpo no lo hubiera estado acariciando con estas manos y las tuyas no me hubieran sujetado con fuerza. Podrían haber sido un pequeño sueño todas las horas que pasé en tus brazos respirando el mismo aliento de tus pulmones.
Aún no sé si dejarte esta carta. Puede que no sea buena idea, pero no me resisto a ser una quimera en tus sueños. Yo no tengo una imagen que regalarte. Ni un ídolo precolombino que mostrarte cubierta de polvo. Sólo soy una rata de laboratorio. “Una rata que me trae suerte”. No puedo dejar de sonreír al repasar esta última frase tuya en mis recuerdos.
Resulta mucho más difícil de lo que pensaba poner fin a estas letras. Quizás por cierta imposibilidad psicológica al intentar desprenderme de ti, de alejarme atravesando la blanquecina puerta de esta habitación. Tampoco quiero quedarme para averiguar si mis recelos son ciertos, pero me cuesta terminar de escribirte. Poner punto y final a una carta que no quiere ser de despedida ni de rencor; solo del fin de un amor hermoso que he atesorado en mí desde que te marchaste después de comprarte aquel abrigo.
El orgullo me puede. Pero tú ya sabías que era orgullosa. Eres hermoso, pero no me has pertenecido nunca, más que en mis ensoñaciones solitarias.

Irina Weimar
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 12, 2011, 19:16:08 pm
Me tomo la libertad de publicar las palabras que nuestra amiga Charo Cervera a publicado en nuestro perfil de facebook:

(http://t2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRQ8hj2_ZF4ygWPbHLRoUwyT9TU4hraFLFDXd-Ry9NIAbp2D6K3Dg)


Montefrío tiene savia, tiene esencia...Sabor a añoranza, gente que vive en calma, gente que llena con su presencia. Tiene sabor a historia, a valores ya perdidos en otros pueblos donde lo antiguo ya no es experiencia. En Montefrío sigue siéndolo, lo antiguo es ciencia, su historia siempre está presente, sus mayores siempre nos enseñan.. Montefrío es la más grande.. Su cultura, la conservación de sus costumbres, el orgullo humilde de su existencia. No nací en Montefrío pero corre sangre por mis venas, no nací en Montefrío pero con todos vuestros respetos también me siento Montefrieña.


Que arte tienes Charo, ¡¡Un abrazo!!.


PD: El certamen continua siendo publicado en los principales medios de difusión literarios nacionales e internacionales.

http://www.escritores.org/index.php/recursos-para-escritores/concursos-literario/4344--iii-concurso-de-relatos-forum-montefrio

http://www.guiadeconcursos.com/concursosliterarios/?p=895

www.deconcursos.com (requiere registro)

http://clubdelrelato.com/login (requiere registro)

http://grou.ps/unionhispanoamericanadeescritores/talks/1964767

http://feeds.feedburner.com/cruzagramas_concursos_literarios

http://www.elmultiverso.com/
Se trata de un foro privado de gente aficionada a escribir relatos.

(http://img338.imageshack.us/img338/5756/forummontefrioenfaceboo.jpg)
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 13, 2011, 13:10:35 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_mnKFa0Di0aY/SNjLqHpMcVI/AAAAAAAAEbE/szIlIxNydJY/s400/Beautiful-Bodie.jpg)

UN FORASTERO MUY APROVECHADO


 La voz enérgica del pasajero, ordenó al cochero detener el carruaje. Desde la ventanilla había visto un  pueblo situado en la falda de una nevada montaña. Aunque hacia mucho frío, solamente una chimenea lanzaba al aire una densa columna de humo. Al trote se dirigieron a la plaza principal. Una vez allí abrió la puerta y se apeó. Era un hombre muy grueso, de corta estatura y una reluciente calva que intentaba disimular debajo de un sombrero negro de ala ancha adornado con una pluma de faisán de vivos colores. Vestía ropa cara y elegante. Unas gruesas cadenas y unos voluminosos anillos de oro colgaban de su cuello y adornaban los dedos de sus manos.
 El aspecto del pueblo era deprimente. Las paredes de las casas estaban ennegrecidas por las partículas de carbón que, durante años, habían sido transportadas por el aire desde las minas cercanas. Los habitantes llevaban ropas modestas, muy gastadas por el uso, pero limpias. Sus caras reflejaban tristeza. Se respiraba la pobreza. Las minas habían dejado de funcionar por falta de dinero para comprar herramientas y maquinaria y los campos no se cultivaban por falta de semillas. La mayoría de los hombres que estaban sin trabajo, pasaban las horas sentados en los bancos de piedra de la plaza, aprovechando las pocas horas de tibio sol que había durante el invierno;  mientras, las mujeres, se encargaban de cuidar a los niños, de adecentar sus modestas viviendas y de cocinar sus escasos alimentos.
 Mandó a su cochero a hablar con la gente. Él mismo se acercó a preguntar a los hombres de la plaza. Quería saber qué hacían allí a esas horas del día. Enterado de la situación que padecía el pueblo, se encaminó hacia el Ayuntamiento, donde pidió ser recibido por el alcalde. Un ordenanza le abrió la puerta del despacho y, después de anunciarle en voz alta, le invitó a pasar. Tras una mesa enorme de madera, un hombre sentado en un pequeño trono aparentaba estar muy interesado en los documentos que estaba leyendo. Cuando se levantó para saludarle, vio que era un hombre de edad avanzada, alto y delgado. Tenía la piel muy blanca, que contrastaba con un abundante y rizado pelo negro, lucía unas largas patillas que le cubrían prácticamente todo el rostro y vestía con sobria elegancia.
Cuando ambos se hubieron sentado uno frente al otro, el forastero expuso el motivo de su visita, que no era otro que su deseo de invertir grandes sumas de dinero para que volvieran a funcionar los campos y las minas, crear puestos de trabajo y traer de nuevo la alegría y la riqueza. La exposición fue tan buena y abundante en detalles que, a los pocos minutos, el alcalde ya estaba convencido de la bondad del nuevo empresario. En ese mismo instante, el alcalde se comprometió a poner la mitad de lo que costase hacer funcionar todo nuevamente. Lo que desconocía era que la intención del supuesto inversor era no arriesgar absolutamente nada de su dinero en  la operación y hacerlo todo solamente con el que pusiera el propio Ayuntamiento.
 Se encargó personalmente de negociar con los arruinados dueños de tierras y minas para comprárselas a un precio ridículo, pero que a los propietarios les solucionaba, al menos, parte de sus numerosos problemas y les ayudaba a aligerar algo la carga de las  abultadas deudas contraídas, algunas ya vencidas hacía tiempo.
 Hizo venir de la ciudad a sus más estrechos colaboradores para que le ayudaran. Adquirió por cantidades irrisorias negocios que habían tenido que cerrar obligados por la falta de actividad. Construyó una escuela a las afueras. Reabrió la taberna y en un espacioso granero montó una tienda con todo lo necesario para la vida diaria.
 En unas semanas había contratado a todos los hombres para cultivar las tierras y trabajar en las minas. También había cogido algunas mujeres para trabajar en la escuela como cuidadoras de los niños, cocineras, limpiadoras y maestras, y a otras como taberneras y para atender la tienda.
 La escuela y los lugares de trabajo estaban bastante alejados del pueblo; además los caminos eran muy duros para caminar sobre ellos, durante el invierno por la nieve y el frío y en el verano por el asfixiante calor. Por ese motivo estableció un sistema de transporte público con precios baratos para que lo pudiera pagar todo el mundo. Compró unas viejas carretas de madera tiradas por caballos, las pintó para que parecieran nuevas y eligió, entre los más jóvenes, a los que demostraron mejor aptitud para ser carreteros. Aprovechaba al máximo la capacidad de las carretas, que siempre iban llenas hasta los topes. Por la mañana temprano llevaban a los hombres al trabajo y, cuando regresaban, recogían a los niños y a las mujeres para llevarlos hasta la escuela;  cuando finalizaba la jornada lo hacían al contrario, primero la escuela y luego los campos y las minas. A los niños les dejaban en la plaza, al lado de la fuente, y a los hombres, curiosamente, les paraban siempre en la puerta de la taberna.
 Todos estaban contentos: los hombres y mujeres porque habían vuelto a trabajar, el alcalde porque había devuelto a su pueblo la actividad y la esperanza y el actual dueño de todo porque había cerrado satisfactoriamente el círculo del buen negocio. Había contratado a los trabajadores por salarios de miseria que luego gastaban en su transporte, en su escuela, en su taberna y en su tienda; lo poco que les pagaba, de nuevo volvía a él. Se había hecho el amo del pueblo sin poner ni una sola moneda de su bolsillo.

TXEMA CHANTAL
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 13, 2011, 18:21:05 pm
(http://www.artespain.com/wp-content/uploads/pintar1.jpg)

Stendhal

El joven pintor miró nervioso el blanco lienzo. Llevaba mucho, muchísimo tiempo esperando ese momento, esa oportunidad. Agarró con fuerza el pincel. Podía notar como toda la furia, toda la rabia encerrada en su interior brotaba bulliciosa, recorriendo todo su cuerpo, deslizándose por sus venas, hasta llegar a las puntas de sus dedos, sin llegar a fluir todavía. Cerró los ojos y se acercó al lienzo, mientras mojaba la punta de su pincel en un poco de pintura. Lentamente, acarició con la suave yema de sus dedos la fina tela, mientras el ritmo se le aceleraba. Abrió los ojos, se alejó un poco y respiró hondo. Dio la primera pincelada. La observó desde la lejanía. Estaba demasiado nervioso, podía notar como el pincel le temblaba con vigor en la mano, intentando taponar, hacer presión ante el gran cauce que se atisbaba. Volvió a mojar el pincel. Se acercó y cerró los ojos. No, no podía volver a ponerse barreras, no podía permitir que los sentidos le turbasen, que le embriagasen las formas y los colores. Debía ser él, Él, en su estado más puro, sin las limitaciones de su cuerpo. Ese cuadro, ese en concreto, tenía que salir de su alma, que cada pincelada, cada caricia de color, fuera desde lo más profundo de su cuerpo, desde donde dormía toda la belleza de su interior para acabar toda directamente en el lienzo, en su gran obra, en su plan maestro. Dejó, pues, que su cerebro se apagara, para encomendarse todo a lo más hondo de su maltrecha alma, a su auténtico ser. Dio la segunda pincelada y la tercera y la cuarta, casi sin darse cuenta. De repente una imagen le inundó el cuerpo, la pudo notar como si estuviera aún allí. Él, con seis años. Su primera gran obra, su primer gran trabajo, una casa con una nube, la calidez del hogar familiar, rodeada de una de las más mágicas expresiones de la naturaleza, se encontraba en el suelo, completamente destrozada, rota, llena de polvo y suciedad, perturbada por un homo aún habilis que tenía como compañero de clase, un semi-civilizado ser, ciego, que ni siquiera podía excusarse en estar turbado por las formas de la carne. Conforme más veía, más sentía, más pinceladas de rabia daba. En un momento, un gran cauce de imágenes, completamente caóticas, le abordaron, atacándole. Recordaba, por ejemplo, los golpes de sus compañeros, retro evolucionados con el paso de los años, incapaces de ver más allá de un centro al área, desfogando la frustración de no poder quitarse la venda de los ojos. Siguió pintando, con más fuerza aún. El pincel corría con frenesí, salpicándole pequeñas gotitas en la cara, fundiéndose en un solo ser. Recordó, entonces, cuando tenía quince años, los reproches de sus padres cuando les dijo que no quería estudiar derecho, que no había magia ni armonía ni en libros ni en leyes, que él quería ser pintor, ser artista. Habían pasado años ya, pero seguían reprobándole, mirándole mal, avergonzándose delante de sus familiares, aquejados de esa perniciosa ignorancia que da la fe ciega en los sentidos, en la razón. Las imágenes de sus hermanos le llegaron en ese momento. Habían sido educados como sus progenitores, en base a la educación moderna, culto a la pragmática, a la eficiencia, a la lógica, al dinero, a lo tangible, en definitiva, despreciando todo aquello que salga del baremo de la razón. Había vivido toda su vida exasperado, con esa desesperación que tiene el que ve, el que sabe, pero no quiere ser escuchado, el que quiere enseñar pero nadie quiere aprender a su alrededor, el que ha visto la luz y, por ello, es tildado de loco, de enajenado. De repente, el pincel cayó de sus manos. Ya estaba, no podía exprimirse más, no podía dar más de sí, había puesto todas y cada una de las gotas que tenía dentro.
La gente iba y venía por la larga sala. Era la segunda vez que exponía sus cuadros y esta vez tenía guardada una gran sorpresa. Ahí estaban todos. Sus hermanos, sus padres, sus abuelos del pueblo, todos sus conocidos. Había invitado hasta a antiguos compañeros de colegio, a todo aquél que lo conociera. Y habían ido todos. Contemplaban, unos, los cuadros expuestos, hacían comentarios entre dientes, otros, mientras rebañaban el catering y, todos sin excepción, le miraban y sonreían con condescendencia. No le iban ahora a considerar un triunfador, no podían llegar a comprender lo que les rodeaba, desde luego, pero la mayoría estaban sorprendidos. Podía oler el agrio perfume de la envidia en el ambiente. La mayoría, incluso hasta los más incultos, los más ciegos, los más insensibles, podían reconocer la belleza en sus cuadros. No era una belleza en estado puro, ni siquiera una belleza por aclamación. Era, más bien, belleza relativa, desorientada. Nadie sabía por qué, pero aquellos cuadros eran bellos, hasta los feos en imagen y estética. De repente, el joven artista llamó la atención de los presentes, mientras avanzaba a su última obra, tapada con una suave cortina de terciopelo azul, intentando incrementar el misterio hasta límites humanamente posibles.
-   Queridos presentes.- dijo con voz clara y acaramelada, intentando parecer amable, sin maldad ninguna.-Les he traído a todos aquí con un único fin, mostrarles el estado puro de lo que nos rodea. He aquí mi última obra, mi mayor trabajo.- dijo señalando el terciopelo.- Ante ustedes, Stendhal.
El pintor descorrió la cortina con un ágil movimiento. Al hacerlo, un sonoro grito de exclamación se masculló en la sala. Era, con diferencia, la cosa más bella que habían visto todos y cada uno de ellos. Sin discrepancia, no sobraba nada, no faltaba nada. Una armonía perfecta de colores, de formas, de texturas, que danzaban por el lienzo sutil, pero de manera cuasi divina, luminosa, alzándose por la sala, golpeándoles con la mayor de las furias. De repente, el corazón de los presentes comenzó a acelerarse, tanto que llegaba a oídos del sensible artista, de manera arrítmica, en una serenata anárquica y violenta. Pudo ver como el público a su alrededor comenzaba a sentirse mareado, confuso. Algunos mascullaban cosas inteligibles, otros señalaban a los lados, como embriagados ante tanta belleza, hasta que,  sin oposición, comenzaron a desmayarse, cayendo como piezas de dominó, unos detrás de otros, unas detrás de otras, amontonándose en un caótico tumulto. El pintor sonrió, contemplando la escena. Lo había conseguido. Ante ellos, le había mostrado la belleza en estado puro, el alma de un pintor torturado en un cuadro, que con cada reproche y risa, había conseguido que la belleza más pura le encontrara y no se fuera de su interior jamás. Miró a los presentes, amontonándose enredosamente, demostrando que, con la vista adecuada, predispuesta, uno puede llegar a admirar hasta la belleza del azar y el caos.

Txus Pinedo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 13, 2011, 18:32:07 pm
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APRENDIZAJE

Recuerdo cuando me enseñaron a ser pobre. Empezó todo un día de abril del 53, iba a cumplir tres años de edad. Mi padre, pastor de rebaños ajenos, después de cobrar una deuda antigua y el jornal de una semana, se marchó para siempre de casa. Se llevó todas sus cosas y nos dejó sin una perra. Mi madre, sola sin dinero, ayudaba en las tareas a las vecinas que lo precisaran u, ocasionalmente, en la casona de los ricos del lugar,  a cambio de comida. Si había suerte, le daban alguna cosa para que nos cocinara el único plato de ese día.
Apareció por La Casa del Pino y demás pedanías que conforman La Dehesa de Letur, un harapiento indigente, que con un saco al hombro y pregonando su lastimera mala fortuna, iba casa por casa, rogando una limosna.
Una mañana, se acercó el pedigüeño con su cantinela al umbral sin puerta de nuestra casucha:
—Dad algo a este pobre segaor al que una hoz sacó un ojo.
Llamó a mi hermano, mayor que yo, que junto a la entrada estaba pendiente de unos cepos colocados en un pequeño vertedero y, que si había suerte, podían mitigar, en poco, nuestra hambre lobuna.
—Zagalico, dame algo que soy un pobre inválio.
—No tenemos nada.
—Lo que os haiga quedao del desayuno.
—No hemos desayunado, señor.
Entonces, yo, cogiendo una patata, el único comestible que había en nuestra vacua alacena, corrí hasta él y se la di.
—¿Esto me das?—Gritó como un ogro mirándome furioso con su ojo sano.
—Es lo único que hay en casa, señor.—Le dijo mi hermano temblando de pánico.
—¿Con quién vivéis?
—Con la madre, que está fuera buscando comida.
Se rascó la barba y dijo:
—Bueno, pos ya la ha encontrao.—Entró y sobre la mesa vació el saco de las limosnas que al hombro traía. Lo partió todo en cuatro porciones iguales, recogió una, y salió diciendo:
—Lo bueno de ser pobre es que como te acostumbras a no tener na, cuando tienes, no te importa dar.
Volvió, una o dos veces por semana, durante cuatro meses. Mi madre que nunca llegó a verlo, desechaba la inicial desconfianza, nos decía que aquel hombre era un ángel que el cielo nos enviaba, el ángel de los pobres.
El hombre cada día estaba más arraigado en el lugar. Ya todos le conocían por su nombre: Dionisio. Dionisio, además de pobre, era un consumado artesano. Carpintero, herrero, albañil, zapatero, lañador, talabartero, relojero...No había nada que roto, averiado o echado a perder por un mal uso no supiera reparar y estirar su vida útil unos meses más. De manera que Dionisio, pasado el tiempo, no pedía, sino que regalaba su trabajo y recibía regalos  de los vecinos. Pero no cambiaba trabajo por regalo, que eso hubiera establecido una relación amo - siervo, empleador - empleado o servicio - cliente; no, Dionisio ayudaba a quien lo necesitaba y a él le daba algo aquel al que le sobraba, sin relación alguna de causa - efecto.
Una tarde, muy calurosa, del mes de agosto, mi hermano y yo sentados al fresco en el interior de nuestra humilde casa, vimos recortarse en el umbral la inquietante silueta de Dionisio.
—Zagalicos, darme un poquico de agua.
Se levantó mi hermano y corrió hasta él con el botijo.
—¿Puedo pasar a descansar un ratico al sombrío?
Sin esperar la positiva respuesta de mi hermano, entró y se sentó junto a la mesa. Como otros días, sacó sus limosnas del saco, las partió en cuatro porciones, cogió la suya y la volvió a meter en el saco. Pero, después, no se fue. Se despojó de la boina, pasó la mano por la cabellera, ya algo rala, y dijo:
—Zagalicos...—Hizo una corta pausa, se notaba que le costaba hablar—.Todo en la vida se acaba, por eso he venido a despedirme de vosotros: los pobres más dignos de toos los del lugar.
—¿Y por qué se va?—Preguntó mi hermano.
—Me tengo que ir.
—¿Pero por qué?—Insistió, con saña infantil, mi hermano.
—Mira, zagalico, no lo vas a entender, ¿tú sabes que aquí hubo una guerra?
—Sí, se lo oí al padre.
—Pos en esa guerra yo perdí el ojo. Al final, cuando ya se acababa,  estando en el hospital, me sacaron y me llevaron a un batallón de trabajo. Hace seis meses que salí. Catorce años de fatiga, miseria y humillación. El carpintero de Letur, no sé como, se ha enterado de que fui rojo y estuve preso,  lo va pregonando por La Dehesa, por lo visto le molesta que haga gratis su trabajo. Los vecinos, por miedo, ya no quieren que me acerque a sus puertas, ni a ayudar ni a pedir, y los civiles, desde hace una semana, no me dejan quieto. Me tengo que ir a otro lao.
Yo corrí hasta la cama que compartíamos mi madre, mi hermano y yo; de debajo saque una  caja de madera en la que guardaba pequeños, e inútiles, objetos, y busqué lo más valioso que, hasta entonces, había creído poseer: una moneda de perra gorda. Volví a la mesa y se la di.
—Para que puedas comprar cosas allí dónde vas.
La cogió, la miró sonriente y desordenándome el rizado cabello con una de sus grandes manos, me dijo:
—Zagalico, tú, ya sabes ser pobre. Nunca será desgraciado por no tener algo. 
Se fue, no lo volví a ver. Un día de la semana siguiente, arreglado el papeleo, mi hermano y yo ingresamos en un Hogar del Auxilio Social y mi madre se fue a Barcelona, a emplearse de criada.
 
Blas Villegas
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 13, 2011, 23:02:27 pm
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El vuelo del canijo
 

Justo cuando el encargado de la limpieza entraba en el edificio de oficinas, se oyeron los ecos de una discusión subida de tono varios pisos encima de él. A continuación se escuchó un gruñido y después un grito agudo y lleno de terror. Entonces un cuerpo pequeñito y regordete, gritando histérico y agitando los brazos como loco, cayó desde diez pisos de altura por el hueco de la escalera y se estrelló contra el suelo del vestíbulo. El golpe retumbó en todo el edificio y provocó un silencio sepulcral en todas las oficinas. El de la limpieza se quedó paralizado mientras miraba el cuerpo del director general aplastado contra el suelo, junto a su fregona y su cubo.
Enseguida empezaron a asomarse cabezas por las barandillas de las distintas plantas de oficinas y aparecieron algunos empleados en el vestíbulo. Se oyeron los primeros murmullos y las primeras preguntas. “Es el jefe”. “¿Qué ha pasado?”. “Dios mío, se ha matado”.
La gente empezó a formar corro alrededor del cuerpo y los murmullos llenaron de ecos el vestíbulo, abierto muchos pisos por encima. Entonces un empleado se asomó desde la cuarta planta y les gritó a todos: “¿No lo habéis visto ninguno? Vaya golpe, diez pisos nada menos. Y cómo volaba el canijo. Chillando y moviendo las manitas así” e hizo gesto de volar con los brazos. Las voces de abajo, en el corro, intensificaron su volumen y de los ascensores y las oficinas de las plantas cercanas apareció más gente aún. Alguno dijo: “Yo lo he visto justo cuando pasaba por la tercera. Y es verdad, movía las manos así, como un pajarito”. Hubo nuevos murmullos de polémica, y alguno de carcajadas, mientras los ascensores no dejaban de abrirse y de traer gente de otras plantas. Uno que se había agachado delante del cuerpo del director dijo: “Joder cuánta sangre ha soltado el condenado, con lo canijo que es”. Y otro añadió: “Ya ves, ha puesto perdido el suelo. Incluso las paredes, mira”.
Entre los variados grupos que se iban formando con los recién llegados, los cuales intentaban sin éxito ver el cuerpo del director, se oyó preguntar: “¿Pero alguien sabe qué ha pasado?”. Desde el otro extremo del vestíbulo se oyó: “¿Cómo? ¿Que lo han tirado? ¿Al canijo? ¿Pero quién?”.
En ese momento se abrió un ascensor y apareció un tipo grande, con barba, encogido con aspecto angustiado. Se quedó parado nada más salir mirando hacia donde se arremolinaba la gente. Entonces algunas personas se volvieron y empezaron a gritar: “Es él, es él”. Otros caminaron en su dirección y le dieron la mano y palmadas en la espalda diciéndole: “Ismael, tío, qué campeón” y “Así se hace, sí señor”. Ismael siguió sin moverse, con la boca entreabierta y gesto traumatizado.
Del fondo del vestíbulo algunas voces preguntaron: “Pero, ¿de verdad ha sido Ismael?”, otras: “Qué dices, es imposible, si es un buenazo”, y también: “Joder, con lo quemado que le tenía el director últimamente, hasta tú hubieras hecho eso”, y por último: “Yo lo que creo es que Ismael se ha terminado cansando de que el canijo se tirase a su mujer, y punto”.
Mientras tanto Ismael se había refugiado en un rincón, rodeado de gente que le atosigaba a preguntas y consejos, y lloraba sentado en el suelo.
Se escuchó en ese momento una voz por encima del murmullo que llenaba el vestíbulo y se vio a un tipo gesticular exageradamente mientras hablaba: “Que sí, que sí, teníais que haberlo visto. Ismael le plantó cara y el canijo se acojonó y empezó a decirle de todo. De todo, no os podéis imaginar qué cosas tan fuertes le decía el enano. Ismael se ponía cada vez más rojo y más rojo hasta que estalló, claro, y entonces lo cogió de la chaqueta y de los huevos y lo tiró por encima de la barandilla. Y cómo chillaba el canijo, y cómo movía los bracitos”. Otro confirmó al momento, señalando el cuerpo aplastado del director: “Sí, sí, mira. Si se ha quedado con la postura de los brazos y todo”. Un tercero gritó: “No te rías, ****, que es muy serio”.
En ese momento llegó la policía y sin ninguna contemplación empezó a dispersar a la gente: “Todos a sus oficinas, ya los iremos llamando para tomarles declaración”. Por todas partes se escucharon voces de decepción y protesta, pero al rato el vestíbulo se quedó vacío y en silencio. Sólo permaneció Ismael, llorando en el rincón. También estaba el de la limpieza, mirando todo sin inmutarse. Un policía se le acercó: “A ver, ¿no hemos dicho que todo el mundo fuera?”. El hombre enseñó una fregona y un cubo: “Sí, sí, ya, pero cuando ustedes se vayan, alguien tendrá que limpiar la sangre, ¿no? ¿O la van a limpiar ustedes? Y por cierto, qué gritito más mariquita daba el tipo mientras caía desde arriba. Y qué movimiento de brazos tan ridículo. Para grabarlo, era para grabarlo”.

Almus
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 14, 2011, 22:42:47 pm
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Marta

¿Hora de la muerte?
Es lo último que escuchó, luego corrió tanto que perdió la noción del tiempo.
La tragedia había empezado mucho antes, cuando sus padres decidieron formar una familia; lo que ellos entendían por tal: marido, mujer e hijos.
Ella y sus hermanos, nacieron y vivieron de forma convencional; no se preguntaron si existía otra forma de ser familia hasta que sus vidas no respondieron al modelo tradicional, único que conocían. ¿O sí respondieron a ese modelo?
Marta era la mayor, luego llegó Antonio y finalmente Paco, estuvieron unidos mucho tiempo, hasta que dejaron de parecer hermanos.
Ella era estudiosa y se implicaba en lo que hacía, sabía sentir el dolor de los demás desde pequeña (nunca entendió que otros no lo sintieran, era lo natural), aspiraba a casi todo y su fuerza de voluntad no tenía límites.
Antonio era muy poco decidido, no tenía aspiraciones y le faltaba valor; desconocía la palabra empatía; le complacía pensar que era bondadoso.
Paco, el pequeño, aprendió de los dos, se construyó su propio mundo y descartó cualquier compromiso que no fuera consigo mismo.
Cuando Marta aceptó estas características de sus hermanos, había pasado mucho tiempo… era la mayor y los quería y protegía, también se sentía querida.
Desconocía que ahí estaba la trampa, en ese cariño, en esa necesidad de cariño.
Estudió Historia y sus éxitos académicos fueron constantes, quiso compartirlos con su familia, pero no lo entendieron, mejor, no superaron sus celos.
Antonio, fruto de su escasa personalidad, se conformó con mínimos, estudió lo justo, sus éxitos fueron nulos.
Paco, quería progresar ya, se puso a trabajar siendo un niño, no estudió; no tuvo éxitos.
Los tres hicieron lo que quisieron, sus padres entendieron que así debía ser y les dejaron elegir; agradecieron esa libertad, pero… sólo al principio.
Marta, la única mujer, era  guapa, lista y la que mejor sabía vivir.
Antonio, el mayor de los varones, vio usurpada su posición, estaba en un segundo plano (ganado por sus méritos), que le parecía injusto y humillante; si era tan bondadoso ¿cómo la suerte no estaba con él? pensaba.
Paco, mucho más hostil, mostraba indiferencia para aplacar su malestar ante una situación que, también, entendía humillante.
Se negaron desde siempre a compartir los éxitos de Marta, quién necesitando compartirlos se buscó su propio espacio.
Entonces la llamaron altanera y poco familiar.
Era la más familiar, pero poco a poco se fue quedando sola.
No entendía qué pasaba, se sintió culpable mucho, mucho tiempo.
Ellos se agruparon en su sentimiento de inferioridad, devastador para Marta a quién aislaron, casi por completo.
No sabían que la estaban haciendo fuerte, tanto que resistió las dificultades que le fueron surgiendo como ellos no hubieran sido capaces de resistir nunca.
Marta se quedó ciega en un accidente y consiguió remontar y vivir con alegría, sin ayuda de sus hermanos; no se la brindaron y cuando la pidió se la negaron.
Entonces, la llamaron autosuficiente.
Tenía muy buenos amigos que despertaban la envidia de sus hermanos.
Sus novios tampoco fueron admitidos nunca.
Así era en general la relación entre los tres, insidiosa o inexistente.
Con los años empeoró; su madre murió  joven, y a partir de ese momento aún se enfrió más la relación entre los tres.
No es que no eran amigos, es que no se comportaban como hermanos de Marta,  quién aprendió poco a poco a prescindir de ellos.
Entonces la llamaron de nuevo altanera y orgullosa.
No se dieron cuenta de que sus insultos ya no le afectaban, ellos la hicieron fuerte, es lo único que les debía.
Su padre era su familia, pero tenía su propia vida.
Cuando éste enfermó, comprobó que sus hermanos sólo lo eran porque así estaba escrito, no tenían nada que ver con ella. Había cumplido cincuenta años.
Su padre, acostumbrado a vivir su vida, tuvo que depender de los demás, de Marta especialmente; Antonio, con el fin de seguir siendo bondadoso, hacía lo justo; Paco directamente no se ocupaba.
El malestar fue en aumento, hasta que el cansancio de Marta, la tristeza por el deterioro de su padre y el comportamiento de sus hermanos, consiguió un alejamiento doloroso para su padre y definitivo para ellos.
Estaban juntos cuando les dijo adiós, pero su padre sabía que no era cierto, ni estaban ni estarían nunca juntos, su última mirada fue más elocuente que cualquier palabra.

La sensación de tristeza y soledad le invadió irremediablemente, su padre, su último refugio, se había ido para siempre.
Ella sabía que no era cierto, que le acompañaría, pero ese abrazo tan necesario, en ocasiones, sólo lo podría recordar.
Sus orígenes compartidos desaparecieron para siempre.
ooo
La pregunta surge inevitable ¿por qué llamamos familia a quien nos lastima tanto? ¿por qué no somos nosotros quienes elegimos a nuestros familiares?
El término familia lo usamos como unión, como núcleo en el que somos queridos y en el que nos ayudamos; cuando no es así, será porque ésa no es nuestra familia, la nuestra es aquella que nos quiere y a la que nosotros queremos.
Aunque parezca una obviedad, las emociones nos traicionan y no acabamos de aceptar que aquellos que comparten nuestros genes, no siempre son nuestra familia, más bien pueden ser nuestros enemigos más feroces, por fantasmas contra los que  no podemos luchar, porque son suyos no nuestros.
Marta lo consiguió con sus amigos, ellos la conocían y supieron ayudarle, nunca estuvo sola desde que comprendió quién era su verdadera familia.
Antonio y Paco quisieron que estuviera en el entierro de su padre, no lo hizo, él estaba con ella, no necesitaba mostrar a nadie su tristeza.
Ellos le lloraron públicamente, porque así lo dice la tradición y necesitaban sentir la aprobación de los demás para convencerse de que eran, de que fueron buenos hijos.

CARANDARN
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 15, 2011, 20:51:13 pm
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Escenas de café

Asomarse por la puerta de un café y otear unos instantes su interior siempre tiene algo de descubrimiento, análisis, elección. Primero las mesas de la esquina, junto a las ventanas. La mesa predilecta, aquella mesa… Todas ocupadas. La segunda opción estaba en la pared opuesta, si no, una tras los pilares principales. Siempre un rincón en donde ser observada sin sentirse desprotegida. Es curioso, no le incomodaban las miradas de la gente. Pero, ¿una mesa descubierta, entre todas, en medio de la sala?
Eso jamás.

“Un café con leche grande, por favor, gracias”.  Se había molestado en resaltar “grande” puntuar, darle énfasis. Pero la taza siempre se quedaba en un mero “mediano”. Ningún estanque de leche manchada y azúcar. Nunca suficiente para confundir al hambre.

La mujer le sonrió tras la barra y ella identificó el gesto. Un “me alegro de volver a verte”. La había reconocido, se acordaba de ella, de ella… en otras circunstancias. La niña enérgica con vestido salpicado de flores en un día lluvioso. Dos cafés y un ¿té negro? ¿té verde? ¿té rojo? - le había preguntado entonces. Venía con aquella chica tan rubia que sostenía en sus brazos dos rosas como se acuna a un niño. Y aquel hombre alto, fuerte, tórax tenso bajo una camisa de hilo. Todos leían en esa mesa, la mesa…
Acababa de quedar vacía. Pero ella no iba a moverse, sería estúpido; trasladar sus cosas, el libro, los papeles. Sentarse allí afanada en reconstruir qué situación lejana, posicionarse con rictus solemne. Desde el extremo opuesto observaba el tablero vacante, como en un ofrecimiento hacia futuros clientes. Remoto tantear la cifra de los que ya habrían pasado, habrían bebido, habrían conversado y escrito una página de su propia historia. No lo sabría. Ni si quiera tenía curiosidad alguna. Sólo existía para ella una determinada disposición de sillas y codos. De platos y cucharas. De sobres de azúcar vacíos.

Desde el parcial espectador de la memoria, los contempló a los tres. El hombre gesticulando con las manos, sentado justo en frente de ellas . La chica rubia junto a la ventana acercándose la taza a los labios y a su derecha la niña, que fumaba un cigarro tras otro. Que ya no era tan niña, que tuvo que saber estar en ese lugar y ese momento. Desenvolverse. Y las rosas, esas dos rosas que comenzaban a palidecer sobre la repisa de madera.

No le fue difícil rescatar esa sensación de inmovilidad: No había podido tocarla. En ese momento no había podido tocarla. Había sacado del maletín de caña un libro de poesía y había cedido los suplementos culturales de sus periódicos. Todo parecía tan serio. Llovía. Llovía ferozmente y ella deseaba levantarse. Habría querido entonces levantarse y gritar que no había tiempo, tiempo para mirar caer toda esa lluvia. Tiempo para Jodorowsky o para la grabación por cámara estática.

Apenas habían transcurrido semanas y ahora sola. Otra vez tabaco, café, libro, pero sola. Veía a la niña aún revolviéndose en la silla vacía, queriendo agarrar por la muñeca a la chica rubia, que estaba tan seria, tan inmersa en la conversación sobre una película que ella no había visto. Y la lluvia, la lluvia golpeando el escaparate de aquella heladería. Y el tiempo, el dichoso transcurrir del tiempo

Un intento
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 17, 2011, 13:18:07 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_DScHFzDXAoM/SztFVg6FrMI/AAAAAAAAAC8/XWC2Tc75_v8/s400/363-ef0-almejajaponica-001.jpg)

Un berberecho

Al igual que Gregorio Samsa encontrose una mañana al despertar convertido en un monstruoso insecto (este Franz se ve que le daba al porrón sin alegría alguna), esta misma tarde he despertado yo de la siesta transmutado en ber-berecho. Y juro que después de comer me acosté sobrio, nada más que un par de tintos con gaseosa para acompañar la chuleta empanada, los dos hue-vos fritos, los pimientos verdes y rojos, las patatas, el queso, la menestra, el revuelto de ajetes, la ensalada y los ganchitos. Y así sigo, hecho todo un berberecho, un berberecho sin concha, o sea de lata, de lata de berberechos, a tamaño natural, como son los berberechos corrientes. Así me hallo.
Lo primero que se me ha ocurrido hacer ha sido palparme la entrepierna para comprobar que efectivamente soy un berberecho y no una almejita ma-cha, pero por más que me la buscaba (la entrepierna) no había forma de en-contrarla, y entonces ha sido cuando he caído en la cuenta de que los berbe-rechos no tienen entrepierna, y me ha dado un sofoco de la hostia: ese sofo-co cruel que a uno le entra cuando íntimamente sabe que está tonto perdido.
Más tarde, y con mejor criterio, he comprobado que mi cuerpo se ha re-ducido a berberecho hacia arriba y no hacia abajo o por los flancos, ya que me hallaba posado sobre la lila almohada y no en mitad del colchón o a los pies de éste. Menos mal —he pensado—, porque con el edredón y la manta encima me hubiese asfixiado sin remedio ni gloria. Todo el mundo sabe que un berberecho común raras veces soporta estoicamente el peso de un edre-dón y una manta, que enseguida se agobia y desespera hasta sucumbir entre grandes toses y pequeñas convulsiones. Después de todo, he tenido suerte.
Luego me he puesto a considerar los inconvenientes que mi nuevo estado me va a traer a partir de hoy, pero qué ****, son tantos y tan condenada-mente abrumadores que mejor dejarlo y pensar en otras cosas, como por ejemplo en las ventajas que conlleva eso de despertar molusco lamelibran-quio. Mas tampoco le hallo grandes ventajas a esto de ser berberecho, de manera que ya estoy empezando a deprimirme y a pensar seriamente en el suicidio como única salida. Única y complicada salida, desde luego, porque vamos a ver, ¿cómo se suicida un berberecho? ¿Cuál es el punto vital de un berberecho? ¿Qué dice la Historia Natural al respecto? Joder...
La verdad es que ha sido horrible. Y lo es, si lo pienso. En mis tribula-ciones estaba yo esta tarde, sobre mi almohada, cuando oigo que se abre la puerta del dormitorio y veo que entra mi hermana, que es un marujón, en bata y con el maquillaje de la boda a la que fue ayer, maquillaje de esteti-cién, claro, si no de qué iba ella a conservarlo en la jeta. La oigo decir:
—Anda, pero si no está, ¿cuándo se ha ido este golfo, que no lo he visto irse, a este golfo?
Y va y se pone a ordenar mi ropa, amontonada sobre la silla, canturrean-do. Yo quería gritar desde mi almohada una de las muchas cosas que a uno se le ocurren gritar cuando despierta y descubre que es un berberecho, pero estaba seguro de que no iba a poder articular palabra, ya que los berberechos no hablan, no emiten sonido alguno, al menos yo nunca he oído decir nada a un berberecho, si bien es verdad que, con las prisas de la vida moderna, tampoco me he parado a escuchar a ninguno. En realidad, mi relación con los berberechos se ha limitado siempre a abrir la boca y zampármelos sin más miramientos. Sin embargo, yo, el berberecho que era yo, hablé, habló, dije:
—Toñi, Toñi, soy un berberecho, ayúdame... —al tiempo que brincaba como una pulga sobre el lila de la almohada, con una agilidad que me ha sorprendido sobremanera.
Mi hermana se me quedó mirando y me dijo que no me preocupara, que ella me ponía encima del teclado del ordenador y así, a saltitos por el mundo plástico del alfabeto, podría trabajar. La verdad es que tiene su encanto, pero estoy rendido, estoy que echo las túrdigas, si es que un berberecho cuenta con túrdigas, claro, que creo que sí. Mi hermana, tan marujón, me ha prepa-rado una camita con gasa en una caja de pastillas Juanolas, donde descansa-ré y dormiré hasta mañana, a ver cómo despierto, que lo mismo me despier-to berenjena, o caspa...

Cucurucu
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 18, 2011, 10:08:39 am
(http://2.bp.blogspot.com/-Yhk35RYnFsY/TaGGwis-kBI/AAAAAAAAAaA/i7n0BINyRhc/s320/Gamusino+der-pek.jpg)

El gamusino

El gamusino me mira.
No se mueve del fondo de la jaula, la figura se pierde en esa esquina de sombra, pero sé que no está dormido. Me mira.
A Iván le aburre que me detenga aquí, que siempre lo traiga al zoológico. Él prefiere el parque de atracciones, donde su madre lo sube a la montaña rusa. Y el novio de su madre también se monta en la montaña rusa. Sé que al menos los tigres y los elefantes le gustan, pero no el gamusino. Tira de mi manga impaciente y si alguna vez intentó lanzar una avellana le regañé. No porque esté prohibido. El animal bastante tiene soportando el encierro como para que además lo insulten con avellanas.
Describir a un elefante es fácil. Grande, gris, orejas, colmillos y trompa. El gamusino escapa a las descripciones. Jamás lo he visto bien, siempre escondido en su rincón umbroso. Escucho un movimiento de miembros, un gruñido ocasional y, a veces, el latigazo de un rabo. Otras fieras tienen una placa en varios idiomas detallando su anatomía, su alimentación, dónde fueron cazados y hasta sus ritos de apareamiento. Me cuesta imaginar al gamusino apareándose, da la impresión de que no hay más ejemplares sobre la tierra. En cualquier caso su descolorida placa solamente deja leer “Gamusino”. Cuando me he cruzado con un empleado del zoo le he preguntado por él y ninguno sabe decirme nada. Una vez busqué en los despachos a algún jefe o director capaz de darme un poco de información. Sólo encontré oficinistas despistados e ignorantes. Además, aquel día Iván tenía jaqueca. No he vuelto a intentarlo. Posiblemente el gamusino llegó a su jaula antes que el director a su puesto. A veces se me ocurre que todo el parque se levantó alrededor suya, que lleva agazapado en la esquina más tiempo del que el hombre lleva en el mundo. La idea es absurda pero divertida y cuando Iván no se revuelve me da tiempo a pensar en muchas cosas mientras nos miramos.
Hay una cosa que la sombra no oculta: el brillo de sus ojos. A veces se lo señalo al chico; dice que no ve nada, pero yo sé que no quiere reconocerlo delante de mí porque le da miedo. Él, que se ríe de su padre porque evita subir a la montaña rusa, se asusta de la mirada del gamusino. Hace años que visito el zoológico, he asistido a aparatosas reformas. Quedan pocos animales en jaulas, la mayoría ronda en recintos abiertos, hasta los peores carniceros se han olvidado de los barrotes, sustituidos por fosos imposibles de franquear. Nada indica que el gamusino sea peligroso, creo que incluso en libertad escogería un rincón oscuro para mirarnos. Pero ni así me atrevería a acercarme demasiado. Pensando lo que pudiera ocurrirme de quedar a su alcance he consumido noches en vela.
Cuando salgamos del parque iremos a MacDonald´s. He intentado acostumbrar a Iván a otra clase de restaurantes, a uno muy bueno cerca del mismo zoológico. Nada que hacer. El fin de semana podemos ir perfectamente tres y hasta cuatro veces a la hamburguesería. Lo estoy malcriando pero su madre hace igual y con mayor éxito. Cada viernes que lo recojo viste alguna camiseta carísima que el novio de su madre le ha regalado. A mí me costaría el sueldo de medio mes comprar una de esas camisetas. Y el sueldo del otro medio es para la pensión. Aun así me acuso de ser un mal padre, bien porque no le dedico atención, bien porque le consiento caprichos, bien porque en el poco tiempo que compartimos le obligo a ir una y otra vez a aburrirse frente a la jaula del gamusino en la que se niega a ver nada. El brillo de esos ojos se dirige exclusivamente a mí, burlón, despectivo y cargado de reproches.
Un prisionero.

El cazador
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 18, 2011, 16:07:53 pm
(http://i44.tinypic.com/v8hg8n.jpg)

El número trece

El número trece se retrasa y hace frío en la calle. Mario espera en pie junto a la marquesina con las manos metidas en los bolsillos de su chaquetón de pana marrón y el rostro encogido por el aire frío que azota la ciudad en esa mañana gris de primavera. Se ha levantado muy temprano, no pudo dormir demasiado en toda la noche. La excitación ante la cita de hoy con Eva, aunque tan solo sea para estudiar en la biblioteca, puede más que todo el cansancio acumulado en tantos días de a penas dormir para estudiar para los exámenes de evaluación.
   Desde que a principio de año coincidieran en unas prácticas, Mario ya no pudo sacársela de la cabeza. Había hecho lo posible por coincidir con ella siempre que había podido: en clase, por los pasillos, en los descansos para el café o para fumar un cigarro… Habían sido meses de infructuoso acercamiento hasta que hacía a penas una semana, durante una pausa para fumar en una tarde lluviosa de estudio, se habían quedado solos bajo el pequeño soportal de chapas oscuras que enmarcaba la puerta de entrada a la biblioteca de la facultad. Ella le había mirado divertida y tras encender un cigarro comenzó una conversación trivial sobre las vacaciones de semana santa. A pesar de los nervios iniciales Mario se había repuesto y parecía haber salido bastante airoso del paso, además de haberle sacado una preciosa información sobre el deseo de Eva de encontrar a alguien con quien poder comenzar una relación duradera. Alguien con quien poder planificar unas vacaciones... Quizá por su educación o simplemente por lo que habían visto y vivido, ambos preferían una relación estable. Algo que hacía de aquella mujer un ser perfecto a los ojos de Mario.
   En los siguientes días había indagado por su cuenta. Su tremenda inseguridad y carencia de autoestima le había llevado siempre a dar pequeños pasos sobre seguro. Preguntó disimuladamente a personas cercanas a Eva hasta que solo un par de días antes alguien de su entorno le había dado la clave para obtener la cita por la que ahora aguardaba. Le había comentado que Eva tenía serios problemas con una de las asignaturas y por casualidad, él era todo un experto y había sacado unas notas impresionantes. Evidentemente se ofreció para ayudarle sacando la conversación, disimuladamente y como quien no quiere la cosa, a la salida de la biblioteca.
   Desde ese momento, la concentración en los exámenes se había resentido, e incluso su estado físico ya que apenas tenía hambre o sueño. Por fin, hacía tan solo dos días se había concretado la esperada fecha. Habían quedado para estudiar juntos en la biblioteca municipal, sería la ocasión perfecta para pasar el día juntos, compartir mesa, un café, la comida y quién sabe si la intención de volver a verse. Habían quedado en aquella parada a las diez y veinte, pero Mario llevaba ya más de media hora allí esperando a pesar de que solo eran las diez. Sin duda por la emoción, los nervios y la ansiedad hacían que los minutos desde que se había levantado a las ocho de la mañana pasaran muy lentamente. Se había duchado, afeitado y perfumado. Había escogido la ropa dándole mil vueltas y rebuscando por todo el armario, había desayunado… y aún así, tan solo eran las nueve y cinco. Ya no sabía que más podía hacer, las agujas del reloj de la cocina parecían no querer moverse, como si en ese preciso momento le quisieran hacer la puñeta. Intentó leer los apuntes de la asignatura en cuestión pero a las pocas palabras su atención se diluía en divagaciones sobre como sería la cita, como sería una hipotética relación o como sería una vida con Eva. Luego ese bonito futuro se había diluido y los miedos afloraron con vehemencia. El rechazo asomaba tras la puerta como un antiguo enemigo al que nunca se logra vencer. Se imaginó entonces rechazado, avergonzado por una risa ridiculizadora. Se vio, en un momento y en un lugar que solo se encontraba en su enfermiza imaginación, repudiado por Eva. Ella le miraba y se reía con grandes risotadas ante su ridículo intento. Entonces fue cuando comenzó a enumerar sus defectos, repasándolos en voz alta con saña, sin piedad consigo mismo. El pelo rebelde e imposible de peinar, los ojos demasiado juntos, las cejas excesivamente pobladas. Nunca, jamás en toda su vida le había dicho guapo. Ni siquiera de pequeño, cuando era todavía un niño. Lo más parecido había sido “mono”, algo que sonaba más como “no te digo lo que pienso realmente por no ofenderte”. Además no tenía un cuerpo atlético, ni siquiera hacía deporte. Era más bien delgado y debilucho, aunque no por ello y por alguna razón que no comprendía, se le notaban los abdominales. A él no. A las chicas les encantaba la famosa tableta de chocolate que lucían modelos y deportistas de élite. Sin embargo él no parecía tener nada que ofrecer en el aspecto físico. ¿Y en el resto? Tampoco lo creía, realmente sería un verdadero milagro que alguien como Eva se fijara en él.
   Su moral todavía se levanto y se volvió a derrumbar unas diez veces más antes de salir de casa. Por el camino a la parada lo volvió a hacer unas veinte veces más o menos. Tantas como escaparates y personas se había cruzado. Una mirada, un reflejo distorsionado…cada vez un pequeño defecto o una ligerísima nota positiva. Intentaba no caminar encorvado, no abrir demasiado los pies, ni demasiado poco, no gesticular de forma excesiva, ocultar sus manos de uñas roídas, no abrir demasiado la boca al sonreír para que no se vieran los defectos de su dentadura o las imperfecciones de su boca.
   Todo ese cúmulo de detalles le hacía dudar, notaba una ligera opresión en las sienes y un nudo en el estómago. Incluso pensó en varias ocasiones en olvidarse de todo y volver a casa. Tres de ellas estando ya en la parada.
   Logró distraerse un rato escuchando la conversación de dos señores de edad avanzada. Discutían sobre médicos, pensiones y paro. Ya no estaban para arreglar el país pero sí para practicar el deporte nacional, el debate estéril. Cada vez que se acercaba un autobús perdía el hilo de la conversación y sentía una fuerte punzada en el pecho luego se esparcía como una ola cálida por todo su cuerpo dejándolo adormilado o cansado, pero el dichoso trece no llegaba. Comprobó su reloj e incluso preguntó la hora a una señora para ver si la suya estaba mal o qué pasaba. Todo estaba en su sitio excepto el número trece, que se retrasaba ya cinco interminables y desesperantes minutos. Había comenzado a sudar debido a la tensión, lo cual no le ayudaba nada y le hacía sentir más inseguro si era posible algo así. Además, en la biblioteca haría calor, y él quizás sudara demasiado, puede que se le formaran rosetones bajo las axilas, puede que se le resbalara el bolígrafo de las manos o comenzara a oler mal y Eva sintiera asco al estar a su lado, quizá no quisiera volver a verle. ¿Quién querría estar junto a alguien que suda como un cerdo? Debería haberse traído el desodorante o una muda en la mochila. O incluso traer menos ropa aunque pasara frío en la calle. Estaba sudando a pesar del frío y sentía las manos húmedas dentro de los bolsillos del chaquetón de pana. Entonces lo vio. El número trece asomaba por el fondo de la avenida con su silueta brillante y enorme destacando sobre los turismos y las motos.
   El tramo que le restaba por recorrer no era de más de cien o ciento cincuenta metros en los que Mario contuvo inconscientemente la respiración e incluso dejó de sentir los latidos de su corazón. Como si todo se detuviese a su alrededor, incluso el sonido del tráfico y las voces de la gente. Por fin se paró frente a la marquesina y comenzaron a bajar los pasajeros: dos señoras, un niño, otra señora ya mayor a la que le costó bajar la última escalera, un tipo trajeado con bigote y cara de pocos amigos, dos chavales de unos quince años con los pelos de punta y otro hombre de mayor edad que el anterior y con chaqueta azul de punto y pantalón gris de pana. Ni rastro de Eva. Echó un vistazo al autobús a través de los cristales pero no estaba. ¿Se habría olvidado? ¿Habría perdido el autobús? Cansado y un tanto abatido se sentó en el banco aprovechando el hueco dejado por los dos viejos de antes y esperó al siguiente, tardaría una hora. Se sintió cada vez más tranquilo porque por un lado no se sentía muy seguro de si mismo ese día, también, por otra parte, un poco más deprimido y enfadado, sobre todo consigo mismo por haberse hecho ilusiones, por haber pensado que una mujer como Eva pudiera interesarse por alguien como él. El trece pasó de nuevo exactamente una hora y diez minutos más tarde que su predecesor. De él solo se apeó una mujer de unos treinta con un niño pequeño. Se levantó y comenzó a caminar de vuelta a su casa, cabizbajo, derrotado, y con mirada perdida en algún lugar de un sueño que nunca podría cumplirse. Estaría solo para siempre. Lo mejor sería irse de allí y evitar a todo el mundo, sin duda cuando se supiera lo que había pasado sería el hazmerreír de la facultad. Debería marcharse de aquella ciudad, incluso de aquel país, a un destino lejano en el que nadie le conociera y en el que pudiera pasar de puntillas por la vida sin que nadie se fijara en su insignificante persona.
   De pronto, cuando no había avanzado ni siquiera una manzana en su recorrido, sintió como si un rayo le atravesara. Sintió algo en su interior que le obligó a parar en seco y a girar sobre si mismo. Entonces la vio. Eva, desde el otro lado de la calle, gesticulaba y hacía aspavientos con los brazos para llamar su atención. No se la oía, a pesar de que sin duda estaba llamándole a voces, por culpa del ruido del intenso tráfico y las obras de la calle. Una sonrisa afloró a su rostro, Eva había acudido a la cita. Le observaba desde el otro lado de la calle infestada de coches mientras le pedía con la mano que la esperara, y miraba a los lados moviendo la cabeza de forma que su hermoso cabello moreno se agitaba suavemente sobre sus hombros. Era perfecta.
   Entonces, en apenas unas décimas de segundo, ocurrió todo. Antes de que pudiera siquiera gritar. Un vehículo rojo que esquiva un cascote que salta de la zanja propulsado por la máquina sin lograrlo; la señora que lo conduce pierde el control momentáneamente e impacta con una pequeña moto que en ese momento le adelantaba por su derecha sin previo aviso y a gran velocidad. La scooter sale despedida contra el borde de la acera, rebota y cambia su trayectoria rectilínea por otra en curva en la que gira en el aire sobre si misma con furia mientras su piloto cae en la acera en postura tan acrobática como dolorosa. Eva apenas la ve venir, siente el sonido sordo y gira la cabeza para ver que está ocurriendo. Mario da un paso al frente y alza el brazo derecho en un intento vano por avisarla. A la pobre chica tan solo le da tiempo para levantar su mano para interponerla entre la moto y su cabeza. Es, por supuesto, inútil. El golpe es tan brutal como letal. Mario cae de rodillas sobre la acera con la boca abierta intentando seguir respirando mientras las lágrimas templadas y saladas le resbalan por las mejillas. La gente se arremolina en la otra acera, no ve lo que pasa, pero el impacto de la pequeña moto contra Eva sigue gravado a fuego en sus retinas. Al cabo de un rato llega la ambulancia y tras unos intentos de reanimación se llevan a su amada en una camilla tapada con una lona plateada. Adiós, Eva.

David
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 18, 2011, 19:53:41 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_XILv3bwUdU0/RvM8ldS-5nI/AAAAAAAAADs/lIoD60zR9pg/s320/ManReading.bmp)

EL COLECCIONISTA DE NADAS

Se levantó con la certidumbre de que algo le faltaba. Miró alrededor y comprobó que sería inútil esforzarse  por encontrarla. Le pareció que  mejor  hubiera sido, no haber intentado abrazarla  y así no llorar su partida. En sus años mozos, ya había adquirido varias nadas. Sus colegas ya le habían dibujado  con adjetivos desmesurados lo valiosa que era. Sin dudarlo, vendió las  joyas que la mujer del prestamista, sin reparos camino al Don, despilfarró.
Muchos fueron los dardos en forma de consejos que recibió; para que desistiera de hacerse a ella.  Cuando en la tienda de subastas fue el primero en ofertar  -ante la envidia  del gremio-, se sintió el hombre más feliz del mundo, de hecho pensó que ya podría dar por finalizada la búsqueda.  La cubrió con su abrigo y se dirigió a desafiar  la soledad fantasmal en la que ha vivido, desde que su mujer lo encontrara con una de las meretrices  venidas de Alcalá. Ya en la sala de su casa, la invitó a un café. El viejo coleccionista no podía creer que estuviera bajo su techo, apaciguando  noches de hastío y desvelo. La miró fijamente y observó  que era un poco más pequeña de lo imaginada, es más, su rostro no era tan perfecto como decían los viejos del café Volga, tampoco  tenía los hoyuelos marcados. Para dar calor a la conversación,  le hizo un vago comentario, ella sonrió tontamente, a la vez que buscó donde posar la taza.  El apasionado se acercó, tanto que sintió el aliento  de ella. Cuando quiso abrazarla, la nada hizo lo que por naturaleza acostumbran hacer: se esfumó ante sus ojos. Los viejos del Café Volga comentaron luego, que al  iluso sólo  le quedaron: el aullar del perro del faquir y una taza con el carmín de unos labios que nunca  besó.
                                                                                                                     
ALBERTO FABRAL                                                                                           
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 20, 2011, 13:09:16 pm
(http://4.bp.blogspot.com/_EKJTC-QOtoo/TLMmHO_eLuI/AAAAAAAAQOE/UXo0em71yFI/s400/azadon+web+Olleros+de+Tera.jpg) 
                                                     

      EL AZADÓN
   

   “Pablo...mijo, mejor sería que no vaya por allá, mire que hoy no amanecieron tres. Tómese esta aguapanela…hace frío y por esos cafetales no para de llover. Ya vió lo que le pasó a Nicanor, que por andar de terco, lo dejaron en la fonda sin carriel y machete…y eso que le fue bien. Uno no debe de meterse en esas cosas de política…nosotros acá, en medio de cultivos y criando cerdos, nos va mejor… tranquilos, desayunando con café negro  y plátano maduro…a ver, acomódese la correa y no olvide  devolverle  - cuando escampe -, a Maro Díaz, el azadón que nos prestó para cavar las zanjas… a propósito, Dévora su mujer, no volvió a pilar maíz…ni Dominga ha traído el realizo del tabaco...mijo pa’ donde va?” – Dijo Sofía su madre.
   El joven salió dispuesto a cumplir la cita.  En el pueblo ya le esperaban.
   “Aunque de corta edad, es de palabra” – dijo uno de los tres hombres que estaban a las puertas del café Volga. Debajo de la ruana saco el revólver, se lo entregó al joven y agregó:             
   “hoy es tu bautizo, ciérrale los ojos”.
El aspirante a Pájaro*, se dispuso a cumplir la orden:
   “Es Caruso” – dijo el hombre que portaba un fonógrafo.
    Los citadinos, incluido el joven se quedaron perplejos ante el artilugio. No faltó quien dijera que era venido del  infierno. A oídos del cura llego tal demostración. Con agua bendita,  se presentó  para que no cayera sobre el pueblo, maldición alguna.  La mano sobre el hombro y una voz que le dijo: - “no tardes”, le recordó el encargo.
    Cruzó la calle, en la esquina sin farol encontró al perro del faquir ladrando a la sombra del afilador.  Un cuarto hombre lo esperaba:
   “Es el que acaba de salir de la cantina de Tista” – le dijo el hombre y agregó: “espera a que llegue al parque de la Ermita y cuando este cerca de la casa de Miro Mora, se la cobras”-.
     El joven aceleró el pasó. A la altura del sitio indicado, se alistó a sacar el arma. El destinado a morir giró y  le dijo:
   “Quédate con el azadón”-, y disparó.
                                           
ALBERTO FABRAL
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 20, 2011, 19:22:47 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_K7FdAqKcKCM/TTm83E4WhKI/AAAAAAAABIE/h4TaJm-_goQ/s640/detective.jpg)

Detectives, pistolas, acordeones y sobres de azúcar

Si uno baja a la zona más baja del barrio más bajo de Los Ángeles de la década de los cuarenta, es decir, el puerto, podrá determinar tras unos cálculos la zona más baja de la ciudad, unos diez metros cuadrados, donde ya hace años se construyó un edificio, ahora ya abandonado. Allí, en el sótano de ese edificio, se encuentra el pub de Fred.
Tras leer este parágrafo uno ya puede hacerse a la idea de cuánto está ese pub cerca del infierno: el aire se sazona con vapores de whisky espeso, humo de tabaco y marihuana y gas metano condensado: las cucarachas surcan los tablones del suelo y las paredes segregan un extraño sudor pegajoso del que mana un calor capaz de aplastar cráneos: dónde los clientes (camellos, proxenetas, asesinos, acordeonistas y demás despojos del sistema) se preguntan que vorágine de actos ideas y pensamientos les ha llevado a tal lamentable situación. Allí ahogan sus penas en cerveza y demás alcoholes baratos, servidos por la proterva figura de Fred, el barman, que tras la barra se divierte y juega al póker con demás secuaces.
Por eso yo prefiero visitar el Club de Té de Miss Purple, una alegre ancianita inglesa que fundó el club allá por el treinta y cinco. Me senté junto a un grupo de ricas abuelas, adictas al té y las tartas de arándanos, jugadoras profesionales de bridge.
-Bienvenido, detective- me saludó una de ellas alzando su taza de té de pura porcelana china (entonces lo chino era de buena calidad)-. ¿Investigando?
-Tomando un descanso- mentí-. Dudo que aquí encuentre la tonelada de heroína que busco- sonreí, con ojos de agua y jazmines en el pelo. Las abuelas rieron conmigo. Alguna se tomó el comentario con algo más de seriedad. Al fin y al cabo, la heroína es la heroína, aunque no se pueda encontrar en el Club de Té, existe:
-¡Heroína! ¿Adónde irá a parar la juventud? Cosas como estas me sofocan y me angustian: ¿Adonde irnos a parar?
El tema de juventud y drogas prosiguió indiscutible su curso, y se derramó y derivó en otros sub-temas, como las nuevas ideologías que ahora florecían en, de nuevo, la juventud: el feminismo, el ecologismo… Ponderamos que el jazz, que andaba entonces por sus albores, tenía la culpa de todo aquello.
-Imagínese, esconder cien kilos de heroína: ¡Qué suerte que mi hijo abandonó ya todo aquello y enderezó su vida!
-¿Por qué dice eso?-indagué con esa estúpida pregunta, fingiendo que daba por hecho que tener un hijo heroinómano es el sueño de toda madre. La abuela quedó algo aturdida, y yo sonreí con labios de cuero y hierro: cuando haces ver que no entiendes algo obvio te han de volver a explicar la situación para que la entiendas, añadiendo detalles que antes no explicaban, para facilitar su compresión. De esta manera, pueden soltar datos nuevos, y más interesantes.
-¡Porqué no tendría sitio donde esconderlos! ¡Tienes todo su cuarto lleno de sobrecitos de azúcar! ¡Cientos! ¡Miles! De sobrecitos de azúcar del tamaño de un meñique.
Bingo.
-Me tengo que ir- anuncié levantándome de un salto, satisfecho, desgarrando el elegante ambiente creado.
-¿Ya está? ¿Ya se va?-preguntó la señora con la que había estado conversando.
-Sí, ha sido un descanso muy… útil. Dele recuerdos a su hijo. Fred, ¿verdad?  ¿Todavía tiene aquel bar tan cuco en el puerto?

La tía Paquita
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 24, 2011, 21:16:52 pm
(http://alenarterevista.files.wordpress.com/2008/08/austelrlitz.jpg)

PARÍS MONUMENTAL

La primera vez que estuve en París fue de paso. Mi tren llegaba a la estación de Montparnasse y yo debía trasladarme a la de Austerlitz para continuar viaje a Estrasburgo. Las opciones para la conexión eran dos: o ratonear por el Metro tirando de mi mochila o irme en taxi, pagando un buen dinero, claro, pero disfrutando de la ciudad, aunque fuese de modo tan efímero. Me decidí por esto último, de manera que cuando el tren se detuvo bajo la enorme marquesina, salté al andén y corrí a la parada. «A la estación de Austerlitz -fue la frase que preparé-, pero lléveme por los monumentos.» Y al tiempo que arrancaba, el taxista me dirigió un gruñido que me sorprendió por su agudeza. No se condecía con la aparatosidad de aquel corpachón que se desbordaba más allá del asiento y por la ventanilla. Sus manos, muy hábiles en el cambio de marchas y en los giros -el volante iba cubierto con una funda de plástico marrón con taquitos-, eran globosas pero de dedos ahusados y uñas finas. Los brazos, aunque de su forma grácil, eran más gordos que mis piernas e iban embutidos en una camiseta de color negro con símbolos incomprensibles, quizás de grupos heavies o de sectas satánicas. Recuerdo que temblaban un poco con cada bache y que los recubría un vello muy fino y lacio. «Parece como si se los peinara», me dije. Y entonces sospeché que se trataba de una mujer. Le miré la oreja. Sí, la tenía pequeña y bien dibujada, sin pelos. También las cejas eran del todo femeninas; y la boca, a pesar del bozo gris que le cubría el labio superior. El resto de su anatomía adquirió sentido de pronto. Comprendí la forma exuberante de sus caderas y la presencia vívida de lo que en un primer vistazo consideré los pectorales puntiagudos y fofos de un hombre obeso. También comprendí por qué giraba la cabeza tan suavemente cuando debía mirar por el retrovisor y cómo es que accionaba los pedales con las piernas tan juntas. Lo que no comprendí, o no quise comprender tan rápido, es que detuviera el coche en seco, señalara a un lado y me dijese mirándome con ojitos de cerda: «Gare d’Austerlitz, monsieur.»

Arístides Carmichael
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 24, 2011, 21:30:23 pm
(http://www.elblogdemisterapuestas.com/wp-content/uploads/2010/12/balon_futbol.jpg)

LA JUGADA DECISIVA 
   
               
El portero del equipo visitante, tras chocar aparatosamente contra un compañero a la salida de un córner, cayó dolorido al césped, soltando el balón que atenazaba contra el pecho. El esférico rodó mansamente hasta los pies del delantero centro, el máximo goleador de la historia del conjunto local, quien se encontraba en el área pequeña, a dos metros de la portería desguarnecida.
Faltaba un minuto para la conclusión del partido, el último del Campeonato Nacional de Liga de Primera División, y el marcador registraba un empate a cero.
El CF Capital, que acababa de conmemorar esa misma semana su centenario, necesitaba imperiosamente la victoria para mantenerse en la máxima categoría, y, cuando todo parecía perdido, el infortunado lance del guardameta adversario le había puesto en bandeja el triunfo, y, con él, la permanencia en Primera División, en la cual el equipo de fútbol capitalino había militado ininterrumpidamente desde su fundación en la noche de los tiempos. En el deporte,  el infortunio de uno casi siempre lleva aparejado la fortuna de otro.
Casi siempre; excepcionalmente, no.
Las decenas de miles de hinchas que abarrotaban las gradas del remozado estadio de El Deporte Rey, todos a una, se pusieron en pie para exteriorizar su júbilo por la anhelada victoria, incluidas las personalidades que ocupaban el palco de honor, entre ellas, la despampanante novia del delantero centro, la hija del presidente del CF Capital, una de las modelos más famosas y admiradas del país. Sin embargo, entre el estupor de los presentes, el goleador, tras un fulgurante debate consigo mismo cuyo desenlace acarrearía trascendentales consecuencias para su futuro, el deportivo y el personal, optó por agacharse y coger el balón con las manos para que el árbitro detuviese el juego. Marcar un gol a puerta vacía, aprovechándose de la lesión del guardameta oponente, le parecía una abominable acción antideportiva que vulneraba el código de valores por el que se había regido su conducta durante toda su vida, dentro del campo de fútbol y fuera de él. Si hubiera empujado la pelota al fondo de la red, jamás se lo habría perdonado. ¿Cómo se perdona uno a sí mismo un acto cuyos efectos, irreversibles, nunca pueden ser reparados? El gol legal que se ha conseguido, aunque sea de manera innoble, sube al marcador para siempre, sobre todo el que se mete uno en la portería de su ética particular.
A los ochenta segundos de reanudarse el juego, entre los abucheos y silbidos ensordecedores del público, el árbitro pitó el final del encuentro. El Club de Fútbol Capital había perdido la categoría por primera vez en su centenaria historia.
Después de recibir la felicitación emocionada del entrenador y de varios futbolistas del equipo visitante, el delantero centro, de camino a los vestuarios, entre el desdén y los insultos de algunos de sus compañeros y la bronca generalizada de los aficionados locales, estuvo a punto de ser linchado por la horda de iracundos forofos que había invadido el césped, varios cientos. Menos mal que los guardias de seguridad del estadio actuaron con prontitud y contundencia.
   Después de que su novia le comunicase en una escueta nota que no quería verlo nunca más, el futbolista, un ejemplo de ‘fair play’ para la prensa nacional e internacional y un miserable traidor para los medios de comunicación de Capital, ante el peligro que corría su integridad física en la ciudad (incluso recibió amenazas de muerte), a los siete días de la memorable jugada, solicitó al club que le concediese la carta de libertad. El presidente y los quince miembros de la junta directiva, reunidos expresamente para tratar el caso, se la concedieron tras una meteórica deliberación de poco más de un minuto. De buena gana le hubieran expulsado del equipo al término del infausto partido, pero, descartada la posibilidad de cobrar un traspaso (el delantero había cumplido ya los treinta y dos años), la baja unilateral les habría obligado a abonar al jugador la ficha íntegra, y no estaba la entidad centenaria en condiciones de hacer tales dispendios, sobre todo, después de consumarse el descenso a Segunda División.
   Horas más tarde, a medianoche, el veterano futbolista, admirable para unos, imbécil y traidor para otros, acompañado por dos policías vestidos de paisano, uno de mediana edad y otro treintañero, salió de incógnito de Capital en un vehículo camuflado. 
A los cuatro kilómetros, rebasada la demarcación territorial del municipio, los agentes detuvieron el coche en un descampado y conminaron al futbolista a que se apeara. 
   -¿Aquí, a estas horas? –preguntó el delantero centro, sumido en la perplejidad.
   -Aquí –respondió tajante el policía veterano-. Son las órdenes que hemos recibido. Esta noche tenemos servicio de patrulla, y debemos regresar de inmediato. Desde que hemos descendido a Segunda División, los ánimos están muy caldeados en Capital. A algunos les da por salir de madrugada a la calle a romper farolas y escaparates, tal es la frustración que les embarga. ¿A qué esperas?
   -¿Y qué hago en este paraje, en medio de la nada?
-Tú sabrás –dijo el treintañero-. Si llevas un balón en las maletas, puedes aprovechar la coyuntura para afinar la puntería.  Así, la próxima vez, quizá no falles ocasiones tan clamorosas como las del domingo pasado. Unas horas de entrenamiento extra le vendrán de maravilla a tu moribunda carrera profesional. Toma, quédate con esta linterna para que al menos distingas la portería imaginaria.
-Además, seguro que, a lo largo de la noche, pasa algún automovilista de buen corazón que, al verte pelotear, se apiada de tu estado y te recoge –agregó, entre risotadas, el otro policía-. Te recomiendo que, dado ese caso, no se te ocurra revelar tu identidad, porque, de hacerlo, el andoba saldrá zumbando y te dejará tirado en la cuneta. A nadie le gusta llevar en su coche a un jugador que ha traicionado a su propia gente. Que te sea leve, tronco.
   En cuanto se marcharon los dos policías, el futbolista, acarreando dos pesadas maletas, empezó a caminar por el arcén de la carretera. Sólo cuando hubo recorrido un centenar de metros, se percató del extraño fenómeno meteorológico que estaba aconteciendo ante sus ojos. Parecía haber amanecido en medio de la noche, o quizá alguien proyectaba la luz de un foco justo delante de él para guiar sus pasos. ¿Alguien? ¿Quién? Giró la cabeza, y tuvo que abrir y cerrar los ojos varias veces para convencerse de que era real lo que estaba viendo: un rayo de sol, desde la línea del horizonte, dirigía una franja de luz hacia él, como si pretendiera iluminar su camino. El jugador, intrigado, siguió la trayectoria que le marcaba la luz, la cual, a los cincuenta metros, tras tomar una curva cerrada, se desvió por un sendero que desembocaba en una casa en cuya puerta de roble, bajo un aldabón, colgaba un rótulo con la siguiente leyenda: “La Posada de los Mundos”. El delantero centro dejó caer el aldabón sobre la madera, y, al instante, una voz cálida le respondió desde el interior:
   -Pase, buen hombre.

Ana Flores
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 26, 2011, 11:37:09 am
(http://4.bp.blogspot.com/_SGuRU87RJeY/SSvmQM4OU2I/AAAAAAAABXI/pAmD3_Agzwg/s400/maltrato+mujeres.bmp)

OCASO

A ver... ¿qué tenemos por aquí? Bien, Rosa Cifuentes Díaz. Sobrevivió a la postguerra más cruenta y al hambre más voraz. Sí, la recuerdo. La conocí entonces y, más tarde, volví a encontrármela casada y amoratada, gracias al amor de su marido. Le seguí los pasos llegados los tres hijos, todos bien educados y egoístas. Hace cinco años, invité a su marido a dar un paseo; a mí no me gritó, bajó la cabeza humillado y me siguió. Llegó la hora, Rosa. Peina tus canas y toma mi mano. En esta eternidad, vivirás la vida que no has conocido.

Silkey
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 26, 2011, 12:04:32 pm
(http://2.bp.blogspot.com/_K_oclqNrqeQ/S7y-qCObAvI/AAAAAAAACTc/FxUgGL_Sw-Y/s400/bicicleta%2Bflorida.jpg)

CICLISMO

Hola. Me llamo Francisco Montero y tengo 15 años. Me gusta mucho montar en bicicleta y mi padre, Diego Pablo Montero, me ha comprado hace poco una bicicleta de montaña con amortiguación trasera y delantera que le ha costado 580 euros. Estoy muy contento. Mi padre también está muy contento. Dice que al principio hacíamos etapas cortas para que no me cansara, pero que ya soy mayor y con la bici nueva podemos hacer etapas más largas, que ya no soy un niño. Esto me pone aún más contento.
Me encanta ir en bicicleta con mi padre porque me explica cosas del camino y porque si pincho o se me estropea la bici él me la arregla mientras yo me siento en el suelo. Lleva en una bolsita debajo de su sillín todo el material necesario para estas reparaciones.  Normalmente la arregla rápido, pero a veces tarda más y se pone a sudar y se enfada. Una vez le escuché decir ¡**** bici! y  le  dio una patada muy fuerte. Yo miré para otro lado para disimular porque sé que luego se arrepiente y a los pocos minutos me dice:
-   ¡Qué bien vamos en la bici, eh!
Siempre he disfrutado mucho de estos paseos en bici, que ya eran según  mi padre auténticas etapas ciclistas. Nunca noté nada raro. Además, mi madre también parecía disfrutar y nos despedía muy contenta los domingos por la mañana. Pensándolo ahora a toro pasado, o a posteriori, no sé cómo no me pude dar cuenta antes. Porque además yo soy alguien que se fija mucho en esas cosas.
En estas rutas ciclistas a veces en una parada mi padre sacaba unas peras y nos las comíamos. En principio podría parecer que no pega mucho comer peras a mitad de una etapa ciclista, pero sientan muy bien y eso que a mí las peras no me gustan mucho fuera del ámbito ciclístico. Cuando la etapa está siendo especialmente bonita y hace un día bueno ( ni mucho frío ni mucho calor) para pedalear, a mi padre se le escapa un gritito de emoción ( Uoohhhh!) cuando baja alguna pequeña pendiente y yo procuro solidarizarme y también grito. La verdad es que lo pasamos muy bien.
Tan bien lo pasamos que siempre se lo ando comentando a mis compañeros de clase Moisés Carvajal y Diego Navas, que son mis mejores amigos. Yo creo que a ellos les  da envidia porque sus padres están gordos y aunque llevan chándal habitualmente no tienen aspecto de montar en bicicleta y mucho menos de acometer las cuestas hacia abajo con joviales gritos de ánimo. Entonces, mis mejores amigos Moisés Carvajal y Diego Navas me preguntaron un día si podían venirse con mi padre y conmigo de ciclismo y yo les dije que no sabía, que se lo preguntaría a mi padre. Cuando se lo pregunté a mi padre, Diego Pablo Montero, primero puso una cara rara pero después le pareció bien. Eso sí, me advirtió que les dijera que sus bicis debían ser de las buenas, porque los caminos por los que vamos son muy complicados. Mis amigos me comentaron que sus bicis son buenas, que las compraron en Carrefour. Yo desconfié en silencio porque había escuchado a mi padre alguna vez que las bicicletas de los centros comerciales de poco más de cien euros no valen para nada, pero no dije nada, porque tenía buena voluntad y porque a los amigos hay que perdonarles las pequeñas imperfecciones.
El primer domingo que salimos juntos hicimos una etapa bonita pero poco exigente desde el punto de vista físico, porque mi padre no quería machacarlos con una de nuestras etapas más duras. Ese primer día no hubo ningún problema y todo fue muy bien. Mi padre tiene un móvil muy bueno que lleva GPS y vamos registrando las etapas que hacemos. El registro del GPS luego lo exportamos a Google Earth, que te saca el recorrido y el perfil de la etapa, como en la prensa deportiva con las etapas del Tour. Cuando les mandé por correo electrónico el archivo de la etapa que hicimos, Moisés Carvajal y Diego Navas fliparon.
No fue hasta el segundo domingo que me di cuenta de que algo raro pasaba. Moisés y Diego son muy buenos amigos pero a veces se ponen un poco tontos. A mí a veces también me entra el pavo con ellos, sobre todo cuando estamos en clase. En clase nos entra la risa floja con cualquier tontería. No sé qué tiene estar en clase que te da por reírte de cosas que luego fuera de clase no te parecen tan graciosas. Cuando no sé de qué se ríen Moisés y Diego me da rabia porque me creo que se ríen de mí, concretamente de una verruguilla que tengo en la nariz. El dermatólogo me ha dicho que aún no me la puede quitar, que hay que esperar a que crezca y entonces la elimina aplicando nitrógeno líquido con una especie de sifón tela de chulo que vi en su consulta.
Ocurrió en una cuesta arriba que estábamos subiendo. Mi padre iba el primero poniendo su cara de no hacer esfuerzo, yo iba detrás de él y Moisés y Diego se habían quedado rezagados. Yo miré para atrás y vi cómo Moisés y Diego se partían de la risa. Uno no puede reírse y hacer ejercicio físico a la vez. Comprobadlo. El esfuerzo provoca todavía más risa, casi como si uno estuviera en clase. Recuerdo que a Diego se le saltaban las lágrimas. Se hacían unos gestos con las  manos que yo no en tendía.
Finalmente supe de qué se reían. Lo descubrí de repente. Insisto en que pensándolo ahora no sé cómo no caí antes. Se reían del look de mi padre, de su equipamiento deportivo. Y la verdad, no les faltaban motivos. Deberían haber mostrado más respeto hacia mi padre y hacia mí, pero viéndolo ya en frío casi comprendo que se rieran.
No todo el mundo sabe que los cullotes que llevan los ciclistas profesionales no son tipo calzonas sino que llevan unos tirantes que se colocan sobre los hombros. Naturalmente los ciclistas se tapan estos tirantes poniéndose el maillot por encima. Mi padre no hacía esto, sino que se ponía primero la camiseta y después los tirantes del cullote por encima, con la camiseta bien remetida por dentro de los cullotes. A todo esto añadía una riñonera de Pepsi-Cola atada a la cintura. Ahora sonrío cuando recuerdo las lágrimas como garbanzos que le salían por la risa a mi amigo Diego, pero en su momento no me hizo ninguna gracia.
Es mucho menos importante, pero hay que añadir que mi padre nunca usaba calcetines de deporte, sino azules o negros de vestir normales.
A mí el asunto me superaba un poco y no sabía cómo solucionarlo. Como siempre que ando preocupado con algo fui a comentárselo a mi madre, Antonia Martagón. En aquella época no había para mí droga más dulce para calmar el dolor que un no te preocupes pronunciado por mi madre. Creo que en la cara de mi madre, Antonia Martagón, comenzó a dibujarse una sonrisa mientras yo le contaba el problema, pero enseguida se percató de la gravedad del asunto.
No sé qué hizo mi madre para solucionarlo, pero al siguiente domingo, mi padre lucía un nuevo equipamiento perfectamente digno y adecuado, sin excesos. El exceso de equipamiento suele ser un error muy común entre los padres.
Mis amigos no volvieron a reírse y lo pasamos muy bien; yo notaba cómo escuchaban con admiración las explicaciones de mi padre y me ponía muy orgulloso. Cuando cuento esta historia a la gente suelen alabarme el tacto y la capacidad mediadora de mi madre para resolver un asunto tan complicado, y es verdad, pero a mí me gusta también destacar la buena condición de mi padre, que se repuso con dignidad y nunca dejó de tratar bien a mis amigos. Adiós .

Jaromil  Incandenza, Ocaña, Enero 2011
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 26, 2011, 21:50:00 pm
Continua la difusión del concurso de relatos.  En esta ocasíon, ha sido indexado en la web letralia, afamada revista literaria de los escritores hispanoamericanos en Internet.

http://www.letralia.com/concursos/110630B.htm
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 27, 2011, 12:28:22 pm
(http://www.esacademic.com/pictures/eswiki/71/Ghost-BlackDog.jpg)

KITO

La tarde transcurría lánguidamente en ese sábado soleado de otoño. El sagrado silencio de la siesta era alterado por el bullicio proveniente de una de las casas que lindaban con el colegio de artes gráficas, allá en el barrio de la boca, sobre la calle Palos, a pasos del riachuelo. Tres niños de unos diez años jugaban a la pelota en el fondo de una de ellas, momentáneamente convertido en el estadio de algún equipo de primera división por obra y gracia de la imaginación. Cada uno de ellos había elegido el nombre de algún jugador de su preferencia. Se llamaban a sí mismos de esa forma; Rojitas, Roma, Marzolini. Ni que hablar de qué cuadro eran simpatizantes. Todos pertenecían a la misma escuela. Todos compartían esa pasión incontenible por el futbol y estaban fuertemente ligados por esa amistad pura que se vive durante la infancia, no contaminada todavía por los intereses y miserias de la adultez.
El juego había durado ya un rato largo. Uno de ellos se plantaba contra una de las medianeras, imaginando un arco entre la pared del galponcito y la pared que separaba el patio en dos mitades, perpendicular a la medianera. Los otros, uno defensor, el otro atacante, trataban por todos los medios de cumplir con dichas funciones. Luego de un rato los roles eran intercambiados para que todos tuvieran una parte proporcional de la diversión. A decir verdad, podían pasar horas jugando de esa forma, sólo interrumpiendo el juego para tomar una leche chocolatada o para jugar a los “cowboys”, otro de los juegos predilectos del grupo.
Las caras transpiradas mostraban algunos signos de agotamiento. Los movimientos ya eran un poco más torpes. Carlitos encaró a Roberto con determinación, empeñado en marcar el último gol antes de que el juego finalizara. Hizo un amague a la derecha y se fue a la izquierda, quedando perfilado para su pierna de palo. Víctor se agazapó esperando el remate. Carlitos le pegó con la izquierda medio obstaculizado por Roberto. El cansancio y su pierna inhábil hicieron que pateara más fuerte de lo normal, sin control. Las manos de Víctor no pudieron detener el disparo que impactó de lleno en su frente. La pelota salió impulsada hacia arriba, al mismo tiempo que Víctor aterrizaba sobre su trasero, lastimosamente.
Carlitos y Roberto no prestaron atención al malogrado arquero. Sus ojos miraban con espanto la parábola dibujada por la pelota. La ingrata comenzó su trayecto descendente acercándose peligrosamente a la medianera que los separaba de la casa de Doña Concepción. Los chicos contenían el aliento rogando que no cayera del otro lado. Los segundos transcurrían como en cámara lenta. Finalmente, el momento tan temido se hizo realidad. La pelota impactó en el borde de la medianera para elevarse nuevamente, pero ya del otro lado. Unos segundos después pudieron escuchar el sonido del balón rebotando en el patio lindero.
Víctor ya se había recuperado de su caída. Los tres se miraron con rostros apesadumbrados, preguntándose cuál sería el curso de acción a seguir. Ir a tocar el timbre de Doña Concepción podía ser suicida. La anciana ya les había pinchado varias pelotas con un ensañamiento rayano con la locura. Por otro lado, la madre de Carlitos había establecido claramente que no iría más a golpear puertas en rescate de pelotas desertoras, no señor. Eso dejaba un escaso margen de acción a los tres amigos. Al parecer, sólo había una alternativa posible, la más peligrosa, la más heroica: saltar la medianera en una expedición invasora. La gravedad de lo que había que hacer se dibujaba en sus caras infantiles.
Lo discutieron rápidamente. La misión recayó sobre Carlitos, candidato obligado por su condición de local y porque de todos ellos, era el que podía correr más rápido en caso de ser necesaria una huida precipitada. Pero había un elemento a considerar que teñía la empresa de un ominoso manto de terror. No era sólo una expedición invasora. Había que enfrentar a la bestia que defendía el territorio invadido, la oscura presencia que de sólo mencionar su nombre, sus corazones se detenían: Kito.
Kito era un enorme perro de raza indefinida, de color negro azabache y pelaje largo y lustroso. Tenía el hocico puntiagudo, con una hilera de filosos dientes blancos que asomaban amenazadores de su boca siempre entreabierta, con media lengua colgando. Las pocas veces que Carlitos había ido a la casa de Doña Concepción acompañando a su madre, había sido recibido por los inhóspitos gruñidos del hosco animal. Dormía siempre en el patio, en una casilla de madera. Sin duda era capaz de desalentar a cualquiera que hubiera siquiera considerado la posibilidad de ingresar a la casa por el patio. Ese era el formidable adversario al que había que enfrentar si querían recuperar su preciado balón.
Carlitos se introdujo en el galponcito. Salió al cabo de unos instantes portando una escalera de unos cinco escalones, lo suficiente para asomar la cabeza del otro lado. También servía para subirse a la medianera si se era lo suficientemente ágil. Apoyó la escalera sobre la pared. Subió los escalones lentamente, mientras los otros lo observaban con atención. Poco a poco el patio vecino aparecía ante sus ojos. Primero verificó si Doña Concepción estaba a la vista. Nada. La anciana de seguro dormía la siesta. A continuación había que ubicar la posición de la bestia. Enseguida divisó la casilla del animal. La enorme cabezota negra sobresalía por la puerta, apoyada sobre sus dos patas delanteras. El implacable guardián también despuntaba un sueñito. Por último verificó la ubicación de la pelota. Estaba en el medio del patio, a una buena distancia del cancerbero.
Carlitos comprendió que la situación no podía ser más favorable. Había que actuar de inmediato para no desperdiciar la ventaja momentánea. Bajó unos escalones y comunicó a sus amigos el estado de la situación. Los otros ya estaban desistiendo, conscientes de la peligrosidad de la misión, tratando de disuadirlo de continuar. Carlitos sabía que no podía dejar su preciado tesoro a merced de los dientes del enemigo. Le había costado un triunfo que su padre le comprara esa pelota. No podía resignarse sin luchar. Los otros entendieron, y asintieron meneando las cabezas, pero todavía presas del miedo que Kito les inspiraba.
Carlitos volvió a subir. Miró hacia abajo. Había unos buenos dos metros y medio hasta el suelo. Afortunadamente, un limonero se encontraba casi pegado a la pared, brindándole una escalera natural para su conveniencia. No había tiempo que perder ya que su madre notaría el extraño silencio que reinaba en el patio y sospecharía algo. Volvió la cabeza un momento e hizo un gesto a sus amigos, que lo miraban expectantes. Luego, con agilidad felina, puso un pie en el tope de la escalera, tomó impulso y se sentó en el borde de la medianera. Giró sobre su cola y comenzó a descender utilizando las ramas del limonero. En pocos movimientos sus pies tocaron el piso, a pocos metros de la pelota.
Midiendo sus pasos cuidadosamente comenzó el camino hacia el objetivo. Paso a paso iba recorriendo la distancia que lo separaba del mismo. Gruesas gotas de sudor poblaban su frente. En pocos instantes sus manos tomaron el balón. No había sido tan terrible después de todo. Ahora había que desandar lo andado. Casi saboreaba el triunfo cuando la puerta que daba al patio se abrió de golpe produciendo un estruendo espantoso. La esmirriada figura de Doña Concepción irrumpió en el patio. Traía una regadera en la mano que comenzó a llenar de agua. La pesada cabezota del perro se levantó al instante. Salió de su casilla y se dirigió hacia la anciana, moviendo la cola animadamente.
Carlitos era una estatua. No sabía qué hacer. Nadie había notado su presencia todavía, pero temía que lo harían en cuanto intentara algún movimiento. Sabía positivamente que no podía prolongar esa situación por más tiempo. En pocos segundos decidió la estrategia. Pegó un salto y envió la pelota por encima de la medianera hacia su casa. El movimiento llamó la atención de la anciana y de su perro.
-¡Quién anda ahí? –preguntó en un grito haciendo visera con la mano.
Carlitos miró en dirección a ella y su mirada se encontró con la de Kito. De repente la anciana gritó:- ¡Kito, a él!
El perro levantó las orejas preparándose para iniciar la cacería. Carlitos no esperó a que esto sucediera. De inmediato comenzó a correr en dirección al limonero. No había un segundo para titubeos. En breves instantes alcanzó la rama más baja y se trepó como pudo percibiendo el jadeo enloquecido del animal a sus espaldas. El cuerpo del niño se contrajo evitando así  un fiero tarascón. Trepó otro tanto tratando de alcanzar el borde de la medianera. Los ladridos del perro más abajo eran escalofriantes. Al final quedó sentado a horcajadas de la pared, observando a su enemigo que lo miraba con ojos inyectados en sangre, ladrando y mostrándole los dientes con impotencia.
Doña Concepción venía tan rápido como le daban las piernas. Carlitos comprendió que debía desaparecer de la escena. Giró el cuerpo y casi se tiró del otro lado cayendo en brazos de Víctor y Roberto que estaban aterrorizados debido a los ladridos del perro y los gritos de la vecina. Sus amigos lo sostenían tratando de verificar si estaba en una pieza. Carlitos se observó evaluando los daños. Tenía las manos lastimadas, las rodillas peladas y un raspón tremendo en la nalga derecha, que comenzaba a sangrar lentamente. También tenía rasgada la camisa. Sentía el cuerpo maltrecho y el corazón todavía le latía agitadamente debido al susto que se había llevado.
Los ojos de Carlitos se posaron primero en la pelota, que reposaba mansamente a unos pasos de ellos, y después en sus dos amigos que lo miraban azorados. Todavía se escuchaba el batifondo del otro lado. Ellos comenzaron a reírse locamente, liberando la tensión acumulada. Las risas de un lado competían con los gritos y ladridos del otro. Finalmente ambos sonidos cesaron. Los chicos se sentaron en el piso, exhaustos, tratando de recuperarse de semejante experiencia. Al rato, la madre de Carlitos los llamaba a tomar la leche. Ellos no se hicieron rogar.
Carlitos recibió las consabidas reprimendas de su madre debido a su “lamentable estado”. ¿Por qué no podía ser como los otros dos que estaban impecables?, se preguntaba. Ellos intercambiaban miradas cómplices sonriendo con sus bigotes de chocolate, las bocas llenas de galletitas y los corazones henchidos de felicidad debido a la hazaña realizada.
-Carlitos, ¿sabés por qué ladraba tanto Kito hace un rato?  
Carlitos casi se atraganta con la galletita. Tragó como pudo y esbozó su sonrisa más angelical.
-No sé mami –dijo tratando de lucir convincente-. Nosotros no tuvimos nada que ver.
Al rato salían de la cocina para dirigirse al patio nuevamente, ahora transformado en un campo de batalla en el cual ellos eran arriesgados soldados cumpliendo alguna misión que definiría de seguro el curso de la guerra. Las heridas de Carlitos ardían, latiendo intensamente; pero no le importaba. Había pasado por una prueba difícil a la que había sorteado con valentía. Se había enfrentado con la bestia y había salido triunfante de tal encuentro.
Pocos días después Kito terminaba sus días atropellado por un auto, en plena calle Palos. El perro loco casi se había tirado sobre el vehículo, ladrándole a las ruedas, tratando de morderlas. Vaya uno a saber qué lo había impulsado a cometer semejante tontería. Doña Concepción había quedado devastada. Había compartido casi quince años con él. Al poco tiempo un cachorro ovejero alemán se instalaba en el patio de la anciana, en la misma casilla que su antecesor. La vida continuaba su curso. Carlitos sintió cierto remordimiento al enterarse del desafortunado incidente. Si bien no le tenía un cariño especial a Kito, tampoco le deseaba nada malo. Había sido un personaje importante en su corta existencia y ahora ya no estaba.
Siendo ya un adulto, una pesadilla recurrente lo sorprendía cada tanto. Se encontraba corriendo hacia una pared altísima perseguido por un enorme perro negro con los ojos inyectados en sangre, ladrando enloquecido. Trataba de escalar la pared pero no podía. Se despertaba justo en el momento en que la bestia se abalanzaba sobre él. Al recuperar la conciencia los recuerdos de su infancia ligados al sueño acudían en tropel. Entonces revivía claramente el momento en el que estaba sentado sobre la medianera de Doña Concepción y su mirada se encontró con la de Kito. Tal vez era atribuirle a un simple perro de raza indefinida una inteligencia que no poseía, pero en aquellos pocos segundos de mutua contemplación le pareció que los ojos del animal le decían: “ya nos volveremos a encontrar”.

Montag
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 28, 2011, 11:43:55 am
(http://www.fuebuena.com.ar/wp-content/uploads/2011/03/stupidity.jpg)

DOS MACHOS

Debido a una maniobra esquiva de incierta autoría, el vehículo grande pitó airado al vehículo pequeño. Como el claxon del vehículo grande resultó ser menos sonoro que el del vehículo pequeño, el individuo se bajó del coche y mostró sus, ahora sí, puños grandes. También el del coche pequeño se apeó, y al comprobar que sus puños resultaban ridículos sacó una estaca que guardaba bajo el asiento. Al ver esto, el del vehículo grande de claxon pequeño y puños grandes sacó a su vez otra estaca que también guardaba bajo el asiento y que, desgraciadamente, resultó ser de inferior tamaño a la del individuo de vehículo pequeño, claxon grande, puños ridículos y estaca grande, por lo que no tuvo más remedio que responder esgrimiendo una navaja que acostumbraba a llevar en el bolsillo. Ante tal amenaza, el individuo de la estaca grande sacó de la guantera un machete de montería que solía utilizar en sus salidas al campo. Así enfrentados, y resultando clara la desventaja de la navaja frente al machete, el de la navaja sacó una pistola automática y apuntó a la cabeza de su adversario. Viendo peligrar la vida, éste último corrió hace el maletero, sacó la escopeta de caza e hizo lo propio. En ese momento de máxima tensión se alzó la voz de una mujerona que presenciaba la escena junto a un nutrido grupo de ciudadanos: “Si se creen tan machos, que enseñen los penes y el que lo tenga más grande le nombramos ganador”, ocurrencia que fue muy aplaudida por el grupo de ciudadanos. Ante tal avenencia, ambos individuos se miraron durante unos segundos, acordaron sin palabras guardar las armas y proseguir sus caminos ajenos a las risotadas del nutrido grupo de ciudadanos. ¡Y a la decepción de la mujerona!, ya que a su entender el individuo del coche pequeño, claxon grande, puños ridículos, estaca grande, machete de montería y escopeta de caza debía poseer un pene de tamaño superior al individuo de coche grande, claxon pequeño, puños poderosos, estaca inferior, navaja de bolsillo y pistola automática.

Oso Yogui
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 28, 2011, 19:02:59 pm
Recuerdos de basura


Julio había adquirido la tendencia de guardar objetos que le recordaban una vida pasada. Recopilaba figuritas, estampas, fotos, almacenaba recortes de periódico, notas de todo tipo, artilugios como mecheros usados o colgantines. Este hecho se había convertido en su pasatiempo, y cada vez que miraba alguno de aquellos trastos y papeles, siempre se le venía a la memoria el recuerdo de algún suceso, situación o momento temporal que archivaba inconscientemente.
   Al principio era una afición que no pasaba de ser una mera referencia que le llevase mediante el recuerdo a otro tiempo, que él consideraba afortunado o privilegiado. Más tarde este pasatiempo se fue haciendo una obsesión, y ya no sólo se limitaba a recoger objetos que le producían placer al recordarlos, sino que el momento, la historia de este u otro objeto no era tan importante.
   Vivía en un cuarto piso con sus dos mascotas, unos gatos callejeros que le acompañaban siempre. Desde que su mujer había fallecido, estos animales eran su única compañía. Los sacaba a pasear con total soltura y sin el miedo a que algún día lo dejasen abandonado. Esto se podía explicar gracias a un respeto y afecto mutuo que se había perfeccionado en la soledad de Julio.
   Con el paso del tiempo Julio se estaba viendo con el peso de los años abrumándole en su aspecto físico. Tenía el pelo canoso y las primeras arrugas que años atrás comenzaron a nacerle estaban ya bien pronunciadas. A su vez, las colecciones de objetos inservibles y, en ocasiones inútiles, seguían aumentando, así como la edad de sus felinos no quedaba en retraso.  La casa, que tiempo atrás había sido espaciosa y libre, se estaba quedando cada vez más pequeña. Los objetos empezaron a inundarlo y ya vivía en un puro recuerdo.
   El día que tropezó con uno de los contenedores llevaba consigo a sus dos felinos. Había bajado a tirar la basura. Cuando echó las bolsas en el cubo, uno de ellos fue a enredarse en sus pies y en un intento por sortearlo colisionó con su rodilla en el contenedor doliéndose. Seguidamente cayó al suelo y volvió a lesionarse la misma pierna. En aquel momento nadie pasaba por allí para ayudarlo a levantar.
   Esperó un poco y consiguió al fin incorporarse. Se apoyó en la pared y comprobó que estaba herido. Sin embargo, aunque cojeaba, no le dio importancia y subió a casa.
   Esa misma noche no pudo dormir; le dolió la pierna más de lo que esperaba. No obstante aguantó hasta la tardía mañana siguiente diciéndose que visitaría al médico. Pero no lo hizo, pues apenas podía moverse y en casa carecía, por inutilidad rutinaria, de un teléfono. Aquí es donde entraban de nuevo en juego los efectos de la soledad.
   Así que Julio empezó a vivir con aquella cojera y a habituarse a las restricciones que ello suponía. No salía de casa excepto para comprar lo imprescindible para la comida y bajar a tirar la basura. Se decía a sí mismo que no necesitaba nadie que le asistiera, por orgullo tal vez, una sensación que se había creado debido a su tozudez de anciano y por su estima a que no le violasen su intimidad y le removieran sus preciados objetos.
   Pero aquella lesión, ya sea por motivos biológicos o inconscientes, se estaba agravando con facilidad. No quiere esto decir que su pierna estuviera empeorando físicamente; con el tiempo que había transcurrido, la lesión más bien estaba en su cabeza que en su rodilla, era algo a lo que se había habituado.
   Lo cierto es que Julio empezó a restringir las salidas de un modo enfermizo. Tan sólo se limitaba a aprovisionarse de comida durante semanas mientras que los residuos que producía, para evitar bajar las sufridas escaleras, los fue guardando en una pequeña habitación; luego, cuando inundó ésta, fue dejándolos en cualquier lugar, en uno y otro rincón de toda la casa.
    De esta forma, los objetos que Julio coleccionaba se fueron mezclando con la basura que no desechaba y pronto se vio a sí mismo rodeado por una espesura maloliente que, a la vez, le producía recuerdos. Esta unión continua fue constantemente ocasionando que cada vez que Julio miraba algún objeto de interés, que tradicionalmente le producían placer al recordar su referente positivo, lo inducía a tener nauseas y pensamientos nocivos.
   Pero poco a poco consiguió abrirse paso en su dilema embalando todos los objetos en bolsas comunitarias y apartándolos de la vista. Tantos fueron los recuerdos que envolvió que llegaron a formar parte de la basura acumulada.
   Aquel día se despertó con una sorpresa; su pierna estaba curada, o eso parecía. Se levantó de la cama, la estiró y la flexionó, y comprobó que era cierto. Fue hasta la pequeña cocina y puso en el cuenco de la comida de sus gatos algo de leche y la última ración de pienso que le quedaba. Empezó a llamarlos una y otra vez, repetidamente como acostumbraba. Pero los animales no aparecieron.
   Estuvo rondando por la casa llamándolos y temiéndose lo peor, pues siempre aparecían a la primera voz, y sus felinos podían haber huido por culpa de las malolientes bolsas que acumulaba. Removió algunas bolsas que le impedían moverse sin tropezar. Buscó y buscó, pero los felinos habían desaparecido. Entonces percibió algo inesperado e interesante: agarró varias bolsas y distinguió, entre el color del plástico, tal vez por el tacto o quizá por la intuición, algunos objetos que le llamaron la atención y que sí recordó positivamente. Se sintió feliz y empezó a abrir frenéticamente algunas bolsas que le llenaban de nuevo de recuerdos dóciles.
   Una a una las rompía, contemplaba su interior, sacaba algún objeto que le interesaba e imaginaba la situación lozana que le traía la memoria. Otras bolsas que abría las dejaba a un lado, pues eran residuos antiguos. De repente, la bolsa que cogió, por su tacto, no pudo atribuir un recuerdo consciente, aunque sabía que en el inconsciente había un reconocimiento para este nuevo objeto.
   Antes de abrirla la examinó, la olió, la palpó y, finalmente, movido por la curiosidad frustrante, la rompió. Y para su sorpresa, dentro se encontraban sus dos felinos, fríos y rígidos.
   Julio sintió una punzada en el pecho. Como por fuerza de magia, su rodilla volvió a dolerle, al principio un poco, luego con una intensidad renovada que se propagó por todo el cuerpo. Se quedó mirando la bolsa, perplejo, y comprendió que su vida sin aquella especial compañía había terminado. Se sentó entre las bolsas que quedaban sin abrir, se acomodó la pierna para que no le molestase y cerró los ojos. Sabía que su muerte estaba cerca, pero sonrió al percatarse de que iba a hacerlo rodeado por las bolsas de los residuos de sus recuerdos.

G. Samsa
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 28, 2011, 19:09:30 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_0J7AyxF2B5k/TDOElPBF4RI/AAAAAAAAAjQ/Y9n-CrhM3qE/s1600/reloj-dali.jpg)

La vida pasa…..y pasó   

   A pesar de su nombre (Carlos Meyer) era profundamente español. Le encantaban todas las costumbres típicamente hispanas: los toros, las tapas, la siesta….¿de dónde le venía el apellido? De su bisabuelo, un alemán que acabó en España hacía ciento y pico de años. A él le quedaban unos ojos que no eran del todo oscuros, sino pardo-claros y una piel que se ponía morena en verano, pero no excesivamente.
   Carlos había nacido en Madrid, crisol de todas las Españas, sus padres eran también de Madrid, pero de sus abuelos y bisabuelos no podía decir lo mismo. Los había de casi todas las partes del reino. Carlos se reía mucho cuando vino la época de las autonomías. Él se consideraba español, había conocido casi toda España, la había recorrido en sus épocas de vacaciones. No había nada mejor para él que la siesta en verano con las persianas bajadas, el salir después a la calle con el primer frescor, el tomar unas tapas a las ocho de la tarde, ya fuera mirando al mar o mirando a las montañas…
   Las fiestas de los pueblos españoles eran para él días inolvidables, de joven se apuntaba a todas las que sus amigos le invitaban. Los toros, el baile en la plaza del pueblo, incluso la procesión del santo correspondiente…todo, todo era sinónimo de alegría…
   Carlos había nacido en 1950, en plena carestía, aunque su padre, que era un adicto del Régimen que trabajaba en Sindicatos y con un buen sueldo, había conseguido que esa mala época no se notase en casa. Eran cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas, tenía por delante un hermano y una hermana, luego venía él, y dos años más joven venía Paloma su hermana pequeña. Sus hermanos mayores habían nacido en 1944 y 1946. Había por tanto una separación de edad entre los hermanos mayores y los menores, que se notaba en casa en las conversaciones y en los juegos. Aunque los chicos y las chicas tenían una habitación para cada pareja, no tenían mucho más en común, y parecía que los mayores se entendían mejor con su hermano del sexo contrario y lo mismo pasaba con los menores.
   Su padre había estado en la Guerra Civil y en la División Azul. Entre 1939 y 1941 había conseguido acabar su carrera de licenciado en Derecho (que había comenzado antes del conflicto) y cuando había vuelto de Rusia, había obtenido el trabajo y casarse. No hablaba mucho ni de la guerra ni de Rusia, aunque le gustaba hablar del Madrid “de antes de la guerra”, de su barrio y de su familia, de cómo había empezado la carrera, que se había visto interrumpida por la contienda. El estallido le había pillado en Segovia de vacaciones, se había alistado de voluntario y acabó de alférez provisional.
   La familia de Carlos vivía en un piso de Chamberí de protección oficial. Era un piso amplio, bastante fresco en verano y con una buena calefacción en invierno. El barrio era un sitio encantador, con sus tascas, sus paseos, sus rincones…
   Los veranos los pasaban cada año en un lugar distinto, iban mucho a las Residencias de Educación y Descanso, que las había por toda España. A veces estaban un par de semanas en el pueblo de alguno de los abuelos, sobre todo por las fiestas de agosto.
   La madre de Carlos era una mujer profundamente religiosa, les había inculcado de pequeños la confesión frecuente y las prácticas religiosas diarias como las oraciones de levantarse y acostarse y sobre todo el rezo del rosario, que se realizaba en el hogar familiar después de comer y si no se podía a esa hora, antes de cenar.
   La entrada de Carlos en la Universidad Complutense fue de lo más traumática, atrás dejaba su colegio, sus amigos. No le gustó la Universidad como institución, la veía grande y desangelada, tampoco los edificios. Él estudió Derecho como su padre, no se veía estudiando otra cosa.
   Después de haber aprobado el primer curso (tampoco tuvo que estudiar mucho) Carlos se fue un mes a un curso de verano de inglés a un pueblo cerca de Londres. Fue una buena experiencia, había estudiantes de todas las nacionalidades, pero no aprendió mucho inglés, se dedicó a los pubs ingleses y a hablar con todos los españoles y españolas que se encontraba o que estaban en su curso. Recuerda que pasó mucha hambre, no podía comprender de qué vivían los británicos con lo poco que se alimentaban.
Cuando acabó segundo se fue a un campo de trabajo en Alemania, quería conocer Europa. Le gustó Alemania más que Gran Bretaña, por lo menos pudo comer más. No entendía las borracheras de los alemanes, personas que parecían normales y se animalizaban el viernes por la tarde. A él le gustaba beber pero de manera más “normal”.
En este campo de trabajo conoció a Ingrid, una alemana guapísima. No era espectacular, pero tenía unos ojos azules maravillosos y un pelo muy rubio. Aunque el campo de trabajo estaba en el centro de Alemania, Ingrid era del norte. Carlos se enamoró perdidamente, y se puso contentísimo cuando vio que la chica le hacía algo de caso. Una noche de verano en la que estaban los dos solos, se le declaró arrebatadamente, Ingrid le besó, se quedó turulato, pensó dejarlo todo por ella, venirse a vivir a Alemania. Cuando se despidieron quiso Carlos que le dejara sus señas para ir a visitarla, no se dio cuenta de que la chica se las daba de mala gana y de que no le contestó a su apasionada despedida, estaba como obnubilado.
Cambió el billete de vuelta retrasándolo unos días y se fue a la ciudad de Ingrid en autostop para verla, después de dos días de intentos pudo hablar con ella por teléfono, que muy finamente le dijo que no le quería, que lo suyo había sido un juego.
Carlos se quedó deprimido y como un zombi cogió el avión de vuelta. En Madrid con su familia y sus amigos consiguió olvidar a la alemana. Prefirió volver a sus veranos en España (la milicia universitaria tampoco le dejaría mucho tiempo durante el estío) y estudiar inglés durante el curso. El recuerdo de Ingrid le duró varios años, tuvo alguna novia, siempre españolas, se había quedado harto de “las extranjeras”.
Acabó la carrera y se preparó como miles de españoles a hacer unas oposiciones, que sacó al segundo año de intentarlo.
Como buen funcionario estuvo varios años por provincias hasta que pudo volver a Madrid al cabo de los años. La vida en provincias no le gustó mucho, había mucho cotilleo y mucha envidia, por eso se casó con otra funcionaria de Madrid, pero a la que conoció en uno de sus destinos. Sus dos primeros hijos nacieron fuera de Madrid, pero el tercero ya fue en la capital de España, adonde se había trasladado el matrimonio de funcionarios.
Ya que los pisos por su barrio eran carísimos se fue el matrimonio a vivir a un piso en una urbanización de un pueblo dormitorio a unos kilómetros de Madrid. Carlos y su mujer venían a la capital en tren, ya que no les gustaba conducir. Mientras los niños fueron pequeños su mujer volvía un poco antes para estar en casa cuando los hijos volvieran del colegio.
Un año, que Carlos y su mujer cumplían las bodas de plata se les ocurrió ir a Munich, la capital de Baviera en el sur de Alemania. Tenían planeado estar una semana y visitar la ciudad y alrededores.
Llegaron por la tarde de un día de verano a Munich, y desde el aeropuerto tomaron un taxi hasta el hotel, que se encontraba no muy lejos del centro. Era un hotel de los medianos, en una calle muy tranquila habitada por familias de la clase media. Cuando entraron en el hall estaba en la recepción una típica alemana rubia y gruesa de unos cincuenta años. Carlos había visto como las alemanas se estropean con la edad y se convierten en mujeronas con un exceso de carne (debe ser por la cantidad de cerdo que comen, pensaba él). Esta mujer les atendió en inglés, les dio la llave de su cuarto y les deseó una feliz estancia. El matrimonio salió a cenar (en el hotel no había restaurante) pero volvió pronto a acostarse.
A la mañana siguiente bajaron a desayunar, el día estaba muy hermoso, pensaban recorrer toda la ciudad, dejarían para los siguientes días las excursiones.
El desayuno fue muy abundante, típico de los hoteles alemanes, les servía la mujer del día anterior y un varón de una edad parecida a la de la mujer, pero cuadrado y de una altura cercana a los dos metros. Como Carlos estaba más despierto que el día anterior, pudo mirar a la mujer más detenidamente, parecía que había sido muy guapa en su juventud. A su vez la mujer alemana le miraba a él sin disimulo, Carlos era un cincuentón que no se había puesto muy gordo, estaba todavía de buen ver, hacía mucho deporte y se le había caído poco pelo.
En un momento determinado el germano llamó a la mujer: ¡Ingrid! , Carlos pensó que había conocido hacía treinta años a una Ingrid del norte de Alemania. Ya era casualidad, que esa señora se llamara igual. Cuando la alemana volvió a entrar en la sala de desayuno Carlos la reconoció al mirarla a los ojos, que era lo único que le había cambiado poco, por lo restante estaba irreconocible. Pero a él le pareció que ella sí le había reconocido desde el principio. Los hombres cambian menos que las mujeres. Mirándose a los ojos hicieron un acuerdo tácito de no decirse nada.
Los restantes días Carlos e Ingrid se vieron sobre todo por las mañanas y por las tardes cuando el matrimonio volvía de sus excursiones. El día de la vuelta a España no estuvo Ingrid sirviendo el desayuno, quizás le pareció duro despedirse de Carlos. El alemán grandote les dijo en su mal inglés que él y su mujer (que había tenido que salir) les deseaban feliz viaje de vuelta a casa.
De camino al aeropuerto su mujer, que había estado especialmente cariñosa en esos días, le dijo que la alemana del hotel le había mirado demasiado, Carlos se rió, besó a su mujer y se quedó pensando en lo corta que es la vida, y en el refrán: “Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos”.

Tomillar
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 29, 2011, 19:33:18 pm
(http://t0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQgATwwuImwgEcOtDQfxrIBXCkqjkLzrNf6LZgfEJNG2Ik0VsdNJA)

Sorpresa durante las compras

La tienda era amplia, muy iluminada y atestada de ropa por todas partes.
La dependienta era una chica joven, rubia, alta y delgada muy bien vestida.
La chica se llamaba Ingrid y su trabajo diario era vender y asesorar a sus clientas sobre prendas de diseñadores como Dior, Gucci, Ricci, Chanel.
Un día entró por la puerta, una nueva clienta, se llamaba Juanita López, una  chica hispana, morena  y de estatura media, muy rica pero que vestía de una manera muy normal. Ella necesitaba encontrar un vestido perfecto para la fiesta de su vigésimo cumpleaños.
Después de pasar un buen rato mirando y examinando prendas, encontró un vestido azul cielo de terciopelo hasta la altura de la mitad del muslo con sólo una tirante en el hombro derecho.
Juanita cogió el vestido y pensó que era magnífico para su fiesta.
- ¿Le puedo ayudar en algo, señorita? - dijo Ingrid por detrás de Juanita.
- Oh, quiero probarme este vestido, es para mi fiesta de cumpleaños - le dijo Juanita a la vendedora enseñándole su vestido azul cielo.
- Por supuesto, señorita-Dijo la dependienta con el semblante algo pálido, al mirar el vestido.
Juanita entró en el probador y se probó el vestido, que según pensaba Juanita le quedaba como un guante.
Ella salió del probador  con el vestido puesto para que Ingrid le diera su opinión.
- ¿Bueno, qué opina? ¿Cómo me queda? - le dijo Juanita.
- Creo que le queda demasiado corto - le contestó Ingrid.
- Sí, es una de las razones por las que me gusta - dijo Juanita.
- Oh, ¿No le parece que este vestido está fuera de sus posibilidades? – dijo Ingrid, que  parecía muy contenta por su pregunta.
-No se preocupe mi padre es un empresario muy rico, así que el dinero no es problema – dijo Juanita asombrada por su pregunta.
- ¡Ah,vale! ¡El vestido le queda muy ceñido! - le dijo Ingrid, que estaba muy nerviosa.
- ¡Eso es maravilloso! - le dijo Juanita.
- ¿Cómo? - le dijo Ingrid, muy nerviosa y pálida.
- Estoy intentando conseguir en la fiesta la atención del hijo de uno de los socios de mi padre, y este vestido azul cielo servirá - le dijo Juanita.
- Pero creo que este tono de azul…no le favorece con… su tono de piel - dijo Ingrid, tartamudeando y con la cara algo verduzca.
- ¿Qué le pasa? ¿Se siente bien? - le dijo Juanita, un poco preocupada por ella.
- Estoy bien, pero no puedo venderle ese vestido - le dijo Ingrid, más  pálida que un muerto.
- Pero, ¿Por qué? , es perfecto - dijo Juanita, extrañada por su reacción.
- El vestido está defectuoso - Le dijo Ingrid, en un tono de voz muy alto.
- Pero que dice, el vestido es insuperable y lo quiero – Dijo Juanita muy enfadada.
- ¡No puedo vendérselo! ¡Quíteselo! – le dijo Ingrid, ya gritando a pleno pulmón.
- ¡No me lo quitaré hasta que me lo cobre! – gritó a su vez Juanita.
-¡Quíteselo!-Gritó Ingrid, intentando quitárselo a la fuerza.
En el forcejeo entre Juanita e Ingrid se escuchó un crujido, las dos miraron y la tela se había roto y en el forro del vestido venía una etiqueta que decía “imitación”.
-¡Es una imitación de Gucci! ¡Esta tienda es de ropa original! ¡¿Cómo tiene el valor de intentar cobrar doscientos euros por una imitación!?
Ingrid estaba muy pálida , con la cara algo verde y parecía estar a punto de desmayarse.
Al oír los gritos de Juanita, la encargada jefe de la tienda vino corriendo para averiguar que pasaba.
-Señorita, soy Ana María Montero, la encargada de esta tienda. ¿Qué le pasa porqué grita? –dijo Ana muy preocupada.
-¡Yo sólo quería comprarme un vestido, cuando  me lo he probado , esta chica me ha puesto las excusas más tontas para que no lo comprara y como lo ha conseguido ha intentado quitármelo a la fuerza, entonces  se ha roto y me he dado cuenta de que es una imitación!-Dijo Juanita muy enfadada.
-¡Eso no puede ser verdad! ¡Aquí no vendemos imitaciones!-dijo Ana con gran sorpresa.
-¡Mire la etiqueta!-gritó Juanita.
Ana miró la etiqueta asombrada y miró a Ingrid deduciendo que todo era obra suya.
-¡Qué sepa que pienso denunciar a esta tienda ante la policía!-gritó Juanita muy enojada.
Y en menos de cinco minutos había en la tienda dos agentes de policía, que  interrogaron a Ana e Ingrid.
Ingrid cantó como un canario, que estaba compinchada con una banda que hacía vestidos de imitación, ella  los intercambiaba por los auténticos de la tienda y ella vendía los falsos a mujeres que no entendían de moda y eran de clase media mientras que la banda vendía los auténticos en la calle por un precio más barato que en la tienda y como se notaba que eran auténticos vendían muchos.
Ingrid se llevaba un treinta por ciento de las ganancias y además de ello su sueldo de la tienda que era bastante elevado.
Ingrid se asustó cuando vió a Juanita porque reconoció que aunque vestía normal, todo lo que vestía era de marca y que sabía de moda, pero después cuando escogió ese vestido, se lo probó y se dio cuenta de que era una niña rica casi le da infarto y entonces se puso más y más histérica hasta que perdió el control.
A Ingrid y su banda les condenaron a la cárcel por piratería textil.
La policía la detuvo a ella y a toda su banda, Ana no tuvo ningún problema porque no tenía nada que ver con el asunto, ella sólo se encargaba de la parte administrativa del negocio.
Juanita no denunció a nadie porque no había llegado a comprar nada y no quería perjudicar a la tienda.
Se compró el vestido en otra parte y su vigésimo cumpleaños fue de maravilla y ella le llamó la atención al hombre que quería impresionar con el que acabó casada felizmente con él.

Robin Parker
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 04, 2011, 15:44:21 pm
(http://radio.rpp.com.pe/confidencias/files/2009/05/dibujo-triste.jpg)

LOS RINCONES DEL OLVIDO


   Esta mañana me he levantado tarde. Es mi día libre y no tengo necesidad de madrugar. Cuando he bajado a la cocina, la he encontrado desierta. Mi madre debía de haber ido al mercado y mi padre, posiblemente, estaba realizando algún recado. Me ha dado pereza prepararme el desayuno. He decidido acercarme a la cafetería más próxima para desayunar.
   Es un día desapacible y gris. Está decorado con multitud de tupidos nubarrones que amenazan lluvia. El azul del cielo se ha diluido en tonalidades opacas. Un otoño sombrío de melancolía y de nostalgia golpea el corazón de los árboles que, escuálidos, se agitan abandonando sus hojas al viento. Al salir a la calle, una brisa fresca, anunciadora de tempestades, me ha rozado el rostro. Me he abrochado el abrigo y he resguardado las manos en los bolsillos. Una vez en la cafetería he escogido un velador junto a la ventana. Es divertido ver danzar al viento entre los cabellos de la gente que pasa mientras uno está instalado cómodamente en un confortable espacio aspirando el plácido aroma que exhala la cafetera.
   Después de desayunar, de haber ingerido un delicioso café con leche acompañado de una exquisita tostada, he pensado permanecer algún tiempo más en este apacible ámbito para leer los diarios: noticias políticas, económicas, deportivas... Todo en la línea de los días anteriores. De repente una página ha acaparado toda mi atención. He leído la noticia que relata el suceso de un tirón. Lo he engullido con la avidez que tiene una abeja para libar todo el néctar que contiene una flor, con la única diferencia de que el néctar que yo he libado en esta ocasión, en vez de ser dulce, es amargo e ingrato. Una vez correctamente informado, una vivencia acaecida en el pasado ha anegado mi mente como un aluvión de aguas residuales, pestilentes y turbias.
   Yo era aún muy pequeño. No había cumplido los tres años. Aquel día mis padres estaban nerviosos. El abuelo, que se encontraba en Madrid pasando unos días con uno de mis tíos, había caído gravemente enfermo. Los médicos habían informado a la familia sobre su delicado estado de salud. Su vida estaba en peligro. En cualquier momento, su corazón podía cesar el pálpito. La muerte, como un indeseado huésped, podía tomar posesión de su cuerpo sin previo aviso. Mis padres habían decidido viajar a la ciudad con el ánimo de encontrar al abuelo con vida. Sin embargo, no sabían qué hacer conmigo. Un hospital no era el mejor lugar para un niño. Aquella situación límite exigía que yo me quedara en el pueblo, pero no sabían con quién dejarme.
   En aquellos patéticos momentos, alarmada por el llanto de mi madre, una de nuestras vecinas irrumpió en casa y se ofreció para cuidarme. Me dieron un juguete para distraer mi atención con objeto de que no fuera consciente de la marcha de mis padres. Apenas si noté aquella ausencia porque mi vecina y su esposo, la familia Pérez Campos, me ofrecieron toda clase de diversión y de estímulo. Por la tarde hizo acto de presencia Álex, el hijo de mis vecinos que por entonces estaba en plena adolescencia pero que, dada su talla, parecía un auténtico adulto. Desde el preciso momento en que llegó, comenzó a ocuparse de mí. Buscó los juguetes de su infancia y me los mostró. Yo alucinaba porque eran muy diferentes a los que yo tenía. Luego comenzó a jugar conmigo. Parecía un niño mayor dirigiendo y animando mis juegos.
   Los padres de Álex se vieron obligados a salir aquella noche. No había problema, el muchacho cuidaría de mí hasta que ellos llegaran. Su madre nos dejó la cena preparada. Fue muy divertido comer mientras escuchaba cuentos e historias que Álex me relataba. Cuando hablaba por boca de alguno de sus personajes, cambiaba la voz. Realizaba inflexiones con tono grave o agudo según requiriera el cuento. Eso me encantaba, pero también me inquietaba un poco. Luego nos reíamos juntos. Yo me abrazaba a él para sentir que no era ninguno de los personajes que había interpretado. Cené como jamás lo había hecho. Al final me ofreció un vaso de leche templada. Alentado por mi anfitrión, me lo bebí de un tirón. Cuando comenzaron a cerrárseme los ojos, me puso el pijama y me llevó a la cama. Se quedó a mi lado hasta que logré conciliar el sueño.
   Aquel maravilloso día vivido merecía ser coronado con una noche de sosegados y felices sueños. Desafortunadamente no sucedió así. Tuve un sueño intranquilo y espeluznante. No debía llevar media hora durmiendo cuando, envuelto en la agitada maraña del sueño, en la  penumbra de mi aposento, atisbé un monstruoso gigante peludo que se había introducido en la estancia y se dirigía hacia el lecho donde yo reposaba. El pánico se apoderó de mí, pero no pude reaccionar porque estaba sumergido en una laxitud que me lo impedía. Con sus grandes manos recorrió mi cuerpo. El tacto de aquellos dedos me inquietaba y me producía terror. Ignoraba lo que estaba buscando. Luego me tomó en sus brazos. Pensé que quería secuestrarme y llevarme a algún recóndito lugar del que jamás podría regresar. Intenté escapar, pero no lo conseguí. Quise gritar, pero mi garganta no respondió. No logré entretejer sonido alguno. Hice un esfuerzo sobrehumano para huir, pero resultó infructuoso porque aquel advenedizo me asía con la fuerza de un elefante. El empeño fallido por escapar y el miedo tan atroz que experimentaba consiguieron que me desvaneciera. No sé lo que aquel ser horrendo hizo conmigo mientras duró el desmayo. Cuando regresé de aquella inoportuna lipotimia, estaba tumbado boca abajo en el lecho. Aquel monstruo me presionaba con fuerza. Pensé que quería aplastarme. Entonces, revistiéndome de un coraje insólito, comencé a gritar con todas las fuerzas que había podido recuperar. El intruso, temiendo ser descubierto y atrapado, huyó como alma que lleva el diablo. Lo vi desaparecer de la estancia. Alertado por mis gritos, vino Álex. Me abracé a él con el ímpetu de un becerro y, en su hombro desnudo, derramé un mar de llanto. Con sus dulces mimos y sus cálidas palabras, consiguió que mis lágrimas cesaran. Sin embargo, el miedo continuaba dentro de mí como una indeseable alimaña que pretendiera anidar en mi pecho.
   Cuando me hube sosegado, entre sollozos y hondos suspiros, conté a Álex la terrorífica visión que había tenido. Él me consoló y me dijo que no debía preocuparme, que había tenido una horrible pesadilla y que ya había pasado todo. También me advirtió que no debía relatar aquel mal sueño a nadie salvo que deseara que se volviera a repetir. Prometí no contarlo porque no quería vivirlo otra vez.
   A pesar de sus tranquilizadoras palabras, del cariño que me deparaba y del ávido deseo de que me calmara y de que volviera a entregarme al sueño, yo no quería estar solo. Entonces Álex decidió quedarse a dormir conmigo. Se lo agradecí abrazándome a él con todas mis fuerzas. Al día siguiente, cuando me desperté, me encontraba solo en el lecho, pero no me importó porque ya entraba por la ventana un rayo de luz blanca y alboreada que anunciaba el inminente advenimiento del sol que, en breve, iluminaría el cielo.
   Aquella jornada transcurrió tranquila. En ausencia de Álex, jugué solo. No me atreví a contar la espeluznante pesadilla vivida a su madre para evitar que se repitiera. Procuraba olvidar aquel aterrador sueño con todo el coraje que emanaba de mi alma. Pero subyacía dentro de mí un túrbido sentimiento de pánico que me oprimía el corazón. Por este motivo intentaba encerrar aquel recuerdo en los rincones del olvido.
   Por la noche regresaron mis padres. El abuelo había experimentado una inesperada mejoría y ellos decidieron volver a casa. Tampoco relaté aquel espantoso sueño a mis padres. No obstante, conservé por mucho tiempo un miedo insólito a los hombres corpulentos y peludos y un terror inconmensurable a quedarme solo en la oscuridad.
   Fue transcurriendo el tiempo. A los dos años de haber acaecido aquel suceso la familia  Pérez Campos se trasladó a Madrid y perdimos el contacto con ellos. Yo me esforcé por arrojar aquel patético sueño a las fauces del olvido. Creo que lo conseguí porque no lo recordé jamás hasta esta mañana. Cuando leí el periódico lo entendí todo. La memoria de aquel nefasto recuerdo volvió a mi mente y logré anudar todos los cabos sueltos hasta devanar la auténtica madeja de aquel deprimente suceso que dejó en mí un caos que yo me había empeñado en borrar. Ahora tengo veinte años y unas ganas enormes de que se haga justicia, de que se proteja la infancia y de que paguen los malhechores.
   El periódico decía así:
   Ha sido desarticulada una red de pederastas que se extendía por varios países tras cuya pista andaba la policía desde hacía varios meses. Se dedicaban a abusar de niños y de adolescentes y a difundirlo en Internet. Se les ha intervenido una cantidad considerable de material pornográfico infantil. El cabecilla de la red A. Pérez Campos, de treinta y dos años de edad ha sido puesto a disposición judicial y encarcelado sin fianza a la espera de que se celebre el juicio.
   Ahora lo he comprendido todo. Lo que Álex denominó pesadilla, fue un hecho real protagonizado por él mismo. Por ese motivo me amenazó con que se repetiría si lo contaba a alguien. No deseaba ser descubierto.  Disuelto en la leche, debió de darme algún somnífero, de ahí mi laxitud y la ausencia de fuerzas para rebelarme y gritar. Se disfrazó con barba y peluca e intentó violarme. Creo que no lo consiguió porque me desperté cuando estaba a punto de penetrarme. Sin embargo, mancilló mi inocente cuerpo infantil y consiguió la erección rozando sus genitales entre mis piernas. Tal vez fui su primera víctima. Me alegro infinitamente que hoy esté entre rejas. Lo único que siento es el dolor que ha debido causar a sus padres su  proceder y su reclusión. Ellos son buenas gentes que no merecen semejante retoño.

LUZ DE LUNA
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 04, 2011, 15:51:00 pm
(http://www.zombinet.com/wp-content/uploads/2011/01/juegos-playstation-2.jpg)

PEDRITO Y LA PLAY STATION

Apenas recién nacido,”Juanito” ya caminaba solo,además comía sin que nadie le ayudase,es mas, nadie le enseñó a hacer lo uno y lo otro;mas no era mérito personal no,porque a sus numerosos hermanos les ocurría igual,ahora que no le preguntaran el porqué,pues el ni sus hermanos sabían hablar. Algo raro se preguntaran ustedes,teniendo en cuenta que son tan precoces.
Su vida eso si, era un tanto monótona,pues cuando eran pequeños aparte de caminar y no mucho,(ya que donde vivían no era un sitio muy espacioso ) no paraba de comer, si era un glotón,pero sus hermanos no se quedaban atrás, ¡eh!.
Bueno,además de caminar, que muchas veces lo hacían a bastante altura, pero ellos eran muy buenos escaladores y comer,que como decíamos antes no paraban,no se lavaban nunca y tan solo se cambiaban (según las malas lenguas ) hasta que se hacían mayores,¡ una vez !.Mas su amigo,que por cierto se llama Pedrito,sabía que a pesar de eso lucía muy bien,tanto el como sus hermanos, vamos, que de sucios nada.¡ vale!. También es cierto, que que Pedrito se ocupaba de limpiarles el sitio en donde vivían.
La verdad es, que tanto el como sus hermanos tenían la suerte de tener un buen amigo,el cual les proveía de comida,si no fuera por eso, habrían muerto el y sus hermanos hace tiempo. El no lo sabía, pero sus antepasados,eran de un sitio muy lejano llamado China,en donde hace muchooooos
años,vivían en libertad,pero un ¿buen o mal día?,alguien descubrió que no eran solo unos glotones, si no que eran muy buenos trabajadores,lo que ocurre,es que comenzaban a trabajar cuando ya eran muy mayores y durante poco tiempo;pero no paraban ni siquiera un segundo,¡que conste!. Ellos hacían lo contrario que hacen las personas, que dejan de trabajar desde que se jubilan, hasta que mueren y ellos comenzaban a trabajar poco antes de su muerte o metamorfosis.
A Pedro,que tenía ya seis años,le gustaba cuidar a Juanito y a sus hermanos,ahora ya no tenía que traerles comida,ya que estaban haciendo cada uno de ellos su casa,¡un capullo de seda!, lo cual
el niño miraba embelesado y pensando,que pronto se convertirían en una bonita mariposa y esta después pondría muchos huevos,de los cuales nacerían mas gusanitos,a los que el cuidaría con el mismo cariño, con que había cuidado a Juanito y sus hermanos.
Como bien se sabe,todo tiene un principio y un fin. Esta historia,se desarrolló así durante unos pocos años;los que tardaron los padres de Pedrito en regalarle una Play Station.

Orartero
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 04, 2011, 15:56:32 pm
(http://4.bp.blogspot.com/_DBAXtvz-moM/TAKnaBDH4-I/AAAAAAAAAAs/zQpmKRK0rAM/s400/humo+de+cigarro.jpg)

LÁGRIMAS DE HUMO


El humo de los cigarrillos nunca desaparecía. Era como si realmente se perpetuara a lo largo y ancho del Polígono 14, rodeando con áureas tóxicas a los que indiferentes bailaban y reían y cerraban los ojos para llegar al éxtasis. El silencio del humo observaba taciturno la simpleza de los seres humanos. Lento en sus andares, recorría la barra donde yo me encontraba con Perita, el joven escritor, que giró de súbito su cabeza para mostrarme un rostro que mezclaba la extrañeza con el pánico y unos ojos recargados de lágrimas que no salían, como si preludiara un final trágico para aquella noche. Y así, como si nada, el humo de los cigarrillos había desaparecido. Perita gritaba y su primo Malcolm, jovencísimo poeta, intentaba tranquilizarlo. Perita golpeaba ahora la barra del Polígono 14 con furia, y lanzaba por lo aires los vasos medio llenos de absenta y ron añejo.

Aquella noche pude contemplar, a través de los ojos del joven escritor, cómo se le roba la libertad a las gentes sencillas, cómo el ser humano ama lo desapercibido pero intrínseco al alma, como era aquel humo de los cigarrillos que tantos fumaba Perita y su primo Malcolm.  Este último, me miraba ahora aterrorizado porque no podía calmar a Perita, cuyas manos de sangre expresaban con dolor y llanto aquél porqué, y él mismo agonizaba y decía que era injusto, que se lo habían matado. Y Malcolm me miraba ahora con rostro pavorido, gritándome a los ojos '¡le han quitado el humo de los cigarrillos!, ¿sabes lo que era ese humo para él? ¿Lo sabes?’ Ah, pobre Malcolm, estaba desorientado porque él también amaba el humo de los cigarrillos, aquellas ráfagas tranquilas que expulsaba, mientras entornaba los ojos, para sentir el inmenso placer que se experimenta al dar una calada mientras suena en el ambiente tenue Blue in green de Miles Davis.

La gente no era consciente de que el humo había sido raptado y aquello le seguía estresando a Perita, que tristemente cogió su copa, era de Jack Daniel's, y la miró atentamente, que casi colaba su ojo al interior, y una lágrima se mezcló con el líquido amarillento. Entonces, la bebida supo identificar el sentido de aquella lágrima, y Perita miraba al Jack Daniel's nostálgico y le susurraba: 'se nos ha ido, nuestro hermano, el humo, el tabaco, no los han robado', y lanzó suavemente la copa al suelo y el romper del cristal ni se oyó por culpa del alboroto que estaba formando Francesca, despelotándose  ahí en medio de todos, mientras el Jacks Daniel's se esparcía por el suelo, y me di cuenta cómo se asemejaba su muerte a la de un pez cuando lo sacan del agua. Entonces, levanté la mirada y no pude ver más que melancolía en el pesaroso estado de Perita, que fusionaba su cabeza con la barra del Polígono, y su primo, Malcolm, le abrazaba, mientras juntos lloraban lágrimas de humo.

EL SEÑOR DEL GRIS SOMBRERO
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 04, 2011, 16:01:47 pm
(http://es.dreamstime.com/microbio-3d-thumb4853969.jpg)

El davidensis


«Revise nuevamente», le rogué a la doctora Deyanira y ella, muy servicial, volvió a analizar la pizca de mojón ratificando el diagnóstico abracadabrante… La cagalera que está matando a mi David no es producida por uno de esos bichos del montón retrecheros y archiconocidos que atacan, joden y dejan de joder al cabo de tres días, si se les combate como es debido, sino por un microbio cuyos detalles, fisonomía, señales particulares, gustos y signo zodiacal no figuran en el libro gordo del ministerio de desprotección y, por no figurar, su tratamiento no lo cobija el plan obligatorio de salud, lo que en buen cristiano significa… «Si quiere que intentemos curarle la churria a su bebé, tendrá que efectuar un pago adicional de cien mil patacones».

«No tengo ni en qué caerme muerta», le dije a la doctora y la doctora, entre disculpas y lamentos, me puso de patitas en la calle guardándose para sí la ***** de David y recomendándome que le embutiera a las malas diez botellas de suero.
   
Le embutí el suero y otros remedios caseros, ajo machacado, ají pajarito, plomo, azufre, aguardiente, yodo, cáscaras de huevo y legañas de murciélago albino pero no hubo caso. Don microbio de marras se salió con la suya.

El mes pasado, un año después del chasco que me dejó huérfana de hijo, la doctora Deyanira me telefoneó para darme la buena nueva. El microbio desconocido ya no lo era. Había sido aislado, neutralizado, fotografiado e incluido en el libro gordo de Alemania con un mote larguísimo que incluye la palabra davidensis.

Para celebrar el magno acontecimiento, hicieron un congreso en Berlín al que fuimos invitadas la doctora y yo con el objeto de ser inoculadas, exaltadas y condecoradas. Yo, por falta de petaca, traje de organdí, zapatos de charol, visa y pasaporte no pude ir, pero asistió en mi nombre, con orgullo patrio, nuestro peripuesto y distinguido ministro de desprotección.

Enhorabuena. Yo sólo espero que el davidensis, un siglo de estos, figure también en nuestro libro gordo.

S. Gaona
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 04, 2011, 16:07:06 pm
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“17:26”


Despertó sobresaltado y se incorporó, casi de un salto, sobre las sábanas revueltas. Al hacerlo, rozó sin verla la suave mano extendida a su lado y, durante un breve instante de hondo pánico, no supo a quién pertenecía. No sólo eso, no tuvo la menor idea sobre quién era él mismo o dónde se hallaba… ocupando el lugar de esa idea, un torbellino daba vueltas incesantes en su cabeza, como si acabara de aterrizar de algún loco viaje. Le ocurría de vez en cuando, y reconocer esa confusión extrañamente le calmó. Miró a través de la ventana. Por alguna rendija de la persiana bajada se colaba una fina lámina de sol ardiente. Las 17:25… Se prometió una vez más que nunca volvería a dormir la siesta. La forma en que el desasosiego lo perseguía después, muchas veces hasta entrada la noche, era motivo suficiente… pero había motivos más fuertes -se dijo sonriendo y aún algo mareado- que sólo aparecían en el momento mismo de hacer las cosas, y entonces se esfumaban todos los demás.
Se inclinó de nuevo y cerró los ojos un momento… sólo un momento…
 
I

 El viento empezó a soplar. Le despertó la arena que se pegaba a las heridas de su cara, mordisqueando salvajemente sus bordes abiertos. Eso pensó al principio, entre la espesa bruma que cubría su consciencia, y que sólo parecía atravesar el dolor. Poco a poco la bruma se fue disipando y comprendió la razón que lo había despertado: el silencio. Un silencio cruel. Terrible. Lleno de ecos que encogían todo el interior de una persona hasta reducirlo a una masa comprimida y dolorosa, a punto de estallar de terror, de incredulidad ante lo que tenía delante. Y el hecho de no comprender, como había experimentado hacía muy poco, no era en nada lo menos angustioso de toda esta barbarie.
Nunca pensó que una mano humana fuera capaz de provocar semejante dolor. Ya no era un niño pero, de repente, sintió que no conocía absolutamente nada del mundo, y que aquel que llamaba mundo hasta ahora no era sino una ilusión muy frágil a punto de estallar en infinitos pedazos irrecuperables.
Trató de cubrirse la cabeza con las manos, adivinando que de nada le serviría resistirse. Llegó a pensar que era mejor que terminaran cuanto antes, no seguir contemplando tantos horrores, sumados al suyo propio. Sin embargo, no pudo reprimir algún lamento porque ellos siguieron y siguieron, cuando ya le parecía imposible seguir sintiendo algo. Siguieron hasta que alguien, tratando de apartarle el brazo de su cara, descubrió el tatuaje en su muñeca. Al principio no entendió. Se había olvidado de él por completo, pues a cada golpe de la paliza brutal había olvidado un poco más quién era. En medio de la confusión y los gritos de sorpresa los golpes continuaron durante un rato… después, abruptamente, se detuvieron. Se trasladaron por último, ferozmente, a la espalda de algún otro desgraciado verdugo transformado en culpable de última hora, y más tarde gritos y golpes terminaron por alejarse en medio de una nube de polvo y el sonido de los jeep remontando las dunas.
Sintió su estómago revolverse ante todo lo que había ignorado hasta entonces, protegido por los muros de su palacio y el amor incondicional a la figura de su padre. Del sayyid.
Se acordó entonces de Imbarek, de su perpetua sonrisa cada vez que acudía a su tienda para comprar el delicioso té. Y de Nino, el italiano a quien apenas entendía en su mal chapurreado árabe, a cuyo puesto se había acercado a escondidas para obsequiar con flores a alguna conquista. Se acordó de sus rostros reflejándose en un charco de sangre brillante en medio de la plaza, cuando las bombas empezaron a caer. Y le invadió la rabia. Nunca había sentido tanto miedo. Ni tanta indignación. Tanta, que parecía ocupar todo el torrente de su cuerpo, expulsando la sangre que había corrido por él hasta entonces… también la sangre del traidor, del monstruo asesino, ahora sabía que lo era… de su padre. Se incorporó, viendo pasar a la gente que huía, a los niños que gritaban solos y descalzos, a las mujeres acarreando bultos y a los hombres mirando a su alrededor con odio y temor. Se levantó y echó a andar hacia la plaza, contra la marea de gente que caminaba en sentido contrario. Echó a andar hacia la plaza a resistir con los demás. Con los que sabía que aún quedaban, gritando lo que era justo. Miró el reloj. Las 17:26. Y pensó que no había momento con más fuerza que el presente, fuese cual fuese.

II

 La tapa cayó de golpe con un ruido atronador. Despertó como si miles de pequeños martilletes golpearan su pecho, tantos que se disputaban una pequeña porción de su cuerpo pálido y delgado, cayendo unos sobre otros en una loca sinfonía. Por otra noche más, ya ni llevaba la cuenta, no había tocado su cama… de nuevo se había quedado dormido allí, presa del agotamiento, hasta entrada la tarde.
Se sentía profundamente cansado, pero también nervioso, descontento… sabía lo que eso significaba. Levantó la tapa con un gesto arrogante, como si desafiara a un enemigo. Empezó el ritual mil veces repetido. Podía hacerlo sin mirar, a pesar de la dificultad enorme de la pieza. Atacó el Rachmaninoff para piano con precisión, sus movimientos eran ágiles, admirables, técnicamente perfectos. Se movió veloz, provocador, escondiendo y enseñando a voluntad su descomunal talento. Después la concentración se transformó en una ira terrible, que amenazaba con arrasarlo. La interpretación cobró un ritmo vertiginoso, y una vehemencia terrible exigió al piano todo lo que tenía. Se hizo más y más veloz, más y más intensa y, aunque hubiese maravillado a cualquiera con aquella escena magistral, jamás conseguía disfrutar de ella…
La tormenta empezó a amainar. El tiempo se escurría entre sus dedos de forma suave y pausada, sin rastro de la violencia de hacía un momento; iban y venían caprichosamente como los últimos rastros de viento, de lluvia, de un tremendo huracán… Sentía su cuerpo entero deslizarse sobre la música como sobre una superficie pulida, perfecta, sin posibilidad ni deseo alguno de detenerse. Todo tenía música en su vida: la alegría, la angustia, el temor… incluso los silencios eran parte de la música, un interludio que unía unas piezas con otras, como puertas abriéndose ante una mirada expectante.
Las teclas aún parecían temblar, encogerse bajo sus dedos pero, como víctimas de un amor enfermizo, volvían a anhelar sus caricias al cabo de un momento, al precio que fuera…Después de todo, sólo él sabía tocarlas así.  Quería convencerse de que era distinto a Él. Quería convencerse de que era igual a Él. Las dos verdades le condenaban. Las dos mentiras le delataban. No era como Él cuando deseaba serlo, cuando lo necesitaba… y sin embargo, cuando odiaba que así fuera, no podía dejar de serlo. No ya Su presencia, Su sola existencia le volvía loco. Sólo su talento estaba libre de aquella contaminación terrible, se repetía. Era un don extraño que nadie supo explicar nunca de dónde venía; no había plan ni razón para que existiera, pero allí estaba, maravilloso y exótico, inexplicable. Lo único en su vida que no dependía de Él, que Él no se atrevía a tocar, manipular o dominar. Lo único que conseguía alejarlo de Él… Sin embargo, cuando Él lo miraba (porque cuando todavía era un niño lo había mirado, a una distancia teñida de cierta superstición)… cuando Él lo admiraba (y esto lo seguía haciendo aún a veces, podía sentirlo aunque Se ocultara tras la puerta del enorme salón)… nunca su corazón latía tan deprisa como entonces, ni experimentaba tanto miedo y emoción juntos (tan juntos que parecían pugnar por el espacio de su corazón, privándole del aire), porque Su admiración era como una droga para él, una droga triste y malvada, pero también magnífica y poderosa, y él la anhelaba sin remedio. Y esta muda admiración Suya aparecía solamente cuando la música sacaba de él ese terrible rastro de violencia, cuando asomaba en él aquel único parecido que Su Padre veía consigo mismo. Y era la conciencia de esa semejanza efímera la que le impedía disfrutar de lo que más amaba en la vida. De lo único que amaba en la vida, en realidad.
Oyó los pasos de Él que se alejaban tras la puerta. Las suaves notas de su hijo al piano, olvidada ya su furiosa intensidad, no le decían absolutamente nada. Eran las 17:26, y había una rebelión a las puertas que sofocar. Le dejó inmerso en un mundo que, pese a estar dentro de sus dominios como todo en aquella tierra, jamás podría pisar.

III

  Si el infinito se podía tocar allí estaba, al alcance de su mano. Cuando el último rastro humano se perdió no sintió emoción alguna; su análisis desapasionado sólo arrojaba una verdad sobre aquello: él siempre iba un paso más allá. Donde todos, o muchos, se detenían él no vacilaba siquiera… ¿a qué otro lugar podía ir, salvo adelante? No tenía prisa, nunca la tenía. Todo le estaba esperando siempre cuando llegaba. Y en cualquier caso el tiempo no siempre pasaba igual, eso lo había aprendido también hacía mucho. El tiempo caminaba muchas veces en paralelo con el miedo, y él no tenía miedo alguno. En su mochila sólo había sitio para las cosas que le permitían ir más allá, el presente era su único tiempo y lo estiraba tanto como el placer que le produjera una imagen, un reto, una experiencia… y el pasado sólo cabía en la medida en que esa sabiduría le permitía avanzar. El futuro era un regalo que le daba la bienvenida cuando el sol le despertaba cada día, en un lugar diferente del mundo.
Aún así en todas partes del planeta el tiempo imponía su propio ritmo, aún en la más recóndita naturaleza existían las sombras que definían el momento del día, y un horizonte por donde el sol salía y desaparecía sin remisión… en todas salvo allí. Y era aquel nuevo desafío el que le fascinaba. Desprenderse incluso de las referencias de espacio, de tiempo, y diseñar las suyas con entera libertad. Y esto era así gracias a la magia de aquel punto que en los mapas aparecía en el extremo sur de la Tierra, como si esa enorme masa de hielo desafiara a la gravedad, siempre a punto de desprenderse del globo terráqueo y caer sobre el pupitre que lo sostenía. Si bien la gravedad, pese a todo, funcionaba allí tan perfectamente como en cualquier otro punto, había muchas cosas que no lo hacían del mismo modo. Pensó en ello largo rato el día anterior, cuando el cielo era oscuro y delicioso, y la aparición de la aurora austral lo había teñido de colores de ciencia ficción, mientras contempló aquel espectáculo majestuoso, que parecía diseñado para unos ojos tan exigentes, tan anhelantes de belleza como los suyos… porque ya había visto bastante fealdad, porque había visto lo peor de un ser humano, si así podía llamarle a él… pero no quería pensar en ello. Para eso estaba aquí. Para eso estaba siempre en algún lugar remoto, lejos de casa. De la casa de su padre, puntualizó. Él hacía mucho que dejó de necesitar casa alguna.
Quizá otro en su lugar se habría sentido pequeño bajo aquel cielo, en aquella inmensidad, pero él llevaba el orgullo dentro y jamás le consintieron la tentación de sentirse pequeño, insignificante, pues era un elegido como ellos antes que él… pero tampoco en eso quería pensar. Él trazaría su propio camino, tal y como se prometió al cerrar la puerta, sabiendo que no volvería. Y por él caminaría, esta vez en medio de ese desierto blanco tan diferente al suyo. Ese desierto sin sombras, donde los espejismos que relucían en el hielo formaban mundos imaginarios, tal vez sin suelo en el que pisar. Comenzó a subir lentamente  el Vinson helado, en medio de un silencio sepulcral, que no rompía ni una brizna de viento.  Ascendía una monstruosa pared que relucía como un cristal, y toda ella resultaba un enorme espejo de sí mismo, lleno de preguntas que esperaban la llegada a la cima para mirar al otro lado, en busca de las respuestas. ¿Podrían los seres humanos desprenderse de los límites del espacio y del tiempo sin volverse locos? Eran las 17:26 y no tenía la menor idea de ello, pero tampoco le hubiera importado lo más mínimo.

IV

… Sintió un vértigo que le hizo abrir los ojos, alarmado. Pensó que había dormido de nuevo un largo rato, pero el rayo de sol seguía entrando en la misma posición por la rendija. Miró el reloj y comprobó sorprendido que sólo había pasado un minuto desde que antes despertara, eran las 17:26. Tenía un pensamiento en su cabeza que luchaba por salir, y que no terminaba de dibujarse. Al final, se escuchó pronunciarlo en voz alta, sintiendo la profunda certeza de cada palabra: “De algún modo, vivimos a cada instante todo lo que pudimos haber sido, a la par de lo que hemos llegado a ser”.

SIL
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 04, 2011, 16:12:36 pm
(http://imgcache.noticiasonline.com/fotos/bebe_1.jpg)

Que tenga una vida mejor…


Una mujer camina entre la penumbra ocultando una cesta algo bajo el rebozo. Se detiene frente a una ostentosa casa;  observa entre las rejas juguetes esparcidos en el jardín, hace un mohín y prosigue. Al cruzar la avenida, se detiene en otra casa majestuosa. Sollozando, junto a la reja deposita la canasta. Toca el timbre y se retira a la acera de enfrente. Fingiendo distracción, observa al sirviente viniendo por el enorme jardín. Al hombre lo acompañan dos mastines, como custodiando sus pasos. Desde el interior de la reja, el empleado mira a ambos lados, al no descubrir a nadie decide marcharse, pero en último momento mira hacia abajo y descubre la cesta. Sorprendido al ver lo que contiene, la toma y regresa al interior de la mansión. La mujer, en la acera de enfrente, se aleja llorando en silencio, da vuelta en la primera esquina. No mira al hombre luchar con el instinto de los canes, motivado por un olor a carne fresca, ni que las palabras de reprimenda del sirviente poco a poco son gritos de angustia y una lucha se desate entre las bestias y el hombre, hasta que los animales lo obligan a soltar la cesta, de la cual sale un bultito de algodones y encajes rodando por el pasto. Los gritos de terror del sirviente se confunden con el gruñido de los mastines al arrebatarse uno a otro la presa.

Aleticia
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 04, 2011, 16:16:09 pm
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DISQUISICIONES TABERNARIAS


No hay nada como disfrutar de un vaso de vino ante la exclusiva audiencia de nuestros fantasmas. Un momento único, ralentizado por la mística de una ceremonia íntima que vierte el preciado contenido de aquel grial de saldo en el odre del desengaño, curtido pellejo que forra los huesos, hasta bautizarnos las entrañas con un milagroso torrente de vida. Quizá sea un acto efímero, de naturaleza volátil y registro olvidadizo, pero es nuestro.

Y tal lapso temporal, ese escaso botín que despistadamente le afanamos al viejo Cronos, sólo puede ejecutarse en un patíbulo concreto. Un imperecedero y atemporal recinto donde los hombres ahogan sus penas con la gruesa soga facilitada por Baco. Cúmulo de almas y soledades, de silencios y carcajadas vacías, de seres errantes que se buscan entre sí para engarzarse por unas horas en el collar de la compañía, donde cada eslabón es una mano viuda tendida al prójimo. Es la esencia de la taberna. Hermosa y sonora palabra cuyas letras se clavan con fuerza en la carne de sus parroquianos como afilados esputos lanzados por el espectro del vino.

 En este templo donde los fieles rezan diferentes credos, imponiéndose su penitencia a base de continuas oraciones que se diluyen en el olvido tras su paso por la tráquea, analizo tan anárquica concurrencia quien, alborozada por la sangre de la vid, regurgita sus logros y miedos como si expulsara del cuerpo un lastre que les atenaza el espíritu. 

Desconozco si es curiosidad o temor innato a un posible mañana, pero doy fe de que la primera imagen que busco al mirar de soslayo entre los congregados es la de aquellos seres de mirada perdida, ebrios de soledad y fracaso, que se aferran con fuerza a una copa que ejerce simultáneamente de cáliz y jaula de sus fantasías. Arquetipos de etílicos perdedores sumergidos perennemente en el formol del ostracismo, donde cada gota es una lágrima por una ilusión desterrada. Contemplo indiscreto sus pupilas dilatadas, quizá intentando encontrar en ellas el reflejo de mi silueta, como si temiera descubrir en aquel espejo un William Wilson particular que me arrastrara sonriente a su oscuro reino tabernario. Ellos no se inmutan. Continúan inmóviles, posando indiferentes para aquel bodegón, convertidos en naturaleza muerta desde el aciago día en que esquilmaron las existencias del licor de la esperanza.

 Junto a ellos, dándoles la espalda a su suerte, siempre abreva un grupo de almas que empapan las vísceras brindando a la salud de los presentes, dedicándose halagos y parabienes, en esos engañosos instantes de exaltación donde el idealizado concepto de los demás no perdura más allá de lo que tarda el organismo en metabolizar el bebedizo consumido. Ocasión esta en la que la lengua suele aventurarse por derroteros diferentes a los que hasta ese momento le marca el cerebro a ritmo de coherencia, adentrándose su propietario por un resbaladizo sendero cuyo final es una inconmensurable incógnita. Hablan, ríen, cantan, a veces lloran, pero sobre todo olvidan durante un rato lo que se esconde detrás de aquella puerta, de aquel muro de contención de la realidad compuesto por macizos bloques de cinismo y desesperanza unidos por la espesa argamasa de la necesidad. Desconocen la esencia de tan mágico emplazamiento, ni siquiera la buscan, tan sólo se beben las horas en una escandalosa liturgia plagada de ritos vacíos y pueriles símbolos incapaces de esconder ningún arcano.

En esta vigilia en pos de la verdad surge a veces, al otro lado de la trinchera, un observador minucioso que disecciona sin piedad el aura de sus clientes solventando mis lagunas gracias a reveladoras confesiones. Un inquietante aliado cuya espontánea asesoría discurre siempre sobre la delgada línea que separa la prudencia del exceso de confianza. Sus labios escupen certeros dardos a modo de sentencias, constituyendo tales frases lapidarias una extensa jurisprudencia generada tras años de ejercicio en el estrado de la vida, despachando interrumpidamente sabrosas pócimas para el olvido, esas que se saborean con calma en noches de recuerdos. Ejerce con tino una doble función como es la de gestor de aquellas tierras, administrando su preciado manantial con la austeridad del monje y la rentabilidad del pícaro, y a la vez resignado confesor condenado eternamente a aligerar a su clientela de todos aquellos demonios que poco a poco le van erosionando el ánimo.

Tras un largo trago me sumerjo en el sosiego, tranquilo estanque cuyas aguas envuelven mis cavilaciones, empapándome de silencio y de suaves corrientes de soledad buscada. Y me dejo llevar. Buceo entre recuerdos, anhelos y ensoñaciones que lastran mi suerte hasta depositarla en el fondo, como rastro de naufragio. Sin embargo, el regodeo autodestructivo se desvanece entre los dedos al contemplar abstraído a una solitaria fémina que desvirga la monotonía de género hollando con sus tacones las ajadas baldosas de nuestro reino.

Tan bella y enigmática hembra refresca el viciado ambiente gracias al perfume de su esencia. Camina firme, decidida, inmune a las lascivas miradas con que la obsequian sus sorprendidos anfitriones y sin que el grácil y sensual contoneo de sus piernas le reste un ápice de seguridad.  Encuentra su propia Ávalon al final de la barra, en el extremo opuesto donde un servidor presenta su vaso ante el dispensador de elixires. Gesto que ella emula minutos después, contemplando absorta durante unos instantes el encarnado néctar de su copa para acto seguido sellar con el lacre de los labios la urna donde se almacenan todos sus secretos. Nadie se le acerca. Aquella aleación de fachada, misterio y dominio de la situación constituye un metal imposible de forjar por los herreros de esta decadente fragua, incluso para mí. Conclusión que rubrico tras el primer cruce de miradas cuando, al intentar desentrañar los arcanos de su alma, topo con dos impactantes cancerberos que desintegran mis pesquisas con una fulminante ráfaga de castigo, hecho que me obliga a bajar la vista abochornado por tan aplastante derrota. Abortado el pensamiento antes siquiera de convertirse en ilusión, sólo queda disolverlo en el vino y agitar ligeramente la copa hasta que el bouquet del fracaso penetre por mis sentidos como una suave brisa de oportunidades perdidas.

Es entonces cuando vuelvo a la realidad y me doy cuenta de lo que soy. Un melancólico juntaletras que plasma por escrito las disquisiciones tabernarias con las que analiza emocionalmente a los parroquianos de su entorno. Privilegiado vecino de una ciudad llamada Santander, con el corazón en el mar y el alma en la montaña, en la que abundan los escenarios  donde glosar mis impresiones. La solera de Bodegas Mazón, el casticismo de Casa Goria y el Cantabria o el entrañable toque marino del Machichaco, donde atracan aún viejos marineros para beberse sus sueños donde mueren las olas. Mágicos lugares que ejercen de musa para inspirarme a contar los pensamientos de una realidad, que obviamente no es la única ni categórica, pero que es la mía al fin y al cabo.

DARDO
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 05, 2011, 21:08:13 pm
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Azul celeste


Lorena no conocía esa zona de la ciudad pero confiaba en el sentido de orientación de su amiga para llegar a salvo a la casa donde las esperaban. En más de una ocasión pensó que sería buena idea pedir informes sobre la calle Pirineos, a lo que Norma se negaba manejando apacible y confiada. Cuando llegaron al número doscientos nueve todo estaba en calma, parecía que no había nadie salvo por la fila de autos estacionados de ese lado de la acera.
Norma partiría a Brasil dos días después, aquella era una de sus tantas fiestas de despedida, organizada por los compañeros del grupo de pintura. Lorena se impresionó, tanto por la popularidad de su amiga, que saludaba de besos en ambas mejillas a la cantidad de gente ahí reunida, como por la variedad de personajes estrafalarios con que se topaban. No era su ambiente, pero ante el carácter jovial de Norma no pudo negarse a acompañarla.
Esa casa enorme, de paredes blancas y sorprendente pulcritud, estaba adornada por cuadros que a Lorena le fue imposible identificar, quizá por su escaso conocimiento de pintura y artes plásticas. Consolaba la soledad que le producía no socializar con los demás invitados, fumando uno tras otro los cigarros que llevó por si la ocasión lo ameritaba. No tenía gran cosa de qué hablar con nadie y tampoco se inmutó cuando una mano femenina buscaba el interior del muslo de la chica sentada frente a ella. Norma se paseaba sonriente con una copa en la mano, celebrada por los invitados como si le dieran el adiós a una diva, y Lorena se arrepentía de no haber rechazado la invitación a la fiesta, al fin que el mundo del arte no era lo suyo.
Cuando sacó el último cigarro de la cajetilla, una botella de vodka cayó al suelo por descuido de una mujer con el cabello pintado de rosa que tropezó frente a Lorena. Con el miedo de cortarse la piel de los pies que asomaba por sus sandalias, salió de la sala y caminó por la orilla de la piscina. ¿Cuántas habitaciones tendrá esa casa? ¿A partir de qué tamaño puede considerarse mansión? En el patio no se escuchaba la música pero tampoco había silencio, en el aire vagaba un rumor de bullicio lejano.
El cigarro se terminó. ¿Qué más daba aventar la colilla a la piscina si al día siguiente habría alguien para limpiarla? Antes de entrar de nuevo a la sala, por el rabillo del ojo, Lorena vio dos siluetas que se movían en dirección a una habitación aislada, del otro lado del patio. Caminó, segura de que nadie saldría de la fiesta porque todos parecían de lo más divertidos, en especial Norma, que empezaba a cantar tomando una botella de cerveza por micrófono.
La puerta de la habitación quedó entreabierta, por dentro la luz apagada y unos cuantos ruidos acompasados interrumpían el silencio. Detrás de un mueble que supuso librero, no podía ser vista. Primero escuchó golpes secos, pensó en salir pero la curiosidad la tentaba a quedarse un momento más.  Cuando se encendió una luz tenue que irradiaba una lámpara de buró, desde el fondo de la habitación, se fijó mejor en la distribución del cuarto y la prudente distancia que la separaba del sofá viejo que servía como lecho. Los gemidos empezaron uno después de otro, cada vez más frecuentes, ese era el sonido del placer. Lorena pudo ver la espalda de un hombre moreno, escuchaba sus preguntas hacia la mujer, que con voz ahogada le suplicaba que siguiera. Fiel espectadora, miró cómo él hundía el rostro en los pechos de ella en un juego de brazos y piernas, y cómo bajaba desde el cuello hasta el vientre y luego se posaba en los muslos. El hombre arrancó más gemidos cuando movía acompasadamente su rostro entre unas largas piernas, buscando refugio en el sexo de ella. En un descuido de la mujer, la lámpara cayó al suelo y se apagó. Aún así, Lorena no se movió, no podía ver pero se consolaba con escuchar y trataba de imaginarse el curso del juego sexual. Cuando se apagaron los gemidos y palabras de la pareja y sólo quedó la respiración agitada, Lorena regresó a la sala.
Norma cantaba con una mujer y un maricón. Habían cambiado la botella de cerveza por un micrófono de verdad. El rostro de Lorena estaba rojo y sentía un palpitar muy fuerte en su pecho, como si ella hubiese estado acostada en el lugar de la mujer. En un baño del piso de arriba se mojó la cara. No había toallas ni papel con qué secarse el rostro, pero vio colgada una camisa azul de hombre. Le gustó la sensación del algodón sobre sus mejillas, entre la nariz dejando el olor dulce del sudor de alguien, luego en su cuello y por último despacio sobre sus pechos, por debajo del brasier. Volvió a olerla cuando alguien abrió la puerta de repente.
El hombre que apareció era el que las recibió en la entrada. Tenía un aroma penetrante a alcohol. Se disculpó al momento, con intención de salir, sostenido del marco de la puerta y tratando de articular correctamente sus palabras, pero estaba bastante borracho. Lorena lo jaló hacía sí, luego cerró con una mano la puerta y en la otra sostenía aún la camisa azul. Sus movimientos fueron rápidos, se desabotonó la blusa, luego el brasier y se quitó el pantalón, sólo quedó con la pantaleta blanca.
Sin palabras, invitó al hombre a que se sirviera del banquete carnal que tenía delante, total que la fiesta de abajo no le interesaba mucho. Mientras él pasaba una mano sobre los pezones erguidos de Lorena y con la otra trataba de zafar su única prenda de encaje, ella recreaba en su mente a la pareja que había visto en la habitación del patio. Quería volver la vista atrás, reproducir cada gemido y palabra que ellos pronunciaron y, con sus propias exclamaciones, sentir que era su invitada al festín de piernas y brazos a media luz. Estaba a punto de llegar al clímax que le ofrecía el recuerdo cuando el desconocido volvió a repetir su disculpa, sosteniéndose del marco de la puerta. Ella mantenía con ambas manos la camisa azul, llevaba la misma ropa de todo el día y salió del baño para dejar que el hombre vomitara a gusto, al fin que ya se había mojado el rostro y lo sentía aún fresco.

Tie Soeliot  
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 06, 2011, 20:30:28 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_DfMAQiSM9fs/TNwcz73o7TI/AAAAAAAAAEI/TQTD9Nyesno/s1600/escribiendo.jpg)


Este libro es una *****

El escritor de éxito estaba firmando ejemplares a destajo en la sección de novela de los grandes almacenes.
Sonrisa arrebatadora con suaves maneras de relaciones públicas, estrechaba manos, daba algún que otro consejo, besaba en las mejillas a esporádicas mujeres, presas de la emoción, uy que vergüenza, parece usted más joven que en las fotos, jovencitas impresionables, gusto en conocerle ¿de dónde saca usted esas historias?, y adolescentes confusas de mejillas coloradas, el libro no es para mí, es para mi prima. Daba palmadas de camaradería a hombres de gesto embarazado y ejecutivos de corbata floja, me encantó su última novela, don Rafael, la he leído de un tirón. ¿Tiene algún consejo para alguien que empieza a escribir?
Por supuesto – contestaba él, acudiendo a una vieja fórmula- que persevere, que escriba todos los días, la literatura es transpiración antes que inspiración… y sonreía con aplomo e iba consumiendo los minutos de la tarde.
   Francisco Carpincho, poeta maldito y tocapelotas de vocación vio al escritor mientras perejileaba entre los estantes de narrativa hispanoamericana y sintió que era el momento de realizar una acción justiciera.
   Tomó del expositor de libros el último bombazo del escritor, número uno en ventas durante cinco meses y se puso en la cola. Cuando le llegó el turno aplastó el libro contra la mesa y miró al escritor muy fijamente.
   -Buenas tardes. ¿Me lo dedica?
   -Por supuesto, ¿qué quiere usted que le ponga?
   -Para Francisco Carpincho, con mucho afecto y convencido de que mi libro es una *****.
   -¿Cómo dice?
   -Que me ponga este libro, y todos los que he escrito hasta hoy, son una ***** y luego firme.
   -Caballero, no tengo la intención de poner eso ni nada parecido en uno de mis libros.
   -Hágalo. Se sentirá mucho mejor.
   -Yo ya me siento bastante bien. Oiga, haga el favor...
   -Pero si se lo estoy haciendo. Le he visto firmando en ésta mesa de la fama, disfrutando del orgasmo comercial y me he acordado de todas sus novelas y he pensado que podría llegar a ser un buen escritor... si se lo propusiera, claro. Tan solo debe dejar de adaptarse al público, intentar asumir riesgos, esforzarse y escribir con el corazón y de verdad.
   -Yo ya escribo con el corazón, caballero.
   -Con el corazón en el culo, perdóneme. Usted escribe para vender, no se engañe. Pero no escribe bien y lo sabe. Venga, ponga este libro es una ***** y verá como se siente mejor.
   -Me niego. Deje de decir tonterías.
   -No se resista, hombre. ¿Qué es el éxito en literatura? El arte de contarle a la gente lo que quiere escuchar del modo en que desean oírlo y sin que se den cuenta.
   -Absurdo.
   -¿Eso cree? Ese es el secreto de su éxito de ventas. 
   -Yo soy un profesional. No tengo porqué…
   -Vamos, vamos, reconozca que su prosa es vulgar, que sus historias son las de siempre, sus personajes tópicos y sus argumentos oportunistas, como sacados de un estudio de marketing de la editorial. Un veinte por ciento de sexo, un treinta por ciento de acción, un cuarenta por ciento de intriga, un quince por ciento de exotismo... ¿Son esos los porcentajes? Algo de novela histórica, algo de misterio, algo de misticismo... Escribe únicamente lo que el público desea leer, ese es su mérito. Es de lectura fácil y amena, pero, por eso mismo, sus novelas suenan siempre a refritos. Reconozco que incluso escribir un best-seller es difícil y a usted se le da muy bien, pero estamos hablando de Literatura con mayúsculas y yo creo que si usted se pusiera a escribir de verdad, a escribir con verdad, podría lograr...
   -Oiga, no le permito...
   -No, óigame usted a mí. Escriba eso que le he dicho, escríbame en la dedicatoria que su libro es una ***** y verá como se siente mejor.
   -No escribiré semejante cosa, ni en éste libro ni en ninguna parte, especie de tarado mugriento. Haga el favor...
   En un instante, los guardias de seguridad y varios dependientes de los grandes almacenes, apartaron a Carpincho de la mesa y lo acompañaron a la salida arrastrándole por debajo de los sobacos.
   Mientras le llevaban fuera, el poeta señaló con un dedo pillín y sonrió al escritor.
   Este se secó la frente y no tardó en componer una sonrisa falsa para encarar la recta final de la promoción. Siguió firmando ejemplares y recibiendo elogios toda la tarde.
   
   Minutos antes del cierre, cuando los últimos lectores se dirigían hacia las puertas de salida con sus ejemplares dedicados bajo el brazo, el escritor llamó a uno de los relaciones públicas de los grandes almacenes.
   -Ha sido una tarde de lo más provechosa.
   -Es cierto. Se han vendido muchos libros, no se quejará usted, don Rafael.
-Desde luego que no. Mi editor estará contento. ¿Podría hacerme un favor?
-Por supuesto.
-¿Quiere traerme uno de mis libros? Yo se lo pago.
-No por dios, don Rafael. Faltaría más. ¿Su última novela?
-Si.
-Aquí la tiene.
   El escritor de éxito sujetó el libro con ambas manos y lo observó en silencio. Tenía un aspecto magnífico: tapa dura, letras doradas Algerian, sobrecubierta en géltex… Una silueta de mujer desnuda sobre un fondo de llamaradas...
   Miró el ejemplar con fijeza, en silencio, durante unos segundos.
   Los empleados de los grandes almacenes ya recogían el stand y los carteles de promoción.
   En ese instante, como impulsado por un deseo reprimido, el escritor sacó la pluma, abrió su libro por la primera página y escribió.
   Este libro es una *****.
   Y fue al fin, como si un peso enorme, un peso de décadas, hubiera dejado de aplastarle.

Basilio Beltrán
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 06, 2011, 20:43:56 pm
(http://22.img.v4.skyrock.net/22c/mili-666/pics/1034762306.jpg)


Tirititrán

Después de clase El Quisquilla espera escondido tras la esquina. El Quisquilla era Jesús, era gitano, delgado como una estaca, y con pelo tan negro como el petróleo, un pelo que se expandía por facies y brazos. Su pelo solía estar rebozado en rocío, se mojaba a menudo la cabeza para refrescarse. Le había hablado a su primo Ramón de lo fácil que sería robar algo a la puerta del colegio privado San Dimas, estaban los dos esperando la oportunidad para hacerse con algo de mucho valor. Ese colegio era para chicos especialmente ricos, todos iban con chófer, todos venían de familias especialmente ricas.
Jesús miraba, nunca se había puesto a robarle a nadie cara a cara, lo suyo eran los coches. Además, no sabía muy bien qué podía ser de valor y qué no. Se cansó de esperar, el tumulto se iba disolviendo, no quedaban demasiados muchachos en la puerta principal. Jesús se volvió para decirle a Ramón que era ahora o nunca, pero Ramón ya no estaba ahí, se había esfumado, había desaparecido como el humo.
―¡Qué cabrón! ―Susurró.
Sin pensarlo más se lanzó a la carrera, chocó contra una chica y agarrándole el bolso con todas sus fuerzas, tiró de él. Tenía que correr, no había pasado desapercibido. La chica gritaba y le insultaba a distancia, dos tipos le perseguían, él corría más que ellos. Miró atrás, aunque les estaba sacando distancia si le seguían persiguiendo no sabía qué podía hacer. Si Ramón no fuese tan cobarde… Miró una vez más hacia atrás, chocó y cayó al suelo. Había chocado con una chica, habían caído los dos al suelo. Se quedó paralizado, le temblaban las manos, ella le miraba a él a los ojos oscuros, él no podía desprenderse de su mirada, le seguían temblando las manos.
―Perdón. ―Le dijo a ella. Se incorporó y le dio la mano para ayudarle a que se pudiera levantar. El bolso había caído lejos.
Ella le tomó la mano oscura, casi gris, se estaba incorporando cuando uno de los chicos que perseguían a Jesús, le pegó con una tabla en toda la espalda, él volvió a caer encima de ella.
―¡Álvaro! ―Le gritó ella. ―¿Qué haces?
―¿Que qué hago? ¡Menudo hijo de ****! Apártate de él.
―Déjale. ― El Quisquilla se retorcía de dolor.
―¡Apártate! Este gitano de ***** va a aprender con quien no tiene que meterse.
Ella se puso delante de Álvaro con toda la firmeza y con voz autoritaria le dijo:
―He dicho que le dejes en paz.
Álvaro tiró la tabla de madera y acercándose al gitano le agarró de la solapa de la sucia camisa blanca y le habló al oído:
―Como se te ocurra acercarte por aquí te mato.
Álvaro se dio la vuelta, tomó el bolso de su amiga y se marchó.
Después de algún minuto sin saber qué decir, El Quisquilla se levantó del suelo.
―Me ha partío en dos. Ah…, ¡qué hijo de… Gracias por… ya sabes. ― El Quisquilla se disponía a marcharse ya.
―Para ser gitano eres un poco callado, ¿no? ―Se hizo el silencio hasta que ella se intentó disculpar. ―Bueno, no quería decirlo así. ¿Cómo te llamas?
―¿Yo? Jesús, aunque todos me llaman El Quisquilla. ―A ella le hizo gracia eso, se sonrió.
―¿Por qué?
―Porque de pequeño me gustaba Camarón, así que…
―¿Ahora no te gusta ya?
―¿Y tú cómo te llamas?
―Alicia, bueno, a mí me llaman todos Alice. ―A Jesús sí que le hizo gracia eso, se río abiertamente. ―¿Qué?, ¿qué pasa?
―Alice. ―Se quedó pensando tras pronunciar su nombre. ― No pasa nada, suena muy bien. ¿Y no es raro que un gitano hable con Alice?
―No lo sé, ¿a ti te parece raro?
―Mucho.
―La culpa la tienes tú.
Un coche paró entonces, no era un coche cualquiera, Alice entró en él, era un coche de altísima gama, Jesús se encendió un cigarro mientras veía alejarse al vehículo presidiendo la calle. Jesús se quedó allí, fumando, observando el rastro que había dejado
Alice, se quedó así manteniendo el recuerdo por un buen rato. Después decidió marchar al descampado donde solía pasar las horas muertas junto a su primo Ramón. Caminaba como hipnotizado, lo sabía y no le disgustaba. Sólo cuando estaba llegando trató de disimular su particular estado de ánimo para que no se le notara.
―¡Ey Quisquilla! ―Le llamó de lejos su primo. ―¿Conseguiste algo?
―Ya me lo he gastao.
Cuando se acercó comprobaron rápidamente Ramón y su hermano Miguel, que estaba con él, que Jesús tenía la camisa manchada de sangre, sobretodo la espalda.
―¿Pero qué te ha pasao desgraciao?
―Na, que me caí.
―Ya, te caíste, ¿a quién quieres engañar?
―Bueno, dejadme en paz. Si no hubieses salió corriendo no hubiese pasao na.
Jesús se tumbó en la tierra, miraba la carretera, veía cómo pasaban los coches, coches comunes, ordinarios, ninguno parecido al que se llevó a Alice. Iba anocheciendo débilmente, iba entrando cada vez un aire más fresco, más puro, más libre, por sus pulmones. Se acordó del último cigarro que se había fumado y se puso a fumar otro para atraer el recuerdo intangible pero que le hacía sentir que tenía un alma llena de queja.
Alice tenía examen al día siguiente, pero también tenía un corazón inflamado del sentimiento extraño, de modo que no pudo hacer más que comer rápido y tumbarse en su cama toda la tarde, no sabía en qué pensar, ni quería pensar en nada, pero sentía que lo que sentía le gustaba, le era bueno. Recordaba sus ojos negros, su pelo, y se recreaba en eso.
Ambos durmieron aquel día sin importarles que se pudiera filtrar el insomnio, pues soñar o no les parecía en aquel momento que era algo muy parejo. Jesús se despertó con el amanecer, con la música de los pajarillos, con una sonrisa en su cara. Se montó en la furgoneta roja y se puso a conducir en dirección al Colegio San Dimas. Quería verla, sólo verla, no pretendía nada más. Cuando llegó no había todavía nadie por allí, supuso que tal vez fuese demasiado temprano, así que decidió fumarse un cigarrillo para desayunar. Al poco empezó a llegar la gente, él miraba a cada una de las personas que iban saliendo de coches que hacían mal contraste con su vehículo. Estaba concentrado buscando a Alice. No daba con ella. Al poco oyó que alguien tocaba en la ventanilla, se dio la vuelta y la vio, era ella. Bajó el cristal con la manecilla.
―¿Qué haces? ―Le preguntó ella.
―Ya nada. Sube.
―¿Que suba? No puedo, tengo examen a primera hora.
―Da igual, sáltatelo, sube. ―Ella puso cara de estar pensándoselo, no dijo más palabras y subió al asiento de al lado. La furgoneta se puso en movimiento.
―¿A dónde vamos?
―A ninguna parte.
―Vale. ¿No tienes algo de música?
―Sí, en la guantera. ―Ella abrió la guantera, estaba llena de casetes, casi todas de Camarón.
―¿Por qué te gusta tanto?
―No lo sé. ―La forma de conducir de Jesús era un tanto temeraria.
―¿Hay que nacer así para que te guste el flamenco?
―¿Qué? Hay que sentirlo, poder cantarlo, respirarlo incluso, sentirlo vivo. No sé, no a todos los gitanos les gusta el flamenco, eh. Es el mayor recuerdo que tengo de mi padre, el único.
―¿Se murió?
―Sí.
―Lo siento.
―La droga.
―Ya.
―Yo nunca me voy a meter. Mi padre era bueno, pero…, eso le mató, y yo lo tuve que ver cuando era pequeño.
Jesús metió el coche por unos caminos, y al fin paró el coche. Abrió la puerta y salió, Alice le siguió.
―Mira, la primera vez que tuve que correr detrás de alguien acabé por aquí. ―Le decía mientras andaban por el campo. Después de un poco llegaron a una montañita de la que bajaba agua zigzagueando entre las rocas. ―Desde allí arriba se ve el mundo diferente.
Subieron, se quedaron recostados en una roca, cerca de la cima, durante horas, observando el bonito paisaje que se les ofrecía, entre vegetación, frescores hídricos y sensaciones inolvidables. Después de reposar durante un largo tiempo Jesús se decantó a hablar.
―¿Por qué? ¿Por qué has venido conmigo?
―¿Por qué? No lo sé. Ni tampoco lo quiero saber, no me interesa.
―Nunca he tenío una certeza, ahora la tengo. ―Jesús fue a remojarse la cara con el agua del río y al volver se sentó más próximo a Alice. De frente, cara a cara. ―Tú tiene algo diferente. Me estás volviendo loco.
―La culpa es tuya. ―Le dijo ella al oído y se besaron como nunca nadie ha sabido.
Volvieron al colegio justo para que Alice estuviera allí cuando fueran a recogerla. Se despidieron atípicamente. Él le dijo:
―Esto no tiene ningún futuro.
―Ya, bueno, da igual. ―Respondió ella, y se fue.
Pasaron un par de días sin verse. Tanto a Jesús como a Alice, sus respectivos les decían que estaban muy raros, algo sabían ellos de lo que les pasaba. El quisquilla ya no podía
más, ni comía ni apenas dormía, no sabía si quería estar con Alice o no, le producía unos estados tan fuertes e incontrolables, casi violentos, que no sabía si quería sentir o no. Sin embargo no pudo negarse a esa fuerza que le llevaba a actuar sin pensar apenas, ese tipo de impulsos…, demasiado para él como para dominarse. Uno de esos impulsos le llevó a situar una noche su vieja moto enfrente de la casa de ella, esperaba que saliese, y salió. Se la llevó un coche al que Jesús procuró perseguir discretamente. Se bajó a las puertas de un teatro, parecía que había quedado allí con unas amigas. Jesús no se bajó de la moto, avanzó con ella despacio y se situó entre ella y sus amigas, que estaban un tanto perplejas.
―Perdón, pero tengo que secuestrar a alguien. ―Jesús miró a Alice y se dirigió a ella. ―¿Tirititrán?
―Tirititrán. ― Alice se montó detrás mientras Jesús reía abiertamente y las amigas de ella no daban crédito.
―Tía, ¿qué haces? Es un gitano. ―Le dijo una con un poco de miedo, le temblaba la voz.
Jesús puso la moto en marcha, la noche, el aire de la noche, un poco negro, les entraba adentro.
―¿A dónde vamos? ―Gritó ella para que le escuchara, pero él no oía bien.
―¿Qué?
―¿Que si vamos a ninguna parte? ―Él se río.
―No, ya lo verás. ―Gritó él para que ella pudiera escuchar. El viento se llevaba sus voces.
De repente Jesús paró en el arcén. Se bajó de la moto, ella también se bajó, aunque un poco extrañada.
―¿Qué pasa?
―Ya hemos llegado.
Jesús arrastró la moto, subiendo un pequeño repecho que había al lado de la carretera. Alice le seguía, al otro lado se veía la ciudad, con sus luces dispuestas como pinceladas. Era un universo diferente. Parecía que las luces de la ciudad se habían colocado tan perfectamente como el reflejo de las estrellas, Alice no salía de su asombro y Jesús se daba cuenta, se sentía contento por ello. Había allí también un barril de obra donde Jesús hizo fuego y unas cuantas cajas de botellines de cerveza. De vez en cuando se oía a algún coche pasar velozmente. Era un paraíso especial.
―¡Vaya! Nunca había estado en un sitio así.
―¿Habías estado en muchos sitios?
―He estado lejos de aquí. ―No paraba de admirar lo que se ofrecía ante sus ojos. ―Jamás había visto nada así. Y estamos a menos de media hora de… ¡Vaya!
―¿Entonces me perdonas que te haya secuestrado?
―Claro.
Estuvieron toda la noche allí, de pie, sentados, tumbados,… Alice tuvo que apagar el móvil, hubo un momento en que no paraba de sonar. Muy poco durmieron aquella noche. Se pasaron el tiempo mirando, mirándose, hablando de profundidades, besándose, amándose, callando, suspirando. Sólo cuando ya amanecía le importó a ella que la situación tuviese algún tipo de consecuencia, pensó en que su familia estaría preocupada. Él estaba dormido. Ella le intentaba despertar. Le costó que se espabilara un poco.
―¿Qué pasa?
―Oye, tengo que volver a casa.
―No, es muy temprano, espera un poco. ―Le decía remolón tomando su mano y observándola.
―No, venga, vamos. ― Él cedió.
Subieron a la moto y se pusieron en marcha, sin embargo, la incorporación a la carretera no fue bien calculada, la moto acabó por los suelos y ellos, después de saltar por los aires chocaron contra el suelo. No llevaban casco, la sangre se salía de sus cuerpos, se derramó y el rojo más vivo, más intenso, se puso a teñir la carretera.

Yahuán
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 09, 2011, 11:01:21 am
(http://www.ecoargentina.org/fotos/horneros.jpg)

LA GAVILLA DE LOS HORNEROS


No recuerdo con precisión cuando comenzó. Sí, recuerdo que me disponía a disfrutar de cierto descanso para mi incipiente tercera edad. Tantas cosas postergadas.Tantos abrazos y cafés relegados, sustituídos en nombre de las siempre eternas obligaciones familiares.¿Cuántas amigas partieron sin mi oportuno adios? ¿ A cuántos besos me negué? Pero en fin, aquí esaba yo, Nélida Hilda, lúcida, íntegra, con las palmas  hacia arriba para recibir la bendición de mis canas finamente ocultas en mi envidiada rubísima cabellera. Pronta para escuchar palabras de elogio y estima, pronta para la gracia de un diario regalo. Vida samaritana la mía, curar heridas visibles y de las otras, ver al prójimo más próximo para mi que para otros y endurecer las lágrimas sin escaparme.
No, si no lo digo para vanagloria. Soy una elegida en todo .¿ Porqué entonces? ¿Qué clase de mensajeros arribaron? Llegó primero él. Grande y seguro y sumamente ruidoso. Descendió sobre el alero de la quinta de San Andrés de Giles y de allí el inicio del espanto.Nunca había visto un hornero macho actuar de esa forma. Si intentaba cebar un mate aleteaba sobre la pava con tanto brío que concluía quemándome. Si encendía la compactera picoteaba sobre los CD.Y si intentaba prepararme un sandwich, no satisfecho con las migas de pan que intencionalmente le dejaba caer en el patio de la galería trasera, lo arrebataba con las  patas y el pico. Hasta el aire de primavera esta vez era diferente y el hornero lo percibía.¿El se imponía ó yo lo consentía? Fue un triste engaño pensar que debía permitirle hacer su nido, que la naturaleza me lo exigía. Lo cierto es que ocupó el alero y luego.....Luego llegaron ellos.....los demás. La hembra tan grande como el macho y más emprendedora en la obra y otros horneros auxiliares.Porque fue así, una obra de ingeniería que se concretaba a mi alrededor sin que mis sentidos la captaran en su íntimo significado. Me di cuenta una vez que me levanté a las cinco de la mañana , casi caigo del árbol donde habría pasado la noche durmiento y la vi....Mi casa quinta de San Andrés de Giles envuelta y moldeada circularmente para albergar a todos ellos: al hornero macho, a la hembra, los huevitos de la hembra y los horneros auxiliares que tarde comprendí eran sus parientes. Los mensajeros están bien, no cantan pero emiten un sonido particular que es su forma de expresar que viven plenamente porque obtuvieron lo que se propusieron. Soy yo la que no sueño más con disfrutar de mi nueva etapa la que disputo día tras día las migas de pan, aprendí a comunicarme en su idioma y a mirar desde arriba del árbol la casa quinta de San Andrés de Giles. Y algo más tarde, cuando mis alas se despiden de la luz, me cubro con ellas los ojos para que no me vean. Los horneros no lloran.

LIGIA
                                                                      
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 09, 2011, 11:12:34 am
(http://www.urbipedia.org/images/d/da/Palmitos_voliere_op_afstand.jpg)

LA PAJARERA DEL ZOOLÓGICO      
                                                                                                                                                     


Los dos contemplaban ensimismados las aves de la gran pajarera del zoológico cuando, de repente, sus miradas se encontraron a través de plumajes y aleteos. Aquellas aves cautivas parece que les desvelaron el rumbo de sus vidas. Desde ese momento supieron que no volverían a separarse.
   Cuando salieron del recinto habían vivido el asombro, la timidez, la zozobra, la inseguridad y hasta el espanto. Pero, a propuesta de él,  no cayeron en la vulgaridad de contarse sus vidas. Su encuentro tenía algo de mágico, tenían que conservar el misterio. Sería un juego. Habría pistas, indicios, quizá presentimientos, pero nada más.  Crearían entre ellos un fuerte vínculo sin  compromisos. Nada de direcciones, ni números de teléfono. Serían impedimentos que pondrían a prueba su amor de cada día. Y, por supuesto, respetarían los mutismos, las ausencias, la falta de explicaciones. Únicamente quedaría fijo en su memoria el lugar de sus citas diarias: la pajarera del zoológico.
Y dedicaron el tiempo a conocer la ciudad. No quedó rincón por descubrir, aunque, claro está,  sin fotografías. Frecuentaron selectos restaurantes, lujosos hoteles, exposiciones, museos y maravillosas puestas de sol en el puerto.
El la confesó que  andaba perdido en conjeturas, sin dar con la razón por la que se encontraba ligado tan desesperadamente a ella. Era verdad que habían desechado las asperezas y las disonancias desde el principio, de acuerdo, pero esto no parecía suficiente como para haber creado ese lazo afectivo tan profundo. Por toda respuesta ella dijo que, por su parte, tenía ya gastadas todas las interrogaciones, pero que su  situación era perfectamente tolerable;  se limitó a presentir la noche, llena de luna y estrellas. Una forma de admitir todo o no querer saber nada.
El único contacto con la realidad eran las extrañas llamadas telefónicas que él efectuaba desde cabinas telefónicas. Jamás, de acuerdo con el pacto, ella se atrevió a preguntarle, ni siquiera a insinuarle; no podía haber nada que supusiera querer saber detalles de su vida. Se limitaba a esperar de pié, a unos metros de distancia.  Aprovechaba la ocasión para embelesarse con su buena figura, sus elegantes trajes, su porte de hombre de mundo… Y entonces es cuando exclamaba hacia su interior “¡Es maravilloso, tengo un amante!”
 A los seis meses, aquella relación volátil presentaba síntomas de haber empezado a agotarse, según manifestó él. Y la propuso cambiar de ciudad. Ella vislumbró una continuidad de su maravillosa aventura. Aceptó al instante, y bautizó el proyecto como “viaje a la felicidad”.
Cuando ella preguntó: ¿adónde vamos?, la cara de él transformó en una máscara.
–Ya he olvidado el lugar que me dijiste. A veces me pasa… luego, todo vuelve a la normalidad. Si, ya sé que no debo hacer preguntas pero…
–No te lo he llegado a decir, pero es un lugar maravilloso; podría ser simplemente una escala. Lo tengo todo ultimado. Amor mío, confía en mí. Es lo único que te pido. De todo esto ni una palabra a nadie, ¿de acuerdo?
 Cada día sería como una gota de rocío: liviana,  delicada, maravillosa, pero renovándose con cada amanecer… Jugarían al juego de los azares, las coincidencias y los presagios. Y por eso no le importaron los signos de egoísmo o depravación que observara en el comportamiento de su “gran amor para toda la vida”, consciente de que estaba  uniendo su destino al de un perfecto desconocido, al que únicamente llamaban la atención los coches ostentosos y las joyerías.
   Quedaron citados en la estación de trenes para tres días después, a las 18,30 en el andén número 2. El se ocuparía de todo.
   –Tienes que repetirme las instrucciones. No soy buena para la organización. Y la memoria… a veces… El médico dice…
   –No sigas. Tú eres buena para todo, lo supe desde el primer día que te vi. ¿Por qué crees que me enamoré tan perdidamente?  Déjame darte un beso, uno más, para volver a sellar nuestro mágico pacto. Se perdería el encanto si comentaras algo a alguien ajeno a nosotros mismos, quizá a tu familia, a una amiga, al médico… no sé. ¡No me decepciones! Piensa en nosotros, nada más que en nosotros.
   –Esto es maravilloso. Mi destino depende de ti.
   –Yo también dependo de ti.
   Repetía las palabras “tengo un amante, tengo un amante”  cuando salió atravesando el umbral de su casa. Transitó por calles conocidas. Inesperadamente se internó por otra, simplemente siguiendo la llamada del instinto. Leyó el nombre. No le evocó nada especial. Bordeó la tapia de una iglesia y desembocó en aquel gran edificio de ladrillo, una mole que le hizo detenerse a mirar. Era la estación de trenes. Atravesó la puerta principal y se vio en un gran vestíbulo lleno de gente.
Sumergida de lleno en una de sus repentinas lagunas de memoria, en una absoluta nebulosa, a duras penas recordaba que esa tarde debía acudir a la estación. No conseguía concretar el motivo. Un zumbido de ruidos y conversaciones le aturdió de tal manera que corrió a refugiarse en un rincón de la sala de espera.
    El pánico se apoderó de su maltratada mente al darse cuenta de que no sabía lo que tenía que hacer. Un fuerte dolor de oídos le acabó aislando del mundo. Ocupó un  banco alejado, no quería estorbar. ¿Por qué se había puesto ese vestido floreado?, ¿adónde iba?, ¿por qué llevaba ese maletín tan abultado? Miró dentro. Había ropa, un neceser, dos cajas de pastillas. ¿Todo eso le pertenecía?, ¿es que quizá debería haber tomado esas pastillas?, ¿y esa gran cantidad de dinero en billetes? Miró hacia arriba como queriendo pedir explicaciones. Aquellas alegorías paganas pintadas en el techo retuvieron por un momento su atención,  pero nada significaron para ella. Su mente era una nube de vapor en la que nada podía quedar fijado.
Un hombre enfundado en un impecable  traje de alpaca gris perla y corbata roja, se palpó  la pistola que llevaba en  la sobaquera, hizo dos llamadas telefónicas y, con el maletín fuertemente asido, recorrió por tercera vez el andén, preso de una gran agitación.     
   Había trazado su plan con tanta exactitud que no aceptaba que el tren estuviera a punto de partir y ella no hubiese aparecido todavía. Aquel absurdo pacto de no intromisión le impedía apremiarla con una simple llamada. Desconocía el número telefónico.
    Ovillada en un rincón de la sala de espera,  los codos apoyados en aquel maletín repleto de cosas ignoradas, la cabeza entre las manos, ella repetía: “Ya pasará, ya pasará, será como otras veces”. Miró hacia el andén y vio cómo dos hombres se identificaban y abordaban a un individuo con  traje gris de alpaca y corbata roja. Iban camino de la salida.  Vio desfilar por delante de ella a un hombre elegante, de buenas hechuras y un maletín exacto al suyo, pero no pudo relacionar el hecho con nada que le afectara. Si acaso, le pareció que los brazos de aquel hombre colgaban a lo largo del cuerpo con una pesadez de hierro, igual que los suyos en aquel momento.
   
AMAPOLA   
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 09, 2011, 11:19:57 am
(http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcT6ZZZ79aiv6cEqLI-pvX24sqRF54teNRhuQ2yybmxj_WiJH6mI&t=1)

LA PESQUISA
   

   Cierra los ojos para vivir. También para matar. En esto es el más fuerte, pues aquél sólo cierra los ojos para dormir y ni siquiera su sueño le reporta consuelo alguno. No obstante, sabe perfectamente que, a partir de aquel día, su vida ya ha cambiado por completo pues no puede eludir aquello que le ha sucedido. Sin embargo, y solamente dependiendo de su decisión, ¿podrá realizar aquel cambio? No depende de nadie más que de él mismo. Él se ha ido, no cree que vuelva.
Cómo le cuesta levantar al amanecer su inquietado cuerpo guiado por sus pensamientos. Lo único, y no sabe ni el porqué, se levanta cada mañana intuyendo algún porvenir incierto y esperanzador.
   Por costumbre, se viste, desayuna y empieza la melodía diaria. En el conservatorio y acariciando las cuerdas, cierra los ojos para vivir. -¡Qué bonito y maravilloso!- piensa. Esa armonía le produce vida, le suscita infinitos lugares y pensamientos únicos. Pero aquel día algo más se lo produce. Aún no está seguro y, en consecuencia, sigue sus melodías… un día, una semana, un mes, un año, otro... Y, sigue cosechando consuelos cada vez que cierra los ojos pero, desde aquel día, leía una nota disonante en su vida. A su vez, es más débil cada vez que los cierra. Pierde energía cuando, en sus pensamientos, intenta aniquilar, matar, destruir aquello que le hacía tan fuerte. Entonces, siempre piensa, se detiene, se toma un café. Busca un atajo. No lo encuentra. Creía pero, no sabe. Pues sufre. Es así, él sufre. Pobre.
Desde aquel día, al ver a su querida madre llorar tan desconsoladamente, reacciona lentamente como si de un desbloqueo se tratase.
   A sus veintidós años, su mundo ya no es suyo. Se lo han arrebatado. Ahora su mundo es el mundo. Un esfuerzo doloroso le provoca el pausado cambio que sabe que algún día le hará capaz de entender.
   Su hermano ya no vuelve. Siempre lo ha sabido. Siempre cierra los ojos para vivir. Siempre acaricia la guitarra para recordar. Pero, he aquí que, después de siete años de cerrar los ojos y vivir, ha comprendido que para morir ha de cerrar y para vivir ha de abrir. Ahora es capaz de vivir y no de haber vivido. 
Más tarde, pero aún no, tal y como siempre ha intuido, volverá a vivir lo vivido. Quizá no en su mundo. Quizá no en el mundo.

La elegancia del Erizo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 11, 2011, 18:29:12 pm
(http://sarabrasso.blogia.com/upload/20060630205954-blog1.jpg)

Los Campos de Marte


     Teníamos que entrar a la casa cuando aparecían las locas.  Era entonces cuando terminaba el  griterío, se pateaba el último tiro libre, salíamos del refugio donde nadie nos descubriría, nos hacíamos visibles.  Había que hacerlo antes de que las locas se acerquen demasiado.  Los mas corajudos, como Tumio, se quedaban hasta último momento, incluso hablaban un poco con ellas.
     De día era aburrido estar en casa.  Al atardecer estaba bien: nos restregábamos las manos en la estufa, los grandes contaban historias intrigantes, el perro nos reclamaba el abandono a lengüetazos húmedos y tibios. Y no teníamos que ver a las locas.
     La Quica y la Sara, que así se llamaban, eran madre e hija. Parece que también había un hijo varón, pero nadie lo había visto ni lo conocía ni se sabía en que trabajaba ni nada.
     Madre e hija aparecían alrededor de las seis. Lo hacían desde una masa vegetal despiadadamente oscura y cerrada. Nosotros no podíamos ni siquiera imaginar que dentro de esa densidad agobiante hubiera algún tipo de lugar donde comer o dormir. Ni donde estaban los espacios para salir o entrar. Nos gustaba espiar. Aguzando la mirada creíamos entrever: leña retorcida, ramas entremezcladas, ojos incandescentes de lobos hambrientos, sonidos de animales incomprensibles, espinas punzantes, tramas de capullos envolventes y sangre. 
     Ellas vestían unas especie de túnicas de esclavos medievales hechas con tela de arpillera, cosidas a mano con pedazos de hilos de cualquier color; un cinturón de soga ceñido a la cintura y botas de lluvia “pampero”.  Siempre igual, haga frío o calor. Entre los rasgos crispados de sus caras les colgaba una chivita entrecana como las de los mandarines. La chivita de la madre era más larga, por la edad. Andaban con las chuzas enmarañadas cubiertas de cenizas y barro. Empujaban un carro de mercado con las ruedas ovaladas. Dentro del carro llevaban a un perro gordinflón del que sólo se veían la cabeza y las dos patas apoyadas en los fierros oxidados del carro. El resto del cuerpo sucumbía encajado en una bolsa también hecha de arpillera.  Embajador lo llamaban.
-   ¿No les gustaría tener un perro bonito como yo? Preguntaba tarde tras tarde Embajador con su carita desconsolada.
-   ¿Quién iba a querer un perro de semejante familia? – Decíamos nosotros.
La Sara llevaba otro más pequeño en una bolsa colgada de la espalda en bandolera.  El perro pequeño nunca era el mismo.  No sabíamos si se morían de hambre o ellas se los comían.  El perro pequeño no tenía nombre, quizá no lo bautizaban para no encariñarse.
Las locas repetían incansables el mismo parlamento día tras día: preguntaban por los campos de Marte, por el sol sobre el trigal y por los aguaceros que seguramente esa noche se avecinarían.  Lo hacían en un falsete muy agudo como un pedido de auxilio. Un ruego para que alguien las libere de sí mismas.  Nosotros las imitábamos, nos gustaba hacer concursos y elegir al que mejor gritaba la repetida cantinela de las locas. 
     Aquel verano, un olor nauseabundo nos fue invadiendo hasta la asfixia.  Todos, en el barrio, sabíamos que venía del mundo de las locas, pero nadie se atrevía a entrar.  Los vecinos llamaron a los bomberos. 
     Los bomberos se adentraron en el oscuro follaje donde vivían la Quica y la Sara dibujando  senderos a golpe de machete.  Tumio era muy curioso y no le importaba nada.  Era, sin dudas, el más valiente de nosotros.  Y al que más le atraían las locas.  Tumio también estaba un poco loco. Siguió de cerca el camino hecho por los bomberos. Después nos contó que en medio del matorral vio una choza de paja y barro rodeada de desperdicios de todos colores.   En el piso de la choza había veinte centímetros de agua estancada. Le pareció ver que la madre y la hija estaban desnudas, con las “pampero” puestas.  En la piel arrugada de la madre vio unos dibujos violáceos, como un mapa de piratas.
     Unas ranas, para defender su territorio, quisieron impedir el ingreso de los bomberos.  Croaron ensordecedoras, les saltaron a las rodillas.  Los bomberos son tenaces cuando se trata de hacer el bien y avanzaron
     Cientos de libélulas y mariposas prendidas de las alas con alfileres de gancho, tapizaban las paredes de la choza.  Tumio nos dijo que muchas sangraban aún.  Embajador sobresaltado preguntó: ¿Con que derecho entran así a nuestra casa?. Nadie respondió.
     El olor provenía de una cama desvencijada con un cuerpo en descomposición enredado entre las sábanas.
Tumio lo vio todo y nos lo contó:
-   Nosotros no fuimos, dijeron dos moscas blancas de entre miles que sobrevolaban el cuerpo sobre la cama. 
-   Esperen un poco que todavía queda algo de masa encefálica, pidieron unos gusanos asomándose por las órbitas de los ojos.
     Quica, la madre, cacareó como el gallo del amanecer. Chapoteó en círculos salpicando agua podrida. 
     - Levantate, vago de ***** que tenes que ir a trabajar. Increpó la Quica a la masa descompuesta sobre la cama.
-   Mi hijo es un vago de *****, tiene que ir a trabajar pero no quiere levantarse.  Intentó explicarle a los bomberos.   
     Después vinieron las topadoras y no dejaron nada.  En el lugar construyeron una Capilla para espantar todos los males.  El cura tuvo que conjurarla con cientos de litros de agua bendita.  Parece que el barrio quedó mas tranquilo.  Nosotros seguimos entrando a casa cuando atardecía en los campos de Marte, justo antes de que se precipiten los aguaceros.     

Boedo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 11, 2011, 18:36:18 pm
(http://img836.imageshack.us/img836/5725/coraysusrecuerdos.jpg)

CORA Y SUS RECUERDOS


Se había despertado pronto, mucho antes de que sonara el despertador. No la gustaba madrugar y sin embargo hacía tiempo que ya no era capaz de dormir pasadas las 7 de la mañana, pensaba que la culpa la tenían los años que se iban acumulando en su calendario.
Encendió la tele y se fue a la cocina a prepararse el desayuno. Mientras sorbía el humeante café y untaba mantequilla en una rebanada de pan tostado escuchaba las noticias del día.
Políticos que se atacaban unos a otros, otra mujer asesinada por su marido, inundaciones al lado de no sé qué río. Siempre eran las mismas noticias, solo cambiaban sus protagonistas. Tras hacer la casa y la comida se fue a dar un paseo para matar el resto de la mañana.
Había salido el sol y quería que su luz le invadiera el alma.
La ciudad era un ir y venir incesante de gentes con prisas. Cora iba sin rumbo fijo, tan sólo caminaba hacia donde sus propios pasos la querían llevar dejando que el aire frío del otoño le diera en el rostro.
Sentía la caricia fresca del viento de noviembre y hacía que se sintiera bien, como si ese aire renovase sus ganas de beberse el día a sorbos breves y paladeando cada segundo.
Llegó al parque que en esas fechas parecía desnudo sin las hojas poblando los árboles que lo habitaban. Sus ramas se alzaban al cielo como delgados brazos que quisieran recoger el calor de los tímidos rayos de sol.    
Vio el algarabío que formaban los niños que aun eran demasiado pequeños para estar en el colegio. Podía escuchar las risas infantiles mientras subían y bajaban en la sillita que hacía de columpio.
El sonido del parque sonaba a felicidad. Las risas dibujaban en el aire sonidos de vidas plenas, satisfechas.
 Empujando a un rubiales con cara de trasto estaba quien Cora supuso sería el abuelo, con cara de bonachón y haciendo muecas divertidas cada vez que su nieto se acercaba a él con el balanceo del columpio.

De pronto Cora recordó a Bruno. Podría haber sido aquel hombre de no ser por…

Recordó cuando se conocieron. No borraron la sonrisa de sus caras ni un solo instante durante aquella primera cita.
Se cruzaban por la calle casi cada día y sus miradas se encontraban, se buscaban, hasta que un día del mes de enero Bruno se decidió a hablarle y se presentó.
-Buenas tardes, me llamo Bruno y me gustaría poder invitarle a dar un paseo por el parque.
Cora aceptó sin dudarlo un segundo a pesar de las advertencias de sus amigas de que aquello no era apropiado. Las chicas decentes no aceptan invitaciones de desconocidos.
Pero eso a Cora no la importaba, había algo especial en Bruno y no estaba dispuesta a perder la oportunidad de conocerle.
Ese primer paseo fue sólo el principio de su  historia de amor. Hablaron sin parar de cosas sin importancia y rieron a carcajadas de tonterías. Nunca hasta entonces se habían sentido así,  encajaban como las piezas de un puzle.
A ese primer paseo siguieron muchos más. A veces compraban castañas asadas en el puesto de la plaza, más que para comerlas  lo hacían para calentar las manos durante las tardes frías. Los domingos se encontraban después de salir de misa, cuando Bruno estaba aun más guapo de lo habitual, con sus pantalones nuevos, la camisa blanca y la corbata que le sentaba tan bien. Las tardes de los domingos era el momento de ir al cine y soñar que eran los protagonistas de esas historias.
Al llegar la primavera iban al campo a sentarse debajo de los avellanos. Unos días Bruno tocaba la guitarra y cantaba para Cora y en otras ocasiones era Cora la que regalaba a su amado alguno de los poemas escritos por ella y que él mismo había inspirado.
Tenían 20 años y la vida por delante para disfrutar de su amor. Un amor que no pudo esperar y que sin planearlo se lo entregaron ese verano.
Hoy Cora, sentada en un banco del parque recordaba ese momento. Cerró los ojos y pudo recordar  el olor de las flores y el sonido del río, el calor del sol y la bandada de pájaros volando por encima de sus cabezas.  Recordó el tacto de la piel de Bruno,  el olor de su sexo y la suavidad de sus labios.
Recordó las caricias y los te quiero.
Podía recordar cada sensación vivida junto a él ese día pero ya no podía dibujar su rostro en la mente, se había ido difuminando a lo largo de los 47 años que habían pasado desde que se vieron por última vez.

Prometieron esperarse siempre, hasta que la vida les diera la oportunidad de reencontrarse y seguir con su historia de amor. Ella  había esperado, seguía esperando. ¿Y Bruno? ¿Seguiría él esperando aun?

Eran casi las 2 de la tarde, si no se daba prisa cerrarían la tiendita del barrio y no podría comprar pan.
Cora se levantó del banco en el que estaba sentada y con paso lento se alejó del parque.
Ya había pasado una mañana más sin Bruno, o quién sabe, a lo mejor faltaba una mañana menos para volver a verle.

Dulce enigma
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 11, 2011, 18:59:29 pm
(http://www.librosyliteratura.es/imagenes/libro1.jpg)

El creador


Las letras se apretaban temblorosas sobre el papel, como queriendo comprimir sus caracteres. El texto tenía que adelgazar para poder adecuarse a las medidas exigidas en el certamen. Sabían que en la sangría final de su creador habría algunas que se asomarían al abismo del salto de página con fines suicidas.

Si la estética del relato se resentía y aparecía alguna viuda, ésta sería sacrificada sin piedad. Era una premisa básica y toda hija de teclado era consciente de su única finalidad mediata, que no era otra que la de colaborar al elevado fin común.

Los altivos adverbios modales acicalados con sus sufijos-colas, eran castrados por doquier. Muerte a los -mentes. Viva el nexo corto y la rapidez con la que dota al conjunto. Los puntos y los espacios actuaban de policías del tráfico. Aceleraban la lectura del escritor. Su relectura y su requetelectura.

Cada vez que chupaba su cigarrillo en busca de un último retoque entre las volutas de humo apuraba más. Era como un orfebre, como un cirujano. Un cincel comedido del que debían brotar los más intrincados sinónimos. ¿Cómo decir lo mismo sin que parezca lo mismo? ¿Cómo no clonar adjetivos? ¿Cómo no caer en la aliteración en aquellas frases que se abren de par en par para pecar?

El último repaso pasaba ya por alto los renglones subrayados de su editor de textos. Señaladas como descastadas en rojo o verde destacaban algunas onomatopeyas de cosecha propia. Arriesgado, pero colorista. Intransferible. Sobrevivieron.

El autor comprobó el último punto antes de rezar para que los futuros lectores sintieran empatía por su trabajo. Mientras guardaba su concluida labor, todos los caracteres resultantes se guiñaban discretamente. Habían sido el resultado y el producto de una labor que como las cosas buenas se degustaría en un tiempo ínfimo en proporción a su elaboración. Se saben el producto exquisito. Un parto feliz y gozoso como toda creación. Un sueño. Una nota al margen en la realidad.

Imprimir. El traqueteo de la tinta a chorro sobre el papel daba vida a las letras sobre la pantalla. Con sus mejores galas, posaban marciales, ordenadas en filas equidistantes en las inmaculadas hojas que se iban tomando de su correspondiente bandeja con violencia. Uno a uno, cada papel se hizo página y las piezas del relato fueron viendo la luz. Pareciera que fueran a romper a llorar, pero cuando el ruido de la máquina cesó todo quedó en un silencio perfecto. No hizo falta cesárea.

Ahí estaba su obra. Un cúmulo de letras que leer. Un conjunto de ideas que transmitir. Un ejemplar único e irrepetible porque era suyo.

Grapó convenientemente el relato por una esquina procurando no dañar a alguna espigada “U” e introdujo lo que ya era su obra en un sobre espacioso y acolchado, para que en su viaje no fueran a marearse.

Agradecidas por la gentileza, las letras le darían gloria y fama. Dinero. Mucho dinero. Tanto como para dejar de fumar su misma marca, que le empantanaba los pulmones de alquitrán puro. O para comer más de una vez al día, que incluso había llegado a sentir una manifiesta envidia por las orondas “oes”.
El creador sería gozoso y feliz si su obra alcanzaba notoriedad. Seguro que sus familiares no le verían como el huraño iluso que se empeñaba en vivir sin trabajar. Porque escribir, según le decían, no era un trabajo. Era un delirio. Una coyuntura transitoria del alma que conduce inevitablemente a la melancolía. La nada comparado con su carrera abandonada de derecho.

Sí, a cambio de enviar esa obra podría vestirse con algo de seda. Una chaqueta nueva, seguro. Un sombrero. Unas gafas nuevas que no necesitaran sujeción adicional. Subiría su estatus e incluso su casero le toleraría sus retrasos en el pago con una sonrisa en lugar de con sus habituales bufidos.

Con el sobre en sus manos, el creador volvió a sacar su obra para echarle un último vistazo. Todo estaba correcto. Sus guerrilleros seguían dispuestos para la lucha. Su cohorte de signos no había perdido ningún ápice de brillantez. Todo era perfecto. Era su obra. Era suya...

Tomo la parte delantera del sobre ya escrita y tachó la dirección de aquel certamen de reconocido prestigio. En su lugar redactó unos datos más conocidos. Los mismos que había escrito en el remite. 

Atila Kasas
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 12, 2011, 09:59:06 am
(http://estaticos03.cache.el-mundo.net/yodona/albumes/2008/04/16/suit/1208344414_extras_albumes_0.jpg)

El baño


Manuel regresaba pronto a casa, por un buen trabajo en la Caja de Ahorros del barrio desde los 24 años, recién acabados sus estudios de Empresariales. Como de costumbre, se había detenido en el supermercado: se encargaba del abastecimiento diario de la despensa  y de  la cena. Pero esta tarde, muy sosegadamente, sin el estrés habitual,  estaba paseando por  la sección de  perfumería e higiene personal de aquellos grandes almacenes…  Destapaba, olía, manoseando y devolvía a su sitio cuantas sales de baño y aceites olorosos estaban expuestos en los estantes,  sin poder decidirse  entre los aromas de maderas nobles y los aromas  de flores provenzales. Al final, recurrió a la ayuda de la encargada de la sección.
-   Por favor, señorita. ¿Le importaría asesorarme?
-   Claro, señor. Usted dirá...
La encargada alisó su traje azul en un gesto inconsciente de hembra solicitada por aquel hombre atractivo y con clase,  a pesar de doblarle probablemente la edad.
-   En realidad, es más a la mujer que es usted  a quien preciso... Mire, quiero prepararle a mi esposa una sorpresa para cuando regrese del trabajo y pensé en un baño  relajante. Es una mujer muy activa y raramente llena la bañera,  inclinándose más por la ducha rápida matinal... ¿Qué me aconseja?
-   Bueno, eso es muy particular a cada mujer. ¿Qué aromas suelen gustarle a su esposa? Dígame, por ejemplo, su perfume favorito o los aromas de los gels de baño que suele usar...
-   Bueno, lo que circula por casa son los neutros, por aquello del Ph... Como tenemos un hijo de nueve años, así nos sirve a los tres. Su perfume favorito, sin embargo, sí lo sé, por supuesto: es Agua de Rochas...
-   Bien,  entonces le sugiero sales de lavanda, limón verde o melocotón... Olores suaves y frutales... Y,  para el efecto relajante,  le añadiría unas gotas de aceite de Musk.
-   ¡Pues no se hable más! Gracias señorita por su gentileza.
    Al poco rato, Manuel salió con varias bolsas de víveres y dos frascos de sales de diseño para el baño...
María dirigía una agencia publicitaria desde que su hijo cumplió los tres años y  empezó a acudir al parvulario. Habitualmente,  regresaba pasadas las siete de la tarde aunque a menudo la  requerían para algo en el último momento. Vivía su trabajo con tal pasión que no aprendió nunca a decir que no a un imprevisto de última hora… Eso enervaba a Manuel desde el principio  y le había causado hasta celos, pero ahora ya se había acostumbrado y hasta le sacaba partido a esos tiempos solitarios en el domicilio conyugal. Disfrutaba cada tarde de dos horas, antes de que su único hijo regresara del colegio. Luego, eran dos horas más de complicidad con el niño, de juegos, de deberes, de resolución de problemas caseros y escolares, hasta que regresaba ella.
Esta tarde, su hijo se marcharía a dormir a casa de un amigo, directamente después de clase, que le invitó para acabar una tarea escolar. Era el día perfecto para el baño... Cuando oyó las llaves de María en la puerta, a eso de las siete y media, todo estaba listo y saboreaba en el salón un riquísimo tequila frappé...
-   ¡Hola, cariño! ¡Ya estoy aquí!
-   Hola, mi amor. ¿Qué tal el día? Estoy en el salón y te he preparado tu cóctel favorito.
-   ¡Qué tesoro eres! Vengo agotadísima. Me quito los zapatos y estoy contigo, cielo.
   María se recompuso el pelo en el espejo de la entrada y se alisó la blusa, sonriente. Era una mujer hermosa, siempre elegante, con clase, lo sabía.
-   ¡Ummmmm! Hola mi amor... ¡Qué día tuve! ¡Eres el marido más encantador de la tierra! No sé por qué, a veces, nos enfadamos... Te pido disculpas por mi mal genio... Ya sabes que lo tengo  pero que luego soy un corderito y para nada rencorosa…
-   Yo también te pido disculpas... Por eso, cógete el Daiquiri y vente para el cuarto de baño... Te he preparado una sorpresa...
María obedeció complacida y dispuesta a dejar sus alas de mujer  “de casi los cuarenta” volar hacía una noche que se anunciaba mágica... Desde que tuvieron al niño y la rutina de vida se hacía más evidente, tenían pocos momentos de lujuria e intimidad. El deseo de sus cuerpos se había ido enfriando pero, como se confiaban las  amigas unas a otras, era lo corriente después de doce años de matrimonio...
Al entrar al cuarto de baño, le asaltó una ola de aromas deliciosos y un latigazo eléctrico en el bajo vientre.
-   Últimamente te veo muy cansada, María y te cuesta relajarte. Tengo un anuncio importante que compartir contigo y quiero que tu cuerpo esté lo más relajado posible...
-   Es que no te imaginas, la campaña última que llevamos… ¡Cómo nos está costando coordinar fotógrafo y modelos! Y claro, el cliente metiendo prisas, para no variar.
María se desvistió presta y se internó en esa nube de espuma perfumada y cálida que Manuel, con tanto amor, le había reservado a sus sentidos.
-   ¡Ummmmm! ¡Qué maravilla! ¡Te quiero!
-   No pienses en nada y disfrútalo. Dame la esponja, querida.
   Manuel se esmeró en un trabajo meticuloso y circular en sus hombros y espalda...
-   ¿Estás bien, cariño?
-   ¡Esto es un orgasmo, Manuel! Aún me sorprendes y eso es lo que importa en una relación, ¿no te parece?
-   Sí, María. Estos momentos son los que importan cada día... De eso precisamente te quería hablar. Vivir juntos es para mí eso: sorprenderse el uno al otro diariamente con pequeños detalles... No dejar que la rutina venza la vida de pareja...
-   En eso mi amor, ¡tú eres todo un maestro! No sé cómo te conformas a mi falta de atenciones contigo. Aunque con los horarios que tengo... Procuro mimarte cuanto puedo los fines de semana. Gracias por tus gestos de respeto hacia este trabajo mío que os quita tantas horas a ti y al niño...
-    No, María, no son gestos de respeto. ¡Son los actos del luchador empedernido y romántico que te enamoró!
Manuel dejó la esponja y pasó a acariciar los  senos de María con sus manos y la experiencia  que confiere el conocimiento del cuerpo de una pareja. María empezaba a gemir y se abandonaba, como tantas otras veces, a las manos sabias  de su marido, el único hombre de su vida desde la universidad.  Descendiendo, pronto los dedos rozaron las lindes de su pubis y la catapultaron hacia un primer orgasmo frenético mezclado de aguas perfumadas. Asió la mano milagrosa de Manuel y se la llevó a los labios, agradecida. Manuel retomó la esponja, parsimoniosamente...
-   ¡Sabes, María, es muy fácil hacerte feliz!  ¡Pero estoy cansado de luchar para que tú me correspondas!
   Lo dijo casi gritando. Dejó la maldita esponja de golpe y se enfrentó a los ojos desorbitados de María, mitad risueños y mitad asustados…
-   Ya no te amo. Ya dejé de sentir algo más que rutina... Pero ahora, me siento revivir. He conocido a otra mujer. No, no sabes quién es. He redescubierto el enamoramiento, la pasión, la ilusión. He querido anunciártelo de la manera menos traumática posible y se me ocurrió esta idea del baño. ¡María, me marcho de casa esta misma noche!
En ese preciso momento, las palabras de Manuel hundieron a María en la bañera, como  manos invisibles  que pretendieran ahogarla  y contra las cuales se debatía sin éxito.
Estuvo así, ahogada en perfumes, muchos años...
De hecho,  María no  volvió a recrearse en los placeres relajantes del baño, ¡en su vida!

GAVILÁN
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 13, 2011, 15:05:05 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_uMARr_Y_8_o/TN3CQQ3xAII/AAAAAAAAABw/ZH-JBWI0Tak/s1600/banco-de-plaza2.jpg)

El Banco


El mismo banco de siempre; la misma chica llorando desconsolada. Él siempre pasaba de largo. Nunca se detenía para averiguar qué era lo que le encogía el alma a aquella preciosa chica. Tenía la extraña sensación de que andaba en círculos. Siempre, dirigiera a dónde dirigiera sus apresurados pasos, se encontraba frente a la chica en aquel banco. Le atraía tanto acercarse a preguntar… Sin embargo sentía un temor tan abrumador y desconcertante. Temía tanto saber la verdad que sospechaba, que prefería no detenerse nunca, no saber qué sucedía. Solo daba un paso tras otro paso, dirigiéndose a cualquier lugar, aunque nunca llegaba a ningún sitio, siempre, de nuevo, frente a aquel insólito banco. No tenía concepción de tiempo. No sabía si era un día u otro, lo único es que siempre era de día. El sol siempre presente. Nunca había oscuridad. Resultaba tan  alentador que siempre hubiera luz… Él creyó que se vería sumido en una eterna oscuridad, eso es lo que creía que le sucedería, pensaba que se lo merecía. De nuevo frente a ella, ¿quién era? ¿Por qué le miraba atemorizada? ¿O era encolerizada?
-¡No me conoces!_ con la voz quebrada, la afligida chica se atrevió a reprenderle.
Él se hizo el despistado, alargando el paso.
-¡Te dije que no corrieras! ¡Maldito seas! ¡Te dije que quería bajar del coche!
Un frío escalofrío le recorrió la espina dorsal. Empezaba a recordar y no quería. Solo necesitaba alejarse de allí. Huir de ella. La culpa y el remordimiento le alcanzaban.
-¡Te odio! ¡Nunca voy a perdonarte! ¡Nunca debí amarte!
Intentó sin éxito eludir todas las acusaciones, pero no pudo, las terribles imágenes del accidente vinieron a su mente. Ella estaba allí, junto a él en aquel maldito coche. Ella gritaba, igual que lo hacía ahora. No podía soportarlo más. Apresuró más y más el paso, intentando alejarse, intentando volver a perderse en aquel tiempo atemporal pero sabía que volvería frente a ella, frente a aquel banco. En la distancia, dentro de esa espiral temporal en la que se hallaba volvió a oírla…
-¡Tú nos mataste! ¡Maldito seas, Andrés, maldito seas!

Sikavet
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 13, 2011, 15:09:51 pm
(http://3.bp.blogspot.com/-So2pQQrEtls/Tb6r_vv2hTI/AAAAAAAAChs/kOr7RdqQ-Sw/s320/charol+6.jpg)

LOS ZAPATOS ROJOS DE CHAROL


No se los podía sacar de su cabeza. ¡Valiente tontería! Si jamás podría llegar a comprárselos..., pero de ilusiones también se vive o al menos eso era lo que se decía a sí misma cada vez que  se dejaba arrastrar por algún deseo imposible. Mas en el fondo de su alma sabía que era mentira, que las ilusiones, cuando no pueden cumplirse, sólo sirven para morir un poco cada día. Y no se refería únicamente a cosas materiales que le gustaría poseer, como aquellos preciosos zapatos, sino a algo mucho más importante, a momentos, a vivencias, a personas. Porque María, muchacha frágil y con un alma llena de esperanzas sin fundamento, no había conseguido realizar ni uno sólo de sus sueños, nunca.
     Su padre, un día de hace ya muchos años, había salido de casa  y no había regresado jamás, dejando mujer y tres hijas en un estado de total abandono. Salieron adelante como pudieron, trabajando la madre de sol a sol en empleos precarios. María y sus dos hermanas, sabían que cuando tuvieran edad para ello, no les quedaría otra salida que ponerse también a trabajar en lo que fuera. El dinero hacía falta y lo que ganaba la madre apenas alcanzaba. Sus hermanas lo asumían, no esperaban nada mejor, pero María.....María soñaba con poder estudiar, con que la casualidad colocara en su camino esa posibilidad, por nimia que fuera, de poder continuar en la escuela, de poder prepararse, de llenarse de saber, de aprender, para poder sacar a su familia de la miseria. Mientras, en los momentos malos, en aquellos en los que la realidad se mostraba en toda su crudeza, María la ahuyentaba adentrándose en las historias de fantasía que encontraba en los libros, en esos libros que leía por las noches mientras las demás dormían, a escondidas, para no tener que oír los reproches de su madre, que argumentaba que aquellas lecturas sólo servían para llenarle la cabeza de pájaros. Puede que tuviera razón, puede que aquellas aventuras que leía en los libros no hicieran más que alimentar una quimera, pero por aquel entonces María era joven y todavía creía en un futuro mejor. Algún día toda aquella vida de miseria quedaría atrás, algún día un príncipe azul de esos que poblaban las historias que leía, llegaría dispuesto a rescatarla de su mundo de pobreza. Eso fue lo que ella creyó cuando con sólo quince años conoció a Juan, un muchacho algo mayor que ella, estudiante de primer curso de Derecho, culto y educado, que decía amarla con locura. Hasta que un embarazo no planeado se interpuso entre ambos y terminó con ese amor loco. Juan desapareció y María se quedó con sus ilusiones rotas y  un hijo gestándose en su vientre, al que, presumiblemente, no le esperaba un futuro mucho mejor que su propio presente. Su madre quiso arreglar semejante desaguisado y le amañó un matrimonio con Manuel, un viudo residente en el pueblo vecino, que aceptó cargar con el hijo de otro con tal de tener una mujer en su hogar que le atendiera como se merecía, que le tuviera la comida preparada a su hora, la casa limpia, la ropa planchada  y las piernas abiertas siempre que a él le entraran  ganas de saciar sus más bajos instintos. Ahí se terminaron las esperanzas  de María. Ese fue el momento en que los sueños dejaron de ser ilusiones bellas para convertirse en vanas ilusiones. Ese fue el instante preciso en que comenzó su andadura por un camino que llevaba a ninguna parte. Su marido resultó ser un borracho pendenciero que se gastaba el poco dinero que ganaba en el alcohol y el juego, y que la ignoraba por completo para todo, menos para mancillar su frágil cuerpo noche tras noche. A María no le quedó más remedio que ponerse a trabajar limpiando casas ajenas si quería sobrevivir. Ese no era si no el destino que la había estado esperando desde siempre, agazapado acechante detrás de cualquier esquina, de cualquier momento. Y ella, que hasta entonces había conservado intacta su inocencia, fragua de sus ilusiones y esperanzas, se rindió a lo evidente y dejó escapar sus sueños por el agujero de la desidia, de la monotonía, de los deseos imposibles de cumplir. La apatía y el desencanto se asentaron dentro de su mente, de tal manera que cuando perdió a su bebé a los cinco meses de llevarlo en su vientre, en lugar de apenarse se dijo que era lo mejor, que venir al mundo para sufrir era lo último que le desearía a nadie, mucho menos a su hijo, carne de su carne, fruto inesperado de noches escondidas.
     Así fueron pasando los años, entre las humillaciones de trabajos mal pagados y los desprecios de un marido que jamás la había amado, entre platos que había que fregar y ropa que tenía que planchar, siempre sumisa y triste, callada y queda, siempre echando cuentas que le permitieran llegar a fin de mes con un duro en el bolsillo, revolviendo a veces entre los contenedores de basura de los supermercados en busca de algo que llevarse a la boca,  aprovechando la ropa que le daban las vecinas para cubrir su cada vez más ajado cuerpo.
      Un día, de regreso del trabajo, se paró frente al escaparate de aquella  zapatería tan distinguida, cerca del chalecito donde servía, en uno de los barrios más pudientes de Barcelona. Lo hizo de casualidad, sin saber muy bien el motivo, tal vez para fantasear de nuevo, como hacía cuando era niña, imaginando cómo sería su vida si pudiera ....si pudiera tener aquellos hermosos zapatos de charol rojo. En un instante de fascinación insulsa María se imaginó de nuevo siendo la protagonista de las historias que poblaban los libros de su juventud, calzando aquellos zapatos, bailando en los brazos de un galante caballero al son del tiempo de un vals infinito, dejando que un precioso vestido de cuerpo ajustado y falda vaporosa acariciara el aire a cada paso ....Sueños otra vez, sueños que no cesaron a pesar de encontrar en su casa la misma realidad de siempre, el mismo marido borracho rodeado de latas de cerveza, las mismas tareas esperándola impacientes. Y los malditos zapatos rondando en su cabeza, sin ningún sentido, sin ningún porqué, aunque los días pasaran, aunque el desorbitado precio que señalaban le dijera a gritos que  se olvidara, que aquellos zapatos rojos esperaban otra dueña a la que no le hiciera falta vivir de sueños.
      Tal fue el deseo que despertaron en la pobre muchacha, que no dudó un instante en robar el dinero necesario para hacerse con ellos. Sabía dónde la señora de la casa guardaba el dinero. La había visto en varias ocasiones meter fajos de billetes en el cajón de la cómoda de la habitación del fondo, la que nadie usaba, a la que nadie entraba. Una mañana María abrió el cajón y allí estaba el dinero. Sus ojos centellearon y en su boca se dibujó una sonrisa. No pensaba en las consecuencias de lo que iba a hacer, no quería pensarlo. Solo se decía a sí misma que por fin podría hacer realidad uno de sus deseos, que ella también tenía derecho. Por eso tomó el fajo de billetes y lo metió en el bolsillo de su delantal, con el corazón latiéndole a cien por hora de la emoción contenida, sin interesarle conocer la cantidad que había robado, total, qué más daba, lo único que le importaba era poder comprar los hermosos zapatos rojos de charol.

     Pasó por alto que la dependienta la mirara con mala cara y que el guardia de seguridad que estaba en la puerta no le quitara ojo. Ella pidió los zapatos de charol rojo del escaparate ante el asombro de la chica que dudaba que aquella pordiosera dispusiera del dinero suficiente para gastárselo en semejante joya de la zapatería. María los calzó y se miró al espejo. Y éste, generoso, le devolvió la imagen bella que ella siempre había esperado ver. Su pelo estropajoso fue melena sedosa; su cara, ajada por el paso del tiempo y las penalidades sufridas, fue rostro terso y suave; sus ropas sencillas y remendadas se convirtieron en el más sofisticado traje... María pagó los 800 euros que costaban los fantásticos zapatos que habían logrado llevar la magia a su pobre vida y salió de la tienda con ellos puestos en sus pies, dispuesta a caminar hacía un mundo diferente del que la esperaba entre las cuatro paredes de su casa.
        Caminó sin rumbo y sin tiempo, cruzó calles y avenidas, enfiló la salida de la ciudad y continuó su andadura sin sentido, con la sonrisa en su cara y la mirada perdida. Caminó feliz, sin importarle el dolor lacerante de sus pies, sin darse cuenta del agotamiento que debilitaba su cuerpo por momentos, inmensamente feliz por haber conseguido por fin su deseo, por haber podido comprarse aquellos maravillosos zapatos que tan bien le sentaban y que la habían transformado en princesa, cual si fuera un personaje de cuento.

       Encontraron su cuerpo sin vida dos días después tirado en el fondo de un barranco, en una carretera de la costa, a muchos kilómetros de la ciudad. Tenía los pies en carne viva. A su lado unos zapatos rojos de charol absolutamente destrozados. Su rostro, macilento y cansado, desprendía una serenidad sorprendente. María, por fin, había conseguido entrar en un mundo diferente.

Maria Amenedo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 13, 2011, 15:13:34 pm
(http://rlv.zcache.com/polaroid_picture_of_polaroid_camera_postcard-p239940254282222893trdg_400.jpg)

Un par de postales y un montón de polaroids



…desde que se fue guardo un par de postales que envió… un par de postales y un millón de polaroids. Así les dice él a las fotos que me envía, fotos en su nueva ciudad, con su nuevo gato, en sus nuevas vacaciones, con su nueva familia, en su nueva york, su nuevo, su nuevo, todo es nuevo para él… ¿yo? Yo me hice vieja aquí ¿sabe?, viendo las postales y polaroids que envía, oliendo a cigarro se me arrugaron las manos y el corazón. Recuerdo cuando llegaban esas fotos donde él jugaba en la nieve, yo nunca he tocado la nieve, siempre me pregunte como seria, pero no la he tocado… un día me llamó y me dijo, mamá ya veras que pronto te traigo para que veas el invierno. Me emocione tanto, solo lo menciono y tomé algo de dinero de la pensión y me compré ropa nueva, abrigada… tanto tiempo sin comprarme ropa nueva y tenía que esperar tanto para usarla, hasta el proximo invierno… bueno todavía estoy esperando, creo que ya paso otro invierno y la ropa todavía aquí. De vez en cuando llama para saber como estoy, y me pone a sus hijos al telefono, y con ellos pues… con los nietos no puedo ni hablar, que es eso de << jelou granma jou ar yu? >> Yo no se que dicen, ni que decirles, yo siempre les doy la bendición, y en seguida le pasan el teléfono a su padre… antes él se quedaba horas a contarme como era todo, riendo juntos cuando tenía trabajo, llorando juntos cuando no, pero sabía de él. Luego vino el cuento con la gringa, y después de eso pues se que le va bien, creo que trabaja con el suegro, pero hasta ahí, eso es todo lo que se. Ya no llama tanto, ya no hay ni rizas, ni llantos, y cuando llama de pronto me dice << yu nou man >> pero no entiendo de que me habla, espero que sea bueno. Aquí lo espero, si quiere venir o si quiere yo voy, para cualquiera de las dos, aun tengo del perfumito que me envió la otra vez para que me encuentre olorosa, y una ropa que ya no estará de moda, pero que se ve nueva… del resto seguiré aquí, viendo un par de postales y un monton de polaroids.

mAgrom
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 16, 2011, 12:58:02 pm
(http://rinconeslejanos.files.wordpress.com/2008/04/metro_viena.jpg)

EL ENAMORADO DEL METRO


El hombrecillo se sienta con una sonrisa tímida. El asiento está en la mitad del vagón de Metro, en una posición que le permite abarcar todos los otros asientos con la mirada. Abre su libro y se parapeta tras él. Comienza a pasar páginas mecánicamente, pero un espectador atento notaría que apenas las mira.

El hombrecillo espera con paciencia hasta que su presa se sienta en un sitio cercano. Es una chica sensual, quizá algo regordeta, que se ha pasado con el tinte rubio y parece cansada. El enamorado la mira brevemente, sin que ella se dé cuenta, y sonríe para sus adentros. Rápidamente crea la fantasía:

“Ella y el hombrecillo fueron novios de adolescentes, una relación pasional que los padres de la chica abortaron por la pobreza de la familia de él. La chica entonces se casó con un administrativo del BBVA y la convirtió en una ama de casa aburrida, mientras la intenta convencer diariamente de lo divertido que es jugar a la canasta. Ahora, años después, ella y el hombrecillo se reencuentran. La chica nunca le olvidó. Él engañó su recuerdo con otras mujeres. Ahora todos los jueves, cuando el marido se va a jugar a la canasta con unos amigos, los dos se reúnen en el adosado de la chica y encienden de nuevo el fuego de aquella pasión juvenil. Incluso tienen un código secreto, para no alertar a los vecinos. Él aparca en la calle trasera, y cuando lanza una piedrecilla a la ventana ella le abre la puerta. En cuanto están juntos se besan con urgencia…”

Pero entonces la chica llega a su parada y se baja del vagón. El hombrecillo hace un mohín de insatisfacción y busca una nueva presa. Pasan varias estaciones hasta que una chica joven se sienta en el suelo del vagón, contra la pared del fondo. Lleva un piercing en la nariz, su camiseta deja ver el ombligo y aprieta unos apuntes contra un pecho aún no formado del todo. El hombrecillo pasa un par de páginas y vuelve a dejar volar su imaginación:

“La chica es una universitaria demasiado adulta para los chicos de su edad. Se aburre de verles probar su virilidad bebiendo cerveza en las fiestas. Ella le ama en secreto. A él, a su profesor de sociología. Él es una eminencia en su campo, pero está dolido del fracaso de su última relación con una profesora que le ha usado para medrar en la universidad. Los viernes por la tarde, en la tutoría, ella le provoca cada vez con mayor insistencia… y él se va dejando querer. Poco a poco ella va logrando quebrar su resistencia, hasta que una tarde de lluvia con las aulas vacías, ella consigue hacerle vencer sus últimas reticencias sobre la diferencia de edad y las relaciones profesor-alumno con pequeños e insistentes besos en la cara, en el cuello… Le abre la camisa, le besa el pecho…”

La chica sale del vagón de un salto justo antes de que se cierren las puertas. Él apenas tiene tiempo de esbozar un adiós con la mirada mientras ella desaparece por la salida hacia la plaza del Conde de Casal.

El hombrecillo está decepcionado, pero no vencido. Espera de nuevo pacientemente la llegada de su siguiente amada. Ésta tarda en aparecer, pero sabe que más tarde o más temprano acudirá a su cita. En esta ocasión tiene que esperar casi media hora. Esa hora es mala para el enamorado del metro, apenas hay movimiento. Tampoco gusta de las horas punta, apenas hay intimidad.

Finalmente ella aparece. Es una mujer de largo pelo negro y estilizada figura. El vestido delata su poder adquisitivo. Le resultaría más propio salir de un coche último modelo. Pero no quería faltar a su cita con el enamorado. Él la conoce bien. Muy bien…

“De familia adinerada, ella se casó con un prometedor director de cine cuyas películas han conseguido cifras récord de pérdidas en subvenciones del estado en los últimos años. Sin embargo casi desde el principio se distanciaron, y su marido se consuela con los favores de jóvenes actrices a las que promete papeles protagonistas. Ella ha tratado de fastidiarle acostándose con sus amigos y conocidos, y asegurándose de que él se enterara, pero resulta que le da igual. Hastiada, terminó organizando su vida de modo que ella y su marido pudieran ignorarse mutuamente de manera civilizada. Ella está de vuelta de todo, no quiere más relaciones, hasta que le conoce a él. El hombrecillo es el vecino misterioso de oscuro pasado que no puede evitar verse atraído por ella. Al principio solían tontear a través del muro que separaba sus chalets. Un día él cruzó la valla para echarle un vistazo al nuevo jacuzzi que ella se había hecho instalar. La siguiente vez que lo cruzó acabaron en el cobertizo de las herramientas semidesnudos, hasta que ella, presa de vértigo por la intensidad de sus sentimientos, le pidió que la dejara marchar. La noche siguiente, mientras el marido estaba en un estreno, el hombrecillo saltó el muro y subió al dormitorio de ella. No llegaron a dirigirse la palabra. Ella lo esperó tendida en la cama, expectante, y él se acercó con decisión mientras se quitaba la camiseta…”

La mujer salió del vagón pisando firme. Apenas había aguantado una parada en el vagón. El hombrecillo está decepcionado, y la observa marcharse mientras el metro se hunde en la oscuridad…

TRUMAN
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 16, 2011, 19:17:27 pm
(http://2.bp.blogspot.com/-IO1Ye_-Hu90/TcB0Sed-l9I/AAAAAAAAAo4/KwBKmjJ1UV0/s1600/secreto-3.jpg)

Clemente y Violeta


      Violeta se mira otra vez en el espejo. No sabe cuantas veces lo ha hecho desde que esta mañana convenciese a Clemente para que hoy la acompañara al cine. Él le gusta  desde que lo vio por primera vez en el colegio; desde que la señorita Maribel los sentara juntos el primer día en preescolar, no habían vuelto a separarse hasta que entraron en Secundaria. Desde entonces estuvieron bastante distanciados, pero al comenzar Bachiller, coincidencias en los grupos de trabajo de Matemáticas y amistades comunes los han puesto de nuevo en contacto.
      Violeta pasa una toallita desmaquilladora por sus labios con un gesto de desagrado. “No creo que a Clemente le guste mucho el brillo de labios – sonríe mientras saborea el resto de sabor a cereza que el cosmético ha dejado en ella. Está acostumbrada a que todo le salga bien, a que todo aquel que está cerca suya, haga exactamente lo que ella quiera. No entiende porqué Clemente tarda tanto en caer en sus brazos. Ha desarrollado un poder sobre los adultos ganado a costa de muchos años como hija única. Eso le concede una gran ventaja sobre las chicas de su edad: ha aprendido a ser manipuladora antes que el resto de sus amigas, que han tenido que compartir todo con sus hermanos. Violeta no. Violeta es la reina de su casa.
     Clemente está recogiendo los platos del almuerzo. Intenta pasar el tiempo de esa forma para distraerse y no pensar demasiado. Su madre le dice que lo deje, que ella se encargará de terminar. Él le dice que sí, que mejor, porque él se quiere ir al cine.
-   ¿Al cine, Clemente? ¿Con quién, hijo mío?  Su madre se extraña porque desde que era pequeño, Clemente tiene miedo de la oscuridad y siempre inventaba una excusa para no ir al cine.
-   ¡Con Violeta, mamá! Que te tienes que enterar siempre de todo. La madre curva sus labios hacia abajo, en un gesto de desconcierto y Clemente sube despacio las escaleras, intentando encontrar una buena excusa para no ir al cine.
      Sólo de pensar en estar a solas con Violeta en esa sala a oscuras, llena de sillas y de gente, le produce escalofríos. Con la de tiempo que hacía que Violeta no le llamaba para nada… Pero, con la excusa de ser compañeros de grupo de Matemáticas, se ha debido creer que algo ha cambiado. Para él, ella no significa nada. Esta mañana se lo insinuó de manera diplomática cuando le invitó a ir al cine con ella. Sabe que no estuvo todo lo prudente que debía, pero  no quería alimentar falsas esperanzas. Además no quiere que ella conozca sus intimidades y se entere todo el mundo, con lo que le ha costado ocultarlo siempre…
      Y es que Clemente teme a muchas cosas. Si sus labios se atreven a pronunciar entre susurros la palabra miedo, su cuerpo sufre unos cambios apenas perceptibles para los demás: una corriente fría por su espina dorsal y una capa de gotitas de sudor sobre el labio superior aparecen como por arte de magia; también siente náuseas y los pies se le quedan clavados en el suelo como un banco de piedra en un paseo con árboles.
      La primera vez que le habló a alguien de sus miedos fue a Isabel, una vieja criada que llevaba en su casa desde que nació. El tenía sólo nueve años y la respuesta que ella le dio fue que lo mismo que unos nacen rubios y con ojos azules, otros nacen morenos y con miedo. La respuesta le dejó sin saber qué pensar, no sabía si lo que Isabel le había dicho era verdad o lo decía simplemente para tranquilizarle.
      Él sabe que a veces algunos detalles de su actitud producen extrañeza en los demás, que desconocen sus temores, como la que produce la esbeltez de una palmera solitaria entre un bosque de alcornoques y monte bajo. Mientras se coloca los vaqueros, recuerda cómo sus hermanos le asustaban con los abrigos y gabardinas que colgaban del perchero del dormitorio a oscuras. Inventaban mil historias hasta que Clemente, llorando, se refugiaba en la cama de sus padres.
      Mientras se da un último vistazo en el espejo, reconoce el  desasosiego que le provoca la posibilidad de que algo pueda cambiar. Cuando iba en tren al pueblo de los abuelos, siempre buscaba con la mirada, y una esperanza infundada, la casa de sus primos. Buscaba con desesperación el edificio de piedra gris de tejas y contraventanas verdes que sobresalía entre un bosquecillo de pinos, a sabiendas de que la casa había sido destruida hacía muchos años. Pero a Clemente no le importaba buscarla siempre que subía a un tren, porque lo hacía con los ojos que están detrás de los que todo el mundo tiene. Los buscaba con los ojos de la memoria. Había decidido ver sólo aquello que él quería ver, simulando que nada había cambiado.
     Se ata los cordones de las deportivas y piensa que no entiende muy bien lo que Violeta quiere realmente de él. La duda lo llena de ansiedad. Se lo había preguntado al menos tres veces esa misma mañana, pero ella sonriendo se limitaba a decir que todo el mundo tiene secretos y que ella había descubierto el suyo, el de Clemente.
      ¿A que secreto se referiría Violeta? Porque a veces, las personas tienen más de un secreto que guardar. Él tenía varios, y sólo de pensar que ella hubiera podido descubrir alguno de ellos, sentía congelársele la sangre dentro de él.
      Se limpia con el dorso de la mano las gotitas de sudor que bañan su labio superior y maldice el momento en que aceptó formar parte del grupo de Matemáticas de Violeta. Se reúnen todos los jueves, pero hoy el profesor no está, por eso ella ha aprovechado la ocasión para hacer planes con él. No le gusta Violeta, es una niña mimada y vanidosa; pero tampoco le gusta ninguna otra.
      Violeta mira el armario, abierto de par en par, con cara de aburrimiento. No sabe exactamente si a Clemente le gustan más las chicas con falda o con pantalón. Rebusca con desesperación en el cajón de las camisetas, revolviendo todo y eligiendo de mala gana una de color rosa fuerte y arrepintiéndose en el acto de no haber dedicado el fin de semana anterior a ir de compras a Madrid en vez de quedarse a estudiar Filosofía.
      Resignada, se calza unos vaqueros y se pone la camiseta. Sonríe con satisfacción al mirarse al espejo. Seguro que dejará a Clemente con la boca abierta. Está tan acostumbrado a verla de uniforme… Lanzando un suspiro coge el bolso y sale del dormitorio.
      Clemente estira la colcha y mete las zapatillas debajo de la cama. Deja encendida la lámpara de la mesilla de noche y corre completamente las cortinas; tiene que protegerse de las sombras que los árboles del jardín proyectan sobre la pared de su dormitorio al anochecer. Se despide de su madre con un beso y sale de la casa. Enfila el camino de castaños y su mirada se detiene en la chimenea de la fábrica de harina abandonada. Las cigüeñas han hecho un nido en ella y desde allí anuncian con sus picos, cual heraldos reales, la entrada al pueblo.
      Violeta llega a la puerta del cine diez minutos antes de lo previsto y saborea el tiempo de espera. Clemente le había gustado desde siempre y no entiende por qué no ha caído rendido a sus pies como los demás. Quizás ese fuese uno de los motivos por el que le gusta tanto. Es mala suerte que las cosas se hayan torcido, ¡Quién lo iba a imaginar de Clemente!
      Él llega al cine con las manos en los bolsillos musitando una disculpa. Pagan en la taquilla y entran en la sala con las luces encendidas. No hay ni un alma. Cuando el león de la Metro ruge en la sala, ya sumida en la oscuridad, Clemente se agacha a recoger el paquete de avellanas que previamente había tirado al suelo para no ponerle imagen al horrible rugido. Los créditos de la película surgen al compás de una música inquietante desde la profundidad de la pantalla. A continuación, las escenas de un Robert de Niro musculoso y plagado de tatuajes en la cárcel no auguran nada bueno. Para colmo, aprovechando la soledad de la sala de proyección, Violeta se acerca a Clemente en cuanto la música lo propicia.
-   ¿Para qué querías verme, Violeta? Pienso que lo del cine ha sido sólo una excusa. - Clemente no ve el momento de salir de dudas.
-   Es acerca de un rumor que recorre las aulas del colegio y que necesito que me confirmes. Nada mejor que saber las cosas de primera mano.
Clemente siente que se le acelera el corazón y los ojos se cubren como por una nube cargada de lluvia que le anuncia la posterior jaqueca. Seguro que le duraría toda la tarde.
-   Esta mañana te referías a un secreto, Violeta. ¿Qué relación guarda ese secreto y los rumores de que hablas, conmigo? – De pronto Clemente se da cuenta de que hay alguien más en la sala de butacas, detrás de ellos. En la última fila. El olor a hamburguesa y a ketchup le llega entre el aroma intuido del mar de “El cabo del miedo”.
-   Lo sé todo, Clemente. No tienes que disimular. Todos saben lo que te ocurre. Pero dime solamente cuando empezó todo. Dímelo, somos amigos, ¿no?
-   ¿Qué es lo que más te molesta de todo esto, Violeta? ¿Saber la verdad o reconocer que tu no formas parte de ella? – una necesidad animal de esconder su intimidad,  obliga  a Clemente a ser hiriente con la chica sin proponérselo.
-   ¿De cuánto tiempo está Marta? Todos dicen que tú eres el padre del bebé, pero contéstame Clemente, ¿cuando empezó todo entre vosotros? La piel de Violeta va tomando el olor ocre de los campos en verano.
      Sentimientos paralelos de temor y ansiedad habían nacido en los dos jóvenes minutos antes, pero cuando Violeta pronuncia estas palabras, dos líneas divergentes, como las del signo matemático “menor que”, arrancan de cada uno separando sus pensamientos para siempre. Clemente sonríe sin decir ni una sola palabra. ¡Si es que es raro de narices! – piensa Violeta indignada ante la reacción del muchacho, levantándose y dejando a Clemente solo frente a la cara de pánico de la protagonista de la película cuando descubre que su perseguidor está acechándole a escasos metros de ella.
      Clemente recoge la bolsa de cacahuetes que Violeta había dejado caer con las prisas y se levanta del asiento dirigiéndose a la última fila del cine. Allí está Juan, esperándolo. Se dan un beso y el chico le pregunta con temor si lo de Violeta ha quedado arreglado.
-   ¿Qué quería? Sus dedos echan los rizos de Clemente hacia atrás con un cariño acostumbrado.
-   Nada, tonterías de niña mimada.  No sabe nada de lo nuestro. Aprovechó que no teníamos clase para traerme al cine y tirarme los tejos, nada más.
      Clemente siente que, de momento, están salvados. Su secreto está a buen recaudo y un sentimiento de generosidad infinita hacia Marta le recuerda el trato que habían hecho. A ella no le convenía que se supiese quién era el padre del niño que esperaba. El miedo le ha concedido de nuevo una tregua.

Lokita
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 17, 2011, 17:22:59 pm
(http://2.bp.blogspot.com/_Y9w9jkbff-I/SVBkZfoeD9I/AAAAAAAABCQ/dTMxWBluIRU/s400/soledad.jpg)

Verdad


Te quiero seguir, te quiero enamorar y condenar, no puedo alejarme de un fantasma, uno que me culpa por mis carencias y me delata en un cenicero cubierto de dudas.

Desde mis pasos al olvido no puedo recordarme, no puedo saber de quien se trata este extraño. Mi verdad y la verdad se conjugan odio eterno, y haciendo una tregua me dejan sin nada.

Camino por las cornisas de mi nuevo mundo, uno que no te tiene y rara vez deja verme. Siento mis secas virtudes deshojarse por lo bajo. Siento que no siento absolutamente nada.

Ni mis ojos me respaldan y yo respiro hondo, el encierro que genero se vacia por ellos, reposo mis ideas en otro cajon y sonrio sin entenderlo.

La esperanza delira de fiebre  y me confunde a los golpes, busco cualquier sincera humildad y la declaro a una nueva cadena perpetua. Ya no me quedan armas, hace tiempo creo tenerlas y mis sentidos se lo creen.

Cada dia que me conformo en una completa y concurrida soledad, entiendo que soy mi absoluta verdad, me lamento por ello, lo pinto de una deliciosa ironia y sigo andando sin ti.

Vacio cada dia mi valija y permanece llena, la cierro de todas maneras buscando respuestas.

Presento mis quejas ante la propia ausencia y se conjuga un nuevo juego, salgo ganador cada dia y mis sentidos se lo creen. Siento que anhelarte me droga unos minutos y mis sentidos se lo creen. La tregua no me da tregua.

Sobrellevo lo que llega, y con una fuerza perfecta voy enhebrando mi dedicacion. La brisa me choca tibia para avisarme que no voy en direccion correcta, mi sonrisa le contesta confundida y hago caso omiso. Casi omnipotente, mis preguntas tambien se lo creen y la brisa se detiene, extraño tanto tu maldad. Un bocinazo casi en cuclillas me regala una distraccion. Todo sigue normal, todo sigue con las manos vacias.

Melodias moribundas me acarician los oidos, por suerte la verdad se desconcierta y las retengo profugas, como aliadas o prisioneras. Ciego lo prefiero, lo prefiero como sea.

Mi verdad me consuela y como cada dia vuelvo a tomar el valor que me condena a mi, a una cadena perpetua. Mi verdad o la verdad, tu verdad sin mi verdad, mi verdad sin la verdad.

Flacostro
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 19, 2011, 12:16:30 pm
(http://www.natureduca.com/images_tecno/aero_ornitoptero2.gif)

OTRA HISTORIA SENCILLA


Para volar solo se necesita rebuscar con cuidado entre las cosas que hay botadas en el cuarto de San Alejo. Cuando los miembros de la familia caen en un desprecio inconsciente por la pausa no es difícil aprovecharse de su descuido y recoger las sobras que su afán va dejando regadas por toda la casa. Hay un tesoro ahí donde el tiempo todavía es tiempo, es sólo cuestión de aferrarse fuerte y no dejar que los días dejen de tener veinticuatro horas, pues ante el desenfreno de la prisa el ejercicio  de sorprenderse termina por ser una forma de resistencia pacifica.
El otro día, por ejemplo, alguien botó a la basura un par de pilas doble AA casi nuevas, afortunadamente Larry siempre está pendiente de recoger todas las que puede; él, que entiende cuál es el verdadero milagro de la electricidad, sabe que solo tiene que dejarlas una noche dentro del congelador para tener energía gratis en cualquiera de sus inventos.
La de Larry es una vida estacionada en el tiempo. Todos los días se levanta y sale a la calle a seguir buscando cosas que oler y que tocar, a caminar su eterno domingo, a seguir huyendo de los trabajos ocasionales que le ofrecen sus tías. Se recorre la noche mirando de extremo a extremo; oyendo de pasada conversaciones secretas que le desfilan de soslayo en ambos sentidos de la vía, opinando en silencio y sin replica en cada una de ellas. 
Hoy, Larry tiene la cabeza metida debajo de la almohada para evitar la luz que se mete por la ventana; está acostado boca abajo, cubierto hasta donde puede con una sábana de figuritas que no le alcanza a tapar sus pies helados. La luz se mete más y más dentro del cuarto, dejando ver las motas de polvo que vuelan parsimoniosas ajenas al tiempo, indecisas aun sobre en dónde aterrizar. La mañana amarilla se imprime con fuerza, queriendo doblegar al frio que todavía queda de la noche anterior.
Cansado de tanto luchar en defensa de sus pies congelados hace un ruido con la nariz; sin darle tiempo a su pereza para que reaccione, se levanta  y se sienta en su cama. Ahí se queda medio dormido, hasta que puede coger otro impulso y se levanta por completo. Se para sin afanes pero atento, con ganas de seguir trabajando en el más importante de sus proyectos: su maquina voladora. Inmediatamente se le despiertan unas ansias mañaneras, así que se pone a caminar cabizbajo mirando las baldosas verdes con pinticas amarillas. Va directo al inodoro, a deshacerse de las ganas de orinar.
Anda con cuidado por su cuarto, que esta repleto de objetos y cosas de toda clase. Tiene libros en todas las formas y de todos temas; cosas  de las que Larry no puede tener idea, y la verdad es que no la tiene. Él los recoge y los guarda por que le gusta tocar, por que le gustan sus colores y sus hojas, le llaman la atención las cubiertas de pasta dura con su capa delgadísima de plástico protector. Le gusta abrirlos y tocar sus hojas transparentosas de letra fina y como en alto relieve, que le trasmiten directamente al cerebro la impresión de que lo escrito ahí es importante, es algo que no tiene que ver con la información, en esta época virtual, es ante todo una reivindicación del tacto y la sensación. También hay cajas de todos los tamaños llenas con dinosaurios de plástico, muñequitos de pesebre y animalitos de la jungla. El suelo es una especie de zona de combate en donde todo aquello que no se decide por ser basura se disputa un lugar en dónde habitar. Es una autopista laberíntica en la que hay que compartir espacio con los carritos de carreras, que desparramados por ahí, andan sin ninguna precaución; en estas calles peligrosas no hay semáforos ni policías de tránsito, la única autoridad son unos soldaditos de pasta dura que caminan estáticos en formación de combate. Este es un cuarto repleto de amigos, de cosas que solo Larry, y tal vez Bob Rob, atesorarían; aquí solo hay cabida para los errores felices.
Abiertos sobre una mesa, tiene los planos de su artefacto volador. De las hojas de papel salen en todas direcciones flechas indicando los detalles de su construcción, notas escritas sobre las esquinas indican la extensión y los materiales para cada parte, así como  los posibles problemas que se pueden presentar.
Después de salir del baño con su vejiga descansada, Larry camina hacia la cocina en silencio, para no levantar a nadie y no hacer rajaduras al terciopelo de la calma. Prefiere disfrutar las mañanas de los festivos en solitario, sin la presencia de los demás bultos de la familia; no porque le sea imposible tolerarlos, es solo que la mañana se disfruta mejor sin acompañantes, sin ruido, sin ese -¡buenos días!, ¿como amaneciste hoy? Mejor disfrutar el día con la agradable compañía de uno mismo; hablar entre amigos sin tener que abrir en ningún momento la boca; por qué arreglar el mundo, justificar lo que se ha hecho el día anterior o alimentar el ego grandilocuente, a veces es mejor, cuando se hace en la compañía de los amigos imaginarios. 
En el pasillo se detiene y mira por una de las ventanas hacia el fondo del patio; dirige la mirada hacia el garaje de ladrillos anaranjados en donde antes guardaban el carro familiar, ese es su taller, es  ahí en donde tiene escondido su artefacto volador.  Por un momento se detiene con la mirada fija hacia ese lugar, como calculando los pasos a seguir luego de desayunar. Un par de piezas no funcionan bien, aunque para ser honestos, Larry no sabe muy bien cuál es la función que deben cumplir, no sabe si son para estabilizar la nave en vuelo o para aparentar que la nave puede volar. La  máquina es un revoltijo de cosas que no se sabe bien si están pegadas o colgando; un armado de impresiones y deseos que se construye todos los días a raticos, luego de ir a desayunar.
Todo el que pasa por su taller tuerce el ceño al verlo trabajar. La tía, que es la dueña de la casa y la que oficialmente le da posada, siempre le hace comentarios de camino al tendedero, a lo que él responde como mejor puede con una risita de buenos días.
En la cocina toda está en calma, la mañana seguirá en ella hasta que se despierten los  otros. La soledad matutina que hay ahí tiene para Larry cierto encanto; le gusta sentir ese silencio sin usar que traen los días sin estrenar, lo llevan, de manera sutil, a hacerlo todo con  cuidado; es una sensación de tiempo real que le gusta mucho, y que le hace pensar que tal vez hoy el tiempo no corra demasiado rápido.
Mientras el silencio se mantiene Larry se instala en la cocina, se sirve leche en un baso y le echa unas cucharadas de milo. Mientras revuelve, recuesta su barbilla sobre la mesa y  se entretiene con el chocolate que se filtra entre la leche; mira cómo los grumos no se terminan de disolver, y juega con la cuchara a romperlos contra el fondo. Todavía somnoliento hace un ruido con la boca,  se levanta y  mete el milo en la nevera, entonces aprovecha y  saca unos huevos y un poquito de mantequilla; prende un fogón.
La luz se mete cada vez más rápido por los calados de la cocina, camina por el mesón y se contonea por entre el salero y los tenedores que cuelgan del portacubiertos. En su paso altera la rutina de las cucarachas, que salen despavoridas a esconderse debajo de la despensa, las hormigas por su parte se roban como pueden las últimas migas de queso y corren en bandada con los brazos al aire ante la llegada del intruso...   
Al rato la mesa está  servida, solo falta traer los huevos que ya están a punto de estar; le gustan revueltos, no tan húmedos no tan secos. Saca un plato de peltre de los cajones y los sirve, luego les espolvorea un poquito de sal y los prueba por primera vez.  Mientras le unta mantequilla al pan, Larry escucha un ruido que viene del segundo piso; se detiene y para oreja a ver si escucha algo más.
Sin pensarlo dos veces corre la silla y camina en puntas de pies a esconderse en el armario que queda detrás de la entrada a la cocina, en donde está la ropa sucia y la mesa de planchar. Al parecer alguien más se ha despertado. Larry abre la puerta del armario con rapidez y se acurruca detrás del caneco de plástico lleno de ropa sucia. En la oscuridad del cuartico se dedica a esperar a que todo pase, ojalá sin consecuencias ni conversaciones.
Las voces se acercan más y más, el encanto esta a punto de romperse, el tiempo hace unos cuantos bostezos y comienza a correr. Larry siente que el aburrimiento lo invade, culpa del buen momento que se arruina y la calma que se esfuma. Los ruidos se despiertan, el frenesí empieza a devastar todo a su paso. Mientras tanto él sigue esperando, apretando los dientes de puro cansancio.
La puerta se abre y una cara familiar se asoma por entre las cosas del armario. Pregunta:  y ahora, ¿tú que haces ahí?
…Cuanto quiso Larry demostrar que si era cierto, que si funcionaba en realidad, como deseaba que estuviera completa; quería marcharse a cualquier otra parte, en el ensueño de su maquina voladora.

SHOEMAKER-LEVY 9
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 19, 2011, 12:25:11 pm
(http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRtsUtDsfIp49D2gofOg_vHDLxSz7jfw2MLbyXHBMUuTFWz3wnU&t=1)

LA TAPIA DEL CEMENTERIO


Tuve un abuelo al que no llegué a conocer y al que no puedo llorar. Me han contado gran parte de su vida y según estos testimonios parecía un gran hombre.
He visto algunas fotos suyas y su mirada transmitía  paz y sosiego. Me dicen que fue un luchador y que defendía sus convicciones, bien arraigadas, con la palabra. Nunca cometió delito alguno a no ser que su voz serena fuese considerada la más mortal de las armas. Nunca renunció a su manera de pensar y creyó siempre que el hombre, por naturaleza, nace bueno.
Me dicen que le hubiese gustado que sus cenizas fuesen esparcidas junto a un gran castaño en un pueblo de la alpujarra. Era un idealista aunque siempre soñó con sueños posibles. Aunque sé que allí no hay nada de él, dos veces al año (el día que nació y el posible día de su muerte) visito aquel castaño y hablo con él. Mi abuelo no cometió crimen alguno y tengo la necesidad de restablecer su honradez. No me devolverán los años de sufrimiento de toda la familia pero abandero su lucha haciéndome eco de una voz injustamente acallada.
Según las cifras de que dispongo fueron 2.400 las personas asesinadas en los primeros días de la guerra civil.
En alguna de estas fosas, frente a la tapia del cementerio de San José, están los restos de mi abuelo. Mujeres, hombres y niños fueron fusilados y enterrados como si de escombros se tratase. No busco castigo para los culpables pero si el rectificar y el apaciguar en lo posible el desarraigo de la pena.
Según me cuentan la prisión provincial de Granada se convirtió en un campo de concentración y exterminio. Más de 2.000 detenidos se hacinaban en un recinto que apenas tenía capacidad para 400. Todas las noches había “sacas” de presos, sin juicio previo, que los verdugos trasladaban en los llamados “camiones de la muerte” para fusilarlos en el cementerio. Los presos iban atados y eran colocados en fila, mirando hacia la tapia. Ni tan siquiera tapaban sus ojos y eran fusilados por la espalda como signo de humillación.
Se había venido incrementando las ejecuciones a gran velocidad. Me cuentan que el portero del cementerio, que tenía una humilde familia de veintitrés hijos, no podía consentir que su familia fuese testigo de aquellos crímenes. Consiguió mandar a su esposa y a sus doce hijos más jóvenes con un pariente. Su hogar, situado en las mismas puertas del cementerio, se había hecho insoportable para ellos. Sus hijos estaban enloqueciendo ya que no podían evitar los disparos y a veces otros sonidos como los gritos y alaridos de los moribundos.
El pelotón estaba compuesto por dos filas de hombres. La primera rodilla en tierra; y la segunda de pie. No hay orden verbal de fuego. Los disparos se producen cuando el oficial baja el sable desenvainado. Los presos caen agavillados y no todos muertos en el acto. El oficial desenfunda la pistola y asesta el tiro de gracia a cada uno de los ejecutados.
Reitero que no busco con mi historia hacer justicia sino devolver la dignidad a mi abuelo y a todos aquellos que siguen enterrados en aquellas fosas. Quiero tener un lugar donde llorarle sabiendo, a ciencia cierta, que allí descansan sus restos. Le debo resarcir su respeto mancillado. No busco polémicas, ni culpables, sólo deseo rescatar a mi abuelo del olvido.
Me gusta soñar despierto y tocar la hierba mojada que cubre la tierra de aquel castaño. Haré todo lo que esté en mi mano para cumplir su voluntad. Lucharé con todas las fuerzas y el aliento que poseo para que esta necesidad no sea una quimera y pueda hacerse pronto realidad.
Quiero recuperar aquellas voces de los que pensaban distinto y darles un nombre y un lugar donde se les recuerde. El ser humano razona por veredas distintas para, en ocasiones, llegar a paralelas conclusiones. Mi camino, repleto de obstáculos, me hace más fuerte y firme en mi contienda.
La voz viva de mi abuelo fue acallada por la sinrazón. Murió pensando que el hombre, por naturaleza, nace bueno.     

RUIZ DE LA MUELA
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 19, 2011, 12:30:28 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_KgDeH9h-Xvc/SvRfEf4N3dI/AAAAAAAAASc/cpihgM-32Bg/s400/luz+al+final+del+t%C3%BAnel.jpg)

LA ELECCIÓN DE FRAN  (Devoción por Kurt Cobain)


El túnel no parecía tener fin, el camino hacia la luz se le hacía interminable, creía que nunca llegaría pero ya estaba cerca, el resplandor le cegaba cada vez más. Entonces comenzó a recordar. Hasta las cejas de alcohol y cocaína, la música de Nirvana a todo volumen y el cuentakilómetros a 150, el coche que patinaba posiblemente a causa de un reguero de aceite en la carretera, el esfuerzo por controlar el vehículo, el camión que venía de frente y se le echaba encima, la oscuridad.  No se lo podía creer, había muerto en el accidente con sólo veinte años sin que la vida le hubiera dado el tiempo necesario para tener un hijo, plantar un árbol (bueno, algún que otro pino sí había plantado) y triunfar en el universo grunge con su grupo, Animales en Celo, del que era cantante y guitarra. Se lamentó que su vida hubiera sido tan corta pero, eso sí, vivida a su libre albedrío y muy intensamente.
Mientras caminaba se encontraba sereno, los efectos del alcohol y la droga que había tomado antes del accidente se habían evaporado como por ensalmo, las sensaciones que experimentaba en el túnel le resultaban extrañas pero no sentía ningún temor pues la vida que había llevado, digamos que no muy responsable siendo bastante benévolo, la había elegido libremente así que si tras su muerte le esperaba algún tipo de castigo divino lo aceptaría con estoicidad y se dijo que a lo hecho, pecho. Cuando llegó al final del túnel la luz era tan cegadora que tardó un buen rato en acostumbrarse a ella y cuando al fin pudo ver con claridad se encontró frente a Dios y Lucifer.
El primero, que se encontraba rodeado de un halo resplandeciente, le dijo con voz profunda: Fran, hijo mío, he sufrido con tu vida desenfrenada y tu adicción a la bebida y las drogas; me ha escandalizado tu fornicio promiscuo y tu irresponsabilidad casquivana; he lamentado la exagerada afición que tienes hacia esa música satánica llamada rock pero, sobre todo, mi divinidad se ha sentido muy dolida por la devoción idólatra que profesas a un tal Kurt Cobain, líder de un grupo llamado Nirvana. A pesar de todo, para demostrarte hasta donde llega mi divina magnanimidad, desde este momento y haciendo uso de mi ilimitado poder, quedas redimido de todos tus pecados y te permito entrar en el Cielo donde cambiaras tu alocada vida terrenal por una paz celestial y eterna, vivirás para siempre rodeado de querubines, vírgenes intocables e imperecederas, santos y beatas de todo tiempo y lugar. Tus oídos se deleitarán con música sacra, entre otras piezas maestras el “Stabat Mater” de Rossini, el “Requiem” de Verdi o las “Misas” de Bach, Haydn o Beethoven interpretadas por las mejoras orquestas y dirigidas por los más ilustres directores de todos los tiempos, escucharás al coro de ángeles celestiales entonar responsoris y antífonas, salmos y alabanzas. Te ofrezco, pues, que  vuelvas  al  redil cual oveja  descarriada  y  me  acompañes  a  la  entrada  del  Cielo  donde  San Pedro
abrirá sus puertas para ti.
Fran tuvo claro que Dios había realizado un perfecto seguimiento de su vida en la tierra, por supuesto no esperaba su perdón y quedó algo confuso pero lo que le estaba ofreciendo, bien es verdad que a cambio de su eterna salvación, era diametralmente opuesto a sus gustos terrenales. Pensar que tendría que vivir para siempre de la manera que Dios le proponía no le hacía mucha gracia, no le molaba todo ese rollo pero esperaría a escuchar al de los cuernos y el rabo. ¡A saber qué otro rollazo tendría que escuchar!
Cuando le llegó el turno a Lucifer, que se encontraba envuelto en llamas, le dijo: Mira Fran, tú y yo somos colegas y no te voy  a  engañar, podría decirte que el infierno no es más que un invento de éste para ganar adeptos al cielo pero es verdad que existe, si decides venir conmigo arderás en él por toda la eternidad. Algunas cosas que te ofrece este momio es imposible que yo te las pueda ofertar. ¿Vírgenes? ¿Esa especie en vías de extinción? No hay una sola en mis dominios ¡faltaría más! pero a cambio dispongo de una pléyade de diablos y diablesas dispuestos a satisfacer cualquiera de tus necesidades sexuales. ¿Santos y beatas? ¡Rezos y más rezos! ¡Que fuerte! En el infierno sólo encontrarás gente de mal vivir, un buen montón de colegas con los que podrás enrollarte y nunca te sentirás aburrido. Piénsatelo bien Fran ¿Crees que lograrías habituarte a ese tipo de vida tan monótona por muy celeste que sea? Admite que, por muy bien que te lo pinte este tipo, el Cielo es un muermo total donde te sentirías desubicado.. En lo que respecta a la música te darás cuenta que no hay color. Te repito, por que no quiero llamarte a engaño, que arderás eternamente pero lo harás mientras escuchas canciones como “Rock is dead” de Marilyn Manson, “Smoke on the water” de Deep Purple, “Back in Black” de AC/DC, o “Enter Sadman” de Metallica que junto a las continuas orgías de sexo, alcohol y drogas harán que te olvides del dolor y del lugar en que te encuentras. Por último, si decides venir conmigo, tendrás la oportunidad de conocer personalmente a Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison  o  Sid  Vicius  entre  otros  muchos  y  puede  que tengas la suerte de encontrarte en más de una ocasión con el mismísimo Kurt Cobain.
Fran se dio cuenta que Lucifer le conocía perfectamente, su oferta era más acorde con sus gustos y le resultaba bastante más tentadora, a medida que le hablaba sus dudas se iban disipando, al fin y al cabo él tenía asumido recibir algún castigo por su licenciosa vida terrenal. Tras escuchar que Kurt Cobain se encontraba en el infierno y tendría la oportunidad de demostrarle su devoción, comentar con él sus canciones y saber si su viuda,                                            Courtney Love, había tenido alguna participación en su muerte o si realmente se suicidó, ya no tuvo duda alguna. Desestimó la oferta de Dios agradeciéndole su generosidad y decidió irse con Lucifer.
Camino del averno tarareaban a dúo “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana.

GEDEÓN
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 20, 2011, 14:49:09 pm
(http://www.lacoctelera.com/myfiles/aragornjunior/VEJEZ.JPG?Expires=1288908000&Signature=CRuvuSetjjz8RjM4i9Ljwr9J2K~OAknWbuJaNXt2ZU9ETTef225r9w3i9BZ-hedesX1W4tW0Akb8n4yyV4c-MXdHqSgTSaeM22Umm~OR5gq8LISBGdUHZSYGTn92HX2EmOVRF5C8YBhvYQLOyL3uA19bMLFj4cCfkCebg9AhWVc_&Key-Pair-Id=APKAJYN3LZI5CG46B7AA&Policy=eyJTdGF0ZW1lbnQiOlt7IlJlc291cmNlIjoiaHR0cDovL2QzZHM0b3k3ZzF3cnFxLmNsb3VkZnJvbnQubmV0L2FyYWdvcm5qdW5pb3IvbXlmaWxlcy9WRUpFWi5KUEciLCJDb25kaXRpb24iOnsiRGF0ZUxlc3NUaGFuIjp7IkFXUzpFcG9jaFRpbWUiOjEyODg5MDgwMDB9fX1dfQ__)

EL CUMPLAÑOS DEL OTRO


El hombre se sentó en la cama y se puso a mirar las fotografías que desbordaban la vieja caja de cartón.  Se vio en la playa,  junto a su mujer ya fallecida, con sus padres, cuando era niño; en el colegio, jugando a la pelota con unos amigos  y  se vio también en la foto del homenaje que le hicieron sus compañeros  cuando se jubiló. De entre todas las fotografías que veía, sólo se reconoció plenamente en algunas, concretamente en  las que tendría de cuarenta a cincuenta años. En las otras, en las que aparentaba menos edad, no le parecía ser él y, en las últimas, en las más recientes, en las que ya era mayor, no se reconocía en absoluto.  Esto es lo que le pasaba. Pero lo cierto es que, mientras no se mirase en el espejo, todo funcionaba bien, se recordaba a sí mismo con la imagen de los cuarenta-cincuenta años y, de acuerdo con esa imagen, se sentía pleno y se comportaba con aplomo y seguridad. Pero los espejos, crueles e implacables, se ocupaban cada día de amargarle la vida.
    Apartó de la caja varias fotos y las dejó sobre la mesilla de noche. Eran para enmarcar y luego colocarlas a lo largo del piso.  La edad que se reflejaba en todas ellas era la que había decidido congelar. En una de ellas aparecía su mujer, estaba radiante y hermosa. “Mi mujer no tuvo tiempo de envejecer. La conocí siempre joven”, pensó.
    La casa en la que vivía se hallaba situada en el centro de la ciudad. Era pequeña pero suficiente y bien equipada. Desde que se jubiló, él mismo se cuidaba de guisar, de limpiar, de comprar y de hacer todo lo necesario para sentirse a gusto.
La noche anterior al primer aniversario de su jubilación, una pesadilla lo despertó sobresaltado: sus compañeros, en nombre de la empresa, le entregaban en un restaurante el clásico regalo de un reloj con sus iniciales (como había ocurrido realmente) pero tanto él como todos sus compañeros eran decrépitos ancianos.
 A la mañana siguiente, tras ducharse, se rasuró a fondo con la maquinilla eléctrica. Luego, frente al espejo, se estuvo mirando atentamente, asombrado, como el que observa a un extraño. Más tarde se puso la chaqueta, regresó al cuarto de baño y, con mucho tiento, arrancó el espejo de la pared y, con él bajo el brazo, salió a la calle y lo echó al contenedor de la basura.
    Su vida transcurría tranquila. Los pocos amigos que tenía se habían muerto y, a los escasos familiares que seguían vivos, apenas los trataba.
 Ya no quedaban espejos en la casa, así que pudo olvidarse de su imagen actual, aunque no descuidaba su aspecto: hacía ejercicio y andaba todo lo que podía.
El martes fue su cumpleaños. Nadie le llamó. Al mediodía se puso su mejor traje y salió a la calle. Decidió ir en dirección al mar. El tráfago era intenso. Hacía un calor húmedo. Cuando llegó al casco antiguo, buscó un restaurante con terraza. Encontró el que buscaba y allí se quedó. Comió mucho y bien, era su cumpleaños. Luego paseó para hacer mejor la digestión.
    -¡Hola, guapo! ¿Quieres pasar un buen rato conmigo?- le dijo una mujer de aspecto todavía aparente.   
        El hombre sintió que el corazón le latía con fuerza. Dudó un momento, mientras ella le miraba sonriente, esperando una respuesta.
-Bueno- contestó.
        La mujer, siempre delante de él, le condujo hasta una casa cercana.
        En la habitación, el hombre se echó ansioso sobre el cuerpo desnudo de la mujer, y al voltearla para ponérsela encima,  vio con asombro en el espejo del techo a un anciano arrugado, esquelético y babeante que lo miraba con horror.

Vania
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 20, 2011, 14:54:06 pm
(http://www.yocondiabetes.com/nutricion/images/stories/nutricion/pina.jpg)

Rugoso


Se tumbó en el sofá masticando la bronca. Si bien no habían quedado, daba por sentado que esas horas libres, Meme las pasaría con él. Era la última tarde que tenían para estar juntos hasta finales del verano que recién comenzaba. Al día siguiente cada cual comenzaría la actividad estival con un ritmo carcelario.  Al atenderle  por teléfono, no dio muestras de estar esperando escucharlo, más aún, pareció que le molestaba, dijo que estaba cansada y colgó. Este último tiempo se habían ido espaciando los encuentros en un ir y venir de actividades dispares.

Ella tiene un plan magnífico para su tiempo libre, comer una piña a punto que espera en la nevera, y el hecho de quedar con él, aplazaría ese festín, o bien tendría que compartirla y no le apetece. Mientras estaba en el despacho, frente al ordenador, podía sentir el intenso olor a selva húmeda que la recibiría al entrar en la cocina, podía escuchar el crujido de la pulpa al ser rasgada por el cuchillo,  ha esperado todo el día, el momento de sentarse en la terracita con el plato de piña jugosa, mojarse con esta los dedos y saborearla mientras los sonidos de la tarde  llegan apagados entre el canto de los pájaros y las voces de los niños en las piscinas del vecindario. Sentir la fruta deshilacharse entre los dientes, una aspereza dulce que invade las paredes de la boca y late bajo la lengua. Devorar el ananá convertida en autista, disfrutar de los labios pegajosos sin tener que moverse de la hamaca ni vestirse para él, sin tener que musicalizar, proponer un trago, o preocuparse por lo que vendrá después. Dejarse llevar por el ritmo del sol que se desliza hacia abajo. Jugar con los libros y revistas dispersos a su lado, una novela negra, un libro de relatos, otro de poesía, postergados desde hace semanas. No podría imaginar un momento más pleno.
Al poner la llave en la cerradura sonó el teléfono, atendió a Martín con la bolsa aún colgando del hombro mientras arrojaba los zapatos al  fondo del pasillo, él pretende quedar, pero ella hoy prefiere la fruta. Le dice que está cansada y  necesita un baño, le llamará más tarde.
La casa huele a verano y palmeras. La terraza, más acogedora que nunca. El silencio es siempre un buen compañero. Apaga el móvil, luego tal vez pondrá algo de bossa nova. Se ducha durante un rato largo, se envuelve en la toalla y sale del baño dispuesta a sumergirse en el éxtasis trivial. Sigue paso a paso los preparativos concebidos y plato en mano se instala aspirando el placer de la soledad.
En la pared frente a ella, en una reproducción de Picasso, una mujer y un hombre se regocijan comiendo una sandía. La pareja experimenta un doble gozo, el de la fruta y el del momento compartido. La imagen hace aflorar  recuerdos de los banquetes disfrutados con Martín, que la llenan de alegría, aquellos tacos mexicanos, con el Caribe mojándoles los pies, el voluptuoso pato a la naranja del delta del Ebro, los mangos de Asia, jugosos y dorados,  el gourmet minero en Brasil, aquellas aguas de coco devolviéndoles la vida en una playa ardiente, la comida entre risas, las geografías diversas, los paladares rebosantes. Recuesta la cabeza en la hamaca y deja que sigan empapándola los momentos vividos durante los últimos años. Vuelve a ver a Martín erguido ante ella, con su rizo negro desparramado sobre la frente, imponente, como cuando se enamoraron, antes de que el gran contenedor de los días, meses, años, lo desdibujen. Aunque a veces se había sentido agobiada por cargar con el amor de alguien, ahora está convencida de que la relación ha ido creciendo, han logrado algo importante.
El disfrute solitario la conduce, por fin, a las ganas de hacerlo de a dos, a echar de menos la complicidad con él, la diversión, el respeto por el espacio del otro.
 
Como ella no le llama, tal como le prometió, vuelve a hacerlo él, responde el mensaje  no se encuentra disponible. Tiene la certeza de que está evadiéndolo, de que hay algo más allá de la excusa. No es cansancio, o tal vez lo sea, de él, de la relación. Tendría que entender que ella se resista a herirlo y no le pida abiertamente cortar, lo está dejando claro con su actitud distante. Siempre ha sostenido que la química del amor dura cuatro años, ya han pasado seis. Seis años de relación confortable, donde desde el inicio ha estado establecido (por ella) que no habría más allá, no vivir juntos, no boda, ni hablar de hijos.
Hoy cae en la cuenta de los límites a los que ha estado sujeto, creía que esos eran también sus términos, pero ha sido llevado de una oreja a ese punto muerto. Una inmersión hedonista que, si bien le complace, no lo es todo.
Quizás este súbito enfado propio se deba al hastío. La necesidad de plantear lo que siente se le hace urgente, se pone una camiseta y sale decidido a encontrarla.

Le abre la puerta encantada de verlo, le abraza diciéndole que hay algo que quiere decirle, él también necesita hablarle, por eso está ahí. La sigue a la cocina donde ella continúa recogiendo la pila de yogures que se ha derrumbado en la diminuta nevera. La observa, en su mundo, como siempre, nada parece  interesarle más que sus nimiedades, ni siquiera esta visita sorpresiva. La coge con fuerza por detrás y la penetra sin preámbulos, se enlazan en una coreografía furiosa de manos y bocas que buscan, hurgan, susurran, lamen, donde el sexo es un vehículo hacia destinos inversos. Quedan en el suelo, revueltos en una maleza de extremidades.
Ella siente, agradecida y temblorosa, que ha regresado después de un largo viaje, bajo los párpados cerrados persiste aún la imagen del hombre feliz comiendo la sandía.
Mientras Martín va buscando la ropa, le pide que lo escuche,  tiene los ojos brillantes, hay calma y un tono seco en su voz. A su entender, la relación ya no da para más, continuarla sería abandonarse a la lasitud, al punto donde sólo la sostendría el hábito, no hay un proyecto genuino entre ellos, será mejor dejarlo.
Ella se queda en el suelo, mirándole mientras se viste, mientras coge las llaves, sale y la puerta se cierra detrás de él. La sangre, corriendo acelerada, le hace arder la cara. Siente los jugos de ambos deslizarse por sus piernas y la aspereza de la piña abrasándole la boca, los erizados filamentos clavados en la lengua,  la garganta,  el esófago.

Carry
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 23, 2011, 10:45:43 am
(http://imageshack.us/m/224/1405/molinopuzzlezs2.jpg)

EL MOLINO DEL MOLINERO


Cáceres era la ciudad donde residía Carla, una pequeña niña de tirabuzones rubios y de mirada penetrante. Sus ocho años y medio de vida, habían sido como un viaje por la montaña rusa de un parque de atracciones, arriba y abajo, rápido y más despacio, abajo y arriba… no podía parar ni un minuto, era muy inquieta, pero a la vez, muy madura para su corta edad. Se conocía las pequeñas y grandes calles de la ciudad, de la moderna y de la antigua, porque daba largos paseos junto a sus padres. Seguro que esta tierra y su leyenda de conquistadores, influirán en la pasión de la niña.
Hacía días que duraba el temporal de lluvias típico de estas fechas de febrero. El color gris del cielo resultaba un poco aburrido, y el sol seguía sin aparecer. Las gotas de agua chocaban contra el trasparente cristal, uniéndose unas con otras, formándose así una gota mucho mayor con destino a desaparecer de las ventanas. La lluvia caía sin cesar y no era posible ver el azul del cielo.
En la clase de la señorita Pilar estaban encendidos los tubos fluorescentes de las luces, que daban un aspecto extraño al aula. Era media mañana y tocaba leer los trabajos de literatura que mandó el día anterior. Había que hacer una oratoria delante de la clase sobre un tema a elegir. No era el mejor momento, pero Carla empezó a mirar a través de la ventana que era su forma de viajar y aventurarse, siempre que estaba en clase se evadía buscando nuevas hazañas de exploradora.
Cuando quiso darse cuenta estaba andando por un camino ancho de gravilla. Su marcha era lenta, sus botas altas de lluvia producían un ruido retumbante causado por el roce de unas piedras con otras. Tenía frío y la lluvia caía con fuerza sobre su capucha roja del impermeable. El camino era cada vez más angustioso y estrecho; a los lados, las coloridas flores y los altos arbustos, complicaban cada vez más el trayecto. A lo lejos, se veía que el angosto camino de  pequeñas areniscas, desembocaba en un puente de estilo romano.
El aguacero no cesaba, los gigantes árboles agitados por los fuertes vientos, originaban un estruendo sonoro muy aterrador. Cruzando el puente, al margen derecho del río Salor, se encontraba un viejo molino que tenía un aspecto bastante inquietante.
La profesora se acercó a la ventana y contempló el cielo grisáceo con rostro serio. En la clase había un silencio sepulcral, roto sólo por las preguntas de la señorita Pilar. La oratoria era una de las cosas más complicadas para los alumnos, porque debían de hablar en público, es decir, delante de toda la clase, con elegancia para persuadir, convencer e informar de lo que se estaba diciendo.
Carla atravesó el puente y llegó a las cercanías de un molino. Se secó las húmedas botas con la fina hierba de la ribera del río. No quería mojar el viejo molino, pero quería resguardarse un poco de la fuerte lluvia, además como aventurera que era, no podía dejar la oportunidad de echar un vistazo a un edificio, que por su aspecto, parecía encantado.          
Golpeó la puerta de madera varias veces, pero no escuchaba nadie en su interior, por lo que no dudó en empujar bruscamente para poder acceder. Los fragmentos de astillas que saltaron del portón daba que pensar del abandono del lugar.
El interior era como un antiguo castillo encantado de los cuentos que cualquier padre narra a su hijo antes de dormir. Pero el olor a humedad y el musgo verde entre las grandes piedras hacían dudar exactamente si era un castillo o una cárcel al lado del mar. Siguió explorando el molino hasta llegar a la piedra enorme de moler, entonces se dio cuenta que no hacía mucho de su último giro. No era muy normal porque estos molinos dejaron, ya hace tiempo, de hacer su trabajo. Básicamente el funcionamiento de un molino de agua era el siguiente: desde la presa, el agua conducida o desviada del río por un canal, abastecía al molino directamente o bien a través de un cubo que actuaba como depósito de almacenaje. Desde aquí se introducía en el molino por pequeños conductos inclinados que conducían el agua a gran presión. El giro de éstos, transmitido a través de un eje vertical, movía la muela sobre otra inferior que permanecía fija. Por eso no entendía, que había podido ser utilizado poco antes. Claro está, que con las fábricas dejaron obsoletos estos mecanismos e inutilizables los molinos.
De una de las esquinas, bajo una sombra oscura, apareció un anciano de larga barba con ojos verdes miel y pelo cano, vestía de forma muy peculiar porque aunque llevaba pantalones  largos de color marrón, el mandil blanco que le cubría desde el pecho sobresalía por debajo de las rodillas imitando a las faldas de las zonas bajas de Turquía. Llevaba las manos humedecidas en una especie de aceite muy aromático, que le provocaba frotárselas continuamente.
Se acercó a Carla y le dijo: - buenas y lluviosas tardes, niña -, ¿cómo has llegado a este alejado lugar? . - preguntó el señor. - Paseando - dijo Carla. Me gusta explorar, vi el molino y me pareció buen sitio para resguardarme de la lluvia. - añadió. Fue cuando Carla comprendió que con esa pregunta, muy poca gente había sido capaz de llegar hasta allí. - ¿Quién eres? y ¿de quién es este viejo molino? - quiso Carla averiguarlo con la voz entrecortada. Mi nombre es Alejandro; para contestarte la primera pregunta. Para la segunda, tengo que decirte que el molino es del molinero, como ha sido toda la vida, y ahora soy yo. - contestó rápidamente.
El Salor era un río tranquilo, pero ahora rugía, era profundo y sus aguas turbias bajaban con gran violencia. Una parte del molino estaba sumergido en el agua, las piedras viejas eran perfectas para ver el musgo más verde que se podía encontrar en la región, además de crear una imagen de inigualable belleza al contemplar el contraste de colores ennegrecidas rocas.
Después de un rato de conversación salieron fuera, en el cielo apareció una franja azul increíble. Las nubes negras y oscuras se disiparon y brilló el sol. Había un increíble arco iris que atravesaba todo el cielo, los rayos del sol se filtraban entre las extensas ramas de los grandes árboles. Las gotas de lluvia de la verde hierba, hacían reflejar colores intensos y brillantes.
Antes de que te marches, Carla...  te voy a contar una breve historia de molineros - le dijo Alejandro -. Mi abuelo fue un gran molinero, se ganaba así
la vida y era muy conocido en la comarca porque convertía en harina los granos de cereal como nadie, y de repente, se hizo muy rico en un invierno de lluvia. Mi padre también fue molinero, porque le inculcaron la tradición familiar. Y de extraña razón también hizo una gran fortuna. A mí me encantaba venir de pequeño a verle trabajar en el molino. Ahora, cuando hay varios días de lluvia, me acerco para girar la piedra, aunque no tenga ninguna función. Quiero decirte con esto, que nunca se abandonará, porque siempre será el molino del molinero. No tengo hijos, Carla...  la leyenda familiar dice que cuando un extraño entra al molino en tiempos de lluvia hay que pedirle que continúe con la tradición, que nunca deje de girar la piedra. Te tengo que pedir, que por favor, vengas cuando exista época de lluvias y gires la piedra. De esta forma, la fortuna siempre girará al molinero del molino.
¡Carla! , ¡Carla! , ¡Carla! - dijo en alto la señorita Pilar - . ¿Te pasa algo? - preguntó - .
Es la tercera vez que te llamo, parece que estás en otro mundo. No, señorita - dijo Carla confundida frotándose los ojos - . Te toca dirigirte a la clase y exponer tú oratoria, y espero
que no te inventes
una excusa por no haberlo hecho, - le comentó medio enfadada la profesora - .
Por su forma de ser, Carla siempre tenía excusas para todo, era una niña que le gustaba inventar y jugar, pero los deberes y la atención en clase dejaba mucho que desear. Pero de repente se levantó de su pupitre y se dirigió muy decidida a la pizarra. ¿Tú cuaderno se te olvida, Carla? - resopló la señorita Pilar - . No me hace falta, señorita, sé perfectamente defender mí oratoria - le respondió de forma chulesca la niña - . Se puso delante de la clase, cogió aire, levantó la cabeza y dijo el título... El molino del molinero, y empezó a contar la historia como había imaginado antes.
Al acabar la perfecta oratoria, tras unos segundos de un raro silencio, poco a poco se empezaron a escuchar tímidos aplausos, finalmente todos sus compañeros de clase se pusieron en pie para aplaudir una historia tan real y tan increíble. Lo que no saben, es que el próximo invierno de lluvias, Carla tendrá que volver al molino a girar y girar la piedra y entonces conocerá su gran tesoro.                                                                                                   

Audinia
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 23, 2011, 11:17:55 am
(http://historiasconhistoria.es/imagenes/munch/elgrito2.jpg)

EL  GRITO 

 
Todos me miran con sus ojos como si fuera de otro mundo. A veces los descubro y a veces se voltean para que yo no los mire. Se apresuran, tejen distancias, creen que les robo su camino. Me dan ganas de gritarles parándome frente a ellos, atajarlos en medio de la calle y golpearles con toda mi existencia aunque me quede con las horas vacías. Yo sé bien lo que persiguen, deben ser ellos, pero no voy a detenerme aunque sus pasos me envíen amenazas. Me miran y hasta los descubro y se voltean. No saben lo que llevo oculto, ni siquiera saben que lo puedo sacar de pronto.

Ya he pasado las más difíciles fronteras. Las he pasado sin detenerme ni sentirme. He atravesado la tarde y consumido hasta el último grado de sol y ni siquiera me queda el frio de antes, el frio que me repletaba los ojos de adioses. Es la última curva, tiene que llegar, ahora no regresare sin haber vaciado todo mi ser. No podrán hacerme regresar porque ya viene la última lejanía, el último árbol y la última sombra. Allí no podrán atraparme ni hacerme regresar con el corazón entero. No dejaré que me alcancen.

Ja. Estoy contento después de todo. Es una alegría que carga su historia, pero hay páginas más tristes en las risas de las calles. Si no fuera por estos que siempre están mirándome como si no fuera de este mundo. Pero casi no me importa, ya solo queda una sombra. Me dan ganas de reírme cuando me sigue el viento a todas partes. Uno de estos días vendrá cojeando de tanto que me sigue. O tal vez uno de los dos deje de venir cualquier día de estos sencillamente, porque yo ya me estoy cansando, ya me estoy desanimando de esperar todos los días como una orilla. Hoy tiene que venir. ¿Dijo a las seis o a las siete? Tiene que ser antes de que me alcancen.

Hay oscuros faroles que se definden de mi niebla y ya no se ven los edificios blancos, han vencido las sombras, se han puesto de pie y solo yo puedo reírme de su vestido oscuro porque ni las paredes verde pueden ocultarla, y no sé si eso sea bueno. A ella no la oculta ni el horizonte que se ve desde mi ventana abierta. Por eso me rio. Pero estos ya me están mirando con sus ojos otra vez, me dan ganas de gritarles, preguntarles que me miran como si no fura de este mundo, atajarlos de uno en uno en medio de la calle y preguntarles qué saben, que me ocultan. Malditos.

Es la noche sin documentos, sin ojos que la acusen por su cuerpo deseado. En fin, quizá dijo las ocho, después de todo me he ocultado bien, detrás de un cigarrillo, no podrán hallarme. Además no pueden obligarme (eso lo he leído).Sí, sólo debo esperar, cogeré un libro cualquiera de los que no tengo e inventaré sus versos.

Ya veo los sueños que se arrastran sangrando para morir al pie del alba, ya empiezo a contar las luces enlatadas y a medir el tiempo en cigarrillos. ¿Qué hora dijo? Hoy tengo que vaciar mi corazón, ya falta poco. La abrazaré hasta hacerla penetrar dentro de mí. Tiene que llegar. Mis ojos están abiertos como dos faros lejanos, nadie me pregunta la hora pero tengo ganas de decírselo a todo el mundo para que se desesperen conmigo. ¿Qué hora dijo?
Debo soltar todas mis ansias, desatarlas, vamos, salgan. Ya falta poco, tiene que faltar poco. O debo contenerme…no sé. Pero cuando llegue la cubriré con mis brazos como una sombra y no la soltaré, como una red, la abrazaré hasta hacerla penetrar dentro de mí, ya verá. Y construiré un albergue sin ventanas recogiendo sonrisas auténticas y esperanzas de no despertar. Sí, ya verá.

No puede ser cierto. Han dejado de pasar los cuerpos multiformes. Los he visto pasar bajo la sombra de loa álamos. He visto hasta la agonía del viento inclusive; pero nada más. Ya empiezo a sentirme en vano. ¿Dijo o no dijo? Canto ninguna canción. Es como si un grito habitara mi garganta, como si una lluvia me inundara hasta los ojos, algo así. O quizá más, no sé, ya no importa, ya no me queda ni un minuto entre los dedos, ya casi los siento trepando por mis huesos. Vienen de donde la luna no quiso darles a conquistar. ¿Y qué soga cae sobre mi cabeza?¿Qué grito se atora en mi garganta? Malditos. Qué vienen a buscarme, por qué puerta. No me detendré, no. Tendrá que sentirme llamándola, buscarla escarbando mis distancias, esperarla con mi sombra, sentados a la orilla de mi ventana abierta, lloviendo desesperadamente. Tendrá que saberme en su camino que no veo, gritando su nombre desconocido que no pronuncio,  y tendrá que sentir mis días interminables y mis puertos vacíos. Pero déjenme, qué nudo, qué pregunta, qué ley. No voy a detenerme, no. Porque todos creen que el silencio tiene límites y que la distancia empieza en sus ojos. No.

Son largas las calles y los días. Algunas veces son más largas que la muerte. En los días de invierno también hay sombras que acompañan. Es inútil, en vano he sacado de pronto mis pasos más extensos y mis últimos engaños. Otras luces, otras sombras llegan de otros lados con los mismos encantos. Y todo es tan así. Me dan ganas de matar al viento con mis manos y tirarle piedras al crepúsculo. Si tan sólo supiera dónde está la encontraría; pero esto es un olvido que conozco de memoria. Yo sé que estos malditos saben y que por eso me miran con sus ojos como si no fuera de este mundo. Lo sé. Pero un día los voy a detener en medio de la calle y les soltaré el grito que habita en mi garganta si me siguen mirando. Algún día, ya verán, y no importará que sea mi último aliento. Hoy me siento tan atado que soy capaz de no hacerles caso, de irme dejándolos así, mirándome, como si no fuera

ARIAM  ANDRÉ
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 23, 2011, 11:37:39 am
(http://clubdepoetas.blogia.com/upload/20060616172728-luna-w.jpg)

LA LUNA DEL FUEGO BLANCO


Durante esta tarde velada, la luna anda prendida de un fuego oscuro; así la observo yo desde la ventana trasparente de mi habitación circular en donde yo sigo sin alegría. Ahora bajo lenta la mirada y contemplo por allí de cerca a algunos niños del encanto atardecido. Ellos están jugando en los rincones de este mundo misterioso. Algunos de los jovencitos acaban de juntar sucesivamente sus caras ruborizadas, mientras ellos van y vienen y siguen besándose lindamente, adentro del parque del otoño, íntimo y ahogado, recreado de frente a mi pequeño hogar de apariencia campestre. Un poeta fantasma me divisa entretanto con sus ojos de adicta ternura. El poeta me examina de lejos y sin embargo él no sigue hoy su rumbo, colmado en versos vivos de bondad. Entre otras cosas extrañas, descubro que el cielo sigue vestido de cenizas, por lo tanto, sigue suave de melancolía. Hay también mucha gente asocial, sufriendo la soledad del espanto, debido al desapego, lanzado burlas contra sus otros amigos, magos vacilantes de esta ciudad borrosa. Son muchos los paseantes solitarios de esta tarde nublada recorriendo los andenes. Van ellos andando con sus caras mal humoradas y van ellos llenos de muecas rabiosas. Y que feo lo que acaba de pasar; un niño acaba de ser tumbado del triciclo rojo y suyo, que hace un rato, iba montado felizmente. Sin nada de duda botaron toda su inocencia hacia el gris asfalto. El niño antes iba rodando por un sendero de rosas, jugaba carreras en el parque un poco deshojado, que ciertamente da a mi domicilio claroscuro. Luego él fue arrojado de su máquina antigua sin gracias a un solo puñetazo bestial. El niñito entonces, sufrió el áspero golpe, como si fuera su humanidad, un muñeco de trapo inservible. Ahora él llora un poquito, entre los paisajes de este barrio imperfecto.
El mismo sardino flaquito, quien siempre me ha gustado, se levanta ya de pronto de su caída violenta, quedando todo lleno de raspones. Al otro tiempo mira al ladrón de juguetes correr por un portal incierto. Y con una sola sorpresa advierte que su triciclo ya no está al lado suyo. El ladrón se llevó de un zarpazo su más valioso divertimento. Así que el hombre malvado, debido a su sagacidad, se fue yendo muy bufón, forrado con su máscara de payaso, burlándose de lo más contento, entre sus risas maléficas. Este ladrón, así pues así, anda feliz en otra dimensión, tras haber hecho llorar al niño de pelos negros, por haber dejado al chiquito, sin su máquina de muchas carreras veloces.
Mientras tanto yo sola sigo viendo todo este drama indecible, junto a la ventana de mi casa rosada. Y los otros andantes dispares, siguen sin hacer nada, sólo se saben chistosos por ahí sin pensar, ante el robo alocado, mal causado contra el lindo niño. Un niñito recién abandonado de su grato juguete de fantasía. Además este gentío ni hace bulla por ayudar al peladito bondadoso; entre su tristeza suya, pero ella efímera. Así por esta sorpresa, yo me tiro al cielo brumoso, desde mi cuarto y desde la ventana, abierta otra vez. Caigo ya de golpe sobre el prado mojado ido en algunas lluvias pasajeras. A mi sucesivo instante corro despavorida, sólo por querer auxiliar al morenito hermoso. El pobrecito está sin compañía y sin certera esperanza. De momento miro a la ausencia del universo. Veo los crepúsculos sin días, sin muchos rayos de sol rayados, entre las hojas muertas de los árboles, entre estos ralos otoños de descoloridos.
Ya más y más después, por fin, te acojo en regocijo, mi niño bonito. En encanto rodeo tus brazos flojos con mis brazos de suave hermosura. Te abrazo así amándote con mi única blancura de mujer preciosa. Te seco devota, tus lágrimas, lindo, limpio tu agua del alma, con mis dedos débiles, todos sensibles. Y yo sigo aún enamorada de tu pureza infantil. Así entonces galán, tú, mi niño adorado, mejor esperemos a solas por algún milagro verdadero, aguardemos mejor rejuntos, una búsqueda de tiempos más calmos, sin más inútiles guerras, sin más muertes horrendas. Asimismo, trata de calmar la soledad tuya y aquieta mi soledad, una soledad solo de nuestra intimidad.
A mi seguido seguir sentimiento, soñemos unidos juntos, queramos que no haya tanto desamor incauto; hoy solos juntos, imaginemos que no haya más amores muertos, pero que veo, pese al deseo, unas hojas grises, recién esparcidas por los árboles, caen sobre nuestras cabezas de pelos enredados, mientras tanto, tú, mi niño de brazos calientes, tú, decides de pronto recostarte, sobre mis pechos de queja. Así nomás, abajo de un leve suspiro, ambos miramos amados, hacia otro día mejor, un día más inmortal, ansiado de poesía en mí y lleno contigo en romance, mi niño humano. Y otra vez, el poeta fantasma, se nos aparece fulgurante inasible, pero ya nos sonríe y nos protege, atrás del otro cielo espejado; mientras la luna mágica, nos baña ahora de su luz celeste, mientras la luna llena, se nos prende ahora de fuego blanco.

Rusvelt
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 23, 2011, 11:41:48 am
(http://1.bp.blogspot.com/_P9f575X6hNk/S1Vt7z0SI6I/AAAAAAAAAYw/jVeus3MV3us/s320/remordimiento.jpg)

Remordimientos Nocturnos


Nada le impedía conciliar el sueño. Siempre solía dormir como una marmota. Sin embargo, un día todo cambió y comenzó a despertarse muy agitado y empapado en sudor. Oía, primero, los gritos de una mujer que pedía ayuda y, segundos después, sus últimos sollozos agonizantes. Noche tras noche lo mismo.

Al principio, nada le hacía pensar de dónde procedía esta pesadilla pero, al poco tiempo, ya no pudo escapar a lo que su corazón intentaba ocultar. En el fondo sabía el motivo que la había desencadenado. Lo que no llegaba a comprender es por qué ahora, después de tanto tiempo, había aparecido en él el remordimiento de aquél desgraciado suceso. Dicen que las buenas personas reciben tarde o temprano su recompensa. Del mismo modo, las malas acaban por tener su castigo. Justicia poética lo llaman.
...
Con 17 años, Marcos todavía no sabía lo que era tener una familia bien avenida. Cuatro hermanos pequeños, un padre desempleado y profundamente depresivo, y una madre frustrada por tener una vida que ella no había elegido, sino que se la habían impuesto por circunstancias de la vida.

A raíz de todo ello (más los constantes reproches y las broncas por cualquier nimiedad), el chico se fue convirtiendo en un ser imprevisible, con muy mal carácter y con muy poca paciencia.

Un día como otro cualquiera (que pensaba haber enterrado en el olvido para siempre), la discusión llegó a extremos insospechados. Entre gritos y aspavientos, su madre perdió el equilibrio y se pegó con la cornisa de una ventana. Por desgracia para ambos, el golpe no fue seco, lo cual prolongó su agonía.

Marcos miraba atónito la sangre desparramada y escuchaba paralizado los gritos de esa mujer que tan pocos buenos sentimientos había despertado en él. Finalmente vinieron los últimos sollozos que siempre preceden a la muerte; esos que ahora estaba rememorando en su subconsciente.

Para la policía y los forenses, todo había sido un desgraciado accidente. Sin embargo, Marcos creció sin saber realmente si él tuvo algo que ver con su muerte o si podía haber reaccionado lo suficientemente rápido como para haberla salvado. 
...
Tras cuatro noches en las que apenas pudo dormir un par de horas seguidas, por fin llegó el domingo. Habitualmente, ése era el día de la semana más placentero para él, pues intentaba dedicarse a sus propias aficiones. Dejada de lado el trabajo y sus obligaciones para descansar.

Así pues, Marcos se dispuso a leer la prensa ante una humeante taza de café y, tras pasar la primera página como si tal cosa, se detuvo. Conocía al hombre de la foto. Era su amable vecino de enfrente que cada mañana, cuando se iba a trabajar, lo saludaba efusivamente. Tal y como decía el titular de la noticia, lo habían detenido acusado de haber secuestrado, torturado y matado a cuatro mujeres de mediana edad. Una por noche.

Ante lo que estaba leyendo, Marcos se quedó perplejo e incluso asustado porque al instante entendió que, cuanto había oído desde su habitación, no habían sido alucinaciones producto de un remordimiento tardío. Todo, absolutamente todo, había sido real. Y lo peor era que, una vez más, él había sido de algún modo testigo de algo que no había podido impedir. Podía haberse dado cuenta y, en lugar de quedarse en la cama, haber salido al rescate de esas pobres chicas. O quizás haber llamado a la policía... Cualquier cosa excepto nada.

“Qué caprichosa la vida... Justicia poética lo llaman” –pensó mientras tomaba su último sorbo de café–. 

Andrea Milano
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 23, 2011, 11:57:16 am
(http://granadainfo.com/mont/view_of_church.jpg)

Mis raíces y mi tierra


En Montefrío nací, de familia pobre y honrada mi abuelo era poeta mi madre le acompañaba, en la cruz colorada mi recuerdo se quedaba, hermana de diez rosas que en el campo se criaban.
El campo de amapolas que de rojo se vestía, aquel campo tan inclinado que de flores se llenaba, los geranios que del jardín se salían aquella loma tan bonita la que tanto me gustaba.
Aquellas matas coscojas las que tanto me pinchaban, el pozo tan ancho que el agua se sacaba con la carrucha vieja que chillaba y chillaba, el agua limpia y pura con el porrón se llevaba para el gazpacho fresquito que tanto se apreciaba.
A cuatro kilómetros del pueblo está la cruz colorada, quedando los almendros floridos que tan bonitos estaban, entre la cumbre y la loma los pajarillos anidaban en los árboles y matojos los que tanto les gustaba, recuerdo de mi preciosa infancia que nunca olvidaré.
El recuerdo del pasado que nunca lo borraré de mi pensamiento que tuve en mi niñez,  han pasado muchos años pero siempre les querré, los sueños de pequeña que siempre los llevaré, mis raíces y mi tierra que de flores se llenaban los olivos y encinas que atrás me los dejaba.
Aquella pradera verde donde las cabras pastaban, las gallinas camperas que juntas se criaban  junto con los cervatillos  que saltaban y saltaban felices y contentos en el campo alegría nunca  nos faltaba.
Mi padre alto y guapo en Montefrío nació, era amante del campo y allí se  quedó, con mi madre de mi alma que once hijos parió, con su alma cristalina y su pelo pelirrojo ondulado y bonito como su arte y encanto, madre mía  de mi alma que no te puedo olvidar, encantadora y buena como tú nadie jamás me querrá.
En Montefrío nací año cincuenta y dos la virgen de los Remedios que me dió su bendición, el día quince de Agosto la sacan en procesión, a la virgen milagrosa que a mi alma la llenó.
De su nobleza divina, de su dulzura y amor, se merece mi respeto, mis palabras y sentimiento y corazón hecho  del color de los rayos del sol, los que en mí su reflejo tanto brillo.
Bendito sea mi pueblo con gracia y humanidad que la gente es sencilla y se quiere de verdad. La historia de Montefrío que nunca olvidaré, hoy haré realidad lo que tanto yo soñé,  el recuerdo del pasado y también de mi niñez, la chica de diez hermanos que nunca  los olvidaré.
Este relato se lo quiero dedicar a la villa, a la iglesia, al convento, al colegio Del Complejo, al que nunca fuí a estudiar.
Para todas las personas, que las quiero de verdad, y a toda la gente  que han tenido que emigrar.
El recuerdo de su  pueblo tan bonito que no pueden olvidar,  de su tierra y su gente, que se dejaron atrás.

Socorro
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 23, 2011, 12:55:51 pm
(http://img33.imageshack.us/img33/5648/manoscruzadas.jpg)
      

Lejos de las fieras


Al salir de casa, voy al ascensor, bajo cuatro plantas, salgo del portal, giro a la izquierda, ando, miro al almendro de florecitas rosas, subo las escaleras que dan a la avenida principal y camino hasta la facultad.
En los últimos tres meses ese ha sido mi día a día, pero ¿voy a hablar de mí? No, voy a hablar de Amadú, Margarita e Ismael.

En la esquina justo dónde acaba la avenida , tuerzo a la izquierda para subir la cuesta y llegar a clase. Justo ahí, lo veo todos los días. Amadú tiene buen porte, quizás 40 años o alguno más, pero no sabría calcular exactamente. Es africano, y últimamente lleva un sombrero de “cowboy”. Parece que no le va mal, cada día vende más cosas a los “cocheandantes”, pañuelos de papel, funda de móviles, abanicos… de todo un poco. Es un hombre afable, siempre tiene un Buenos días Señora,  o ¿cómo ha ido el día señor?, ya esté dentro del coche o pase por la calle junto a él. Más de una vez lo he visto incluso entablar una corta conversación con alguna anciana que baja la cuesta. Ver todos los días a la misma persona y tener don de gentes es lo que tiene.

Sobre las dos de la tarde, tiene mucho ajetreo, claro, todo el mundo baja de los colegios y facultades en coche. En ese semáforo paran casi todos. Y sigue con su constante sonrisa y sus palabras simpáticas. Es tranquilo y sólo quiere ganar un poco de dinero para ayudar en casa.

Vive en un piso alquilado no muy lejos de allí con su mujer, sus tres hijos, su madre y su hermano que llegó hace poco. Su mujer sí consiguió un trabajo donde le ayudaron a tener los papeles y con lo que aporta él, más o menos van pasando los días.
En su país era pescador. Faenaba horas y horas para apenas recibir un dinero que muchas veces no alcanzaba para la comida del mes. Una vez, cayó enfermo, cogió una infección que le tuvo días y días con fiebre y a veces cuenta que fue durante esas horas febriles cuando, delirando, pensó que había otro lugar donde podría empezar una vida nueva y mejor, tanto para él como para su familia: Lejos de las fieras. susurraba después de su sueño.
De ese día hasta ahora, han pasado unos cuatro años, la edad de su hija pequeña. Al principio vino él y al tiempo de ahorrar algo de dinero y con ayuda de algún amigo consiguió traer a su mujer e hijos, dos en este mundo y una en camino. Su madre y hermano llegaron después y en mejores vías de comunicación.

Todo ha costado mucho: mucho tiempo, mucho dinero, mucho esfuerzo, mucho dolor. Mucho de todo. Pero es un hombre con fe y siempre ha tenido esperanza y ganas de que las cosas salieran bien.

Ya en este país ha trabajado en lo que ha podido. Los primero años estuvo en invernaderos y aún ahora hace de jornalero en según que épocas. Estuvo en una obra, pero al final no se pudo acabar por falta de pagos y los trabajadores, pues menos cobraron; vendiendo “compact disc” y películas piratas estuvo un par de meses, pero sus compañeros no se portaron muy bien con él y tuvo algún encuentro con la comisaría de la cuidad. Así, que por el bien de su familia lo dejó, lo vio demasiado arriesgado.
Luego ya se sabe que aparte de no haber mucho trabajo para nadie, pues no sé si la suerte, la fortuna, el destino, o simplemente las circunstancias de cada uno le hicieron pensar en la posibilidad de vender en esa esquina y allí lleva varios meses. Cuando se para a pensar en lo que hizo y lo que hace, se pone triste, parece que quieras que vaya hacia atrás Dios mío., se dice muchas veces.

   Margarita tiene ochenta y tres años. Se dice pronto, pero ha visto muchas cosas. Diferentes épocas, gobiernos, es una fuente continua de historias y recuerdos. Su marido falleció hará un par de años y aunque achacosa y sin poder prescindir de su bastón, cada día sale un rato a pasear y ver la luz del sol. Según le han dicho debe tomar rayos de sol todos los días, aunque sea invierno, para prevenir la “ostoporosi” como ella dice.

Tuvo durante un tiempo a una chica en casa que le acompañaba en sus paseos y le hacía compañía. Pero se marchó al cabo de unos cinco años y ahora Margarita se niega a tener otra persona: cuando les coges cariño se van; eso les dice a sus hijos.
Tiene dos, un hijo y una hija; también nietos, cinco. Todos altísimos y muy guapos, cómo no. El más pequeño de todos Ismael tiene dieciséis años, es para ella demasiado moderno y de vez en cuando da algún disgusto. Las malas compañías, dice su madre, ya que según ella, de su mano ha hecho todo lo posible para que su hijo haya tenido lo mejor y no sea un mal chico. Si dejó el instituto fue porque él tiene edad para decidir y además trabaja con su padre en el taller, eso, ya es su un futuro.
Gracias al taller de su padre Ismael tiene un coche tuneado magnífico. Unos relámpagos amarillos recorren todos los laterales y el interior totalmente tapizado de leopardo hace que sea la envidia de sus amigos según él. Claro que, no puede conducirlo, aunque lo hace. Su abuela, Margarita, no sabe nada de esto y solo sabe que su nieto es muy alto muy guapo y que trabaja muy bien con su padre. Aunque ella siempre le ha aconsejado que estudie y que se asegure un seguro. Siempre ha querido lo mejor para sus hijos y ahora para sus nietos, por supuesto.

Aunque no ande con demasiada soltura como digo, Margarita se defiende estupendamente y casi todos los días visita a una amiga de toda la vida donde se echa su infusión de manzanilla y recuerdan entre una y otra, las fiestas de sus tiempos. También como sus maridos “que Dios los tengan en su Gloria” alguna que otra vez, les dieron algún disgusto. Pequeños recuerdos, que les hacen ver lo mayores que son, cómo pasa el tiempo y lo muchísimo que han vivido.

Margarita se encuentra con Amadú cuando vuelve a su casa. Ella es una de las ancianas con las que más habla ya que se las cruza casi todos los días:
-    Buenos días Señora, ¿qué tal va hoy?, le pregunta amablemente cuando la ve venir hacia él. Margarita, se empieza a sonreir y va frenando hasta que lo alcanza. Le pone la mano en el brazo, recupera aliento en su pequeño cuerpo y le responde risuelta:
-     Hola guapo. Bueno ahí vamos. Unos días mejor que otros.
-    Pues yo hoy la veo muy guapa, Amadú le lanza un repentino piropo y Margarita se ríe.
-    ¡Ay que chiquillo! Esos son los ojos con los que tú me miras, pero bueno no me puedo quejar. ¿Qué tal va la mañana? ¿Has vendido mucho?
Amadú ladea la cabeza con una sonrisa de resignación: 
-   Hay días mejores Señora, pero estoy bien. Me alegro mucho de verla, ahora a casa y a descansar.
-   Si hijo mío, a eso mismo voy. Me alegro de verte.

Mientras hablaban Amadú la ha acompañado al final de la cuesta, justo en el semáforo donde ella cruza para ir a casa.

   Ismael es el nieto de Margarita. Tiene dieciséis años y una cresta rubia, picuda que le quita quince minutos al día. No por tonto, pero si por vago dejó el instituto en segundo de la ESO. Además como él díce: en el taller de mi padre hago y deshago lo que me da la gana. Va dos o tres veces a la semana, con suerte o cuando no tiene resaca. Sabe conducir pero por su edad no puede, claro. Aunque más de una, de dos y de tres veces lo “coge y se marca unas salidas guapas, guapas”. Es un chico de su tiempo, no es malo, simplemente nunca le han puesto barreras. Su padre siempre trabajando y sin prestar demasiado atención y su madre, permisiva a más no poder, por miedo a perder el cariño de su hijo o por cualquier otra razón que no llego a entender.

Todos sus amigos son iguales. Son “clones” que se visten, peinan y hablan igual. Hacen lo mismo y con el mismo ritmo. Unos más que otros, no suelen tener problemas para hacer lo que quieren. La mayoría de sus amigos van al instituto, eso sí. Y aunque no lo quiera reconocer, a veces se siente desplazado y confuso.
Lo malo de su carácter es su impulsividad. Cuando algo se le tuerce, un trabajo criticado por su padre, una discusión con su madre por peinar así, una chica que lo deja, un colega que tiene que estudiar o cualquier mal rollo se fuma lo infumable,  se coge el coche  y a quemar asfalto.
La última vez que hizo esto fue por discutir con su madre.

Margarita se indispuso una tarde. Llamó a su hija y ésta estuvo toda la tarde-noche con ella. El médico fue a verla y no le recetó más que un poco de suero y descanso: debe usted cuidar lo que come su madre, seguramente habrá sido algo en mal estado  que ha comido, pero mañana estará como una rosa, le comentó el doctor. Una vez que Margarita se sintió mejor, su hija se marchó y volvió a casa recordando las palabras del médico. Al entrar en casa Ismael estaba en el sofá viendo la tele.
Sin saber cómo ni porqué los pensamientos de una sensación generan otros y con un sentimiento diferente. Lo que podía ser preocupación por su madre y sentimiento de culpa, se transformó en autoridad severa y apareció como una repentina pero estruendosa voz hacia su hijo, adornándolo con los adjetivos más despectivos que le llegaron a la cabeza. Evidentemente Ismael comenzó a responder y todo terminó en una discusión como tantas veces han tenido. El resultado es siempre el mismo. Ella llorando culpándose de todo y pidiendo que no salga por la puerta. Ismael por su parte, hace oídos sordos y comienza su ritual de purificación ya descrito: fumar lo infumable, coger el coche y quemar asfalto.

Amadú se ha levantado temprano como todos los días, ha ido a la tienda de chinos donde le dan la mercancía a buen precio y se marcha hacia la esquina.

Cada uno en su lugar, Margarita en cama, Ismael en su coche y Amadú trabajando. Nada extraño en un día como otro cualquiera.

Decían que iba a llover, pero al final hace calor, bajando la cuesta hacia casa después de un día agotador de clase, llego al semáforo donde suelo ver a Amadú vendiendo. Hoy sin embargo sólo vi metros más arriba un sombrero de cowboy en el suelo, un semáforo torcido, cristales y manchas oscuras en la calle. Me paro en mi semáforo y hay dos mujeres charlando justo al lado.

-    Un niñato de estos con lo pelos de punta. Que venía “colocao” y se le ha ido el coche. Ha atropellado al muchacho este moreno que se ponía ahí a vender.
-    ¿No me digas? No sabe uno dónde tiene su sino, pobrecillo.

   Ismael perdió el control en la cuesta. El semáforo cambió de color y frenó bruscamente girando el coche sin poder controlarlo. Al parar el golpe, el coche estaba en dirección contraria y empotrado en la pared. Le había dado al semáforo, estaba torcido, pero también le dio a Amadú que no pudo esquivarlo. Él no estaba torcido. Él estaba roto. Dicen que murió instantáneamente, eso espero. Quiero pensar que no le dio tiempo de ver el estampado del coche de Ismael. El tapizado de leopardo, de fiera, aquellas que Amadú quiso dejar bien lejos cuando vino de su país para encontrar un futuro mejor.

   Margarita, no salió ese día, se quedó en cama recuperándose, pero a los dos días ya estaba totalmente recuperada y fue a ver a su amiga. Fue, volvió y se acordó de Amadú. ¡Qué raro! ¿Dónde andará este chico tan simpático? Quizás ya haya encontrado un trabajo mejor, ojalá.

   Nunca lo supo, total, ¿para que contarle a una anciana de ochenta y tres años que su nieto de dieciséis con altos niveles de opiáceos en sangre y sin carnet de conducir había atropellado a un hombre? Ya es muy mayor, para qué disgustarla.

   Cruzando la avenida pensaba cómo un hombre valiente, trabajador, había encontrado un final tan triste cuando parecía que todo lo que merecía era bueno. Mientras bajaba las escaleras, pasaba junto al almendro y entraba en mi portal  imaginaba que, Ismael pese a todo, por su edad tendría una vida completa y quizás larga y provechosa. Al subir en el ascensor me acordaba de Margarita, tan ajena a todo, la que más ha vivido y tantas veces la que menos sabe. Al entrar en casa, cerré la puerta tras de mí.

Siete de nueve
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 23, 2011, 13:08:39 pm
(http://lacomunidad.elpais.com/blogfiles/una-pica-en-flandes/fotozodiaco.jpg)

El símbolo del sol  


En aquel momento mire al cielo y directamente sobre mi frente había caído una moneda de color dorado.
Con cuidado la tome con mi mano y empecé a examinarla, era una moneda con un dibujo del sol en él, voltee a todas partes para saber de dónde había caído. En todas partes no había nada excepto por un puente a como doscientos metros de mi. Me encontraba realmente aburrido así que no me importo ir hasta allá, al llegar como esperaba no encontré a nadie, solo un par de bancos de concreto y un par de arboles a su alrededor  limitados por el concreto, era como una pequeña plaza en el puente donde uno podía contemplar a la gente que estaba más abajo. Entonces me encontré sentado en una de las bancas grises de concreto esperando observar a la gente pasar caminando sin ninguna preocupación por aquel terreno urbano donde ahora podía ver calles, semáforos, casas a lo lejos. Casi no había nadie lo cual me aburrió soberanamente, tal vez debería hacerlo ya pensé, recargue mis codos en las rodillas y a su vez mi cara en mi mano derecha. Simplemente parecía que la gente no estaba de humor y ni siquiera se mostraba por las calles, “¿se sentirán igual que yo?”,  me pregunte. Empecé a jugar con la moneda en mis manos. Entonces escuche el sonido de un teléfono al lado mío, por alguna razón ni siquiera me había dado cuenta que estaba allí. Estaba aburrido, pero no pensaba para nada levantar la bocina de un teléfono público. Sonó incontables veces, pero repentinamente, se detuvo. Me alegre, el sonido empezaba a exasperarme después de todo ese tiempo. Me levante finalmente de la banca.
Entonces lo escuche el sonido del timbre del celular que llevaba conmigo. Me preguntaba quien seria, “tal vez alguien que me salve de este aburrimiento”, pensé, el numero de la pantalla estaba oculto, pero conteste, mantuve el celular en mi oído por un tiempo pero nadie contestaba del otro lado.
– Hola – Dije por segunda vez después de haber contestado.

– Tira…la…moneda – Dijo espaciadamente una voz grave de ultratumba.

– ¿Quién es? – Pregunte.

–Tira…la…moneda – Dijo nuevamente.

No podía decir que fuera una voz sospechosa, pero como podía saber de la moneda que llevaba, mire a mí alrededor, no vi a nadie.

– ¿Cómo sabes de la moneda? – Le pregunte.

–Tírala.

En ese momento la llamada se corto. Me quede viendo la moneda. Que se suponía que era aquella moneda. Realmente era extraña, me había caído de la nada y ahora alguien sabia que la tenia, alguien que la quería seguramente, me empecé a preguntar cómo es que sabia mi numero, me encontraba inquieto, en que me había metido, tal vez era algo que alguien había robado, tal vez era algo valioso, por un momento pensé en quedármela, pero si lo hacía podía ser peligroso, me aferre al borde del puente con las manos mientras decidía. Negaba y afirmaba cuantas opciones pasaban por mi cabeza y finalmente alargue mi brazo dirigí mi vista y la lance. Rápidamente empecé a correr a la salida del puente, “ellos ya no deben tener interés en mi”, me decía tratando de calmarme.
Solo fue hasta que se me acabo el aliento que lo vi, lejos del puente había un sin número de personas, todas reunidas y amontonadas, discutiendo entre ellas, me acerque cuidadoso hacia estas, empezaron a observarme con disimulo y algunos otros tantos con notable curiosidad.

–Después de todo no fui el ultimo –Se dirigió a mí un pequeño hombre algo regordete sonriéndome.

– ¿Qué es lo que pasa?, ¿Por qué están todas aquí? – Le pregunte.

–Tú sabes por qué.

–No lo sé, ¿Cómo habría de saberlo? – Le dije un tanto como si estuviera enojado por algo.

El hombre se me quedo viendo sin perder la sonrisa, al parecer de saber algo que yo ignoraba.

–Oh, viene alguien más – Dijo un hombre entonces señalando a lo lejos.

Me acerque junto con otros, se trataba de una chica que parecía, igual que yo, confundida al ver a todas esas personas reunidas.

– ¿Qué pasa? – Pregunto.

– ¿Por qué viniste? – Le pregunte por impulso.

–No lo sé – Me contesto –, solo… me callo encima esta moneda.

Mostro la moneda, mi moneda, porque la tenia ella, era una de ellos, me estaba observando.

– ¡Atrás, atrás les digo! – Dije sacando mi arma del bolsillo.

– ¿Qué haces? – Grito el pequeño hombre que antes me hablo.

–Soy un hombre muy aburrido señores, me encuentro aburrido y no temo usar mi pistola – Decía mientras histérico les apuntaba.

–Cálmate muchacho, por favor, todos aquí somas tus amigos.

–Amigos míos no, no los conozco, aléjense – Les decía –, me iré corriendo de este manicomio.

Corrí entonces, corrí tan rápido como pude, con todas mis fuerzas, hasta volver a ver el puente. Me perseguían, “tengo que perderlos”, me decía. Pero de repente hubo una explosión, tierra y escombros se esparcieron por el aire mientras yo trataba de protegerme con mis brazos, la onda expansiva me mando a rodar un poco y de pronto mi traje negro se volvió gris y se había roto por todas partes.
Estuve un tiempo arrodillado mientras chillaba y gemía con el mismo ritmo cual fuera hipo.

– ¿Q…Que paso… Q…Que paso?

Vi enfrente de mí a tan solo unos metros de donde estaba, todas las calles, casas y el puente, habían sido completamente destruidos.

–Esto no fue lo que pedí, hubiera preferido seguir aburrido, no pensaba realmente en suicidarme, solo quería algo diferente…saben… - Dije volteando a ver a toda la gente que estaban a tan solo unos metros de mi y también habían sido golpeados por la bomba.

–No, no lo hiciste tu hijo – Me dijo el mismo hombre.

– ¿Quién entonces?

–No lo sé, pero la voz nos ha salvado, para que cada quien nos salváramos, te aseguro que del otro lado no hay nadie, ni un alma que sufriera la explosión – Dijo el hombre muy satisfecho y agradecido con una gran sonrisa en su rostro colorado.

–No lo creo… - Le dije balbuceando apenas.

– ¿No estás convencido? – Dijo extrañado.

–La bomba, ¿Quién la lanzo?

–Pues…, no lo sé, un país descontento quizá…

Mientras hablaba aquel hombre tras un fragmento de escombro observe un pedazo de metal sin duda de la bomba, en el había un símbolo, el dibujo de un sol, el sol que nos había controlado a todos desde el principio. Nunca tuvimos el control de nada.


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Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 24, 2011, 19:14:32 pm
TRES VINDICTAS Y UN MENSAJE


“...Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las Preguntas...”
                                                                                                         MARIO BENEDETTI
   




  Alguien dijo en algún momento: “...Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto...” Muchos de nosotros creemos que somos el ultimo vaso de agua fría en el desierto, y mientras alimentamos nuestro orgullo con cereales  sacados de la mas fina vanidad y plenilunio desprecio, no nos damos cuenta que creyendo estar en la cima y  viendo el techo del cielo, en realidad  ese azul que vivimos, es el mas intrincado y tenebroso abisal, del fondo marino.
 
    Ahora, quiero que estos fieles, convencidos de ser selenitas que llegaron en el primer vuelo a la tierra y andan  por ella en short, chancletas y cámara al cuello, como el mas arrogante turista. Lean estas tres historias y luego me digan.
                                                                     
                                                                    I
      En el siglo XIII, el rey Gustavo de suecia, tenía la fama de ser  un férreo autosuficiente que discutía y porfiaba hasta el aire que respiraba. Todo lo sabia, y si alguien tocaba algún tema, sea del que fuese, tenia la mejor y mas necia manera de ganar en la platica. Nada era excelente, sin pasar por su aprobación. Más, de tanto y tanto saber, una tarde reunió a las grandes sociedades  excelencias del país y a todo su reino, sin excepción de nadie. Para asegurarles en un  enérgico discurso, de que esa bebida, la cual llamaban Café, era un delicado y fino veneno. Así, delante de todos, escogió a un ladrón y supuesto asesino, para darle una indeleble y sabia condena. Ordeno, que puntualmente y sin excusa alguna, le dieran a este  en cada amanecer, una taza  repleta de café por el resto de su miserable vida.
   
       “En tu camino nunca habrá viento favorable, si no sabes para donde vas...”

        El rey, en 1792, murió en agónico  asesinato. El reo de la  extraña condena, y que tomo durante muchísimos años, una dosis de la sabrosa bebida. Vivió bastante tiempo, lo suficiente como para fallecer, siendo un anciano, de muerte totalmente natural.

        Y en otra  sobre reyes. Aquí les ofrezco mi segunda historia

     

                                                               II

      En  1412, comienzos del siglo XV. Donde se inventa el grabado en madera, y Juana de arco perece  en la hoguera. Siglo en donde los otomanos conquistan Constantinopla, Alfonso V  de Aragón, entra en Nápoles, y se celebra el concilio de Basilea. Además de que colon comienza a frotarse las manos para decirle ¡Hola! , a  la América.     
         Un joven, se encontraba condenado de por vida, en un oscuro y frió calabozo. Los  guardias del rey lo encontraron con dos liebres  a mano, en pleno bosque de la suprema majestad. Este  al enterarse, le condeno sin siquiera mirarle  la cara, a toda una vida  solo con  pan y agua, en la sweet de sus  infernales rejas.

       Así fue que al joven, le pusieron al carcelero más sangriento y cruel que había en el reino. Dentro del calabozo, este lo primero que hizo cuando vio al desdichado condenado.  Fue tomar un hierro al rojo vivo y pegarle  sus iniciales  en plena espalda, como al más vil animal del ganado. Luego de ver  como gritando horriblemente, caía desmayado el chico,  disfrutaba caminar lento por los pasillos del calabozo regocijándose con una espeluznante carcajada.

       Al muchacho lo encadenaron del las manos pegado a la pared, con un pequeño banquito, en donde podía sentarse a dormir, o a reposar las piernas cuando ya no  pudiese mas.
      El fiel carcelero, llegaba muy puntual en la mañana, y  luego de escupirle el pan y el agua, se los ponía en el suelo para así ver las piruetas que  el azaroso chico haría,  para comer y beber agua con los pies. Esto le causaba tanta risa, que casi se orinaba en los pantalones el basto hombre. Además de tener cierto publico entre los soldados del castillo que se acercaban para mirar.

        El  infeliz chico, apenas se alimentaba con alguna migaja de pan que lograba atrapar entre los dedos de sus pies, y que con algún éxito lograba llevar  a su boca. Con el agua pasaba lo mismo, mojaba  la punta de los pies y con mucho trabajo los chupaba. Aunque en esta dura faena siempre terminaba por derramar el jarro.

        Un día en la mañana, tuvo una inesperada visita. El propio  rey en persona fue a ver el show que tan famoso se había vuelto en su comarca. A petición de este, esta vez le pusieron al chico un trozo de carne, vino, y una roja manzana.
     
        El chico desesperado trato de atrapar la carne, la cual estaba tan jugosa y grasienta  que al llevarle a su boca, resbalaba y caía  irremediablemente al piso, causando la risa de todo especialmente la del propio rey, que con pañuelo en mano secaba  las lagrimas de tanto reír. Al final solo pudo darle una mordida a la manzana, que rodó hasta los pies  de sus opresores.

       El rey, se retiro sumamente extenuado de tanto divertirse, no sin antes darle  el consejo al carcelero, de que  se entretuviese mucho más con el condenado, ya que no le pronosticaba un mes mas de vida, debido a lo flaco y desnutrido  que se observaba. Así comenzaron los errores del presumido rey.

      Pasó el tiempo, y el chico con dificultades aun, lograba  alimentarse mas y mas cada día. Creció su barba y su cabello, y  con ello también crecían las habilidades de sus piernas, las cuales a su vez se transformaban en unas masas musculares muy sorprendentes.

    Recibiendo algún que otro latigazo, ponían unas  pelotas hechas de cuero de  ciervo en sus piernas, las cuales tenían que mover las esferas y hacer  malabares, para divertir al rey en sus visitas. Se hizo tan famoso el monarca con esto, que otros reinos enviaban a sus carceleros para  instruirse con tal experiencia de aprovechar una buena represión y escarmiento.

      En una noche bien avanzada y lluviosa, quizás la mas en tanto tiempo. Se abrieron las puertas del calabozo. Entrando el carcelero con una  botella de vino en su mano derecha, y en la otra el látigo. Junto a este, apareció una chica, que se tambaleaba de un lado a otro riendo, más ebria y  desaliñada que este. Arreglo algo su cabello que apenas le dejaba mirar, y  acercándose al chico le dijo que le mostraría todos los encantos que Dios le dio, si la divertía con sus piruetas.

        Rieron los dos con profunda ironía. El inicuo hombre agrego, que solo un par de latigazos que le arrancaran la piel, bastaran para echarlo andar. Así fue, y el joven comenzó a divertirlos. Mientras hacia las piruetas, una de las pelotas se le cayó al suelo, el carcelero dándose unos tragos le regaño con otro latigazo. Pero sin tener mas remedio, se acerco fatuo a entregarle la esférica. Fue cuando el joven  flagelado, logro atrapar con los pies, el cuello del carcelero. Al que apretó sin piedad, ni equivocación alguna.

       Como dijo  José Marti: “... Los derechos de un ser humano se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan...La libertad cuesta muy cara, es necesario o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio...”

      Allí, yacía en el piso el horrible hombre. Ahorcado con la misma cuerda que  tejió. Su acompañante casi petrificada, cayo desmayada  junto al cuerpo de este. El chico, con las mismas habilidades que le enseñaron los sangrientos latigazos. Agarro las llaves,  en la cintura del carcelero. Abrió sus grilletes, se puso el vestido de la dama, la capa del difunto y en medio del mal tiempo, logro burlar la guardia y salir del castillo.El rey, iracundo.Ordeno buscarle hasta en las raíces de los árboles, y  quintuplico el precio de su cabeza. Lo cierto es que  el agraviado chico desapareció.

     Una década después,  fue invadido todo el reino. El castillo quedo ocupado, y se ondeo una nueva bandera y escudo en el. La suerte del rey, fue decidida por el mismo. Bebiendo un letal  veneno, que le cerro los ojos ante la debacle que le ahogaba.

      Algunos afirmaron, que entre el ejército invasor, había un soldado que peleaba como un verdadero león .Poseía dos espadas en las manos, y afiladas dagas  en los pies.

     Por cierto, hablando de leones, aquí les va mi tercera historia...



                                                                III


Nadie estaba tranquilo ni en la lóbrega noche cuando dormía profundamente. Porque de tan solo emitir  el diminuto  ruido de un cabal suspiro, hasta las propias hienas se movilizaban asustadas.

     Era el león más fuerte, voraz, bagual, y sanguinario de toda el África. Rugía  y el alarido invadía como viento del norte, los corazones de todos los animales que tenían la desgracia de escucharlo y desfallecer ingente del temor.

    Entre la carnadura  escalofriante de su cuerpo, y las manchas de sangre, que como condecoración de laceradas victimas, invadían su pelaje. Hacían pensar que Aristóteles, cuando clasifico las especies animales, debió dividir  dos grupos. Primero este león, luego todos los animales del mundo.

      Mas de una vez, y quizás por hovy. Se introducía  luego de un pequeño rugido, al estanque de los cocodrilos para robarle alguna  presa que habían atrapado. Monos mutilados, cebras picadas a la mitad, chitas cojas, y hasta un rinoceronte sin su cuerno. Eran parte del programa recreativo que se trazaba para cada día, esta bestia africana.

      Pero, si existía algo que lo divertía completamente .Era el hecho de acechar  a algún grupo de cazadores vengativos por la muerte de varias reses, y heridas mortales a alguien que intento detenerle en la tribu. Así, eran destrozados todos, y dichoso aquel que tenia tiempo de gritar Agarrando sus pobres lanzas como palillo de dientes.

      Solo podía salvarse aquel que de solo imaginar la presencia, lograba  correr sin que se le vieran las piernas en la huida. La arrogancia crecía en cada  inicuo rugir. Las ínfulas, el desdén, la tenebrosa inteligencia, y abrupta  autosuficiencia. Era todo lo que ofrecía con  mirada vilipendiada, a toda la infinita sabana.

     Un día, cuando el sol se encontraba escueto en la cúspide, tocando cada rincón de la árida tierra africana. El rey felino se encontraba reposando una jugosa cría de jirafa, que sus  sometidas leonas habían cazado para el. Dormía profunda y placidamente, hasta que de pronto alguien hizo un ruido que le despertó sosegado y bruscamente.

     Airado, miro con ínfulas de un lado al otro, sin encontrar huella alguna del futuro difunto. Solo una pequeña aventurera mosca correteaba  entre sus garras. De inmediato lanzo medio garrazo y el insecto seguía allí inmóvil. Luego garrazo completo  y  el mismo resultado. La mosca correteaba juguetona.

     Encolerizado,  soltó un avenate, e infernal rugido que hizo temblar las piedras de la sabana. La mosca con toda la calma del mundo, sobrevoló su  larga cara, para al final terminar posándose  en la oreja derecha del rabioso felino, que la movía de un lado al otro en ataque de locura. Luego fueron  inmensas mordidas al  aire. Abanicaba  su mirada y roja melena, además de lanzar con la cola  torpes latigazos. Se paro en dos patas, y  con las garras totalmente afuera,  rasguñaba  ofuscado el viento.

    Todo era en vano .No existía en cada esfuerzo suyo por aniquilar al diminuto insecto, resultado alguno. Todo lo contrario, en el momento en el que el león agarraba un pequeño respiro, la mosca se poso en el centro de su nariz. Y como alguien dijo que el mal genio es lo que nos mete en líos, y el orgullo es lo que nos mantiene en ellos .Era pleamar para el inmenso felino, que sin aguantar más salio corriendo a todo dar, con pandemonio sumergido en el cuerpo y sin parar, luego  de mucho tiempo transido y flagelado. Estrello su cabeza contra el más fuerte y viejo árbol de la sabana.
     Allí, ya hacia el rey de reyes, el mas poderoso de todos y el dueño de la sabiduría absoluta. Ni siquiera los buitres tuvieron el coraje de ingerir su carne. Ni siquiera el viento en los árboles hizo movimiento alguno. Hubo silencio sepulcral en toda África. Solo se escucho el zumbido de un pequeño insecto que despegaba en busca de nuevos quehaceres.

                                                       
“….Quien todo lo puede, ha de temerlo todo…”
                                                                                                                        Pierre Corneille

                                                                                                                                       FIN
                                                                         ___

     Espero, haber ayudado en la reacción de aquellas personas que sufren cautivas de su propio orgullo, necedad y arrogancia. De lo contrario, es mejor y muy recomendable, que aprendan a vivir en la más extrema soledad .Porque tarde o temprano quedaran así, completamente  solas.

    Nadie puede, por mucho poder y dinero que crea tener, hacer que el sol salga solo para el. Ni  coleccionar la luna en su pequeño cofre. Los rayos son de todos, y hasta a quien consideras tu enemigo se regocijara de ellos.

    Se sencillo, se discreto y valeroso. Forra tu corazón  en una consecuencia sagrada del amor de Dios, y solo así tendrás el poder de decidir cuando es tu ocaso…o tu amanecer.

YURI
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 27, 2011, 09:57:18 am
(http://hombresogominolas.iespana.es/imagenes/navidad/loteria.jpg)

DOBLAR LA SUERTE


Al final todo acabó bien, pero me costó, eso sí, un buen disgusto y varios ataques de nervios. Nervios, parece mentira. Parecen mentira ahora que son sólo un recuerdo, uno tan lejano como esta playa exclusiva en pleno paraíso del relax.

Parece mentira también lo que pueden cambiar las cosas por un simple descuido. Si mi descuido llega a ser un poco mayor, todo esto hubiera seguido tan lejos de mí como antes, como lejos quedaron también aquellos nervios intermedios que hube de pasar días atrás. Esta playa de mármol molido, el lujo de sus hoteles de mármol pulido y la misma turquesa líquida e infinita del mar se hubieran desvanecido en un mal sueño vuelto realidad. Una realidad inmisericorde y plagada de nervios.

Y es que no lo encontraba por ninguna parte. El décimo de lotería de Navidad que compré en aquel viaje de trabajo por tierras riojanas, vaya quebraderos de cabeza que me dio. Lo había olvidado hasta cierto punto, había olvidado dónde lo había guardado, pero el número, el 1969 era inolvidable: coincidía con nuestro año de nacimiento y eso no había quien lo pudiera cambiar. Aunque nunca me han gustado los juegos de azar, me hizo gracia la coincidencia, y supongo que lo compré por eso. Bueno, por eso y porque tú me insististe en que trajera algo de lotería. Tú y tus premoniciones femeninas.

Otra premonición tuya, con las Navidades ya cerca, hizo que nuestro número pasase a ser prioritario sin dejar de ser inolvidable. Al menos para ti. Yo lo daba ya por perdido, ni por asomo pensaba que podía tocarnos. Aún así, te ayudé a buscarlo por toda la casa para dejar de aguantar tu murga. Querías recuperarlo a toda costa porque te barruntabas que podía tocar. Yo no veía en todo ello más que una fantasía no convertible en dinero, y además era incapaz de recordar dónde lo había puesto. Lo que terminé poniendo fue la casa patas arriba contigo, siguiéndote en tu frenesí buscador y rebuscador. Removimos Roma con Santiago. Sin resultado. Llegué a pensar que nunca lo había traído conmigo, que lo había olvidado en el hotel donde me alojé. Y allí me hiciste llamar para preguntar antes de que se celebrase el sorteo, por si pudiera haber aparecido cuando limpiaban la habitación. Pero tampoco estaba allí. Era como si ni siquiera lo hubiera comprado. Me convencí de que tenía que haberlo perdido en alguna parte, llegando a la conclusión de que ya no merecía la pena perder más tiempo buscándolo.

Por suerte lo compraste tú, sin decirme nada. No sé cómo te las apañaste para mantenerte fiel a tu pálpito y conseguir por Internet el mismo número. Hoy no me queda más remedio que brindar por tu fijación y por tu empeño. Y por tu piedad. Cuando resultó premiado no me dejaste ni tiempo para deprimirme. Enseguida me mostraste el décimo, como si hubiera aparecido por fin y te lo hubieras callado para darme así una monumental sorpresa en caso de premio. El premio gordo, nada menos. Doblemente gordo en nuestro caso, pues poco tiempo después, el décimo original, sellado en una administración de Logroño, había aparecido, algo arrugado y con desgana, duplicándonos el premio para sumarse a la fiesta desde la guantera del coche.

Azul
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 27, 2011, 10:06:51 am
(http://www.ajedrezpaisa.com/temas/imagenestemas/dolor%20amor.jpg)

Silencio y calor


Si pensaba en cada una de las palabras que salieron de su boca ese día parecerá que nada fue real, que todo fue un sueño, un castigo o una trampa del destino. Pero, lamentablemente, el dolor estaba ahí, todo había sido real y no había nada que hacer.
Habían pasado escasamente unas semanas y su recuerdo aparecía en su mente como un fantasma que se cierne sobre un pobre niño asustado en su cama. No había sentimiento de debilidad, ni se sentía malherido o maltratado. Todo había acabado y no había nada más que hacer. Era fácil resumir cada momento de lo ocurrido en una palabra, silencio.
Más que todo lo que ella dijo esa noche, fue el silencio que se apodero de él lo que le atormentaba. Su rudeza eclipso su valor y el fuego que sentía en su pecho no pudo brotar de su garganta para decirle que la quería, que no podía seguir sin ella un solo momento.
Todo fue debido a su torpeza. No supo apreciarla, no supo retener entre sus manos ese líquido fresco y agradable que eran sus besos. Sentía no poder volver a sentir el calor de sus abrazos, todo se había ido. Ahora solo sentía el frio de la soledad, un frio que no le hacía menguar en espíritu. Seguía siendo la misma persona normal de cada día, aquella misma persona normal que lo perdió todo en una tarde de primavera.
No había más destino para un alma en pena que el que busco esa noche. Encerrado en la penumbra de su angosta habitación, la lámpara lo miraba desde la mesa aconsejándole que se levantara y volviera a ser feliz. Pero el dolor era difícil de soportar. Siguió con su vida diaria, cayendo en la monotonía con la culpabilidad de carcelero. No había nada que se pudiera hacer.
Cada mañana era un reto salir a la calle y enfrentarse con su trabajo, hablar normalmente con sus amigos o con sus familiares. Nadie tenía porque saber nada, porque nada había pasado para ellos. Inconscientes de su vida personal hasta el momento, nadie tendría por qué preocuparse y al no tener nada de lo que preocuparse, nadie notaria el malestar en su interior.
En ese momento, bajo la lámpara de su mesa y sentado en la silla en la que tantas horas había pasado escribiendo absurdas cartas de amor que nunca llego a entregar y que ahora ya no importan, sintió que sabía exactamente lo que tenía que hacer.
Abrió las persianas de su habitación. Con agrado se dio cuenta de que era de día. Seria sábado porque el despertador no había sonado esa mañana, pero sin duda era aun temprano porque la luz, tenue y discreta, apenas conseguía iluminar su rostro cansado y ojeroso. No merecía la pena esperar y se dirigió directamente a su destino con escaso abrigo.
Al salir del portal el frio de la mañana le acaricio los pies produciéndole un escalofrió. Estaba descalzo. Era la primera sensación que había sentido en las últimas semanas además del dolor. Porque en la monotonía poco se siente, y lo que se siente acaba siendo tan parecido que poco importa. Le gusto esta sensación y siguió andando por las calles solo frecuentadas por algunos borrachos y barrenderos que se dirigían a casa, en el caso de los primeros, o que acababan de salir, en el caso de los segundos.
Solo unos metros más y ya llegaría a su destino. Miro su reloj. Las tres. No era posible que fuera aquella hora, había demasiada luz para ser de madrugada y muy poca para ser por la tarde. En una de las vallas de la calle se podía ver el reloj que marcaba las siete de la mañana. De repente el color de los números cambiaron y estos a su vez cambiaron de orden de manera demasiado lenta para ser real. ¿Acaso seria a causa del alcohol de la cena?
Lo único que tuvo claro en ese momento es la fecha que vio, seis de abril de dos mil once. Siguió andando por la desierta calle. No era de extrañar que los pocos transeúntes matinales lo miraran desconcertados. La señora que a veces veía en el mercado aprovechaba la mañana para pasear a su perro Rufo. Era  de vanagloriar como había conseguido combinar con tanta gracia el chándal de hacer deporte y las zapatillas de andar por casa. Algo en su mirada y en la expresión de su rostro le hizo pensar al muchacho que no había sido tan buena combinación ni mucho menos comentárselo desde la otra acera, pero quizá ahora él lo veía todo con más alegría.
Por fin había llegado a su destino. El camino quizá habría sido más corto haciendo otro recorrido o quizá podría haber caminado con más brío, pero todos los caminos que merecen la pena se hacen a veces largos y a veces difíciles de andar.
Abrió la puerta sin ninguna oposición por parte de la misma y allí en esa agosta sala se encontró durmiendo a un caballero. Sin hacer ruido se sentó a su lado y lo observo durante un momento, este se despertó y lo miro desconcertado.
Hola, saludo el joven descalzo, me parece que no nos han presentado me llamo Pablo y acabo de nacer de nuevo hoy día seis de abril de dos mil once a las siete de la mañana. Me alegra comunicarle que usted será mi primer amigo y espero que se sienta feliz porque yo le estaré eternamente agradecido, amigo mío, de que me deje compartir por unas horas la estancia en su hogar.
El pobre hombre no supo que contestar. Puede ser que a él esa mañana también le entrase el miedo y no fuera capaz de expresar su agrado o su enfado. Pero si una cosa esta clara es que los amigos son capaces de entenderse con solo una mirada y, sobre todo, si es el primer amigo de tu vida.
    Después de eso aquel hombre de mirada triste y desconcertada se giro y se durmió. É estaba en su casa y no quiso ser descortés. Por lo que se durmió también, allí sentado en el suelo y apoyado contra la pared.
A primera hora de la mañana, la cajera de la sucursal del banco se vio claramente intrigada por aquel muchacho que sonreía ante ella en pijama y sin zapatos. Más tarde se dio cuenta que era el mismo muchacho que compartía un poco de pan con el mendigo que dormía en el cajero y que se despedía de él con un abrazo y un “hasta pronto”.
Después de que sacara todos sus ahorros, fue la última vez que vio a aquel muchacho.



Han pasado ya varios años y un grasiento y espeso dolor sigue dificultando el movimiento de sus articulaciones y haciendo más lentas sus rotaciones. Pero el sol de este nuevo lugar y lo cálido de su tierra puede que lo haya vuelto más líquido. A pesar del tiempo, no ha sido capaz de conocer a nadie más que le hiciese sentir aquel dolor que aun le atormenta y piensa cada día, sin resentimiento, en cada uno de los pequeños detalles que le hacían ser única.
La experiencia le ha hecho tomar nota de todo lo que hizo mal y ha aprendido a ser más feliz, a compartir sus sentimientos, a no intentar agarrar el agua del rio cuando fluye entre sus manos, a no arrancar las flores del valle si no a mirarlas y ver cómo crecen cada día más hermosas. Ahora sabía que sería capaz de controlar el fuego de su interior, guiarlo hacia su garganta y dejar que fluyera hacia el exterior dejando que su calor bañe todo lo que se encuentre a su alcance.
Un día sonó el timbre de la puerta. Se levanto descalzo y  paró un momento antes de abrirla. Volvió a sentir aquel frescor del día en que nació pasando entre la puerta, pero mezclado con el calor de la tierra y con el aroma de las flores.
El timbre volvió a sonar. El sol le cegó los ojos cuando abrió la puerta. Solo podía apreciarse luz y más luz. Pero aquella luz se volvió tenue. El sonido del viento rozando las hojas pareció disminuir y los pájaros acallaron su canto. Ella volvía a estar frente a Pablo, pero esta vez no era ella la que hablaba solo se miraban y sonreían.
El silencio sumió a ambos esperando a que alguien lo rompiese. Pero el destino a veces nos juega malas pasadas y todo el fuego que sentía no fue capaz de salir y dejarse ver, una vez más. No importó. La maleta que tenía en su mano derecha cayó al suelo y sus brazos le rodearon. Hizo más ruido que el que hubiese hecho cualquier maleta al caer. Pero tal vez fuese porque aquella maleta estaba cargada de todo el dolor que sentía. Después de ese día, el dolor no volvió a aparecer.

Juan de la luz
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 27, 2011, 10:35:55 am
(http://www.vagamundos.net/v3/img/dsc01763_gaviota_320x240.jpg)

La gaviota permanece junto a su pareja en la farola azul elevada


Recorriendo las calles creo encontrar un azul definitivo, un corcho de metal reluciente entroncándose en mi ventana, reflectante del astro dorado anunciando la imponente bruma y brisa de tarde. El piano de mi cabeza reclama una y otra vez, recordando temas perdidos, inmerso en versos de cantautores olvidados. Creo atisbar las primeras sensaciones que sentía en la columna vertebral cuando escuchaba tales acordes, los primeros acordes de un tema perfecto como esta tarde, adueñado en el asiento trasero de un coche viendo a la gente pasar. La gaviota permanece junto a su pareja en la farola azul elevada.

Rastreamos las barreras del agua por el muro portuario, a un lado el mar al otro su reflejo, relleno de barcos, veleros y un ocaso espectacular despejado de nubes. En una acera las olas encerrando espuma blanca en tu ropa, en otro la resaca de tu sonrisa clamando por una fotografía. En tu mano derecha el teléfono, hablando con tus parientes cercanos y resplandeciendo hacia el sol. Entonces la miro a ella, la veo apartada recorriendo el paseo portuario como clamando por la tierras de los salvajes. En mi mente la recuerdo dando pasos de baile, señalando al cielo su llegada y su porte, recogiendo saludos de todos y jugando con su camino solitario. Te miro de nuevo a ti y te hago esa foto en la que solo sales tú,  mirando hacia el reflejo del sol sonriendo con el pelo suelto y largo rozando con cuidado tus mejillas, y con las ojos expectantes mirando con alegría al futuro notando mis ojos sobre los tuyos. Ella se nos une, hace tan solo dos minutos os he sacado una foto a las dos enfrente del muro que separa la tierra de las rocas y el mar. Ella con una picardía y seguridad destacable, mirando a la cámara como preguntando por el fotógrafo, y tu estas agarrada a ella, saludando con tus labios mientras la marea sube y tu pelo vuela envolviendo tu pecho. Ella no quería fotos, no quería que se la fotografiara con camiseta pero sin sujetador, le parecía estar desnuda ante la cámara, pero tú ibas igual y no dijiste nada. En ese momento buscas algo en tu mochila, una que ha aguantado varios años de sacudidas y que adquirimos en el bazar árabe de Granada, seguramente la vaselina labial y muy probablemente la chaqueta negra que te protege del frío mientras sigues mirando al puerto expectante y llena de ilusión. Ahora escucho “The Musical Box” y la voz de Peter Gabriel me transporta a los días previos en los que la escuchaba mientras contemplaba un ocaso bien distinto, dos momentos bien diferentes, un parche en la memoria, un bucle temporal que une dos mundos. Y al mismo tiempo me veo observando la forma de las nubes, tumbado bajo el suave tacto de tu pie derecho en mi hombro, arropado bajo tu presencia cercana y pululando sobre tu olor y tacto sensual, escuchando el Nacimiento tal y como lo concibieron otros autores del cielo. Te llamo por tu nombre y regresas al lugar donde empezó el día anterior; te arrodillas y empiezas a privarme de sentido humedeciendo entre tus labios al Rey Carmesí de mi orquesta. Rojo, como proclamaba la guitarra de Robert Fripp, observo la playa desde lo lejos y me asombro de compaginar dos emociones; libertad y música. Arranco granos de arena de playa con el redoble de mi pie al seguir el ritmo, y con mi temperamento inundo las nubes del cielo y desbordo los ríos de todas las montañas cargándolos de entusiasmo y admiración, admiración por su belleza en esta tarde de junio tumbado sobre la cúpula sagrada que me sostiene el universo. Ella sigue enseñando sus pechos al sol, y tú miras hacia mis labios y me sonríes dándome un beso que dura hasta cuando te contemplo atareada rebuscando en aquel bolso granadino, roto por los costados y devorado por abrazos, escuchando pacientemente el embargo del día.
Recojo bajo una sombrilla de madera artificial un precioso poema de Dylan Thomas titulado “Poema de Octubre”, y luego te lo leo en la playa mientras ella se baña en la salina fuente acuática de la costa. Te hablo de la infancia y de “esos días azules y este sol de la infancia”, no recuerdo decirte nunca esos versos pero recuerdo recogerlos en mi agenda mental pocos días antes de salir para cumplir en el litoral 4 maravillosos días. Te leo verso por verso, estrofa por estrofa hasta el pesimista y nostálgico final, después te leo el siguiente y te gusta menos. Corro y apuro los versos pues nuestra intimidad es pronto abrumada y termino la última nota con un beso en tu cuello. Esa noche, o quizá la anterior te poseo, te penetro en el sofá donde el día siguiente nos enfadaremos jugando a preguntas y respuestas con ella. Es curioso el contraste emocional y las constantes pasiones que alberga ese sofá en tan solo 4 días, 4 calurosos y tríadicos días. Esporádicamente tenemos tiempo para nosotros, esta tarde en que ahuyentados por la posible irrupción de la anfitriona tuvimos que cortar nuestro flujo sexual, y no volvió a fluir hasta la noche del sofá en la que acabe desbordándome satisfecho como cuando me humedecías con tus labios a la salida de la ducha aquella tercera vez. Arrejunto tus piernas hacia mis labios y me aproximo lenta y furiosamente para tocar los tuyos, humedecerlos y desbordarte haciéndote sentir lo que sentía yo cuando sujetándote la camisa, eyacule contra tus pechos después de que te arrodillaras en aquel baño. Mezclamos besos y abrazos ante nuestros encuentros en los pasillos, en la terraza, en la cocina, en la cama, en la playa, en el camino, en  el desayuno, en la comida, en la cena,…Una vuelta y poco tiempo después de que dejaras de hablar con tus parientes pasamos por un barco que tenía tu nombre en la proa, una playa con un faro enorme que en su día se me asemejó al de Alejandría, y despedimos al día con la mejor compañía, dispuestos a regalarnos un premio para todos los sentidos de que disponemos. Y mientras fotografío a esas dos gaviotas ancladas en la farola azul del puerto, satisfecho y contento recibo después vuestras preguntas sobre el objeto artístico-descriptivo de la práctica. A pesar de lo reducido del espacio azul, esa foto muestra como ambas permanecen juntas a tan elevada altura, por encima de nuestras cabezas, compartiendo su felicidad común llueva o nieva. Esa imagen ya es eterna en mi mente y en la cámara que la ha recogido. 


Gorka Martín
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 28, 2011, 21:36:11 pm
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El paseo
                                           

Pepa y Manuel se conocieron un domingo de mayo de 1957. Se encontraban entre una multitud de personas que, agolpada a las puertas de la iglesia del pueblo, esperaba ansiosa por ver salir a su patrona, la Virgen de los Ángeles.
Era un día radiante, luminoso; un sol alegre lucía en lo alto y había una sensación general de contento; jornada festiva en el cielo, pero también en una tierra donde la brisa prohíbe toda infelicidad, si es primavera.
El aire olía a flores, las que lucía el palio de la Virgen, y las que llevaban las jovencitas prendidas en su pelo. El de Pepa, largo y negro de azabache, se ondulaba y caía suavemente sobre una espalda recta de danzarina sin tutú. Pepa no llevaba adornos; tampoco flores. No le hacían falta.
Pepa era una flor.
Al mediodía, un atronador repique de campanas anunciaba la salida del paso; los encajes de oro del palio refulgían bajo la luz solar.
Sin embargo, algo había cerca que brillaba más, que le hubiera ganado la partida a un millón de estrellas, a una miríada de luceros, y ese algo eran los rizos del pelo rubio de Manuel, sus ojos azules y reidores.
Y creyó Pepa que Manuel era el sol. Y pensó Manuel que Pepa era una flor.
Porque Pepa y Manuel se vieron en la distancia. Y se miraron.
A lo lejos, sus ojos se hablan.
Y los ojos no mienten.

Manuel tiene poco tiempo; debe volver pronto al campo, y se acerca con suavidad a la muchacha, entre tímido e impetuoso:
-Señorita, ¿quiere echar un paseíto conmigo?
Pepa responde sulfurada , con la voz entrecortada, roja hasta la raíz del cabello:
-Pero, ¿qué se ha creído, oiga? ¿Que tó el monte es orégano? Pues sepa que está usté hablando con una muchacha decente.

Ahí acaba, o ahí empieza. Todo.
El primer paso del rito se ha cumplido.
Seis semanas después, Manuel está trabajando en el campo, como siempre, de sol a sol.
Su padre le tiene prohibido acercarse al pueblo. Solo cada tres meses, y a regañadientes, le concede permiso para ir a cortarse el pelo:
-Ná de ir al cine ni quedarte por el paseo, si no quieres probar mi cinturón ¿tás enterao bien? Tú, con la mula, derechito an cá la Fernanda, a llevarle los huevos, que te dé los reales, cuéntalos bien, que no t´engañe; y luego, al barbero, sin pararse en ningún lao. El pelo, al cero, que pá está aquí, cuidando las bestias, no tiés tú que lucí tanto. Y luego, te vuelves pá cá otra vez, que no m´entere yo que andas de bares, ya sabes la mala fama que nos heredó mi abuelo.
Manuel asiente. Es feliz; ya sólo quedan seis semanas para volver a ver a la linda muchacha flor.
Porque Manuel no se ha olvidado de Pepa.
A sus veinticinco años ha tenido algunas novias; sin embargo, nunca antes se había sentido así.
Todas las noches sueña con ella, con su pelo negro, con su piel morena. Con la miel de sus ojos grandes.

Mientras, en el pueblo, Pepa se ha enterado ya de quien es aquel mozo rubio que la pretendió en la procesión.
Voces familiares se encargan de hacerle un retrato completo. De él. De su familia:
-Ay, Pepita, ya sabes que me considero una buena amiga tuya y no me gusta darte disgustos, pero te tengo que contar lo que me han dicho esta misma mañana en la plaza. Al rubillo ese que te hizo tilín le dicen Guerrerito; por más señas Guerrerito, el guapo. Hombre, el mote le viene que ni pintao, ¿no es verdad?, pero el problema es lo de antes, hija, el apellido, que me han dicho( y es de confianza quien me lo ha contao), que “ojito con esos Guerreros”, que son todos unos borrachos y unos puteros (con perdón de la palabra, que tú y yo somos señoritas, ya lo sé).
-No me digas que se t´acercao un Guerrero. Pues ya lo estás despachando, que no quiero tratos con esa familia. Tós mú altos, mú fuertes, con mú buena planta, no te lo voy a negá, que bien se ve; pero mala gente, mala gente...
-Hermanita, que no te vea yo cerca de un Guerrero, que no tienen donde caerse muertos. A ver si ese cateto va a venir a por tus tierras.
-Hija, Pepa, ten mucho cuidao donde pones los ojos. A un Guerrero, ni acercarse.

Ella los escucha, pero no comprende cómo, debajo de esos ojos limpios y reidores, detrás de esa transparencia azul se puedan ocultar malas intenciones. Pepa está triste porque él ha desaparecido de su cielo, y una flor se mustia sin el sol.
Pepa no sabe cuándo volverá a verlo.
O si él la recuerda todavía.
______________________________

Han pasado seis semanas y Pepa baja una cuesta, una de tantas en el pueblo. Viene de la plaza, cargada con la cesta de la compra, erguida, como un junco, sobre sus tacones de aguja. Podría ser una bailarina. O una reina.
Los mozos del pueblo, recostados sobre las paredes encaladas del casino, no dejan de piropearla:
-A sus pies, majestad.
-¡Qué andares de pantera!
-¡Cuánta elegancia pá un pueblo tan chico!

Manuel está hoy allí, entre los otros. No con los otros. Por eso Manuel calla. Sabe que ahora no le toca hablar. Todavía no. Sabe que los chupatintas del pueblo, como él los apoda, se ríen de él; que lo llaman cateto porque vive en el campo, y no ha ido siquiera a la escuela; porque va mal vestido y mal calzado; porque sólo se acerca al pueblo cada tres meses, para cortarse el pelo al cero. Como hoy.

Sin embargo, algo le dice a Manuel que su suerte está cambiando; que no deberá temer nunca más ni a las voces de los chupatintas, ni al ridículo de la ropa desgastada, ni a la herencia de la mala fama.
Porque Pepa lo ha mirado al pasar a su lado, y sus ojos de miel reflejaban el sol.
Porque Pepa le ha rozado la mano con el vuelo de la falda de su vestido de flores. Levemente. Como sin querer. Y, por un instante, el corazón acelerado de Manuel ha dejado de latir.
Ya ni siquiera le importan los gritos de su padre, el cinturón de su padre, que su padre lo mate a tortas cuando llegue hoy tarde a casa.

Y es que esta noche, cuando la luna de julio ilumine, grande y redonda, el cielo añil, Manuel va a esperar a Pepa a la salida del cine.
Luego irá con ella a la alameda. Pasearán juntos, como tantas parejas,y, cogidos de la mano, sentirán el aroma de la dama de noche, el perfume de los jazmines. Más tarde, cuando la timidez imponga el silencio y las palabras se escondan, escucharán el canto de los grillos, el latido uniforme de sus corazones.
O se mirarán a los ojos.
Miel y cielo. Flor y sol.
Porque esta noche sí habrá paseo.
Esta noche tiene que haber paseo.
Y aunque la tierra entera se les ponga en contra, habrá paseo.

Ángeles Guerrero
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 28, 2011, 21:40:46 pm
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El tipo aquel


La puerta se abrió y faltó muy poco para que el tipo aquel no se abriera también la cabeza contra el suelo.
Entró a la tasca a trompicones, atrayendo las miradas de los siete u ocho desventurados que a aquellas horas aún seguíamos empeñados en aligerar el peso de nuestros bolsillos y de nuestras conciencias. Recorrió el local con un par de ojillos somnolientos pero aún capaces de destilar cierto atisbo de recelo y comenzó a renquear alejándose de la puerta. Apenas se tenía en pie, aunque poco a poco logró abrirse paso hasta la barra a fuerza de manosear las mesas y las sillas igual que un ciego temeroso de tropezar y caer. Tenía todo el aspecto de alguien que lleva cuatro o cinco días sin pasarse por casa para pegarse una ducha o cambiarse de ropa. Llevaba la camisa cargada de lamparones y sus mejillas ensombrecidas clamaban a voces por un afeitado. Era del tipo de personas que dejan de asearse una mañana y ya se les pone cara de náufragos. Barba recia y cerrada como la de un trotamundos bereber.
Tomó asiento justo a mi lado —sus alerones soltaban un tufillo que no desmerecía en absoluto al del resto de su apariencia— y levantó un dedo tembloroso para llamar la atención de Fermín. A duras penas conseguía mantener la cabeza erguida.
—Uda gidebla con dibón, pol favorl —masculló como buenamente pudo antes de dejar caer la cabeza cubriéndose el rostro con las manos.
Reconozco que a mí me llevó unos cuantos segundos digerir aquellos sonidos y sacarles algún sentido. Pero Fermín asintió con vehemencia y, un segundo y medio después, ya tenía sobre la barra un vaso atiborrado de cubitos de hielo. Ya debía de tener el oído acostumbrado a toda suerte de variantes etílicas del castellano. Del mismo modo, tampoco le preguntó al tipo aquel qué marca de ginebra quería. Estaba claro que le daba igual con tal de que cumpliera con el cometido de matarle unos cuantos miles de neuronas más aquella noche. Se agachó debajo de la barra y sacó esa garrafa que normalmente les reserva a este tipo de clientes, con la etiqueta del pato soplando una pipa de burbujas.
—Veinte euros —espetó Fermín con toda la flema del mundo, con su cara de poker habitual.
Por veinte euros, a mí me deja servirme toda la cerveza que sea capaz de beberme en una noche. Ni en el Ritz te cobran veinte euros por una copa. Pero al tipo aquel no pareció importarle. Se apartó las manos de la cara para rebuscarse en los bolsillos un buen rato hasta que sacó una cartera de la que a duras penas logró extraer un billete de cincuenta. Se lo tendió a Fermín y, acto seguido, ocupó su anestesiada consciencia en la copa y comenzó a ingerirla a sorbitos, con la misma mecánica celeridad del que bebe sólo porque no puede hacer otra cosa ya que seguir bebiendo.
En cuanto al cambio de aquellos cincuenta, me temo que nunca llegó olerlo. O al menos yo no vi que en ningún momento Fermín se lo devolviera. Fuera como fuere, al tipo aquel el tema tampoco es que pareciera preocuparle demasiado. Toda su atención estaba centrada en beber un sorbo tras otro, igual que las cigüeñas esas de juguete que no pueden evitar hundir el pico una y otra vez en el agua de un vasito.
Entonces fue cuando sucedió.
Los tres hombres se levantaron al mismo tiempo de sus asientos. Tres individuos que en apariencia nada tenían que ver los unos con los otros. Habían entrado por separado y a distintas horas, y cada uno se había sentado en un rincón diferente del local, adoptando la clásica actitud del cliente que no quiere hablar con nadie y prefiere pasarse la noche a solas consigo mismo y pendiente tan sólo del contenido de su vaso. Sin embargo allí estaban ahora: tirando a un lado mesas y sillas a su paso, arrojándose los tres hacia el mismo punto de la barra, el mismo en el que nos encontrábamos sentados el tipo aquel y yo. Me puse en pie de un salto y me encaré con el que tenía más cerca levantando los puños, listo para machacar o ser machacado. Nunca me han gustado las peleas, pero tampoco soy de los que se dejan partir la cara fácilmente. Sin embargo el tipo pasó de largo por mi lado. Y para cuando logré reponerme de la sorpresa y volverme de nuevo hacia él, aquellos tres matasietes improvisados ya se habían abalanzado todos a una sobre el tipo aquel y le estaban propinando a golpe de bota y de puño la paliza más brutal y desproporcionada que he tenido ocasión de presenciar en vida.
Me quedé allí mirando sin saber qué hacer. Fermín se limitaba a apartar la mirada de vez en cuando de su sudoku con cara de fastidio para ver cómo iba la cosa, y el resto de los clientes de la tasca ni siquiera levantaron las cabezas de sus consumiciones. Pasamos un buen rato así, con los resoplidos de los unos y los gemidos y protestas del otro como único acompañamiento de fondo, hasta que los tres matones debieron de decidir que ya se habían servido a gusto con el tipo aquel y se apartaron de él para contemplar su obra durante un par de segundos. Lo habían dejado hecho unos zorros. Acto seguido, se dieron la vuelta para salir en tropel por la puerta.
El tipo aquel se retorcía en el suelo gimoteando y entre estertores. Tenía la cara partida y los ojos hinchados como ciruelas maduras. Le ayudé a levantarse y llamé a Fermín para que le repusiera la copa que aquellos animales le habían derramado. Dejé un billete de cinco sobre la mesa. Esta vez invitaba yo.
Y fue justo cuando me disponía a marcharme a casa cuando reparé en un papel tirado en el suelo: una tarjetita de esas como de visita, medio escondida bajo la suela de uno de los zapatos del tipo aquel. Lo más probable era que se le hubiera caído a alguno de los matones. O que la hubieran dejado allí aposta, a modo de advertencia. Lo sé porque acostumbro a beber con la mirada clavada en el suelo y hacía unos instantes no estaba allí.
Me agaché para recogerla y leí lo que en ella rezaba con letras grandes y negras:
"ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS"
Parpadeé con incredulidad. ¿Alcohólicos Anónimos? Me di la vuelta, hacia las mesas que habían quedado vacías. Una naranjada y dos refrescos de cola. Sí que podían serlo, sí. A continuación me volví hacia el tipo aquel, con sus trazas de borracho perdido, engullendo su ginebra con limón como si le fuera la vida en ello. Su cara una masa de carne sanguinolenta. ¿Así es como las gastan en Alcohólicos Anónimos con quienes desertan de sus filas?
Sacudí la cabeza riendo para mis adentros. ¡Pero qué idioteces se me ocurrían! Enfilé mis pasos hacia la puerta. Por esa noche ya había tenido suficiente. Aunque, antes de salir a la calle, le eché un último vistazo al tipo aquel, que en ese momento se incorporaba tembloroso sobre el mostrador para pedirle a Fermín otra copa.
¿O tal vez sí? Cosas más raras he visto por ahí.

Lucio Apuleyo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 28, 2011, 21:48:14 pm
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LA VIDA ES GUAY
                                                                     

     María  tenía el  cabello blanco y el  rostro arrugado. Había sido muy guapa, y a pesar de tener cumplidos los setenta y cinco años de edad, todavía conservaba parte da su antigua belleza. Tenía siempre la sonrisa en los labios y un brillo especial en su mirada limpia y penetrante. Naciera en un pequeño, pero hermoso pueblo, rodeado  de frondosos bosques y verdes campiñas, salpicadas de hierbas aromáticas y flores silvestres. Allí el aire todavía es puro y de agradables olores. Los  pájaros en bandadas cantan alegres dulces melodías.
A los veinte años se casó con un vecino y formaron su hogar allí en el pueblo donde habían nacido. Criaron felizmente cuatro hijas y dos hijos y a los seis les dieron estudios.
    Poco a poco, los hijos se fueron casando e independizándose y María y su marido se quedaron solos. Al principio, recibían a menudo la visita de los hijos, pero con el paso del tiempo las visitas se fueron espaciando.
Cuando falleció su marido, María se quedó muy triste y sola. Por diferentes circunstancias, ninguno de los hijos podía cuidarla, pero tampoco deseaban que viviera  sola. Un día celebraron una reunión familiar y acordaron que lo mejor era internarla en una residencia para mayores.
Después de cincuenta y cinco  años  viviendo en su casa, tenía que mudarse a 15 kilómetros del pueblo, que era donde estaba ubicada la residencia. 
El día  que debía abandonar la casa, recorrió cada una de las instancias, recordando todos los acontecimientos ocurridos a lo largo de aquellos  años.  En cada rincón  resonaban las  voces de sus hijos, sus risas y sus llantos, en los marcos de las puertas y en las blancas paredes, adornadas con cuadros y viejas  fotografías familiares, parecía que todavía podía tocar sus huellas infantiles. ¡Que ruidosa y alegre había sido aquella casa, y cuanto amor hubo allí dentro!  También  alguna enfermedad y la inestimable pérdida  de su marido  le habían hecho pasar momentos de dolor.
––En la residencia no te faltará de nada ––le decían sus hijos––. Estarás como en un hotel.
 A la residencia iba pagando una buena suma al mes, y claro que materialmente iba a tener todo lo que necesitase. Incluso la tratarían con efecto y cariño, pero ella sabía que el calor del hogar y el amor de una familia, jamás se lo podrían dar en sitio ninguno del mundo que no fuese su casa, rodeada de sus familiares  y  vecinos.
María les escuchaba y callaba. No le agradaba la idea,  pero tampoco quería  darles lástima ni ser una carga  para ninguno de ellos.
¿Cómo no se darían cuenta de que ella no quería estar en ningún hotel, ni tampoco que se le prestasen unos cuidados especiales?  Sólo deseaba seguir en su casa. Ni siquiera les pediría que le sacasen a pasear todos los días, como alguno de ellos hacía con su perro. Se conformaba con tener su cariño y que de vez en cuando fuesen a verle.
    María y su marido habían criado los seis hijos con mucho sacrificio, pero nunca les faltó de nada.
Ella sabía que los seis le querían, pero en este mundo tan competitivo ni siquiera hay tiempo para pensar en los sentimientos de los demás. Sólo el dinero es importante. Incluso muchas  mujeres  sacrifican su maternidad, que es lo más bonito de este mundo,  para no perder sus puestos de trabajo. Las parejas  tienen pocos bebés, y los pocos que tienen los  internan en las  guarderías tan pronto como se los admiten. Los hijos con sus mayores hacen lo mismo, llevándolos a las residencias en cuanto no se valen por si mismo o les estorban. Se está perdiendo humanidad, cada uno va a lo suyo y nada más. La actual generación no acierta a comprender que la mayoría de las veces, viven esclavizados  por el desmedido afán  consumista, adquiriendo muchas veces cosas innecesarias.
Aquel día, allí estaban en su casa,  sus seis hijos y ocho nietos, de los nueve que tenía. Unos iban a despedirse de ella y los otros para acompañarla hasta la ciudad, donde quedaría ingresada en la residencia de mayores. 
La otra nieta que faltaba y a la que  estaban esperando, era Dora,  considerada  como  la oveja negra de la familia. Era buena chica, pero algo rebelde y un poco hippie. Renegaba del capitalismo y del consumismo, le gustaba vestir pantalones vaqueros avejentados, camisetas con consignas reivindicativas y muchos piercings en diferentes partes de su cuerpo. La relación con sus padres no era demasiado buena y desde hacía unos años ya no vivía con ellos. María la quería mucho, el verla un tanto rechazada por los demás miembros de la familia ayudaba a que sintiese un cariño especial por ella. Tenía otro hermano más joven, que era el ojito derecho de sus padres. No era mejor ni peor que ella, simplemente era distinto, y en esta vida ya se sabe, lo que a unos les parece absurdo, para otros puede ser fantástico.
–– ¡Dora siempre tiene que dar la nota! ––exclamó su padre furioso cuando llevaban un rato esperándola.
–– ¿De que os extrañáis? Ella siempre fue así ––aseveró una de sus tías.
––La culpa es nuestra por esperarla ––dijo su hermano.
La despedida estaba siendo lenta y dolorosa. María hubiese preferido marcharse cuanto antes, para alejarse de todos aquellos recuerdos que le estaban partiendo el alma.
Al cabo de media hora llegó Dora.
––Qué abuela, ¿Preparada para ingresar en la comuna? ––le dijo a modo de saludo al entrar en el salón.
María no pudo decirle nada, se abrazó a ella llorando.
–– ¡Hay abuela, yo creo que lo de ir a la comuna no te mola nada! ––le dijo––. Los hippies en los años sesenta y setenta también tenían sus comunas y muchos se iban a vivir a ellas. Tus hijas e hijos, por aquel entonces eran jóvenes, pero según tengo entendido, estaban totalmente en contra del movimiento hippie y de sus comunas, sin embargo hoy no tienen reparo en internarte a ti en una parecida.
–– ¡No seas impertinente, las residencias de hoy en día no tienen nada que ver con los antiguos asilos, y mucho menos con las comunas a las que tú te refieres ––Dijo una de sus tías muy enfadada.
––Ya  sé que afortunadamente hoy las residencias mejoraron notablemente, pero a las comunas hippies se iba voluntariamente y a las de los mayores a veces se va forzados. Yo sé que las residencias son muy necesarias, porque hay personas que están completamente solas, impedidas  o que necesitan cuidados que no se les pueden dar en casa, pero no es el caso de la abuela. A  cada paso hay menos apoyo familiar. Nuestra capacidad de sacrificio se va disminuyendo y por los demás se sufre lo menos posible.
Dora  se sentó al lado de su abuela,  tomó sus manos  y mirándola fijamente le dijo:
–– ¿Recuerdas abuela, cuando yo te decía que no te esforzaras tanto en cuidarnos por que al final nadie te lo iba agradecer? Aquí tienes la respuesta, después de toda una vida trabajando para los demás, se te paga alejándote y escondiéndote para que no estorbes. Al final  son ciertas mis teorías: con el dinero se puede comprar una casa, pero no un hogar. Se puede comprar sexo, pero no amor. Alguien dijo, y con razón, que la verdadera felicidad es bastante barata, pero nosotros nos empeñamos en gastar demasiado en falsificarla.
–– ¡Ya está bien de sermones! ––Exclamó el padre de Dora––. Tú eres la menos indicada para darnos clases de ética. Siempre fuiste un espíritu de contradicción.
––Tienes razón ––dijo Dora––. Tal vez nunca haya  sido una buena hija, pero quizá mi carácter rebelde se fuese forjando poco a poco, en parte, porque ni tú ni mamá me hicisteis nunca  el caso suficiente. Muchas veces lloraba para ver si así conseguía atraer vuestra atención. Otras veces lo hacía porque tenía serios problemas y esperaba que una mano amiga se posase en mi hombro, que alguien me escuchase, me diese un consejo y me consolase. Hubo momentos en los que deseé  con toda mi alma que unos labios besasen mi mejilla y me dijesen palabras cariñosas. Pero vosotros nunca teníais tiempo para mí. Estabais  demasiado ocupados con vuestro trabajo,  las reuniones con los amigos, los paseos, los viajes  y las sesiones en el gimnasio. Ahora seguís sin preocuparos de mí, pero eso sí,  juzgándome a la ligera y negativamente como siempre, sin pararos a pensar que soy una persona con ideas distintas a las vuestras, no sé si mejores o peores, pero con sentimientos igual que vosotros.
Las palabras de Dora habían causado tal efecto que nadie de los presentes se atrevía a hablar. Fijó nuevamente  la mirada en su abuela y le dijo:
––Abuela, cuando yo era niña y me veías llorar, me decías que no lo hiciese, que te hacía poner muy triste, pues bien, hoy te pido que no lo hagas tú, porque me das mucha pena, además la vida es corta y hay que aprovecharla y vivirla con alegría.
––Bueno, es hora de marcharnos ––dijo el hijo mayor, que era el encargado de llevarla en su coche a la residencia.
––Un momento por favor ––dijo Dora––. A veces los políticos tienen algunas luces, y al alcalde de este pueblo  se le encendió la bombilla. Van a inaugurar un servicio de ayuda y un centro de día para mayores, por lo que te hago un trato, abuela. 
–– ¿Cual? ––Le preguntó María con mucha  dificultad por la angustia que le embargaba.
––Como sabes, yo trabajo y vivo en la ciudad. La distancia aquí al pueblo es corta, apenas son quince  kilómetros de recorrido. Mi horario laboral es matinal, por lo que tengo todas las tardes libres. A mi me da lo mismo vivir aquí que allí...
–– ¡Acaba de una vez ¡ ––le interrumpió otra de las nietas muy impaciente.
––Abuela, si tú quieres me vengo yo a vivir con tigo ––prosiguió Dora––. Tú de momento no estás impedida. Contrataremos una mujer que te atienda unas horas por la mañana. Por las tardes te haré yo compañía. Cuando quieras puedes ir a la residencia de día a charlar, a leer, jugar, hacer gimnasia y otras actividades con  las amigas y luego te vienes a dormir a tu casa. Por el papeo no te preocupes que ya nos las arreglaremos. Yo soy bastante buena cocinera.
María se abrazó a ella y así estuvieron un buen rato. Cuando  se separamos vieron que todos en la sala estaban llorando.
Desde entonces, y ya va para cuatro años,  los fines de semana sus hijos y  nietos van a comer con ellas. Incluso la relación de Dora con sus padres mejoró notablemente. María todas las tardes va a la residencia a estar con las amigas.
––Lo pasamos muy bien ––asegura maría––, incluso a veces chateamos por  Internet.
Como dice mi nieta: la vida es Guay ¡Gracias querida Dora!

LUCERO DEL ALBA
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 30, 2011, 16:26:48 pm
(http://www.mexiqueando.com/Portals/0/Estilos%20de%20vida/jpg/mama.jpg)

El precio de los sacrificios


     Clara entró con sus llaves de “por si pasa algo o para que riegues las plantas cuando no estemos”.  El departamento estaba impecable. Esa manía hormonal de poner un orden excesivo externo cuando no se pueden acomodar las emociones por dentro. Manoteó la botella y se sentó en la mesa de la cocina sin hacer ruido, dejando las luces apagadas para que Clarita crea que no había nadie en la casa. Estuvo toda la tarde pensando en cómo encararla. No había una forma mejor de decir las cosas. Las cosas hay que decirlas como son, alto y claro, por más que duelan. Escuchó los pasos reticentes de Clarita y el suspiro de seguridad ilusoria cuando encendió la luz, creyendo que estaba sola. Al verla sentada ahí, tomándose un wisky y esperándola con un cigarrillo en la mano, el rostro juvenil de Clarita se le transformó en el de una perra rabiosa. Clara miró a su hija y encendió el cigarrillo.
--Sentáte que vamos a hablar. Clarita, vos sabes que yo te quiero y que no hay nada en este mundo que no haría por vos. Pero esta vez te estás equivocando. Fue muy, muy duro para mí cuando tu padre me dejó embarazada de vos y desapareció porque “no era el momento”. Veinte años estuve sola, lo único que hice fue trabajar y criarte. El divorcio me dejó en bolas. Las cosas no eran nada fáciles para las madres solteras en aquella época. Trabajé hasta que empezaron las contracciones, rompí aguas en la oficina. Sí, ya sé que te conté esta historia miles de veces, pero por más que las repita no me vas a entender hasta que tengas hijos. No me hagas muecas, sos una chica preciosa, inteligente, por supuesto que vas a conocer a alguien y vas a tener hijos propios. No me cabe duda. Y las cosas van a ser mucho más fáciles para vos de lo que fueron para mí. El mundo cambió mucho en estos años. Cuando yo te tuve, hablar de divorcio ya era una vergüenza. Y no sabés cómo me miraba la gente cuando yo decía que te quedabas en una guardería todo el día para que yo pudiera trabajar.  A nadie le importaba que yo pagara el alquiler sola, las cuentas, tu ropa, la guardería… era una mala madre simplemente por dejarte, tan chiquita. Y para mí fue una cruz. Todo el día pensando si te atendían bien, si estabas bien alimentada, si te cambiaban los pañales rápido, si te dejaban llorar solita... Nunca quise ni siquiera fijarme en ningún hombre porque quería dedicarte el poquitito tiempo que tenía exclusivamente a vos. Yo sabía que me necesitabas y que meter un tipo en casa hubiera sido un error. Quién sabe lo que hubiese pasado si un desconocido quería ponerse en el papel de padre. No. Ni pensarlo. Pero ahora es diferente. Ya sos grande, Clarita, y yo tengo más de cuarenta años. Nunca me tomé ni unos días de vacaciones. Necesitábamos la guita para salir adelante, para tus estudios, ahorrar para la universidad. Más de veinte años de trabajar sin parar, llevo. Estoy cansada. Prácticamente no tengo amigas. Si salía a cenar con las compañeras de trabajo era gastar plata que no tenía y tampoco tenía con quién dejarte. Ojo, no me arrepiento. No me arrepiento de nada. Sos lo mejor que me pasó. Sos lo único bueno que hice en toda mi vida. Pero quiero que entiendas que me sacrifiqué mucho. Que no es justo como estás actuando. Hasta que conocí a David no sabía que me faltaba algo. David me demostró que a pesar de tener cuarenta y cuatro años puedo volver a disfrutar de una relación, que no estoy muerta. Que puedo charlar, salir a pasear, salir a cenar, vestirme linda, sentirme interesante. Ser importante para alguien. Y sí, tiene quince años menos que yo, pero es muy maduro y me quiere. Yo siento que estás siendo muy egoísta boicoteándome esta relación. Vos ya tenés veintitrés años, un buen laburo, estudiás, tenés tu propia casa….Yo creo que a esta altura me merezco estar con alguien que me quiera.
--Mamá, por Dios, no seas tan hipócrita. Vendéte la película como quieras y aplacá tu consciencia como puedas, pero David hace un año y medio que vive conmigo.

Berenice
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 30, 2011, 16:35:35 pm
(http://www.temakel.com/temakel/files/images/campanatpisa.gif)

El día que las campanas dejaron de sonar


Recuerdo muy bien ese veintinueve de abril, el veintinueve de abril más cuerdo de mi existencia, no sólo porque tuve un conflicto interno que por poco me empujó a suicidarme, sino porque el tranquilo equilibrio del pueblo se desmoronó desde primera hora de la mañana. Todo comenzó cuando un suceso inusual alteró nuestra rutina: a las diez de la mañana, un estruendoso silencio nos dejó perplejos a todos. Por alguna razón que a día de hoy nadie ha logrado entender, las campanas de la iglesia no sonaron cuando tenían que hacerlo.
Ruptura de la normalidad.
Me acuerdo de que miré el reloj de la cocina y me pregunté si se había adelantado o es que yo estaba loco. Pero el silencio ensordecedor que venía de la plaza me indicó que no era sólo problema mío.
Salí de casa con el delantal puesto y el plato de sopa aún en las manos. Estaba caliente.
Afuera todos miraban hacia arriba. Al mirar a mi alrededor me di cuenta de que un gesto común de perplejidad se había fotocopiado en todos los rostros. Y bien, pensé, al campanero se le ha pasado la hora de tocar las campanas… era extraño, sí, pero no era para tanto, ¿no?
Hasta que miré hacia arriba como todos los demás y fue entonces cuando tragué saliva y el plato tembló en mis manos. Ninguna de mis suposiciones podía haberme preparado para ese momento, salvo tal vez las más absurdas a las que nunca presto atención por tener el volumen demasiado bajo. ¿Habrían cambiado las cosas en mi vida si no lo hubiera hecho, si hubiera escuchado a una voz imaginaria que desde el fondo de mi mente me advertía que si levantaba los ojos vería que el paso del tiempo había abandonado tanto al viejo campanero como a las campanas, que las leyes de la naturaleza se habían roto durante unos instantes? No lo sé. Desde ese día siempre he creído que las preguntas que empiezan por “qué habría pasado si” tienen tanto sentido como la sopa.
Pero miré, sin esperar ver nada raro, precisamente por esa falta de imaginación que estuvo a punto de arruinar mi cordura, y no pude reprimir un grito al ver las campanas, que parecían moverse pero se habían quedado inmóviles, y al campanero, que parecía convertido en una en una estatua colgada del cielo, como si el universo lo hubiese congelado antes de llegar al suelo de la calle. Quise rehuir aquellos ojos aterrados que no podían cerrarse y refugié mi mirada en el plato de sopa. Pero la luz del sol jugaba a bañarse en el caldo para destrozar mis nervios, ya que esbozaba un tembloroso reflejo de la sombra del campanero y sus campanas.
Aquello duró varios minutos. No hay nadie aún que sepa decir cuántos fueron, aunque se han hecho investigaciones y se nos entrevistó a todos los que estuvimos allí… nadie lo recuerda. Y es que el tiempo realmente se había detenido con las campanas, como si alguien le hubiera dado permiso al tiempo para hacer semejante cosa.
La razón por la que en ese momento me di cuenta de que la sopa no tenía sentido fue que no respetaba aquella obligada quietud. La muy maldita se movía. Yo hacía lo que podía para no mover más que los ojos, temeroso, como todos mis vecinos, de que cualquier movimiento brusco pudiese alterar el inestable equilibrio del universo, y la sopa en cambio había elegido precisamente ese día para moverse. Había un tsunami dentro del plato. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que la causa de aquel maremoto sopino no era otro que la imagen del campanero dentro de ella. Retiré la mirada, temblando.
Arriba, en el cielo, el campanero y sus campanas seguían inmóviles y mudos. Pero su vida hacía ruido dentro de mi plato de sopa, que no paraba de salpicar e incluso si prestabas mucha atención te parecía oír campanadas muy leves dentro de él.
Podía sentir los ojos de mi vecina de al lado clavados en mí intentando matarme. Como si no le cayese bastante mal ya, ahora encima era culpa mía (o más bien de mi sopa) que aquel momento de perplejidad general no fuese tan solemne como debía. Pensé que si sobrevivíamos a ese día todos se pondrían de acuerdo para desterrarme o algo peor. Ni que fuera mi culpa que el campanero hubiese decidido congelar el tiempo e irse a vivir dentro de una sopa.
En ese momento la voz del señor Cornelio, el marido de mi vecina, retumbó en mis oídos. En serio, la voz de ese hombre era la representación física de una orquesta desafinada.
-Si no dejas quieta tu maldita sopa, Mckenzie, juro que después de esto iré a tu casa, te mataré y me haré un colgante con tus orejas.
Aquel fue precisamente el momento en que se me ocurrió la idea de suicidarme. No era exactamente una idea desesperada, sino lógica. Al fin y al cabo, no tenía ninguna opción de sobrevivir si el señor Cornelio quería matarme; ese tipo era pirata en sus tiempos mozos, y no precisamente de los que se suben al palo mayor a cantar “una botella de ron”. Sobre todo teniendo en cuenta que yo no podía hacer absolutamente nada para detener la locura de mi sopa y considerando que el campanero era el hijo del señor Cornelio y por lo tanto éste debía estar muy confundido y enfadado. Y tampoco me seducía la idea de que mis orejas pasaran a formar parte de la bisutería particular de mi vecino.
Y aquí es donde daré mi propio punto de vista sobre las cosas. Yo no soy el mejor cocinero del mundo, ni siquiera consigo que me salgan bien las cuatro recetas que heredé de mi madre, pero si hay una cosa que tengo clara sobre gastronomía es que las comidas que hago no son para otra cosa que comer. ¿Es mucho pedirle a un plato de sopa que te sirva de alimento? Sin embargo, ahora ya no podía hacerlo. Estaba claro que nunca podría tomarme una sopa donde se habían alojado el alma de un joven y la música de sus campanas. Es más, aquella experiencia probablemente me impediría volver a probar la sopa durante el resto de mi vida.
Me dieron ganas de llorar, no sé muy bien si era porque nunca podría tomar sopa, o porque el caldo que salpicaba desde el plato me quemaba las manos, o porque todos a mi alrededor lloraban (esa manía que tenemos de llorar cuando no entendemos algo), o porque el señor Cornelio quería matarme y cortarme las orejas. En cualquier caso, me aguanté. Porque si lloraba, mis lágrimas caerían en la sopa, y sólo eso faltaba.
Fue entonces, y no antes, como dicen los muchos que se empeñan en adornar mi biografía, cuando escuché la voz en mi cabeza. Ésta no se parecía en nada a la del señor Cornelio, pero me resultaba familiar.
“Mackenzie, soy yo”.
Qué esclarecedor, recuerdo que pensé. Y es que a un hombre que ha perdido la confianza en la sopa, que tiene el alma de un campanero en el plato y que oye voces en su cabeza lo último que le apetece es tener que descifrar identificaciones absurdas como esa.
“Tienes que disculparme. Sé que esto debe ser muy incómodo. Pero necesitaba hacerlo, necesitaba una última oportunidad antes de morir. Necesito tu ayuda, Mackenzie. Te prometo que saldré de tu plato de sopa, terminaré de caer y las campanas volverán a sonar cuando alguien tome el relevo. Pero tienes que hacerme un favor”.
Comprendí entonces que la voz era la del joven campanero, y sentí que un hormigueo recorría todo el camino de mi columna vertebral. Será posible, pensé, hoy es uno de esos días en que debería haber hecho caso a mis instintos y quedarme en la cama. Pero no, por una vez que decidía hacer las cosas bien resultaba ser el mundo el que estaba cabeza abajo. Y no sólo porque ésa era la posición en que se encontraba el chico.
También se me ocurrió que si el señor Cornelio se enteraba de que me estaba hablando el fantasma o lo que fuera de su hijo a lo mejor no se conformaba con cortarme las orejas. Por eso permanecí inmóvil, aunque la sopa seguía quemándome las manos y me pregunté por qué el campanero no dejaba de tocar las narices y al menos paraba de salpicar. Y en ese instante, la sopa se detuvo.
“Lo siento” volvió a silbar su voz en mi cabeza. “Lo hacía para llamar tu atención. Mackenzie, dile a mi padre que lo siento, que estaba equivocado y que fui injusto con él y con mi madre. Necesito que lo sepan. Pero sobre todo, diles que fue un accidente. Estaba tocando una melodía nueva y resbalé; no quiero que piensen que me tiré yo mismo por las cosas que nos dijimos cuando me fui a vivir al campanario. Díselo, Mackenzie. Te aseguro que mi padre no va a matarte ni a cortarte las orejas”.
Le habría dicho al campanero que no diría lo mismo si hubiera sentido el mismo escalofrío en las orejas que yo cuando oí las palabras de su padre, pero me negaba a establecer un diálogo con un fantasma. Además me parecía un poco maleducado hablarle de sentimientos a alguien cuyo cuerpo estaba a punto de estrellarse contra el suelo.
“Y no llores, Mackenzie”.
Tardé un par de segundos en reaccionar ante sus palabras, y fueron suficientes para silenciarme. No sé si habría cambiado mi decisión de no hablar si el campanero me hubiese dado más tiempo para pensar, para cerrar mis ojos ocultando las lágrimas, incluso, quién sabe, para preguntarle cómo se veía el mundo desde el lugar donde él estaba. Pero sólo tuve dos segundos. Y al llegar el tercero, todos observamos sobrecogidos cómo el cuerpo del campanero se descolgaba del aire, caía y se golpeaba contra el suelo de piedra. Al mismo tiempo, sobre nosotros resonó el último tañido de las campanas. Ése fue el comienzo de un silencio aún más atronador que el que habíamos guardado mientras el tiempo había detenido su curso.
Y yo solté el plato de sopa, y éste se quebró en pedazos y el caldo me mojó los zapatos. Y eso fue todo. Un anciano que estaba de pie a mi lado me miró con una ceja arqueada. Le dije que la sopa no tenía mucho sentido, pero no me entendió. Aunque lo culpo; quizá lo culpe el día que yo mismo lo entienda.
En aquel momento, que no tenía forma de momento, sino de uno esos sueños de los que apenas recuerdas unos segundos, luchaba con la confusión y no sabía muchas cosas que sucederían con los años, ahora que el tiempo había retomado su curso y dejaba atrás los sucesos del pasado que a nosotros nos afectaban en el minuto presente. No sabía, por supuesto, que aquellas circunstancias serían el punto de partida de muchos cambios, y que si hubiese podido echar una mirada al futuro habría visto a mis hijos realizando el trabajo del campanario, haciendo sonar el canto de las eternas testigos del pueblo, y me habría visto anciano, a punto de abrazar a la muerte, poniendo el punto final a esta historia que pensé en transmitir al mundo por si a alguien le interesaba, y habría visto a mi vecina, la madre del campanero, arrancando las malas hierbas que crecían alrededor de las tumbas de su hijo y su marido, llena de arrugas y también esperando con una sonrisa paciente el mismo abrazo que yo: el que por fin volvería a reunirla con ellos. Quizás el campanero podría habérmelo mostrado antes de abandonar mi plato de sopa y dejarse morir, pero mis ojos no estaban preparados para ver estas cosas, así como muchas otras que no relataré aquí para que el tiempo que me queda me permita terminar. Pero lo que realmente importaba en aquel momento, lo que golpeó mi conciencia cuando me di la vuelta  sobre mis pies mojados y vi los ojos llenos de lágrimas del señor Cornelio, fue que me di cuenta de que había recaído en mí un deber más importante de lo que me había imaginado, y me arrepentí en el acto de haberme quejado interiormente de lo que había hecho el campanero y que hasta ese instante sólo yo sabía, porque aquellas lágrimas quemaban las mejillas del señor Cornelio mucho más de lo que el caldo había quemado mis manos unos minutos antes. Y comprendí que aquel mensaje que el campanero, antes de morir, me había rogado que le diera a su padre tenía un propósito especial para la transformación que con el tiempo tendría lugar en el alma del antiguo  pirata. Y eso, al fin y al cabo, tenía mucho más sentido que la sopa.

Pincelada de tinta
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 30, 2011, 18:18:33 pm
(http://www.aragob.es/edycul/patrimo/etno/garita/dibujos/dibujo5.jpg)

MUROS


Hemos creído, juntas, en el sosiego
[y también en el lamento.
Ahora recuestas la cabeza sobre mis manos
y apuestas cualquier cosa a que todo podría ir peor.


Sara ha muerto en Viena. Quiero creer que no estaba sola, que al menos le acompañaba el profesor de música del que me hablaba en su último correo electrónico, hace ya dos meses. Me cuesta unos minutos asimilar que no volveré a escuchar su risa alocada, la que en otro tiempo excitaba mi malhumor y preludiaba los gritos.
Aún tengo en la mano el auricular del teléfono –ha sido la policía quien me ha comunicado la noticia- y me dispongo a hablar con Emma. Subo despacio las escaleras hasta el dormitorio y desde el umbral de la puerta contemplo su figura recostada.
—¿Quién llamaba? –se oye su voz adormecida. Por un momento reconozco la voz de Sara, un rasgo que ambas hermanas compartían. Era difícil diferenciarlas por teléfono, aunque luego, de carácter, resultaran ser totalmente opuestas.
Me acerco a la cama y me siento a su lado. Emma se incorpora, leo la inquietud en sus ojos.
—Sara ha… —empiezo a decir, pero me callo. Emma adivina el resto al ver el brillo de las lágrimas.
En una hora ha tomado el control de la situación. Prepara una maleta con lo indispensable, y arrancamos el coche sin despedirnos de nadie. Apenas charlamos durante el viaje. Emma conduce las primeras horas hasta que entramos en Francia y hacemos un alto al llegar la hora de la comida. En la cafetería yo devoro un sándwich tras otro y pido una segunda coca-cola. Ella sólo le ha dado un mordisco al suyo, y permanece con la vista baja.
—¿Te arrepientes? –dice Emma de improviso. Olvido la comida un instante para enfrentar sus ojos. Nunca creí que le oiría preguntarme eso.
Por supuesto, lo he pensado muchas veces. Durante las interminables peleas con Sara, su hermana Emma siempre aparecía como por ensalmo, inundando mis sentidos con su aura pacífica, con la promesa silenciosa de una vida estable y tranquila, sin sobresaltos. Precisamente lo contrario a lo que en ese momento era mi matrimonio con Sara. Terminé por ceder al constante reclamo de Emma.
Sara me hizo una última gran escena al enterarse y se fue a Viena con la excusa de un lectorado. Cortó toda comunicación con su hermana, pero a mí me escribía con cierta frecuencia. Le gustaba zaherirme y yo releía sus correos electrónicos dos, tres, diez veces. Me has destrozado la vida, escribía Sara. Mi hermana jamás me hubiera traicionado. Éramos uña y carne. Has debido seducirla con todas tus artes.
En la cafetería, Emma continúa aguardando mi contestación. Podría responder con otra pregunta: “¿Por qué la envidiabas tanto?”, pero decido callar. Cada hermana construyó su propio muro para ignorar la realidad y yo no soy nadie, nunca he sido nadie, para hacérselo entender a ambas.

Blue
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 01, 2011, 15:58:16 pm
(http://www.unla.edu.ar/rectorado/direcciones/dryc/espaciodearte/artistas/muestra78/hombre%20bajo%20su%20sombra_gde.jpg)

EL CAMELLO Y MI ABUELA


El hombre totalmente desnudo permanece de pie en su habitación, con una expresión carente de vida en el rostro.Se  balancea imperceptiblemente, mientras balbucea una salmodía.
     En la sala, vacia de todo mobiliario y elementos decorativos, sólo las cuatro paredes, flota algo mágico,algo siniestro:  lo noto en mis tripas y siento escalofrios.
      Ajeno a todo, ni siquiera ha  notado nuestra presencia,sigue con sus cantos y horrorizada veo que está  depilado, incluso cejas y pestañas;se ha arrancado las uñas y unido a su extrema delgadez y unos ojos vacuos , de un verde amarillento  forman una figura trágica.
     Con un gesto de mi acompañante nos retiramos en silencio; hay algo más que un pobre chiflado, le digo; lo noto por la desazón y angustia que tengo y, además mi instinto de periodista me dice que algo se me escapa.
      Mi amigo, el doctor Peio Sola,me coge del brazo, volvemos sobre nuestros pasos y al acercarnos a la habitación me susurra: fijate bien. El individuo sigue en su mundo, pero de repente la verdad estalla ante mí. ****, exclamo, no tiene sombra y por fin comprendo mi sensacion  de desasosiego por lo desconocido.
        Ya en su despacho, recelosa, pregunto: ¿es verdad lo que visto? ¿ no tiene sombra? Mi
amigo asiente y me cuenta su historia.
      Lucas, asi se llama , vino hace dos meses. Su familia estaba desesperada  y era su última esperanza.Me contaron que era un triunfador y todo le sonreia: familia, negocios, amigos; lo tenía todo.
    Hace un año volvió de un viaje totalmente cambiado;contó que al llegar a la habitación del hotel, cogió la Biblia del cajón de la mesilla y la abrió al azar. San Mateo le advirtió :Es más fá
cil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos.Le
impactó sobremanera e inició un proceso de renuncia a sus bienes. Achacaba todo a su mala sombra  y ,aunque los médicos insistian en problemas mentales, la familia notaba una deriva mucho más peligrosa.Por fin, un infausto dia les sorprendio anunciandoles un pacto con el maligno, cambiando su sombra por la ausencia total de deseo. Horrorizados, acordaron que ingresara en mi institucion.
Desde que está aquí su deterioro fisico es imparable;no podemos hacer nada, salvo evitar que se siga anulando;no siente,no padece, no tiene ninguna necesidad; siempre en vigilia y consumiendose  con absoluta indiferencia.
     Nunca he conocido una obsesión semejante y un deseo de autodestrucción como el de Lucas ; Julia, te ruego, no publiques nada;acarrearias un monton de imitadores y harías daño a la familia que bastante ha sufrido.
    Dejemos morir a este pobre orate en  su trágico delirio y a salvo de curiosidades morbosas.
   Me despido de mi amigo y vuelvo a la ciudad, no sin haberle prometido no publicar nada.  ¿Cuántos seres martirizados por sus temores conviven con nosotros ,me pregunto.
     Revolviendo entre los manuscritos  que escribio mi abuela, Julia, ya fallacida, encuentro este singular relato.

CORPUS MOLINET
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 01, 2011, 21:31:24 pm
(http://blog.rvburke.com/wp-content/uploads/2008/05/constant-nino_pintando.jpg)

Muchachas sobre un césped de amapolas


Se lo dije bien claro:
—Marcos, tú siempre serás fotógrafo. Quítate de la cabeza todas esas ideas.
—No es por mí, Abelardo.
   Si me hubiera hecho caso…
A los doce años me di cuenta de que algo pasaba en su cerebro. Una tarde, después de salir de la escuela,  fuimos de excursión por el campo con mi tío Honorio, que acababa de llegar de Portugal.   En la cartera de Marcos Vinuesa nunca faltaban  el plumier con colores Alpino, lápiz, sacapuntas, goma de borrar, un cuaderno de hojas en blanco y el catecismo lleno de estampas. Cuando se aburría en clase copiaba las caras de los santos y luego me las pasaba.  Mi tío Honorio nos dejó junto al río para ir a…, bueno, a eso. Marcos sacó el bloc y se puso a dibujar el paisaje, le dio por ahí. Cuando me lo enseñó di un grito: parecía que las nubes, los árboles, el camino y el  Guadiana se hubieran estampado en el parabrisas de un autobús.  Mi tío llegó subiéndose la bragueta.
—¿Qué pasa, Abelardín?
Dije que me había picado una ortiga para no alarmar a nadie con lo que acababa de descubrir.  Cuando volví a casa, busqué la caja de las fotos.  No hay ni un solo palmo del trozo de río que le toca al municipio en el que no haya posado algún familiar. Tienen una fijación…
—Cópiala –le ordené a Marcos al día siguiente en clase de geografía.
Él siempre ha sido dócil y yo  mandón,   por algo me hice jesuita.  Duré poco. Me pasa como a Marcos: entre la vida en comunidad y yo existen ciertas  incompatibilidades. Ambos somos solitarios.  Nos entendíamos bien por eso…, y por otras cosas.   
   La diferencia entre  el primer dibujo de Marcos y el segundo era brutal. Mi abuelo Secun, que en paz descanse,  aparecía varado  en medio de la chopera con su sombrero de paja. Todo lo demás estaba en su sitio:   las nubes  arriba, flotando, el camino abajo, como debe ser, hundiéndose con profundidad en la lejanía, lo mismo que el río,  y en los árboles de la zona intermedia se notaba la distancia entre  ramas.  Tras años de reflexiones he llegado a la siguiente conclusión: Marcos es como los Simpson,  un genio, pero en  2D.  Su mundo  está  hecho a base de  láminas. Cuando sale de  lo plano para meterse en lo largo, lo ancho y lo alto ya la hemos fastidiado. Por eso se hizo fotógrafo. Dicen en el pueblo que sus trabajos son demasiado estáticos,  pero es que él no entiende las cualidades de lo animado. Ya lo decía Alfonso Guerra: quien se mueve no sale en la foto.
Podría haberse conformado  siendo  fotógrafo: en Villoslada del Guadiana no había otro. Pero no fue así. Le tiraba más el olor a trementina,  a aceite de lino y a aguarrás del baño de paro que utilizaba  como fijador. Su pintura al óleo seguía teniendo las mismas virtudes y defectos que cuando utilizaba los lápices de colores Alpino: era un  2D que necesita soporte 2D, formato 2D  e inspiración 2D. Y qué mejor  2D que el arte envasado en plano de los grandes pintores. En eso Marcos rondaba la  perfección. Vamos, que si te enseñaba su Infanta Margarita, no sabías si la había pintado él o Velázquez.  Quién tuvo la idea de llamarle Marcos dio en la diana.  Era un   okupa  de pintores. 
Y tenía razón al decir que su madre  le había complicado la vida. Caray con  señora Isolina, mira que era pesada.  A mí no me podía ni oler, decía que era retorcido. ¿Retorcido yo? En qué cabeza cabe.  Lo que le picaba era lo otro.
—Un Murillo como este tendría que  ir al Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Doña Isolina era sevillana y en la cuenca del  Guadalquivir  la tierra  tira mucho. Los del Guadiana somos más desapegados.
—Imposible. El bueno está en  el  Prado, y todo el mundo lo conoce.
—No importa.
—¿Cómo que no importa?  ¿Y qué harán cuando se enteren? ¿Darme una medalla?
No había manera de que lo entendiera. Su razonamiento  no podía ser más simple:  si nadie salía perjudicado, ¿por qué no?
  Marcos hizo una sugerencia  razonable dentro de la irracionalidad de aquel encargo, pero totalmente desastrosa para mí.
—¿Y Curtney?
El pensamiento de que tendría que decir adiós a las “Muchachas sobre un césped de amapolas” por culpa de doña Isolina despertó mi úlcera duodenal. Quienes la padecen saben bien a qué me refiero. El ácido clorhídrico empieza a subir, y corroe, y corroe, y los malos pensamientos se agolpan en el cuello, que es un mal sitio para los pensamientos, porque de allí bajan  al corazón con mucha facilidad, o a los brazos, y ya le hemos liado. Aquellas muchachas indolentes que sesteaban en una tarde de verano alimentaban todas mis fantasías, y eso es decir mucho.
Menos mal que doña Isolina dijo que no, que  no y que no,  que la Inmaculada Concepción de Murillo. Suspiré de puro alivio, aunque poniendo cara de hay que tener…,  paciencia, Ave María Purísima. Era obtusa doña Isolina, puntiagudamente obtusa.  Más barroca que una mantilla de encaje pero terca, un adoquín.
—La beatísima Virgen María fue preservada de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente….
No sé por qué  doña Isolina se molestaba tanto en explicarle los dogmas. Sabía de sobra que para Marcos lo único importante era que Ella flotaba entre nubes con su vestido blanco de hilo almidonado; que los pliegues de su  túnica azul hacían ondas de agua; y que la luz le salía de dentro. Marcos se lo había explicado mil veces: los pliegues de una tela, o su transparencia, o el color de la piel, todas y cada una de esas “casualidades” eran  más difíciles de pintar que los ángeles que pululaban alrededor como si fueran abejorros.
Doña Isolina murió, y cuando Marcos leyó sus últimas voluntades por poco la palma también.
—¿Qué me dices, Abelardo?
Respondí sin engaños pero con diplomacia. Hay cosas que no se  pueden  decir a un buen hijo de su santa madre.
—Que no tienes ninguna posibilidad de hacerla feliz, si es que las almas puras como la de doña Isolina  no lo son ya en el seno de Dios celestial, amén.
—¿Y si lo intento en otro sitio menos conocido con “Curtney”?
Marcos volvía a perforar mis huesos con un berbiquí; y una vez dentro hurgaba en las terminaciones nerviosas de la médula espinal. ¿Por qué le había entrado esa fijación por Curtney? Hasta que  surgió el capricho póstumo de doña Isolina ni siquiera se acordaba de su existencia. Las tres hijas de Zeus vestidas de campesinas  estuvieron años y años en un rincón de su estudio sólo para mí. Yo era el único que las sacaba de su escondite, que limpiaba el polvo caído sobre  su gama de  verdes primavera moteados con puntos rojos o en el azul nimboso de su cielo. Era un cautivo de esas  tres  gracias desdibujadas que aparecían en el lienzo,  Aglaia redonda e inocente,  Efrósine lésbica y maternal,  y la brillante Talía que se  abandonaba en la lectura. Que por   “generosa donación de la difunta doña Isolina”  un museo de tres al cuarto se  quedara con toda esa belleza  me parecía trágico, la verdad.
—Dedícate  a la fotografía y déjala descansar en el limbo de los justos,
Pero a él le remordía la conciencia.
—Es mi madre, Abelardo.
—A ella no le gustaba Curtney. Y sólo quería Sevilla.
—Eso es cierto, pero se podría hacer algún arreglo intermedio. Si me echaras una mano…
¿Qué  hacer?, un amigo es  como un lunar: no se quita ni con jabón. Y a lo mejor incluso éramos bastante más que amigos.  Corría la voz de que mi madre y don Nicomedes… Ser hijo de una madre soltera que se llama Preciosa  tiene sus peligros. Y don Nicomedes Vinuesa, a pesar de que se había casado con doña Isolina,  tonto no era. 
—Vaaaale…  Pero antes busquemos sendos sucedáneos para el qué y para el dónde. Hasta las aldeas tienen museo hoy día.
La primera vez que Marcos se  probó la sotana, sus pasos iban acompañados por un crótalo de tejidos en colisión. Un escándalo, vamos.  Me recordaba al Padre Timbre, que cada madrugada   recorría los pasillos del convento  haciendo de despertador.
—¿Cómo  aguantaste tantos años en el seminario?
Téngase en cuenta que Marcos debía asimilar los rasgos que acompañaban al talar de los consagrados,  sentirse cómodo dentro del estandarte teológico de la Santa Madre Iglesia en una sociedad materialista y secularizada. Y le costaba.
Practicamos en la parroquia de Villoslada, eso sí, de noche, sin que nadie nos viera. En la oscuridad de su nave central, ungido con el agua bendita de la pila,  Marcos tenía que vestirse   también con el luto de la obediencia y de la castidad. Hay que  cuidar todos los detalles.
—¿Y qué le digo?
—Que eres el Padre Colmena, Sacerdote Jesuita. Tiéndele la mano con majestuosidad de Papa Negro. Así…
—¿Y luego?
—Se quedará  mirando, primero los treinta y tres botones de hueso  de la sotana, luego los cinco de cada una de las bocamangas y por último, siguiendo una línea ascendente oblicua, llegará  hasta el alzacuellos y el pin de la orden.  Para entonces ya estará impresionado.
—Pero habrá  que entrar en harina… ¿Cómo habla un jesuita?
Como yo, podía haberle dicho. Pero el sonido era una de esas cualidades ondulatorias 3D que a Marcos le costaba asimilar.
—Utiliza el plural mayestático, acojona bastante. “Nos  estamos interesados en el arte de la pintura. Nos sabemos bien que la defensa de la fe y la cultura pasan por el diálogo  con las vanguardias”.   Tiene que quedarse con la idea de que detrás de ti está la Compañía de San Ignacio al completo.
—Con eso  solo no se entera de qué va la cosa.
—Paciencia. Y si te dice “monseñor” o “excelencia” o  “ilustrísima” o algo que te suene a obispo, continúas. “Nos  creemos que los bienes deben ser compartidos. Mi madre acaba de fallecer. Nos pensamos que una de sus pertenencias debería acabar en este museo”.
—No puedo, Abelardo. ¿Por qué no vas tú en mi lugar? Conoces el ambiente, mientes muy bien y además nos parecemos mucho.
No me  sentó bien que lo dijera tan a las claras, la verdad, sobre todo por mi madre, que aún estaba viva y que,  a pesar de sus defectillos, era cien veces mejor que doña Isolina. Y tampoco  me sentía yo correveidile de un posible hermano bastardo,  por mucho que el susodicho fuera un genio en 2D. Hice lo que Marcos me pedía, pero a mi manera,  en calidad de Comisionado de la Orden para la Difusión del Arte y la Cultura. Empecé la tarea  de forma humilde,  por lo bajo, aunque manteniendo siempre la dignidad. Primero  coloqué dos dibujos “de Disney”, uno  de Goofy y otro del pato Donald, en Fraga del Pernilico, un pueblo del Bajo Aragón;  fue un éxito.
—¿Te has acordado del cartel?
—No se llama cartel, se llama leyenda. 
Era la parte del encargo que menos me gustaba. Eso de tener que echar flores a doña Isolina…
Luego pasamos a la donación de un “Jacob Miller” espectacular,  indio a caballo, pradera reseca, tonos rojizos del atardecer…, contentísimos de pusieron los alcarreños. Abandonar el paisaje mallorquín de “Ciriaco Párraga” en la provincia de Lugo por la “generosidad” de doña Isolina me costó algo más, la verdad. Pero la parte técnica de la negociación cada vez me resultaba  más fácil. Le cogí el tranquillo.
Marcos estaba muy agradecido.
—He pensado hacerte un regalo –dijo un día.
Imaginé que el elegido sería “Curtney”. Cada tarde, después de comer, iba al estudio de Marcos y echaba  la siesta  con las buenas carnes de mis Cárites, Aglaia, Efrósine y Talía,   en cueros todos sobre un césped de amapolas. Y Marcos lo sabía.
—¿Si? –dije henchido de gozo.
Hay que tener mucho cuidado con los pre-agradecimientos.
—Te regalo la Inmaculada Concepción.
No tengo nada en contra de Murillo, ahora bien,  en esa etapa secularizada de mi vida  prefería  muchachas  expuestas a todo tipo de pecados. 
—¿Y “Curtney”? –balbuceé con la esperanza de que se produjera el giro.
—No hombre, no, ese es para Molinos de Ruidera. No hay ningún peligro: nadie en Castilla La Mancha conoce a Curtney. Decidido: para ti la Inmaculada. Así  te acordarás siempre de mamá.
—Pero es que  no me cabe en ningún sitio.
¡Medía casi 3x2!
—Ya verás como le encuentras acomodo.
Eso no se le hace a Abelardo, no señor. 
—Bueeeeeno.
Lo sentí por  las buenas gentes de  Molinos de  Ruidera, nada más. Pobres. La felicidad sólo   les duró dos meses, lo mismo que a Marcos. Pero qué dos meses. Y si no que se lo pregunten al párroco.  No daba abasto repartiendo  estampas de “su” Inmaculada Concepción.

mjrivera
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 01, 2011, 22:10:46 pm
(http://www.strambotica.com/blog/data/upimages/Durmiendo.jpg)

Y de repente, silencio


Frente al espejo cojo el cepillo de dientes y el tubo de dentífrico, echo un poco sobre los pelos blancos del cepillo rojo y me froto enérgicamente los dientes y muelas por unos minutos. Me enjuago la boca y me incorporo para mirarme al espejo. Instintivamente abro la boca y los dientes blancos me iluminaron. Tras la última orina del día, tiro de la cadena (que ya no es cadena sino botón sobre la cisterna del inodoro), me lavo las manos con la pastilla de jabón verde que descansa sobre el lavabo y salgo del baño apagando la luz. Con mi pijama de rayas y las zapatillas de casa puestas me acerco hasta la cama donde destapo el nórdico a juego con las cortinas y me meto en ella. Antes de apagar la luz de la mesilla compruebo que todo esté en orden, la ropa del día siguiente preparada sobre la silla, la persiana con unas pequeñas rendijas por la que pueda entrar algo de luz, mi vaso con agua junto a la lamparita de noche, la puerta del cuarto de baño cerrada y los monstruos de la noche encerrados en el armario para que no molesten en los sueños de la oscuridad.
Y tras apagar la luz, el oído comienza a trabajar agudizando todo ruido oíble. El vecino de arriba arrastra la silla del ordenador para levantarse, el vecino de al lado tira de la cadena después de su último orín, el del otro lado tiene la televisión con el volumen un poco elevado y el de más allá discute con su mujer  mientras el de un poco más allá ronca como una motosierra. Cierro los ojos, respiro, me acomodo, abro los ojos, respiro, cambio de postura, cierro los ojos, respiro, la rutina de siempre.  Y de repente; silencio.

Inda
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 13:25:47 pm
(http://carlosprieto.net/wp-content/uploads/2009/10/240.-Cuentista.JPG)

OYENDO POR ALLÁ Y ESCUCHANDO POR AQUÍ…


Un día me preguntaron si era un “Cuentista”…, ¿Qué les iba a responder?...
No sabía si me lo decían por contar cuentos y chismes y, murmurar metiendo ci-zaña…, -cosa que no había hecho en mi vida- o, porque escribía cuentos, relatos y breves narraciones…
Y pensé:
“El “Comediante”, es un actor o una actriz y, no por eso es persona que aparenta lo que no siente”...
 “El “Payaso”, es un titiritero que hace de gracioso y, no por eso es persona alegre de cascos, ridícula o, necia”...
“El  “Cómico”, el que pertenece a la comedia y, no por eso es persona jocosa que provoca que se rían de él”...
Y por fin les respondí:
- Sí…, Soy un “Cuentista” que escribe “Cuentos cortos”…, y narra rondallas, pequeñas historias, proverbios o adagios de dichos agudos, anécdotas  breves con algu-nos refranes,…de un suceso real o de  pura ficción, para entretener o, quizá divertir…, pero no soy un ”Cuentón”.
Y me preguntaron:
 - Que es un “Cuentón”. ¿Uno que escribe “Cuentos largos?” .                                                           
- No…, los cuentos largos, son asuntos que hay mucho que decir…, esto no viene “a cuento”:
Un “Cuentón” es un “cuentista chismoso”, que  cuenta “cuentos de viejas”, que sólo se pueden tener por falsos, pues son rumores, patrañas y enredos, o son quimeras, engaños y fábulas inventadas, cuya ficción artificiosa, encubren la verdad.-
Para escribir un relato, sólo hace falta unos momentos de imaginación, -una no-vela ya es otra cosa-, hace falta muchos momentos de trabajo.
Sin muchas correcciones, intento –“para que no se pierda esa ráfaga de aire fresco que el lector necesita para echar a volar”-, que en mis cuentos todo se vea y, que con el tiempo y el espacio justo, no sobre ni falte nada…
Antes de empezar, no se como va a terminar…
Desde hace tiempo he creído que cualquiera puede acertar con un primer cuento, pero pienso que hasta que no haya escrito muchos, no podré probar que soy de verdad,  “un cuentista”…
           Ahora os quisiera contar estos tres:
1.- “DON RIJOTE DE MENORCA”.-
“Oyendo por allá y escuchando por aquí… Me dijeron que una vez, -hace mucho tiempo-, había en un lugar de Menorca, de cuyo nombre no puedo acordarme, un “hi-dalgo de los de lanza y escudo antiguos, rocín flaco y galgo corredor”…
   También era “nuestro” hidalgo menorquín, de “constitución recia, seco de carne, delgado, gran madrugador… Los ratos que estaba ocioso, -que era la mayoría del año-, se dedicaba a leer libros de caballería, con tanta afición y tanto gusto que se olvidó… casi de todo”…
   “Se enfrascó tanto en la lectura de estos libros, que se le pasaban las noches le-yendo, de claro en claro, y los días, de turbio en turbio. Así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de modo que vino a perder el juicio. Se le llenó la fantasía de todo lo que leía…y, le pareció conveniente y necesario, para el aumento de su honra y el servicio de su patria, hacerse caballero andante”.
   “Puesto nombre a su caballo, -al que llamó “Pocinante”-, quiso ponérselo tam-bién a sí mismo…, decidió llamarse “Don Rijote” y, como buen caballero… llamarse “Don Rijote de Menorca”, con lo que, a su parecer, indicaba muy claramente su linaje y su patria”…
“Una vez limpias sus armas, arreglada su armadura, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo como caballero andante, decidió que no le faltaba mas que buscar a una dama de la que enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto o, cuerpo sin alma…. Vino a llamarla “Pulcinea del Foboso”, un nombre a su parecer, melodioso, exquisito y significativo”…   
   “En este tiempo, solicitó Don Rijote a un labrador, vecino suyo, hombre de bien   –si es que este título se puede dar al que es pobre- pero de muy poco juicio… que se dispusiese a ir con él de buena gana…y, ganase alguna ínsula y le dejase a él como gobernador de ella… El pobre labrador, “Pancho Sanza”, -que así se llamaba-,  decidió irse con él y servirle de escudero… y, llevar un asno muy bueno que tenía, porque él no estaba acostumbrado a andar mucho de pie”… 
          Pasó el tiempo y, un día en el campo, divisando unos monumentos megalíticos, le dijo:
-“Amigo Pancho Sanza”. Con estos “desaforados gigantes, pienso pelear y quitar-le a todos las vidas”.
   - ¿Que gigantes? -dijo “Pancho Sanza”.
   Aquellos que allí ves -respondió su amo-, de los brazos largos….
   - Mire vuestra merced –respondió “Pancho”- que aquellos que allí se ven no son gigantes, sino “Talaiots y Taules”… y los barcos de los que me habla…, eran unas “Navetes”…
   Espoleó a su caballo “Pocinante”… sin escuchar… y, iba diciendo con grandes voces:
   - No huyáis, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
   Diciendo esto y encomendándose de todo corazón a su señora “Pulcinea”… bien cubierto con su escudo, empuñando su lanza, arremetió a todo galope de “Pocinante” contra el primer “Talaiot” que tenía delante: y, dándole una lanzada… -con tanta fuerza, que hizo pedazos la lanza-, chocó  y rebotó…  el caballo y el caballero, que fue rodando por el campo, muy maltrecho…”
   Como este es un “cuento corto” y, -no una segunda historia-, dejo pendiente de terminar de contar, ésta y otras muchas hazañas de “Don Rijote de Menorca”…, ese otro famoso caballero, que al final de sus días,  tampoco estaba tan loco…

2.- “LOS FOFOLIOS”.-
Oyendo por allá y escuchando por aquí… Me dijeron que una vez había un hom-bre llamado Nisé, que no sabía que “fofolios” le decían…
   Le dijeron que su amigo Abundio era un fracasado, que estaba más seco que el moco de una momia, que hacía días que no comía, no bebía, no dormía y… pensó: ¡se le abran estropeado los fofolios!.
   Nisé pensó, que un fracasado es alguien que ha cometido un error, sin ser capaz de convertirlo en experiencia…. Si no come, no bebe y no duerme…, ¡lo que tiene es mucha hambre, mucha sed y mucho sueño!….¡Vaya fofolio¡.   Y al atardecer, se fue a pasear por la playa, con una calma budista, sin saber que fofolios pensar. 
   - Mañana, -se dijo-,  iré a ver a Abundio y que me explique  que fofolios le pasa.
   Al día siguiente se presentó donde Abundio y le dijo, mirándole a los ojos:      - ¿Tienes algún fofolio?
Abundio le contestó:
- Lo que tengo es liofofo.
Nisé le volvió a preguntar:
- Te he dicho, si tienes algún fofolio.
Abundio le volvió a contestar:
- Te he dicho, que lo que tengo es liofofo.
Total, que entre fofolio y liofofo, los dos echaron a reír, de tanto lío y tanto fofo…, de tanto fofo y  tanto lio...
   Nisé le dijo: “Eres… un sin sustancia”. Y Abundio le contestó: “Y a ti… se te ha ido la olla”.
Está claro, que los dos hablaban un mismo idioma, pero con conceptos diferentes. El fofolio de uno no tenía nada que ver con el liofofo del otro.
Pasó más de un año, y un día Nisé oyó que le decían por la espalda:
- ¡Arriba las manos, esto es un fofolio¡
 Y él, girándose dijo:
- ¡Abundio, pero si sólo puedo darte unos cuantos  liofofos¡
   Y es que, tanto Nisé como Abundio, habían comprendido, con el tiempo, que un
fofolio es algo que pocos entienden, si no se sabe lo que es un liofofo. 
         
3.- “LA PEQUEÑA PRINCESA”.-
         Oyendo por allá y escuchando por aquí… me dijeron que una vez,  en un pueblo de la Costa Brava, llamado L’Escala, había una niña, que a sus seis años, se pasaba el día haciendo dibujos. Todo lo que veía, lo dibujaba a su manera…
   La gente mayor, al verlos,  le preguntaban:
- ¿Que es esto de aquí…, aquello de allá…?
Intentaba responder…, pero  pensaba:
- “Siempre tienen necesidad de explicaciones la gente mayor…, nunca compren-den nada y, es tan fatigoso para una niña darles explicaciones continuamente…Estoy todo el día rodeada de gente mayor, los veo de cerca a todas horas y, esto no ha hecho mejorar mucho la opinión que tengo de ellos… La gente mayor es así…, muy especial, bien extraña…, hay que tener una paciencia con ellos…”.
Un día la niña, paseando de la mano de su padre, en una de las playas, encima de un muro, vio sentada la estatua de un niño de su edad y, enfrente a unos pasos, la de un zorro, y daba la sensación de que hablaban entre ellos…
La niña, que tampoco en su corta vida había renunciado a una pregunta, una vez la había hecho, le pregunto a su padre:
- ¿Quién es este niño sentado, hablando con el zorro?
Es el “Pequeño Príncipe”…, mi “Pequeña Princesa”, le respondió.                         
Todos las mañanas le pedía con insistencia a su padre, que le contara cosas de aquel “Pequeño Príncipe”, que lo tenía como su mejor amigo y, ya pensaba como él: “¡Nadie de la gente mayor comprenderá jamás…, que esto pueda tener tanta importan-cia”.
La niña, dibujaba unas estrellas que reían y…, le hacían reír. Dibujaba  el sol al amanecer sonriendo cuando salía y…, ella sonreía. Lo dibujaba a la puesta de sol entris-tecido y…, ella sollozaba...
   Y es que la niña, dibujando, dibujando… se había convertido en una “Pequeña Princesa”…, con sus flores, su cordero, su rey y…, su “zorro domesticado”, que también le decía:
- “Solo vemos bien con el corazón. Todo lo que es esencial, es invisible a los ojos”
Muchas noches la “Pequeña Princesa” le decía:
- Papá, cuéntame un cuento.
Él, se sentaba a un lado de su cama y empezaba:
- “Había una vez un rey, que tenía la nariz roja como un…               
La hija lo interrumpía, toda enfadada. - ¡No, este no…, otro!.
- Pero hija, si no he hecho mas que empezar… déjame terminar…
- ¡Ya no quiero, que me cuentes un cuento!. ¡Buenas noches, hasta mañana!.
Al día siguiente: - Papá, cuéntame un cuento.
Él, se sentaba a un lado de su cama y volvía a empezar:
- “Había una vez un rey, que tenía la nariz roja como un…               
Y de nuevo, como siempre: - ¡No, este no…, otro!.
- Pero hija, si no he hecho mas que empezar… déjame terminar…
Empezar, empezaba… pero nunca pudo terminar de contárselo…
Sin embargo si le pudo contar el de la Bruja Lardusca:
“Oyendo por allá y escuchando por aquí… Me dijeron que una vez había, en el Vall d’Aran, una bruja vieja, encorvada y “pobre”, llamada Lardúsa. Con un bastón marrón y, agarrando un bolso, en el que guardaba seis llaves.
Llevaba un sombrero verde calado hasta sus grandes orejas, de las que colgaban seis aros. Su nariz era grande, ganchuda y, miraba con los ojos entrecerrados, detrás de unas pequeñas gafas redondas.
La vieja y “pobre” bruja Lardúsa, se pasaba el día gruñendo y refunfuñando, con su vieja escoba.  Había algo en ella que daba miedo, ¿tenía que ver con la nariz, el men-tón y su forma de renquear?. Su risa, entre resoplos, se parecía al graznido de seis cuer-vos…
   De noche se acostaba en su jergón, con el pelo blanquecino esparcido por todas partes, con las gafas en la punta de la nariz, la puntiaguda barbilla hacia arriba, con una verruga con  pelos y, la boca abierta, dejando al des-cubierto una fila de seis dientes afilados y amarillentos, que campaban cada uno por su lado.
Con los ojos cerrados, que parecían que no habían llorado nunca, -si hubieran llorado no sería bruja-, dormía  y roncaba de una manera anormal, con ruidos entre-cortados y arrastrados, -clásicos de bruja-, como la mezcla del rugido de un león y el silbido de una serpiente:   
-¡Grrrrr…,psss,,,!
   De súbito, se despertó. Empezó a desperezarse y a bostezar. Miró dentro de su bolso…, buscaba las gafas, que se le  debían haber caído de la nariz, impulsadas por la fuerza de los ronquidos. Estaban ocultas en un pliegue de su falda. Se las puso encima de la nariz, dio un escobazo a su feo gato negro, que se cruzo en su camino y, empezó  a hablar sola, -como un fuerte silbido-, por el aire que entraba y salía entre aquellos seis dientes, cada uno por su lado.
Con el gran silbido…, ¡Jordi, se despertó!…
Había soñado, con aquella bruja del escaparate, que el día anterior, había visto en una tienda de regalos de Salardú. Después de desayunar, Jordi se fue de nuevo al es-caparate a ver a la bruja. Y no estaba…:
¿Se habría ido, de verdad, a robar, con aquellos seis dientes, que campaban cada uno por su lado y, con las seis llaves que llevaba en el bolso, los documentos del armario de las seis llaves del “Consellers”?…
   Entró en la tienda, a preguntar por la bruja vieja, encorvada y pobre, del esca-parate del día anterior. No sabían nada de ella y…, le dijeron:
   - ¡ No es lo mismo “embrujar”, que “embrujecer”... Cuando seas mayor, ¡No te fíes de un Abogado Endeudado, de un Médico Enfermo o, de una Bruja Pobre!”…“
                                                                       
Un Cuentista
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 16:32:42 pm
(http://www.historiasiglo20.org/IMAG/images/guerra08.jpg)

LA METRALLA

   Se miró en el espejo del recibidor. Tenía el pelo muy corto, como en sus viejos tiempos de comandante, aunque ahora fuese uno más de tantos jubilados. A pesar de algunas canas, su cabello era tan negro como siempre y solo las arrugas de su afeitado rostro, alrededor de sus ojos y en su frente, sobre todo, delataban su edad. Por lo demás, mantenía un aspecto físico envidiable, en el que ni faltaba ni sobraba un kilo de grasa.
   Sonrió. Sus dientes, blancos y perfectos, encajaban perfectamente entre unos labios delgados, casi femeninos. Había sabido cuidarse en todos los detalles, hasta llegar a convertirse en un dandi que era la envidia del resto de compañeros y amigos, con los que se encontraba de vez en cuando. Solo mermaba en parte su alegría por su estado de salud ese trozo de metralla alojado en su pecho, recuerdo de una endiablada y sangrienta lucha en la última guerra. Mientras se atusaba el pelo y enderezaba la corbata azul que se deslizaba perfectamente planchada sobre su impoluta camisa blanca, recordó ese funesto episodio de su vida militar pasada.
   Como una película en blanco y negro -porque su memoria ya no alcanzaba tantos detalles y el color se convertía en algo superfluo- se repite la antigua y conocida historia.

Era un día de noviembre, cuando las nieves aún no habían llegado y la tierra, humedecida por las últimas lluvias, era de un color marrón oscuro, casi negro. El frente se había roto en la zona en la que se encontraba el regimiento que él dirigía, entonces como un capitán recién ascendido por méritos de guerra. El enemigo había abierto fuego de madrugada, concentrándolo en el páramo en el que se parapetaban los suyos. Los primeros obuses impactaron a unas decenas de metros delante de ellos pero, en la segunda andanada, destruyeron algunas trincheras y mataron a los hombres que las ocupaban. El bombardeo duró unos minutos, con una intensidad desconocida hasta ese momento. Sospecharon que era un último y desesperado intento del enemigo por romper sus líneas y dar la vuelta a una batalla, a una guerra, que tenía casi perdidas. Cuando cesaron los cañonazos y el humo de las explosiones comenzaba a disolverse lenta pero irremediablemente, escucharon el ruido de hombres que avanzaban hacia su línea defensiva. Era el ataque final. Atontados por el cañoneo anterior, los hombres se desprendieron de la tierra adherida a sus uniformes, y desentumecieron sus brazos y piernas. Algunos de ellos permanecían inmóviles, en la quietud de la muerte. Otros se quejaban a gritos por superficiales heridas, porque los que las tenían graves se limitaban a mirar al infinito con la paciencia del que sabe que nada puede hacer salvo esperar a la parca.
   Se incorporaron y asomaron al borde de la trinchera. El humo se había dispersado y, en su lugar, las esquirlas que levantaban los disparos de fusiles avisaban de que el peligro, lejos de alejarse, había aumentado exponencialmente. Finalmente se vislumbraron las figuras de centenares de hombres que avanzaban hacia ellos. Recordaba con claridad sus gritos, provocados más para alejar el miedo que por atemorizar a sus contrincantes, y también cómo dio orden de comenzar a disparar contra los que se acercaban hasta las trincheras. El resto fue una vorágine de disparos, bombas de mano lanzadas por unos y otros, y lucha a bayoneta calada, entre aullidos que no parecían emitidos por gargantas humanas. Y allí en medio estaba él, disparando casi sin apuntar, preocupado porque sus hombres no retrocedieran ante esa postrera intentona del enemigo. Entonces llegó su momento. Cuando giraba su cabeza para instar a varios hombres a que se lanzaran al ataque, un soldado enemigo le arrojó una granada de mano. Aún se extrañaba que, entre el momento en que se arrojó al suelo y el estallido de la bomba, se hubiese fijado en que aquel soldado había perdido la mano derecha, cuyo muñón sangraba profusamente, y aún así le arrojara la bomba con la izquierda. Estupidez humana que se fija en lo accesorio cuando la vida está en el fiel de la balanza… La bomba estalló, y ya no recordaba más de aquel momento.
   Despertó en el hospital de campaña, varias horas después. El diagnóstico fue entonces el que le marcó de por vida: un trozo de metralla había impactado en su pecho, alojándose muy cerca del corazón. Se podía operar, pero el riesgo de morir era mayor que el de dejarlo estar. Y él optó por olvidarse de aquella esquirla de hierro, de aquel trozo de metal de la guerra. Pero su odio hacia el hombre que había provocado su salida del ejército por inválido había perdurado, aunque la guerra entre hermanos terminara hacía muchos años. Ni siquiera aquel muñón sangrante de su verdugo compensaba su herida, o mitigaba su rencor.

   Dejó los recuerdos apartados momentáneamente en un rincón de su mente, y salió al pasillo de las escaleras. Sus amigos le esperaban en el café, para la tertulia de las seis de la tarde de los miércoles. Casi todos eran ex militares como él, con lo que era frecuente que las charlas giraran en torno a su pasado castrense común. Pero después de tantos meses de reuniones y horas y horas hablando de los mismos temas, las charlas habían devenido en una interminable partida de dominó, con el run run de fondo de una televisión encendida.
   Mientras bajaba las escaleras se tropezó con una joven de pelo moreno y muy corto. Ella le saludó con un “hola” y una mirada brillante, como suelen tenerlo las adolescentes llenas de vida. La miró alejarse escaleras arriba, en dirección al piso que tenía alquilado, junto a varias amigas más, justo encima del suyo. La conocía desde hacía tiempo, y no le caía simpática a pesar de los intentos de ella por entablar una relación, como mínimo, de buena vecindad. Había algo en la chica que no le gustaba; quizá era su esplendorosa juventud, que le recordaba la suya perdida, o su aire moderno e izquierdoso; o quizá había algo de resquemor porque se sabía incapaz de conquistar aquel corazón –y aquel cuerpo- porque su edad y su posición social se lo impedían. Se atusó de nuevo el bigote y salió a la calle. El café y sus amigos le esperaban para pasar otra tarde de monótona cantinela con los conocidos “cierre” o “tráeme otro carajillo, Paco”.

   Vuelve a su domicilio sobre las ocho de la tarde. Ya oscurece, pero para él el tiempo no tiene importancia, y nadie le espera en casa desde que su mujer, Alicia, falleció tres años antes. Tampoco ha tenido hijos, cosas del cuerpo y de Dios, que dan a cada uno premios y sufrimientos que arrostrar hasta la muerte y la otra vida. Está malhumorado, circunstancia que no es habitual en él después de pasar una tarde con sus amigos, pero es que parte de la jornada se ha ido en una amarga y desabrida discusión sobre la situación política del país.
   ¡Y es que se les muere el jefe del estado! Eso, al menos, es lo que insinúan o se lee entre las líneas de los periódicos, o se vislumbra tras los ojos encendidos de los reporteros de la televisión. Además, como puede constatar día a día, los enemigos del país comienzan a levantar las cabezas y conspiran para cambiar las cosas. ¡Con el trabajo que ha costado hacer que todo funcione correctamente, como Dios manda!
   Sí, está enfurecido y, también –todo hay que decirlo- un poco achispado después de haberse tomado dos copas de coñac, de ese del bueno que tiene Paco escondido tras la barra del club, y que solo sirve a clientes especiales, como él. Así, con el periódico del día bajo el brazo, y nada alegre, llega hasta el portal del edifico donde vive. Entra en el rellano y comienza a subir las escaleras.
   Al llegar al primero de los rellanos escucha el ruido de pasos que bajan desde el piso superior. Sigue subiendo las escaleras, tambaleándose un poco debido al alcohol que fluye en sus venas y, entonces, la chica morena del piso de arriba aparece descendiendo las escaleras. Ella va cargada con una pequeña caja de cartón, lo que no le impide bajar relativamente rápido, pero él es incapaz de apartarse a tiempo. Más aún: en su vano intento, cae hacia la chica y la empuja sin querer. A la joven se le cae la caja al suelo, y parte de su contenido se desparrama ante los ojos de los dos vecinos.
   “Lo siento”, exclama ella mientras recoge con rapidez las hojas de papel que han caído por las escaleras. Las toma y guarda en la caja de cartón. Él la observa, incapaz de actuar, sin saber si pedir perdón a aquella estúpida que le ha empujado, ayudarla o recriminarle las prisas. A fin de cuentas es en parte responsable del pequeño incidente. Pero no hace nada. La chica, una vez recogidas las hojas, se despide con la misma prisa con la que bajaba las escaleras, y sale a la calle.
   Después de verla marchar se atusa el bigote, satisfecho de no haber dicho ni hecho nada. ¡Un hombre como él no debe rebajarse a pedir disculpas a adolescentes aceleradas! Entonces se da cuenta de que una de las hojas caídas está cerca de él, pegada en una esquina del pasillo, casi oculta por las sombras. La chica no ha debido verla y se ha quedado allí, abandonada de sus paisanas de papel. Mira a uno y otro lado para asegurarse de que nadie lo observa y, después, se agacha y la recoge. Como si temiese que la chica volviera sobre sus pasos en busca de ese papel, se la guarda en el bolsillo de la chaqueta y sube todo lo deprisa que puede los últimos escalones hasta llegar a su casa.
   Cierra la puerta y se dirige al comedor. Se siente cansado, casi exhausto. Entre el coñac de Paco y la acelerada subida de las escaleras ha tenido suficiente por hoy. Mientras toma un gran vaso de agua saca el arrugado papel del bolsillo. No es curioso, pero le apetece saber qué demonios lleva la chica con tanta prisa en esa caja de cartón. Además, no es la primera vez que se la cruza portando cajas o grandes bolsas de plástico que, seguramente, llevan los mismos apuntes de las clases de la Universidad. Eso es lo que cree… hasta que comienza a leer el papel que ha recogido en las escaleras.
   “¡Es un panfleto subversivo!”, murmura rechinando los dientes con rabia. Un panfleto llamando a la huelga de los estudiantes, y denunciando la falta de libertad del país. Incluso hay un llamamiento a salir a la calle y pedir libertad para presos políticos. “Presos políticos… “, musita, “como si esos delincuentes comunes tuviesen derecho a otra cosa que al garrote vil”. Se levanta del sillón, enfadado y dispuesto a poner fin a aquella locura de la joven. Se lo debe a él mismo, y a su país, y a sus amigos, por supuesto. No puede consentir que esa chica y el grupo de amigos que conspiran con ella se salgan con la suya. Sí, ahora se da cuenta de que todos tienen una pinta un poco rara: ese de los pelos largos y con gafas de músico de pop, o la chica que tiene el pelo muy corto y pintado de rojo… “Tengo que llamar a la policía”. El teléfono está allí, muy cerca, apenas a dos metros de donde se encuentra.

   La granada de mano vuela otra vez. El manco que la lanza lo mira desde la distancia de decenas de años y parece sonreír. Tiene un increíble parecido con la chica de la propaganda, y su tez se oscurece por momentos hasta confundirse con las sombras de la habitación. La bomba estalla, casi cuarenta años atrás, y la esquirla busca un cuerpo, o una arteria, y la encuentra.

   Se lleva la mano al corazón. Agarra el papel, lo estruja con la mano, tan fuerte que la sangre deja de fluir por ella. “La metralla… “, murmura asustado. Cae al suelo. Su mirada vidriosa queda fijada en el techo del comedor. No podrá llamar a la Policía, ni a nadie más en este mundo, porque está muerto.
   Lo mataron las dos copas de coñac, la subida precipitada de las escaleras y la lectura de la nota que atacaba sus creencias. Lo mató finalmente la metralla que estaba cerca de su corazón que, tras tanto tiempo, encontró su objetivo. Una bomba que, enigmáticas casualidades de la vida, le arrojó mucho tiempo antes el abuelo de la joven estudiante morena del piso de arriba.   

Santuario
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 16:39:42 pm
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Supermercado


Como es quince, la cola se extiende hasta llegar casi a las legumbres. Recorres un poco buscando alguna fila más desahogada, pero muchas otras hacen lo mismo y no hay nada qué hacer. Te toca esperar.
Hay tanta gente que se han acabado hasta las revistas para hojear y sólo te queda mirar el techo, mirarte las uñas, mirar lo que compran las otras, decirte: “para ser un país que está en la ruina, bien que hay gente que se puede comprar tres variedades de cereales americanos”. Y al fin, muerta del aburrimiento y de ganas de matar a la loca de los papeles higiénicos, mirar tu propio carrito, por si te olvidaste de coger alguna cosa. Es un ejercicio ridículo porque si falta algo, qué pena, te vas y pierdes el puesto. 
Lo primero que ves son las sardinas. Latitas rojas con unos pescados gris azules que parecen muy alegres, pero que seguro no lo están. “¿Llevo suficientes?”, te preguntas. A él le gusta comer sardinas con yuca y salsa de cebolla al menos una vez a la semana. ¿Qué le ve a las sardinas? te dices al mismo tiempo que claudicas, miras para todos lados y abres una funda de chifles. Esa subversión, comer cosas en el supermercado antes de pagarlas, es la única que te permites.
“¿Qué le ve a las sardinas? Son plateadas y tienen espinitas pequeñas que te raspan un poco el paladar. Saben a barro salado”. 
Los niños no las pueden ni ver tampoco, pero a él le encantan y llevas las cuatro latas del mes, aunque él sea el único que las vaya a comer, aunque ese día tengas que cocinar otra cosa distinta para los otros cuatro de la familia. 
Al lado de las sardinas asoman las alcachofas como granadas de mano. “¿Por qué le gustan estas infamias?” Son caras, complicadas de comer y con sabor a poco. A él hay que hacérselas al vapor y servírselas acompañadas de una salsa de queso, tabasco y mostaza y una vez que termina de mordisquear las puntitas de las hojas (“como un mariposón”, piensas), hay que retirarle el plato, eliminar la parte peluda (“como chepa de gringa”, te asqueas) y llevarle otra vez a la mesa el corazón picadito en más salsa.       
Te quedas mirando los six pack de cerveza. Es capaz de pegarle a uno de los niños si al llegar del trabajo no encuentra la botella y el vaso congelado como a él le gusta. Por más que lo intentas, no logras que los niños no se obsesionen con ese vaso, les fascina que tenga agua por dentro y pescaditos de colores flotando en él. Un día pescó a Junior moviéndolo para que se movieran los pescaditos mientras bebía. Le viró la cara de un golpe y el jugo de naranjilla voló por toda la casa. Que eso no era un juguete. Que era su vaso de la cerveza y que la próxima vez que lo viera con él le iba a quemar los dedos con candela.
El vaso hay que lavarlo y volverlo a poner en el congelador hasta que él abre la puerta a las cinco y cuarenta y cinco. Entonces y no antes. Entonces y no después, hay que sacarlo, abrir la cerveza y servir inclinando vaso y botella, de manera que no se le forme nada de espuma. Es capaz de decirte cretina por no hacerlo correctamente.
“Cretina, me jodiste la cerveza. Ya sé que lo haces de adrede porque lo único que te gusta en la vida es joderme”.
También están sus yogures. Son unos yogures de vainilla con mermelada de frutilla asentada en el fondo. Él los coge y los mete en el congelador de su refrigeradora. Todas las noches se come uno mientras ve televisión echado en su mueble reclinable.   
Los cuenta, así que cuando los niños, que son golosos, se comen alguno, tienes que decirle que fuiste tú y aguantar la retahíla hasta que se cansa. A veces te hace ir a la tienda, sea la hora que sea. Aunque esté lloviendo. Es tu castigo: has cogido lo que no es tuyo.
Ves el espacio en el que no están los cereales que te han pedido los niños y te da pena. Si los llevabas, no te iba a alcanzar la plata para la carne y él no suelta un centavo más en todo el mes. Has cogido tres fundas individuales de los cereales de muñequitos y una marca de toallas sanitarias peor, pero más barata.
Tus malabares de siempre.
Pero sí has cogido la panza y el maní para hacerle la guata, el coffeemate que se lleva a la oficina, los klennex de su carro, su revista Estadio, las habas fritas para ver el partido, la badea para hacerle su fresco (textura mocos que a ninguno le gusta).
Has vuelto a comprar el champú que está de oferta, aunque a ti el que te gusta es el otro.
Mientras estabas en la pensadera la fila avanzó, estás detrás de una señora que saca sus últimas cosas del carro. Una señora que lleva el champú para pelo tinturado que tú todos los meses te juras que vas a comprarte.
La señora acaba de sacar sus compras y tú la ayudas a sacar el carro de la fila. Lo pones al lado del tuyo y empiezas a pasar las sardinas, las cervezas, la guata, las habas, las putas alcachofas, los yogures de *****, el maldito coffemate, la repugnante badea y la revista Estadio con todos sus hijueputas jugadores de Barcelona y Emelec, cada uno más malo que el otro.
“¿Eso no lo lleva?”, te pregunta la chica mientras vas poniendo en la cinta móvil tus cosas.
“¿Me espera un segundito?”, le dices y corres a la sección de lácteos y galletas donde encuentras las cajas de cereales americanos. Coges dos, las más grandotas: una de muesli con almendras y otra de muñequitos.
Abrazada a ellas corres a la sección de cosmética y perfumería donde coges el champú tratamiento para cabellos delicados o tinturados con su precioso envase de líneas rojas y doradas.
Vuelves a la caja.
“Esto también”.
“Señora ¿y eso no lo lleva?”, insiste la chica, señalando con el mentón el carro B.
Niegas con la cabeza.
La chica llama a un muchacho para que devuelva todo a las perchas.
Lo miras con el rabillo del ojo.
Y dices una frase para ti misma que nadie más alcanza a escuchar.

María
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 17:15:40 pm
(http://img833.imageshack.us/img833/8361/hechizomaldelojo.jpg)

EL HECHIZO


El temporal causó tremendos estragos. En un tramo de más de 70 kilómetros, las aguas bajaban con una fuerza semejante a una legión de caballería que ataca embravecida al enemigo.  Numerosas personas tuvieron que abandonar sus casas ante el caudal del Guadalquivir. El agua arrastró algunos vehículos en los que los ocupantes fallecieron y fueron  más de cinco los muertos y numerosos heridos por los derrumbamientos de muros y casas. Los gritos de pavor de los vecinos aterrorizados se oían cuando veían entrar un reguerito de agua bajo la puerta de su casa que crecía y crecía, y en segundos, convertía en un lago aquel que había sido su hogar. Carreteras y los caminos estaban intransitables. El ejército cavó enormes fosas y canales para conducir las aguas. Cuando las aguas volvieron a sus cauces quedaba un  lodo hediondo en el que intentaban sobrevivir ratas, serpientillas y otros reptiles, unidos a una etérea gama de insectos que presagiaba cualquier peste tifoidea a no mucho tardar. Se formaron cuadrillas de hombres para limpiar el desastre lo más rápidamente posible.

Fue a primeras horas de la primera mañana de diciembre que amaneció sin lluvia,  cuando una de estas cuadrillas encontró en terreno enlodado, cercano ya a la ribera del Guadalquivir el cadáver rebozado en fango de Rodrigo Mencía, el único hijo de Dª Constanza de la Casa de los Mencía y Torrijo, Marqueses de Albendin.

A ninguno de los hombres que formaban parte del grupo le sorprendió el hallazgo. Formaba parte de su labor la exploración de los terrenos por si aún había víctimas perdidas sin identificar, aunque tras avisar a las fuerzas de seguridad para transportar el cuerpo al hospital dónde se le practicaría la autopsia, tardaron horas en conocer la identidad de la víctima.

Al anochecer, cuando los hombres regresaron a sus casas tras el demoledor trabajo entre los barros, su ciudad ya no era su ciudad. Aquello era si cabe una orbe más siniestra de lo que dejó el temporal dónde velos negros, guantes negros, sayas negras, botines negros, doblaban las esquinas como almas a las que sigue el diablo en dirección a la Casa de los Mencía y Torrijo, mientras las campanas de la iglesia no dejaban de tañer por el difunto.

Había sido el mismo doctor que trajo al mundo a D. Rodrigo Mencía quién le dio a Dª Constanza la noticia de su fallecimiento. La Marquesa, al conocer la noticia, fue incapaz de gritar, ni siquiera de pronunciar un solo gemido. Se aceleró su respiración, aparecíó un sudor frío sobre su frente y temblores en todo su cuerpo. Cruzó sus manos sobre el pecho antes de desvanecerse en los brazos del mismo doctor que se dispuso a atenderla de inmediato ante un posible ataque al corazón.
Afortunadamente, Dª Constanza sólo había sufrido un ataque de angustia, ante la desgracia y con ansiolíticos y tranquilizantes, ostensiblemente ida, consiguió pasar la noche velando al hijo. Fue aquella misma noche cuando la Marquesa, con una verborrea locuaz poco común en ella, manifestó su falta de convencimiento ante los motivos que ocasionaron la muerte del hijo,  al haber salido de la Casa tres días antes de los sucesos que desencadenó el Guadalquivir, “excesivamente acicalado”, y haber sido siempre previsor, nunca salía de un lugar sin oír las noticias, siendo sabido por todos, que el desbordamiento y las riadas fueron anunciadas con tiempo de poner vidas a salvo. Según hablaba le volvían a aparecer los sudores fríos y los temblores recorrían su cuerpo, guardándose para si la mala conciencia de que ella podía haber sido la culpable de tan trágico desenlace.
•   A la dama le acompañarían los Montillas y así se pierde el juicio – se escuchó un rumor- .
•   Creo que hay algo cierto en lo que dice la Marquesa – dijo el doctor -. La muerte del joven D. Rodrigo no parece coincidir exactamente con el día en que las aguas se soliviantaron. Habrá que esperar los resultados exactos de la autopsia.
Y a la Marquesa le volvieron los mareos, los vómitos y otros espasmos.
******
Rodrigo no se dejaba de pasar el peine por su cabello frente al espejo.
Dª Constanza recuerda la alegría que sintió al ver salir a su hijo tan requetepeinado. La gomina hacía rutilante su pelo y la loción iba dejando olor a Rodrigo en todas las estancias de la casa.

“Por fin se ha decidido mi hijo”, pensó.

Una de las mayores tristezas de la dueña de la Casa de los Mencía y Torrijo era ver como al joven Rodrigo iba cumpliendo años picando de flor en flor, que flores no le faltaban, sin decidirse por una, que por fin, diese un heredero.

Ese fue el motivo por el que Dª Constanza acudió a la casa de Juana, una joven a la que unos jornaleros adoptaron antes de morir en una de las riadas del Guadalquivir, que vivía en una casita de la ribera del río y que por su desconocida procedencia, su aislamiento tras la muerte de los padres adoptivos, y las extrañas hierbas que se encontraban en su pequeño huerto, se la conocía como “la bruja”.

Dª Constanza pensaba que era tan sólo una muchacha de cascos ligeros a la que últimamente había visitado Rodrigo, lo cual no le gustaba nada. A Rodrigo le convenía alguien como Lucía, la hija pequeña de la Casa Morales de Torres, quince años por lo menos más joven que él, inocente y llena de vida para dar a luz una buen tropel . La Marquesa no temía a “la bruja”. Acudiendo a ella disolvería las ilusiones que se hubiera podido hacer con su hijo y si podía conseguir un hechizo de amor para él y Lucia, mejor que mejor.

“La bruja” comenzó a reír descontroladamente al escuchar la petición de Dª Constanza, después se quedó profundamente silenciosa. Entonces le pidió  dos fotos una de D. Rodrigo y “otra de la elegida, por ella, ya que no por el hijo”, recalcó. También le debía de llevar, un mechón de pelo de ambos, tela negra, seis alfileres, hilo rojo.

La Marquesa se marchó pensativa. Seguro que Juana pensaba que nunca le llegarían los objeto requeridos. Fotos tenía pues Rodrigo había fotografiado a Lucia al igual que a otras jóvenes en excursiones que hacían. También había visto fotos de Juana en los cajones de Rodrigo, las rompería, al momento, en cuanto las volviese a ver. Lo que no sabía era como conseguir el requerido cabello. En esos momentos, al cruzar el puente del Guadalquivir avistó a Lucía. “Juana se ha vuelto a equivocar” pensó la Marquesa.

•   Buenas tardes Dª Constancia.
•   Buenas tardes, Lucía. Hermoso cabello, rubio, casi imposible en una cordobesa, y así, suelto como lo llevas reluce como el oro.
•   Gracias, Dª Constancia, usted siempre tan amable.
•   No me darías un mechón, tan pequeño como una miajita de nada, para guardar en el medallón un recuerdo de la juventud de una bella dama, ya que yo no tengo hijas….
•   Mire usted, que hasta unas tijeras traigo, que vengo de en casa de mi tía Eugenia de terminar unas labores para el ajuar.
•   ¿Ah? ¿Qué ya te vas a casar? No sabía yo esa nueva.
•   No, Dª Constancia, no. Pretendientes tengo muchos, pero aún no elegí uno. El ajuar ya sabe que se va haciendo pedacito a pedacito, para que todo esté bien preparado el día que llegue el momento.
•   ¡Ah, hija! Gracias por la prenda. Que tengas un buen día, hermosa.

******

Poco después, Dª Constancia vió como Juana “La bruja” puso los mechones en medio de las fotos y las entrelazó a las dos con los 6 alfileres.
Con el trozo de tela negra envolvió las fotos y cosió alrededor con hilo rojo.

•   Todas las noches hay que ponerlo bajo la almohada y de día guardarlo en un lugar oscuro. – le dijo-.
•   Lo podrías hacer tú por mí. Surtirá más efecto. Mi niña yo es que no tengo costumbre de tales encantamientos.
•   Yo lo puedo hacer por usted, pero los encantamientos de amor se pueden pagar muy caros.
•   Hazlo, hazlo. No me podrás engañar porque sino los hados arremeteran contra ti. Hazlo tal y como te lo pido y así si alguien tiene que pagar caro, ese alguien seré yo. Ya está todo decidido, hermosa.

*****

D. Rodrigo salió aquel día más peripuesto que de costumbre. Había visto a la niña Lucía, más bella que nunca en las últimas semanas y como le decía su madre iba siendo hora de sentar la cabeza y dar un heredero a la Casa de Mencía y Torrijo. Sin embargo al cruzar el puente la vio a ella, mujer con tanta frescura, tan bella, tan morena, tan salvaje. Quedó fascinado. Más fascinado que nunca. En su cuerpo penetraron aquellos ojos de profunda, gélida y dulce mirada. Sintió el dulce amargor de sus labios.

******

•   En la niña de sus ojos estaba la imagen de una mujer – decía el doctor a Dª Constanza -.
•   De la niña Lucía, seguro.
•   No. Parecía la niña Lucía, pero según fuimos ampliando en el laboratorio, era Juana, La bruja.

*******

Juana, la Bruja, desapareció. Dicen que levantó a los demonios del río para que su corriente les hiciese desaparecer a los dos, más el quedó en el lodo, presa del hechizo, entre la bruja y la niña Lucia.  Y, algunos afirman que el río se enfureció por el crimen y la alejó para siempre de él. Sin embargo hay quién ha visto su fantasma de la mano de D. Rodrigo, pasear por la Ribera del Guadalquivir, en los sombras de la noche mientras se oye el llanto de una madre que sin cesar pide perdón. Y aseguran que el espectro de Juana, la bruja, y D. Rodrigo protege a los enamorados de todo hechizo contra su amor.

CAROLINA CORONADO
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 17:22:29 pm
(http://2.bp.blogspot.com/_oeUlWMidjL8/TR0AIMgmGbI/AAAAAAAAAAg/oYAJS65N0Lc/s1600/329373_201743721_303842-993827461-lagrimas-en-el-alma-h064435-l_H191239_L.jpg)

EL CORAZÓN TE MUEVE. LA RAZÓN TE ENGAÑA


El tren estacionado en la vía uno con destino Atocha efectuará su salida dentro de tres minutos. El tren estacionado en la vía uno con destino a ...y casi lo pierdo, parada en el andén, sola, rodeada de multitud de gente que empuja, que me lleva, que se mete dentro del vagón, que me sube sin darme cuenta. Tu amiga mía subes conmigo.
Hoy es un mal día, de esos que dicen sin luna porque no hay en el mundo una luz. Ha llegado hasta mí la noticia de que habías muerto. Tú nunca morirás.
El que se va es el que pierde pero el mundo también ha perdido contigo un ser excepcional. ¿ Cómo hacer en tampoco tiempo un corazón tan grande como el tuyo?. Eras como un amuleto, cuando algo fallaba y hablaba contigo todo volvía a funcionar, como si te tomases un café cargado al despertar.
Suben viajeros pero yo no los veo, te reconozco a ti en esos pantalones vaqueros, en ese rostro parecido al tuyo, en ese pelo enredado cayendo como cascada, bucles y más bucles dorados anidando las mejores ideas. Se vuelve a mover el vagón, los postes de la luz se suceden, casi rozando aterriza un avión, la autovía, las tierras sin nada, los muros llenos de pintadas de grafitis. Todo funciona igual pero nada será igual sin ti, hasta que no estés para siempre en mi recuerdo.
Señora por favor me permite su billete. Gracias. Y entonces me doy cuenta de que no hay nada más fácil que ausentarse del mundo sin saberlo. La cabeza en no se donde , los pies parece ser que en el suelo y el cuerpo, según el revisor del tren, en el asiento.
Madrid, demasiado grande para no perderse, demasiado ruido para poder escuchar, demasiado lejos para volver a casa. Tu ya no has vuelto. Siento rabia, los dientes apretados, chirriando, saltando en mil pedazos. No se cómo expresarlo pero lo siento. Un crujir como el que producen las raíces de los árboles cuando por debajo de la tierra buscan la vida. Estoy muy triste porque, amiga, has muerto.
Te imagino cómo serías ahora sin serlo. Te me antojas por las aceras a lo lejos, me cruzo contigo pero no te encuentro. Fatal. Y vuelvo otra vez a verte en otro sitio, entre la gente que corre deprisa, en las colas de los cines, en los coches como el tuyo que pasan volando, en el parque, siempre de lejos.
Te recuerdo abriendo tu recién estrenada casa. La cocina improvisada, el baño revuelto y un cepillo de dientes, el papel nunca en su sitio, el lavabo sin pinturas, nunca las necesitaste, como los buenos actores sobre el escenario que transmiten, te encontrabas frente a la vida actuando realmente sin máscara para comunicar toda la energía positiva que mueve el mundo, la que rescata en cada momento la sal de las pequeñas cosas del corazón que tu hacías grandes. Maravilloso desorden de las cosas que no te ataban nunca. Objetos materiales que no te anclaban porque seguías buscando cada día a los demás , te gustaba profundizar en los resquicios del ser humano, era eso para ti lo enriquecedor, lo importante para aprender en nuestra existencia.
La verdadera sabiduría reside en el conocimiento de “saberse” finito. Yo creo que ella supo siempre que era mortal por eso vivió sintiendo que es lo único que importa y con la humildad de los que son felices. Para mí la mayor virtud del ser humano es la humildad que sólo consigue la madurez de alguien sabio. Uno es humilde y será libre eternamente superando incluso las barreras de la muerte por eso siempre llegaste a mí , tus ideas, tus actos, tu actitud ante el mudo perduran, tu ser se toca.
Te vuelvo a materializar en tu hogar, las ventanas sin cortinas dejando pasar toda la luz transparente, como tu eras. El dormitorio, la cama deshecha en el suelo, en el suelo libros. El salón sin muebles, vacío pero tan lleno de ti . La alfombra y los cojines, la inapreciable televisión, la torre con su música, , tan comprometida con lo social, como tu eras . Los cuadros, regalos de amigos sin colgar, las paredes lisas, blancas, cálidas , montones de cajas precintadas y arrinconadas del reciente traslado, pilas de libros releídos y plantas que ahora estarán marchitas. Tu caja de bombones y el periódico de los domingos. El balcón, tu bicicleta colgada que ya no rueda. Y en tu habitación, sobre cuatro caballetes y un tablero, el ordenador apagado anhelando navegar por internet, folios amarillentos, lápices, el diccionario de la Real Academia para aprender, para no dudar sobre las palabras, tu curiosidad no tenía límites. Saber hablar es tener poder, poder dialogar es saber resolver, comunicar mejor. Pero tu pronto te quedaste callada para siempre. Fichas y guiones de tu trabajo, de tu lucha en el aula, de las noches en vela y de la mente en blanco. Notas pegadas como agenda dispersa, todo un revuelto que sólo tu descifrabas. ¿ Y tu alma ?, ¿ Y tus gafas? ...rotas. Te veo siempre en continuo movimiento, con prisas, con prisas, no te imagino ni tranquila, ni parada, ni durmiendo, quieta ni siquiera muerta.
Si Dios existiera te concedería un lugar especial en el cielo en el que no creo, como las gárgolas de Nótre Dame estarías, vigilante, fuerte, serena y justa, velando por los tuyos para siempre. Pero como tu y yo sabíamos que no es así, no quiero por un momento pensar que la muerte te está despojando hasta los huesos en la tumba y en el féretro hasta que los saprofitos te conviertan en nada. Quiero soñar y sueño con otros mundos fuera del nuestro.
No comprendo mi enfado, después de todo desde que nacemos sabemos ¿ lo sabemos, lo creemos?, que los caminos llevan a la muerte, es lo establecido, un ciclo biológico como otro cualquiera de la naturaleza, no hay que ser orgullosos, ¿ por qué pensar que somos privilegiados frente a los demás seres vivos si a veces somos los peores?.
Con el paso de los días mi ira va madurando y transformándose en una resignación sabia y adulta y engendra un dulce recuerdo de ti ( colocada por la vida que no por la droga, alucinabas en colores, colores que tu ponías a todo todos los días, incluso esos grises por la lluvia, un ser humano como un diamante en bruto, auténtico, que tocado por los tentáculos del mundo explotaba a través de su sensibilidad).
Tal vez tu manera de irte, tan pronto, tan rápido, ha sido un regalo de un instante que te ha evitado ir envejeciendo en un mundo nada amable que te retuerce la piel, te quiebra los huesos, te arruga el espíritu, te anega la mente, te transforma a veces en vegetal dolorido, así tu sólo has visto en el espejo la imagen perfecta que te invita otra vez a mirarte sin empujarte a romper el cristal de tristeza. Yo he visto niños enfermos que deambulaban por los pasillos de un hospital como fantasmas huecos, con la mirada vacía, con los ojos morados, he visto ancianos en estado terminal que casi parecían esqueletos, todo eso es peor, confórmate amiga mía, peor que estar muerto. Dichosa tu que has pasado de un lado a otro, si son dos los lados, sin que hubiese nada doloroso en medio, es mejor vivir para morir que sufrir para morir y morir sufriendo. Después de todo la muerte es cómoda.
Miro por la ventana, una nube rompe a llorar de improviso, la gente entonces echa a correr , corre, salta, tropieza y como burbujas que comienzan en una olla de agua hirviendo así surgen los paraguas, lo bonito de ellos es su colorido, su variedad, lo mejor de no usarlos es caminar bajo la lluvia, caiga lo que caiga, empapándote de agua fría que espabila los sentidos y te hace estremecer.
Te echo de menos y me sale de dentro y no se cómo explicarlo, esas son las limitaciones del lenguaje de los vivos, de los vivos que estamos ciegos, el lenguaje de los que no existen y están vivos habiendo muerto. Te recuerdo, ese es el lenguaje de los muertos. Te llevo en mí en el día a día y cuando me duermo estás hasta en mis sueños.
Salgo de dentro, pienso en llegar, preparar la comida de mañana, en comprar el periódico, en unos zapatos nuevos porque estos aprietan, en el botón del ascensor que sube que lleva, que baja a un sitio u otro diferente. La superficialidad, la rutina que tapa, que cansa, que ciega, es buena que tira de ti cuando en lo profundo agonizas. Pienso en mi hijo, sonríe, me olvido de todo. El tintineo de las llaves abrirán otra vez más otra puerta, la puerta de mi casa, la chaqueta al perchero, los libros al sofá, el pañuelo del cuello por el suelo, el paraguas al baño que escurre, el bolso pesado y lleno a la vista sobre el mueble, aparcado. Todo y cada cosa en su sitio.
Te recuerdo.
¿ Llegaré hoy a casa?, ¿ me estarán esperando?. Entraré, me cambiaré de ropa, porque esta ya está de haber sudado, me pondré las zapatillas porque los zapatos que siempre llevo hoy resulta que me han rozado . Encenderé la radio y dejaré pasar las noticias como hace el resto del mundo ,sin hacer nada por cambiar lo que no nos gusta. Comeré, aunque no tengo ganas. Rellenaré el tiempo de paja, me acostaré, tendré pesadillas y otra vez será de nuevo mañana. ¿Llegará ?.
El tren de cercanías llega.
“ Próxima parada Atocha fin de trayecto, próxima parada Atocha fin de trayecto”. Poco a poco la quietud . Nos bajamos todos los que no se han bajado antes , me bajo, ya no se puede seguir, está parado. Me quedo mirando antes de echar de nuevo a andar. En otra vía contigua un tren de largo recorrido inicia su viaje, lo veo empezar a moverse poco a poco hasta rápido, se pierden sus vagones a lo lejos, lo he perdido de vista, ya no está, no conozco su destino.

María Dolores
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 17:48:57 pm
(http://www.escribirte.com.ar/blogs/user/danielfernandez/Tristeza.jpg)

Triste

Conocí a una mujer triste. Me viene a la cabeza un sinnúmero de adjetivos más poéticos, pero sigo pensando que “triste” es el que mejor la describe. La vi en el museo, atendiendo a niños y jóvenes desinteresados. Llevaba una falda negra, ajustada y larga hasta los tobillos.
Me acerqué con aires de importancia, y de inmediato comprendí que no es del tipo de muchacha a la que se invita al cine o a bailar. Es linda, sí, pero lo suyo no es físico.
Soy bastante mayor que ella, sin embargo sus palabras bosquejan una madurez milenaria que yo nunca tendré. No soy capaz de avistar mucho rato el fondo de sus ojos, pues siento que perfora todas las barreras y que al final ve mis inseguridades; aunque son esos mismos ojos los que todo el tiempo pronuncian su dolor. Sus alegrías son diminutos puntos de luz que se desvanecen en la sombra de su temperamento.
Logré no sé hasta qué punto, porque tratándose de ella todo es indeterminado, examinar su tristeza con frialdad, pero en mi deseo de orientarla siempre termino cayendo en la metáfora cursi, y no es que ella no lo tome en cuenta, pero mientras más me esfuerzo, más me queda la sensación de querer mover el mar con una cucharita de té, de talar un bosque con una cortaplumas de bolsillo.
De todas maneras creo que algo siente por mí, pues no se cansa de buscarme, de esforzarse por entender y hasta alabar mis incoherencias. Acarrea un gran desequilibrio anímico, una ansiedad monstruosa, miedo a sí misma, a no tener un día la fuerza para seguir sustentándose. Su vida cuelga de un diminuto e imperceptible hilo cuyos extremos nadie sabe donde están, ni siquiera ella, ni siquiera Dios.
Hace poco me invitó a su casa. Pasé a buscarla a la universidad y tuve que esperarla en una fría sala de lectura. Apareció dos horas después de lo acordado, impasible, solitaria. “Vamos”, dijo.
Fuimos por una calle sucia y mal iluminada, rebuscando términos, implorando la conexión que nos permitiera establecer lo de otros momentos. Fumaba con desesperación, un cigarrillo tras otro, como si de un momento a otro alguien se los fuese a quitar, y para para siempre.
Tuve la sensación de que la noche era infinita, que se había extendido en todo el planeta y que seguiría ahí hasta que a ella lo decidiera.
Al llegar a su casa hablamos de muchas cosas que no recuerdo; no podía concentrarme en otra cosa que no fuera su mirada. Me enseñó unas fotografías que tomó hace años; muy buenas, aunque sombrías, casi tenebrosas.
Mientras me explicaba algo la observé, sus ojos enervados de lágrimas, aquel inexplicable deseo de desparecer. Quise abrazarla, arrullarle el pelo, pero no lo hice, sólo le dije que todo estaría bien, palabras que, pese a dejarle un aire a incertidumbre, se disiparon como el humo de su cigarrillo encendido.
Antes de irme puse un beso en su frente, y juré que nunca dejaría de llamarla.

Pablo Vásquez Donaire
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 17:56:43 pm
(http://spa.fotolog.com/photo/58/26/60/ecdlcr/1230547698635_f.jpg)

Los sentimientos a los que no se les nota demasiado que lo son


Vaya… No le hacía ninguna gracia eso de que no quedasen sitios libres. Llevaba todo el día trabajando y estaba muy cansada. Se paseó con dificultad entre las corbatas y los sombreros y comprobó que todos los asientos estaban ocupados. Todos menos los reservados, claro, donde sólo había un hombre cojo con un bastón y la mirada perdida.
   Se mentalizaba ella de que tendría que ir de pie cuando un caballero le cedió el sitio.
   Él pensó, con la pierna que le quedaba estirada, que en sus puntas relampagueantes pudieran anidar tantos destellos como días; que de relampaguear un poco más cegaría a todo aquel que lo mirase. Por el momento, el seguía mirando. Tratando de que no se le notase demasiado.  El vagón seguía hasta arriba de ocupantes.
   Ella se llenó de hermosos recuerdos, y luego de recuerdos tristes. Pero cuando le volvió a mirar, sin que se le notase demasiado, pensó que tal vez, y sólo tal vez, podía ser él.
   Él se encendió un cigarrillo y al instante lo apagó, que el humo nublaba aquella imagen que le estaba hipnotizando, de la que no quería perderse el más mínimo detalle; eso sí, sin que se le notase demasiado.
   Ella no dejaba de darle vueltas. Hizo memoria. No podía ser él, pero… ¿Y si era? De la misma forma se mordía el labio cuando reflexionaba y esperaba sentado en la caleta, cuando miraba al mar como si fuese la primera vez que lo veía. Y de la misma forma le brillaban los ojos, ya tantos años atrás, cuando ella llegaba entre las rocas mojadas por las olas y le sacaba de su abstracción.
   Del vagón iba saliendo la gente poco a poco, parada tras parada.
   Él respiraba más aceleradamente cada vez, olvidándose por momentos del estruendo que en un eco interminable le roía las entrañas, moviendo nerviosamente el dedo y acariciando el asiento contiguo.
   Es que podía ser, podía ser, pensaba ella, a la que no se le notaba demasiado. Podían ser esas manos desgastadas las mismas que la cogían de los hombros antes de besarla. Nunca dejaría de añorarlas: supieron convertir sus veranos en reductos de ilusión. Echaba muchísimo de menos aquel tiempo en el que él estaba a su lado, cuando las cosas por defecto iban bien. Sabía que, al igual que podía ser, podía no ser… pero, sin que se le notase, deseaba ardientemente que fuera.
   Sin que se le notase demasiado, él se enamoraba. Como si todos sus sentidos, a pesar de los dos metros de distancia, la estuviesen ya palpando. Palpaba, en su corazón palpaba, y, sin comprenderlo, que a estas alturas ya no estaba por la labor de comprender, sentía que, era sorprendente, no tenía sentido, que ya había palpado aquella piel alguna vez.
   Ella trataba de verle y progresivamente lo conseguía. Era él cada vez más, y no hacía su mente más que especular, proyectando una representación confusa de lo que podía pasar si se acercaba y hablaba con él.
   Ya quedaban muchas menos vestimentas, y menos paradas para llegar. Y ya corría más el aire.
   Había que decidirse. Tenía que sentarse a su lado y hablar con él, preguntarle si era él del todo, que al menos ya lo era en parte. Pero no se atrevía: habían pasado muchos años y muchas cosas. Desde que marchó a la guerra no le volvió a ver. Sólo supo, que eso le contaron, que había sobrevivido, pero que los horrores del frente le habían hecho tanto daño que había olvidado casi todo…
   Él no se movía, temiendo que aquello fuese un sueño, o más bien un delirio, y terminase despertando de todo aquel esplendoroso surrealismo. Le asustaba que aquello se tuviese que acabar. Dudaba que otro cabello pudiese contener alguna vez tantos colores, algunos de ellos, pensaba él, algunos de ellos aún desconocidos por el hombre.
   ¿Y si no le reconocía?, ¿y si la tomaba por loca?, se atormentaba ella. Los minutos, y con ellos las paradas, pasaban, y no sabía de dónde sacar el coraje de levantarse y contarle todo aquello. Pensaba que mejor que no se le notase demasiado.
   Él se decía que podía dejar de soñar. Que no era más que un mutilado sin pasado, una condecorada aglomeración de desventuras. Sin que se le notase demasiado, trataba de convencerse de que, si verdaderamente era un sueño, o un delirio, mejor despertar. Pero el caso es que no quería hacerlo.
   Apenas quedaba gente. Rodeados de asientos vacíos, sólo quienes como ellos vivían por las afueras les acompañaban.
   Ojalá no se sucediesen las paradas. Ojalá se pudiese parar el tiempo sólo para nosotros, o al menos para mí, para que me diese tiempo a decidirme.
   A mí me vale con que tu contorno mirándome a escondidas se quede grabado en mi mente para siempre.
   En la antepenúltima parada, sólo la tos de un obrero exhausto les recordaba que seguían atrapados en el mundo.
   En la penúltima parada se quedaron solos, recitando poemas, dibujando sonrisas e imaginando momentos.
   En la última, sólo por unos instantes resistieron. La inercia pudo con los dos. Con las puertas abiertas, él cogió su bastón, y ella sus cosas, tanto las que se veían como las que no; y, tratando de que no se les notase la pena demasiado, salieron cada uno por su lado.  
   Pensando, al unísono, que se inventaría algún día un vagón cuyo recorrido no acabase nunca. Y en el que los corazones, indiscretos, no tuviesen que serlo clandestinamente.

EL SOÑADOR
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 03, 2011, 18:01:25 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_PS4TLRUQDdc/SWZ7pJSESsI/AAAAAAAAAi4/sYwxYfgSb1g/s400/espera.jpg)

¡LLEGAS TARDE!


   
Para S, por guapa.

¡Llegas tarde!, ese es el pensamiento que no deja de circular por la mente de A desde que B se lo dijo anoche, justo antes de salir de casa, hace ya más de veinticuatro horas. Está desvistiéndose en el cuarto de luces del angosto almacén que él y sus compañeros en la pequeña fábrica de don R. usan como vestuario, comedor para los bocadillos y sándwiches que se llevan cada noche para acortar y partir sus turnos de trabajo e incluso, aunque esto no debería saberlo ninguno de sus supervisores, como sala de fumadores.         
   Se encuentra repentinamente invadido por una extraña sensación de paz, rodeado de una placentera calma que nota como va relajándole y, casi sin percatarse, llega un momento en el que no se da cuenta que se ha quedado inmóvil, casi paralizado en ropa interior, escena que podría no haberse deshecho durante mucho más tiempo de no ser porque C, un compañero al que se le han olvidado en su abrigo las llaves del cuarto de herramientas, entra en el cuarto y le comenta con sonrisa sarcástica que si está desnudo esperándole.
   ¡Llegas tarde!, como si acaso le importara, se comenta a sí mismo A mientras, ya puesto el grasiento y desteñido mono de trabajo, se lava las manos desganado con el jabón que en garrafas J, el hijo de don R., se encarga de colocar en el lavamanos del pequeño aseo que separa el cuarto de luces de la puerta gris por donde entran y salen de sus respectivos puestos todos los operarios de la fábrica.
   A vuelve a ausentarse durante unos segundos del mundo-del mundo que en ese momento le rodea-y deja volar su imaginación, aunque esta vez hacia atrás, hacia el pasado no tan lejano donde era un chaval risueño, despreocupado, sin ninguna carga que no fuera el llevar a su ya fallecido padre al médico una tarde a la semana a sus sesiones de rehabilitación. Que tú no pagues el agua no quiere decir que dejes correr el grifo sin mirar, ¡jefe!-le grita D, al cual le toca compartir máquina con A durante todo este mes y que, al ver que éste no acude al descansillo donde todas las noches apuran imbebibles cafés de la máquina expendedora justo antes de comenzar su turno, ha ido a buscarle al cuarto a indicación de C, el cual ya se ha encargado de comentar la estampa erótico-cómica vivida con A hace escasos instantes.
   ¡Llegas tarde!, se repite una y otra vez sin cesar A, cuando ya le ha dicho a D que hoy no quiere café y que no cuenten con él para la salida nocturna que buena parte del grupo que trabaja en ese turno, y que libra el próximo sábado, ha preparado con vistas a dar una vuelta por las calles de bares y discotecas cercanas a la fábrica, alentados por la visión de las chicas que salen por dicha zona, y que son escrutadas por los compañeros de A tanto al comienzo-cuando se encaminan a vivir una noche de copas-como al final del turno-cuando desandan el camino de regreso a sus casas, vencidas por el alcohol, los moscones, los tacones o  por todas estas circunstancias- en los fines de semana que les toca trabajar por la noche.
   Ya ha soportado una nada desdeñable sarta de improperios e insultos dirigidos contra su hombría y su virilidad, encaminados a intentar hacerle cambiar de opinión acerca de este último asunto, y lleva un buen rato en la máquina asignada para esa noche sin dirigirle la palabra a D, el cual mentalmente ha dictaminado sin discusión que lo que le pasa es que se ha peleado con B antes de salir de casa y por eso está tan callado, tan raro, con ese gesto ausente y distraído. Se lo pregunta varias veces y de varias formas, pero lo único que consigue sonsacarle es que para nada, que hoy no nos hemos visto, que vaya cosas se te ocurren, tú siempre cotilleando y metiéndote en la vida de los demás.
   ¡Llegas tarde!, sigue siendo el rey dentro de la monarquía derrocada en la que se ha convertido la cabeza de A desde que ayer le escuchó estas palabras a B. Ni siquiera es consciente de lo que le ha dicho E, que alarmado por D de su conducta tan extraña, se ha acercado al puesto de trabajo de ambos a ver si podía, al menos, enterarse que demonios le ocurre esa noche. E mantiene con orgullo ser el mejor amigo, el más íntimo confidente de A, complicidad forjada desde muchos años atrás, y reforzada por el hecho de haberle conseguido la entrevista de acceso a su puesto de trabajo actual cuando, informado por B, supo que A había perdido su empleo en el taller donde había permanecido más de diez años.
   El turno se desarrolla sin sobresaltos y languidece sin que ninguno de sus compañeros, incluido F, que también se ha interesado por la apática y silenciosa actitud de A durante toda la noche, inusual a todas luces, haya conseguido saber lo que le ronda por su cabeza. Cuando el turno entrante les da el relevo, A se cambia sin ninguna premura junto al resto de la cuadrilla saliente y, con una resignación propia del animal que intuye dirigirse sin posibilidad de escape al matadero, termina de generar aún más dudas en los demás al declinar, por primera vez desde que comparten horario de trabajo, acercarse al bar de G, establecimiento donde acuden siempre, sin excepción bajo ningún pretexto, al terminar su jornada laboral. El propio G sabe que algo sucede y se huele algo raro cuando es informado por los compañeros, puesto que A es el principal instigador y animador de esas postreras reuniones.
   ¡Llegas tarde!, a ver si me puedes decir lo mismo ahora, dedica para sus adentros a B cuando llega a la esquina de su domicilio. Ya ha bajado del autobús que le lleva de casa a la fábrica por las noches, y de vuelta a su casa por las mañanas. El sol, tímido todavía, regala una luz anaranjada con la que envuelve todo lo que A encuentra a su paso, y ya le ha ganado una vez más la partida a las farolas que aún permanecen encendidas en su calle, aunque lleven un buen rato sin alumbrar nada.
   Al doblar esa última esquina, el escenario cromático varía completamente y los rayos solares recién nacidos son anulados por unas luces azules que giran de manera llamativa y monótona a la altura del portal donde viven A y B. Los vecinos que no tienen que ir ni a trabajar ni a llevar a sus hijos al colegio se asoman a ventanas y balcones o se agolpan en los portales colindantes, expectantes ante el espectáculo bañado de morbo y curiosidad que la situación ofrece. Incluso alguno sueña con que aparezca alguna cámara de televisión, lo cual le daría a esa estampa mucha mayor notoriedad.
   A sabe que las dos patrullas de policía le esperan a él y cruza con parsimonia de acera camino de los agentes, no sin antes dejar pasar a la ambulancia que sale de su calle sin llevar activada ninguna sirena. Al ser superado por el vehículo sanitario, y centrando en él su vista, con gesto cansado y prácticamente inexpresivo no puede evitar que un pensamiento le cruce como un rayo por su cabeza: ¡Llegas tarde!

La mala suerte
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 04, 2011, 12:20:49 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_yyFrgR-8v-Y/S4SPrzVhlgI/AAAAAAAAAEQ/kUqn6m1zvSI/S220/hombre+con+alas.jpg)

Antesala de un regreso


Estuvo lloviendo tres días seguido, lapso en el que solo me levanté de la cama por cuestiones inevitables. Cuando paró de llover, salí al patio y me quedé observando el aspecto de la calle, vi pasar a una mujer que caminaba con el paraguas abierto, como si no se hubiera dado cuenta que ya no llovía. Me quedé pensando en qué envolventes pensamientos estarían atravesando su mente, para abstraerla de semejante forma. Y sentí envidia, deseos de que en mi cabeza aflorase algún pensamiento así, que me hiciera huir del ahora.
Busqué al perro con la mirada, pero no estaba por ninguna parte. Lo imaginé deambulando por el barrio, bebiendo el agua que la lluvia había dejado en las canaletas, seguramente  hambriento.
Caminé hacia la hamaca de madera que colgaba del árbol de paraíso. La había construido yo mismo, cuando mi hija cumplió dos años; ése fue mi regalo, que ella disfrutó bastante hasta antes de separarme de su madre. Ahora esa hamaca quieta y enmohecida, me parecía el objeto más triste del paisaje casero, pero no me atrevía a desarmarla, porque muchas veces mirando esa hamaca, podía volver a ver a mi hija aventándose, sonriente, hundiéndome en tiernos ensueños.
Me senté en la hamaca. La madera mojada me humedeció el culo. Me mecí despacio, y el ruido del tronco crujiendo me recordó aún más a mi hija. Allí me quedé como un niño, suavemente adormecido por el vaivén, evocando tiempos mejores y pensando que hacer con aquel día que recién empezaba. Era marzo, el último de mis tres largos meses de vacaciones. No tenía nada que hacer. Y el proyecto de cada día siempre era buscar la forma de que el día transcurra lo más rápido posible.
Desde la hamaca, junto a otro árbol, en el suelo, noté que había crecido un hongo del tamaño de un sapo. Tenía un color amarillento, como las hojas de un libro viejo. La imagen del hongo me hizo acordar a mi adolescencia, cuando con los amigos, después de cada lluvia, nos íbamos al aeropuerto viejo a buscar los hongos que crecían entre la ***** de los cebúes. Les decíamos a nuestros padres que íbamos de pic nic. Llevábamos una carpa y nos quedábamos un par de días, comiendo hongos y alucinando.
Dejamos de hacerlo cuando pasó lo de César. Cuando aquella vez le pegó tan mal, que estuvo varios meses despertándose a mitad de la noche entre pesadillas terribles.
Bajé de la hamaca de un salto y arranqué el hongo, para que mi perro no cometiera el error de comérselo. Lo arranqué de raíz y fijé la vista en su textura. No pude evitarlo: le di un mordisco. El ácido me quemó la lengua. Mastiqué lo suficiente y tragué los trocitos.
Comprendí enseguida que lo mejor era volver adentro de la casa y cerrar las puertas con llave. No tenía la menor idea del efecto que tendría; de hecho, durante los primeros minutos no sentí variación alguna en mis sentidos. Me acomodé en el sofá y encendí un cigarrillo para sacarme el mal gusto de la boca. Entonces, de repente, empezó a llover, pero dentro de la casa. Me dirigí a la cocina para resguardarme, pero allí caía granizo.
Fui al baño, y al mirar el espejo, espantado, vi mi cara completamente amarilla y lisa, como aquel hongo, desprovista de ojos, narices, boca, vacía, un óvalo de carne incompleto, como un autorretrato que por desgano alguien no quiso terminar de pintar.
Salí del baño. Seguía lloviendo en el living, me pareció tener el cuerpo empapado. Corrí hacia mi habitación, donde todo estaba normal. Me dejé caer en la cama, tratando de serenarme e hilvanar alguna idea que me alejase del pánico. Pasé los dedos por mi cara, y estupefacto, no sentí mi nariz. Intenté meterme un dedo en la boca pero tampoco pude encontrar la cavidad. Tapé mi cuerpo con la sábana hasta la frente. Y no sé que pasó después: cuando desperté era de noche y afuera estaba lloviendo otra vez.
Ahora todo estaba en orden: cada parte de mi cara estaba en su correcto lugar y en los cuartos de la casa no había nada raro. Sentí alivio.
Quería hablar con alguien. Que me hablaran. Llovía con furia. Recordé que me separé de mi mujer para estar solo. Y en ese momento, como si algún resabio alucinógeno todavía me atravesara, la vi entrar a la casa, invitarme a salir a caminar bajo la lluvia. La seguí hacia la calle, ¡tan real me pareció su mano entrelazada a la mía!, anduvimos y anduvimos en la noche, hasta que me senté en el banco de la plaza y desperté: ya no estaba.
Ya entonces todo mi cuerpo era la lluvia, los torrentes de agua ya no bajaban del cielo sino de mis cabellos, de mis brazos y hasta de mis pestañas. La carne se me había vuelto agua.
Regresé a casa. El perro, empapado, me vio llegar en el umbral. No era comida lo que suplicaban sus ojos, no. Y sólo en ese instante, supimos lo que teníamos que hacer.   

Ken Zaburo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 05, 2011, 20:56:24 pm
(http://joselopezsanchez.files.wordpress.com/2009/05/censura.jpg)

EL ÚLTIMO ARTISTA EN PIE


Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones."
Séneca

RADIO REBELDE. MIÉRCOLES SEIS DE ENERO…. Miguel Luis Martínez. Licenciado en Comunicación Social, escritor, narrador oral escénico, dramaturgo, guionista de Cine, Radio y Televisión, Animador Turístico, comediante y miembro de la Asociación Hermanos Saiz (AHS) uno de los creadores más versátiles y carismáticos de Cuba en  los últimos  diez años, según las opiniones de la verdadera razón de existencia de todos los artistas: EL PÚBLICO, presentará su  última creación en el Café Literario Rubén Martínez Villena en la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). ¡No falte! ¡Los esperamos!
RADIO REBELDE. MIÉRCOLES 13 FEBRERO…. A continuación fragmentos del libro Un circo sin monos del escritor matancero… ¡Qué casualidad!  Miguel Luis Martínez.
--- ¡Me voy del país! ¡Esta crisis comunista no acabará con mi vida!
--- ¡Estás loco! ¿Dónde hallarás una tierra como esta? No hay diferencias de clases ni discriminación racial, la educación y salud son gratuitas, aquí todo es para todos.
---Por eso mismo. Si todo es para todos, nada es de nadie. Me marcho de aquí…voy a buscar lo mío.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA. MIÉRCOLES 13 MARZO… Miguel es condenado a cinco años de privación de libertad en Cien Aldabós, la prisión más terrible del país.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA.  MIÉRCOLES 13 ABRIL…  La ONU se entera del encarcelamiento de Miguel.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA.  MIÉRCOLES 13 MAYO… La ONU anuncia oficialmente su visita a la Mayor de las Antillas.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA. MIÉRCOLES 13 JUNIO…  La dirección de la mal conocida institución carcelaria entra en caos. Tiene que demostrar al mundo de una vez por todas que…la discriminación por color o preferencia sexual, la visión dogmática de la realidad, el chantaje, la corrupción penal, el tráfico de drogas, la violación, el asesinato, el maltrato psicológico y la mutilación del libre pensamiento, no pertenecen al contenido de trabajo del Sistema Penitenciario Cubano.
RADIO REBELDE. MIÉRCOLES 13 JULIO… Proponen a Miguel para que le muestre su arte a los representantes de la ONU constituyendo esto un hecho innegable que: En La Mayor de las Antillas los presos son considerados seres humanos.
RADIO REBELDE. MIÉRCOLES 13 AGOSTO
A continuación les presentamos fragmentos de la obra que presentó Miguel.
ESCENA I
Oscuridad Total.
Voces en Off (Al Unísono): ¡Turismo, turismo! ¡Viva el turismo! ¡Turismo, turismo! ¡Qué bueno es el turismo! (Se repite varias veces. En cada repetición se habla más rápido hasta resultar nada entendible)
Hombre 1 (Grita): ¡Yaaa!
Encendemos las luces.
ESCENA II
Aparece en escena un hombre de unos 32 años, tez negra, vestido con ropa de sport, un uniforme de animador turístico. A su izquierda se halla una mujer mayor que puede ser su madre, la cual permanece sin moverse.
Hombre 1: Aquí todos sabemos… todo cubano sabe que el turismo es el mejor trabajo en este país. No importa si trabajas como barman, custodio, cocinero o como basurero. No importa si delatas a un compañero, un amigo, que hacía lo mismo que tú. No importa que te maltraten, humillen, pisoteen tus derechos, te expulsen por responder la ofensa de un extranjero, te marginen por conjugar el verbo pensar, tengas que acostarte con los jefes para mantener el trabajo, o…en el peor de los casos te suceda lo mismo que a Miguel, quién… ¡Otro día les cuento la historia!
Voces en Off (Al Unísono): ¡Turismo, turismo! ¡Viva el turismo! ¡Turismo, turismo! ¡Qué bueno es el turismo! (Se repite varias veces. En cada repetición se habla más rápido hasta resultar nada entendible).
Hombre 1 (Grita): ¡Yaaa! Cuando le dije a mi madre que deseaba trabajar en el turismo…
Explosión. La mujer situada a la izquierda rompe el estado de congelación.
Madre (Enojada): ¡Estás loco! ¿No terminarás la universidad?
Hombre 1: ¿Para qué madre, para qué?
Madre: ¿Cómo qué para qué? Para ser alguien en la vida, ser respetado, para que no te señalen con el dedo. El título tapa los mayores defectos.
Hombre 1: ¡Abre los ojos mamá! ¡Aquí ser un profesional es una *****! ¡Aquí los que nunca estudiaron ni lo harán, los que no trabajan ni jamás lo harán son los que viven! ¡Son los que tienen los mejores carros, las mejores casas, las más exuberantes mujeres!
Madre: ¿Quieres ser como ellos?
Hombre 1: ¡Claro!
Madre: ¡Ya, veo, veo!
Hombre 1: ¿Qué ves?
Madre: Una cosa.
Hombre 1: ¿Qué cosa es?
Madre: ¿Quieres dinero, poder?
Hombre: ¡Por supuesto! Dinero, carro, celular, mujeres, poder.
Madre: ¿Sin importar las consecuencias del dinero fácil?
Hombre 1: ¡Tapa esa letra mamá!
Madre: Entonces...estudia. No hagas como yo que me volví dependiente a tu padre. Lo de uno es lo de uno. No importa si te casas con la reina de Inglaterra. Si tienes dos pesos, llévalos con orgullo son tus dos pesos. Estudia, lo que uno aprende algún día lo utiliza, le sirve para algo.
Hombre 1: ¡Otra vez con lo mismo! Ya te dije que no mamá.
Madre: ¡Hijo mío! ¡Hazme caso! ¡Estudia!
Hombre 1: ¡No mamá, no!
Madre: ¿Por qué, por qué? Aquí el que no estudia es porque no quiere. Dale hijo, estudia, termina la universidad y después haz lo que quieras, camina desnudo por las calles aunque te tilden de loco, solo que esta vez te dirán que eres un loco diferente, eres un loco con  un título universitario.
Hombre 1: ¡No mamá, no!
Madre: ¿Por qué? Dime una razón.
Hombre 1: Después que me gradué de la universidad… ¿qué hago mamá? ¿Cuelgo el título de oro en la pared porque no me sirve para nada?
Madre: Con un título universitario siempre hallarás trabajo.
Hombre 1 (Estalla): ¡Abre los ojos mamá! Si trabajas y con lo que ganas no puedes satisfacer tus necesidades básicas, es como si estuvieras desempleado.
Madre: Pero...
Hombre 1: ¡Basta! Ni un pero más. Quieras o no, voy a trabajar en el turismo.
La Madre abandona escena. Apagamos las luces. Oscuridad total.
Voces en Off (Al Unísono): ¡Turismo, turismo! ¡Viva el turismo! ¡Turismo, turismo! ¡Qué bueno es el turismo! (Se repite varias veces. En cada repetición se habla más rápido hasta resultar nada entendible)
Hombre 1 (Grita): ¡Yaaa!
Escuchamos una voz femenina que dice a fondo del péndulo de un reloj.
Mujer en Off: Radio Reloj...una hora después.
Encendemos las luces.
ESCENA III
La escena representa la entrada de un hotel Observamos un cartel que dice Hotel Oasis Varadero 1920. A un lado del escenario se halla un hombre, el otro lado representa una oficina en la cual se halla una mujer revisando unos papeles. Entra Hombre 1.
Hombre 1: ¡El último!
Hombre 2: ¿Para qué?
Hombre 1: Para ver a la jefa de recursos humanos.
Hombre 2: Soy yo.
Hombre 1: ¿Detrás de quién va?
Hombre 2: De un muchacho.
Hombre 1: ¿Y el muchacho?
Hombre 2: Detrás de una señora.
Hombre 1: ¿Y la señora?
Hombre 2: Detrás de un señor.
Hombre 1: ¿Y el señor?
Hombre 2: Detrás de mí.
Hombre 1: ¿Detrás de ti? Pero sí detrás de ti…
Hombre 2: Detrás de mí vas tú (Ríe) No preguntes tanto compadre.
Hombre 1: ¿Qué no pregunte? ¿Y se marchan las personas?
Hombre 2: No te preocupes. Nadie se marcha de una cola para trabajar en el turismo. ¡Y mira que aquí se hacen colas! Cola para comprar el pan, la leche, el agro mercado… ¡Hasta para que lo entierren a uno hay que hacer cola!
Hombre 1: ¿De verdad?
Hombre 2: Y eso si firmaste un acuerdo inviolable con el director del cementerio. Las tumbas; también son para los extranjeros.
Hombre 1: En las tiendas por divisas no hay que hacer colas.
Hombre 2: ¡Qué va chico! Es donde más se hacen colas. Una cola para entrar, para guardar el bolso, para pagar, para salir y para recoger el bolso.
Hombre 1: En mi ciudad no se hacen colas.
Hombre 2: ¿En tu ciudad? ¿De qué país  eres?
Hombre 1: Soy de Milanés 88 entre Zaragoza y Manzaneda. Matanzas. Cuba.
Ambos ríen.
Hombre 1: ¿Y tú?
Hombre 2: ¿Y yo qué?
Hombre 1: ¿De dónde eres?
Hombre 2: De Cárdenas.
Hombre 1: ¿Cárdenas? ¿La Ciudad del Oro?
Hombre 2: Sí tú lo dices.
Hombre 1: ¿Sí yo lo digo? ¡No seas modesto! ¡Cárdenas es la Ciudad del Oro! Todo el mundo trabaja en el turismo y…
Hombre 2: Eso era antes, socio. En la época de la barbarie, cuando todos los hoteles se pagaban al cash, en efectivo.
Hombre 1: ¿Se hacía mucho dinero?
Hombre 2: Fíjate que si se hacía dinero que el Estado al ver que los trabajadores del turismo comenzaron a comprarse carros, casas, computadoras con acceso a internet, se le ocurrió la idea de los Hoteles Todo Incluido y…
S-I-L-E-N-C-I-O
Hombre 1: ¿Y?
Hombre 2: Nada. Que en este país la prosperidad es considerada un pecado capital. Es como me dijo Arturo, un amigo...
Escuchamos una voz femenina que dice a fondo del péndulo de un reloj.
Mujer en Off: Radio Reloj...1994.
Congelación de Hombre 1 y Hombre 2 en escena.
Arturo en Off: ¡Me voy del país!
Hombre 2: ¡Estás loco! ¿Dónde hallarás una tierra como esta? No hay diferencias de clases ni discriminación racial, la educación y salud son gratuitas, aquí todo es para todos.
Arturo en Off: Si todo es para todos, nada es de nadie. Me marcho de aquí…voy a buscar lo mío. 

RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA. MIÉRCOLES 13 DE SEPTIEMBRE…
Ayer a las dos de la madrugada, en la enfermería del Centro Penitenciario Cien Aldabos, fue hallado el cadáver de Miguel Luis Martínez. Algunos dicen que la dirección de la prisión ordenó su asesinato por decir lo que no se puede decir. Otros que la orden fue dictada por el mismísimo presidente del país. Siendo este hecho una prueba más que en Cuba, el Arte es de la Revolución y con la Revolución todo, sin la Revolución nada.

Grafitti
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 05, 2011, 21:00:38 pm
(http://www.egrupos.net/albumPhoto/1302915/photo_8.jpg)

SETAS DE COLORES


Mi profesor de ciencias nos había mandado hacer a todos los de 3º de ESO un trabajo individual sobre las setas. Odiaba a las setas, aborrecía las setas. No podía con ellas. Llegué a casa cansado después de todo el día en el instituto y, tras besar a mi madre que estaba en la cocina preparando la merienda de mi hermana Sarita, engullí un bol de cereales con leche en pocos minutos y me dirigí a mi habitación. Tenía que hacer los ejercicios de física, imprimir el trabajo de música sobre la vida y obra de Bach y estudiar algo de sociales. No sabía bien por donde empezar, así que decidí comenzar por lo más sencillo, es decir, imprimir el trabajo. Encendí  mi portátil, la impresora, y en dos minutos ya lo tenía listo. Siguiente paso: bueno, ya que tenía encendido el portátil, tecleé en el buscador de Internet para conseguir información sobre setas. “Setas” y pulsé enter.
Algo sucedió en el momento en que pulsé aquella tecla; la pantalla se quedó en blanco durante un instante y, acto seguido, sentí como mi cuerpo era trasladado  a través de la pantalla del ordenador, sin yo tener ningún control sobre lo que estaba ocurriendo. En pocos segundos me encontré frente a frente con un extraño ser que, con voz más aguda de lo normal, comenzó a hablarme:
-Ven conmigo, necesito ayuda. Acompáñame.
El extraño ser resultó ser un joven de baja estatura (me llegaría a la altura del pecho). No sabría decir su edad, quizás 17 ó 18 años, pero sí que era un chico con aspecto bonachón. Vestía camisa verde y pantalón marrón. Su cara estaba llena de pecas, y a juego con ellas estaba su pelo, naranja y enmarañado como el de un muchacho cualquiera.
Mi cara de asombro debía ser tal que repitió, insistente:
-Acompáñame, tengo que contarte un suceso que ha ocurrido en este reino, pero necesito que vengas conmigo y por el camino te cuento.
Como abducido por aquel joven, comencé a caminar. Aquel sitio era tan…¿distinto? Sí, no era como mi ciudad, puesto que no era una ciudad, pero aún siendo un pueblo no era como cualquier pueblo. El chico se había referido al pueblo como un reino. Mientras caminábamos por aquel camino de arena fina pude comprobar que las flores cambiaban de color de una forma progresiva, agradable; los árboles ocupaban los lados del camino, moviéndose suavemente al compás de nuestro paso, dando un agradable sensación de tranquilidad.
-Todavía no te he dicho mi nombre,-dijo el chico. Me  llamo Singo, ¿ y tú?.
-Yo soy Tomás-contesté.
-Estamos en el reino de Singalia, y si estás aquí  es por que necesitamos ayuda del exterior, ya que no vemos solución a nuestro problema.
-Yo no sé si podré ayudaros, tan sólo soy un adolescente y apenas puedo solucionar mis propios problemas, como para afrontar los problemas de todo un reino- dije.
- Seguro que podrás dar solución de alguna manera, confío en ti; por eso te he traído hasta aquí.,- dijo Singo. Empezaré por el principio…
   
Hay dos tipos determinados de setas que sólo crecen aquí, en Singalia. Son la seta verde y la seta azul. Todos los habitantes de Singalia, desde tiempos remotos, tenemos prohibido su consumo. Esta prohibición se ha ido transmitiendo de padres a hijos desde hace siglos, y nunca ha habido ningún problema.
Todo en Singalia transcurría con normalidad, los síngalos y las síngalas éramos felices y no había ningún problema de convivencia, hasta que un día llegó un grupo de habitantes de un reino cercano. Ellos obligaron a una síngala  a comer de la seta verde, y el resultado, al cabo de unas horas, fue fatal: comprobaron como la síngala, cambiaba su forma de comportarse, con un sometimiento excesivo hacia todo el que estaba a su alrededor. Lo peor de todo es que el suceso fue rápidamente conocido por los habitantes de Singalia y, en lugar de alarmarse por lo ocurrido, todos los síngalos fueron obligando a sus esposas a comer de la seta verde. Así, en cada hogar había una síngala sometida a las órdenes de un síngalo, al que obedecía sin oponerse. Parecía que los síngalos eran así felices sometiendo a las síngalas. Aquello era injusto, muy injusto para ellas.
Hace dos semanas algunos síngalos empezaron a sentirse mal, con fiebre y diarrea; todos con los mismos síntomas. Cada día que pasaba eran más los síngalos que caían enfermos; pero…ninguna de las síngalas había contraído aquella misteriosa enfermedad para la que aparentemente no había cura.
Fui a pedir ayuda al rey, Singalón, pero, cuando llegué a lo alto del castillo, los guardias me dijeron que el rey no podía recibirme pues se encontraba también afectado por la enfermedad.
Regresé a casa y pasé toda la noche sin dormir dando vueltas a lo que estaba ocurriendo. Era tan extraño…ninguna de las síngalas estaba enfermas. ¿Qué sería aquello que las protegía? ¿sería por el hecho de ser del sexo femenino?¿ sería por…? ¡YA SÉ! ¡en ese momento caí.! Las síngalas no padecían  la enfermedad pues haber comido las setas verdes las había proporcionado inmunidad! Tenía que contarlo a todo el reino antes de que fuera demasiado tarde.
Así que poco antes del amanecer reuní a todos, síngalos y sígalas en la plaza y les expliqué cual creía yo que era el motivo de que las síngalas no cayeran enfermas. Todos quedaron asombrados. Entre todos acordamos en que los síngalos tanto los que ya estaban enfermos como los que aún no habíamos contraído la enfermedad tomaríamos setas verdes.
Y así fue. Fueron uno a uno comiendo, y , en cuestión de un par de horas los síntomas empezaron a ceder. Pero…..horror, todos los síngalos quedaron con la voluntad anulada, tal y como les había pasado a las síngalas cuando comieron de la seta verde. De esta manera el reino se iba a convertir en un reino de seres sin voluntad propia, sino sometido a las órdenes y voluntad de cualquiera que se acercara por aquí. Así que, antes de comer yo de la seta verde decidí pedirte ayuda para ver qué podemos hacer. Tenemos un pueblo curado de la enfermedad pero con la voluntad anulada. Y hemos de dar solución rápida, pues tú y yo corremos el riesgo de caer enfermos.

Con todo aquello que me estaba contando Singo pasé de la tranquilidad a la preocupación en décimas de segundo. Horror, yo no había pensado que esa enfermedad me podía afectar a mí, y menos en aquel lugar…Ya llevaba varias horas y mi madre estaría  muy  preocupada por mí. Había que buscar una solución, y rápida.
Estuve toda la noche despierto junto a Singo, pensando. No me fue muy difícil dar con la posible solución. Le desperté de un tirón de pelo.
-Despierta, Singo, ya lo tengo. Me dijiste que estaba prohibido comer las setas verdes  desde hace siglos.
-Sí,- contestó Singo.
-Y también las setas azules-le dije.
-Así es.
-Pues bien, probemos con las setas azules. Pueden ser la solución a nuestro problema. Devolverá a todos los síngalos y síngalas a su estado normal, o…..quizás no, y el efecto podría ser catastrófico. Pero tenemos que arriesgarnos.
Fuimos a consultarlo con el rey, Singalón, pero como su voluntad estaba anulada, sólo se  limitó a decirnos:
-Hijos, lo que vosotros hagáis, bien hecho estará.
Así que reunimos a todos los habitantes que habían comido de la seta verde y les hicimos comer de la seta azul. Obviamente nadie se opuso a ello. En cuestión de media hora, los efectos se empezaron a notar. Todos los habitantes de Singalia volvieron a su estado habitual. Síngalos y síngalas se abrazaban como nunca antes lo habían hecho, dándose cuenta de que ninguno de ellos fue feliz mientras que las síngalas estaban sometidas a los síngalos, y que lucharían para que algo así nunca volviera a ocurrir, ya que todos, todos, sea cual sea nuestra condición somos iguales ante la ley y ante los ojos de los demás.
Singo me agradeció con un apretón de manos y un abrazo la ayuda recibida ya que la emoción que sentía en ese momento no le dejaba articular palabra. Le devolví el abrazo y le dije GRACIAS, pues era consciente de que aquel día había sido especial para mí, había aprendido algo muy bueno.
         …………………………….
-Pero Tomás, ¡Tomás!-me decía una voz familiar.- !Hijo!
Comencé a reaccionar y me encontré tumbado en mi cama y  rodeado de mi madre y una vecina.
-Tomás, hijo, has estado delirando toda la noche, tienes mucha fiebre, tómate el antitérmico.
No podía ser; entonces ¿todo había sido un sueño y nada más? ¿o no había sido un sueño y resultaba que algún síngalo me había contagiado aquella enfermedad? ¿Tendría que volver a Singalia para poder curarme comiendo setas a las que tanto aborrecía?

Burn
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 05, 2011, 21:04:08 pm
(http://www.cineycine.com/ONE/Cine/Analisis/zulo/Zulo2.jpg)

Despertar


Antes de abrir los ojos, el olor a orina y encierro me castigó. Fruncí la nariz y respiré por la boca para evitar las arcadas. Un agrio reflujo me trepó hasta la garganta, dejando vestigios de vino barato y cebolla.
El ruido de una multitud y la lejana melodía de un saxofón me alertaron. Abrí los ojos, sintiéndolos pesados y pegajosos. En cuanto enfoqué la vista vi el techo tan bajo que podía tocarlo; abovedado y lleno de pequeños cuadritos de porcelana. A la derecha, la extraña pared cubría el espacio por completo. Acorralado, giré la cabeza y vi algo aún más extraño: el respaldo de unas butacas plásticas color naranja. Me sentí aprisionado. Cada vez más confundido, descubrí más allá de los asientos a cientos de personas circulando en aparente desorden.
Tomándome del respaldo pude ver mejor lo que ocurría del otro lado. Una estación de subterráneo. “¿Qué carajo hago acá?” fue lo primero que se me ocurrió. Motivos para preocuparme sobraban. Para comenzar porque no sabía cómo había llegado a un hueco detrás de los asientos del subte; y para completar la incomprensible situación, la ciudad donde vivo no tiene subterráneo.
Noté algo más extraño aún. Mis zapatos eran diferentes uno del otro, y ninguno era mío. Aliviado, reconocí los jeans como propios, aunque una asquerosa capa de mugre los cubría. Barro, grasa y restos de comida. Estirando el cuello con dificultad eché un vistazo a la entrepierna de mis vaqueros y encontré la fuente del asqueroso olor a meada. Controladas las arcadas y asiéndome de los respaldos crucé la línea de sillas hacia la explanada.
Parado en medio de la turba noté me esquivaban sin disimulo. Aturdido, miré en todas direcciones buscando alguna referencia. Las personas hablaban junto a mí, pero yo no comprendía lo que decían. Fijé la vista mas allá de las vías y la respuesta me alcanzó como una descarga eléctrica. “Châtelet”. Sabía muy bien que se trataba de una de las principales estaciones del Metro de París. Una vez al año debía viajar allí por trabajo, pero eso era en marzo y estábamos en... ¿mayo? ¿junio?
“Châtelet” reflexioné. Por instinto busqué el celular. No estaba. Me faltaba la billetera, los documentos, las tarjetas, el dinero y cualquier otra cosa que me ayudara a comprender.
El zumbido corrosivo del tren al llegar me distrajo, ayudándome a reaccionar. ¡El hotel! Si estaba en París, siempre me hospedaba en el mismo. Leí los carteles de la estación. Línea “4”, dirección “Porte d’ Orléans”. Busqué la pizarra con el mapa de las líneas y sus recorridos. Localizado el destino, seguí con el dedo la línea amarilla hasta donde me encontraba. Mis manos parecían las de un viejo, con las uñas llenas de negra inmundicia. Tenía que cambiar de andén.
Con pasos poco firmes caminé atento a las referencias sobre las conexiones. Línea 1, “La Défense – Grande Arche”, me zambullí en el laberinto de túneles. Alcancé la plataforma en pocos minutos. El tren llegó un instante después. Las puertas de los vagones se abrieron y acompañé a los que caminaban hacia el interior, evitando inútilmente hacer contacto con ellos.
Abrazado a uno de los pasamanos del vagón, aproveché para meditar. Sabía quién era. Conocía la ciudad. Sabía lo que hacía para vivir. Lo último que recordaba, eran temas de trabajo; reportes, reuniones y temas pendientes; todos a más de doce mil kilómetros de distancia. No tenía sentido. Llegamos a la siguiente estación. Vívidos recuerdos se disparaban; esposa, hija, familiares y amigos. Una vida.
El tren se detuvo, obligando a más gente a sufrir el asqueroso castigo. El olor que me rodeaba era repulsivo, casi palpable. Las náuseas volvieron, obligándome a respirar hondo. Los latidos me retumbaron en la cabeza.
Otra estación, idénticas preguntas y ninguna respuesta. Volví a revisar los bolsillos. Sólo encontré papeles arrugados y migajas. Cada elemento estaba en su lugar, cada recuerdo y cada historia, excepto la respuesta que buscaba.
—Charles de Gaulle, Etoile…
La estación que buscaba. Con la vista fija en el piso, me acerqué a las puertas del vagón. Ni bien se abrieron me abalancé hacia la salida. Consulté los carteles. Número cinco: “Av Carnot”. Alargué los pasos y empujé la última puerta vaivén. La escalera al fin. Las finas gotas de lluvia me cortaron el rostro, dándome una momentánea sensación de frescura. Por un instante olvidé el hedor y la picazón en el cuerpo.
Avancé por la vereda desierta. Cien metros me separaban de las respuestas. Tuve deseos de correr, pero las piernas me lo negaron. El dolor de cabeza redoblaba sus esfuerzos. Levanté la vista y allí estaba. La puerta del hotel.
Atravesé el arco de hierro y giré a la izquierda buscando el mostrador. La muchacha morena se sobresaltó al verme. Durante unos segundos se mantuvo inmóvil, dudando. Tomó aire para decir algo, pero calló. Entonces su rostro cambió frunciendo el ceño en un gesto de duda. Bajó la vista y la vi revisar unos papeles. Volvió a mirarme con la boca abierta.
—¿Monsieur… Fernández?
—Oui —respondí.
Las respuestas se acercaban.
—Monsieur, hemos estado muy preocupados —dijo en aceptable castellano—Hace cuatro días que no sabemos de usted. La gente de su empresa lo busca. La policía lo busca. Su esposa llama cada dos horas. Está muy nerviosa... ¿Qué le ha pasado?
—Ehhh…
—¡Fernández! —Una voz conocida a mis espaldas. Las respuestas se acercaban—. ¿Que pasó?
El director corporativo estaba parado detrás de mí. Su cara no podía ocultar la mezcla de asco, sorpresa y curiosidad. Sabía quién era él, no tuve que pensarlo. Las respuestas.
—Eh, no lo sé.
—Pero... faltó a las conferencias y reuniones. No lo vemos desde la noche del martes. Después de...
¡Las respuestas! Estaba en París para asistir a una serie de conferencias organizadas por la casa matriz de mi empresa. ¡El martes! El martes, luego de la segunda reunión… fuimos a cenar. Luego... luego de la cena, unos pocos nos fuimos a un club de jazz subterráneo. El Barrio Latino.
—Se acuerda de lo que ocurrió el martes, ¿no? —La mirada del director corporativo se había tornado algo más fría. La curiosidad había desaparecido. Lo recordé. Una oleada de calor me subió por el pecho— Supongo —agregó sin dejarme responder— que recuerda que mañana viaja de regreso. Que tenga un buen viaje. Y no se preocupe por volver el lunes a la empresa. Nosotros le enviaremos sus cosas.

Diego
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 05, 2011, 21:07:49 pm
El Hilo


René
Era mayo, me encantaba la luz que entraba por las ventanas a esa hora de la tarde: ténue, anaranjada, cálida…Escuchaba el ajetreo de la gente; amigos tomándose un café, madres que esperaban a que sus hijos salieran de sus respectivas clases de karate, ballet, judo…y algún solitario leyendo el periódico.
-   Mamá, mamá…- mi pequeña hija Lolita tiraba de mi delantal – ya ha llegado la tía Florence.
Hoy era su cumpleaños, ocho años y era un terremoto. Habíamos decidido celebrarlo aquí, en el “Bon Appétit” y por ello cerraríamos una hora antes de lo normal.La despaché en cuánto pude, aun estaba amasándo lo que se transformaría en un tarta; con las manos, sin máquinas y con mucho amor.
En el café trabajaban dos jóvenes y una señora mayor, Clementine, que era el espíritu de la casita, como la llamábamos. Cuando entraba parecía que todos los problemas se esfumaran y su voz paciente recomendándote los mejores macarons te engatusaba.
Me encerré en el baño para trasformar aquella mujer cubierta de harina hasta las cejas en una que , a veces, incluso podía resultar atractiva. El pelo acabó recogido en un pequeño moño que sujeté gracias a un bote entero de laca, y el rímel y un poco de barra carmín en los labios hicieron el resto.
Cuando salí el local se había llenado de primos, tíos y demás familiares además de multitud de pequeños seres y de globos de colores. Se lo agradecí a mi madre al oído y no pude reprimir una sonrisa cuando escuché a toda la multitud coreando “Lolita” con ese acento parisino que trasformaba la l en una r.
Me encantaba ese nombre eso era cierto, pero si no hubiera sido por su padre español, del que llevaba tres años separada, jamás se lo hubiera puesto.Nos casamos de rebote, al enterarme de que estaba embarazada y durante los años que estuvímos juntos no fuimos más que infelices… Él ahora vivía en Barcelona y Lolita pasaba con él casi todas las vacaciones mientras yo me escapaba con Jacques a alguna casa rural por la campiña…pero lejos,  donde no nos tuviéramos que preocupar por mantenernos en secreto.
Ya comenzaba a anochecer y los padres comenzaban a llegar, Madeleine, una amiga de mi hija se había dejado su pequeña mochila rosa y Lolita salió corriendo tras ella.
Sonó mi móvil y cuando aún tenía la sonrisa en la boca, escuché el metal del coche comprimiéndose cuál acordeón , acompañado de su derrape correspondiente, salí corriendo.
La plaza
El Bon Appétit se situaba en una pequeña plaza al noroeste de París, la place de Saint Michel. Era un barrio obrero, pero limpio , lleno de vida y de pequeños jardínes : como un pueblo dentro de una gran ciudad. El terrible accidente fue comentado por todos. La señora Charlotte, que tenía un puesto de helados, recordaba a todo el mundo la tragedia, “La pobre Loli, una  niña preciosa que tenía toda la vida por delante”…El viejo Charlie, como le llamaban en el barrio , un viejo sir inglés que fue destinado a París en la 2º Guerra Mundial y ahí se quedó , con una encantadora francesa que murió hace pocos meses de cáncer de páncreas; se había acercado a René a darle el pésame.
Era mayo y los capullos de narcisos y tulipanes comenzaban a abrirse al verano, que estaba próximo. En la esquina oriental de la plaza Saint Michel el subsuelo se abría paso, y una boca de metro emergía al lado de un gran abedul. La parada se llamaba “La Porte de la Chapelle” y secretarias, trabajadores de la última multinacional que se había instalado en las afueras, alguna vital señora mayor que aún daba puntadas en la costurería de alguna casa de diseño; se adentraban en aquel hueco negro ya que de tan antiguo , era más profundo y antiguo de lo normal.
El señor X
La gente le conocía por lo extravagante de su apariencia, aquel traje de la 2º legión de la Acción Terrestre del ejército francés, aunque sus ojos sabios y su barba encrespada delataban su origen extranjero . Los jóvenes se reían de él, los mayores le tenían cierto respeto- llevaba años mendigando en aquel barrio- y siempre con el mismo disfraz aunque siempre limpio. Los niños inventaban historias y mezclaban la curiosidad y el miedo en cada una de las aventuras por las que aquel soldado desterrado debía haber pasado.
Nunca dió problemas a nadie, pero excepto para aquellos que le veían todos los días no presentaba ningún interrogante en la mente de los transeúntes. Nadie sabía ni su edad, ni su nombre, y suponían que era argelino. El señor Karim le llamó compatriota y trató de establecer una relación con él y fue correspondido con un amable :
-   Yo sólo hablo francés disculpe – en perfecto argelino, qué paradoja.
Todos recuerdan aquel invierno del 89, cuando la policía al ver su uniforme militar le pidió que si podía enseñarle aquella mochila mugrosa que llevaba por maleta, no fuera a ser que llevase una metralleta ahí dentro.
Desde entonces y tras la comprobación de que no presentaba peligro alguno, de vez en cuando algún vecino atrevido jugaba con él al ajedrez- dispuesto a perder-, la señora Charlotte le regalaba un helado o un chocolate caliente según la estación o la señora René le sacaba una baguette con jamón serrano que su ex marido le enviaba desde España.
Jacques
Mi trabajo es monótono: vigilar que ningún indicador se ponga en rojo, informar a la cabina de los cambios de conductores y aunque ahora todo es automático y está informatizado, me ocupo de cuando la “perfección “ de las máquinas falla, estar ahí. Por lo que mientras recorría las tripas de París, y debido a la perfección de la que hablaba antes, tenía mucho tiempo para pensar.
Parece mentira que de pequeño tuviera que dormir con la luz encendida y que ahora me pasara varias horas en ese  lugar.Durante la jornada de trabajo me gustaba fantasear y desde hacía meses, que había empezado a trabajar en una nueva línea, había encontrado el objeto de mi fantasía.
Observaba a la gente mientras me mandaban de un lado de la línea a otro, para arreglar una escalera mecánica estropeada o alguna máquina expendedora de billetes. Me había cruzado un par de veces con él y como vestía mono verde, igual que yo, pensé que era un compañero.Siempre estaba en la parada de la place Saint michel, hasta que un día de cerca, vi la insignia de la armada.
Vaya , ese hombre seguro tenía historias que contar, quizás en la 2º guerra mundial alguna tragedia le había vuelto loco y desde entonces no se quitaba su uniforme, o lo había cogido de una basura, de algún jubilado que quisiera desaparecer sus vestigios bélicos…quién sabe.
Durante esas horas allí abajo mi única luz,aquel contacto con el exterior era el móvil, gracias a Dios esa línea tenía cobertura y podía enviar mensajes:” ¿Podemos quedar esta noche? Te echo de menos princesa”

Marie
Entró en urgencias sobre las nueve de la noche, un trauma: niña de ocho años con multitud de contusiones proveniente de un accidente de tráfico. El hospital “Notre Dame” era el más cercano a la zona. No hubo mucho que hacer, la sangre había empapado ya la camilla y una grave fractura en el cuello podría haberla dejado discapacitada de por vida.
Llevaba veinte años ejerciendo y era la cuarta niña que se le moría, nunca te acostumbras a esas cosas. A veces se arrepentía de haber estudiado medicina y tener mil voces de administrativas, pacientes, auxiliares y algún familiar haciendo un eco terrorífico que hacía de su cabeza una bomba contrareloj.
Quizás podría haber estudiado un módulo como Jacques y trabajar en algo monótono pero sin gente, que te dejara tu tiempo para pensar y alejarse del mundo de arriba durante unas horas. Lo único bueno de su trabajo esque cobraba muy bien pero eso también había sido fuente de un complejo de dependencia económica de su marido.
Esperaba que todas las tensiones de los últimos dos años, que habían hecho que él se refugiara en casas de amigos e incluso de sus padres y, no quería pensar en unos brazos ajenos, se acabarían con la notícia que tenía entre manos, estaba embarazada y en aquel momento se dirigía a ginecología. Planta 4º, doctor Gilabert, eco programada.
El gel estaba frío , espeso, ojalá estuviera Jacques aquí, pensó. Pero quería darle la sorpresa del sexo del bebé,” porfavor que sea niña” repetía una y otra vez en su cabeza. Sabía que Jacques quería una nena,cuando paseában por la calle solo se fijaba en los bebés con pendientes, le hablaba de la hija de un amigo suyo que era una princesita, todo un terremoto . Él quería que heredara su pelo azabache y sus ojos verdes y de Marie ;  la nariz y la piel, le decía siempre que tenía una piel sobrenatural.
Bernard
Llevaba tres días en la UCI, entubado, en coma y no habían conseguido contactar con ningún familiar suyo. En el coche se había encontrado su documentación, pero en su casa no había nadie. Había cierta tensión a su alrededor, era joven y su estado lamentable, pero en la mente de todas las enfermeras reinaba la imagen de aquella niña encerrada en una bolsa de plástico por culpa de aquel descuido o vete a saber tú- no se había encontrado nada de alcohol o derivados en su sangre- y el eco de los gritos de la madre, pura rabia y desesperación.
Al cuarto día consiguieron contactar con su madre, una señora de unos 76 años que se disculpaba por haber tardado tanto en preguntar por su hijo, ya que desde que se había independizado podían pasar sin hablar una semana.
No pudo evitar un grito de espanto cuando se enteró de la víctima de su hijo, pero le extrañó, él era todo un cuidadoso al volante. Aquel día le preguntó a la policía que había venido a ver si el paciente despertaba y podían tomarle declaración:
-   Disculpe agente, ¿ es necesario que le busque un abogado a mi hijo?, por lo que sé, aquella niña salió a la calle corriendo y el semáforo estaba en ámbar.- preguntó prudentemente.
-   Si señora,sucedió en la place Saint Michel sobre las 8 de la noche pero ese es el problema hay mucho testigos y no todos coinciden, por ello debemos de hablar con el Señor Bernard, ha habido una víctima inocente de 8 años señora…
-   Anette, señor agente.
Puesto que el paciente aún estaba demasiado aturdido, la policía volvió por donde había venido y acordó en volver a la mañana siguiente. En cuánto la puerta se cerró, Bernard abrió los ojos y susurró un breve “lo ví” a su madre.
-   Lo sé hijo, lo he sabido desde que han nombrado esa maldita plaza.
Lloraron en silencio, por la desgracia de ser madre de un asesino, por saber que había sido un capricho del azar el que aquella madre recibiera un mensaje de su amante justo en el momento que su hija escapaba corriendo hacia esa jungla de coches, y que Bernard no se diera cuénta por que acababa de ver a su padre, el señor X como le llamába su madre, apostado en un banco. Con su uniforme militar, tal y cómo dijo su madre que le echó de casa, con unos cuántos vasos de alcohol en la sangre y una uniforme en el que había resistido su dignidad cuando, en realidad, se iba en cada bar que pisaba. Alomejor era un hombre igual que Jacques, infeliz simplemente, sin razón de ser aparente.
La doctora Marie entró en la habitación y revisó las heridas de Bernard, en el fondo le daba pena aquella culpa que seguramente le pesaría de por vida. Pero las cosas habían cambiado, Jacques sabía que estaba embarazada y que esperaba una niña. De repente desaparecieron los viajes, y compartían el tiempo que habían perdido durante esos dos años.
Él siempre había dicho que le gustaba el nombre de Lolita, pero se negó en rotundo a ponérselo, decía que aunque le gustaba  no quería que su hija llevara por nombre un personaje tan descarado de la ficción, la llamaron Anaïs.
 René vendió el Bon Appétit a Clementine y a su hija y desapareció una temporada.
Un día de aquel verano, descansando entre las playas de Bordeaux, un hombre guapísimo se le acercó, se llamaba Bernard : moreno, nariz aguileña y expresión serena. Nunca supieron en realidad sus verdaderas identidades, pero él le devolvió la chispa de la vida hasta que se le ocurrió llamarle princesa cuando el sol les despertó juntos en aquel hotel perdido. No supo como reaccionó tan violentamente, pero aquel nombre solo le hacía sentirse vulnerable, y utilizada, un trapo sucio que había sido sustituido por un feto de 5 cm. Se fue dispuesta a rehacer los pedazos de su existencia, y esque, a veces, todo sucede por algo                                                                                     


LE FIL
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 06, 2011, 18:40:34 pm
(http://auca.es/wp-content/uploads/2011/02/mago-frente-espejo-300x273.jpg)

La toga mágica



Siempre me atrajeron los espectáculos de magia, especialmente aquellos en los que el mago hacía desaparecer a su bella ayudante. Yo sabía que tenía truco. Lo supe desde muy pequeño pero siempre me quedó la duda, siempre albergué la esperanza de que alguno de aquellos ilusionistas tuviera el poder real de hacer desaparecer a la gente. Porque yo necesitaba ese poder.
Cuando tienes ocho años el mundo es muy grande y siempre lo ves desde abajo, máxime en mi caso que nunca fui alto, ni siquiera ahora que ya paso de los cuarenta y mis esperanzas por crecer un centímetro más se desvanecieron hace tiempo. El ser pequeño tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Te conviertes en objeto de burla, el resto de los niños se ven superiores y te miran por encima del hombro. Las chicas no quieren salir con chicos más bajitos. Es mono, les oyes decir, pero es que no me llega ni al hombro.
Las ventajas estriban en una capacidad asombrosa para pasar desapercibido, sin necesidad de ninguna varita mágica conseguía hacerme invisible y lograba colarme en los sitios más insospechados. Podía escuchar conversaciones prohibidas o enterarme de las miserias ajenas sin que nadie reparara en mí.
Así fue como supe lo que le pasaba a Lilí, nombre con el que yo rebauticé a mi vecina Luisa. Nacimos el mismo día, cuando ella cumplía treinta años yo apagaba ocho velas pero a pesar de esta abismal diferencia de edad, estaba profundamente enamorado de ella. Era la mujer más guapa del mundo. Me quedaba enredado en sus pestañas cuando la miraba, tan largas y oscuras, como sus ojos siempre remarcados por una línea también negra. Su mirada era tan intensa que me entraban ganas de orinar cada vez que la fijaba sobre mí, entonces tenía que poner una excusa estúpida y salir corriendo en busca del baño. Por eso, en vez de hablar directamente con ella, prefería espiarla desde lejos, desde mi ventana, cuando ella tendía la ropa en el patio. Nosotros vivíamos en el segundo piso, justo por encima. A veces mamá me enviaba a recoger algún trapo que se le había caído, incluso cuando se trataba de uno de mis ridículos calzoncillos de muñequitos, bajaba avergonzado y siempre subía corriendo las escaleras, tratando de escapar de la sonrisa burlona de mi diosa.
Lilí, vista desde arriba, tenía una cabeza preciosa, su pelo suelto brillaba como el azabache y yo imaginaba que mis dedos lo acariciaban. En verano se ponía unos vestidos ligeros, sin sujetador, prendas impúdicas que me mostraban el nacimiento de sus pechos y a veces, cuando se agachaba para coger la ropa del barreño y, la visión fugaz de un pezón esquivo me dejaba sin respiración.

Solía verla por el parque. Tenía una niña de cuatro años, Liz. Un día me confesó que ese nombre era por la actriz Liz Taylor, porque su hija tenía la mirada tan bonita como la diva del cine. Yo solía jugar con la pequeña para estar cerca de su madre.  Allí, en el parque, la miraba con otra perspectiva, acostumbrado como estaba a observarla desde arriba, me parecía casi un milagro poder verla de frente. Mirar el sensual movimiento de sus labios mientras hablaba de temas intrascendentes con una amiga, observar su expresión de niña contrariada cuando Liz hacía algo malo o ver como encendía un cigarrillo con la estudiada languidez de una actriz de teatro.
Por las noches soñaba que era un famoso mago y que Lilí era mi ayudante, yo la hacía desaparecer y me despedía de los espectadores como si el número hubiera terminado, entonces ella se levantaba de una butaca y paseaba entre el asombrado público hasta llegar de nuevo al escenario. Una vez arriba, los dos saludábamos a un auditorio entregado, deshecho en aplausos.
Dejé de soñar cuando supe lo que ocultaba su mirada triste. Ese día, cuando se desvelaron los secretos,  bajé con mi madre a casa de Lilí. La había llamado por teléfono para que se hiciera cargo de Liz. Me extrañó que no la subiera a nuestro piso ella misma, como solía hacer cuando tenía que salir. Mamá me pidió que me quedara en el salón con la pequeña, mientras que ella entraba al dormitorio donde estaba acostada Lilí, supuestamente enferma.
Atraído por el tono de indignación que detecté en la voz de mi madre, dejé a la niña jugando con mis canicas, resignado a no volver a verlas nunca más, y me adentré en silencio en el cuarto donde charlaban las dos mujeres, sentadas sobre la cama, de espaldas a la puerta; me deslicé debajo de la cama  y puede escuchar lo que decían.
-   Te ha vuelto a pegar, tienes que denunciarlo–La voz de mamá sonó autoritaria.
-   No puedo, me amenazó con hacerle algo horrible a Liz.
-   Un día de estos se la va a ir la mano y te va a matar, coge a tu niña y márchate.
-   ¿A dónde? No tengo donde ir, sin un trabajo, sin familia ¿qué será de nosotras? Me buscará y entonces será peor.
Mi madre enmudeció, se quedó sin argumentos. Hace treinta años las cosas no eran como ahora, no había centros de acogida para mujeres, ni las instituciones prestaban demasiada atención a estos temas. Adiviné que mi madre la abrazaba, luego las dos lloraron un rato, juntas. En aquel momento entendí muchas cosas de la vida de Lilí. Entendí porqué se marchaba corriendo del parque justo unos minutos antes de regresara su marido del trabajo, comprendí el significado de las voces que se escuchaban en el piso de abajo, siempre ahogadas por el alto volumen de la radio. Supe el porqué de las gafas negras y los numerosos cardenales que mi vecina trataba de ocultar y que siempre achacaba a caídas tontas. Y fue entonces cuando decidí ser mago. En mi mente infantil aún danzaba la estúpida idea de que había predigistadores que podían hacer desaparecer a la gente de verdad. Me imaginaba apuntando a aquel energúmeno con mi varita  y por arte de magia lo enviaba a otro mundo, al planeta de los desaparecidos, del que nunca se puede regresar porque no hay camino de vuelta.

Un día, y es lo último que recuerdo de Lilí, él fue a buscarla al parque. Pude ver el odio en sus ojos. La cogió del brazo y la arrastró hacia el bloque de pisos donde vivíamos. Se olvidó de Liz, que seguía jugando con la arena. A mí ni me vio, pero fui tras ellos gritándole que la soltara. Cuando por fin reparó en mis chillidos, se paró y me dio una bofetada que me dejó tirado en el suelo, hecho un guiñapo. Ahogado en lágrimas de dolor, pero, sobre todo, de impotencia.
Mi madre no quiso decirme nunca lo que había pasado ese día. No volví a ver a Lilí en el bloque. Se mudaron cuando mis padres pusieron una denuncia por pegarme, tuve la cara hinchada unos cuantos días. No quiero ni imaginar lo que haría con ella.

Hoy treinta y dos años después he vuelto a ver el nombre de Lilí: Luisa Camacho Ortiz. Cuántas veces acaricié estas letras en su buzón. Es la demandante en un caso de malos tratos, por fin se ha atrevido a denunciarlo. Hago cuentas mentalmente, debe rondar los sesenta. Cuánto habrá envejecido.  Doy gracias a que estoy solo en mi despacho, no me gusta que me vean llorar. Cojo la capa y la varita mágica y me dirijo hacia la sala, donde ya todos me esperan, a mí, el juez. Nadie va a impedirme ahora que imparta justicia y haga desaparecer a ese miserable.

Hebe
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 06, 2011, 18:46:21 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-sQSlP5OfUtk/TWBXvgqA8eI/AAAAAAAAAA4/kXg3RUOrYkM/s1600/hojas+de+un+libro.jpg)

REBELIÓN EN LAS PÁGINAS


Empujé con decisión la puerta de aquél sórdido club de las afueras, me quedé de pie en el umbral, esperando que mis ojos se acostumbraran al humo y la oscuridad, después escudriñé ansiosa a la clientela mientras sonaba de fondo, una canción antigua.
Por fin le vi. Allí estaba, sentado en un taburete cerca de la barra, con su elegante chaqueta oscura, su finísimo bigote y sus burlones ojos clavados en mi, esbozando una sonrisa que era mas bien una mueca. Detrás de él, de pie, con una cortina de pelo rubio cayendo sobre su rostro y una mano de finos dedos apoyada en su hombro, estaba ella. Con la otra, sostenía un vaso largo y un cigarrillo sin filtro. Al percatarse de mi presencia, alzó la barbilla desafiante y clavó en mi sus ojos azules, fríos como puñales.
Así que era verdad, me dije, mis pensamientos volaron muy lejos de allí, recordando la página a medio escribir que había dejado en el ordenador, al salir precipitadamente en su busca. Mi corazón se encogió al recordar las palabras que había descubierto esa noche en el espejo de mi cuarto de baño, garrapateadas con un lápiz de labios idéntico al que ella llevaba ahora:
”nos vamos, los personajes de tu novela queremos vivir nuestra vida, no trates de encontrarnos”.
Pero eran mis criaturas, yo los había creado, les había dado vida, a él sus delicadas facciones, su aire de gentleman, su encanto. A ella su esbelta silueta y su aspecto de mujer fatal. Gracias a mi estaban juntos, si yo quería los separaría para siempre, sólo necesitaba teclear algunas frases y podría hacerles felices o desgraciados a mi conveniencia.  Ensimismada como estaba en mis ínfulas de Dios creador que da y quita la vida, me había distraído por un momento, desviando mi atención de sus rostros. Mi mirada volvió a deslizarse por el local para posarse de nuevo en ellos, pero ya no estaban. Sólo un cigarrillo sin filtro, humeante junto a un taburete vacío, me decía que no lo había soñado.

SILVITA ONE
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 06, 2011, 19:04:21 pm
(http://elplanetariodegusana.blogia.com/upload/20070402184402-20070402142019-dibujo.jpg)

EL FETICHISTA DESUBICADO


   Yo no debería estar aquí, señor juez. No soy ningún criminal. Sólo tengo... ciertas manías, pequeños vicios. Me fascinan los zapatos de señora. Pero nunca he hecho daño a nadie. Y menos a una mujer. Si ha leído mi historial ya lo sabrá. Permita que me defienda yo mismo. Mi nombre es Marcelino Pérez, nací en Valencia y calzo un cuarenta y dos. Siempre he sido persona de ley y buen cristiano. La guerra me pilló muy joven y no pude ir al frente. El servicio militar lo hice en Melilla. Algunos compañeros decían que los americanos iban a invadir Marruecos pero yo nunca me lo creí. ¿Cómo iban a declararle la guerra a nuestro Caudillo? ¡Eso no puede ser, hombre!
   Reconozco que siempre he sido una persona sensible y delicada. He huido de la grosería y los malos modales como de la peste. Mi madre tenía una pescadería en el barrio de Benimaclet y jamás soporté ese olor infecto. Siempre volvía a casa con las manos apestando a sardina... Un escenario apocalíptico, creame. Pero en el cuartel fue aún peor. El olor desagradable, la ropa vulgar, el rancho, el griterío... Un horror. Además, el lenguaje de los militares era de lo más soez. Escribí una carta al Alto Mando proponiendo un vocabulario más exquisito y acabé pelando patatas durante dos meses. En fin, señor juez, que le voy a contar del mundo castrense.
   Cuando regresé a casa, mi madre me ordenó que la ayudara en la pescadería. Después de conocer el tufo que desprenden los calcetines sudados de todo un regimiento, el olor a pescado me parecía perfume francés. El tiempo pasaba apaciblemente. Durante el día vendía pescado y marisco y por las noches me entregaba a coleccionar sellos y a la lectura apasionada de novelas como Orgullo y Prejuicio, Madame Bovary o Ana Karenina... Como cualquier muchacho de veintitantos años. Pero un día la portera cotilla de nuestro bloque me tachó de afeminado, relamido y no sé cuantas mentiras más. Le sugirió a mi madre que yo debía casarme y desde entonces ella se obsesionó con la idea. ¿Casarme? Jamás me lo había planteado. Me gustan las mujeres, no me interprete mal, señor juez. Pero nunca había conocido una de esas heroínas románticas aquejadas por la tuberculosis que aparecían en las novelas. Mi madre me dijo que tenía demasiados pájaros en la cabeza y quemó todos mis libros. Me pedía que le diera nietos como quien pide una horchata.
   Seré sincero. La lista de posibles pretendientas dejaba mucho que desear. No había ninguna Ava Gardner, vaya. Al final escogí casi por azar y acabé casado con Enriqueta, la hija del boticario. Sus facciones era corrientes, no era ni guapa ni fea. En la luna de miel cumplí con mis obligaciones maritales. La experiencia me resultó parcialmente agradable pero muy poco higiénica. Un día la acompañé de compras porque necesitaba un porteador. Y ese fue el principio del fin. Ahí empezó mi malsana obsesión. Entramos en una zapatería refinada del centro y para mí fue como visitar el paraíso. ¡Jamás había contemplado tanta belleza y elegancia! Todos esos zapatos de mujer perfectamente alineados en el escaparate, la gama de colores, las formas delicadas... Mi mujer no parecía advertir que yo estaba en éxtasis. Se probaba zapatos uno detrás de otro pero ninguno le quedaba bien. En ese momento reparé que los pies de Enriqueta eran monstruosamente grandes. La verdad es que no me había dado cuenta hasta entonces. Calzaba un cuarenta y tres, un número más que yo. ¿Lo ha oído, señor juez? ¡Mi señora tenía los pies más grandes que los míos! Algo así no debería permitirse en un país civilizado. Seguro que en el extranjero es motivo de divorcio... En fin, fantaseé con la idea de probarme un modelo italiano muy sofisticado pero a la hora de la verdad no se me ocurrió ninguna explicación razonable para la dependienta. Le sugerí a Enriqueta que los comprara con la esperanza de usarlos yo también, pero ella se negó. Me dijo que eran zapatos de fulana. La verdad es que no supe como encajar aquello...
   Me despedí con pesar de la zapatería y desde ese día me obsesioné con el calzado femenino. Cuando iba por la calle mis ojos se desplazaban hacia los dulces pies de la señoras. Mentalmente puntuaba los zapatos en una escala del uno al diez. Mis preferidos eran los rojos, los que tenían largos tacones de aguja y también los que mostraban algún dedo. En cambio mi mujer llevaba unos zapatones que me hacían pensar en botas militares. Cuando hacíamos el amor me imaginaba los zapatos que había visto por la calle durante el día. No ponga esa cara, señor juez. Todos tenemos nuestros caprichos. Lo curioso es que la lencería jamás me ha interesado. Las braguitas, los sostenes... Eso no es nada comparado con un buen par de zapatos de señora. A mediados de los años cincuenta empecé a frecuentar las prostitutas de los barrios de la Malvarrosa y Ruzafa. El ambiente me parecía vulgar pero he de reconocer que esas damas sabían hacer su trabajo. Se lo digo así, entre camaradas, porque creo que usted sabe de lo que estoy hablando... Al principio, las rameras se sorprendían por mis curiosas peticiones pero después entablamos una hermosa amistad. Estaban agradecidas porque siempre les regalaba fantásticos zapatos y mi única condición era que los llevaran puestos cuando me acostaba con ellas. Por primera vez en mi vida, mis deseos ardientes estaban plenamente satisfechos. Era un hombre alegre y sano, de los que van por la calle cantando el Cara al sol. Pero resultó inevitable que Enriqueta advirtiera el enorme agujero que tenía nuestra economía doméstica. Tuve que engañarla. No podía explicarle que gastaba dos mil pesetas semanales entre zapatos y prostitutas. ¡Lo hubiera malinterpretado, señor juez! Le dije que los gastos se debían a mi colección de sellos antiguos que por desgracia había perdido en la Gran Riada del 57. Se tragó la bola pero a partir de ese momento llevó un control minucioso de mis gastos.
   Sin poder comprar zapatos de señora me sentía castrado. Y por eso decidí robarlos. En ese momento no vi otra solución. Lo más fácil hubiera sido asaltar una zapatería pero me gustaban mucho más los zapatos usados. Una vez que empecé mi colección ya no podía dejarlo. Por las noches me colaba en las casas vacías donde sabía que vivían mujeres adineradas y les robaba el calzado. Como los ladrones de los tebeos, siempre llevaba antifaz y un saco para el pillaje. Si hacía falta forzaba puertas o escalaba paredes. Jamás advirtieron mi presencia. En realidad, mis incursiones resultaban muy fáciles. Puede que tuviera una habilidad especial para el hurto... No, borre eso, señor juez. Sólo era suerte... Guardaba mi preciado botín en un armario y siempre que tenía un rato libre acariciaba y lamía mis trofeos. También me gustaba aspirar la fragancia imaginando como sería su antigua dueña. De vez en cuando también me los ponía y fingía que era una estrella de Hollywood. Por favor, no me juzgue, señor juez. Ya acabo... Empezaba a faltarme espacio en mi escondrijo así que decidí centrarme en la caza mayor. Es decir, menos zapatos pero de mayor calidad. Para entonces, la fama del misterioso coleccionista de zapatos era enorme en la región de Valencia. El Levante solía dedicarme una columna diaria en la que condenaba mi perversión. La policía trataba de capturarme sin éxito. No podían imaginar que el depravado coleccionista judeo-masónico era en realidad un apocado pescadero. En esos momentos casi me sentía como un superhéroe americano. Creo que me metí demasiado en el papel y eso fue mi ruina. Me obsesioné con los zapatos de la Fallera Mayor. Tan altos, negros, de una piel satinada... ¡Menuda tentación! Quería poseerlos. Pero un inspector de policía intuyó que me interesaría ese gran trofeo y trazó un plan muy bestia. Ató un cable de alto voltaje a los zapatos de la fallera y cuando fui a cogerlos me quedé tieso, como un pajarito. Dos semanas después recuperé la consciencia en un hospital. Me dijeron que mis fechorías comunistas habían terminado y que me pasaría treinta años a la sombra. Incluso había un sector del Movimiento que pedía el garrote vil. Mi tragedia consiste en ser fetichista en un país de fascistas...
   Y esta es la historia de mi caso, señor juez. Ya ha visto que son pecadillos de juventud. Nunca hubo malicia. Si de algo soy culpable es de revitalizar la industria del calzado valenciano... No, no me estoy burlando de usted, señor juez. Jamás me atrevería. ¿Qué dice? ¿Cadena perpetua? ¡Es un castigo desproporcionado, señoría! No, no me da la gana guardar silencio. ¡Este juicio es una pantomima! Ni silencio ni gaitas. ¡Deje de dar golpes con el mazo! ¡Es usted un fascista de tomo y lomo! ¡Ojalá algún día la justicia de este país no esté controlada por los políticos corruptos! ¿Cómo? ¿Qué me pasaré el resto de mis días sacando brillo a los zapatos de los reclusos? ¿Esa es mi condena? ¡Pues muy bien! Me imaginaré que estoy limpiando los zapatitos de Marilyn Monroe, Audrey Hepburn y Grace Kelly.

Groucho
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 06, 2011, 19:09:28 pm
(http://2.bp.blogspot.com/_q2-ZfFLfp_I/TS8U-KeEPpI/AAAAAAAAAPY/eFs39_5fxJg/s1600/20090331022730-insomnio.jpg)

PARECE PERO NO LO ES


                               Como cada noche el insomnio echó a Andrés a la calle, solo que esta noche no era una más, había decidido que iba a ser la última.
       Sus pensamientos tan inconsistentes como él mismo cambiaban a menudo de posición, de pronto prevalecían los que “tirarse por el puente al río, era lo más acertado”;  como los que tenía que haber escrito una carta al juez”;  al fin y al cabo esa era la tradición  de los suicidas responsables y, no como otros que lo hacían a tontas y a locas y luego había problemas para reconocerlos, para averiguar sus datos, etc...
       No, Andrés  podía  no ser muchas cosas pero eso sí, responsable al máximo. Precisamente esa responsabilidad para consigo mismo era su sin vivir;  ya que no podía vivir de acuerdo a sus deseos, los más coherente era acabar de una vez por todas.
       Cierto que aunque hijo único, Andrés había nacido con unos cuantos hermanos siameses: el miedo, la apatía, el egoísmo, su fatalismo que se había convertido en una desesperanza crónica.
     
         La luna llena le acompaño hasta  llegar a una especie de mirador que tenía el puente. Le dio la espalda a un banco de piedra que invitaba a sentarse y se abrazó a una farola, que como un centinela iluminaba el escenario de la tragedia.

- A las buenas noches colega, qué tomando el fresco-  Andrés se dio la vuelta sobresaltado y se topó con un individuo sentado en el banco, con una     “litrona” casi llena, y todo su aspecto delataba que se trataba de un “chorizo”.

      Pero como no lo había oído llegar, el puente estaba solitario, no  se había cruzado con nadie y, no había tráfico, pues estaba cerrado el mismo por obras de pavimentación.


      El susto dio paso a un cierto enfado tartamudeante,  - no, no… llevo dinero, ni nada de valor así que si quieres pincharme….- tranqui  tronco, que esta noche no estoy de servicio- le interrumpió el “chorizo”.
-   Soy Ángel y tú colega.
-   ….Andrés-  sonó la voz apenas audible, mientras pensaba que el nombre de Ángel no le pegaba ni con cola.
-    Te advierto colega, que como no sea con mucha suerte, lo que es ahogarte no te vas ahogar. Con la poca agua que lleva el río, todo lo más es que pilles una intoxicación por contaminación, o te partas la crisma al llegar al fondo.

       Pero  bueno, es que este tipo que había aparecido como un fantasma, leía también el pensamiento.
-   qué te hace pensar que quiero suicidarme.
-   Porque tienes cara de aspirante a cadáver colega.
      Andrés se hubiera reído, si no fuera por la situación tan ridícula que creía estar viviendo. Pero que suerte la suya, después de haber conseguido reunir el valor suficiente para acabar con todos sus problemas, resulta que se encuentra con un “chorizo” que en vez de liarse a  navajazos con él, y cumplir como corresponde a un profesional que conoce su oficio; éste le estaba invitando a compartir su cerveza;  y lo que es peor  con sus razonamientos prácticos le estaban minando su cada vez más flaca decisión.
           Mientras Ángel hablaba, liaba un porro con mucha parsimonia y Andrés escuchaba con asombro toda una serie de razones, de verdades tan lógicas; lo veía tan claro ahora, toda su desesperanza estaba sólo en  él, en su mortal aburrimiento. Lo más fácil siempre es echar la culpa a los demás, tenía tanto miedo del miedo. Andrés no recordaba haberle dado a nadie la oportunidad de acercarse a él, encerrado en su caparazón, no había dejado que el dolor hiciera mella, pero tampoco el amor, la amistad, la alegría.

      Ángel terminó de liar el porro, le dio una calada y se lo ofreció a Andrés, que aceptó sin titubear.
-   Sí colega, la vida ya se ocupa por si sola de ponernos obstáculos, de dejarnos sin avisarnos y es tan corta que cuando nos equivocamos no siempre tenemos la oportunidad de volver a empezar. Bueno no quiero entretenerte más, que te suicides bien colega- Ángel se alejaba por el puente.
-   Oye amigo, espera me vas a dejar así, ¿quién eres tú?
Ángel  se volvió –nunca somos lo que parecemos, eres libre Andrés, de ti depende lo que hagas con tu vida. Si dejas de atenazar tu capacidad de amor, de darte a los demás, encontraras tú propio camino, hay tanta gente que necesita tú tiempo, una sonrisa, una palabra amable, un poco de afecto…- diciendo esto, Ángel desapareció de la vista de    Andrés.

       El Sol empezaba tímidamente a salir cuando Andrés volvía a su casa .Con una  sonrisa de oreja a oreja, -sus labios no estaban acostumbrados a estirarse tanto-, por   primera vez, se sentía feliz,  a gusto en su propia piel, tenía tantas cosas que hacer.
       Al lado de un contenedor de escombros de las obras, Ángel refunfuñaba consigo mismo. –Paso por tener las alas plegadas, por estos pantalones que parecen que los han cosido conmigo dentro, por estos pelos de punta. Pero  no pasó y me quejaré al comité, que eso no estaba recogido en el estatuto. No pueden obligarme a beber y fumar esas porquerías que llaman cerveza y porros.
Una especie de niebla se llevaba a Ángel, en el suelo quedaron la ropa, y dos libros pequeños, azules de páginas casi transparentes:
   “DICCIONARIO DEL PERFECTO  PASOTA”
  “ESTATUTO DEL PERSONAL ANGELICO”

Zarco
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 06, 2011, 19:15:44 pm
Un año más el certamen vuelve a pulverizar nuestras espectativas. La cantidad / calidad de los relatos que estamos recibiendo es impresionante. Por ello, desde forummontefrio volvemos a pediros disculpas a todos los que no habeis visto vuestras obras publicadas aún. El proceso es algo lento, pero como dijo el caracol, todo se andará.

 :friends: :clapping: :friends:
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 07, 2011, 10:55:35 am
(http://masones.blogia.com/upload/20081102222629-muerte6vv.jpg)

Crónica de una muerte que nadie anunció

 
                         Una noche, en la que dormía muy decididamente despreocupado de las obligaciones de la vida mundana, en mi sueño, alguien vino, y me habló. No sé por qué me eligió, quizás porque: todos los que a esa hora descansaban, tenían imágenes más austeras, mientras que yo…
   Volviendo al tema. Mi sueño cambió su rumbo, y una figura nebulosa, me describió su crónica post- mortem. No me dijo, si era hombre, o mujer, su estado civil, o procedencia; ni siquiera su nombre, sólo me dio detalles precisos, sobre lo que habré de narrar.
     Lo último que realizé en esta vida: fue subirme al techo. No recuerdo, por qué circunstancias lo hice, y mucho menos recuerdo, las de mi accidente. Lo que sé con certeza, es que al caer mi cráneo, impactó de lleno contra el suelo. El dolor fue instantáneo, pero fugaz. Los sentidos de mi cuerpo se anularon, y unas sensaciones, ocultas hasta ese momento en mi mente, se abrieron para que pudiese; oír, y palpar aquella oscuridad. 
      La primera impresión que tengo: es que estoy en un lugar, lleno de personas que hablan a mí alrededor, que tocan mi cuerpo, y luego me depositan dentro de una caja. Allí permanezco mucho tiempo. Mi sentido de tacto mental, me decía que mis músculos, se estaban poniendo muy tensos. Sin embargo, no me incomodaba.
     El tiempo transcurre, y mi audición mental, me advierte que estoy en otro sitito; y que hay gente que conozco. Pero una de ellas, cree que logra engañarme. Mi hermana llora con amargura, y no entiendo su razón, ella me consideró un estorbo, y ahora la herencia, quedará en sus manos. Pero también hay lágrimas de sinceridad, aunque no logro comprenderlos, pues según lo que oigo, la apacibilidad que hay en mi rostro, debería transmitir, paz, y no dolor.
         En ese lugar, la temperatura era muy baja, sin embargo no tenía frío, y la rigidez de mis extremidades, me daba un beneplácito jamás experimentado. Luego de esto, mi sentido de tacto mental, se apagó. Únicamente quedaba mi audición, y esta comenzaba a irse. Sólo escuché, el ruido de una tapa cernirse sobre mí, y unos pasos que me conducían hacia algún lado.
         Para finalizar, siento un millón de manos que me aplauden, y voces que corean mi nombre. Al fin, y al cabo, no me querían tanto como decían: apenas me dejaron en aquel sitio, todos se fueron, y mi sentido de audición mental, quedaba exánime. Pero de repente, apareció la voz de mi conciencia, pero su timbre era pálido, como si sólo fuese a durar unos minutos. Me dijo que la paz, por fin había llegado. También me explico de qué manera, mis ojos comenzaban a hundirse en mi cara: como si quisiese dormir para siempre. ¡Sí, sí, es eso!, como cuando era adolescente, y entraba en esos estados de depresión, en los que solamente quería dormir, y no despertar jamás.
      Ahora tengo la seguridad, de que lo he de logar.

Jose Rivas
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 08, 2011, 16:02:30 pm
La visita de Evelyn

 

Y la que me armó Evelyn con lo de don Lucas es de no creer, y encima mi vieja va y se la agarra conmigo. Es así, siempre termino pagando el pato yo, sin comerla ni beberla. Lo que pasa es que los gringos se desubican, se desubican. El gringo  te escucha “Sudamérica” y tira por la borda todas las creencias: ahí ya no son más ni positivistas, ni cientificistas, ni ateos, ni laicos. Sudamérica es para ellos una mezcolanza exótica que los embelesa. Es casi como un solo país para ellos, dirigido por militares corruptos, con indios pobres explotados, magia y romanticismo. Digamos que uno dice que es argentino y el gringo te contesta que él tiene un amigo mexicano, o que le gustan las enchiladas, o que se leyó todo García Márquez. ¿Qué diría un inglés si cuando dice que es inglés le salgo conque tengo un amigo sudafricano o que me gusta Heminway? Diría lo mismo que digo yo, “¿qué tengo que ver con Heminway o con García Márquez, qué se yo lo que son las enchiladas o lo que pasa en Sudáfrica?” Y Evelyn no es una excepción, yo sabía, yo lo sabía, pero como es una chica inteligente y habla castellano como los dioses, pensé que un poco se salvaba. Pero no. A veces le digo, “sos divina, lástima que seas gringa” y se ríe pero, bromas aparte, se lo digo en serio: el problema de ella es que es gringa. Traerla al barrio de visita es un peligro, se desubica, no entiende. Sabía que algunas cosas no le iban a cerrar, por ejemplo, que acá todo el mundo se besa y ella, encantada, que besito aquí, que besito allá. No va que pasamos por la pizzería y un par de morochones le dicen no sé que guarangada, mejor que no escuché bien. Y ella, en la luna, va les sonríe y se les pone a hablar con el acentito,  ¡y los cosos cómo estaban!, y ella se acerca ¡y los besa! Un besito así nomás, está claro, pero estos tenían un par de porrones encima y se le fueron al humo y me tuve que meter. Decí que uno era no sé qué de don Battaglia, el de la pizzería, que separó y ahí quedó todo. Cuando nos íbamos ella los saludaba y me retaba a mí, que no exagere, decía. Se desubica, es gringa. Para ella todo el que anda dando vueltas por la calle es un descendiente de una raza bravía que todavía lucha. Yo no te voy a decir que no hay indios en este país, como dicen muchos, no voy a ser tan ignorante. Pero ella no entiende, ve un morochito de ojos  rasgados y ya sabe que es un chozno de Tupac Amarú, o de Moctezuma, porque para ellos somos todos lo mismo. No tiene nada que ver si los abuelos son calabreses o andaluces, ni le va ni le viene, o en el peor de los casos a lo mejor es un sobrino nieto de Pizarro, o hasta del mismo Colón. O un descendiente en línea directa de Hernán Cortés y Marina, y andá vos a explicarle dónde queda México. García Márquez, a veces creo que García Márquez tiene la culpa de todo. García Márquez, Alejo Carpentier, el realismo mágico, los escritores del boom, ellos todos. Los libros de García Márquez deberían estar prohibidos en gringolandia, en Europa y en el hemisferio norte: del Ecuador para arriba, prohibido leer a García Márquez por pernicioso. Te juro que harían un bien, porque como no lo entienden, entonces es peor. Si a Evelyn le explicás que doña María te tira el cuerito para curarte el empacho, ya te anda preguntando asustada si es porque naciste con cola de cerdo; le digo que me curaba la insolación con un plato de algodones embebidos en querosén y no sé, ya te está viendo a Remedios la bella yéndose al cielo con las sábanas. Se cree que los de acá estamos esperando que ella se vaya a dormir para salir a jugar al fútbol aéreo ese que juega Harry Potter, con las escobas voladoras. Un día le dije, “acá los únicos que se vuelan son los morochos de la esquina con la falopa”. Mejor no le hubiera dicho nada, porque si le decís es peor, la embarrás. Toda la ciudad está hecha un desastre, pero este barrio ni te cuento. Cuando yo era chico era un lugar bien, jugábamos en la calle, íbamos caminando hasta la escuela que queda pasando la avenida muy tranquilos. Pero ahora es cualquier cosa, capaz que te matan para sacarte la bicicleta o unas zapatillas viejas, y si no tenés plata peor, te la dan de la bronca. Pero la que me hizo con lo del viejo don Lucas, ahí sí que se pasó de castaño oscuro y ahora ya empezó a cargosear de nuevo. Le dije mil veces que si no se deja de joder la mando a pasear, y te juro que la dejo, la dejo, y me va a doler, porque yo a la gringa la quiero. Don Lucas es un viejo adicto del barrio, no quiero decir falopero que es una palabra fea. Don Lucas trabajaba en los ferrocarriles y era conocido por todos como una buena persona, de chico charlábamos con él siempre de fútbol. Era más o menos alcohólico, como todos esos viejos, vino en las comidas y todas las tardes meta vermouth, grapa o un fernet en el club, pero borracho nunca lo vi. También fumaba como un murciélago, pero eso, también, todos. Lo de las drogas fue culpa de los médicos, de grande. Un día estaba acomodando una mercadería en el montacargas, hizo un mal esfuerzo y se jodió feo la espalda. Estuvo internado y después los médicos le recetaron no se qué inyecciones y unas pastillas para que se tome solo en la casa. Lo operó uno de esos matasanos carniceros y quedó igual o hasta peor. Se moría del dolor, el pobre hombre, y se la pasaba de médico en médico, y que más inyecciones, y que más pastillitas. De esto hace como veinticinco años y él todavía no cae en la cuenta de que es adicto: dice que le duele la espalda.
Un día habíamos ido al gimnasio y nos lo encontramos en la puerta del club. No va que el viejo me ve y me empieza a abrazar y a contarle a la gringa historias de cuando yo era chico y él me venía a ver jugar al básquet, y ella que no le entendía un carajo porque el viejo habla en esa medio lengua pastosa y no tiene ni un diente, ni postizos tampoco. Evelyn lo miraba como si se hubiese encontrado con el mismísimo José Arcadio Buendía y los fundadores de Macondo. El viejo hablaba y hablaba y se daba manija, yo le daba corte porque es un viejo buenísimo y lo adoro; pero de repente veo que el culo le empieza a repiquetear y a dar como saltitos en el lugar: se había tomado una pastillita para la espalda. Me dí cuenta y le dije a Evelyn: vamos gringa que se hace tarde. Pero ella nada, alucinada, los carozos abiertos como pantallas de cine, como uno de esos mocosos que ven por primera vez una mina en bolas. Dicen que hay gente que no sabe tomar, yo digo que hay los que no se saben falopear; porque algunos faloperos se la dan y después se quedan tranquilitos en su rincón gozándola con la voladura, pero están los que te hacen unos números de circo con bombos y platillos, y el viejo por desgracia es de estos últimos.  Yo lo vi que se empezó a despegar más del piso, rebotaba como pelota vasca, y de nuevo le dije lo mismo: vamos gringa. Y entonces el viejo se fue, lo que se dice, al reverendo carajo, se empezó a trepar por los ventanales, parecía el hombre araña, pero sin los hilitos. Evelyn tenía la boca abierta como para tragarse la llanta de un auto y el viejo don Lucas iba de mal en peor; el bufetero se acercó enojado, podría haberle roto todos los vidrios, pero don Lucas es un hombre ya mayor y me dio no sé qué de que  lo vaya a lastimar. El viejo pegó un salto y se trepó por la pared, el bufetero lo seguía desde el piso y Evelyn empezó a los gritos, ¡look at that, look at that!, decía. Don Lucas saltó de una pared a la otra, ahora ya no parecía más el hombre araña, parecía uno de esos moscardones chocando contra los vidrios; el bufetero ya largaba espuma por la boca porque don Lucas le dejaba  la marca de las suelas en las paredes y hasta le tumbó un poco de revoque grumoso del cielo raso; y ahora sí saltaba libre y se había olvidado de la gravedad.
A todo esto, ya se había reunido medio barrio en la puerta del club y la miraban a Evelyn como si estuviera loca de remate. Imaginate vos el cuadro, más como es ella alta, flaca, muy rubia, tetona, y a los gritos en inglés. Yo no sabía para dónde agarrar; si hacer bajar a don Lucas, frenar al bufetero, o hacer callar a Evelyn. Me subí a una mesa y le rogué a don Lucas que se bajara, pero el viejo estaba en plena voladura, desbocado, ya ni se reía, y hacía un ruido raro como de turbina de avión. Desde la mesa vi por los ventanales a doña Petrona, una vecina amiga de mi mamá, que me miraba dura, y no quiero ni pensar lo que andarían diciendo de Evelyn. Por ahí el bufetero se metió detrás del mostrador y no se de dónde se me metió en la cabeza que tenía guardada una escopeta. Fue entonces cuando me decidí y me elevé yo también; me sentía tan estúpido como Mary Poppins en la casa del tío Albert, cuando cantan la canción esa de la risa; ahí Evelyn sí que se volvió completamente loca y, cambiando de repertorio, empezó a gritar, “¡oh, my God, oh, my God!”, decía, lo que al principio medio me confundió porque así grita a veces cuando cogemos. Y a todo esto doña Petrona ya estaría en el teléfono chusméandole mi mamá la vergüenza que le está haciendo pasar el hijito. Después de un par de fintas pude agarrar al viejo que estaba ya completamente del otro lado, pobre, eructaba, hacía unos sonidos guturales que nunca había escuchado; lo abracé y nada más que con el peso de mi cuerpo que me favorecía lo fui bajando despacito. Ya en el piso, me dio miedo de que se me desplomara, pero gracias a Dios no pasó nada, aunque todavía emitía esos ruidos ventriculares de sapo legüero. El bufetero se quedó en el molde, pero todos me miraban con una sonrisa medio socarrona por el papelón. Un muchachón  enorme, no sé bien si el nieto, o el sobrino nieto, fue el único, el único que me dio una mano y se lo llevó agarrándolo de la cintura. A todo esto Evelyn seguía gritando, “¡oh, my God, oh, my God!” como una total trastornada y todos nos miraban. La sacudí un par de veces y al final le pegué una cachetada. Entonces sí que reaccionó. Me miró a los ojos furiosa y se largó a llorar. Quise abrazarla, pero no se dejó y salió corriendo; en la esquina paró un taxi y salió para el lado del centro. Volví a casa tardísimo, exhausto y preocupado por la gringa. Como al pasar, mamá me dijo que en la hornalla había una olla con ravioles y que me los calentara si quería; clavado que ya sabía todo. Evelyn llegó como a las doce de la noche, todavía tenía el rímel corrido de llorar, pero se la veía mejor. Comió unos ravioles que le recalenté sin decir una palabra, pero cuando le pedí disculpas y la quise acariciar me sacó la cara sin hablarme. Después nos fuimos a dormir, yo no pegué un ojo por los nervios, pero la condenada gringa roncó toda la noche como un aserradero. Tres días después, ya en el aeropuerto, mamá me dio el beso más frío de su vida; a Evelyn en cambio la abrazó y besuqueó toda como si hubiese sido la nuera ideal que había estado esperando desde el día en que nací, vaya uno a entenderla. Por un par de semanas la gringa actuó como si todo hubiese vuelto a la normalidad, pero ahora ya empezó a cargosear otra vez y no me extrañaría que la muy desubicada le haya contado a la hermana o a alguna amiga. Por eso yo digo: andá, andá a explicarle vos a un gringo, qué les vas a explicar si no entienden nada.

Amargo y Sin Leche
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 08, 2011, 16:10:18 pm
(http://img.embelezzia.com/2011/01/nudo-fular.JPG)

EL NUDO EN EL PAÑUELO
                   

Cuando se dio cuenta de que tenía un nudo en el pañuelo se intranquilizó, pero no como en otras ocasiones. Esta vez muchísimo más. En esta ocasión la intranquilidad le producía angustia. Últimamente notaba que la memoria le fallaba y por ello tenía que recurrir a ciertos trucos. Cada vez soportaba menos los olvidos. Los, a su juicio, indicios de decadencia le afectaban cada vez más. No bastaba con tener una agenda que nunca se lleva encima y que además había que acordarse de consultarla varias veces al día. No, cuando la importancia de algo que había que hacer era grande era necesario recurrir a algo mucho más efectivo, decía. El truco del pañuelo era el que utilizaba desde niño para acordarse de que algo importante tenía que hacer, pero ¿qué era lo que tenía que hacer en esa mañana? No podía acordarse. Hizo un esfuerzo y luego otro. A ver, se dijo, no es algo que tenga que ver con los bancos, ni con Hacienda, ni con la secretaría de la fábrica en la que trabajo, ni con pedir hora para el médico, ni con recoger un pantalón del Corte Inglés, ni con recoger del colegio los niños que no tengo, ni con llamar por teléfono a alguien para concertar una cita. Nada, que no podía recordar la causa que le hizo hacer el nudo la noche anterior antes de acostarse. Sin embargo su intranquilidad iba creciendo a medida que avanzaba la mañana. De una forma punzante sentía que en aquella ocasión el nudo en el pañuelo había sido hecho por algo muy, muy especial. Por algo cuya ejecución de ninguna forma podría demorarse al día siguiente. Había dormido tranquilo confiando como siempre en el pañuelo, que nunca salía de su bolsillo, pero en aquella mañana, a medida que corría el reloj, se preocupaba cada vez más. Decidió entrar en una cafetería y pedir un café. De momento, pensó, dejaré la mente en blanco. Hasta que salga de la cafetería voy a pensar en otras cosas. Mejor en nada, añadió. Dedujo que le interesaba estar más tiempo que otros días con el café. Decidió que ese día le convenía alargar el recreo matutino. Así que después de hojear el periódico se dedicó a observar a todos los clientes tratando de aventurar quienes debían ser felices y quiénes no. Una vez hecho el escrutinio, viendo que el divertimiento no daba para más, se entretuvo con un ejercicio mental al que muchas veces recurría cuando estaba solo y quería alejar los fantasmas: si me permitieran elegir a una de las chicas que hay en este momento en la cafetería ¿a cuál escogería? Le gustaba mirar a las chicas y cuando veía a una preciosidad le gustaba imaginarse que vivía con ella en un paraíso, que ella estaba muy enamorada de él y que la gente les envidiaba. Nada más que eso. No era una cuestión de deseo, ni de arrechuchos de viejo verde ni tampoco vendería el alma al diablo por volver a una esplendorosa juventud. Se trataba simplemente de un puro goce estético, de imaginar una vida que se justificara con el continuo placer de un deleite continuo puramente visual. Cuando decidió a la que escogería, aquél día tuvo que elegir solo entre tres, se dio cuenta de que ya hacía rato que había terminado el café por lo que decidió irse y ya en la calle, de nuevo le vino el sobresalto. De nuevo la zozobra. Estaba igual: seguía sin acordarse de nada. De pronto pensó que podía llamar a su mujer para preguntarle, pero tal posibilidad la rechazó después de considerar las dos posibilidades que se le presentaban: o bien no tenía ni idea de lo que se trataba y le decía que la había despertado, o bien sí que lo sabía y no se lo decía para que aprendiera, por desmemoriado. Ella, que era muy dormilona, era así. Además no había que desestimar la bronca que se llevaría, que se daba por descontada en ambas posibilidades. Luego, pensó que podía ir a una adivinadora de las que echan las cartas. Lo de las cartas no lo tenía muy claro pero lo de las rayas de la mano sí, desde que en una ocasión una gitana les pronosticó, a un amigo y a él, un accidente de coche mortal y se cumplió en el caso de su amigo. En su caso no, afortunadamente. Dicho y hecho; así que fue. Cuando la adivinadora se dio cuenta de que la pregunta requería una respuesta concreta e inmediata y de que, por lo tanto, no se podía ir por las ramas como de costumbre, le dijo que no tenía un buen día, que volviera otro, y que por si fuera poco la bola de cristal no estaba bien limpia y no tenía zumo de enebro en ese momento (es bien sabido, le dijo, que las bolas de cristal se limpian con un cocimiento que contiene entre otros ingredientes el zumo de enebro). Le preguntó que si el tarot servía y le dijo que solo para casos de dinero. Le preguntó luego que si las rayas de la mano podrían decir algo, pero le contestó que para los olvidos no sirven. Así que se marchó, después de perder treinta euros en el intento, con una oscilación instalada en su cabeza: ¿y si no es para tanto? ¿y si lo es? ¿y si, no? ¿y si, sí? sí-no, sí-no, sí-no…. igual que el péndulo de un reloj de pared en el interior de una casa aburrida, por la tarde y con un cielo totalmente encapotado. ¡Nada, nada de nada! Comió como Santa Teresa: sin comer en él. Después de devorar el menú del día no hubiera sabido decir qué había comido si se lo hubieran preguntado. La tarde, con la comezón interior, no fue mejor que la mañana. Su trabajo lo desarrolló de una forma mecánica, de oído, sin leer partitura alguna. Siguió así, sin acordarse de algo que probablemente ya quedaba poco tiempo para hacerlo. Quizás solo unas horas. Quizás ya se habría terminado el plazo. Además temía llegar a casa pues su mujer se lo notaría y le diría, de mal genio, que siempre estaba igual. Así que una vez más hizo un gran esfuerzo pues se dijo que lo que se suponía que tenía que hacer, la causa que había hecho anudar el pañuelo, tenía que salir del anonimato forzosamente; así que cuando salió por la tarde de la oficina, para que se le soltara todo de una vez, decidió tomar una copa en el bar en el que había tomado el café por la mañana. Había más chicas a esa hora pero no seleccionó ninguna esta vez. Su cabeza estaba para menos frivolidades que por la mañana. No solía tomar copas, y menos fuera de casa, y quizás por eso decidió pedir un whisky muy bueno. El mejor que conocía. Le sentó muy bien y como fue así pidió otro. Empezó a ver las cosas de otro color. Ya no le interesaba la felicidad de los clientes, ni la longitud de la minifalda más corta del establecimiento. Ya podía olvidarse a ratos de lo que le mortificaba. Una paz interior intentaba invadirle y ya empezaba a no pensar en nada cuando pidió la tercera copa de lo mismo a la que siguió la cuarta y así cuando salió por fin del establecimiento eran casi las diez. Era tarde. Decidió coger un taxi y cuando estaba a punto de hacerlo otro taxi lo cogió a él, fue un descuido, y después lo cogió una ambulancia y desde la ambulancia llamaron por el teléfono a su esposa. En el listín de su teléfono móvil aparecía María. Llamaron a María pero no era ella; no obstante les dio el teléfono que buscaban. Cuando Marta llegó al hospital ya no había nada que hacer. Se quedó sentada en una silla contemplando a su esposo y a la vez observando la cesta en la que habían guardado todas sus pertenencias: además del pañuelo anudado, las llaves de casa, unas monedas, el teléfono móvil y en una carterita el carnet de identidad, una tarjeta de crédito y un billete de veinte euros. Era todo lo que llevaba encima, le dijeron. Al ver estos objetos, que en esas circunstancias transmitían una angustiosa nostalgia, rompió el llanto que hasta ese momento había logrado, más o menos, mantener confinado. El pobre, dijo en voz alta entre sollozos, se había olvidado un año más de mi regalo de cumpleaños. ¡Y eso que le había hecho un nudo en el pañuelo que era como ponerle una etiqueta en la memoria! Lo pasaba muy mal cuando se daba cuenta de que se le había pasado la fecha, le dijo a María su mejor amiga que allí estaba, a su lado.

OONA
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 08, 2011, 16:15:25 pm
(http://siempreganas.files.wordpress.com/2010/06/perro-bonito.jpg)

Jodido perro


El habitáculo del ascensor tiene el espacio justo para dos o quizá tres personas. No más. Aunque el espejo intente hacer que el espacio parezca mayor, es en vano. Uno entra en un ascensor y se empequeñece hasta empatizar con una sardina en lata. Aquí han fumado, piensa ella mientras aprieta el botón del cuarto. Las puertas se cierran de golpe. Las máquinas hacen ruido para elevar la cabina. En la pantalla del panel de botones, los números desfilan: 1, 2, 3.
La luz se apaga. El ruido de máquinas cesa repentinamente y el ascensor se para en seco. Ella y el carro de la compra, con el pan, las lechugas, las manzanas, los pepinos y las pescadillas se quedan atrapados entre el tercer y el cuarto piso. No puede ser, piensa, tenía que ser justo ahora. Nunca es un buen momento para quedarse atascada en un ascensor, pero para ella ahora es un mal momento porque el pobre perro estará desesperado ya que es su hora de salir a la calle. Aporrea las puertas y grita, ¿Hay alguien ahí? ¿Oigan? Me he quedado atrapada en el ascensor. Nadie contesta.
Pasan los minutos. Va camino de la media hora. Se sienta en el suelo a esperar porque no puede hacer otra cosa. Tiene demasiada edad incluso para ponerse nerviosa. Solo piensa en el perro. El dichoso perro al que no puede ni ver. Su hija se ha ido de vacaciones y le ha dejado al animal para que lo cuide mientras está fuera. Trató de oponerse pero no hubo manera. A veces te miro y pareces que vayas a abrir el hocico y te pongas a charlar como una persona, le suele decir mientras le pone la comida en el cuenco.
El pequeño espacio empieza a agobiarla. Las paredes parecen empezar a menguar en la oscuridad. Respira con dificultad. Se asfixia. Un bombero grita desde el otro lado de la puerta, No se preocupe señora, enseguida la sacamos.
El aparente ataque de pánico deviene en un ataque al corazón. La sirena de la ambulancia resuena. Por el cristal ve la luz naranja que se refleja en los edificios mientras el médico utiliza el fonendoscopio. Piensa en el perro. Mueve los labios debajo de la mascarilla de oxígeno y dice en un hilo de voz, Cuando llegue se habrá meado en la alfombra del salón. Jodido perro.

Joe Bell
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 08, 2011, 16:26:31 pm
(http://3.bp.blogspot.com/-8-RFr2RvhPo/TaSgwJMm_YI/AAAAAAAAAmc/vXXSfN1cbuc/s1600/barco_a_deriva.jpg)

La Esperanza varada


Año de nuestro señor 2009

La Esperanza, a 23 de junio…

Llevo varios meses a la deriva, nadie gobierna mi nave. Mi tripulación quedó lejos de aquí. Volví a enrolarme en el barco de mis necesidades más primarias, la búsqueda incansable de mi destino. Anoche todas mis enmohecidas ganas de seguir adelante encallaron en los arrecifes de la bajeza más insultante.
Sentado en el cada vez más pequeño camarote bajo el puente de este montón de madera correosa y descolorida, escribo la crónica del que probablemente sea mi último viaje. La sal ha oxidado mi sonrisa, el agua encharcó mis pulmones y mi corazón está lleno de carcoma.Únicamente el ron es capaz de diluir mi ansiedad, ron que guardo en la rancia despensa y de la cual hoy saqué la última botella.
Mirando por la claraboya observo como el viento agita el velamen negro, roído y echo girones, gracias al sol, en una danza fantasmagórica que parece echar de menos la bandera bucanera que abrazaba el asta hoy desnudo y quebrado por la postrera tormenta que sufrió mi embarcación.
Hoy más que nunca necesito sentir el aire en mi rostro, la caricia de la infancia y el abrazo de las melodías antiguas, pero los quebrantos del casco desgarrado por mi incapacidad de virar a estribor y los finos corales, me sacan del trance. Noto como las olas golpean fuertemente contra el cuerpo magullado de mi Esperanza, mientras se desangra, mezclando su brea con el agua del mar que se empeña en hundirla sin darle tregua.
Durante este éxodo forzoso me he encontrado con buenos marineros, que sin saberlo han cogido el timón de mi vida y la han hecho más soportable. Pero la oscuridad que ilumina mis ilusiones ha sido demasiado espesa para poder licuar toda la desidia que fluye por mi riego sanguíneo. No he sido capaz de achicar toda la tristeza que inunda las bodegas de mi optimismo.
Navegué los últimos días bajo la línea de flotación, lo que sin duda anunciaba el apocalipsis de mí travesía. Hoy, aquí sentado, con la única compañía de las húmedas páginas de mi cuaderno de bitácora, el cual narra aventuras de otros tiempos, sigo garabateando, con las pocas fuerzas que me quedan, el final de este pirata…

Er Killo de Kadifornia
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 12:40:14 pm
(http://www.somoschicas.com/wp-content/uploads/2011/02/mujer_triste-300x300.jpg)

TE CONOZCO MEJOR QUE TÚ MISMA


   ¿Qué haces? ¿Estás loca? Suelta esa cuchilla, estoy segura de que no vas a ser capaz de cortarte las venas por mucho que lo estés pensando. Lo sé porque te conozco mejor que tú misma.
Así, muy bien, eso es, eso es, déjala encima del lavabo.
   Échate a llorar si quieres, eso sí que se te da bien. No sé por qué te quejas tanto. Eres una de las personas más importantes del país, aunque el gran público no te conozca. Eres la asesora personal de un ministro, le escribes los discursos. ¿No te acuerdas de aquella vez que los periódicos dijeron que aquellas palabras habían sido la causa de que el gobierno mantuviera el poder cuatro años más? Todos elogiaron a tu ministro, pero aquellas palabras eran tuyas, te llevó escribirlas toda una semana –la que se suponía que debía de haber sido tu semana de vacaciones-. Mientras lo escribiste, acariciabas a Ramiro, el gato persa al que le das todo tu cariño.
¿Qué pasa, te quejas porque ya no eres joven?
Sí, vale, ya se han pasado los domingos de resaca y botellita de agua; pero es porque se han diluido en un trabajo fenomenalmente pagado. Eres de las pocas personas que pueden permitirse quince días de vacaciones en cualquier lugar del mundo sin hacer tambalear su economía. Tuviste que huir de aquella espiral de alcohol y desenfreno que envolvía a toda tu pandilla, tuviste que huir de ella el día que te ofrecieron ser una asesora independiente de uno de los hombres más poderosos del país. Ahora sonríes, ¡cómo somos las mujeres!, ¡capaces de llorar y reír en menos de un minuto! Y sé que sonríes porque sabes que aquel trabajo te llegó de rebote, de casualidad. Sí, recuerda que todo fue porque a la lectura de tu tesis fue aquel amigo de tu director, aquel que jugaba al golf con el ministro de economía. Acabó enamorado de tus planteamientos y aún más enamorado de los ojitos que le pusiste. Sí, no te hagas la tonta; recuerda cómo le miraste durante el banquete que tuviste que pagar a los miembros del tribunal (comida a la que se autoinvitaron unas pocas personas de más; la excusa fue celebrar que ya eras doctora).
   Aunque tengamos algunas diferencias –yo soy zurda, tú diestra; yo no salgo casi nunca y tú procuras hacerlo siempre que puedes...- te conozco mejor que tú misma. Por eso te gusta que hablemos cada vez que estás deprimida, porque soy la única que te comprende, la única que sabe que te importa un pito ser una triunfadora en el mundo del trabajo (algo, que reconocerás, es aún más difícil en la selva de lobos en que se ha convertido el cosmos político). Solo tú y yo sabemos que tu problema es Javi, que él es el que te hace estar deprimida. Verle en la tele te ha vuelto loca (allí le llaman Javier Zabalza). Y es peor aún, le descubres en todos esos carteles que abrigan las marquesinas (donde le presentan acompañado de su grupo, “Los Rajaos”). Por eso querías suicidarte. Pero te aseguro que ningún hombre vale tanto.
   Lo vuestro duró poco más de dos meses (o como dice en una de sus canciones, “duró lo que dura un charco de lluvia en el umbral, en el umbral de tu portal”), pero te marcó de por vida. Y mira que todo empezó de una forma muy tonta, que fue algo tan absurdo que solo sería propio de un relato de un escritorucho de tres al cuarto. Josefi, esa maldita amiga tuya que nunca te ha querido, te ofreció ir a verle al backstage durante un concierto. Yo creo que lo hizo porque quería ir con una amiga más fea que ella al lado, para que destacasen su melena ultrarrubia y sus piernas de estatua griega, esas que llevaba embutidas en su “putifalda” de quinceañera. Porque te lo digo en serio, ya es hora de que pases de ella, que no te ha dado más que disgustos. Ella es la que hace que sigas siendo una chica gordita y con granos, aunque ahora estés metida en un cuerpo de la talla treinta y ocho y tu cutis parezca de piel de melocotón. Quizás ese sea otro de los problemas que tienes, que eres incapaz de darte cuenta de que ahora estás buena, que ya no eres la chica que, en plena adolescencia, fue rechazada cuando se ofreció al guapo oficial de la clase por medio de una carta escrita durante la hora de física y química (enviadada durante la aburridísima clase de filosofía). El régimen semivegetariano y la hora diaria en el gimnasio han hecho milagros en tu cuerpo, pero tu mente sigue perteneciendo a la empollona de la clase que solo destacaba por sus dieces (y no porque saliera con ningún chico guapo, que es lo que a ti te habría gustado).
   Josefi quizás sea un poco culpable de eso, porque es incapaz de lanzarte un piropo más allá de “esos pendientes son muy monos”, mientras que tú sabes que se te lanzaría al cuello si no le dices lo guapa que va todos y cada uno de los días.
   Pero volvamos al tema de Javi (el nombre con el que pocas llamáis a Javier Zabalza). Las dos os enamorasteis platónicamente de él a los veinte años, cuando compartíais pupitre en la facultad. Fue una de las cosas que os unió. Por eso, cuando ella te dijo que tenía aquellas entradas -porque le habían mandado hacerle una entrevista al líder de otro de los grupos que tocaba en aquel festival-, os pusisteis a dar saltitos, como cuando estudiabais periodismo.
   ¿Quién te lo iba a decir entonces? Ella iba a colarse como reportera en Rolling Stone y tú ibas a ser la mejor asesora que iba a tener el ministro de economía. Quizás tu poder sea lo que hace que aún no te haya abandonado, porque su objetivo en la vida sigue siendo cazar un buen marido. Desde luego que su madre hizo con ella un trabajo eficiente, porque no acepta a ningún chico cuya cuenta corriente no tenga ceros grandes. Eso sí, su chabacanería acaba logrando que ninguno de los que ella quiere para sí dure más de dos días en sus brazos (y en su cama). Quizás se cumpla con ella la frase que Woody Allen suelta en Annie Hall: “no me enamoraría de nadie que pudiese enamorarse de mí”(o algo parecido, nunca he tenido buena memoria, como bien sabes desde niña).
   El grupo de Javi ni siquiera era el plato fuerte de aquel concierto. Según te enteraste poco después, le contrataron a última hora para rellenar una baja. Pero a ti y a Josefi os dio igual. Mientras ella hacía la entrevista, Javi –vuestro Javi- se acercó a ti y te preguntó quién eras. Estaba claro que estaba coqueteando. Siempre has sido de las que te han gustado los que no te hacen ni caso, los que son un reto para ti; pero esa vez te deshiciste como un cubito de hielo al sol. Él babeaba por ti, se le notaba. Quizás una de las razones para enamorarte fue que siempre le habías visto como algo inalcanzable o quizás fuera porque querías demostrarle a la perra de Josefi que, por una vez, ligabas más que ella.
   Aquella noche ganaste un novio infiel y perdiste una mala amiga (que solo recuperaste cuando Javi te dejó). El primer mes fue algo magnífico, quizás porque estabas de vacaciones y tus jefes no te presionaban, quizás porque los hombres tardan un mes en fijarse en otra o quizás porque el destino tenía preparado aquel regalo envenenado para ti. Solo sé que después empezaste a no poder dedicarle más que las noches y que él se volvió más distante. Eras capaz de aguantar su indiferencia, y por eso no le montaste el numerito. Pero cuando Josefi te dijo que le había visto con otra en una cafetería, “sobándola como un pulpo”, no pudiste aguantarlo. Quizás ahora le perdonarías, quizás.  Pero lo peor fue lo que hiciste aquella tarde. Sí, ya sabes, no te hagas la tonta, eso de registrar sus cajones. Sabías que ibas a encontrar algo, pero no esperabas que fueran aquellas esposas forradas en piel de oso de peluche rosa –aquellas que tú te habías negado a comprar con él-, junto con las fotos de una ultrarrubia de bote. Sus mil disculpas supieron a engaño y ahí sí que tú has sido siempre una experta, para eso trabajas entre políticos.
   Sabes –las dos sabemos- que Josefi solo vino a decírtelo para demostrarte, una vez más, que ella tenía una vida amorosa mejor que la tuya. Esa ha sido siempre su forma de ser: “solo te quiero a mi lado cuando pueda pedirte algo o cuando pueda demostrarte que la vida me va mejor que a ti”.
   Estoy segura de que esa cuchilla con la que estabas a punto de hacer una tontería ha llegado a tus manos, no solo por culpa de Javi y por la presión en el trabajo, sino que también ella ha tenido algo que ver.
   ¡Qué fácil era todo cuando tenías seis años! Entonces lo único que te podía deprimir era que se te rompiera una muñeca o que no pusieran Candy-Candy en la tele porque estaban emitiendo un partido de fútbol (o el campeonato del mundo de atletismo).
   Claro, que encima de todo lo que ya tienes, está tu madre. Reconozco que tiene que ser un coñazo aguantarla. Nunca ha valorado lo que haces. Parece más preocupada que tú en que encuentres un marido. No te lo metió a machamartillo de pequeña, como a Josefi, pero lo intenta hacer ahora. Para colmo, se empeña en repetirte, cada vez que la llamas, que no entiende por qué estás haciendo un trabajo de hombres en lugar de buscarte “una cosita más femenina”. Y eso que no te has dedicado a obrero de la construcción (que encima ganarías muchísimo menos). Se está haciendo mayor y cada vez está más pesadita la pobre. Y encima sabes que, como eres hija única, te va a tocar cargar con ella en cuanto le empiecen los achaques. Y eso sí que te puede dar la puntilla; porque si algo te hace sobrevivir es poder aislarte del mundo en tu ático. Tienes cientos de novelas para el fin de semana y te traen a casa todos los periódicos nacionales y algunos locales. Eso es lo que te permite estar en pijama desde la noche del viernes hasta la mañana del lunes. La comida a domicilio hace que todo sea, además, mucho más fácil.
   Quizás lo de esta mañana haya sido ya demasiado: lo de ver en el periódico que Javi se va a casar con una que tiene cara de paleta te ha hundido del todo. Las carnes empiezan a conocer íntimamente a la gravedad y tienes miedo de quedarte sola, tienes la impresión de que ese fue tu último barco. No sabes si temes la soledad porque la va a destrozar tu madre o porque existe ese famoso reloj biológico del que hablan en las series de la tele. Solo sabes que te asusta. No te preocupes, yo estaré aquí cada mañana para que hables conmigo, para que te desahogues, para que grites, para lo que necesites. Lo llevo haciendo desde que la memoria te permite recordarme y lo haré siempre. Sabes que, desde el otro lado del espejo, soy la que mejor te comprende, la única a la que no puedes engañar, la persona que te conoce mejor que tú misma.

Pablo Bazo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 16:57:35 pm
    (http://img143.imageshack.us/img143/9591/dondehabitamicoraznjpg.jpg)

Donde habita mi corazón



    Olisqueo incesantemente el aroma del tomillo entremezclado con el de la jara. Me relaja pensar que por mucho que cambie el mundo esta sensación la tendré siempre junto a mí. Cierro los ojos y recuerdo momentos de mi niñez correteando con mis amigos por los peñascos del Teso. Ahora todo reposa en el más absoluto de los silencios. Los chavales estarán en sus casas con el dichoso ordenador o jugando en el bar a las máquinas. ¿Es posible que en sólo diez años todo cambie tanto?

     Abro los ojos y una amalgama de colores palpitantes se agolpan en mi retina. Es complicado prestar atención a una única cosa. En el horizonte, entre los pinos y las encinas está la Sierra de Carpurias. Serena y majestuosa se enorgullece de los tesoros que alberga. El Castro Romano es uno de los más visitados de toda la comarca. Justo al otro lado se ve una chopera enorme y junto a ella el río Eria corre incesante bordeando Santa María hasta encontrarse con mi pueblo, Morales. A mis pies se extienden todas sus casitas y huertas. Las personas parecen hormiguitas caminando de un lado a otro. En la plaza distingo pequeños corrillos que, aunque desde aquí no puedo ver ni sus caras, sé de buena tinta que le estarán haciendo un traje a medida a más de uno. Hoy es domingo, y eso se nota en las calles. La misa ha terminado hará una hora y las calles respiran alegría y bullicio. Normalmente ahora en el verano nos reencontramos todos los “forasteros” con los que viven aquí todo el año. Es un momento que espero durante muchos meses.  Pero mi abuela ha ido a la Iglesia y a mí no me hacía mucha ilusión que digamos. Así es que me he puesto mi chándal y mis zapatillas y he subido a la montaña para hacer ganas de comer. Es un paseo interesante. No sólo por los mosquitos que te comen viva o por los espinos que te taladran la piel, sino por las bodegas excavadas en las paredes de roca. Son dignas de ver. Pero como pasa con todas las cosas cuando te acostumbras a ver una rareza te acaba pareciendo insignificante. Por eso aprovecho los primero días para dar una vuelta por todos los recovecos. Pero con calma, que después de estar un año entero entre atascos, polución, marabuntas de gente atropellándote sin piedad, las largas esperas en las paradas del metro…. una necesita un período de adaptación para enfrentarse al paraíso. Creo que un adicto a la ciudad jamás sería capaz de apreciar ésto. Es triste pero a veces pienso que es nuestro mejor antídoto para no ser invadidos y destruidos. Y, a lo tonto, ya son las dos. Es la hora oficial de la comida en casa de la Señora Amancia. Vamos, que voy a llegar tarde. Ponle veinte minutos de bajada rápida y ya tenemos la primera bronca de las vacaciones. Me ha cocinado pollo de corral y, según mi abuela, tiene que ser comido en su punto justo. Vamos, ese punto que tiene justo a las catorce horas. A la par que me voy torciendo los tobillos con los malditos pedruscos me voy temiendo lo peor. Como si a un Real Decreto se debiera, aquí todo el mundo se va a casa a la misma hora. Me toparé con todos los vecinos que hace mucho que no me ven y se puede hacer eterno. Así que cuando entro en la primera calle cojo un atajo. Es una reguera que hay entre varias casas que une el Barrio de Arriba con el de Abajo para desaguar en los días de tormenta. Me cercioro de que no haya moros en la costa y me cuelo en la calleja, por llamarlo de alguna forma. Cuando era pequeña la recorría a diario con una pequeña jarra de cristal hasta la bodega para coger vino fresco para la comida. Ha cambiado mucho desde entonces, hay muchas piedras que dificultan el paso pero no me queda otra. Pronto estoy en el Barrio de Abajo. Corro hasta el molino y me meto entre las huertas y en un suspiro estoy en casita. Entro corriendo y allí está mi abuela sentada en el escaño del colgadizo. Tiene cara de pocos amigos. Sin decirme ni esta boca es mía se levanta y va a la cocina. Ya había puesto todo sobre la camilla. Y la verdad, es que el pollo ya no ahumaba. Bueno, en cualquier momento me caería una buena. Pero como ya me conozco todas las jugadas me adelanté.
- He estado en el Teso y pasé por la bodega nuestra y por el atajo del Barrio Arriba – Me sorprende que sólo llevo unas horas aquí y ya tengo el acento pegado ¡pero bien pegado!
- ¿Y el pollo tiene la culpa de que tu tuvieras ganas de pasear? Que esto no es Madrid. No hay atascos.- Vale, esa no la veía venir. Esta mujer no cambiará nunca.

     La comida estaba buenísima. No me entraba nada más, ni siquiera podía beber agua. Me levanté y fui a la fregadera a lavarme las manos. Las tenía pegajosas, señal de buen pollo, o eso dicen. Me puse los guantes y ¡a recoger toca!  Mi abuela se fue a dormir la siesta. Yo acabé con la cocina hasta que todo quedó lo suficientemente reluciente como para poder irme. Entré en mi habitación y me puse el bañador.
-   ¿Piensas ir andando al río? – Al oír eso me dejé caer sobre la cama.
Salí al corral y subí las empinadas escaleras de madera hasta la panera. Entré, pero todo estaba tan oscuro que no veía ni por dónde andaba. Encendí la luz y ahí estaban todos los trastos de una vida entera. Y, entre ellos, mi bicicleta. Estaba llena de porquería. La bajé como puede y la llevé cerca de la pila para darle un repaso. Le hinché las ruedas y le engrasé la cadena. ¡Ya estaba lista! Abrí el portón y salí con mi mochila al hombro hacia La Plaza. Allí estaban todos esperándome con caras de pocos amigos.
-   ¡Chicos no me di cuenta que tenía la bici en la panera!
Como si no hubieran oído nada comenzaron a dar pedal. El sol pegaba con todas sus fuerzas en nuestra cabeza así que el paseo se convirtió en un castigo. Después de tres largos kilómetros llegamos al río de Vecilla. Estaba lleno de gente y casi no teníamos sitio ni para dejar las bicis. Nos hicimos un hueco como pudimos e instalamos el campamento base. Extendimos las toallas y sacamos las cartas para echar unas partidillas. Hace años hubiéramos dejado todo tirado en el suelo y hubiéramos corrido hacia el agua, pero la edad lo cambia todo. Tras perder unas diez veces seguidas me tumbé observando cómo jugueteaba el viento con las hojas de los chopos. Siempre me ha encantado ese sonido. Es muy relajante. Por un momento me dio la sensación de no tener a nadie a mí alrededor. Hasta que alguien escurrió su pelo sobre mi cuerpo y me hizo volver a la realidad. Creo que me meteré en el río. Lo mejor es hacerlo muy rápido para no notar el frío. El agua está corriendo todo el año y jamás se calienta. Y, prueba de ello, son mis dientes castañeando. Nadé un rato y salí a secarme. Después de unas largas charlas y de horas cotilleando, el sol se empezó a ocultar tras las montañas. La suave brisa veraniega se convirtió en un vientecillo del norte bastante frío. Recogimos las toallas, las chancletas, las cartas, los balones… y nos subimos a las bicis ¡Me encantaba el camino de vuelta! La puesta de sol tras Carpurias es preciosa. A lo lejos, se puede ver como nuestro pueblo se va quedando lentamente en penumbra. Las golondrinas empiezan a sobrevolar nuestras cabezas y los grillos acompañan nuestra conversación. Al fondo ya vemos el cartel de nuestro pueblo, Morales del Rey. Tenemos que cenar rápidamente y cambiarnos porque por la noche hay verbena. Son las fiestas de San Pelayo, el patrón de nuestro pueblo. Y es que aquí no hay tiempo para el despiste. Constantemente tienes que estar lista para lo que venga. ¿Conocéis unas vacaciones mejores que las nuestras?     

Margarita Rosales
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 17:13:04 pm
(http://2.bp.blogspot.com/-0FkWNUSsoP4/TalW-ELbrNI/AAAAAAAATt0/KmRscI23UwA/s1600/odio.jpg)

LA META


Dejó que sus palabras flotasen en el aire. Se detuvo unos instantes y el sonido de su voz se paseó enérgica, convincente  y poderosa. Se imaginó cambiando el tono de su discurso por otro inesperado, por palabras incoherentes y que hubieran quebrado toda la magia del momento. No lo hizo, tenía que seguir adelante,  el poder era su meta y debía continuar. Hacía tiempo que sólo vivía para eso, para seguir subiendo peldaños, cada vez más altos y difíciles.
Sus palabras fueron ocupando, con una lenta cadencia, su lugar en los oídos de las personas que asistían al discurso. Palabras  con la tonalidad exacta, que se reforzaban entre la gente, imponiendo esos momentos en los que la emoción hacía que nadie se atreviera a respirar. Dejándoles el placer de creer que habían ganado ellos también.
Miraba a la multitud que se agolpaba, que constantemente  le interrumpía, enardecida, estallando en aplausos. Tenía los ojos fijos en unas hojas de letras invisibles, aunque las palabras salían de su boca bien aprendidas para no dejar el más mínimo resquicio al error, conocedor de  qué era lo que la gente esperaba. Se sentía al borde de un abismo sin fondo al que era capaz de saltar para resurgir de él fortalecido y abarcarlo todo. Capaz de obligar a la multitud a aplaudir, a estar pendiente de todo cuanto hacía porque él era su líder, su guía.
Hablaba y movía las manos como si se tratara de un director de orquesta que hace sonar los instrumentos a una orden suya.


Su mujer lo miraba desde la primera fila. Fijaba la vista en su rostro, como hipnotizada. Ella le conocía desde hacía muchos años,  pero asistía emocionada y a la vez compasiva al derroche de energía que había en él y esas ansias de victoria que le hacían aparecer a sus ojos como un hechizado que sigue un camino perfectamente marcado, pero desconocido. A veces pensaba que la hubiera abandonado de no ser un instrumento más para sus objetivos, algo decorativo que necesitaba que lo acompañara en muchos de sus actos.
Miraba su frente llena de pequeños puntitos brillantes que corrían como estrellas por ella. Sólo perdía sus estudiados movimientos para recolocarse las gafas que,  debido a algunos ligeros movimientos de cabeza,  se le habían bajado, aunque hasta ese movimiento parecía calculado. Al final él apoyó las manos en el atril, como si quisiera descansar todo el peso del cuerpo en los brazos y dio por terminado el discurso y entonces, con un pañuelo inmaculado, se secó el sudor de la frente.
Sus ojos la miraron pero ella sabía que no la veía, como tampoco veía a nadie, mientras la gente, con el pulso alterado, prorrumpía en aplausos y gestos de júbilo. Las banderas se movían frenéticas, agitadas por brazos emocionados. Repentinamente,  se quitó las gafas, levantó los brazos y ante la aclamación general abandonó el escenario.
Cuando subió al coche,  que le esperaba a la puerta,  martilleaban en sus oídos los gritos de la enloquecida multitud que lo ensalzaba.


¿Quién podía esperar aquel cambió de vida tan  radical?  Él siempre había sido uno más en el pueblo, sin destacar, con su trabajo, su familia y sus aficiones…, nada más. Un trabajador afiliado a un sindicato y que ocasionalmente colaboraba en los trabajos de la alcaldía por ayudar a un amigo. Ella lo quería así, con su rutina y su mediocridad, no necesitaban nada más y sabía que sólo de esa manera podrían volver a ser felices.
Pero le conocía bien, sabía que en su interior se ocultaba un ansia real de destacar que siempre había ocultado como un embrión congelado esperando el avance científico que le permitiera desarrollarse. Y un buen día,  la oportunidad inesperada: ¿por qué no ir en la lista de candidatos en el pueblo? No iba a salir porque estaba colocado demasiado atrás, él sólo rellenaba un espacio que nadie quería. No le pareció mal y aceptó ocupar aquel puesto final de la candidatura. La victoria fue  inesperadamente amplia y salir elegido, como en otras ocasiones, una casualidad que daba posibilidades a alguien que, sin ella, hubiera tenido una vida monótona, rutinaria y, posiblemente, feliz. Ella le conocía y le quería con sus miedos y sus problemas, con las diarias pequeñeces que siempre habían formado parte de sus vidas.

Sus compañeros descubrieron en él un hombre trabajador y brillante que supo aprovechar la oportunidad que tenía cuando gracias a su tenacidad y a la fortuna pudo colocarse en un buen lugar dentro del partido.  Asumió el trabajo que cada vez fue una carga mayor. Cada noche, en un despacho improvisado en una habitación de su piso, se sumergía en las profundidades del trabajo político buscando remedios e ideas para cada nuevo problema  o proyecto que surgía.  Buceaba entre colosales textos para encontrar soluciones. Había estudiado la teoría de los grandes pensadores y encontrado en ellos su camino. Ella le conocía y sabía de su sufrimiento cuando surgía alguna limitación que suplía con la férrea disciplina del trabajo. Cuántas noches le veía salir del despacho desencajado, agotado por el esfuerzo realizado sin descanso, algunas veces satisfecho por haber conseguido progresar en la dificultad. Ella sabía que aquellos pasos de gigante eran  pasos malditos,  era  testigo mudo de su lucha interior por ganar unos peldaños y colocarse un poco más arriba.  Fue el escudero fiel que soportó sus caprichos y  el mal humor de su señor recogiendo del suelo, una y otra vez, los instantes de desamparo para mantenerlo en la línea de flotación. Para ella fueron días de trabajo, desesperanza y silencio para luego verlo resurgir de las cenizas cuando estaba delante del público. Sin fallos, hechizador. Era un estudio milimétrico y, él, un matemático de la palabra.
Hacía tiempo que se había dado cuenta de que ya no podía ayudarlo. Los dos lo sabían. Y había aprendido a vivir a su lado y con su ausencia,  rota sólo por los instantes en que entraba en su habitación y él la miraba con indiferencia. Estaba casi segura de que en muchas ocasiones se odiaba a sí mismo y a todo lo que lo rodeaba, de que nada le importaba salvo esos escalones invisibles que cada día le acercaban un poco más al poder máximo a que podía aspirar. Ella lo miraba salir a hurtadillas de su despacho como un ladrón nocturno, sin decir nada, en busca del aire freso del pasillo. Llegó a reconocer algunos momentos de tranquilidad por las notas de alguna música que atravesaban la casa y llegaban a sus oídos. Entonces caminaba, ligera, hasta su lado y le hacía compañía unos instantes hasta que se quedaba dormido. Después, como un acorde disonante, sin ruido,  desaparecía como si fuera un fantasma que traspasaba las puertas. Ya sabia en aquellos momentos que tenía una amante pero no dijo nada y lo acompañó en el camino.
En esos instantes se preguntaba si la quería o era simplemente costumbre. No le pidió que eligiera entre ella y su trabajo, estaba segura de su derrota.

 Él se abría paso entre los demás con el fanatismo de los creyentes ante su último día. Había oscurecido el camino de cualquier otro compañero hasta llegar a ser el primero. Había estudiado todo de forma apasionada, había conocido todos los entresijos de la política para moverse  con el silencio de un cazador felino entre ellos, devorando en su escalada los días y las noches, amistades e ideologías, placeres y tantas cosas que en otro momento significaron algo importante. Fuera de su despacho una sonrisa humilde escondía su locura.
Ella asistió a todas sus luchas acudiendo a su lado en todas las victorias, desde su entrada en el consistorio de aquel pueblo hasta el momento en que podía llegar hasta lo más alto.
 Él esperó rodeado de sus colaboradores hasta que el recuento de votos le dio la victoria. Se situó ante sus incondicionales que bramaban entusiasmados por el derroche de retórica. Su palabra les permitía hacer un hueco a sus ilusiones. Había empleado muchos años  para llegar hasta allí y en ese momento ejecutaba el discurso con elocuencia, sin errores ni vacilaciones.


¿Dónde había quedado todo por lo que empezó: sus ideas sencillas, ayudar a sus amigos y sacar adelante los problemas del pueblo con su trabajo? Sólo ella había comprendido que todo ese camino era una loca carrera hacia el precipicio. Después de aquel discurso se marchó sin decir a nadie dónde iba, ella lo esperó paciente y ansiosa en su casa, caminando por la soledad de sus habitaciones. Le seguía queriendo, habían trazado muchas rutas juntos y deseaba verle aparecer en cualquier momento, que entrara y se sentara a su lado para compartir cualquier problema, pero las luces de la mañana hicieron trastabillar sus esperanzas.
Cuando sonó el timbre de la puerta estaba sentada sola, en la cocina, con una taza de café y percibía lejana la ligera música que salía de la radio. Escuchó en silencio las palabras de un colaborador de su esposo.
Las noticias fueron seguidas de manifestaciones de consuelo que sonaban vacías y repetidas, incluso algún intento de ternura que, debido a su frialdad, no llegó a consumarse.

Después de saberse ganador, había tomado la mejor habitación del mejor hotel de la ciudad y se había encerrado en ella. En su interior  había sonado una pieza musical una y otra vez, siempre la misma. Los empleados del hotel sabían de quién se trataba y que estaba solo. En ningún momento dejó de haber alguien cerca de su puerta. Algunas veces se habían oído sus palabras entre la música, como si diera una charla al vacío, a un público que le aclamaba, pero que sólo existía en su mente. Había decido dirigirse a un nuevo público que lo esperaba como si fuera una deidad
Algunas personas que se encontraban en la calle le  vieron abrir la ventana y atravesarla, como si estuviera seguro de que podía caminar sobre el aire.


La  noticia no  causó en ella ese instante de desesperación que los mensajeros habían previsto y simplemente advirtieron tristeza, el semblante de la pena. Les acompañó y,  pese a sus consejos,  insistió en ver lo que quedaba de su marido. Apenas estaba reconocible, tumbado boca arriba, desfigurado y sin ropa. No le hubiera importado llorar, pero las lágrimas no quisieron desbordar la linde de sus ojos. Sintió dolor y cariño. La expresión de su marido seguía siendo la misma, la de un hombre sencillo. A pesar de que tenía los ojos cerrados y la cara desgarrada  parecía  preparado para afrontar un nuevo reto.
Se dio cuenta en ese mismo momento, quizá lo supo desde siempre, que nada le detendría en la busca de nuevos objetivos donde cautivar a alguien. Se dio la vuelta y sintió que salía de un pesado sueño, muy largo, conforme caminaba,  despacio y sola,  buscando la salida de aquél edificio de azulejos blancos.

   Pocos días después, un inspector le entregó los papeles encontrados en la habitación del hotel y que su marido había estado escribiendo la noche en que murió. Con una letra firme se podía leer el mitin de un dios ante el público que lo esperaba.

Ítaca
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 17:22:12 pm
(http://img822.imageshack.us/img822/869/lamujerperfecta.png)

La mujer perfecta


Cansado de mi vida de bolero, decidí escoger de una vez por todas a una de las dos mujeres de mis desvelos y descansos. Por un lado, Adela, la mujer cuyo costado me ofrecía el reposo del guerrero; tierna, dulce, amorosa, sosegada, la mejor madre posible para mis hijos. Por otro, Rita, el afán del aventurero; apasionada, exuberante, imprevisible y excitante. Pero las dos tenían su lado oscuro, Adela era indecisa hasta la caricatura, dependiente e indefensa ante el miedo que casi todo le infundía. Rita era ciclotímica, de una tendencia irresistible a provocar situaciones disparatadas y además era completamente inviable sentirse seguro con ella.
  Me resultaba imposible renunciar a cualquiera de las dos. Mis plegarias de ayuda por fin obtuvieron respuesta: una lámpara maravillosa y un genio permisivo. Invertí mis deseos en lograr una combinación de los mejores atributos de ambas.
  Como la cara es el espejo del alma, mi modelo –y el nombre- fue el rostro de Adela, que era más agradable y suave. Sin embargo el cuerpo, siempre fogoso y dispuesto a la acción y a la pasión, fue el de Rita. El talante explorador que hacía de la vida una celebración perpetua también era de Rita, pero la empatía y la propensión a la caricia, a la palabra de apoyo y al aliento, eran patrimonio de Adela. De Adela también pedí el respeto y la admiración sincera, la calma, la constancia y el gusto por crear atmósferas cálidas. De Rita, su capacidad de perpetua renovación, su libido, su disposición al frenesí. El apoyo incondicional de Adela y el estímulo incesante de Rita. Los viajes de Rita y el hogar de  Adela.
  Conseguí por fin a la mujer perfecta para mí, el ideal femenino que siempre soñé. Hermosa, valiente y comprensiva. Adela era apasionada, pero provista de una ternura infinita. Era segura, ardorosa, comprensiva, resuelta, candorosa y un acicate constante para mis afanes. Por otra parte, los peores atributos de las dos se habían unido y habían evolucionado con nuevos matices en Rita, que se volvió desbocada, caótica, posesiva, celosa, autodestructiva, apática, desmesurada y melancólica.
  Caí enamorado hasta los huesos de Rita.

Silvestre
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 17:30:11 pm
(http://1.bp.blogspot.com/-6b1aeNVDA94/TavgnLPHVtI/AAAAAAAAAxY/GhAFGq5ls2g/s400/Libro%2Bsin%2Bnombre%2B-%2BAn%25C3%25B3nimo.jpg)

Aquella historia


Allí estaba aquella historia. Aquella vieja, arrugada y expectante historia, sentada en el escalón, quinto, del olvido. Tenía los ojos tristes y soñolientos, los iris desvaídos y las órbitas desvencijadas. No se atrevía a conciliar el sueño por no perder la ocasión, por temor a pasar inadvertida a la vagabunda  inspiración de algún poeta errante, o de un viejo marino, que justo en ese preciso instante pudiera requerir de sus servicios.
Era una historia sin musas. Las musas se marchitan siempre al amanecer, y ella no era una historia noctámbula, ni siquiera de atardecer púrpura o grisáceo.
Esta historia no podía tener musas porque las musas, como todo el mundo sabe, sólo abren sus secretos en la noche, pululan bajo la luz de la Luna o de las estrellas regándolo todo con sus polvos mágicos, imperceptibles y lánguidos, como mucho, hasta el rayar de la aurora, sobre el filo suave de esa luz incrédula y ambiciosa que baña los tejados desde abajo como para mostrar las vergüenzas que ocultan las sombras durante todo el día. Pero nunca, nunca, a eso de las doce del mediodía, aunque algunos ignorantes todavía piensen que las historias de musas y sirenas se inventan al calor de un licor en la barra de un bar de barrio. También hay quien las confunde con una especie de vampiros, pero el que te succionen el cerebro –salvo en casos excepcionales- no supone ningún riesgo para el común de los mortales, que apenas hacen uso de él ni lo echan en falta en sus interminables jornadas sentados ante sus televisores.
Sí, es cierto que hubo un tiempo en que algunos autores las identificaron con propensas sacerdotisas del amor remunerado, con policoterras de a tanto el rato, válvulas de escape para la frustración de los amantes no correspondidos. Y estos les dedicaban canciones y sonetos, y hasta cuadros les pintaban los pintores, pero no, no eran musas ni lo serían en ningún caso. Cualquier parecido entre las dos subespecies no es más que un guiño travieso de la Madre Naturaleza.
Pero volviendo a lo nuestro. Allí estaba ella, aquella historia sin musas que nadie hasta entonces había querido contar, con su color pálido y su mirada suplicante hasta el límite de lo ridículo, extendida en el horizonte como una novela no escrita, sin personajes buenos ni malos, sin dramas ni romances imposibles. Por no tener, ni siquiera tenía protagonista. El autor, fuese quien fuera, debería comenzar aquella historia dejándose las venas en una transfusión de literatura pura, cargada de sentimientos encontrados, de vivencias y delirios íntimos, de soledad y misterio a manos llenas.
Aquella historia, anémica y desolada, carecía de todo y me miraba, como si yo, en mi pobreza, pudiera alargar la mano y ponerla en pie, así, sin más. Y luego sujetarla para que diera sus primeros pasos, titubeantes, amargos, esperanzados…
Me miraba y no decía nada. Seguramente porque nada podía decir por sí sola. Porque, probablemente, necesitaba dar respuestas a preguntas que nadie formulaba. O tal vez, y eso era lo que menos importaba, porque no tenía nada que contar. ¿Cuántas narraciones, bulos y leyendas habían salido de aquel pozo pestilente y maldito sin más enjundia que la de un simple chiste verde? ¿Cuántos autores a lo largo de los tiempos no habían derramado litros de tinta sobre las blancas alas de una novela prescindible y apática?
Sin embargo, aquella historia no lloraba su destino, no se lamentaba amargamente. Quizá tampoco sabía llorar o quizá se le había acabado el llanto, después de tantos siglos de espera, desde el mismo inicio de los tiempos, o más –quién sabe cuánto llevaba allí, desparramada-.
El caso, amigos míos, es que sonó el timbre y salimos todos en tropel, dejando el aula solitaria, con la pizarra garabateada de polinomios y raíces cuadradas, mientras en aquel rincón, en el ángulo oscuro, sentada en mi pupitre cubierto de polvo, aquella historia me dirigió una última mirada, suplicante y desesperada, y yo, desde el umbral de los sueños, junto a la puerta, le guiñé un ojo y pasé de ella.

Jorge
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 17:42:17 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_Cesoh-C0gOg/SYbJxfZzY7I/AAAAAAAADA8/0fXSnq7ZdlY/s320/casa_encantada8.jpg)

En construcción


Un sonido seco y violento llamó nuestra atención durante la cena. Venía del segundo piso de la casa. Detuvimos los cubiertos y nos miramos entre sí esperando que alguien especulara sobre lo sucedido. Segundos después mi madre intervino mientras tomaba con el tenedor un poco de espagueti.
- Allá arriba está Germán. Si algo ha pasado, él nos avisará.
Seguimos cenando. En la mesa estábamos mi madre, mi padre, el abuelo, Clara y yo. Teníamos la costumbre de comer en la mesa, juntos, nada de cenar en el sofá o las habitaciones. Clara, la esposa de mi hermano Germán, tardó un poco en acostumbrarse; después encajó a la perfección en nuestra rutina familiar, o al menos simulaba bien.
Al terminar la cena mi padre se apresuró a buscar la escalera de madera que estaba en el patio. Subió al segundo piso y tardó unos diez minutos en bajar.
- Miré por todos lados y no vi a Germán. Sólo los materiales de la construcción, su colchoneta y su linterna.
Mi hermano Germán quería hacer su casa sobre la nuestra. Había estado ahorrando desde que consiguió un buen trabajo como ingeniero hace dos años. Cuando no estaba en la oficina se lo pasaba frente al computador haciendo planos, esquemas y redes desconcertantes que me hacían ver como un ignorante, sobre todo si Germán intentaba explicarme esos asuntos sin que yo se lo pidiera: “Pero si es fácil, acá es equis, acá es ye, este lado es positivo, este otro negativo.” A mi me invadía una ira terrible y silenciosa como un cáncer que procuraba apaciguar dándole puñetazos a un costal de boxeo que instalé en el patio. Todas las noches reventaba a golpes aquel saco una o dos horas según el nivel de mi rabia.
Mientras los obreros construían la casa, mi hermano y Clara vivirían con nosotros. A mi madre le fascinaba la idea de tener a su hijo mayor tan cerca: “Mira, cuando termines la carrera levantas tu casa en el tercer piso”, me decía medio en broma, medio en serio. Yo lo que quería era largarme pronto de esa casa pero no tenía el dinero y, lo que es peor, tampoco poseía la suficiente fortaleza espiritual para estar lejos de mi madre. Germán desconoce esa tara en su vida y por eso arma una casa en el segundo piso; yo, que sí sé, sigo dándole al costal por las noches.
Como el barrio era inseguro y la construcción apenas empezaba, Germán, que estaba de vacaciones, cuidaba los materiales. Subía al segundo piso apenas se ponía el sol y bajaba al amanecer. Todas las noches se armaba con una colchoneta, linterna, un radio y montones de frazadas para protegerse del frío y los mosquitos. Clara subía a veces por la madrugada con una jarra de café caliente y bajaba junto con mi hermano por las mañanas.
Al abuelo nunca le gustó la idea de Germán: “Carajo, muchacho, no puedes estar toda la vida bajo las faldas de tu madre”. De todas formas sus opiniones poco o nada eran tenidas en cuenta: estaba viejo, sordo, y la memoria le fallaba. Su deterioro fue implacable luego de la muerte de la abuela. Poco a poco se fue alejando de todo contacto exterior y limitó su espacio a esta casa que de todos modos era la suya. Pronto, empezó a disputarla con mi madre. Decía que ella y su esposo se la habían robado, pero que ahora estaba empeñado en recuperarla. Las veces que el abuelo pedía a gritos que nos fuéramos yo sentía que teníamos el deber de hacerlo, que mi madre era una vividora y que mi hermano no podía repetir lo que mis padres hicieron hace años. Nosotros ignorábamos los gritos del abuelo pero podíamos respirar el desasosiego que causaban en la casa.
Por las noches mis padres y Clara veían tres novelas seguidas, cosa que los mantenía entretenidos por un largo rato. Frente a la tele nueva (que era de Germán) había un sofá en el que los tres se acomodaban casi sin moverse, comentando los pormenores de la trama o sus opiniones al respecto. Mi abuelo se dormía luego de cenar y yo, presa del ocio, lavaba los platos, recogía la mesa y, finalmente, salía al patio a darle golpes al costal.
Entonces lo vi. Al principio creí que era un perro negro echado en nuestro césped o tal vez más materiales de construcción. Poco a poco la imagen real apareció; para cerciorarme encendí la luz de la terraza y, en efecto, no era ni lo uno ni lo otro. Llamé a mi madre con una voz que apenas si pude reconocer como mía. Le señalé lo que vi.
Era Germán, desparramado en el césped. Mi madre abrió la puerta desesperadamente y se echó a sus pies; sobre él se abalanzaron enseguida Clara y mi padre. Intentaron hacerlo reaccionar por si las dudas pero era evidente que estaba muerto. Parecía un muñeco agitado frenéticamente por Clara. Mi padre lo cargó hasta su cuarto; mi madre iba tras él llorando mientras hablaba por teléfono.
El médico a quien mi madre llamó apareció como a la media hora. Auscultó el cadáver de Germán sin prisa, conciente de que estaba muerto y que el tiempo no haría la diferencia. Expidió el certificado de defunción y dijo desconocer la causa de la muerte: “Es mejor hacerle una autopsia”, dijo. Mi madre se negó a que acuchillaran a su hijo.
El velorio fue al día siguiente. La casa estaba repleta de personas que con rostros de tristeza, real o fingida, nos ofrecían sus condolencias. El féretro se encontraba en la sala rodeado de mucha gente que yo no conocía. Por la madrugada mis padres habían llevado todos los enseres de la sala hacia el patio, de tal manera que muchas más sillas pudieron ser acomodadas en la casa. El abuelo pasó la mayoría del tiempo sentado, medio dormido, tomando tinto como un adicto. Mi padre y mi madre eran los anfitriones de una fiesta que no desearon ofrecer. Yo tenía ganas de darle trompadas al costal y morirme luego.
Clara se fue de la casa por la mañana. No quiso asistir al velorio ni al entierro: era de esperarse. Tampoco se despidió de nosotros, sólo dejó una nota en la que manifestaba que regresaría pronto por sus cosas. Estaba destrozada; había apostado su vida a la misma causa de Germán y perdió cuando el juego apenas empezaba. Alcancé a verla en el momento en que tomaba el taxi: tenía los ojos rojos, hinchados y sin maquillaje. Parecía no haber probado bocado ni dormido en semanas. Quise decirle algo reconfortante y que no sonara tan hipócrita pero me detuve; preferí verla partir. Tuve la fugaz idea de irme junto con ella y casi de inmediato pensé que era una locura. Para Clara fue fácil irse, ella no pertenece a la familia, no logró acostumbrarse del todo a vivir con nosotros durante el tiempo que pasó aquí, que igual fue poco. El implacable paso de la costumbre le fue ajeno. No será recordada, ninguno de nosotros la extrañará; será para nosotros una imagen difusa que aparece al lado de Germán durante sus últimos días.
Cuando todas las personas se fueron, cenamos. Esta vez sólo éramos tres en la mesa: mi madre, mi abuelo y yo. Mi padre subió al segundo piso a cuidar la arena, la piedra caliza, el cemento y el resto de cosas de la construcción: “Alguien tiene que hacerlo, eso no se puede perder” atinó a decir. Así que mi madre le sirvió la cena en la cocina antes que a nosotros y mi padre subió al segundo piso en construcción antes del anochecer.
Mientras cenábamos, volvimos a escuchar aquel ruido que se cernía sobre nosotros desde anoche. Mi madre y yo corrimos directo a la terraza en donde encontramos a mi padre en el mismo lugar y posición en la que ayer estaba el cuerpo de Germán. Como hiciera anoche Clara, mi madre agitó el cadáver violentamente y yo me estremecí por dentro. Luego ella echó a correr al interior de la casa. Arrastré el cadáver de mi padre hasta su cuarto.
Mi madre no llamó al médico esta vez: “No dejaré que me quite plata por auxiliar a un muerto”, sentenció. Ella misma examinó a mi padre: le quitó la ropa hasta dejarlo en calzoncillos y lo miró como la doctora que no era. A las dos de la mañana terminó de revisarlo: “Sin heridas o moretones. Se murió de repente y cayó”, dijo convencida.
Con mi padre hicimos algo diferente. No queríamos otro velorio ni curiosos que extrañados se preguntaran por la sucesión de muertes en nuestra familia. Lo dejamos desnudo en el cuarto hasta averiguar qué era lo que estaba pasando. Como no sabíamos por dónde empezar optamos por realizar lo evidente: durante la mañana mi madre y yo fuimos al patio y, desde abajo, intentamos ver qué había en el segundo piso. El abuelo caminaba arrastrando los pies por la casa, como un zombi, con una jarra de café en una mano y un pocillo en la otra. Desvariaba. Invocaba a gritos la presencia del espíritu de la abuela, de Germán y de mi padre, les ordenaba hacerse presentes de inmediato. Esta vez mi madre le gritaba que se callara, que por su culpa la desgracia habitaba entre nosotros. Ninguno de los dos cedía; al final ambos guardaron silencio y yo pude intuir lo que vendría.
Mi madre subió al segundo piso. El abuelo y yo escuchamos el mismo ruido de las noches pasadas mientras cenábamos. Lo que aconteció luego hace parte de lo inevitable. La noche siguiente yo estaba dentro cuando escuché al abuelo caer. Antes de subir me había entregado las llaves de la casa y me hizo prometerle que cuidaría a los muertos que desde ahora la habitan.
De esto hace ya una semana. Los cuerpos de mis padres reposan en la que fuera su cama matrimonial; al abuelo lo senté en el mecedor que está en la sala. Lamenté mucho que Germán estuviese enterrado, hubiera querido tenerlo frente a su computador. Aunque el olor que expiden los cadáveres es repugnante yo permaneceré aquí. Su presencia en casa me reconforta, es como si esta vez estuvieran de mi lado. No hay disonancia, un inmenso vacío me cobija.
Ya no me ejercito durante la noche. Por las mañanas salgo al patio y golpeo durante horas el costal de arena hasta hacer sangrar mis nudillos. Procuro no pensar, dejarme llevar por el agotamiento hasta que la noche llegue.
Algunas veces intento ver lo que hay en el segundo piso. Subo a una silla y salto para poder observar mejor; al parecer, todo sigue en orden.

Roberto Matías
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 17:47:43 pm
(http://carmenchumaria.files.wordpress.com/2011/05/imagen-062.jpg)

Más que un lugar


Marcos decide hoy salir de la oficina antes del horario normal, incluso del que ha venido todavía siendo más normal últimamente desde que ha habido recorte de personal y le ha obligado a asumir varias tareas de una compañera, despedida después de más de diez años de servicio en la empresa.

No soporta más estar encerrado entre cuatro paredes, rodeado de estanterías llenas de carpetas apiladas en formación militar y expedientes abiertos, desparramados sobre su mesa como en una operación de la misma índole que las carpetas.

No había ido aún a almorzar y por la hora que era ya no podía seguramente tomar el menú ejecutivo en ningún restaurante de su zona habitual, próxima al polígono industrial, donde se asienta su empresa hermanada con varias decenas más en un espacio abierto pero ya casi aglutinado por la gran ciudad. De hecho, la ciudad ya está rodeada de zonas residenciales, modernas, pero impersonales, que han tenido que construirse en las dos últimas décadas para acoger una gran demanda poblacional, la mayoría foránea.

La noche anterior había tenido tiempo de ver el capítulo de una serie televisiva que se desarrollaba en un barrio popular; hacía algunas semanas que no lo había hecho, disfrazado como siempre con su inseparable bata y conectado a sus preciadas pantuflas, todos adultos y resignados a pasar, ellas al cubo de la basura y él al grupo del medio siglo.

Decidió atravesar la ciudad para ir al otro extremo, donde terminando la universidad su familia pudo completar el pago del piso que durante varios años habían estado habitando. En ese piso, en el barrio que lo acogía había venido Marcos al mundo y en ambos desarrolló tanto física como químicamente su cuerpo y mente. Durante casi veinticinco años, casi la mitad de su vida, quedó marcado por los avatares de unas décadas en las que el país y a través de él sus ciudades, pueblos y barrios, con sus gentes, vieron llegar el desarrollo.

Cuando encontró su media naranja, que lo acompaña en cuerpo y alma desde entonces, junto a su hijo calcado a imagen y semejanza de su padre, que es a su vez a las de su abuelo, por eso los tres se llaman también Marcos, dejó el barrio, que guardaba su casa, su escuela, su cine, su tienda de golosinas y tebeos, las casas de su pandilla y el lugar de heridas de guerra donde acudían a patear balones a medio inflar; su bar de copas y besos con su pandilla ya de joven. Todo en unas calles a la redonda, donde la identidad no se recogía en un carnet sino en la de las personas que en ellas vivían la vida a golpe de día a día.

A ese lugar dejó de volver cuando sus padres decidieron regresar al pueblo que los había visto nacer y crecer, vendiendo el pequeño piso y con ello vendiendo la herencia de Marcos y de su hermana menor aún soltera, que decidió también volver con sus padres al lugar que no la había visto nacer ni crecer.

Marcos bajó del coche, después de haber atravesado la ciudad, en el corazón mismo del barrio, la plaza donde los mismos árboles seguían en pie de guerra contra la marea de automóviles que la rodeaban de un lado y de otro. Encontró con suerte un buen lugar para aparcar, allí donde hacía algunos años atrás no era necesario poner un tiquete perecedero, que marcaba el tiempo que podía permanecer el vehículo aparcado sin ser incomodado por la autoridad competente.

Esa plaza, que recordaba a la de cualquier pueblo de provincia, había sido el sitio neurálgico de donde salían las calles de su barrio; dos de ellas empezaban y terminaban en el barrio; las otras dos las conectaban a la ciudad. Hoy día había quedado en medio de la gran metrópoli y a pesar de todo, tras un tranquilo paseo por aquellas calles que lo vieron crecer, con casi la misma personalidad.

Esa personalidad la hacen hoy día, todavía, varios de los hijos y los nietos de sus antiguos vecinos y amigos; gentes de otras ciudades y lugares que decidieron dejar sus identidades, para completar la de esta ciudad que también supo despertar a tiempo, encontrando en el barrio el lugar perfecto para aprovechar esa oportunidad, y en los últimos años gentes dispares, de otras latitudes que buscan lo que los de ésta han venido buscando desde que tienen existencia.

Todavía está el bar restaurante de la calle principal, donde con una amabilidad casi perdida le sirvió en una mesa una joven con el color de la piel diferente a la suya pero parecida a la de su abuelo, que recordaba tenía curtida por el trabajo en el campo de sol a sol durante toda su vida. El local había cambiado un poco su aspecto, pero guardaba todavía ese aire de antaño que le transportaba a otro espacio.

El café no podía dejar de tomarlo en el bar donde con su pandilla rompía etapas. Estaba allí, aunque con otro nombre y servido por el hijo del dueño, dueño que había sido testigo de esos cambios en el barrio. El hijo no lo reconoció porque su padre no quería que fuese camarero como él y lo apartaba del bar constantemente.

Sin duda el barrio había cambiado en apariencia, varias casas habían dado su paso a construcciones más modernas y de algunos pisos, pero se seguía respirando el arte de la vida, esa que estas gentes viejas y nuevas le siguen dando para que en unas cuantas calles, que confluyen en una plaza de pueblo, su nombre e identidad no mueran nunca.

Todo esto sin duda también haría cambiar a Marcos, que a partir de ese día consideró que él pertenecía aún a ese lugar, de donde quizás no debiera haber salido.

En su camino de vuelta no regresó a la oficina, fue directamente a su casa para mirar en la noche con su familia las fotos que guardaba de la época cuando vivía en el barrio.

Las sensaciones de la tarde con las de ahora recordando cada instantánea le  conmovieron; en su familia sirvieron las fotos para reír y mofarse de las ropas y aspecto del cabeza de familia, como de los personajes que lo acompañaban o salían en cada fotografía.

Marcos comprendió del todo que los suyos eran de éste otro lugar que los vio nacer; que recordará sólo para él el suyo, como algo que es más que un lugar.

Antusas
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 17:50:58 pm
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Relato de un pie


No hay suficiente con ir dislocando tobillo por las aceras de la ciudad sino que, a modo despectivo y retórico, se nos nombra con una descarada sonrisa como si fuéramos un deshecho carnal; que si hueles que si no hueles, que si ninguno de nosotros somos bonitos, que uñas más feas tienes, y esos dedos que parecen porras de la guardia civil; no se, psicológicamente un pie está muy castigado, trabajamos como el que más y el agradecimiento es nulo.
Si ya es difícil ser un pie, imagina ser el izquierdo, por el amor de dos (derecho e izquierdo)… tengo que escuchar frases como, ¡hoy te has levantado con el pie izquierdo!, ¿acaso alguien se levanta con un solo pie?, ¿Porqué el derecho es mejor que yo?, no se si es xenofobia o “piefobia”, pero, lo que está claro es que me siento como el “pietito feo”.
No tengo derecho a elegir vestimenta y cuando parece que estoy a gusto con la asignada se decide, por unanimidad y ante notario, cambiar el calzado; calcetines cuando el señor lo desea; cada mañana es una incógnita, cuando se acerca el calor, la mayoría de días me calzan unas menorquinas y a correr que son dos días.
El único compañero de viaje que tengo parece estar enfadado conmigo, cuando yo estoy adelante el está detrás y viceversa; llevamos el paso cambiado, ¿le habrá hablado alguna mente perversa mal de mi o simplemente es un castigo similar al mío?, nunca me ha gustado que me castiguen sin motivo.
De desagradecidos está el mundo lleno y, aún aguantando todo el peso del resto del cuerpo humano, nadie nos pregunta ni se interesa por los lugares que nos gustaría visitar, bueno, que yo sepa, igual se lo preguntan al derecho… como no hay comunicación.
Somos como los taxistas, vamos donde nos mandan, pero sin cobrar, porque yo todavía no he visto un Euro… ya hablaré con el derecho (si me dejan), igual, él es el tesorero, no lo se, me da la impresión que vivo engañado.
Todos los miércoles, como siempre, sin preguntar, vamos a jugar a fútbol; parece ser que toda la culpa es mía…  huy!!!, “he fallado porque era el pie malo”, ¿el pie malo?, ¿acaso he envenenado tu sopa o matado a tu caballo?; pero, si ni siquiera puedo hablar, solamente tengo pensamientos, aunque total para lo que me sirve; aunque, lo peor que llevo de estos partiditos es lo de las botas de taco de aluminio que me calzan, realmente… ¿es necesario?. Ni siquiera con algo aparentemente divertido como es el deporte, dejo de sufrir y se castiga mi ego “pezuñil”.
Aún tengo recuerdos estudiantiles en mente como cuando a la hora del recreo jugábamos a las canicas a las 11.00 de la mañana, chiva, “pie bueno”… impresionante, pie bueno, lloraba de la alegría, un piropo, a mi, naturalmente fue por equivocación ya que mi acompañante es diestro, lo que me colocaba en el 4º nivel que podía alcanzar un pie dentro de los cuatro existentes:
-   Nivel 1 o preferente: ser un pie derecho y que tu dueño sea diestro.
-   Nivel 2 o compatible: ser un pie izquierdo y que tu dueño sea zurdo.
-   Nivel 3 o simple: ser un pie derecho y que tu dueño sea zurdo.
-   Nivel 4 o decadente: ser un pie zurdo y que tu dueño sea diestro.
El porque de estos niveles es fácil de digerir, todo iba en función de las tendencias del jefe y tu situación corporal.

En verano trabajamos en “Control de calidad”: ¿estará fría el agua?, voy a meter primero el pie… eso es, si hay que hacer sufrir este ha de ser el pie… como no se queja.
Y ya no digo cuando vamos a pasear al parque, miedo me da que haya perros, con lo despistado que es Anselmo, mi dueño, corremos peligro de pisar excrementos varios, y te puedo asegurar que no hay nada más desagradable que llevar premio en mi ropa; por mucho que frotes con la arena hasta que no me despojan del caparazón que me envuelve vivo en anestesia permanente.
Odio ir a comprar zapatos, no se porque extraña razón me envuelven en una bolsa de plástico e intentan asfixiarme, pero, no contentos con esto me ponen y quitan calzados que, la mayoría de veces, no vuelvo a ver; ¿que he hecho yo para recibir sufrimiento gratuito?.

Por éstas y muchas más razones, en nombre de todos los pies, y en especial de todos los pies izquierdos, reivindico por nuestro bienestar, exigiendo un trato que se aleje de la esclavitud corporal que recibimos a diario, así como excluir el trato vejatorio dejándonos mostrar nuestros sentimientos, ocultos, pero sentimientos al fin y al cabo, por favor, no nos piséis más, esto es tarea nuestra.

Perdio
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 12, 2011, 18:00:33 pm
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FIESTA DE DISFRACES


 Mi mujer sigue durmiendo a mi lado. Ahora, tumbado en la oscuridad de mi dormitorio, mi cabeza  casi no logra esbozar  los retazos inconexos de la noche anterior.  Podría haber sido una simple fiesta de disfraces en la que bebí más de la cuenta. Pero sé que ocurrió algo más aunque ahora no logre hilvanar  mis pensamientos con claridad. Sé que sucedió, que insiste en mi memoria como una  vaga sombra. De forma tácita y persistente se presentan las máscaras venecianas de mil colores, sonrisas falsas de arlequín, muecas oscuras y sarcásticas miradas tras las caretas.

Tres días antes había recibido la misteriosa invitación. Una  anónima tarjeta en papel seda recortada con flores de acanto y en elegante letra gótica me invitaba a la fiesta de máscaras. El lugar era la vieja mansión Grander de la colina.
Molina-Guzmán había comprado la hacienda y la había restaurado. Él no era de la ciudad. Llegó haría un par de años y poco se sabía de él. Tan sólo que se dedicaba a la tasación de muebles antiguos y, al parecer, había amasado una buena fortuna en los últimos tiempos. Se había hecho de respetar por todos los de la delegación. Trataba a todos con cercanía cuando acudía a las oficinas  por algo sobre las patentes, algún que otro asunto de catálogos u obras de arte. Era atento y ocurrente así que cayó bien en seguida. Un tono de falsedad, tal vez en sus expresiones, pero no más que muchos otros hombres de negocios. Grandilocuente y afectado, pero a las chicas del departamento parecía gustarles ese gentleman socarrón y engreído.
Era viernes así que sólo tenía un día para conseguir una máscara y una capa. Una capa de seda oscura, especulé. Una buena excusa para mi esposa, cena con los de arriba, le expliqué con desánimo.
 Mi mujer no se molestó. Ella también tenía, como venía siendo habitual, una cena esa misma noche con antiguas compañeras de la galería.
Y desde que recibí la invitación a la hora de la fiesta todo pasó como a cámara rápida. De repente me vi a mi mismo en la puerta de la mansión Grander.
Los mayordomos vestían de esmoquin y caretas negras con nariz de pájaro. Con una reverencia, dos camareros me dieron la bienvenida al salón. Estaba bastante concurrido a pesar de que había llegado bien temprano. Las damas cubrían sus rostros con máscaras al estilo moretta con oscuros velos. Vestían largos vestidos de finas  e insinuantes telas. Los caballeros se escondían tras máscaras menos sutiles, blancas en su mayoría, ovaladas y brillantes como el mármol. Sus cuerpos los cubrían con negras capas de seda.
Nada más cruzar el umbral de la puerta sentí que era transportado en el tiempo. Los enmascarados se deslizaban sobre las extensas alfombras como espectros de largas sábanas ensombrecidas o bermejas.  El Claro de Luna inundaba con su piano todas las estancias de la residencia. En sus ecos infinitos y melódicos se adivinaba la inmensidad de sus salones, la profundidad de unos techos imposibles de los que colgaban majestuosas arañas de brillantes. Al fondo, una curvada escalera de caracol se deslizaba hasta la balconada interior de la segunda planta.
La atmósfera parecía recuperar un tiempo ya pasado y casi como en un remoto sueño recordé que  aún estaba en el salón. La pieza musical dio paso a las Valquirias de Wagner o alguna pieza solemne y todo cobró urgencia y horror. La gente parecía lanzarse miradas de recelo y tras las máscaras se podía intuir que en sus ojos se escondían miedos o terrores sin desvelar. Intenté buscar a algún conocido pero en el revuelo de máscaras y túnicas era imposible. Hice el gesto de quitarme el antifaz pero una dama enmascarada posó su mano en mi mano para impedirme el gesto. Algo terrible ocurriría si mostraba mi rostro, parecían insinuar sus ademanes. En sus ojos se apreciaba una inquietud severa. Me tomó de la mano y me condujo a otro salón. Sígueme, parecía decir su cuerpo envuelto en un vestido de gasa violácea que se ondulaba al ritmo de nuestro caminar. Podía adivinar un cuerpo menudo y bien proporcionado bajo la funda de máscara y tela. En la sala adyacente la luz era más tenue y la gente se arremolinaba en círculos, expectante. La música había cesado de repente y las puertas de entrada estaban truncadas y obstruidas con balizas improvisadas de muebles y jarrones titánicos. Miré a mi alrededor y las máscaras de los visitantes parecían haber adquirido una tonalidad distinta. El blanco de algunas máscaras se había tornado de un color pálido hueso, casi cadavérico, que se ajustaba de forma demoníaca a la piel de sus portadores.   La mascarada parecía simular un algo secreto, un misterio que concernía a todos menos a mí. Me sentí como un niño desnudo en mitad de un enjambre de abejas.
Mi misteriosa acompañante se posó el dedo índice en sus labios celestes para indicarme que guardase silencio.  Tras su máscara azulada intuía unos ojos familiares.
Desde una barandilla superior sombras negras con capuchones y con caras enmascaradas o maquilladas gruesamente nos observaban silenciosas. Parecían estatuas que cedían a otros ritmos distintos a los naturales. O espíritus que simulaban ser humanos. Hubo una pausa en la música. La muchedumbre de la sala entera comenzó a girar sus cabezas. Todas las máscaras se tornaron hacia mí. Me observaron un segundo como para comprobar que yo era uno de ellos. Luego, la música arrancó otra vez con cantos gregorianos que resonaron en el  espacio hueco del palacio y la jauría de locos enmascarados dejó de prestarme atención. El corazón me latía con fuerza contra el pecho.
En la alucinación que me embriagaba, como un sopor que emanara del mismo infierno, pude entrever que las máscaras no eran venecianas. Rostros de peces muertos y demonios retorcidos llenaban las caras de los hombres y mujeres de la oscura reunión. Sin palabras parecían comunicarse blasfemias u otros mensajes relativos a la muerte o a la carne. La mujer que me acompañara se despojó de su capa y con sólo una máscara azulada bailó su cuerpo desnudo entre todos los asistentes. Parecía poseída por  una lujuria que era incapaz de detener. Todos comenzaron a imitarla. Todos comenzaron a desvestirse. Una histeria colectiva fue tomando el control de todos los enmascarados.
Me acerqué al mostrador y tomé una copa de vino. Era un vino rojo como la sangre y de un sabor fuerte y textura viscosa. Al poco todos se fueron despojando de sus disfraces dejándolos tirados sobre el mármol como  mudas de pieles secas de monstruos oscuros y brutales. Por el rosetón de la fachada principal la luna se colaba y poblaba los espejos, y multiplicaba los reflejos de las máscaras en las copas de cristal y las pupilas de los asistentes.
El baile de cuerpos desnudos ofrecía una imagen ilusoria y distorsionada. El vino era dulce y perdí la consciencia en varias ocasiones. La chica que me condujera al salón se multiplicaba y se confundía entre las demás. Su rostro ignoto era una mancha azul celeste entre la niebla de cuerpos femeninos. Cuerpos frágiles de pechos firmes y muslos apretados.  En la vorágine del baile vi la imagen de mi propio cuerpo desnudo en el espejo. Un cuerpo patético con una máscara extraña y absurda.
Todo lo demás fue locura y perversión. En mi alucinación creí conocer la voz susurrante de alguna de las mujeres que juguetearon entre mis brazos. Oía mi propia voz que profería blasfemias y palabras desconocidas para mí.
También tuve la certeza de que Guzmán era el mismo Diablo. Y la mansión Grander el mismísimo corazón del infierno.
No puedo recordar cómo  llegué a mi casa. Tal vez todo haya sido un sueño, pensé. Pero aún conservo la máscara, la invitación, los obscuros recuerdos y el inefable rumor de la resaca.
 Desperté sobre mi lecho empapado en sudor. Las pesadillas me perseguían. Mi mujer parecía no haber acusado mi ausencia. Me miró y volvió a dormirse. En la silla reposaba mi ropa sudada, mi capa y… no, no veía mi máscara.
Me levanté a vomitar y a esconder la túnica. En el vestidor la luz se había olvidado encendida.  Me acerqué a apagarla. En un diván vi la ropa de mi mujer. Hecha un ovillo.  Vi lo que parecía otra túnica oscura y  mi máscara junto a la máscara azulada que reconocí al instante.

Louis Who
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 13, 2011, 10:13:40 am
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UNAS POCAS LUCES


   A Galindo, el hombre más pálido de Rapaneda le cambiaron la vida unas luces, de esas de colores, iguales a las de los árboles de navidad. Al verlas brillar todas al unísono, tuvo el impulso irrefrenable de tragárselas, despacio, una a una, aunque luego necesitase más de tres días para digerirlas; jamás imaginó que estarían tan sosas.
   Su rostro desde entonces no dejó de cambiar de color, y a cada rato Galindo juraba que la vida tenía un sabor distinto.
   Con el rojo se le venían a la boca los recuerdos agitados del enamoramiento, algo que había enterrado tan hondo que al volver a degustarlo le activó la sangre como un radar, y volvió a pelar la pava con Balbina, una mujerona risueña que tenía un estanco y un bar en el pueblo;  la única soltera aún en edad de merecer.
   El azul le devolvió el paisaje de sus años de escuela, caminando a buen paso por el sendero nevado, sinuoso de aquellos amaneceres en tropel cantando el avemaría,  las bromas de la travesura y el choque alegre de las aguas del manantial que viajaba junto a ellos en paralelo.
   El verde le trajo la envidia de los conquistadores que escalaban montañas y llegaban a la luna, valientes aventureros arrebatados por una locura tan absurda como brillante; y el amarillo los amaneceres sin aliento contemplando el ascenso del sol en el horizonte…
   Por eso Galindo, el hombre más triste de Rapaneda se convirtió por obra de unas pocas luces en un tipo renovado. En poco tiempo hizo el viejo camino hacia la escuela todas las mañanas, aunque con el sonido del río mermado por la sequía; escaló el pequeño monte de su pueblo que las cabras recorrían más de cuatro veces diariamente, y fue el  primero en poner una bandera de victoria en su cima (a nadie se le había ocurrido antes semejante epopeya). Y esa misma tarde, sin esperar a que el cura terminase el responso  por un pobre buhonero que se murió predicando sus telares, se llevó al fraile en el hombro para que le casase con Balbina, que por fin le había dado el sí quiero,  enamorada hasta las trancas de su rostro cambiante, pues decía que le recordaba a los semáforos de la ciudad, alto e imponente y a cada rato distinto.
   Sus cinco hijos nacieron seguidos, cada uno de un color, como una ristra de lucecillas prematuras. Sólo el más pequeño llegó al mundo pálido, con la misma cara de tristeza que su padre antes del atracón. Todos, excepto él se dedicaron al comercio y tuvieron gran éxito, pero solo el descolorido se dedicó a la política, pues tenía la lengua rápida y convencía con su verborrea a todo el que se le ponía por delante.
   A golpe de parloteo terminó ganando las elecciones de su pueblo, aunque todos habrían de recordarle como el alcalde más insulso de Rapaneda, y los más viejos afirmaban fastidiados, que no había hecho nada bueno, ni carreteras, ni centros de salud ni escuelas; pues a aquel apagado alcalde la sobraba carrete y tenía pocas luces.

Liora Mayanne
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 13, 2011, 10:20:47 am
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Una cita perfecta
 


Aquél iba a ser el día o aquélla iba a ser la noche, qué importaba. Todavía no había amanecido pero a él le daba igual; ni siquiera había dormitado unos minutos, así que la posición de los astros tampoco era muy relevante. Porque aún faltaba mucho para que amaneciera, pero iba a verla, hablar con ella, tal vez olerla, quién sabía, mil cosas. Llevaba horas perfectamente vestido sentado en la penumbra de su dormitorio, junto a la ventana. Hacía ya un buen rato que los coches que cruzaban el horizonte, trazando a velocidad uniforme la gran curva de la nueva ronda de circunvalación, lo hacían de uno en uno y a intervalos imposibles de medir. Los veía aparecer por el este con sus luces blancas y luego se esfumaban en la oscuridad durante un segundo, para volver a materializarse transformados en resplandores rojos que miraba empequeñecer y empequeñecer hasta extinguirse para siempre. Eso era todo. Sin contar lo de dentro de su cabeza, claro. No había puesto música para acompañarle. No había hojeado un libro. Simplemente disfrutaba de la espera contemplando la porción de extrarradio nocturno que le ofrecía su ventana y escuchando cómo su propia voz le recitaba sus mejores deseos. En alguna ocasión le pareció que lo hacía en voz alta, pero no se preocupó de cerciorarse. Lo que sí comprobaba a menudo era la hora. No transcurrían diez minutos sin que se sacara el móvil del bolsillo e hiciera que la pantalla se iluminara en un color azul hielo que le gustaba. Con la misma frecuencia estiraba el cuello y miraba hacia la calle, receloso de que la mala suerte decidiera burlarse de él. Pero todo iba bien ahí abajo. Todavía faltaba un rato para que llegara el momento. La parada del autobús seguía solitaria. Envuelta en la iridiscencia pálida que emitían los neones que alumbraban la publicidad incrustada en la marquesina, parecía un escenario del futuro. En el póster, un tipo demasiado perfecto para pisar La Tierra del siglo XXI lucía unos calzoncillos carísimos, hiperelásticos, de diseño. Esa clase de ***** fashion-light-cool a treinta y seis euros la unidad era lo que les metían por los ojos a los ciudadanos condenados a usar el transporte público a diario. Y también a él, que llevaba toda la noche esperando con miedo su modesto momento de gloria. Toda la noche o toda la vida, sólo él lo sabía. Se sorprendió preguntándose si un equipo de publicistas habría cobrado montones de euros por colocar la **** de aquel modelo exactamente en esa posición. Y en seguida se levantó de la silla. Dio unas vueltas a la habitación mientras se planchaba la ropa con las palmas de las manos y sacudía la cabeza mirando al suelo. Intentando convencerse de que ese tipo de pensamientos extraños era lo que le hacía ser un tío extraño. Se detuvo, hurgó en sus pantalones y el móvil volvió a pintar la habitación de un aire azul desvaído. Ya sólo faltaba un cuarto de hora para las cinco y media. Comprobó por enésima vez que la parada permanecía tranquila y se dirigió al cuarto de baño. Y empleó esos últimos minutos en observar con detenimiento su reflejo, en perder el tiempo al trazar planes de última hora con la esperanza de mejorar su aspecto. Pero cualquier pequeña modificación que aplicaba a su pelo o cualquier recorte en su barba rala le parecía que empeoraban su imagen anterior. Acabó optando por meter la cabeza bajo el grifo y secarse/despeinarse con la toalla. Luego se envolvió en una nube de desodorante y no pudo evitar pensar que todo aquello era innecesario y ridículo. Pero no tanto como abortar la operación a estas alturas. Aunque sólo fuera por no haber pegado ojo en toda la noche, la situación exigía cierta culminación. Así que ahí estaba: sentado en la parada desde hacía unos minutos, medio encogido por el frío que condensaba su aliento en fugaces nubes blancas, cuando escuchó unos pasos que se aproximaban. Buscó una postura natural en el banco de metal o plástico, lo que fuera. Cruzó las piernas de modo indeciso y al instante las separó con un gesto aún más vacilante. Quería parecer tranquilo pero notaba sus músculos tensos como alambres. Mientras se removía sobre la superficie helada se lamentó de que ningún coche hubiera aparcado esa noche en el carril bus; le habría venido bien revisar su apariencia reflejada en una luneta. O tal vez no. Tal vez eso habría aumentado su inseguridad. Sí, probablemente, se dijo. En cualquier caso, dejó de preguntarse sobre esto y todo lo demás cuando se dio cuenta de que los pasos resonaban ya muy cerca. Un segundo después ella aparecía por detrás del cartel anunciador. Iba distraída, rebuscando cualquier cosa en su bolso, y se sorprendió de modo demasiado evidente de ver a alguien en la parada a esas horas. Y dudo, también de manera muy visible, si sentarse en el banco. De manera tan visible que hasta él se dio cuenta de la indecisión de la chica y se sintió todavía más incómodo, estúpido, extraño de lo habitual. Ella optó por permanecer de pie a unos cuantos metros de él, arrebujada en el interior de su abrigo. Vista de cerca le gustaba lo mismo que desde la ventana. En un arrebato de audacia pensó en levantarse y entablar una conversación intrascendente con ella. El frío, las deficiencias del transporte público, lo inmorales que son algunos horarios laborales. Cosas así, para parecer alguien normal. Pero se limitó a permanecer sentado y decir un Hola avergonzado en un momento en que ella pareció mirarle de reojo. No le quedó claro si la chica le había contestado. Sí, una rápida nubecilla de vaho había salido de su boca, pero podía haber sido la materialización de un suspiro de tedio o simplemente su respiración. Y ya no hubo tiempo para aclararlo. El autobús llegó y la chica se escupió algo en la mano y lo tiró a la papelera. Luego subió al bus sin despedirse. Tampoco lo miró desde detrás de las ventanillas empañadas. Él se quedó un rato viendo cómo se alejaba el vehículo. Era bonito, un luminoso oasis de calefacción rodando sobre el asfalto mojado la ciudad oscura y fría. Se preguntó dónde iría. Cuando lo perdió de vista se levantó, se dio unas palmadas en sus mulos ateridos y se acercó a la papelera. No le costó demasiado encontrar el chicle. Aparentemente de fresa ácida y recubierto de ceniza, una cáscara de pipa y una serie de pequeños fragmentos no identificables. Impregnado en saliva fresca y caliente, brillaba a la luz de las farolas. Subió a casa sosteniéndolo entre el índice y el pulgar. Se sentó de nuevo junto a la ventana y se metió la masa en la boca. La masticó. Los jugos y los tropezones se esparcieron por su paladar. Justo antes de quedarse dormido pensó que aquél era el sabor del amor.

Rojo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 13, 2011, 10:26:29 am
(http://1.bp.blogspot.com/_JCOX9YvyPfw/SlJuRrsmywI/AAAAAAAAApc/hg2Ov_-cR20/s400/don+cuervo.jpg)

Siguiendo la pista


Don Cuervo siempre había sido tratado con mucho respeto en el barrio, pero más que por respeto, por temor. Por eso, cuando se referían a él, el Don siempre iba delante. La gente del pueblo decía que no era de fiar, pero no porque fuese conocido por sus fechorías o mala conducta; más que nada era su aspecto físico lo que infundía temor e impresionaba. Lo cierto es que era un tipo oscuro, de apariencia amenazante; siempre vestido de un negro carbón que intimidaba, con su pico siempre bien afilado así como sus garras, capaces de cogerte y no dejarte escapar. Ciertamente, era un tipo que no inspiraba demasiada simpatía. A pesar de todo, la araña Mariana, no se llevaba ni bien ni mal con él, simplemente se llevaba. Eran vecinos puerta con puerta, desde hacía más de una veintena de años, por lo que no les había quedado otro remedio que llevarse bien, aunque no fuera nada más que desde un punto de vista práctico, para lo básico: si un día uno necesitaba un poco de sal o de azúcar por falta de previsión, ahí es donde estaba el vecino realizando pequeños préstamos, esos que se suelen hacer entre vecinos. Que si un día te dejo un vasito de leche para el desayuno porque te has quedado sin, que si al día siguiente me das tú un poquito de aceite para freír el filete porque me hace falta a mí. En fin, que nunca habían tenido problemas de este tipo.
   Así habían pasado años de convivencia, sin más comunicación entre ambos que la estrictamente necesaria. Ciertos días hablaban más que otros, pero siempre cosas sin trascendencia. Este tipo, D. Cuervo, ¡era tan reservado!
   Un día, Mariana se percató de un cambio en su comportamiento. Parece que últimamente ambos se cruzaban con bastante más frecuencia de lo normal. Antes por el contrario casi ni se veían porque el cuervo hacía más vida nocturna. ¿Estaba cambiando D. Cuervo su personalidad? ¿Se estaba volviendo más sociable? ¿Cuál era el motivo de tales cambios? ¿Por qué ese cambio de actitud? ¿Por qué, por qué, por qué….? Mariana empezaba a hacerse preguntas y a cuestionarse a qué sería debido aquel cambio que había apreciado en su vecino. Así nuestra amiga la araña, decidió convertirse  en Merlock Holms y se dedicó a investigarle día tras día durante unos cuantos días.

Día 1_
Mariana decide comprar un cuaderno de investigación. Comienza a tomar notas. A mi primera hora de la mañana se percata de que D. Cuervo entra silenciosamente y de puntillas en su propia casa. Cosa rara, muy muy rara, sobre todo a estas horas.
 
Día 2_
Mariana se echa a la calle para seguir de cerca a D. Cuervo. Pegada a sus talones, camina detrás paso tras paso, enfundada en una gabardina larga, un periódico bajo el brazo para disimular y una lupa para ir controlando los pequeños detalles, para que no se escapara ninguno.

Día 3_
La persecución de D. Cuervo se vuelve difícil, Mariana empieza a perderle el rastro. ¿Cómo es posible que sea tan rápido? Se pregunta Mariana. Tan pronto le ve salir de casa, como entrar, y volver a salir, y volver a entrar. Y vuelta a salir, esta vez con gafas. Y entrar a los pocos segundos con bolsas en la mano. Y aparecer al cabo de un rato asomado a la ventana como esperando a alguien o algo. Y un segundo más tarde en el jardín, preparado con las tijeras de podar. O se había vuelto hiperactivo, o mucho había cambiado su vecino, ya que antes se tomaba las cosas con calma, no tenía prisa por hacer las cosas, y sobre todo no se dejaba ver mucho durante el día. Es posible sin embargo, que esperara la llegada de alguien a casa, de ahí que se comportara así, de un lado para otro. Y ahora, ¿dónde se ha metido? Ya se le ha vuelto a escapar a nuestra araña.

Día 4_
Mariana piensa que la clave está en la huella. Con este presentimiento, comienza de nuevo  a seguir sus pasos, mejor dicho, sus huellas, de día y de noche, y empieza a darse cuenta de que ¡están por todas partes! ¡Era para volverse loca! Esto de la investigación está resultando más difícil de lo que parecía. Mariana se empieza a desmoralizar y piensa que así no será capaz de hacer ninguna averiguación. ¿Qué datos pueden aportarle unas huellas idénticas esparcidas por todo el jardín, que se mezclan unas con otras y se pierden detrás de los matorrales?

Día 5_
Mariana decide observar minuciosamente las huellas. Tiene una corazonada. Piensa que observando detalladamente las huellas de su vecino el cuervo, encontrará la clave y resolverá el misterio. Encuentra el Primer Hallazgo: una pequeña diferencia, casi imperceptible se podía apreciar entre dos huellas casi idénticas. Una pequeña marca más pronunciada en una de las huellas marcaba la diferencia, estaba claro, como no se podía haber dado cuenta antes. Enseguida pensó en la posibilidad de un hermano gemelo. (Claro que, me parece a mí que Mariana esta vez se ha dejado llevar por su imaginación y por sus apasionantes lecturas detectivescas). Después de unos minutos de reflexión, piensa de una forma más razonable y se dice a sí misma: es completamente lógico y  normal dejar una marca más profunda en la tierra, porque a veces se pisa con más fuerza. Así que descartada la primera hipótesis.
A pesar de todo,  continúa con las sospechas.

Día 6_
Mariana decide seguir investigando. Esta vez piensa que dejar caer alguna de sus elaboradas trampas disimuladamente puede ser una fantástica idea. Así deja caer  unos cuantos hilos por aquí, otros por allá… Sólo queda esperar que D. Cuervo se enrede en ellos y caiga en la trampa. Pasan los minutos y la tela de araña se va haciendo más y más grande alrededor de la casa de su vecino, casi casi hasta envolverla. Mariana ha empapado la tela con un producto especial para hacer que en contacto con el O2, o sea con el oxígeno, fuera aumentando de volumen. De hecho, estaba resultando bastante descarado el proceso de investigación que Mariana estaba llevando a cabo. En fin, nada, que no hay manera de que el cuervo caiga en la trampa que Mariana ha preparado con tanto empeño. Confirmado, el cuervo es más listo de lo que parece.

Día 7_
Mariana decide desarrollar un nuevo método de espionaje. Ahora realizará el espionaje desde arriba, desde las alturas. El plan es una vez subida a los árboles de alrededor de la casa, se colgaría de un hilo a otro y vigilaría a su vecino con unos prismáticos de largo alcance. Pensó que quizás realizando la inspección desde otra perspectiva obtendría mejores resultados. Craso error. A veces D. Cuervo desaparecía del campo de visión y era imposible seguirle.

¡Ya había pasado una semana, y nada! Mariana no encontraba indicios, pruebas, datos, señales, nada definitivo. Así no conseguiría resolver el caso. Había empleado ya todo tipo de estrategias. Todavía había muchos hilos sueltos, digo… muchos cabos sueltos. Ya no sabía que más hacer.

Consulta con la almohada_
Nada mejor que consultar las dudas con la almohada, ya sabéis irse a planchar la oreja, a dormir vamos, para aclarar dudas y sacar conclusiones.
Mariana empieza a pensar…
Razonamiento nº 1: D. Cuervo siempre ha sido un tipo reservado y discreto. Pero ¿quién eran los demás para meterse en su vida?
Razonamiento nº 2: ¿Y si D. Cuervo no estuviera haciendo nada malo? Pensándolo bien nunca había tenido ningún problema con él. En cualquier caso, pensó, esas no eran formas de entrometerse en la vida de su vecino para saber de él.
Razonamiento nº 3: ¿Y si, como dicen, las apariencias engañan? ¿Y si D. Cuervo no fuera tan malo como lo pintan? ¿Y si me hubiera dejado llevar por comentarios y primeras impresiones? ¿Y si estoy equivocada respecto a mi vecino?
Conclusión: lo mejor será hablar directamente con él si realmente me preocupa su actitud. Nada de fisgonear detrás de las puertas, nada de hacer jugarretas para conseguir información. Esta vez hablaría con él, cara a cara.

El día después_
Mariana decide hablar con D. Cuervo. Está frente a su puerta. Observa el timbre. Piensa por unos instantes si será buen momento para llamar. Mira al reloj. 09 AM. Sí, es buena hora. Escucha ruidos en el interior de la casa. Consigue estirar una de sus patitas para llamar. Aparece D. Cuervo a la puerta. Se queda mirando a su vecina unos segundos que a Mariana parecen una eternidad. D. Cuervo pregunta qué es lo que quiere. Mariana se queda inmóvil a la entrada sin saber qué contestar.

Minutos más tarde_
Mariana está sentada frente a su vecino, tomando una excelente taza de café con un delicioso aroma, acompañado con un crujiente Croissant recién hecho y charlando amistosamente.

¡Qué equivocada estaba Mariana! Hablando con su vecino D. Cuervo, conoció a un tipo de lo más sociable y solidario. Le contó como toda su vida se había dedicado a trabajar por las noches, a pesar de que no le gustaba para nada y que por eso no hacía demasiada vida matutina. Ahora que por fin había dejado de trabajar, tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera. A él le gustaba mucho dedicarse a los demás y ayudar a los más necesitados dentro de sus posibilidades. Además tenía el objetivo de concienciar a la gente del barrio de los distintos problemas de la sociedad.

–Acompáñame –le dijo D. Cuervo– para que veas cómo estamos trabajando. Le enseñó cómo en los últimos días estaba coordinando varios workshops, por lo que necesitaba tiempo, organización y sobre todo mucho movimiento de aquí para allá en la preparación de los talleres y en la organización de los materiales y demás para que todo saliera a la perfección. En el Taller Eco estaba enseñando a reciclar e intentar concienciar a la gente para que fueran más respetuosos con el medio ambiente. Era algo fundamental para la supervivencia de los ecosistemas.  En el Taller MercaSol estaba organizando un mercadillo solidario, recogiendo alimentos para enviar al III Mundo y explicando cómo vivían en otros países. Cualquier otra idea era bienvenida, le explicó.

Así, Mariana empezó a hilar todos los hilos y a entender los movimientos de su vecino. Me parece a mí, que de haberlo sabido antes, nuestra amiga se habría evitado toda esa escenita que había montado. Conoció a un D. Cuervo totalmente desconocido para ella, vio cómo se estaba desenvolviendo con soltura en el barrio y decidió que nunca más juzgaría a una persona sin antes conocerla.
   Se puso manos a la obra y empezó a colaborar en ese mismo instante.

Rosanera
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 13, 2011, 10:36:12 am
(http://3.bp.blogspot.com/_TjrmZAMMuJY/SuBvHX83alI/AAAAAAAAAcE/ZRfe3C_otws/s640/razones+del+aviador.jpg)

El caballero del viento


El acontecimiento había concitado la atención de todo el país y no fueron pocas las televisiones del Cono Sur que solicitaron formalmente suscribir los derechos para retransmitir tan magno evento a sus respectivos televidentes. Veteranos excombatientes de la RAF habían, incluso, cruzado el Atlántico para estar presentes, como expresión de la deuda de gratitud que sentían hacia Walter Lezama, el mítico aviador de Barranquilla que había conseguido el alto honor de ser nombrado sir por el rey Jorge VI como recompensa por los servicios prestados a la corona británica como voluntario de la legión extranjera abatiendo cazas alemanes en los amenazados cielos de la Gran Bretaña.
   El intrépido Walter intentaría una proeza jamás realizada: cruzar con su avioneta en posición vertical el ojo central del puente de piedra que cruzaba el acantilado del río Cauca a su paso por la Cordillera Central.
   El inmenso gentío que atestaba el pequeño valle clamó como una sola voz cuando vio aparecer a sir Walter Lezama camino de su avioneta con su andar seguro y las gafas de aviador bamboleándose en su mano, mientras la banda municipal de música  de Cali, con su uniforme de gala de las grandes ocasiones, acometía las notas del himno nacional de Colombia y una ola de sentimiento patrio zarandeaba por unos instantes a todos los congregados, incluida la pequeña comunidad de aviadores británicos. Sólo Laura Escobar, la joven y hermosa compañera sentimental del legendario héroe de los cielos de Londres, advirtió, entre tanta manifestación de júbilo, que aquél no llevaba puesta la vieja cazadora de piel de carnero que siempre le acompañaba y que suponía para él una suerte de preciado talismán del que nunca se separaba cuando volaba, pero no tuvo tiempo para elucubrar posibles respuestas a este supuesto descuido porque, de repente, el motor de la avioneta rugió con estridencia y el rotar de las hélices levantó del suelo un remolino de envoltorios de golosinas y confetis de colores entremezclados con el polvo rojizo de la llanura, y, antes de que ella pudiera poner orden en sus pensamientos,  un brillante pájaro azafrán estaba inundando de piruetas el cielo que envolvía las altas cumbres del Nevado de Tolima.
   Desde allá arriba el piloto veía los cuadrados de maizales en la orilla oriental del río Cauca, que,  como culebra de agua, zigzagueaba al fondo del cañón, y en la otra orilla podía contemplar a la muchedumbre apiñada sobre la terra rossa del llano, con las manos sobre la frente a modo de viseras improvisadas, absortas las miradas en las hábiles evoluciones de la avioneta.
   Mientras los vendedores ambulantes llegados de Popayán y Palmira voceaban su mercancía desde sus improvisados puestos de feria, el locutor se desgañitaba anunciando las acrobacias de un guión previamente establecido que el piloto parecía no querer seguir, de tal suerte que cuando aquél anunciaba un rizo, éste ejecutaba un doble bucle; si aquél un picado, éste una barrena..., de modo que, harto de tanta pendejada, el desorientado speaker arrojó con rabia el micrófono contra el suelo y se dirigió colérico hasta el puesto de bebidas más próximo, mientras rezongaba: “este hombre se ha vuelto loco”.
   Desde el control intentaban averiguar qué diablos pasaba, a qué venía tanta vaina  gratuita, pero Walter había desconectado la radio y volaba a sus anchas, saltándose a su albedrío el guión acordado para irritación de los organizadores del acto, que no daban crédito a lo que veían, sobre todo cuando el piloto hizo una pasada rasa a un palmo de las cabezas de los espectadores que arrastró tras de sí los toldos de los tenderetes, para algarabía de los mozalbetes y del bobo del lugar.
   Por si la broma no hubiese bastado, y aún no recuperados del susto de la primera acometida, todavía realizó una segunda pasada sobre los desconcertados parroquianos que, esta vez, alertados ya por la extraña conducta del piloto, corrieron despavoridos: unos a buscar refugio en la selva y otros arrojándose a las frías aguas del río.
   Por fin, la díscola nave pareció recobrar la cordura de las aves y se dedicó  a mecerse en el cielo con una cadencia de pájaro leve digna de la más avezada pericia, como correspondía a la conducta intachable de un prócer de la patria, y al cabo el aire de llenó de humo con los colores de la enseña nacional y consiguió arrancar exclamaciones de admiración de los otrora apabullados observadores del llano. A continuación, con humo de color rojo, dibujó un tenue corazón que, al instante, tras un vertiginoso viraje, atravesó como una saeta, dejando a su paso una estela de evanescente humo azulado.
   Como quiera que todo parecía haber vuelto a la normalidad, el afligido locutor tornó a su abollado micrófono y anunció a los circunstantes que el señor Lezama realizaría a continuación la magna gesta de atravesar el ojo central del puente en una pasada vertical, ya que de otra forma era materialmente imposible hacerlo, dada la corta distancia que separaba un pilar de otro.
   El público contuvo el aliento y dejó de murmurar por un instante, el que tardó el aguerrido héroe internacional en situarse en la perpendicular del puente y dejarse caer como una centella hasta el centro del mismo, sólo que, en vez de aproximarse situando el avión de costado, lo hizo en posición horizontal, que es la forma cristiana en que deben volar los aviones.
   “¡Dios mío, se va a estrellar!”, fue el comentario común de todos los congregados, especialmente de los pasajeros del expreso que cubría la línea de Cartagena a Cali, que para entonces habían llegado hasta el puente y observaban el evento asomados a las ventanillas del tren, que como imponente oruga de acero bufaba al ralentí varado sobre las bruñidas vías.
   Mas, cuando todos esperaban lo peor, a pocos metros de los pilares del puente, sir Walter Lezama, con una sonrisa de suficiencia y desdén que el público no podía ver, giró noventa grados sobre su eje y la avioneta azafranada atravesó impecablemente entre los imponentes basamentos, apareciendo airosa y elevándose a su vez de forma majestuosa por el otro extremo del estrecho arco de piedra, arrancando alaridos de fervor de cada garganta, mientras cientos de banderitas tricolores ondeaban desde el tren y una lluvia de confetis se desbordaba oscilante, cual torrente de diminutas mariposas tornasoladas sobre el valle bullidor.
   Se había desatado el frenesí, y todos esperaban eufóricos el aterrizaje del piloto y se daban codazos y empujones para ocupar las primeras filas de la pista, al objeto de poder tocar al idolatrado acróbata del aire. La música sonaba más alta y afinada si cabe, como si los músicos se hubiesen conjurado para sacar de sus dedos y pulmones lo mejor de sí mismos, y la chiquillería gritaba y corría de un lado a otro en un carrusel  de fiesta que parecía haber contagiado a todos los presentes, pero, en vez de aterrizar como se esperaba, el piloto sacó una mano a través de la carlinga y, alzando dos dedos en señal de victoria, indicó que ejecutaría una segunda pasada. El público, que momentos antes había padecido la angustiosa desazón de sentir sus corazones encogidos, se dispuso de nuevo a pasar por el trance de sufrir un ahogo dentro del pecho, mezcla de temor y orgullo, e incapaz de soportar tanta emoción.
   De nuevo la avioneta tomó altura, mas, antes de iniciar una aproximación en picado hacia el centro del puente, describió una serie de piruetas que, cual lápiz mágico y ayudado por el rutilante humo amarillo que iba dejando atrás en sus cabriolas imposibles, dejaron prendidas bajo el ardiente cielo unas enigmáticas y entrelazadas letras: H S L, que no tardaron en disiparse en el aire bochornoso del mediodía.
   Pero no hubo tiempo para conjeturas ni elucubraciones, porque la avioneta ya había iniciado su vertiginoso descenso hacia el centro del puente, sólo que esta vez no realizó el esperado giro de noventa grados como hiciera la vez primera: en esta ocasión, ante los atónitos ojos de todos cuantos la observaban, permaneció equilibrada en posición horizontal hasta que se estrelló con el estrépito de cien saurios degollados y un olor de queroseno y azufre que evocaba los infiernos de los cuentos antiguos, en un abrazó mortal que, según contaron después quienes lo vivieron, había hecho estremecer las vías férreas desde Manizales hasta Tulmá.
   Cuando la conmoción del suceso dejó paso al remanso de la mesura, muchos hablaron de vesania; otros achacaron su muerte a la impericia y a un exceso de sobreestima; las comadres propalaron la falacia de una historia de desamor y de que su compañera hacía ya tiempo que había cerrado su corazón al héroe de los aliados, pero sólo el prestigioso oncólogo Saturnino Escobar y su equipo de especialistas conocía el secreto del mal que aquejaba a Walter Lezama desde meses antes de la infausta catástrofe, y esa noche, cuando acompañó a su hija de regresó al hogar y ésta encontró sobre la cama la vieja cazadora de piel de carnero de su fenecido amor, con una nota encima en la que le decía: “hasta siempre, Laura”, tuvo la certeza de que la controvertida conducta del piloto  había sido larga y amargamente madurada en soledad. Y no pudo evitar la reflexión de cuán paradójica es la vida, que dota a los héroes de valentía inusitada para con los demás y los priva de la fortaleza suficiente para afrontar sus batallas más íntimas.

Miguel Ángel Amado
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 13, 2011, 10:41:04 am
Estuve en el cielo

Vivo en la capital de una ciudad latinoamericana desde hace quince años momento en que mis padres me trajeron a vivir en la capital del país contando solamente diez años de edad; desde pequeño me enseñaron a vivir acorde a la doctrina católica acudiendo a estudiar en una escuela de esa religión continuando después mis estudios hasta que a los veinte y tres años me gradué de abogado en una de las universidades de la capital, mi nombre es Ernesto García, soy un joven saludable, alto, delgado y de pelo negro, me caracterizo por ser una persona amable y caritativa con todas las personas que conozco ganándome por este motivo el aprecio y la amistad de todo el que me trata y me conoce profundamente.
Después de un año de haberme graduado de abogado ya poseo un bufete en el que trabajan varios de mis compañeros de estudios adquiriendo en ese tiempo una amplia reputación en la ciudad y una prospera posición económica; en el trabajo se me presenta la oportunidad de llevar un caso de uno de los hombres más ricos de la ciudad nombrado Raúl Leiva amigo mío que es propietario de varios negocios en la ciudad, en una conversación que mantengo con él me informa:
“Ya lo conocía a usted de la misma iglesia a que yo acostumbro a acudir todas las semanas, lo he visto contribuyendo generosamente en la iglesia y he oído comentarios sobre las obras de caridad que usted patrocina, me gustaría que me ayudara en una obra que pienso realizar pronto.”
¿De que se trata? Le pregunto.
“Existen muchas personas adictas a las drogas en la ciudad que anhelan volver a ser la mismas personas que fueron antes de caer en ese vicio; aspiro recoger a un buen numero de ellos para llevarlas a una clínica que quiero abrir con la condición de que se ciñan al reglamento que pienso implantar allí.”
¿Cuál va a ser ese reglamento?
“El que decidan implantar los médicos que van a trabajar conmigo para poder erradicar ese vicio.”
¿Cuál sería mi contribución en el caso que quisiera ayudar?
“Lo que usted considere que puede contribuir sin que se afecte económicamente.”
 “Bien, voy a entregarle cien mil dólares para poder sentirme participe de esa buena obra.” Le digo sonriendo entregándole un cheque por la cantidad que había ofrecido.
A partir de ese día empiezo a sentir por las noches la presencia de un ser que se me aparecía en mi habitación a menudo que me decía:
“Quiero hablar contigo no tengas miedo no te voy a perjudicar en nada.”
Esto hacía que me levantara aterrorizado para trasladarme a otra habitación donde volvía a quedarme dormido sin que me volvieran a molestar; en otras ocasiones trabajando en la oficina se me aparecía dirigiéndose hacia el lugar en que estaba sentado con la intención de hablar conmigo haciendo que me dirigiera hacia un lugar donde estuvieran presentes otras personas por el miedo que tenía a esas apariciones.
Transcurrido un año de esa conversación ya habíamos devuelto a la sociedad cincuenta personas que con nuestra ayuda habían erradicado el vicio que tenían; con el objetivo de celebrar este acontecimiento con la presencia de esas personas y las máximas autoridades de la ciudad me llama Raúl para decirme:
“Esta noche vamos a ofrecer en la iglesia una misa para dar gracias por todo lo que hemos logrado con la presencia de varios medios de comunicación que van a estar presentes, quiero que como uno de nuestros benefactores estés allí.” ¿Puedes estar en la iglesia a las ocho?
“Seguro Raúl a esa hora estaré presente.” Respondo.
A las siete de la noche ya vestido para acudir a la cita me encamino al garaje de la casa a recoger mi auto  apareciendo la figura que siempre se me aparecía diciéndome:
“Hoy hablaremos.”
Aterrorizado me introduzco en mi auto, sentándome al volante me dirijo a la iglesia aún temblando por le experiencia sufrida; ya conduciendo mi auto por las concurridas calles con el objetivo de acudir a la cita en la ocho calle del sur de la ciudad y la ochenta y siete avenida veo un auto que se dirige hacia el mío a toda velocidad estrellándose contra el que yo manejaba.”
Siento que algo dentro de mi se separa de mi cuerpo sintiendo yo un bienestar desconocido mientras me elevaba hiendo a parar a un lugar amplio e  iluminado donde soy recibido por el mismo ser que veía hacía años, que me informa:
“Bienvenido al lugar que te ganaste por tu forma de comportarte en la tierra, quise hablar contigo en varias oportunidades y no me lo permitiste, solamente aspiraba pedirte que nos ayudaras a conseguir que la tierra fuera un mejor lugar para vivir; solo queríamos que cooperaras en conseguir que otras personas  hicieran la misma labor que tu hacías por el bien de los demás, eso era todo lo que queríamos decirte, disfruta de la vida eterna si quieres quedarte te la has ganado.”
A partir de ese momento quedo libre para moverme hacia donde deseara, todo era bienestar y alegría donde quiera que me dirigía o con quien tratara; no existían los vicios o las bajas pasiones que acostumbran dominar a algunos de los habitantes de nuestro planeta sintiéndome bien y contento en todo lo que hacía no sucediendo lo que a veces me pasaba en la tierra en que el aburrimiento y la soledad embargaban mi ser sin saber que hacer o donde dirigirme, en pocas palabras era feliz y disfrutaba de todo lo que realizaba como nunca había disfrutado mientras vivía en mi ciudad; me parecía imposible que no existiera el cansancio y la falta de sueño deseando estar todo el tiempo disfrutando de lo que me había tocado en suerte.
De pronto todo acaba sintiendo un sueño profundo hasta que pierdo el conocimiento.
Empiezo a oír voces a mi alrededor en que se daban opiniones de mi estado de salud empezando yo a recuperar el conocimiento.
Después de unos días recupero mi salud encaminándome a realizar el trabajo que acostumbraba a hacer todos los días, en un momento de descanso que tuve reflexiono:
¿Estuve en el cielo o fue un espejismo causado por el accidente que sufrí? “Considero que la respuesta es afirmativa, no encuentro otra explicación; de lo que si estoy convencido es de seguir por el mismo camino que me señalaron llevando la vida a la que estoy acostumbrado porque merece la pena actuar de esa forma viviendo en paz con Dios y con tu conciencia hasta que te llegue el momento de tener que rendir cuentas ante los que te juzgarán por tu forma de vivir y actuar.”

Intelectual
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 13, 2011, 10:50:10 am
(http://images.wikia.com/dialgapoke/es/images/f/f0/Autobus.jpg)

Ómnibus


Cuando ya está a diez metros respiras aliviado. Los asientos vacíos te devuelven el alma al cuerpo. Podrás descansar el trayecto que te lleva a la ciudad, caer en la somnolencia de los ómnibus que tanto te entristece. Eres el primero en la cola, el primero en pagar mientras adviertes cierta mirada en el conductor. Estás turbado, mas no es el momento. Detrás de ti, como fieras, se deshacen por alcanzar los sucios pedazos de plástico. Le pides permiso a un señor con cara de vendedor bohemio, para sentarte al lado de la ventanilla. Delante un muchacho bien vestido resiste la perorata de un negro borracho, que, ahora lo adviertes, tiene el cráneo hundido en el mismo centro, donde una asquerosa cicatriz lucha aún por cerrar. Eso te impresiona; sigues los torpes movimientos de la cabeza que semeja una boya golpeada, y quedas atónito al ver cómo aquel hoyo se remueve al compás de sus agitadas respiraciones. Sientes miedo a que se voltee y te sorprenda mirando su mollera como un estudiante de neurología, retiras los ojos y piensas cómo pudo sucederle algo así: un accidente quizás, un golpazo en una riña, un tropezón desde sus propios pies. Pegas el rostro al cristal, cierras los ojos y te duermes ligeramente cuando ya el ómnibus comienza a tomar velocidad. Te despiertas de súbito, quizás estaba recostado a la ventanilla de un ómnibus cualquiera cuando le sucedió eso, piensas. Es una premonición, lo sabes, ya otras veces te ha ocurrido así, el ómnibus va a chocar, habrá varios muertos, mas no te encontrarás entre ellos, sino que quedarás con el cráneo aplastado igual al negro, que ya agarra al muchacho por los hombros y lo sacude como si fuera su mejor amigo. Desde atrás escuchas el rugido de un camión, tu cuerpo se eriza esperando el impacto. No ocurre nada. Pero estás temblando inevitablemente; y es ahora cuando vez venir la rastra inmensa cargada de combustible —como en las películas—, o de boniatos —como en la vida real—, y saltas de tu asiento para detenerte detrás del conductor, quieres gritar, ponerlos a todos sobre aviso, pero temes al ridículo, por eso cuando la rastra se acerca sólo atinas a agarrarte con fuerza y cerrar los ojos. Tampoco ocurre nada. Respiras, aunque no aliviado, sólo lo harás cuando tengas los pies en el asfalto, te dices y ves cómo las luces de la circunvalación se acercan. Por eso ahora desciendes en la primera parada, no vas a quedarte para cuando el conductor pierda el timón y el ómnibus choque contra un poste. No te importa caminar hasta el otro extremo de la ciudad, son apenas tres kilómetros, y al menos estás seguro sobre tus piernas. Ves el ómnibus diluirse, al fin le juegas una trastada al cabrón destino, piensas e imaginas cómo un jeep se adelanta en cualquier esquina, o un tren fantasmal lo impacta en el crucero. Ahora caminas lentamente, sin apuro, cuando la luz de las bombillas se desvanece ante tus ojos. En la oscuridad percibes las rojas luces traseras por última vez. Luego, cómo algo inesperado, sientes el tropel de los pasos, las voces rudas y provocativas, el golpe en la cabeza.

Estragos
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 13, 2011, 10:57:34 am
(http://edukame.com/wp-content/uploads/2010/09/madre-hijo-amor.jpg)

SUSPENSE EN EL SÓTANO O EL DILEMA DE UN PADRE


“ Es medianoche. El novio de mi hija se ha marchado y ella decide dormir en el sótano. De pronto, la puerta lateral cruje… “
LISA tenia dieciséis años y Jonny dieciocho. Habían estado “ saliendo juntos “ durante año y medio. Mi mujer y yo no aprobábamos del todo esas relaciones, pero Jonny nos gustaba y pensábamos que su compañía era conveniente para Lisa en muchos aspectos, lo mismo que la de nuestra hija para él. La ayuda que uno al otro se prestaban para superar los traumas de la adolescencia hizo que estuvieran muy unidos. ¿ Qué pueden hacer los padres en un caso como éste, excepto tratar de mostrarse contentos ?
   Pero se pasan todo el día juntos – me dijo Marion -- ¡ Es como un mini matrimonio !
   Esperemos que no sea exactamente así – respondí pesaroso.
   Bien, pero no pueden resistir eternamente. Y no podemos sentarnos a esperar que ocurra.
   En primer lugar, no sabemos que pase nada o vaya a pasar. De todas maneras, Jonny estará ausente todo el verano, trabajando en un campamento, y puede que eso enfrié las cosas.
Poco tiempo después, Marion se fue a pasar unos días a casa de unos parientes y se llevó a nuestros hijos más pequeños con ella, dejándonos a Lisa y a mí solos. El sábado anterior a la incorporación de Jonny al campamento, él y mi hija se fueron a pasar el día a las montañas y no volvieron hasta medianoche. Jonny entró a despedirse y le encontré un poco nervioso al darme la mano.
Iba a sentarme a ver una película en la televisión y le pedí a Lisa que se quedara conmigo, pero me dijo que estaba exhausta y que pensaba irse directamente a la cama. Cinco minutos después bajaba con su mejor camisón. “ Creo que voy a dormir en el sótano esta noche, papá “, me dijo. “ Arriba hace calor y el aire acondicionado no funciona bien “.
Acepté con un protocolario “ buenas noches “, pero algo me decía que su actitud era un poco rara. Lisa nunca dormía en el sótano, a no ser que alguna amiga se quedara a pasar la noche.
Minutos más tarde, creí oír el crujido de la puerta lateral, que conduce directamente al sótano. Salí por la cocina y comprobé la cerradura. No tenía echada la llave. Yo estaba seguro de haber corrido el pasador.
Volví al televisor rumiando esa especie de conversación mental entre el yo y el otro yo que todos los padres han mantenido alguna vez. La razón y el cariño se enfrentaban con el miedo y la sospecha. El dialogo en mi interior se desarrollaba poco más o menos así:
   Otro yo.: Tú sabes muy bien que oíste cómo se abría la puerta.
   Yo.: No estoy seguro.
   O.Y.: Si Lisa no ha salido, entonces es que alguien ha entrado ¡ Y tú sabes quién ! Él está abajo con ella. En ese “ nido de amor “. ¿ Te acuerdas cuando le pusiste ese nombre ? ¡ Qué gracioso !
   Y.: No creo nada de eso.
   O.Y.: Por supuesto que sí. Ya le has visto cuando ha entrado a darte las buenas noches; no podía mirarte a los ojos porque sabía que iba a volver. Vamos, baja y péscalos in fraganti.
   Y.: ¿ Qué ? ¡ Tú estás loco !
   O.Y.: Bueno, por lo menos vamos a escuchar desde lo alto de la escalera. ( Se dirigen hacia la escalera del sótano ).
   Y.: Ves. ¡ Ni un ruido ! Yo me vuelvo a ver el resto de la película.
   O.Y.: ( después de un rato ): Has estado mirando la pantalla y no te has enterado de una sola palabra. ¡ Yo voy a bajar a ver lo que pasa !
   Y.: Te mato. No quiero que montes una horrible escena y que arruines para siempre mis relaciones con mi hija.
   O.Y.: Por lo menos podrías asomarte a la calle a ver si su coche está aparcado por aquí.
   Y.: ( espiando por la puerta principal ): Ves, no hay ningún coche.
   O.Y.: Seguro que lo ha dejado más lejos. Si te acercaras un poco podrías mirar por el tragaluz del sótano y verlos.
   Y.: ¿ Espiar a mi hija ? Bueno… un vistazo solamente. No, no veo nada. Ahí no hay dos cuerpos.
   O.Y.: ¿ Ah, sí ? ¿ Por qué está entonces la puerta abierta ? Ella la ha dejado así para que él no haga ruido al entrar.
   Y.: ( suspirando ): Volvamos y pensemos con calma.
   O.Y.: ( que me mira desde detrás del televisor ): No puedes dejarla que se salga con la suya.
   Y.: ¿ Por qué no ? Yo me salí con la mía cientos de veces cuando era niño y no pasó nada.
   O.Y.: Entonces apruebas que estén ahí, haciendo el amor, bajo tu propio techo.
   Y.: El hecho de que él esté ahí no significa que estén haciendo el amor. Y si es así, ¿ qué ? Quizá me sentiría más tranquilo si ella tuviera veinte o veintitrés años. Pero Lisa es muy madura para su edad. Tal vez esté ya preparada.
   O.Y.: Tú no eres de los que se amedrantan ante un problema. Harías mejor en bajar y arreglar este asunto.
   Y.: Pero ¿ qué es lo que puedo decirles ? Es su vida, y todo lo que hubiera podido hacer para influir en ella ya está hecho. ( Apago el televisor ).
O.Y.: ¿ Te vas a dar por vencido ?
Y.: Así es. Voy a darte un tranquilizante, y yo me voy a la cama.
TODO eso fue hace años. Un día, recientemente, Lisa vino a vernos a casa.
   Lisa – le dije --. Tengo que preguntarte una cosa. ¿ Te acuerdas cuando tenías dieciséis años, aquella última noche, antes de que Jonny se fuera al campamento ? Os fuisteis a pasar el día a las montañas y, cuando volviste, dijiste que querías dormir en el sótano.
Mi hija se puso a pensar.
   Ah, sí – dijo finalmente --. Me acuerdo.
   Jonny estaba contigo abajo, ¿ verdad ?
   Si. Habíamos pasado un día tan maravilloso que nos resistíamos a que acabara. Por eso le dije que volviera y que pasaríamos la noche entera juntos.
   ¿ Te diste cuenta de que yo me imaginaba que él estaba allí ?
   Por supuesto. Sólo se quedó unos minutos. Decidimos que, si tú no ibas a sentirte cómodo, era mejor que se fuera,
Pensé confesarle que les había estado espiando por el tragaluz del sótano, pero no pude.
   No hubiera pasado nada – me dijo Lisa --. Simplemente hubiéramos dormido uno en brazos del otro. Nunca hicimos el amor. Habíamos decidido que no estábamos preparados para ello.
   Quieres decir que en todo ese tiempo…
   Así es. Eso fue lo que vosotros me enseñasteis ¿ no ? Responsabilidad. Hay que tener confianza en los hijos, papá.
Tarde unos segundos en encajar la respuesta.
   Casi siempre la tuve, querida – le dije --. Menos una vez, creo. 

Pikón
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 18, 2011, 09:52:32 am
El procedimiento



El capitán Retama casi no lo podía creer. Un despacho, frío y húmedo, pero despacho al fin. Una estufa de leña para templar los blancos días invernales. Una  cafetera que humeaba varias veces al día, con achicoria sí, pero caliente, que parecía revivir su cuerpo aterido. Un gran ventanal, que abocaba al pequeño patio de la prisión de San Gervasio, por donde deambulaban espectros humanos enfundados en harapos, tiritando bajo la severa mirada de los carámbanos de hielo que crecían en los tejadillos. Y un teléfono y la seguridad de las tres comidas al día, del economato del cuartel cercano, que le libraba de las penurias del racionamiento y del abuso del estraperlo. Y su autoridad, emanada de las tres estrellas que lucía en la bocamanga,  que se habían constituido en una especie de seña de identidad, respetadas por militares y civiles, eclesiásticos y seglares en la España de 1940, segundo año triunfal.

Al capitán Retama aún le turbaban los recuerdos de la cercana guerra. El frente del Ebro, donde sirvió en un pelotón de infantería, ascendiendo en el escalafón por el simple reemplazo de los caídos de rango superior. Todavía se despertaba de madrugada creyendo haber escuchado el tableteo de una ametralladora, temiendo que el centinela hubiese claudicado y que los rojos se encargaran de él. Aún llevaba infiltrado en el alma el olor de la sangre vertida, de las vísceras desparramadas, de la muerte extendiéndose como un espectro por los áridos campos de España, reclutando a tantos y tantos jóvenes, sólo condenados por la fatalidad, sentenciados por culpas y ambiciones ajenas.

Como le recorría un escalofrío al recordar el inicio de aquella contienda, su intención de alistarse para defender la legalidad frente a los facciosos. Y cómo, de la noche a la mañana, su pueblo fue tomado por las tropas nacionales y él obligado a incorporarse a sus filas. A partir de ahí su cerebro se perdía en un desiderátum de arengas, condicionamiento, violencia y sinsentido, con una respuesta tan solo humana: supervivencia.
Tres largos años de penurias, de noches en blanco, de miedo y frío, de infligir muerte o perecer, de sobrevivir.  Y ahora, tras la paz, renuncia a los ideales, adaptación, alivio…paz al fin. Y noches en las que poder dormir. Y paz. Y un sustento seguro. Y paz.

Un empleo al mando de un pequeño penal en medio de ningún sitio, sólo acompañado por el frío castellano y el miedo, mezclado con el respeto de aquel pueblo llano que lo contemplaba desde la distancia afectiva, con el temor que inspiraba su uniforme, como un tótem de autoridad y respeto.

El sargento Simeón Culebras era su lugarteniente. Zafio, bruto, encallecido por años de arengas e instrucción; su casi analfabetismo le impedía acceder al paraíso de la oficialidad. Pero buen hombre, tocado por la indulgencia que se mama en los campos resecos de la España mesetaria, preñada de esfuerzo y hambre. Y fue él quien se lo presentó, un frío día del inacabable invierno del año 40:
-El preso Ernesto Torres, mi capitán. Era director de un colegio antes de la guerra, buena gente. Rojo, muy rojo, eso sí;  y no se le ocurrió otra cosa que promover una revuelta contra el Generalísimo, y firmar un panfleto infame. Ya ve usted…

El bueno de Torres comenzó a compartir largas tardes invernales con el sargento y el capitán, mitigando el aburrimiento del penal con su conversación, dicharachera, plagada de anécdotas, unas ciertas, otras extraídas de los cientos de libros en que había bebido, hasta los clásicos exprimió en busca de inspiración, poblando el universo de los militares de ingeniosa imaginería, seduciendo sus primarios cerebros con la perspicacia de la sutileza, con el venenillo de la curiosidad. Las tertulias se hicieron adictivas. Algunos cigarrillos y una copa de coñac-que raspaba la garganta como la lija- eran la recompensa del profesor, junto con la avidez de su reducido auditorio y el ratito de calor lejos de su celda. Al poco se incorporó el páter. Don Nicanor Aparicio era severo, preconciliar se diría después.  Un cura castrense, casi más lo segundo, con rango de comandante, que no le importaba invocar cuando no podía imponer su tesis por la fuerza de los argumentos. Y con Torres sucedió lo inevitable: el choque de concepciones, tan diferentes como el cielo y la tierra, tan dispares que casi parecían complementarse, degeneró en sesiones turbulentas, de elevado tono, rayano en las amenazas. Pero acaeció lo lógico, no por ello frecuente; que la discrepancia fraguó en respeto. Y el “páter” y el “profesor rojo” se temían en la misma medida en que se respetaban. Hasta que llegó el día.

-Mañana trasladan a Torres a Madrid. Al Consejo de Guerra.
El capitán Isaías Retama miró con incredulidad al sargento Culebras.  Y sólo acertó a susurrar, casi como un ruego:
-¿Mañana?
El sargento asintió bajando los ojos. Ambos sabían que las sentencias de los consejos de guerra de entonces eran extremadamente duras. Las más duras.
Cuando acabó la tertulia de aquella tarde, con dosis doble de coñac barato, ninguno de los dos tuvo el cuajo de despedirse del profesor.

Torres volvió a los dos días. El Consejo había sido corto, insultantemente breve. A él le dieron la ocasión de exponer su defensa al final, ante tres uniformados somnolientos, cargados de condecoraciones y con ganas de acabar con el trámite. “Un profesor comunista más… que tedio, por el amor de Dios… ¿pero cuántos de éstos hay en España?”

La sentencia tardó en llegar, tanto que casi parecía que las tertulias la habían obviado. Pero vino, y no se separó un ápice de las previsiones del capitán Retama. De sus peores pronósticos. Los peores.

-¿Para cuando es, Culebras?
-Para el amanecer del día 28, mi capitán.
-¡****! Dentro de nueve días. ¿Y quién se lo dice a ese pobre hombre?
-Yo se lo diré. –El páter se postuló como el más adecuado de los presentes, entrenado en una ceremonia tan antigua como afligida: “Te van a dar garrote, hijo mío. Encomienda tu alma al Altísimo y confía en Dios”.

Los nueve días se fueron consumiendo como una acelerada cuenta atrás en la vida de Ernesto Torres. El profesor asumió su destino como una consigna, la de demostrar a sus únicos testigos la superioridad del “racionalismo científico y social” –así lo llamaba él, ante la incomprensión de los soldados- frente a las convenciones piadosas.
Y cada día se despedía un poco de sus amigos. Con resignación, investido de inevitabilidad, hasta con cierta elegancia. Y es que en los momentos críticos cada quien reacciona como le dicta ese cerebro tan influenciado por su propia historia y, ocasionalmente, motivado por argumentos espurios, como la huella que se deja en aquellos con los que un día se convivió.

Parecía que jamás le alcanzaría, pero el día llegó. El amanecer del lunes 28 se mostraba inclemente, frío y lloroso, vengativo con el sinsentido. La noche anterior Torres declamó su testamento a sus amigos, compendiado en una sentencia: “Sólo soy culpable de pensar”. Y esa frase atormentó a sus contertulios la noche entera, alejando de ellos el sueño, ése que ya había abandonado al profesor, quizá para siempre.

La habitación donde se recluía el garrote vil no era más que un cuartucho angosto y húmedo, con la pared ofendida de desconchones mohosos y el suelo resbaladizo, de color indefinible. Allí reinaba el aparato infame, como un rey déspota y temido, vengativo e injusto, en espera de una nueva víctima a quien devorar. Una bombilla anémica colgaba del techo, vergonzosa por colaborar en aquella ceremonia, no por repetida menos dramática. Sobre todo su conclusión, ese crack que produce el tornillo al romper las vértebras del ajusticiado y que, una vez oído, no se olvida jamás.

Culebras oficiaba de operario del garrote, el capitán Retama era la autoridad ordenante, el páter presenciaba la ejecución salmodiando por lo bajo y el médico de la prisión, el comandante Belinchón, firmaba el parte de defunción del condenado, que junto con la rúbrica del capitán Retama oficializaban el cumplimiento de la sentencia.
En un cuartito anexo, que comunicaba con la cocina de la cárcel, descansaba un ataúd de madera basta, que el carpintero del pueblo había traído en un carro el día anterior y que esperaba con paciencia a su definitivo huésped.

Pero ese día volvió a suceder. Las seis y media de la mañana es una hora poco tempestiva para alguien que trasnocha en compañía de los efluvios espirituosos. Y se volvió a dormir, una vez más. Los tres militares aguardaron los quince minutos que marca la cortesía no escrita, sabiendo que el comandante Belinchón no aparecería y casi percibiendo en la lejanía sus inefables ronquidos etílicos, solo interrumpidos por breves paradas respiratorias que delataban, como un chivato, sus excesos nocturnos.
Y mientras aguardaban y mascullaban las quejas, fue surgiendo la idea. Quizá en un cerebro o quizá en los tres al tiempo, como una sinfonía de humanidad, de inusual rebeldía, discordante con sus biografías. Retama se puso al mando, como no podía ser de otra manera. Con rapidez envió al sargento a la cocina, a expoliar la despensa de despojos animales con los que rellenar el féretro hasta completar los cuarenta kilos escasos del profesor rojo. Culebras claveteó con saña la tapa y el páter le cedió al reo la guerrera que portaba encima de la sotana. Unos pantalones caqui aparecieron como por arte de magia y Torres simuló un soldado más, que salió de la penitenciaría acompañado por el padre Aparicio y con la cabeza cubierta por una gorra al menos dos tallas grandes.
El féretro fue portado por dos soldados y custodiado por el sargento Culebras hasta el cementerio civil del pueblo, donde se inhumó sin ceremonias ni distintivos.
A las diez y media, cuando apreció el comandante médico Eusebio Belinchón, el capitán Retama le estaba esperando con la indignación pintada en su rostro. El parte de ejecución estaba firmado, a falta de la rúbrica del médico. Que  no rechistó antes de garabatear su nombre y dar media vuelta pudoroso, aunque sin ápice de vergüenza.

El capitán Retama, el sargento Culebras y el padre Aparicio vivieron tres días en un estado casi insoportable de angustia. Pero el tiempo pasaba y la sensación de haber hecho justicia se sobreponía a la delictiva. Y la imagen  del bueno de Ernesto, libre y vivo, se fue imponiendo en los conscientes de los militares, cada vez más persuadidos de haber obrado con rectitud.
-No será  legal, pero es justo. Y nosotros no servimos a la ley, sino a la justicia.
A Isaías Retama le parecía mentira escuchar en su propia voz esas palabras, insólitas semanas antes. Y lo más sorprendente es que el páter Aparicio asentía serio y el sargento falto se adhería con cierto entusiasmo al argumento salvador, a su coartada moral.

“¿Qué nos ha hecho Torres?” A veces el sueño le sorprendía contrapesando la honradez y la limpieza del profesor rojo frente al condicionamiento oficial, las cotidianas arengas, la uniformidad imperante.

Y no tardó en suceder. Esta vez fue un joven poeta de Orihuela, tísico e incisivo, descreído y melancólico. El garrote parecía que aliviaría sus penas, que le redimiría de una existencia indigente. Pero eso sólo lo parece hasta que se acerca el verdugo; en los momentos postreros el código que todos llevamos impreso en nuestros genes nos aferra a la vida, por desdichada que pueda parecer. Y el poeta lloró con lágrimas amargas, con la pesadumbre de la injusticia, la congoja del miedo y el desespero de la inevitabilidad.
Fue el páter esta vez. Quien indultó al poeta y rellenó el ataúd que llevaba su nombre con los despojos secuestrados de  la despensa. Y Culebras el encargado de hacer incurrir al matasanos en su querencia etílica, intento que no resultó arduo, y que le proporcionó al médico varias horas extras de sueño, a costa de una botella de güisqui  que el capitán reservaba para un acontecimiento.

Y tras el poeta llegó un escribano miope de ideas avanzadas, como él mismo las calificaba. Y luego un estudiante de derecho que había quemado un cuartel de la Guardia Civil. Y un antiguo comisario de una checa de Madrid. Y un requeté tímido y retraído, de ojos hundidos.
En todos los casos el Consejo de Guerra vomitó idéntica conclusión. Y en todos ellos el procedimiento de los militares de la penitenciaría fue idéntico. Féretro lleno de carne, entierro rápido sin señas, doctor –convidado previamente por el sargento Culebras- durmiendo la curda y bronca posterior del capitán,  con firma inmediata del parte de defunción.

Y así una y otra vez.  Hasta que los tres actores fueron asumiendo su papel de última instancia, como si de un tribunal de amparo se tratara. Hay que decir que no todos los presos fueron indultados, de hecho hubo algunos que no se libraron del incisivo tornillo. Pero cuando existía una duda razonable, el tribunal de sus conciencias se mostraba magnánimo con el reo, permutando la pena capital por el destierro definitivo.

Entre 1940 y 1948 los tres militares del penal de San Gervasio indultaron a treinta y cuatro condenados, cuyas tumbas  aún se pueden contemplar en el cementerio civil que se abre a pocos cientos de metros de la prisión.
Pero fue en la navidad de 1948. Un sindicalista de la CNT conmovió al páter, más allá de su desafinidad, y el indulto llegó por la vía de la carne de cerdo y el coñac de garrafa. Pero el anarquista decidió que su lucha proseguía en suelo patrio, y no tardó en caer en manos de la Guardia Civil.

Destapar el contubernio fue casi un juego de niños para la jauría de sabuesos que asolaron San Gervasio durante varias semanas. Las confesiones no tardaron en aflorar, con la exculpación de un perplejo comandante Belinchón, que nada entendía.

El capitán Isaías Retama, el sargento Simeón Culebras y el capellán comandante Nicanor Aparicio fueron pasados a garrote vil un amanecer del mes de abril de 1949, cuando la primavera comenzaba a colorear los  cerezos del cementerio de un precioso color rosa.

Dr. Paulov
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 18, 2011, 09:57:43 am
Persona perdida dentro de ti
 


   Te despiertas en lo que parece ser un bosque. Hace frío. Lo primero que ves son las copas de los árboles que hay sobre ti, nada recargadas, por lo que la luz del cielo se te hace insoportable y giras el cuello hacia la izquierda. Tu mirada da entonces con un austero caserío de paredes blancas y escasas ventanas. Sabes el nombre de todas las cosas, pero no recuerdas el tuyo. Te percatas de que no tienes información sobre ti guardada en la memoria, salvo que eres un ser humano y que te encuentras sobre la faz de La Tierra, más concretamente en algún bosque.
   Te incorporas a duras penas. El suelo está lleno de hojas secas, sobre las que colocas las palmas de las manos para tomar impulso y poder levantarte. Tienes el cuerpo agarrotado. Te cuesta moverte y te duele especialmente la cabeza. Tu mano derecha se dirige al centro del dolor y sientes un coágulo viscoso. Colocas la mano frente a tus ojos y compruebas que se trata de sangre. Probablemente, piensas, he resbalado y me he dado un golpe. Miras hacia el suelo, a tu alrededor, y detectas, en una roca, una mancha de sangre que confirma tus sospechas. Pero no te preocupa demasiado. El problema reside en que no sabes qué hacer, adónde ir, y resuelves encaminarte hacia el austero caserío al no contemplar otra opción más viable.
   Durante los cien metros que te separan de la casa, tratas, de nuevo, de recordar algo, pero resulta del todo inútil, por lo que decretas no volver a intentarlo. Tarde o temprano, lo recordaré, supones. Miras hacia atrás y ese ángulo te permite reparar en que estás en una cordillera ondulada, plagada de vegetación y sin más señales de vida humana que algunas, muy pocas, casas y cabañas dispersas, todas ubicadas muy lejos.
   Ya estás en la puerta del caserío. En principio, no parece estar habitado: el exterior está muy descuidado y no escuchas ninguna voz, ningún ruido. No obstante, decides probar suerte y golpeas la puerta con los nudillos, a pesar de sentir, segundos previos, un escalofrío que recorre tu cuerpo y te hace desconfiar. Nadie responde. Das media vuelta y te fijas entonces en la ropa que llevas puesta: unos vaqueros corrientes, unas botas robustas de color marrón oscuro, un jersey blanco de lana y una cazadora negra. Seguramente, piensas, estaba practicando senderismo. Pero, ¿sin mochila ni compañía? Algo no me cuadra. Te buscas en los bolsillos (¿cómo no se me ha ocurrido antes?, piensas) en busca de alguna identificación y, de paso, de algo de comida. Nada de esto encuentras. Sin embargo, en uno de los bolsillos interiores de la cazadora, tocas un objeto que te resulta extraño. Lo extraes: es una pistola. Su imagen te espanta y, apresuradamente, la guardas en el mismo bolsillo. Al instante, supones que la tendrás por si te topas con algún animal salvaje durante la práctica del senderismo.
   Entonces, alguien abre la puerta de la casa. Te vuelves y tu mirada da con un hombre mayor, de unos sesenta años, muy alto y delgado, y con el pelo rubio, canoso en los laterales. Sostiene una escopeta, apuntándote.
   - ¿Puedo ayudarte en algo? -te pregunta, con recelo.
   - Sí, por favor. Mire, me he dado un golpe en la cabeza y me he desmayado. Y, cuando me he despertado, no recordaba nada.
   - ¿Tienes amnesia? -te interrumpe.
   - Sí, eso parece. Fíjese, tengo sangre -le dices, mostrándole la cabeza-. ¿Podría dejarme pasar?
   - No, no me puedo fiar de ti, lo siento.
   - ¿Podría, al menos, llamar a una ambulancia?
   - No tenemos teléfono.
   Así que no vive solo, piensas. Tal vez sean más amables los otros inquilinos. Pero no sabes cómo preguntarle si podrías hablar con ellos sin resultar impertinente.
   - Mire -le dices-, no soy una mala persona.
   - ¿Cómo lo sabes? -te contesta.
   - No sé, supongo que ese tipo de cosas se saben, se sienten.
   - No puedo dejarte entrar, ya te lo he dicho. A dos kilómetros por ahí -te indica, señalando una dirección por un camino ancho, aunque casi imperceptible-, tienes otra casa. Aunque tampoco ellos tienen teléfono. Por aquí, nadie tiene.
   - ¿Ni móvil?
   - Difícilmente se encuentra cobertura. No sé si ellos tendrán móvil. Yo tengo, pero ni me molesto en encenderlo. Seguramente, ellos tampoco. Cuando queremos llamar a alguien, vamos al pueblo, que está a quince kilómetros en esa misma dirección. Ahora, adiós.
   - Perdone, ¿dónde estamos?
   - En la sierra de Madrid.
   Ha cerrado la puerta. Miras hacia la vereda que te ha indicado. Escrutándola a conciencia, se pueden adivinar surcos de ruedas de coche. Ese hombre podría haberte llevado al pueblo. Aunque no has visto ningún automóvil aparcado. Tal vez con la siguiente casa tengas más fortuna. Al menos, no parece que tu situación física sea grave: ha dejado de sangrarte la herida y el dolor no es muy intenso. La siguiente casa sólo está a dos kilómetros. Pero, ¿y si no hay nadie o tampoco acceden allí a socorrerte? Quince kilómetros ya es una distancia considerable. Además, te mueres de sed. Pero no tienes alternativa. Emprendes la marcha por la vereda.
   Se aproxima un coche. Quizá haya suerte y sus ocupantes te lleven hasta el pueblo, donde te podrá examinar un médico, e incluso tal vez alguien te conozca y comiences a llenar el agujero de tu memoria. Te echas a un lado y, cuando el coche llega a tu altura, se detiene. Tan sólo lo ocupa una mujer de alrededor de cincuenta años, de aspecto urbano, con ojos azules y una brillante, tierna mirada.
   - ¿Te has perdido?
   - Pues sí, verá...
   - Sube.
   Eso haces y le cuentas lo que ya le habías explicado al señor del austero caserío, que si tienes amnesia, que si te has golpeado, que si necesitas ayuda... Ella acelera y te va diciendo que no tiene teléfono, pero que, primero, te llevará a su casa para desinfectarte la herida y darte algo de comer y beber y, después, te acercará al pueblo. Aceptas y le das las gracias. Te pregunta:
   - ¿Por qué no llevas una mochila o algo?
   - No sé. Supongo que llevaba una y que la perdí... Es que no recuerdo nada. Nada de nada.
   Como habías sospechado, detiene el coche en el caserío donde has estado hace unos minutos.
   - ¿Ésta es su casa?
   - Sí, ésta es, efectivamente.
   - Entonces, tengo que decirle algo: antes le he pedido ayuda al señor que vive aquí y...
   - Ah, no te preocupes -te interrumpe-, no le hagas caso. Es un cascarrabias. Es mi marido. Pero tú no te preocupes, en serio, que vienes conmigo. ¿Cómo te llamas? ¡Ay, qué idiota! No lo recuerdas, perdona. Yo soy Clarisa.
   Así pues, bajas del coche y sigues a Clarisa hasta la puerta de entrada de la casa. Te fijas en algo que antes había pasado desapercibido para ti: hay un gato, tal vez montés, bajo una de las pocas ventanas de la fachada principal, muerto. No le dices nada a Clarisa. Ella abre la puerta empleando una enorme llave antigua y entráis.
   No hay recibidor; la puerta da directamente a un salón, grande y rústico, con paredes de piedra, una lámpara exuberante y una chimenea encendida que te hace entrar, poco a poco, en calor. Hay pocas sillas, pero el sofá es muy largo, concebido para más de cinco personas. Junto a éste, una lujosa mesita de cristal de casi la misma longitud. Clarisa te invita a sentarte en el sofá, pero prefieres hacerlo en una silla y, además, sin quitarte la cazadora: no quieres importunar durante mucho tiempo.
   - Voy a traerte agua y un poco de sopa del mediodía -te dice.
   Tú le esperas, deseando que no aparezca el hombre. Escuchas, a duras penas, una conversación desde, probablemente, la cocina. Clarisa le está pidiendo a su marido que sea bueno contigo, que, pobre de ti, necesitas ayuda. Supones que el marido ha cogido la escopeta, porque escuchas la voz de ella rogándole que la deje allí.
   Aparecen ambos en el salón. Clarisa pone, sobre la mesita de cristal, a tu altura, un vaso con agua, un plato con sopa y una cuchara.
   - Él es Tomás.
   - Un placer -le dices.
   - Sí, hola -masculla él como respuesta.
   Se sienta en el sofá frente a ti y Clarisa, tras quitarse el abrigo, operación que aún no había llevado a cabo, se sienta junto a él. Tomás te observa con desconfianza y tú procuras no cruzar con él la mirada, con el fin de evitar la incomodidad que origina en ti. Te bebes todo el vaso de agua y comienzas a tomar la sopa. Está deliciosa.
   - Así que -comienza Clarisa-, no puedes contarnos nada... Es una pena. Aquí casi nunca tenemos visita y estaría bien que pudiéramos charlar sobre algo.
   - A mí también me gustaría -dices tú, mientras sigues tomando la sopa-. Pero ustedes sí que pueden contarme lo que quieran. Yo les escucharé con mucho gusto. Por ejemplo: ¿hace cuánto tiempo viven aquí?
   - Tutéanos, por favor -señala ella, y tú asientes-; y no, no vivimos aquí. Vivimos en la capital. Pero nos gusta venirnos aquí siempre que podemos.
   - Y, ¿a qué os dedicáis?
   Clarisa mira de reojo a su marido, que está ejecutando una mueca que pareciera informar de su desaprobación ante cualquier respuesta demasiado específica de su mujer, y ésta te contesta:
   - Bueno, a esto y a aquello. Vamos, yo a nada. Sólo trabaja él. Tenemos -continúa, desviando poco sutilmente la conversación- dos hijos y una hija. Uno de ellos está emancipado ya, tiene su trabajo, su casa, su novia. Se van a casar pronto.
   - Enhorabuena.
   - Gracias. Y los otros dos -prosigue-, están en la universidad. La verdad es que son muy buenos hijos los tres. Yo aún soy muy joven, pero ya estoy deseando tener algún nieto; sobre todo, porque Tomás ya mismo será un venerable anciano y va siendo hora de que alguien le llame abuelo.
   Clarisa ríe afablemente y mira a su marido, a quien parece no haberle gustado el comentario. Se produce un silencio durante el que piensas en lo agradable y cordial que es aquella mujer.
   Te has terminado la sopa y estás bebiendo, de un solo trago, el vaso de agua. Tomás, que está muy pendiente de ti, se percata.
   - ¿Has acabado? -te pregunta, y tú asientes-. Entonces ya es hora de que te llevemos al pueblo.
   Asientes de nuevo. Clarisa mira, en primer lugar, a su marido y, luego, a ti.
   - No hay prisa, ¿no? -dice- ¿Quieres algo más?
   - No, muchas gracias.
   De nuevo, se produce un silencio, esta vez muy incómodo. Para romperlo, preguntas:
   - Y, ¿qué tal se está aquí, en plena naturaleza? La verdad es que yo no sé dónde vivo, pero tengo la sensación, no sé por qué, de que soy de la capital también.
   - Aquí se está de maravilla. Ojalá pudiéramos vivir aquí siempre. Aire puro, tranquilidad... Si mi marido no estuviera tan liado en la ciudad... Pero estamos pensando en venirnos a vivir aquí indefinidamente cuando se jubile. Arreglaremos la casa, haremos un huerto, lo cuidaremos... ¿Verdad, Tomás?
   Él ni se inmuta. La mayor parte del tiempo tiene los ojos clavados en ti y apenas mira a su mujer. A pesar de todo, te cae bien, relativamente. Entiendes que desconfíe de alguien que aparece en un lugar tan alejado de la civilización sin mochila ni memoria y que llama a su puerta pidiendo auxilio, porque, aunque no recuerdas nada, conservas intacto el sentido de la lógica. Sin embargo, tampoco tildarías de extravagante el comportamiento de Clarisa. Ambas aptitudes se te antojan razonables ante tal coyuntura.
   - Ahora, cuando te llevemos al pueblo -continúa ella-, vamos al médico, y después...
   Dejas de oírle. Sigues escuchando su voz, pero dejas de oírle, porque has visto a un hombre fuera de la casa, junto a la única ventana del salón, mirándote con expresión de asombro. Te extraña tu reacción: no te has asustado. ¡Conoces a ese hombre! Al instante le has reconocido. Te hace señas. Con los brazos extendidos y las palmas abiertas hacia arriba te está mostrando su estupor, te está pidiendo explicaciones. Coloca los dedos de una mano de tal manera que dibuja una pistola, y la agita, simulando varios disparos. En ese mismo instante, lo recuerdas todo sobre ti: quién eres, cuántos años tienes exactamente, cómo son tus rasgos faciales y la razón por la que vas a vaciar el cargador de tu pistola en el pecho de Clarisa Martín y en el rostro Tomás Arteaga.

Senecio Klee
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 18, 2011, 10:04:27 am
Un paso cada día por JTJ’s
       


Cada día es una monedita para la salvación de las almas, todos los días tenemos que luchar, desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos, a veces se piensa que hemos vencido, pero no, hasta el último instante, no podemos decirlo.

Estoy sentado, sin muchas ganas de hacer nada, solo mirando hacia la nada.

Me levanto y camino unos pasos, abro la puerta y me dirijo a un lugar sin dirección, mi corazón; estoy feliz, respiro profundamente y aprovecho el instante, mi corazón palmita rápidamente como el trote de un caballo, lo mejor es que este lo hace solo, sin la ayuda de nadie, solo de Dios, pero mi alma que no se mueve, invade mi cuerpo hasta los mas confines rincones y me llena de más alegría, porque es ahí donde vive Dios, esta no muere con mi cuerpo, en cambio mi corazón sí.

Hay que dar un paso cada día, para que el corazón aguante y el alma viva para siempre...

Salgo de mi habitación y doy varios pasos, lentos pero seguros, respiro nuevamente, pero esta vez, no siento paz sino angustia, estoy solo, se siente la quietud y la soledad, pero  tengo que ser alegre y optimista a pesar de las circunstancias.

Bajo las escaleras y doy un paso pos cada una de ellas, son doce en total, hasta que me topo con el gato de la casa, es blanco con manchas negras, lo tomo entre mis manos y lo acaricio de arriba hacia abajo y viceversa, este se acomoda en mis pies y lo dejo un buen rato, hasta que siento pasos, el gato sale disparado hacia el comedor y los pasos que antes oía lejanos, ahora se aceran cada vez más, son pasos de mujer, los percibo delicados y suaves, hasta que veo el rostro de mi mujer, me da un beso en la mejilla derecha y me dice que el desayuno esta listo, pensé que estaba en el mercado, pero no; mire el reloj de pared y confirmo que eran las nueve de la mañana, entonces corroboro que me levante tarde.
Me siento en mi silla de todos los días y desayuno rápidamente, le doy gracias a Dios y a mi esposa por los alimentos preparados y me en camino a buscar el perro para pasearlo, le puse la correa y abrí la puerta, le dije a mi mujer que ya vendría y esta me dijo, que no me tardara.
Me gusta pasear, estoy viejo y uno de los pocos gustos que tengo es salir a pasear, un paso y otro paso, el perro a veces me jala y apresura mi caminar, pero cuando paro, este también lo hace.
Hay otros contemporáneos de mi misma edad que son amigos míos, pero a esta edad la soledad siempre esta presente.

Todos los días hago lo mismo, un paso cada día...


Janeidith
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 18, 2011, 10:07:31 am
Las profesiones


En épocas de crisis, o sea casi siempre para la gente humilde, o en las otras, que a veces existen aunque no se note, es curioso observar como hay personas capaces de ser felices trabajando, aunque todos sabemos que el trabajo es una maldición divina, llámese el dios Dios o Jehová o Alá o Visnú.   Por ejemplo hay empleados que dicen ser felices trabajando doce horas en una oficina siniestra, como las que aparecían en “La Codorniz” q.e.p.d., sin ventanas y con luz eléctrica toda la jornada y aguantando a un compañero, o lo que sea, que fuma, otro que habla continuamente de fútbol y un tercero que en su día fue fan de Aznar, que ya hay que tener ganas de ser fan de algo,  y algún tercero defensor acérrimo de la llamada feista nacional que recuerda los pases de Manolete, de Arruza, Antoñete o el malherido José Tomás, vecino mío por cierto. También hay terroristas que trabajan de terroristas y son considerados héroes por sus vecinos y por las chicas más guapas del barrio, que suelen ser muchas aunque llevan el pelo a lo garçón. Había una vez un apoderado de banca que proclamaba a los cuatro vientos estar enamorado de su mujer y de “su” banco; la esposa según referencias estaba como un tren,  o sea para mojar pan, el banco era como todos o sea de los que dicen que no cobran comisiones y sí las cobran. El filósofo zamorano Agustín García Calvo, bestia negra para los falangistas de un tiempo fenecido, dice que el trabajo para que sea trabajo ha de ser algo duro, que cueste un razonable esfuerzo, incluso que esté mal pagado. En lo último no hay problema; casi todos los trabajos del mundo,  menos los de los señores Botín, nieto del descubridor de la Cueva de Altamira y Francisco González descubridor del BBVA, están bastante están mal pagados. Entre los que también están mejor pagados se encuentran por lo visto los de un tal Bono,  los de los políticos, reyes aunque estén en el exilio como Constantino de Grecia y Simeón de Bulgaria que incluso fue presidente democrático de su país, que ya es rizar el rizo a la cosa de la política. También dicen que están bien pagados los detectives y los espías de España en Mogadiscio, aunque eso es un trabajo arriesgado y bastante inútil por cierto Pero a lo que vamos. Y lo que vamos es que según apostilla el antiguo docente represaliado por protestón y siempre defensor de la causa republicana, el trabajo ha de ser una maldición divina, pues de lo contrario no tiene gracia. Así, por ejemplo, hay estafadores que dicen que se divierten trabajando y a veces es incluso creíble, es que las estafas dan mucha risa o a traje regalado no le mires el forro que diría Camps, o sea que ganan el pan con el sudor de la frente de los demás no con su propia frente. Trabajar debe molestar, valga la redundancia. Y es cierto que no tiene gracia que un señor gane mucho dinero divirtiéndose y otro gane poco sufriendo demasiado, o con un pico y una pala de sol a sol. Es decir que un trabajo en el que alguien pueda ser feliz es raro, raro, como decía aquel señor de bigotito ridículo. Pero siempre hay gente rara hasta en el trabajo, como decía el torero- que esa es otra- “El Gallo” cuando le presentaron a Ortega y Gasset y preguntó quien era aquel señor tan educado y al explicarle en que consistía ser filósofo puso cara de circunstancias y dijo en ese español tan académico de los matarifes: “Hay gente pa´tó”. Por ejemplo sin ir más cerca el ser torero es una profesión en la que la gente parece ser feliz, al menos eso es lo que denotan sus trajes de colorines, unos gorros que nadie sabe de donde han salido, aunque la última moda es hacer el paseíllo con barretina como Dalí, y una coletita lacia, generalmente sucia  y bastante fea. Porque anda que hay tener ganas y amor a la profesión para ir por ahí matando animalitos de color oscuro que no se han metido con nadie sólo para ser ricos, quienes los matan no los animalitos llamados “Victorinos” loa cuales van a morir impunemente para beneficio de toreros, ganaderos, ayuntamiento y Esperanza Aguirre. Luego, lógicamente,  las señoronas de mantillas tiran claveles reventones o prendas íntimas a los heroicos matadores (de toros), pero eso corresponde al capítulo de los absurdos. Claro que es mucho peor la profesión de toro que, aunque se críen en las dehesas y tengan una vida regalada como dicen los también heroicos defensores de la matanza, van a las plazas engañados, tal vez creyendo que van a jugar con trapos rojos y a poder sacar las tripas a los caballos y luego resulta que cuando más entretenidos se encuentran mirando a los tendidos y a los claveles reventones de las señoras, llega el torero propiamente dicho,  generalmente pobre y escaso de bachiller, le clava una espada de acero en medio de los dos cuernos, y la gente de los tendidos, de sol o de sombra, aplaude y dice que eso es arte de aquí a Lima, excluyendo a Canarias donde afortunadamente ya no creen que eso sea un arte. No olvidemos lo famoso que se hizo Agustín Lara escribiendo aquello de “Granada tierra ensangrentada en tarde de toros...” para oprobio de Granada, de la tierra y de los mismos toros, objeto de un negocio vil donde los haya.  Hay trabajos como el de verdugo que no me digan a mí que es para dar mucha felicidad; sin embargo los verdaderos verdugos, esos que tienen seguridad social y plan de pensiones y van a misa los domingos y fiestas de guardar, con su esposa e hijos naturalmente como hacía Franco después de firmar las sentencia de muerto de aquellos que podrían corromper a las nuevas generaciones, dicen muy ufanos que los de su profesión existen para mantener el orden social, y al parecer se sienten muy satisfechos con su trabajo, sobre todo en unos Estados llamados Unidos, lo cual parece un verdadero sarcasmo pues en algunos de esos estados hay actores colocados de gobernadores como ya lo fue en su día Ronald Reagan, emigrantes llegados en camiseta pero que luego quieren imponer su autoridad como hacían los césares en el circo romano. Esos verdugos hacen incluso horas extras bien remuneradas, porque a veces tienen que averdugar a varios súbditos que han sido muy malos y no tienen tiempo de hacer nada más que eso. No tiempo tienen para leer el Marca que allí se llamaría Mark o algo parecido. Hombre, a decir verdad, la profesión de verdugo no parece difícil y las oposiciones deben ser bastante facilitas, aunque se deban aprender las nuevas técnicas como ya hacen los terroristas admirados por sus vecinas de más arriba (de este escrito). Incluso parece que esas oposiciones son incluso más fáciles que las de diputado o carterista, sin que queramos comparar a los diputados y los carteristas, aunque aún no sabemos donde está el dinero que se han llevado muchos diputados a lo largo de la historia .Durante muchos años en España, sin ir más lejos, hubo miles de verdugos aficionados, es decir que no cobraban sueldo por su verduguez, que a veces hacían el  trabajo gratis y se llevaron por delante a muchos compatriotas, a unos por ser rojos, a otros por cuestiones de lindes o por un quítame allá esta novia, todos motivos muy encomiables para actuar de manera tan drástica. Luego un juez quiso poner todo eso en claro y vino un político europeo con barbita llamado Mayor Oreja, que fue ministro de algo y se gastaba una pasta del Estado en polis en su chalet de Villanueva de la Cañada. Hubo un general bajito, o sea el mismo Franco de más arriba, que ejercía de verdugo a distancia, quiere decirse firmando las penas de muerte mientras desayunaba en un palacete que al parecer era pardo, aunque luego la sociedad haya sido tan aviesa que no ha concedido una pensión de orfandad a su hija única que tiene más de setenta (años). Como es lógico las faenas de ese militar bajito, como las de los toreros, fueron muy aplaudidas durante cuarenta años, incluso tenía peliculeros que hacían películas para poder ver al verdugo desayunando o estirando la mano o inaugurando pantanos, que era otra de sus profesiones, algunas eran películas cortas y se llamaban NODOS, otras eran más odiosas todavía, largas y soporíferas pero llenas de patriotismo que es como son las películas que hablan de dictadores, verdugos, insurgentes y similares.

        Un buen trabajo, un trabajo feliz, es el de nadador porque dedicarse todo el día a nadar y luego, además, ganar premios, subirse en banquetas de tres cuerpos, tener novias hermosas y viajar gratis en Iberia hemos de convenir que es un excelente trabajo. Y además te pagan por eso y puedes escribir libros de memorias, como los tenistas despeinados. Otro buen laburo es el de futbolista, que con la cantidad de niños y otras personas que andan dando patadas a una pelota por todo el mundo el que un tío alto, generalmente sucio y sudón, dé las mismas patadas en un estadio y meta goles en una cosa que se llama portería, tiene que ser el colmo de la felicidad porque, encima, un señor que suele llamarse Florentino se lleva aparte a los más goleadores y les da millones de euros, a veces incluso en dinero negro o al menos azul marino y les proporciona una cena con Paris Hilton que vista de cerca no vale nada y dicen que es algo borrachita, como las hijas de Bush el que declaró una guerra ilegal hace años aunque luego se da golpes de pecho en una iglesia de Texas al lado de una bibliotecaria jubilada. Pero es que los futbolistas, además, con esas tontadas hacen felices a muchas personas humanas, tales como  hombres, mujeres y militares sin graduación, como se decía antes, que después de ser felices trabajando de trabajadores, de terroristas, de toreros, de políticos, de filósofos y hasta de bancarios van a pasar su tarde tan ricamente a los estadios, unos por ser socios de esa otra fiesta nacional también considerada como un arte o pagando a crédito las entradas,  a ver como son las patadas de los futbolistas felices o a insultar a unos señores de negro que esos, seguro, no son ni siquiera felices aunque tienen una profesión que posiblemente hasta les guste: los hay de dos tipos, uno de los de negro, el principal de la jugada, está corriendo por el campo como un loco con un pito en la mano como Manolo Morán en aquella película titulada precisamente “Manolo guardia urbano”, otros más delgaditos vestidos con una especie de frac  con pantalón corto andan corriente alrededor del campo con una banderita, bueno, de risa.  Una de esas personas, que se llaman aficionados o forofos y que suelen llevar una bufanda de su equipo aunque sea el mes de julio, una vez que ganó ese equipo, que no es suyo ni nada, una especie de campeonato que se llama Champions League, que es ya es llamarse, dijo que había sido el día más feliz de su vida.

         Bueno, pues así es la vida. O sea feliz para algunos, aunque hayan de ganarse el pan con el sudor de su frente.

Mítico
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 18, 2011, 10:11:55 am
Persiguiendo anticiclones
   


Hola a todos, permitan que me presente. Mi nombre es Tomás Til. Soy de una región española llamada Andalucía, conocida mundialmente por la belleza de sus mujeres y por la locura de sus hombres. ¡Qué podemos hacer si ellas nos quitan el sentido! Perdonen si no les doy más detalles respecto a mi procedencia, ya que no tiene mayor importancia para el desarrollo de la historia que quiero contarles.
   Todo comenzó cierto día, cuando una nube de ideas atravesaba mi cerebro. No es que sea yo un filósofo ni nada por el estilo. Sin embargo, de vez en cuando, me da por pensar. La mayoría de estas ideas se perdieron como ocurre siempre. Pero una de ellas comenzó a ganar fuerza, y mis neuronas no permitieron que se marchase. Aquella idea se repetía sin cesar en mi mente. “Quiero ver el sol.” Me decía a mí mismo. “Quiero ver el sol.”
   Tal inquietud me hizo levantarme de la cama, corrí las cortinas y abrí la ventana. Fue una gran decepción encontrarme rodeado de oscuridad. La noche aún no se había evaporado. Pero no volví a reunirme con las sábanas, en su lugar me dirigí hasta el armario para vestirme. Pasé por el cuarto de baño con el propósito de acicalarme, y a continuación, me marché a la calle. La ciudad estaba desierta, pues todavía dormían sus moradores. Fui hasta un parque cercano y me senté en uno de los muchos bancos vacios. Allí aguardé con mi paquete de Chesterfield a que llegara el amanecer.
   El sol comenzó a despuntar en el horizonte y mi corazón se llenó de gozo. Allí sentado pude contemplar como un nuevo día nacía. Miles de pájaros surcaban el cielo acompañando las luces del alba. No había una sola nube, un inmenso lienzo azulado lo cubría todo. Todo menos la melancolía de dos ojos tristes. Yo sin embargo estaba alegre. Nunca vi un sol tan hermoso como el de aquella mañana. Pero conforme pasaba el tiempo, comenzó a crecer en mí un desasosiego. No quería que el sol se fuese jamás de mi lado, quería perseguirlo allá donde fuese. Me aterraba pensar en la noche oscura.
   Después de mucho pensar, me levanté de aquel banco frío y busqué un taxi. No tardé en encontrarlo.
_ “¡Taxi!”
El conductor frenó su marcha, abrí la puerta y subí a su interior.
_ “Lléveme al aeropuerto más cercano.”
Mientras el taxista se dirigía al destino elegido, desde la ventanilla del coche mi mirada permanecía fija en aquella inmensa bola de fuego que flotaba en las alturas. Los rayos de sol me habían hechizado, no podía despegar mis ojos de él.
   Entré en el aeropuerto y fui directamente a comprar un billete.
_ “Buenos días señor. ¿Qué desea?” Me dijo la recepcionista.
_ “¿Cuál es el primer avión que sale hacia América?”
_ “América es un continente. Salen muchos aviones hacía allí. No puede ser más explícito.”
_ “Yo sólo quiero ir al oeste, me da igual el destino.”
   La mujer de la recepción me miró como quien mira a un loco de remate. Pero debería ser andaluza, pues pronto asimiló la situación.
_ “Dentro de treinta y cinco minutos sale un vuelo hacia Buenos Aires.”
_ “Estupendo, deme un billete.”
   Pagué con tarjeta, pues debido al viaje en taxi había agotado todo mi dinero en metálico. Me dirigí a continuación a la salida de embarque, allí me preguntaron por mi equipaje. Todo el personal quedó confuso al oír que no llevaba ninguna maleta.
_ “¿Vas a cruzar el Atlántico y no llevas equipaje?” Me preguntó un guardia civil extrañado.
_ “Así es.” Dije yo simplemente.
   A pesar de sus dudas, no puso ninguna pega. Eso sí, me registraron a fondo.
_ “Piiiiiiii. ¿Qué es eso?”
_ “Son mis llaves.”
_ “Piiiiiiiii. ¿Qué es eso?”
_ “Es mi reloj.”
   Después de tres o cuatro “Piiiiiiiii” por fin me dejaron subir al avión. Afortunadamente, mi pasaje era de ventanilla, por lo que pude mirar el sol durante todo el trayecto. Cuando el avión aterrizó en Buenos Aires, bajé de éste; sellaron mi pasaporte y me dirigí de nuevo a la recepción. Esta vez era un hombre de unos cincuenta años el que me atendía.
_ “Buenos días. ¿Puedo ayudarle en algo?” Me dijo.
_ “Me gustaría saber los vuelos más próximos.”
_ “Allí tiene una pantalla donde aparecen las llegadas y las salidas.”
   Me dirigí sin dilación a dicha pantalla. En dos minutos salía un avión hacía Caracas. Cinco minutos después salía otro hacia Quito. El tercero se dirigía hacia Dublín. El cuarto, que fue el que llamó mi atención, salía para Sidney dentro de veinte minutos. Corrí de nuevo hacia la recepción y saqué un billete para Australia.
   Lamentablemente, aquel fue un viaje distinto, ya que las borrascas se sucedieron durante toda la travesía. Fueron muy pocas las veces que pude contemplar el astro solar. Aquel viaje me hizo planificar los próximos destinos. Antes de elegir los siguientes vuelos estudiaría con paciencia los mapas del tiempo. Ahora perseguiría al sol siempre buscando anticiclones. Es cierto que perdería valiosos minutos en aquellas averiguaciones, pero sin duda merecía la pena. Al llegar a Sidney me dijeron que cuarenta minutos más tarde salía un vuelo para Ciudad del Cabo. Investigué el estado de la atmósfera y todo parecía indicar que no habría nubes que me impidiesen ver el sol. Fue un viaje espléndido. ¡Qué luz!
   Desde la capital sudafricana tomé un pasaje para Nueva York. Dicho vuelo fue muy entretenido. Uno de los pasajeros aseguraba que había visto un arma a bordo del avión. Dicha arma estaba en poder de un enigmático personaje, el cual la ocultaba debajo de su chaqueta. El pasajero con trazas de detective convenció a tres hombres que viajaban en ese vuelo, entre ellos a mí, para reducir a aquel energúmeno antes de que secuestrara el avión. Pues esa era la conclusión a la que había llegado nuestro amigo. “Nuestras vidas están en juego.” Afirmaba constantemente. Trazamos un plan para atraparlo y no poner en peligro al resto del pasaje. Dos de nosotros y yo lo inmovilizamos, mientras tanto nuestro líder arrebató la pistola al supuesto secuestrador. Fue una tremenda cagada, pues resulta que aquel individuo pertenecía a la seguridad personal de la compañía. Aquella vez, al llegar al aeropuerto norteamericano, la policía estuvo más de una hora interrogándonos. Mis tres cómplices no tuvieron mayores problemas en explicar la causa de su viaje a Nueva York. Para mí fue más difícil convencerlos, ya que no comprendían el propósito de mi viaje.
_ “Yo sólo estoy persiguiendo al sol.”
   Creían que tenían delante de ellos a un maniático peligroso. Al final dejaron que me marchara, pues ni si quiera tenía intención de entrar en su fabuloso país. Desde Nueva York marché hacia Pekín. Con las prisas, me dieron un billete de pasillo, en vez de ventanilla. Por lo que estuve levantándome constantemente para echar vistazos fugaces. A las azafatas no les importó mi conducta, pero no así a mis compañeros de viaje, que estuvieron quejándose todo el camino. Era una pareja de yanquis, que se disponían a ver la muralla china. Menos mal que no comprendía nada de lo que decían, pero os puedo asegurar que se les veía muy enfadados. Al bajar del avión, tanto la mujer como el hombre repitieron muchas veces la palabra “fuck”. Yo sonreía, y eso parecía enfadarles más aún.
   Desde Pekín tomé un vuelo a Londres. El aeropuerto de Heathrow era un hervidero de personas, de cientos de nacionalidades distintas. Sinceramente, fue agradable estar de nuevo en suelo europeo. Aunque hay muchas diferencias culturales entre las distintas naciones, incluso dentro de los mismos países, os puedo asegurar que me sentía como en casa. Desde aquí embarqué en otro avión destino a Ontario. Esta vez me aseguré de viajar junto a la ventanilla. El sol parecía correr cada vez a mayor velocidad. En Canadá fue la primera vez que me recibieron con un “good afternoon”. 
   Desde Ontario viajé hacia Tokio. El aeropuerto de la capital nipona era espectacular. No tuve mucho tiempo para disfrutar de sus instalaciones, pues tomé un vuelo hacia El Cairo veinte minutos después de aterrizar. Mi preocupación era cada vez mayor, el sol quería dejarme atrás, pero yo se lo impedía. Desde el cielo contemplé la ciudad egipcia, una urbe inmensa. Incluso pude ver las pirámides de Gizeh. Allí estaban las tres las tumbas: Keops, Kefrén y Micerino me daban la bienvenida.
   El siguiente destino fue Méjico D.F. Allí la amalgama de colores era infinita. En el siguiente vuelo, que se dirigía desde la capital mejicana hacia Bali, conocí a Lupita. Una belleza mexicana con el pelo moreno y una sonrisa enorme en los labios. Gracias al idioma, pudimos conversar durante gran parte del trayecto.
_ “Tengo ganas de visitar España, dicen que es muy linda.” Me decía.
_ “Tú sí que eres linda.” Pensaba yo.
   Le expliqué el propósito de mi viaje y al contrario que el resto, le pareció una idea genial. Incluso me dijo que algún día ella también perseguiría el sol de anticiclón en anticiclón. Luego la conversación se encaminó hacia otra dirección.
_ “De pequeña me diagnosticaron una enfermedad insólita que sólo tenemos cinco o seis personas en todo el mundo. Se conoce como “Síndrome de Valderrama.”
_ “¿Es grave?”
_ “No, grave no es. Puede resultar molesto, pero no es peligroso.”
_ “¿Y de que se trata si puede saberse?”
_ “Siempre me despierto enfadada.”
_ “Pero eso me ocurre a mí muchas veces.”
_ “Ya. Sin embargo, a mí me ocurre todos los días. Claro que el enfado suele terminar en cuanto me tomo un café.”
   No tuve una idea clara de aquel extraño síndrome hasta que lo experimenté en primera persona. Y es que debido al cansancio, Lupita se echó una pequeña siesta. Era delicioso verla dormir. Tenía la cara de un ángel celestial. Luego despertó y llegaron los demonios.
_ “¡Qué **** miras con esa cara de burro!” Fue el saludo que me dedicó al abrir los ojos.
_ “Por favor azafata, puede traerle un café a mi acompañante.”
_ “A ti quien te ha dicho que soy tu acompañante. Yo no acompaño a una ***** como tú a ninguna parte.”
   Menos mal que la azafata llegó pronto con el café, pues cada vez eran más fuertes mis ganas de arrancarle la cabeza a aquella enferma.
_ “Ha sido un placer conocerte.” Me dijo al bajar del avión. “Toma, este es mi número de teléfono. Si pasas algún día por Méjico llámame y tomamos algo.”
   Me entregó una tarjetita que tiré a la papelera en cuanto se dio media vuelta. Era una preciosidad, pero os puedo asegurar que pagaría dinero por no tener que despertarme junto a ella cada mañana. No creo que pudiera aguantar más de una semana de insultos matutinos. No fueron los únicos problemas que tuve en la ciudad indonesia, ya que el próximo vuelo hacia el oeste salía dos horas después. Era mucho tiempo, pero no podía hacer otra cosa, sólo esperar.
   El avión que tomé desde Bali se dirigía a Moscú. Desde aquí tomé un nuevo vuelo hacia Paris. Y de París tomé rumbo a Los Ángeles. No quería pisar suelo estadounidense otra vez, pero si no cogía ese vuelo, tendría que esperar varias horas para tomar otro avión que cruzara “el charco”. A pesar de todo, no me pusieron ninguna traba al aterrizar. Allí me encontraba yo, en La Meca del cine, pero sin tiempo para poder visitar la ciudad de los sueños. Me dirigí de nuevo hacia la recepción del aeropuerto. Una hermosa mujer con una larga melena rubia me saludo cordialmente.
_ “Hello, can I help you?”
_ “Quiero un billete para Hawai.”
   Sólo tuve que esperar unos minutos para embarcar de nuevo, sin embargo, el sol continuaba su eterno viaje. No estaba dispuesto a darme ningún descanso. El avión despegó cuando los últimos rayos se perdían en el horizonte. El cansancio hacía estragos en mi fatigado cuerpo. Llevaba muchas horas sin dormir, por lo que el sueño comenzó a invadirme poco a poco. Yo luchaba por mantenerme despierto, no quería que mis ojos se cerrasen. Pero fue en vano.
   Desperté cuando el capitán anunciaba la llegada a Hawai. Debido a la lluvia caída durante la tarde, al aterrizar el avión derrapó en la pista y realizó varios trompos antes de parar por completo. Todos los pasajeros gritaron aterrados. Pero no fue el miedo lo que invadió mi alma, sino una melancolía desbordante que oprimía todo mi ser. El sol ya no seguía iluminando mi cielo. Todo era oscuridad, la noche había llegado. 

Fidencio Barrenillo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 21, 2011, 15:32:44 pm
“DESTINO MARCADO”


Apenas faltaban unos meses para que se casara con un noble acaudalado al que no amaba ni amaría nunca, en un matrimonio de conveniencia arreglado entre dos familias.
Fue en esa época crítica, allá por los Difuntos, cuando comenzó a escribir su diario. Para este propósito rescató del desván de sus abuelos no un libro cualquiera, sino un mamotreto con centenares de páginas en blanco de casi un palmo de grosor y lomos de madera que más parecía un taco para apuntalar las ruedas de algún carro. En realidad este diario sólo merecía ser calificado como tal en sus primeras hojas, pues pronto mutó – bien por obra y gracia de su autora, bien porque el objeto había cobrado vida propia - en algo bastante diferente, una colección desordenada de dibujos, anotaciones y frases sueltas que ella plasmaba llevada por los embates de su inspiración. No sabía por qué comenzó a hacerlo, quizá por necesidad, o desahogo, como una especie de exorcismo de todos sus futuros desastres conyugales. Pero el caso es que se sorprendió a sí misma al revelarse como una aguda escritora y, sobre todo, retratista de excepción. En realidad dominaba cada disciplina, y de esto podían dar fe sus pocas amigas, únicas privilegiadas que pudieron disfrutar de su inspirada arte.
Comenzó por apuntar en su libro notas dispersas, recuerdos de infancia, junto con dibujos. Nada de particular. Se pintó a sí misma de niña, con el ogro de su padre y su débil madre, anulada por este, en segundo plano. Pronto hizo hueco a todos sus allegados, a la gente con la que había compartido su aún corta existencia, hasta llegar al presente. Y este presente lo encarnaba el que iba a convertirse en su marido, al cual retrató con las vísceras – en una imagen feroz pero al mismo tiempo extraordinariamente fiel - como un sapo antropomorfo de grasiento pellejo. Al terminar lo incluyó en una suerte de “bestiario”, junto a otros dibujos de su padre.
La riqueza del libro fue creciendo como un árbol de ramas que se desarrollaban prodigiosamente, poblándose de personajes de toda índole, hasta encontrarse en él reflejado todo el pueblo. Sus dibujos comenzaron a adquirir un tono más real, que es lo mismo que decir sombrío, sin dejar de parecerse nunca a sus modelos auténticos. Y había también paisajes, casas, rincones naturales… Un verdadero catálogo espléndido de la villa, un rico retablo con todas sus gentes y su descripción, ora humorística, ora despiadada de los mismos. Había madurado en un mes a velocidad de vértigo, a través de sus pequeñas obras.
Y no sólo había sitio para la realidad; también cabían sus lúcidos sueños, que modelaba al despertar con todo el detalle del que era capaz. Poco a poco se fue convenciendo de que nadie en la comarca había sido capaz de forjar un tesoro tan hermoso y personal como el suyo, y le invadió el orgullo.
Pero al orgullo siempre le seguía la pena. ¡Qué desperdicio, casándose con el noble no podría desarrollar su carrera como pintora, escritora, ilustradora…! Quizá había nacido en una época equivocada, pero ¿qué podía hacer ella? Sólo le quedaba resignarse. Resignación, eso era lo que había heredado de su madre.


**************************


Era incapaz de controlar sus náuseas cuando, casi a diario, venía el noble a visitarla. Este la veía manejándose a todas horas con su libro, y se reía de ella con un tono paternal que le ponía enferma. El libro se había convertido en la magna obra de su vida adolescente, y él lo despreciaba. Era una proyección de lo que iba a significar su existencia de esposa abnegada, aniquilada, sin ocupación ni aficiones más que ser buena madre y compañera para su amado.
Se encerró en su mundo. Se veía menos con sus amigas, apenas cruzaba palabra con su madre, y con su padre, cuando lo hacía, era para discutir agriamente. Y el tema de discusión siempre era el mismo, su libertad contra la imposición. El padre le recordaba entre gritos que aquella significaba la única oportunidad de su familia de superar la pobreza. Su deber estaba antes que su voluntad; ella creía que esta era una exigencia únicamente reservada a reyes y príncipes, pero por desgracia se equivocaba; a ella también le correspondía enterrarse en vida por la causa.
Una noche tranquila de marzo soñó que su único hermano volvía triunfante del campo de batalla. Fue algo muy nítido. El hermano llevaba dos años combatiendo en el sur de Europa, y ella anhelaba volver a verle algún día, quizá para la boda, pues era la única persona a la que de verdad admiraba. Por supuesto, anotó todo esto por la mañana nada más despertar, aún con el regusto de la dulce noche que había pasado. Y para su asombro sólo dos días después su hermano apareció por la puerta de la casa, entre los vítores de los vecinos.
Un par de semanas más tarde la fiebre le asaltó con mucha fuerza, y le obligó a guardar cama durante largo tiempo. Un día, entre temblores, vio en un delirio a una de sus amigas en peligro. La amenaza era incierta, velada, como un telón de fondo en el que se movían unas ondas oscuras y turbulentas que la engullían. En cambio, el rostro de su amiga aparecía claramente perfilado suspendido en el caos, implorando auxilio con expresión de horror. Despertó con un grito de la pesadilla, súbitamente y nadando en sudor, pero ni aun así se privó de anotarla en su diario junto al retrato correspondiente. Tres días más tarde, en una inundación causada por el deshielo, el río enloquecido arrancó un puente en el momento en que su pobre amiga cruzaba, arrastrándola para siempre.
Ya en abril tuvo una visión extraña en una especie de duermevela. Creyó ver cruces de madera, como de una iglesia o un cementerio, bailando de un lado a otro, saltando y chocando entre ellas hasta astillarse. Al día siguiente se desencadenó una fuerte tormenta de nieve, y a continuación un vendaval que trajo consigo una asombrosa lluvia de cruces sobre la villa, que nadie fue capaz de explicar. Al leer el diario las amigas no terminaban de creerse aquellas anotaciones que como profecías eran realizadas antes de que sucedieran los hechos.


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Faltaban apenas cuatro días para la infausta boda. Era toda tristeza. Recluida en su habitación pasaba las páginas de su libro distraídamente. Se detuvo en un dibujo de su prometido. Concentró todo su odio en él, en sus formas redondas, en su sonrisa torcida, en todo su mantecoso ser, le odió hasta la extenuación, hasta el grito, hasta derrumbarse…
Al ir a cerrar el libro se cortó la yema de su dedo con el canto de la hoja, y una pequeña gota de sangre, sólo una, cayó sobre el dibujo.
Le dio en toda su cara.
Entonces otra visión, brutal, fugaz, le vino a la mente.
Y sonrió.

Harry Haller
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 21, 2011, 15:35:08 pm
SÍ (y debajo la firma, esa firma)


   No le habían preguntado nada, pero él contestó -bien, gracias. Acababa de salir de la hamburguesería en la que trabajaba, y le hizo ilusión que su jefe le preguntase que qué tal andaba. Sin embargo no lo hizo. La realidad es que salió más o menos a la misma hora que siempre, con algunos billetes en el bolsillo y patatas que había rescatado de la freidora, y que habrían de servirle de guarnición para la cena. Su casa no quedaba lejos, así que se fue caminando por aquel barrio que era cualquier cosa menos seguro: Yonkis reales, putas reales, y chusma real, de esos que te dicen cosas bonitas.

   Ya estaba acostumbrado, así que subió la cuesta, llego justo frente al bloque, sacó la llave y abrió la cancela del portal. Vivía en un primero, y era joven, así que subió, como de costumbre  en varias zancadas. Justo antes de sacar la llave tuvo un momento de esos que algunos llaman oceánicos, que son breves guiños del tiempo y el espacio, y que por unas fracciones de segundo nos regalan la sensación de que todo encaja, de que todo es perfecto, de que todo fluye como debe, de que el ritmo de la vida responde con su mejor cara. Para variar, éste duró poco. Pensó incluso que la divina providencia, o el propio Dios en persona o el Demiurgo de Platón le estaban racionando esos momentos, que tiempo atrás llegaban a borbotones, como botones dentro de burbujas. De todas formas ya era un triunfo haberlo experimentado en ese momento, tras un día por lo demás extenuantemente anodino y agotador. Aún así se planteó el hecho de que debía sentirse privilegiado, ya que, con total seguridad, y siempre según su teoría, la mayor parte de la humanidad jamás ha sentido, siente o sentirá eso que es tan a la vez efímero y especial, algo así como una pluma que cae infinita, alegre y rítmica por el interior del alma, al ritmo de la guitarra de Jimmy Hendrix, Manic Depression para más señas.
   Océanos aparte, entró en casa con una levísima sensación de cambio, de que algo estaba por llegar. Aún faltaban algunos minutos para que recibiese aquella inusual noticia que de alguna extraña forma se había bosquejado en su interior en forma de emoción  inusitada y reconocible al tiempo. Algo así  como las mariposas en el estómago previas a una idílica sesión de carne y sudores. Como una tarde de duraznos como soles.
   Hacía algún tiempo que esperaba la noticia, en forma de carta, de notificación o de e-mail. Lo que no podía imaginar era que una señora despeinada de unos 60 años llamaría a su puerta a esa hora para entregarle algo. Un paquete, concretamente. La forma de entrega, el formato incluso, no le sorprendió. Más bien fue el hecho de que la señora lo mirase con desdén, casi con asco. Han traído esto para ti, y tú no estabas- dijo la tipa rara, alargando la mano a la vez que giraba el cuello en un gesto de indiferencia calculada, barata. Era de esas personas que pretenden hacer creer que su vida es/está plena, y que la llegada de un misterioso paquete para el misterioso vecino es un engorro, una incomodidad, un imprevisto. Esto no es así. De hecho en el fondo agradecen esa anomalía vital, y se lanzan a involucrarse en tamaña aventura, aunque por supuesto jamás reconocerán que por un momento se han sentido emocionadas, vivas de nuevo.
Gracias- dijo él, agarrando la cajita y tirando con ansiedad para sí, sin dejar de esbozar algo parecido una cómica sonrisa. En el interior de la caja había abundante papel de regalo que envolvía a su vez el clásico envoltorio de burbujitas de plástico, dentro del cual había una nota de papel, media cuartilla aproximadamente. La nota estaba plegada, como no podía ser de otra forma. La desplegó, y leyó con emoción el monosílabo que tanto tiempo había estado esperando: SÍ (y debajo la firma, esa firma). Eso era todo, y con eso bastaba. La sonrisa casi incendió su cara, invadió su ser desde los testículos hasta la sien. SÍ (y debajo la firma, esa firma).
   Ese sí era el principio del fin a tantos años de tortura, tantos años malgastados, tantos años de dudas, de miedos, de incertidumbres, de cosas. SÍ (y debajo la firma, esa firma). El sí era un pasaporte para esa otra vida que él sabía que le correspondía. Salió de casa sin cerrar la puerta, casi insultante de gozo y felicidad. El rostro permanecía enrojecido por la emoción. SÍ (y debajo la firma, esa firma).  Ese sí era el espaldarazo definitivo, la patada en la puerta. Se dirigió en tropel a la casa de su jefe. Llamó repetidas veces a su puerta. Eran ya las 3 de la mañana, y el jefe estaba descansando plácidamente junto a  una empleada de la hamburguesería, que fue quien contestó al portero electrónico. La chica contestó medio dormida: ¿quién es, carajo?- Dijo. Dile a ese mamón que se ponga-respondió él. Ella reconoció su voz: ¿Cómo te atreves, imbécil? - ¡Te va a quitar al menos una semana de sueldo, desgraciado! Y reza porque no te despida. Además, me has asustado, y eso no se lo consiento a nadie. Y menos a un ***** como tú- grito ella, con su refinamiento habitual. A penas hubo terminado su frase, se oyó la voz del jefe: ¡Éste se va a enterar! ¡Todavía no sabe lo que acaba de hacer!- y se terminó de vestir por las escaleras. Abrió la puerta y casi se abalanza sobre su empleado, al que no se le había borrado aquella sonrisa de superioridad.
   Se miraron a los ojos. El empleado seguía  sonriendo. Su expresión paralizó el ímpetu violento del jefe, que  no entendía qué ocurría. De pronto entendió todo.
SÍ (y debajo la firma, esa firma).  –dijo el empleado, en la nota ponía SÍ (y debajo la firma, esa firma). La cara del jefe se descompuso. Sabía lo que ese SÍ (y debajo la firma, esa firma) significaba. De hecho aquella misma noche despidió a la empleada que descansaba en su casa, y anduvo rebuscando los títulos de propiedad que tenía: bares, discotecas, restaurantes. El SÍ (y debajo la firma, esa firma) lo ponía todo en peligro.
El empleado volvió a casa, con la misma sonrisa, que habría de durarle varios días.
Desde entonces, supongo que quedado claro,  nada volvió a ser igual.

Peeled Blues.
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 21, 2011, 15:37:34 pm
Especies amenazadas


Me dirigía al taller de escritura creativa con el bolso de la compra que me había regalado mi madre. Estaba repleto de libros y de un ordenador portátil.
Un gato desnutrido y sucio cruzaba la calle lentamente, ajeno al tráfago de vehículos y a mis prisas. Iba reduciendo sus movimientos a medida que se aproximaba a las ruedas de un todo terreno. Su pelaje atigrado se erizó en mitad del lomo y justo detrás de las orejas, pero permanecía inmóvil, aterrado.
Imaginé una rata enorme, de las que descendían de los jardines residenciales por el terraplén de roca cubierto por una tela metálica que servía de sujeción. Podía también ser un erizo, aunque era más frecuente observarlos por la noche con esa textura que en la oscuridad es idéntica a la grama. No hubiera sido imposible que fuera una ardilla roja, descendida de algún pino y extraviada en la vía pública; o la serpiente ‘mala’ que dijo ver Luzmila, la vecina rusa de los turbantes de algodón y las pelucas sintéticas, entre las mimosas del solar opuesto al que se dirigía el gato.

Una ambulancia circulaba a toda velocidad por el carril que ocupaba el estático felino, completamente absorto en la contemplación de aquel indefinido monstruo.
La ambulancia aminoró la marcha y esquivó al animal que, sintiendo las vibraciones del vehículo corrió a refugiarse bajo una de las ruedas del todo terreno encogiendo su liviano cuerpo de macho derrotado en un ovillo gris y cabizbajo.

Apreté el paso. Quería coger la guagua. Quería llegar a tiempo al taller.
Crucé corriendo el paso de cebra con el bolso de mi madre en la mano. Los pulsos se iban acelerando.
Un coche de policía avistó a un hombre que corría con un bolso de mujer en la mano. Iba vestido con una cazadora verde oliva brillante y unos tejanos. Calzaba deportivas. Tenía el pelo largo, engominado. Al pasar junto a él notaron que hacía un gesto despectivo con la mano. Los agentes ralentizaron la marcha de su vehículo y fijaron sus ojos en el bolso de mujer. Era un bolso de los que se usan para hacer la compra. De color gris, con cierre de cremallera y otra más pequeña en uno de los lados. Parecía estar lleno. El hombre seguía caminando haciendo movimientos con la mano. La guagua pasaba en ese momento. El coche de policía se detuvo cerca  la parada del autobús. Los agentes bajaron de su coche y se dirigieron educadamente al hombre que llevaba el bolso de mujer.

-Buenos días, señor-dijo uno de ellos-. ¿Vive usted por aquÍ?
-Sí – dijo el hombre señalando hacia su casa- hace veinte años que vivo en este barrio.
- ¿Qué lleva en el bolso?- le preguntó el agente de más edad-.
- Libros. Y un ordenador- dijo el hombre, algo molesto-.
- ¿Nos los podría enseñar?
El hombre abrió la cremallera superior y extrajo el ordenador y los libros.
- Muchas gracias- dijo el agente de más edad ¿Nos permite la documentación?
-El hombre extrajo la documentación del bolsillo derecho del pantalón y el agente se retiró unos metros para hacer averiguaciones a través de la radio. Cuando hubo terminado, devolvió el documento al señor que llevaba el bolso de mujer y se despidió cortésmente.
Llegué a la parada del autobús y me quedé esperándolo unos minutos. Las personas que había allí eran en su mayoría padres que venían a recoger a sus hijos a un colegio cercano. Me miraban con sus pupilas verticales y ambarinas, los vellos de los brazos ligeramente erizados presintiendo la amenaza. Permanecían muy quietos, instalados en una tensión expectante, en un ronroneo que podía percibirse a través de las vibraciones del asfalto.
Comprendí que el gato que se había detenido en mitad de la calle estaba en realidad contemplando su reflejo en la pintura metálica del todo terreno que le servía de azogue.

Zaid Díaz
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 21, 2011, 15:39:19 pm
OLOR A MADERA VIEJA


Hacía ya más de 15 años que no veía la casa. Ahora volvía. Y mientras me acercaba, un cúmulo de recuerdos me embargaba la mente. El olor de las flores, el sentir del viento, el sonido del agua deslizándose por el lecho pedregoso del río, el repiqueteo de la lluvia en la ventana durante las tormentas pasajeras de verano...
La casa pertenecía ahora a una simpática pareja de jubilados, que alquilaban las habitaciones a los visitantes del pueblo. Había sido gracias al anuncio en el periódico de éstos, que me había decidido a volver, movida por la nostalgia del pasado. Les conté como años atrás había vivido yo misma allí, y movidos por la historia, en seguida aceptaron alquilarme la que era mi antigua habitación.
Subiendo las escaleras hacia el primer piso, aún me llegó el olor de la madera vieja, y el crujir de ésta a cada paso. Y por fin, llegué a la que, en un pasado no tan lejano, había sido mi habitación. Dejé las maletas en el suelo, y el sombrero sobre el nuevo tocador que había enfrente de la cama. En seguida comencé  a sudar... Tal vez por el verdadero calor del ambiente, o a lo mejor debido al repentino nerviosismo que comenzaba a recorrer mi cuerpo, al recordar el otro motivo que me había llevado hasta allí: la curiosidad de saber si aquello que había escondido en esa habitación a su marcha de la casa, seguía intacto 15 años después.
Rápidamente, me quité la ropa que llevaba encima, para quedarme en ropa interior, y así intentar que ese sudor frío que me recorría acabase, pero el nerviosismo no cesó. Decidida ya, fui hasta la tercera madera de la esquina del cuarto, y con la mano temblando, levanté la tabla. Emocionada, el corazón me dio un vuelco cuando vi como seguía allí, cubierto de polvo, y con mis iniciales grabadas en su tapa de piel.
Había encontrado mi viejo diario. Aquel que tantas y tantas historias guardaba de ese verano. Ese que cambió mi vida, y que aún perduraba día tras día en mi memoria. Cuidadosamente, abrí el pequeño cuaderno, repleto de hojas escritas a tinta negra. Al elevarlo, cayó de él una foto. La única foto que teníamos juntos. La única prueba de lo que había ocurrido en aquel verano de 1958.
Comencé a leer la primera línea, pero no me hizo falta continuar, ya que al momento comenzó a aflorar cada frase plasmada ahí, cada imagen, cara recuerdo, que ahora volvía a mi memoria, después de tantos años...
Todo había comenzado en junio de ese 1958. Llevaba ya algunos veranos viniendo a la casa, para pasar unos meses de vacaciones antes de volver a empezar las clases en la ciudad. Siempre me habían parecido muy aburridas esas vacaciones, sin nada que hacer, mas que ir al río a bañarse o pasear por el pueblo... Pero ese verano algo cambió. Él lo cambió.
Nos conocimos la primera noche de feria. Nos presentaron nuestros padres, y en cuanto me miró, supe que no me sería indiferente, ese chico alto, de ojos grises, y pelo castaño que caía casi hasta sus hombros. Me contó que su familia vivía allí desde hacía un tiempo, pero que él había pasado todo el año estudiando en la universidad del centro, y que este verano había venido a pasar esos meses de descanso con sus padres. Pasamos toda la noche hablando. Me contó historias de su infancia, de su familia, de lo que quería hacer cuando acabara su carrera de medicina... Estaba ya amaneciendo cuando me acompañó hasta la puerta de casa y me preguntó si nos volveríamos a ver. Le respondí con un beso, que no solo supuso que nos viéramos la noche siguiente, sino que significó un verano lleno de momentos mágicos, de miradas, de caricias, de besos...
Nos enamoramos el uno del otro. Fue una relación rápida, sí, pero intensa y verdadera. Prometimos seguir juntos durante el curso, escribirnos y vernos siempre que pudiéramos, y así hasta que nos casáramos y viviéramos juntos. Para siempre. Esa era nuestra promesa. Una promesa que nunca llegó a cumplirse.
Una semana antes de nuestra despedida, llegó un aviso al pueblo. La guerra había comenzado, y se solicitaba el reclutamiento de todos los jóvenes varones. Fue la peor semana de mi vida. Lloré y lloré. Le rogué que no fuera, que nos marcháramos, que huyéramos juntos... Pero él no aceptó. Tenía ese absurdo “deber” con su país. Así,  a los pocos días nos dijimos adiós. Juró escribirme, y ponerse en contacto conmigo en cuanto volviese de  la  misión que le encomendaran.
Pero no fue así, nada fue así. Esperé durante semanas, meses, incluso los primeros años de universidad... y en todo ese tiempo, no llegó ninguna carta, no hubo ninguna llamada. No supe más de él. Volví durante unos veranos más al pueblo, pero era demasiado doloroso. Desesperada ya, acabé dándome por vencida. En la última visita que hice a la casa, decidí esconder el diario que había escrito durante ese único verano, y me fui, para no volver. Mis padres vendieron la casa pronto, y me prometí olvidar definitivamente todo lo que esos meses habían significado; olvidar al chico con el que había llegado a soñar pasar el resto de mi vida. No había vuelto a la casa... hasta ahora.

Hacía unos días que había visto ese anuncio en el periódico, donde se ofrecía hospedaje en mi antigua casa. En un  principio dudé, pero mi curiosidad me pudo y decidí  volver, solo para averiguar si el diario seguía aquí. Fue algo que no pude evitar. Compré los billetes de tren, y vine. Sola, sin avisar ni contárselo a nadie. Y aquí me encontraba ahora, con mi antiguo diario. Con los recuerdos invadiéndome la memoria, sin poder siquiera evitarlo. Me preguntaba qué habría sido de él. Sus padres se mudaron del pueblo justo después de su marcha, según me habían dicho. Ellos tampoco habían recibido carta o noticia alguna. Supongo que les pudo la tristeza de pensar que su hijo no había logrado sobrevivir. Nadie supo nunca si el joven llegó a volver con vida o no. Yo tampoco.
De repente, un sonido me sacó de mis pensamientos. Me asomé a la pequeña ventana que daba a la entrada de la casa, y vi un coche que se acercaba. En seguida, se bajó de él un hombre joven, con ojos grises, y pelo castaño que le caía hasta los hombros. Un rostro que ya conocía, un rostro que hacía más de 15 años que no veía... Un rostro que aún añoraba y deseaba. Entró por la puerta y escuché como murmuraba algo con los ancianos. Entonces, sentí el crujido de las escaleras ante unos pasos que subían rápidamente.
Mi corazón comenzó a latir más y más deprisa. ¿Sería posible? ¿Él, después de tantos años? Un toque sordo sonó en la puerta. Temblando, me levanté a abrir. No me importó el ir vestida en ropa interior, solo quería descubrir si era o no era él. Lentamente, llegué a la puerta y con los nervios recorriéndome por completo, abrí despacio.
Ahí estaba. Tal y como lo recordaba. Al verme, sonrió:
- Por fin, llevo quince años esperándote...

FARFETT
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 21, 2011, 15:41:06 pm
El mentiroso


Comenzó con pequeñeces y a sus sobrinos. Que si los peces tenían plumas, que si los toros las tenían en las bolas, que si tenían olor a pata los patos. Cosas tontas, mentiras absurdas y hasta divertidas, a las cuales los niños cautivados creían por su locuacidad.

Siguió con las más comunes: tres o cinco años menos de los que tenía, su signo del zodíaco, el nombre que siempre quiso tener y los padres no contemplaron… Mentía sobre el dinero que ganaba, sobre la pesca del fin de semana… inventaba gangas como las que hizo al comprar el auto, las  últimas vacaciones, la tele gigante… Llegó a ganar la lotería un par de veces, o eso dijo. Mentía y hacía sentir a uno un poco tonto pensando en lo afortunado que son siempre los otros. Los otro y no uno.

Continuó con las piadosas a su mujer. Siempre para evitar una roña, una pelea, ¿para que decir la verdad? Si es que a veces, muchas veces, la verdad relatada parece y suena a mentira.
A sus compañeros de trabajo ocultó que estaba casado y al vecino que era del Racing Club y así como quien no quiere la cosa su verdad siempre resultaba  mentira. Su mujer no le encontraba sentido, pero así era él. Un bromista.
Las mentiras, verdades a medias según quién lo mire y practique, fueron creando, sin él habérselo propuesto a conciencia, una vorágine de información a medias que confundía a su mujer. Ella ya no sabía qué y ante quién debía decir que cosa. Y la situación llego a tal estado que si ella preguntaba como estaba el día y él decía que llovía, ella se acercaba y abría la ventana para comprobarlo. Y así en tantísimas situaciones de lo más cotidianas: ¿esta caliente el café?, ¿me queda bien esta falda?, ¿esta recto  este cuadro?...
Ella ya no se fiaba, pero lo echaba de menos y un día de arrumacos reclamó un poco de mimos de su auténtico marido. Del verdadero no del mentiroso. Él la miró inquieto y le dijo que ellos no estaban casados. Ella se echó a reír y le pidió que parara con sus mentirillas. No con ella, pero él estaba convencido. Ella, ya molesta, se levantó a buscar el libro de familia y cuando se lo entregó él lo miro indiferente. Ese no era su nombre. Ni siquiera su edad. Ese no era él. Y entonces ella le preguntó que quién era. Y él no supo que responder. Ya no lo sabía, se había perdido entre tanta mentira.

Candela Soy
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 21, 2011, 15:43:12 pm
Poeta provinciano


Como el Poeta no puede presentar el poema “Lamparita de noche”, declarado subversivo por contener lenguaje subliminal, según el teniente Alba; que eso de estarse apagando la lamparita es alusivo a los apagones del Periodo Especial, el Taller Literario Municipal será representado en la lírica por el poema “Abuelo” del poeta Puebla. Y aquí oí otra andanada de disparates, Pepelín:
“… Puebla, pero no puedes ir al Taller Literario Nacional con esa nobleza campesina que ni para la décima cucalambeana sirve. Tienes que ir como un poeta de ahora. Búscate un pituza de marca que no le quepan más remiendos y que esté sucio, bien sobado, que denote malanoche, borracheras bohemias, estrujones de la gente y de la vida; lo de arriba puede ser hasta un pulóver sin cuello ni mangas, pero desbembado, si es oscuro, con insinuaciones de manchas blancas, si blanco, entonces al revés; el grajito ya lo tienes; no debes bañarte ni mucho menos peinarte tres días antes del evento, tienes el pelito largo pero debes  alborotarlo antes de leer el poema, que con esto no te digo que vayas a coger ni una mención, para acá no las asignan, pero debes ir digno del evento para que no pases pena. Te falta decirle lo más importante, Juan, que si no eres maricón tienes que aparentarlo o al menos dejarlo en dudas. Yo no tanto, Pedro, desde que lo liberaron perdió el encanto de lo prohibido, es mejor que insinúe que tiene el sida. O que es drogadicto, todavía tiene su encanto y puede llamar la atención. Bueno, después de la forma, lo externo, viene el contenido, tú me disculpas pero tu poema carece de estridencia, chirrido, rechinamiento; debe insultar a alguien o a algo con razón o sin ella, a mí me encanta así como está tu poema, pero yo estuve en varios eventos nacionales cuando los dirigía David Buzzi, del que ahora ya se puede hablar porque se fue, por los demás hay que esperar, y es así, impactar, no importa contra qué. Otra cosa, antes de leer el poema tú debes buscar la manera de dejar claro la influencia que tienes de Lezama Lima, no importa que él sea barroco y tú verraco, y no debes decir Lezama, sino Lejama, aspirando la z, o algo así, como si saborearas un bocado caliente, en éxtasis, dejando la boca semiabierta con un mohín amariconado y jacarandoso; decir luego unos versos de Enemigo rumor, no importa que no sepas lo que estás diciendo, la cosa es decirlo, la mayoría tampoco lo sabe. Después debes hacer referencia a un poeta por lo menos turco o de Singapur, Malasia, búscalo en una enciclopedia y declárate su partidario incondicional, si puedes di un verso de él en su idioma. No se te ocurra mencionar a Guillén que nunca lo he oído en esos ambientes y menos a Navarro Luna, cuidado con sus Odas Milicianas que un día te oí con eso, tú te haces el raro pero esa no es la vertiente de rareza que se necesita en un evento nacional de aspirantes a poetas; que estos susodichos están reservados para los homenajes oficiales. Después lees con la tonadita que leen ellos, sobre todo los de La Habana que aunque hace años que no tienen maestros, todavía son los que marcan el paso, el analfabetismo de ellos es para la otra generación, por eso trata de no ser de los primeros para que cojas la tonadita que es algo así como lo hace Silvio Rodríguez pero quitándole la música y dejándole lo nasal. Cuando leído el poema venga el debate, tú, sereno, impasible por encima del bien y del mal de murmuraciones de tanta maldad, si lo prefieres y según donde estés sentado, cruza el pie, levanta el mentón y fija la mirada en un punto indefinido del espacio por encima del horizonte, como la estatua que hizo Arturo del Indio Hatuey, digno aunque le estén quemando el culo. De todo eso siempre se aprende pero tienes que tener en cuenta: primero; que no siempre el que habla está analizando lo que tú leíste, está demostrando sus conocimientos de arte poética en la variante actual de la semiótica o el estructuralismo funcional, segundo; que si lo debaten es porque  tiene alguna arista que puede hacerle sobra a los elegidos, tercero; que nada tiene que ver la opinión de los concursantes y críticos furtivos con las decisiones del jurado, que a veces ya está tomada, y cuarto; escucha y guarda las opiniones más sencillas porque son las de  los que saben del asunto. Con eso estarás en condiciones, no de obtener el premio ni mención siquiera, te repito, sino de ser digno del evento y de que puedan pensar, y quizás hasta te lo digan, que en esta parte del país hay un poeta viviendo entre los indios. No jodan, ¿cuándo ustedes van a hablar en serio? Puebla, lo peor del caso es que estamos hablando en serio.

El mensajero
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 21, 2011, 15:45:02 pm
AL  FINAL  DE  LA  NOCHE


Eran casi las siete de la mañana cuando la vi por primera vez. Tenía el cabello recogido y una mueca de cansancio o aburrimiento en un hermoso rostro blanco y lleno de pecas – todo esto igual me lo imaginé, porque desde donde yo estaba no podría apreciar tanto detalle ni aun teniendo las facultades visuales en óptimas condiciones, cosa que evidentemente no ocurría. Así que solo puedo asegurar lo del cabello recogido.
En aquellas horas frías y secas de la madrugada, a pesar de tratarse de fin de semana, muy poca gente se dejaba ver por el casco viejo, únicamente cuatro perdidos como yo que intentaba recordar dónde iban , y otros desgraciados del alba que con caras de ausencia y sueño en el alma caminaban apresuradamente en busca de su labor.
En ese momento, al quedar solo, me sentí muy observador, miraba para ver, y no para esquivar ni evitar pisar o ser pisado como había hecho el resto de la noche. Nunca me había fijado tanto en la gente cuando volvía a casa tras una noche largamente aprovechada, estirada hasta querer terminarla con un final feliz, por supuesto totalmente  imaginado y deseado, sin un ápice de realidad.
 Habíamos salido de parranda para celebrar que Pedro por fin había finalizado la carrera, ya era todo un médico. Por supuesto esto era algo que sin ninguna duda “merecía una celebración en toda regla” nos dijo cuando antes de cenar tomamos las primeras cervezas en “la calle de la marcha”, como él llamaba a la calle Rosales, tantas veces visitada en las noches de fiesta estudiantil, joven y permanente durante todo el curso. Las tres o cuatro rondas que tomamos antes de ir a cenar corrieron por cuenta de Pedro, pero luego le dejamos muy claro que el resto de la noche pagaríamos todos por igual; éramos una pandilla bien avenida cuando salíamos de solteros, con las parejas la cosa era algo diferente.
Después de cenar, visitamos muchos bares antes de desembocar en la discoteca de moda de la noche tardía, donde apuramos hasta la última gota de lo que aún nos quedaba por vivir. Se acababa el dinero, se acababa la energía, se acababa la noche. Sin darnos cuenta nos encontramos despidiéndonos, y cada uno emprendió el camino de su  casa, salvo yo, que como ya dije, me sentía especialmente observador. Fue entonces cuando la vi. No tenía intención de decirle nada, tan solo mirarla, lo que estaba haciendo con deleite y desde bastante lejos, por cierto. Ella seguía a lo suyo, ajena al voyeur que la contemplaba, hasta que aquel borracho tambaleante, un poco sin querer y un mucho intencionado, tropezó con ella y a punto estuvieron de ir al suelo los dos. La chica tenía los auriculares puestos, de lo cual deduzco que no oyó ninguna de las lindezas que el deficiente bebedor previamente le recitó. Solamente se percató de su presencia cuando sintió el primer y casi imperceptible contacto, momento en que lo apartó con un empujón firme y una mirada fría, amenazadora y autoritaria. Fría porque aquella madrugada de octubre el termómetro de la farmacia marcaba tres grados. Amenazadora porque se sabía ganadora si la cosa pasaba a mayores y la fuerza física resultase necesaria, no en vano ella estaba serena, contaba con la energía del reciente desayuno y además, tenía una escoba.  Y también autoritaria porque a esa hora y en esa calle, de entre la poca plebe que por allí nos movíamos, el barrendero (la barrendera en este caso) era la única persona que estaba algo por encima de los noctívagos; no en vano, trabajaba para el ayuntamiento. Tenía su estatus.
Entonces vi las puertas del cielo abiertas y mi recientísimo amor platónico se disparó. Crucé la calle y me enfrenté al impertinente noctámbulo. Le pedí que se disculpara. Él se revolvió creyendo que mi único objetivo era hacerle un guiño heroico a la bella barrendera. Tal vez en eso no se equivocara mucho, pero el inesperado tortazo que me dio con la mano abierta en plena cara, me hizo caer. Y aterricé con toda la carga de derrota que ello supuso, y con toda la ira que sirvió de combustible para la explosión de violencia en que se convirtió mi respuesta. Como un resorte me puse en pie, casi sin haber tocado el suelo. Miré a mi alrededor y me sentí el más estúpido del mundo: un pedazo de noche, ridículamente abatido por otro pedazo de noche mucho más ridículo y agotado. Pero ¡por Dios¡, si aquel despojo humano se mantenía de pie gracias a que estaba abrazado a una señal de prohibido aparcar. Se puede entender claramente el nivel de mi cabreo. Y encima la doncella por la que nos enfrentamos se reía a carcajada limpia. Ahora que la veía desde más cerca, realmente tenía pecas en la cara. Mostraba unos dientes blancos y bien alineados; me conmovió la risa sincera. Sus labios gruesos enmarcando una boca que me pareció perfecta me cautivaron. Hasta que me di cuenta de que se reía de mí. La risa pasó de dulce a odiosa, de inocente a ofensiva, y me hizo sentir aún más ridículo. Y el bobo borracho también se reía. Peor no podía estar. Entonces arranqué, cogí carrerilla desde mis dos metros de lejanía, y bajando la cabeza a la altura del estómago, cual ariete avezado a derribar puertas infranqueables, embestí  a mi oponente con fuerza y puntería. Aquel seboso contrincante fue abatido con la furia del león herido en que yo me había convertido. Se desplomó sobre un Ford Scort mal aparcado mientras todos (los dos que estábamos antes allí y una pareja de jóvenes que aparecieron poco antes y se daban un auténtico festín de besos y abrazos), oímos un tremendo “gong” fruto del golpe de su cabeza contra el capó delantero. Luego dio un par de vueltas, rodando por encima del coche, hasta que cayó sobre el rugoso embaldosado que luce la calle San José. La situación terminó con un sonido muy diferente al primero. En lugar del “gong” metálico anterior, ahora sonó un “clock” fuerte, seco, penetrante y un punto previsible. Tan impactante fue, que los cuatro miramos instintiva e instantáneamente hacia el derrotado trasnochador. Su cara se quedó pegada al suelo por su derecha, mientras la izquierda mostraba la boca torcida y el ojo entreabierto. La figura completa semejaba un muñeco roto; los brazos en posición inverosímil, haciendo como una zeta, y las piernas semi-dobladas y cruzadas a la altura de las rodillas. Parecía el último fotograma de aquella película tan triste que vi la semana pasada y que había triunfado en Berlín; estaba rodada en blanco y negro y era todo un alegato contra la violencia gratuita. En ese momento la pareja de jóvenes enamorados se largó de allí sin dejar de besuquearse.
Acababa de ganar aquel combate. Fui todo un caballero. Vi una dama en apuros y reté a su agresor. En buena lid nos batimos y al vencer me hice acreedor del amor de la princesa. Me acerqué al cuerpo del caído en la batalla y le di la espalda recordando la imagen en blanco y negro de la película, aunque ahora se había añadido un rojo carmesí que saliendo de debajo de la cabeza formaba un reguero espeso alejándose calle abajo.
Cabeza alta, mirada al frente, paso firme. Todavía me acuerdo de cuando en el servicio militar nos dieron esta consigna. No sé si es verdad que la letra con sangre entra, el caso es que esto no se me olvidó ni se me olvidará jamás. Con este porte regio y la elegancia del vencedor, di unos pasos al frente para acercarme a mi liberada princesa, con el único propósito de ponerme a sus pies. Entonces recibí un escobazo rápido y contundente. Y no me acuerdo de más.
Acabo de despertar y esto tiene toda la pinta de ser el calabozo.
                                     
Juan Sinculpa
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 22, 2011, 18:03:37 pm
(http://img41.imageshack.us/img41/396/cartelfinaldifuminadore.jpg)

Recibo


El recibo de la luz me desbordó. No eran las cifras, era el texto, mareante, decía que me cortarían el suministro. Lo necesito, fue lo primero que pensé. Si no, no podré vivir, añadí en voz alta. Maldije mi miseria y su prepotencia. Y me asomé y miré los cables que llegaban a mi casa, al final del pueblo y pensé en los electrones que no entendían de embargo. Y la letra pequeña lo decía claro, claro, por eso era tan pequeña, nadie la leerá y un día estaré haciendo la cena en la cocina eléctrica y la tortilla no cuajará o el calentador eléctrico de la ducha helará la piel y el alma de aquel que no tiene ni para lavarse en caliente. Llamé a la compañía.  Ni caso, sin moratoria, sin compasión, sin perdón, con rabia colgué y pensé en estrategias, tomé boli y papel y escribí e hice planes y dibujé gráficos y rectas y flechas y la conclusión final lo emborronaba todo, no tenía dinero. De nada valía la estrategia si mis bolsillos albergaban vacío y monedas de andar por casa, y hasta los vecinos ya no me saludaban, sólo porque la contribución urbana quedaba huérfana de mis aportaciones. Dos deudores en una misma persona, eso era demasiado. Lo intenté con los pepinos y las lechugas, intenté venderles algo, no, no querían. Eran pocos, y bien avenidos contra mí, aunque entre ellos fueran todo lo contrario, sedientos de mala sangre o de buena, la que se hacían cuando algo le iba mal al prójimo. Me comí los pepinos, pasé a ser moroso rural y ahora lo era de la luz. No podía ser. Toda una declaración de intenciones. Pero no, no era un error. Llamé a mi abogado y amigo. De toda la vida, de los que aparecen en cuarto de EGB  y todavía te llaman aunque sea de uvas a peras, y todavía recuerdan tu mote, o te llaman por tu apellido que el nombre no es de hombres. No se lo pensó un momento, amigo, ahí estaré. Amigo, contesté yo, y colgué y casi se me saltan las lágrimas. Pura poesía. Fue en la ciudad, allí quedamos y acabamos borrachos. Pagó él, claro. Hicimos un pacto a última hora, cuando ya nos echaban del último bar. Sentarás a esos mamones en el banquillo,  dije. Me dijo que sí con la cabeza. El alcohol hace milagros, no hay nada por lo que yo podía demandarles. Al día siguiente me tocaba intentar encontrar trabajo en un hotel de la ciudad. Servir cenas a unas cuantas pocas parejas era lo ofrecido. Me pareció poco edificante el salario. Y a pesar de mi escasez me resistí. Al final acabé enfadado, discutiendo con el director del centro. El muy canalla era un explotador, el mundo está lleno de ellos. Muy buena cara y buenas intenciones pero los billetes grandes sólo los ven ellos, yo no. Al acabar llamé a mi amigo. No contestó. Intenté buscarlo. Un bar tras otro, sin suerte. Ya no podía más. Llegué a casa y encendí todas las luces y me acordé de la compañía. Bebí gaseosa y vomité. No hubo juicio, hubo corte, de repente, no sé si era día uno o dos, da igual, llamé a mi abogado, amigo, le dije, y ahora qué hago, pregunté.   No volví a verle hasta que vino a visitarme a prisión. El por qué de mi nueva casa se lo contaré otro día. Allí se rió, delante de mí. No lo entendí así que me levanté y me fui de la cita, me llamó y dijo que quería representarme, defenderme. Lo escuché pero no me di la vuelta. Los preventivos somos así. Al anochecer, las celdas se encendían, un ratito. No hacía falta que el interruptor se apretará, era automático, ni era necesario apagar la luz, ya la apagaban por mí, no sólo eso, también la pagaban. 

Alco
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 22, 2011, 18:07:03 pm


Las siete y treinta y siete


Son Las siete y diez de la mañana y me apresuro para llegar puntualmente a mi destino. El día clarea y hace frío. En León hace frío a esta hora casi todas las mañanas del año.
Casi no hay gente por la calle. Me gusta pasear por la ciudad solitaria. La pulcra calle Ancha pronto se llenará de gente. Avanzo en dirección a la plaza de Regla concentrado en mis pensamientos. Casi ni miro a los pocos transeúntes con los que me cruzo. “Buenos días don Juan” me saludan algunos conocidos. Casi todos son jóvenes o maduros. Como hace años. También aquí se ven pocos niños o ancianos. Por fin desemboco en la plaza. Su limpieza y majestuosidad son impresionantes. Miro la fachada principal de la catedral y como siempre me siento sobrecogido por su grandiosidad. Me sitúo frente a los arcos de entrada, levanto la cabeza, me concentro, limpio mi alma y por fin entro en la casa de la paz y del amor.
La semioscuridad me ayuda a pensar. Uno se siente un grano de polvo en medio del universo cromático que empieza a  penetrar en la iglesia. Un bosque de columnas eleva el espíritu desde el suelo hasta el cielo. El techo es el culmen de la arquitectura religiosa. La techumbre de la catedral está hecha de luz de infinidad de colores. Lentamente me dirijo a uno de los bancos situado más atrás y me siento en una de sus esquinas.
Pero hoy no he venido a admirar las vidrieras ni las bóvedas, ni la luz, ni el altar. He venido a rezar y a recordar.
El reloj avanza inexorablemente. Veo a miles de hombres y mujeres caminando hacia su destino. ¿Qué sentido tuvo lo que pasó? Fue el dolor más grande que hemos vivido. ¿Qué se pretendió? Fue la tristeza más profunda de nuestras vidas. En casi nadie percibí odio ni sed de venganza, solo incomprensión y solidaridad.
Faltan solo tres minutos. Alzo mi oración en recuerdo de tantos hombres y mujeres. Jamás los olvidaremos. ¿De qué éramos culpables? Nada puede ser tan terrible para merecer este castigo.
Una lágrima escapa a un imposible control. Son las siete y treinta y siete. Un destello de luz atraviesa mi mente. Un fogonazo de angustia rasga mi cerebro. Elevo mis preces por nosotros y por ellos. El vacío me llena por completo. No tengo fuerzas para levantarme. Permanezco durante unos minutos más sentado en el banco. Es difícil volver al creciente bullicio de mi ciudad.
Dedico un último minuto al recuerdo y salgo de nuevo a la plaza. La vida, incongruentemente, sigue.
   
Desde hace casi una hora estoy deambulando por la ciudad. Hoy no he conseguido dormir. Los recuerdos no me han dejado descansar. Paseo sin un destino preestablecido por todo el barrio medieval. Son las seis de la mañana y la oscuridad llena las calles de la ciudad. La iluminación amarillenta acorde con los vetustos edificios, no ayuda demasiado a expulsar la noche. Aún quedan muchos minutos para que la luz del amanecer llene la ciudad.
Me paro en un escaparate y mi reflejo me sorprende. La falta de descanso me ha envejecido años en una sola noche. “David, estás hecho un vejestorio” me digo a mi mismo. El canoso pelo lacio se me ha alborotado por el suave viento del amanecer.
Me gusta la ciudad. No he nacido aquí, pero me siento un toledano más. Según mis padres, nuestro apellido atestigua que generaciones de antepasados míos vivieron aquí.
El azar me ha llevado hasta un bello edificio. Lo reconozco inmediatamente. Es la sinagoga del tránsito. Pese a mi anticuado agnosticismo, me siento impelido a entrar en el templo. Una puerta entreabierta me anima a penetrar en el edificio. Es el lugar ideal para que el tiempo me atrape. Desde hace años vivo en España y no entiendo por qué fueron ellos los elegidos. Tantas veces nos ha tocado a nosotros, que ahora los comprendo sin dificultad.
El templo es bello en su sencillez. Una gran sala vacía. El suelo pulcramente limpio, paredes lisas salvo por las ventanas superiores. Un altar, una mesa, un candelabro. Poco más.
No sé qué decir ni en qué pensar. Solo sé que el dolor que ha acompañado cientos de años a mi pueblo, ahora reina entre los españoles.
Pruebo una oración: “Jehová, te suplico que no olvides a este pueblo que me ha acogido con generosidad. Te ruego que no hagas que vuelvan a sufrir esta prueba. Te pido que alejes de los verdugos el odio y la violencia”.
A medida que mi corazón se abre al amor, el espíritu de la sinagoga llena mi alma. A medida que se acerca la hora, la luz pasa a través de las ventanas que dan al exterior.
La ausencia de bancos o sillas, hace incomoda la reflexión, pero al mismo tiempo evita que algún visitante poco respetuoso dormite en el templo.
Son las siete y media y un pequeño hombre entra en la sala por una puerta lateral.
-   ¿Desea usted algo?
-   Solo he venido a reflexionar. ¿Puedo permanecer aquí unos minutos más?
-   Todos los que usted desee. Queda con Dios.
A las siete y treinta y siete, murmuré una nueva plegaria: “Acoge en tu seno a los sacrificados. Alivia el dolor de sus seres queridos. Perdona a los equivocados”.
Cuando salí de la sinagoga, había encontrado la paz que perdí hace un año.

Al levantarme, mi mujer se despierta y me interroga sorprendida:
-   ¿A dónde vas, Ismail?
-   No puedo dormir, voy a dar una vuelta. Antes de las ocho estaré de vuelta.
Me visto y salga de mi humilde casa. Hoy hace dos años que llegué a España. Meses más tarde mi familia se reunió conmigo. Nunca me he sentido maltratado. Estoy agradecido a este pueblo. Trabajo y puedo alimentar a mi mujer y a mis hijos.
Cruzo el río y me dirijo hacia el barrio antiguo. Aún no ha amanecido. Son las siete de la mañana cuando dejo atrás el bello puente romano.
Al fondo veo la mezquita a la que me dirijo. Sé que no debo rezar en ella, pero cada vez que he entrado en su interior, el alma se me inflama y me siento en conexión con Dios.
Solo una pequeña puerta está abierta a estas horas. Entro en el bosque de columnas y arcos. Esta debe ser la imagen del paraíso. La simetría de colores y formas evoca al Altísimo.
Me dirijo al Mihrab tratando de olvidarme de la iglesia profanadora. Miro hacia el este y dialogo con Alá. Le pido que el sufrimiento por el que ha pasado este pueblo sirva para hacerlo más fuerte. Tanto dolor no puede ser estéril.
Desde hace un año he atisbado algunas miradas rencorosas, pero es humano. No los puedo culpar. Miles de oraciones en las mezquitas de toda España quizá puedan aliviar el dolor de mis vecinos.
Entre los cientos de columnas, veo con la imaginación el rostro de los desaparecidos. Jóvenes estudiantes, mujeres trabajadoras. El pueblo llano. Ellos no entienden de guerras. Solo quieren vivir en paz y amor. Alguien les ha dado muerte y dolor.
A medida que avanza el reloj me siento más en comunión con todos mis vecinos. Ellos no lo saben, pero desde hace un año no soy el mismo.
Son las siete y treinta y siete. El llanto de miles de españoles me llega desde sus corazones hasta el mío. La oscuridad de la mezquita facilita el sentimiento de solidaridad. Un último recuerdo  a los que ya no sonríen ni aman. Una última plegaria y salgo de la mezquita.
Tristemente camino por la calle apenas iluminada por el sol. El aroma a café me anima a entrar en un bar. Pido un café solo y media tostada con aceite.
En la televisión el locutor inicia el telediario: “Hoy, once de marzo se cumple un  año del brutal…
La chica joven de una mesa cercana no puede evitar que una lágrima le caiga por la mejilla. Se limpia con la mano de forma que la pintura de los ojos le emborrona la cara. Le ofrezco un pañuelo de papel a la vez que le ofrezco mis condolencias.
Gracias a Alá no percibo odio ni rencor, solo agradecimiento. Ojalá sea la última vez que el recuerdo de una fecha, haga llorar a una mujer.

Peón de alma
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 22, 2011, 18:10:22 pm
Como todos

Pedro era un hombre como todos los hombres, que vivía en una casa como todas las casas y dormía con una mujer como todas las mujeres. Tenía un coche como todos los coches, un trabajo como todos los trabajos, un cuerpo como todos los cuerpos, pero su aburrimiento existencial era el colmo de todos los aburrimientos.
Dio una incómoda vuelta en el lecho frío y decidió resignadamente enfrentarse a la monotonía cotidiana de los días infelices y abúlicos. Su traje gris le miraba, perfectamente planchado desde la noche anterior, desde la mecedora de mimbre. En las macetas de la repisa estaban plantados sus geranios y sus esperanzas.
 Cada maldita mañana lucía impenitente el mismo maldito sol a través de la misma puñetera ventana entrecerrada. El mismo cuerpo redundante respiraba junto a él, sobre él, envuelto en él, debajo de él. Los mismos cabellos femeninos, quizá cada vez más largos, variando alguna vez de color y forma, le hacían todas las mañanas las mismas molestas cosquillas en los ojos. Aquellos labios mezquinos, si le besaban, le provocaban arcadas ocultas.
Cada maldita mañana el habitual café tenía el mismo asqueroso sabor a cafetera desnortada y férrea, cada maldita mañana faltaba el maldito paquete de azúcar en la maldita alacena, cada maldita mañana el maldito coche se ahogaba antes de arrancar, cada maldita mañana sus fríos ojos azules dejaban la mirada en la maldita alfombra de la puerta, deseando no volver a la maldita casa, mientras un explícito “*****” salía a borbotones de sus labios malditamente resecos.
Cada maldita mañana se prometía a sí mismo no regresar y cada maldita noche retornaba, rendido a la realidad y decepcionado de sí mismo. ¿Para qué serviría marcharse? Sin una justificación plausible, no tendría más remedio que volver. Lo peor de todo es que tampoco tenía motivo alguno para soportar un día más el tener que quedarse.
Una bendita mañana todo cambió. El sol se negó a entrar por la ventana a la hora acostumbrada y Pedro optó por quedarse durmiendo un poco más. El otro cuerpo cotidiano estaba arrebujado en las sábanas y en el otro extremo de la cama, con lo que sus cabellos no le hicieron cosquillas. Había una bendición de café en el termo y había un bendito paquete de azúcar en la bendita alacena, con lo que se sirvió un glorioso desayuno.
Sus neutros ojos azules sonrieron a la desastrada y por fin bendita alfombra india y salió voceando que aquél sería un día maravilloso. El bendito coche, por supuesto, arrancó a la primera y su rugido alegre no desentonó con la música general de la mañana.
Le faltaba tener el bendito y perentorio motivo para poder dar el vuelco definitivo a su maldita vida, y lo encontró enseguida. Como el coche funcionaba, volvió antes de tiempo a su casa, y como sucede siempre en las películas malas, descubrió al cuerpo que dormía con él envuelto en otro cuerpo, que, evidentemente, no era el suyo. Ni siquiera era un cuerpo masculino. No la mató porque hacía tiempo que ya no la sentía como suya. Sonrió y se sintió bendita y totalmente liberado.
Aquella maldita mujer le había llenado la maldita vida de malditas mentiras, así que su decisión fue rápida.
Ni se paró a mirar siquiera un instante a la bella desconocida que retozaba estrepitosamente gozosa en el lecho con el cuerpo que a él siempre le pareció lo más aburrido entre las sábanas. No reprimió un gesto de asco al ver como se besaban los dos pares de labios, los mezquinos llevando la voz cantante en el intercambio de fluidos. Ni tampoco se detuvo en absurdas poses de voyeur libidinoso. Silenciosa y rápidamente, llenó una bolsa con lo más esencial y tomó por fin el camino de la última puerta con alas en los pies.
Dejó, no sin sentir cierta tristeza, el coche indefinido y abandonado a su suerte en el garaje de la maldita casa y se encaminó veloz a la estación de autobuses, temeroso de tener que arrepentirse. Saludó efusivamente a los niños y ancianos que encontró por el camino, besó con fruición a las mujeres que se dejaron, y también a las que no se dejaron, en arrebatos fugaces de violencia y lujuria que se repetían según iba dando más pasos lejos de las ataduras, de su casa, del cuerpo femenino conocido y del desconocido.
Vació la cuenta común sin el menor asomo de escrúpulos desde tres cajeros distintos. Adquirió diecisiete periódicos diferentes, algunos de ellos escritos en lenguajes totalmente incomprensibles para él y, al menos, un kilo de dulces, gominolas y pasteles.
Tomó sin prisa el autocar del aeropuerto, y para ir más cómodo en él se compró dos billetes. Repanchingado en los dos sillones se atrevió a tararear a gritos a Celine Dion hasta que medio autobús le rogó, tirándole maletas a la cabeza o a donde diesen, que por favor se callara.
Como seguía sin tener ni la más remota idea de dónde podría ir, una vez en el aeropuerto, le preguntó al primer viajero que se cruzó en su odisea qué destino pensaba tomar y por lo tanto él decidió irse justo hacia el extremo contrario.
Exhibiendo una sonrisa que le surcaba la cara de oreja a oreja, y que realzaba el nuevo calor refulgente que emanaba fértil de sus antaño fríos ojos azules, se encaramó descarado al escote de la señorita del despacho de billetes y le solicitó sin hacer caso de su mirada reprobadora un ticket de primera clase y, por supuesto, sólo de ida, para su nuevo derrotero.
Mientras las acostumbradas voces atipladas no llamaron a los pasajeros de su vuelo por megafonía, cambió todas sus ropas en la tienda de segunda mano por libros y discos, y en la tienda de ropa más cara que encontró se compró ropa interior atrevida, dejó sin cuidado en el probador aquellos calzoncillos largos de su abuelo que el cuerpo casero le obligaba a llevar y escogió tres trajes de Armani que no le llegaron a costar nada porque el dejar pasar a un anciano antes en la cola para la caja le convirtió en el cliente un millón. ¿Quien dijo que la educación no daba dinero?
Entró en el avión sintiéndose como Dodi Al Fayed y él mismo no sabía cuánta razón tenía al sentirse así.
No había ningún pasajero más en la primera clase del vuelo, con lo que tres atentas y desocupadas azafatas (una rubia, una morena, y una pelirroja) hacían sus delicias. Se sentía el rey del mundo inmerso en un harén volátil, mientras hacía gala de lo que había adquirido en el departamento de lencería masculina.
Las frecuentes turbulencias no tardaron en hacer su usual aparición y en demostrarse más agresivas que de costumbre. Quizás estuviese pasando algo extraño en la cabina. La azafata pelirroja decidió ir a hablar con el piloto al mando, quien no pudo evitar distraerse un fatídico momento extrayéndole una molesta y pícara aceituna que se había caído traviesa desde la copa de martini del pasajero de primera hasta su escote.
 El torpe piloto necesitó utilizar las dos manos para la tan delicada operación a causa de las exuberantes curvas de la azafata y el continuo contoneo de su cuerpo producido por las fuertes turbulencias y por lo cosquilleante de la maniobra. Así que los mandos se quedaron sin control alguno y de repente el avión subió a toda velocidad en vertical y descendió con la misma premura en picado.
El aparato se hizo añicos contra el suelo del aeropuerto. Los primeros en notar el impacto en toda su magnitud fueron los habitantes de la cabina y los de primera clase. El resto, extraña y milagrosamente, se salvó. El cuerpo de largos cabellos fue capaz (quizás porque quiso) de reconocer al cadáver de primera clase, aunque ése no era el brillo usual de sus ojos.
Apoyada en una sonriente compañera de cama, con destellos de triunfo en sus ojos detrás de los cristales ahumados, se dirigió a su casa en el coche recién arreglado, a tomar café con mucho azúcar y a mirar el sol por la ventana.
 Ya no plancharía más trajes grises.

Tarabela
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 22, 2011, 18:16:03 pm
Manos de jacaranda

Pies de jacaranda con anhelo de charol pisaban una tierra empapada de lágrimas y mísera, que contrastaba con el corazón de Roque que persistía en su afán de bondad y claridad, ennobleciendo los aires de depresión que lo abrazaban. El pan volvía bajo su brazo y las cinco pesetas se habían quedado acurrucadas en las tostadas y rechonchas manos de Manuel, el panadero. Él volvía con su piel de caramelo, con su ritmo pueril e incontenible, con el juego entre sus ensortijados cabellos y el cielo, con sus manos de jacaranda…
               Las calles eran areniscas con recuerdos de empedrada, moteadas con esporádicos vagabundos, que de vez en cuando poseídos por un inesperado antojo maldecían con el puño alto el cielo, y así la pena se apoderaba de cada rincón, de cada esquina, de cada piedra…
                Al fin se detuvo ante el portal de su casa, guardado por una larga puerta de madera carcomida. Con todo su cuerpo lo empujó y ella estremeció toda la casa con un grito de oxidación que llamó la atención de la madre de Roque:
-   ¡Ya estoy en casa mamá!
-   ¡Hola! ¿Has traído lo que te pedí?
-   ¡Claro mamá!

               Quizás la madre albergaba en sus ojos más de cuarenta primaveras, pero nadie lo sabía ni tampoco a nadie le importaba… Hijo y madre se querían infinitamente, el mundo sólo eran ellos dos ¿Quién más ha de haber? Complementaban la familia un padre al que la madre tan sólo lo llamaba ‘’recuerdos de una extraña noche’’ y también un viejo piano que disfrutaba del arte que le regalaba la familia con sus dedos de alcurnia musical, aunque él fallase alguna nota que otra, la edad no pasa en vano ni tan siquiera para los pianoforte. Ella bastante tenía en ocuparse por dar de comer en esa casa, por lo que Roque en sus tiempos libres, no desistiendo en sus intentos por escapar de su mundo empobrecido, tocaba y tocaba las costillitas del piano para hacerle reír y reír en las tantas tardes de otoño, invierno, primavera y verano.  ¡Qué dulces carcajadas le robó Roque a su piano! Él, tan sólo él y sus manos de jacaranda. 
                  Roque pronto encontró un trabajo: pianista de cafetería, ¿qué más podía pedir? Cada noche a las diez empezaba su velada, entre largos vahos de humo que se unían en el techo para esconderle en una niebla nocturna y embriagada, para confundirse en la noche más oscura que se provocaba en ese bar de mala fama, ¿A quién le importaba el maldito pianista y su maldita música?  Pero ellos sí que no le importaban a Roque, él quería tocar y tocaba ¿Qué ha de importar?
                  Un día extraviado, un hombre de postín y gabina elegante entró en el bar, pero nada le llamó más la atención que las carcajadas que no paraba de regalar al aire ese piano, allí encaramado sobre las tablas tras el telón de humo. En cuanto Roque bajó de su estandarte el hombre se le acercó, eufórico:
-   ¡Chico, debes tocar para mí! ¡Tus manos no son para este cuchitril de mala muerte!
¡Yo soy capaz de llevarte más allá de dónde jamás hayas imaginado!
-   Lo encuentro una excelente idea, señor …
-   ¡Narciso por favor!
-   Bien, Narciso… pero ¿Quién es usted?
-   ¡Yo tengo una escuela de música para grandes talentos en la gran ciudad!
-   Pero yo no tengo ni la menor idea de música, simplemente toco el piano.
-   ¿En serio? ¿No sabes qué es un acorde …
-   No.
-   … o un do?
-   No.
-   ¡Dios bendito! Tenemos con usted una faena muy importante, ¡Voy a hacer de usted el mejor pianista del mundo!  Mmm… por cierto ¿Su nombre?             
-   Roque.
-   Ajá, un nombre extraño para un artista, pero la innovación siempre gusta, te sacaré mucho partido chico.
Roque estaba contento, ese hombre de palabras agudas e ideas raras, de eufórico
ánimo y vestimenta extravagante, le había puesto contento .Le extrañaba mucho su presencia, incluso que le hablara. Hasta ahora el mundo le había parecido una burda bola de papel mojado y ahora empezaba a sentir cariño por esa bolita, por fin haría lo que él quería y dónde él quería, no en un ‘’ cuchitril de mala muerte’’ como lo llamaba aquel hombre. <<Lo que hace un hombre en una vida>>  pensó Roque, cómo tan sólo un instante pudo cambiar el sendero vertiginoso por el  que caminaba.
                 Al día siguiente, ya sus maletas estaban en el estudio de Narciso. Se quedaría a vivir allí una temporada, a disgusto de su madre aunque pensara que era lo mejor para su hijo. Pronto empezó su estancia a dar frutos, pronto las notas y las claves volaban por la imaginación de Roque, pronto la armonía armonizaba su propio arte, el arte del pintor que pinta el aire y del escultor que modela el viento. Vivos y bellos cuadros dibujaba en su habitación, que se disipaban con las cadencias auténticas de la noche.  Narciso estaba muy contento de los resultados así que decidió enviarlo por Europa, dónde pudiera mostrar al mundo sus  bellas manos de jacaranda.
                  Por correspondencia postal Roque le aseguraba a su madre que todo iba muy bien  y que pronto marcharía para perderse por los rincones del viejo continente, cuya respuesta siempre era <<Abrígate bien, hijo>>.
                  La noche parisina se enamoró de las dulces veladas que Roque regalaba a las estrellas. Más tarde la noche berlinesa amilanó su acento por escuchar ese trino que traía un extraño pianista desde tierras de primavera.  ¡Cómo no! La noche londinense cesó de llover, cesó de fumar y calló, pues las manos de Roque daban un nuevo discurso entre las cálidas y sedeñas cortinas de Buckingham. Así las ciudades se sucedían, y como ellas las sonatas, valses y minuetos, y toda Europa acallaba cuando ese piano de abril reía, como surgido de las mismas calles de Amelín.
                  En una inesperada velada vienesa el teléfono en un estremecimiento aterrador sonó, se paró la maravillosa actuación de Roque, el cual al teléfono:
-   ¡Puede ser importante porque acabo de abandonar una actuación!
-   Señor, lamento comunicarle que su madre se encuentra en muy mal estado y seguramente no le quede mucho tiempo de vida.
                  Roque no devolvió respuesta, no podía, el cuerpo entero se le había parado, no había noticia que menos esperase que esa en tal mágica noche. Apareció detrás su mayordomo:
-   ¿Se encuentra bien señor?
-   Eeh… No, Dimitri, no… debemos regresar…
                   Nunca se había sentido tan abatido, estaba acostumbrado a esquivar los golpes de la vida pero éste, justamente éste, lo había encontrado desprevenido. Su historia se repetía, en un cambio constante e inesperado de dirección vital, todo el futuro soñado se truncaba por un solo instante, por un suspiro.
                   No tardó en llegar ante el portal de su casa, esta vez no volvía de comprar el pan. Como de costumbre la puerta avisó de su llegada y todos los huéspedes tornaron sus ojos cansados y rendidos. Eran los de los doctores, no sabían qué hacer por esa mujer. En cuanto Roque la vio, allí tendida en su camastro, con lágrimas en los ojos agarró con fuerza la mano de su madre, como quien agarra su último suspiro por no dejarlo marchar nunca. El chico vio que quería decirle algo, acercó su oído:
-   Por favor hijo mío, toca por última vez.
                   Apesadumbrado Roque se acercó al taburete carmesí, no podía sentarse, en aquel momento tocar era lo último que deseaba pero era el postrero momento junto a su madre, por lo que ese deseo lo sería todo en el recuerdo del joven.  Se sentó, y tranquilamente posó sus manos sobre la perfecta anatomía del piano y sin previo aviso, como una sorpresa para el aire, sus manos empezaron a tocar tímidamente, para afirmarse cada vez más sobre las paredes, sobre la noche, sobre las estrellas, para erizarlas en un escalofrío de primavera y emoción. Fuertemente contenía sus lágrimas en lo más hondo de su alma, que luchaban por salir y quebrar su pecho de un grito. Seguía el piano riendo, tras su risa falsa, llena de amargura, llena de pena… Las rendijas, las lozas quebradas empezaron a contagiarse de la vida que desprendían los dedos de Roque y como ellos toda la casa. Una calidez envolvió las superficies y las aristas, y esa misma el semblante de su madre. Pero el final llegaba apoteósico e hiriente, como una flecha de ensueño en el corazón de Roque y poco a poco  el piano menguaba  su altivez, sus ganas de vivir para decirle a su pianista que un mi trágico se avecinaba y él, llorando, penosamente mojaba sus dulces manos, sus manos de jacaranda.  Y finalmente ese mi llegó con voz grave y sentenciosa, con voz que llama al destino, cadente y descansada…
                        Una mano agarró el hombro de Roque el cual se giró esperando el pésame del doctor pero a su mirada encontró los dulces ojos maternos, aquellos que tanto quería abrazar, se quedó absorto ante esa mirada… y le abrazó… Entonces ese mi volvió a sonar en su corazón con un alma viva y esperanzadora, llena de alegría y cariño, qué el mismo había creado en su juego con el viento con sus dulces manos, con sus manos de jacaranda.

Fidelio
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 22, 2011, 18:18:57 pm
Un suicidio pendiente


A veces uno ve la vida como un caleidoscopio con sólo dos espejos, ya que el tercero lo hemos perdido por el camino. Entonces nos sentimos un peso pesado dentro de un ring amurallado donde el gentío grita a nuestro alrededor: _  Remátale, que nos queremos ir a casa_ Y añaden: _es tan malo que debería estar en el infierno_  Uno entonces es cuando desvanece y se sienta entre nubes mirando hacia el suelo, encima del borde de una cornisa casi desconchada, con las puntas de los pies asomando al mundo. Y Pensamos: _ Ya no hay polvo que remover_ Sacamos del bolsillo la moneda de la suerte. Ésta nos ha acompañado en el final de curso, cuando Lucy dijo sí en aquel pasillo, en la puerta del estadio con los Carribans, cuando pasaron a cuartos. Luego vino la facultad, y el cum laudem llegó a nuestra vida, pero sin embargo, siempre estamos que nos falta el resuello para llegar a la meta. De manera sobrepticia, sacamos del bolsillo derecho una moneda. Ya que en el izquierdo todavía nos queda alguna pipa caducada. Y con toda la fuerza desde aquel ático que casi toca las nubes tiramos con los ojos apretados la moneda ganadora. Apretamos el puño. Todo nuestro cuerpo se constriñe para a hacer llegar a la suerte lo más lejos posible.
La moneda sigue su curso, se asoma en el sexto y ve a Andy Carrington con el pantalón bajado, mientras que Laura Lowell se percata que alguien está detrás de ella por lo que ésta, en un gesto rápido se pone a buscar sus lentes. La moneda sigue su curso. En el cuarto está Frank Luck, con un montón de billetes que saca de un maletín encuerado, oliendo el dinero y atusándose el pelo después. La moneda cae en el marco del ventanal del segundo, por lo que la señora Rita abre la ventana y vuelve a echar la moneda al vacío. La suerte nunca estuvo con ella. Le prometieron un marido y hace dos años que le espera en el quicio de la puerta. La moneda cae hasta la calle y llega hasta la cabeza de un chico que está semitumbado en la orilla de la playa. Se llama Mario Testino, le llaman “el diseñador” con sarcasmo, entre sus grupo de amigos, hace unas décimas de segundo estaba diciendo a su chica.
_ ¿He tenido esta mala suerte en mi vida, o es que me ha mirado un tuerto?_

Candy que así se llama con su estrabismo que la persigue desde hace dos años dice: _ Siempre estás con eso y podías ser un poco más considerado_ y añade: _ Ya sé que cuando estás conmigo, no sé si miro a Yakutia o a Colorado, pero piensa que así no siempre estaré a tu lado, como esas mujeres que  chupan la energía, y que miran con mirada fija, valga la redundancia_

_ Lo sé Can, pero es que no es normal que en una semana, me deje mi mujer, me tenga que echar una novia que no come marisco y desde que va conmigo dice que le encanta y ha hecho que pierda todo mi sueldo en menos de una semana_

_ Ya estás otra vez con eso_ dice Can apartando un mechón de su pelo

De pronto la moneda cae en la cabeza de Candy, dejándola inconsciente. Al segundo él llama por teléfono a urgencias: _ Vengan corriendo, mi novia ha dejado de mirarme_

Can abriendo un ojo le dice: _ Sabes tonto, que siempre te miro, lo que pasa es que también miro a otros, como aquel hombre que está ahora mismo en la azotea, y que parece que nos quiere decir algo_ Y añade con un un ojo medio abierto: _ Usté, si usté, ¿quiere decirnos algo?_ De pronto, el novio de Candy, coge la moneda y la arroja con tanta su fuerza hacia él señor de negro que sigue con sus pies colgando. La moneda en un travelling hacia el cielo se mueve rápidamente hasta llegar a la frente del hombre que tiene un suicidio pendiente. Éste semiinconsciente ya que le falta algo de consciencia, cae hacia atrás y dice con cara risueña: _ ¿Por qué nunca la suerte está de frente?_

Lidia
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 22, 2011, 18:23:37 pm
Conversación de instituto


Al fin, Iván se envalentonó, decidió que la chica nueva, además de ser negra, era demasiado rara, demasiado ajena a aquel cúmulo de reglas no escritas, de convenciones y modas que era el instituto. Demasiado ajena a ese sistema de discriminación prácticamente aleatoria que hacía unos años le había destrozado y que, ahora, tiempo después, lo subía a lo más alto. Ahora era mayor -el mayor-, sabía más sobre la vida, se atrevía (y lo hacía a menudo) a poner en su sitio a cualquiera de esos niños ignorantes, a encumbrar a los que le entretenían.
-¿Porqué nunca hablas de tu vida anterior? ¿Qué eras?- Iván sonríe, seguro de que su “sutil” intento de molestar a la chica la amedrentaría.
-Porque no quiero. No te interesa. Y nunca he sido un que, siempre fui un QUIÉN, bien grande.
No lo aparentaba, paro Akua estaba ese día peor de lo normal, había ido al instituto porque no quería disgustar a su familia de acogida, la de ese momento le caía medianamente bien, pero la actitud de esos jóvenes blancos e ignorantes la estaba enfadando. Y sabía que si la seguían pinchando saltaría, aunque no sirviese de nada, solo por ver la cara que ponían.
-No dices nada… eres una cobarde… ¿tienes miedo de que se te rían?
-No sintetices en mí tus miedos y no te atrevas a llamarme cobarde, nunca, porque no sabes el verdadero significado de esa palabra.
-No me des largas… cobarde.
Akua se sorprendía de que ese fuera el maduro del grupo, tenía ganas de decirle cuatro cosas, aunque no fuera lo correcto, le apetecía demostrarse a sí misma que podía decir lo que quisiera, que no la lincharían por hablar más de lo que se esperaba.
-No me escuchas ¿verdad? No tienes derecho a usar esa palabra. No sabes lo que es tener a la muerte respirando en la nuca. No sabes lo que es tener el miedo pegado a cada palmo de tu piel. No sabes lo que es tener la certeza absoluta, mientras sientes que el corazón no puede irte más rápido y que tus piernas van a dejar de responderte muy pronto de que, si no continúas, te matarán lenta y dolorosamente.
“Tú no tienes ni idea lo que es oír continuamente los ecos de los disparos que mataron a los tuyos, los gritos de las mujeres a las que violaron. No sabes que es arrepentirte cada día de haber permitido que esos blancos que venden armas a los tuyos para que se maten entre ellos y se olviden del verdadero enemigo, de dejarles que te trajeran a su gran mundo desarrollado.
“Soy negra en un mundo de blancos, soy mujer en un mundo de hombres, soy natural en un mundo de artificiales. Soy muchas cosas, pero no te atrevas a decir que soy cobarde. Tú, no.
Iván se la quedo mirado, consternado, viendo lo absurdo de sus convicciones robadas de fríos testimonios y libros sin nada de humano. Viendo la hipocresía y absurdez que acumulaba, prometiéndose cambiar.
Aunque, por supuesto, no lo hizo. Volvió a sus diatribas racistas y fascistas antes de que ese pequeño testimonio de mujer negra cambiara en algo el perfecto mundo de apariencias perfectas que se había creado.
Y Akua se alejó del pequeño grupo, sabiendo que no había cambiado nada, orgullosa, altiva, miedosa, luchando como siempre por amortiguar el sonido de las balas en sus oídos, ese sonido que llevaba ya más de un año enloqueciéndola, carcomiéndola, entumeciéndola, llenándola de un frío aterrador y solitario. Ese sonido que, aunque la destrozara cada día un poco más, la hacía sentirse ella misma, la hacía SER.

Catherine
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 22, 2011, 18:28:50 pm
Como ya le he comentado a algunos participantes, poco a poco se llega lejos. A día de hoy contamos con un "retraso" de alrededor de 60 relatos por publicar, a lo que hay que sumar todos los que recibimos diariamente. Esta III Edición del concurso literario Forummontefrío, con un plazo de entrega reducido en un mes respecto a ediciones anteriores, vuelve a pulverizar todas nuestras expectativas, consolidándose como uno de los referentes literarios de la provincia. ¡Gracias a todos!
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:18:35 pm
EL SILENCIO ME ABRAZA

Te lo arrebató todo. Llegó en silencio. Sin avisarnos. Te quitó todas las llaves y lentamente,  a escondidas,  te robó los recuerdos. Todo estaba oscuro.
Ayer te robo nuestros nombres, hoy borró nuestros rostros y mañana te conducirá a un lugar extraño donde no conocerás a los que estén a tu lado. 
Se llevó tus palabras, palabras llenas de vida, palabras cortas, palabras cultas y devoró tus lágrimas.  No se paró a preguntarte si esas lágrimas eran de tristeza o de alegría, simplemente se las llevó.
 Tus manos eran unas grandes desconocidas y tú las mirabas ensimismada, no entendías  que hacían una frente a la otra. Se movían descompasadas,  ya no te pertenecían.
El tiempo te encontró y  se detuvo. Retrocedió rápidamente y todo te resultó extraño y desconocido.
Se llevo tus sueños y tu descanso sereno. El reloj ya no cantaba las horas y la noche y el día se sucedían para ti sin ningún sentido.
Te arrebató a los amigos, o simplemente se fueron. No entendieron nada y sintieron miedo. Sólo nos quedó su silencio.
Pero yo me afanaba en hablarte, en recordarte, en contarte y en enseñarte los muchos y  bellos  momentos  vividos.
Te escribía nuestros nombres, te mostraba nuestros retratos y paseábamos por lugares  conocidos y  entrañables.
Te lo arrebató todo, pero olvidó una pequeña llave que guardabas muy dentro del corazón. Allí no  dejaste que  entrara.
Aquella  tarde luminosa de primavera, tu mirada perdida se clavaba  en un bellísimo cielo azul.  Caminábamos despacio. Recorríamos  como cada día el camino hacia el parque y, de pronto, tu mano agarró  fuertemente mi brazo. Tu mirada se transformó mágicamente y sin darse cuenta te devolvió tus dulces ojos. Tus piernas soltaron el pesado lastre y me guiaron ligeras hasta el tronco del viejo  roble.
Una suave sonrisa apareció entre tus labios y  señalaste  en el árbol una antigua inscripción: dos nombres y un pequeño corazón.
Allí, en lo más hondo de tu ser no pudo entrar. No logró arrebatarte nuestro  Amor ni tu bella sonrisa.
Cuando terminé de leer la inscripción, quise compartirla nuevamente contigo…
 Tus ojos paralizados viajaban lejos, tu sonrisa difuminada se perdía en el fondo del lago y tus manos descompasadas, inseguras y temblorosas desaparecían en la oscura cueva de tu mente…
Hoy me gustaría contaros tantas  historias, tantos momentos, tantas sonrisas y tantas  lágrimas…
¡Lo desearía tanto!
Pero el silencio me abraza, me empuja y me desnuda frente a la ventana, que se deja acariciar lentamente por la lluvia. Sentado frente a ella  y con la mirada perdida,  sueño…
 Sueño con volver a encontrarme su risa, su mirada y el cálido susurro de su voz  acariciando mis oídos.
Me gustaría contaros tantas mañanas despertando al alba, tantos paseos por la campiña  y  tantas idas y venidas junto a ella.
¡Lo desearía tanto! Pero  mi voz se marcha,  Quisiera alcanzarla, pero el miedo paraliza mis pasos y escapa.
Callado, inmóvil, escuchando el sonido acompasado de las gotas de lluvia al caer sobre los parterres, pienso…
Pienso en mi vida y siento como el tiempo, enemigo, se me escapa sin que pueda lograr atraparlo. ¡Todo es tan rápido! Tú lo paraste, lo hiciste retrocedes y a mí se me escapa.
Me gustaría contaros tantas tardes con la mar susurrándonos al oído, tantas veladas  sintiendo su cuerpo cálido junto al mío y tantos amaneceres despidiendo a las estrellas.
¡Lo desearía tanto! Pero la memoria duerme. Los recuerdos se difuminan y  mi mente descansa…
_Aún tienes las manos ¡Vamos! ¡Escribe!
_ ¿Quién eres? ¿Acaso te conozco? _ Un halo de luz ciega mis cansados ojos.  Observo  mis manos, gastadas y temblorosas. Despierto y acercándome a la ventana  húmeda y fría, escribo: ¡TE QUIERO! Pero un suspiro de viento helado me arrebata  las palabras y recojo una pequeña gota agonizante del cristal.
El silencio me abraza...

Pequeña luz
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:20:12 pm
Palabras mediante

Entraron bastante torpes al momento en que debían conocerse sus cuerpos. Él comenzó por confundir caricias con apretones, mientras que ella tardó cuatro siglos en desenfundar sus labios. Para cuando el primer beso los reunió en un mismo silencio, el inicial deseo había cedido su lugar a un incómodo vacío de estómagos. Él, aterrado de ellos mismos, propuso una copa de vino como tabla de salvamento, a lo que ella contestó que por qué no la botella entera. Sin volver a la ropa aunque bien provistos de vergüenza y confusión tomaron posiciones defensivas en el sofá intentando aparentar entereza. Tras unos minutos bastante adolescentes,  poco a poco empezaron a surgir palabras que les salvaban, momentáneamente, de acciones, y cuando la segunda copa les relajó el pulso se hallaron, casi sin haberlo planeado, en animada conversación. Él proponía un pensamiento banal y ella, tras hacerse juguetonamente la infranqueable durante unos segundos, acababa por aceptarlo tras un breve intercambio de pareceres; seguidamente ella exponía su opinión sobre cualquier otra levedad humana y él debía apretar con fuerza los puños y morderse los labios para evitar vocear más alto de lo adecuado cuán de acuerdo estaba con tales argumentos. Llegados a un punto de conexión ideológica que él consideró suficiente, se despojó de cualquier tipo de compostura y se arrojó sin más a temas que entrañaban cierto riesgo; ella, carente de inhibiciones a estas alturas, aceptó el desafío que él proponía sin titubear lo más mínimo y se lanzó provocadora a discrepar, rebatir o enjuiciar cada sílaba de su discurso, lo que a él encandiló hasta límites inimaginables. Él la observaba devorándola a interrogantes desde su esquina del sofá; ella, mimando cada ingenio antes de entregárselo incondicionalmente, percibía dentro de su ser un temblar de mundos hasta ahora desconocidos. Este vaivén de ideas, armonías y algún que otro desacuerdo los bañó en sudor y les acabó estallando a pedazos de bienestar. Para cuando quisieron darse cuenta el sofá les había quedado grande y se descubrieron en una de sus esquinas abrazados, distendidos y aún vistiendo nada más que una amplia y plácida sonrisa. Por algún extraño azar, ahora él encontraba tan fácil acariciarla que parecía que no hubiese hecho otra cosa jamás en su vida. Ella desenfundó familiarmente sus labios y le regaló un beso que él deseó que se prolongase, al menos, por cuatro siglos. Quedaron en un silencio para nada incómodo observando la  botella vacía sobre la mesa, y probablemente ambos decidieron al unísono que nunca antes habían deshecho el sexo con tanto amor.             

Roddick
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:26:13 pm
Involuciones


Julián aceptó el puesto. Y eso que no le convencía en absoluto. Pasar su precioso tiempo enfrascado en la observación de los microorganismos acuáticos, las incomodidades enormes que suponía el trabajo de campo, la recogida de muestras y, por fin, la elaboración de un largo informe que nadie leería (pues, hasta la presente, las aguas del Buendía no habían modificado su plácido y monocorde comportamiento), le aburrían desde su mero planteamiento. Sin embargo, le pagaban bien, y el pantano en cuestión no estaba muy lejos. Su mentor, el doctor Sandoval, siempre andaba a la busca de nuevos proyectos, tenía buenos contactos, y Julián sabía que, después de este, vendrían otros trabajos más interesantes, y, por fin, el ansiado reconocimiento de la siempre exigente comunidad científica en las ramas de la microbiología, la etología y la filogenia, pues en todas ellas Julián se las daba de saber más de la cuenta y en todas ellas había publicado algún artículo con extraordinaria acogida. Así que pilló lo indispensable para el aseo, varias camisetas, unas botas de montaña, embaló el laboratorio como Dios le dio a entender y se dirigió hacia aquella laguna que habría de ser su perdición.
Justo a un kilómetro de la casetilla de información, a la entrada del parque, se levantaba una cabaña de madera que había servido durante años al guardabosques de la zona. Pero el último funcionario se jubiló hacía tiempo, y su plaza no fue de nuevo cubierta por la Administración competente, así que en la casucha tendría Julián ámbito donde montar su laboratorio. Allí viviría el tiempo necesario para la elaboración de un estudio que pudiera ser considerado serio y dentro de los parámetros científicos.
Como hacía calor, el joven investigador, cada mañana, sacaba la mesa y los materiales bajo el porche, sombreado por una parra demasiado grande para el entorno. En aquel pórtico clasificaba muestras, que no solo eran de agua, sino también de lodo, hierbas e insectos (de los que, extrañamente, no conseguía apenas ejemplares), así como de cualquier elemento biológico que se considerara propio del ecosistema lacustre. Por otra parte, su trabajo no era sino continuación de un proyecto más amplio iniciado años atrás, por lo que ya se había dado por concluida satisfactoriamente una primera fase de la investigación y su labor no debía sino confirmar lo ya demostrado en el orden lógico de las cosas. Sin embargo, su voluntario muestrario de arbustivas, elaborado con mimo en sus ratos libres, empezó a darle ciertos quebraderos de cabeza, pues, a pesar de medir a conciencia y por varias veces los diámetros de los estróbilos, se apreciaba en ellos un aumento de tamaño tan desmesurado en tan corto espacio de tiempo que no era capaz de darle una explicación mínimamente plausible y que pudiera deducirse a primera vista. No se apreciaban variaciones en la salinidad ni el pH de las aguas; no se habían producido desecaciones bruscas ni, por el contrario, precipitaciones riesgosas que hubieran tenido como consecuencia indeseables derrumbamientos y disoluciones dañinas, ni vertidos tóxicos procedentes de polígonos industriales, pues, todo hay que decirlo, en kilómetros a la redonda no se apreciaban señales de civilización, como si a aquellos páramos jamás hubiera llegado en serio la revolución industrial, como si de repente hubieran regresado a los bosques subtropicales del Mioceno. La gente del lugar, que era poca y extraña, siempre decía que aquello venía ocurriendo desde lo del platillo volante.
Julián quiso investigar, por simple curiosidad, ese punto, y tirando de hemeroteca fue a dar con un número de El caso que contaba la aparición de una nave, al parecer extraterrestre, que dejose ver durante varios días seguidos sobrevolando la zona en busca de un lugar donde aposentarse. En alguna fotografía que ilustraba la inverosímil historia se intuía a duras penas un gran disco grisáceo de contornos borrosos y proporciones magníficas. Los testigos aseguraban que estuvo durante días planeando tranquilamente a plena luz, hasta que una tarde, después de emitir unos sonidos indicativos de que algo no iba bien del todo (podía tratarse del acabamiento del combustible o de una avería de difícil solución), desde una altura considerable, cayó en picado sobre el lado este del pantano, que, desde entonces, y seguramente por algún componente desconocido que la aeronave transportaba en sus bodegas, empezó a experimentar un crecimiento desmesurado en toda su vegetación y, por ende, en todo bicho viviente que tuviera a bien alimentarse de ella.
Julián no daba crédito a aquellas supersticiones y se sonreía sin disimulo con aquel invento de seres primitivos. Él era un científico, y debía dar a cada fenómeno una explicación incuestionable y completamente irrebatible. No obstante, lo único que hasta la presente se veía capaz de demostrar era que en sus cuadernos no tenían cabida las hojas de los avellanos, y que cada mañana debía salir de la casa a golpe de machete para abrirse paso por entre el emparrado. También entre las junturas de los tablones del suelo crecían jaramagos y retamas, de manera que buena parte de su tiempo la empleaba en rasurar la superficie del piso a conciencia y sin apenas resultados. Y todo empeoró cuando notó con cierta desazón que a las pocas semanas de estar allí se sentía más grueso a pesar de su estricta dieta de proteínas y fécula, hábilmente complementada con los frutales que proliferaban por la zona al cuidado exclusivo de la intemperie. A este paso se convertiría en un monstruo de feria, en un exponente incómodo de anómalo gigantismo.
Julián propició nuevamente un encuentro fortuito con los lugareños, pues le cabía la duda de si en el reino animal no se habían observado mutaciones semejantes. «¿Quién le ha dicho a usted que no? Lo que ocurre es que, como puede ver, por aquí no hay mucho ganado».
Julián fue informado entonces de cómo, en un momento dado, los insectos empezaron a ser descomunales y sus picaduras peligrosísimas, de modo que se procedió a su concienzuda eliminación con potentes productos que diezmaron por completo la población de los invertebrados. Julián pensó entonces en el efecto dominó que aquella exterminación podía haber traído consigo, empezando, sin ir más lejos, y por tratarse de un hábitat pantanoso, por el reino de los anfibios, que, al verse privado de su alimento en la fase adulta, habría muerto también indefectiblemente. El científico se lanzó a la búsqueda de sus cadáveres, y entre los descomunales juncos y el barrizal semoviente recogió unos esqueletos de anuros dignos de una película de ciencia-ficción, pues, a pesar de identificarlos como exuberantes sapos vulgares, andaban dotados de una cola prolongada y bífida en su extremo. Algo extraordinario de ver, aunque en concreto a Julián le produjo un escalofrío que no le desapareció tan fácilmente.
Julián iba, pues, apuntando con sumo cuidado cada uno de esos cambios inexplicables. Pensó entonces que aquel trabajo en principio insulso y meramente de trámite se estaba convirtiendo, por mor de las estrellas, en una aventura que podía abrirle las puertas del éxito sin demasiado esfuerzo. Ya se veía en un amplio auditorio presentando los resultados de aquella investigación sobre evoluciones vegetales, anfibios mutantes e insectos masacrados por su toxicidad y, por qué no decirlo, su desconsiderado tamaño. Eso si dejaban de crecer sus también tremendas espaldas, que a duras penas encajaban ya en las cada vez más ajustadas camisetas. («Habrán encogido. Al ser de algodón…») A esta incomodidad se añadía otra de no menor importancia, y eran los errores continuos que cometía al teclear en el portátil por el crecimiento inusitado de sus dedos, que habían ido ensanchando a ojos vista y en algunos puntos enrojecían de un modo desagradable como la piel viscosa de los dendrobátidos.
Aquella noche Julián tuvo unas terribles pesadillas. Se vio en el pellejo del tristemente célebre Francisco de la Vega Casar, tan conocido entre los mitos cántabros como las anjanas y el tentirujo, del que, se dice, siendo aprendiz de carpintero, fue a nadar con unos mozos y desapareció tragado por las aguas, con la consiguiente pena de su madre que no ha mucho había perdido también a su marido, para reaparecer al cabo de un lustro en las redes de unos pescadores en Cádiz con escamas y aletas como si de un pez se tratase, y que, después de interrogarlo, solo fue capaz de pronunciar el nombre de un pueblo lejano al borde del Cantábrico, y hacia allí fue llevado, y él solo reconoció el camino hasta su casa donde su madre lo recibió con tanta extrañeza como alegría y donde vivió unos años más hasta que de nuevo sintió la llamada de la mar y desapareció entre la espuma para siempre.
Julián se despertó empapado en un sudor viscoso y blanquecino que no fue capaz de borrar en todo el día y un amargor en la boca que le impedía tragar. «Tendré fiebre», pensó, y se echó a dormir un rato a la sombra de la parra mientras vigilaba su evolución, pues las ramas crecían de tal modo que a punto estuvieron de envolverlo y ahogarlo sin piedad en varias ocasiones.
Se sucedió, pues, una serie interminable de días con sus correspondientes noches en las que Julián solo soñaba con monstruos de película, con horribles mutantes que destruían la tierra, y muy de tanto en tanto con dulces cuentos infantiles de príncipes convertidos por hechizos en sapos malolientes a la espera de quien los transformara de nuevo, con el siempre preceptivo beso de amor, en el hermoso caballero que fuera en el origen.
El hombre despertaba cada vez más ancho y viscoso, y ya empezaba a respirar con cierta dificultad a través de las primitivas branquias que por ensalmo le brotaron. Progresivamente evaluaba en sus propias carnes un nuevo cambio involutivo, generalmente bastante enojoso. Empezó a amarillear de un modo alarmante, hasta que aquella palidez se volvió verdosa; los auriculares del ipod se le resbalaban de sus cada vez más reducidos pabellones auditivos, y seguía sin poder teclear con fluidez los resultados de su increíble descubrimiento, pues al grosor de los dedos se unía una incómoda membrana que empezaba a soldar las falanges y entorpecía el manejo de las extremidades. Y ya, por último, nada más tuvo ocasión de escribir, pues el cerebro llegó a marchitarse como el de un mosquito.
***
El doctor Sandoval veía con cierta alarma que el límite de la investigación se iba cumpliendo y su subordinado no daba señales de vida, así que decidió personarse en el pantano para zarandearlo un poco si era menester. Nunca Julián había sido tan informal. Y ahora, por supuesto, era el peor momento para dejarse ir. Al volante de su todoterreno, escuchaba una música suave y adormecedora acorde al magnífico vergel en el que iba adentrándose. «No recordaba esto tan frondoso», pensó mientras frenaba el automóvil para pasar sobre el viscoso musgo que se extendía por la carretera. A los lados crecían esponjosos sauces que colaban sus ramas por la ventanilla. El doctor Sandoval tuvo por momentos la extraña sensación de que se agarraban a los salideros y tironeaban para engullirlo en la espesura.
Guiado por el mapa, llegó a donde se suponía estaba asentada la primitiva casetilla del guarda, pero en su lugar solo había una enorme parra como nunca hasta entonces había visto, con racimos que caían hasta el suelo y esparcían un aroma a mosto marchito. Dentro de aquel inmenso matojo se oía claramente un sonido gutural desagradable e insistente, un lamento triste, una queja de algún animal a todas luces desconcertado.
El doctor Sandoval no se arredró y fue apartando los ramones de aquella gigantesca sarmentosa. A medida que apartaba el ramaje, este volvía en algún punto a cerrarle el camino de retorno hacia la civilización. Ya no había vuelta atrás. Solo le dio tiempo a lanzar un grito de espanto cuando, justo en el centro de aquel amasijo verde de hojas y fruta, lo encaró suplicante un enorme sapo cubierto de jirones de algodón que respiraba trabajosamente y lo engulló sin miramientos con su enorme lengua protáctil.

Armandita leal
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:31:17 pm
Pernambuco, 5:30 PM


Por fin, Mario tiene su teléfono de última generación.

— No lo dude, es usted un afortunado —, ha dicho el vendedor mientras le entrega el recibo para que firme la compra.

El teléfono incluye televisión, control digital, video panorámico, GPS, manos libres, control remoto, dos entradas UBS, cámara de fotos, cámara de video de alta definición, conexión a Internet e incluso servicio TLS.

— ¿Y tiene servicio TLS? —, ha preguntado Mario.

Mario sabe perfectamente que el teléfono cuenta con servicio TLS, aunque no sabe muy bien en qué consiste, pero es igual, él quiere oír del vendedor que su teléfono cuenta con ese servicio.

— ¡Por supuesto que tiene servicio TLS! Le recuerdo que acaba usted de comprar un teléfono de sexta generación.

Satisfecho, Mario estrecha la mano del vendedor con gestos tal vez excesivamente ceremoniosos, pero es que por alguna extraña razón se siente como si acabase de cerrar una operación bursátil en las escalinatas de acceso a Wall Street. Ahora mismo, piensa que acaba de entrar por la puerta grande en el mundo de la Sexta Generación.

Mario sale a la calle e intenta llamar a su esposa para darle la buena noticia, pero comprueba con desazón que el teléfono no tiene función de llamada. Regresa a la tienda para quejarse al vendedor.

— ¿Llamar? — dice el vendedor casi indignado— ¡Éste es un teléfono de sexta generación! ¿Qué necesidad tiene de llamar, si desde su pantalla puede saber al instante el tiempo que hace, por ejemplo, en Pernambuco?

Mario sale de la tienda pensando en que el vendedor tiene razón: ya tendrá tiempo de anunciar la buena noticia a su esposa. Llamar, al fin y al cabo, no deja de ser un invento del siglo pasado. Se sienta en un banco de la calle y pide información a su teléfono sobre las condiciones climatológicas de Pernambuco. Introduce las coordenadas, pulsa la tecla “Enter” y al instante aparecen, pixelados pero nítidos, los datos en la pantalla:


CIUDAD: Pernambuco
HORA: 5:30 PM.

TEMPERATURA: 20 Grados
HUMEDAD RELATIVA DEL AIRE: 67%.


Y Mario sonríe, satisfecho y orgulloso, con ese orgullo que da el pensar que a un solo golpe de tecla tienes el mundo entre tus manos.


José manuel
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:37:12 pm
El maldito viento


De pronto, al otro lado de la ventana, comenzó a soplar un fuerte viento. Subí la persiana y vi a través del cristal cómo los árboles plantados al borde de la acera agitaban sus esqueléticas y negras ramas sobre la desierta terraza del bar. Aún no había sido capaz de averiguar qué clase de árboles eran, ignorancia que me enojaba. Las espigadas farolas también bamboleaban su anaranjada luz de un lado a otro con un ritmo preocupante y un sordo estruendo que a mí se me antojó apocalíptico parecía venir rugiendo desde muy lejos.
   Recordé que por la mañana, en la radio, mientras conducía hacia mi trabajo, habían anunciado que una masa de aire africano  nublaría nuestros cielos y haría subir los termómetros. Me pregunté si ese viento cálido e impetuoso no tendría su origen quizás en Marruecos, país donde unos suicidas kamikazes habían matado ese mismo día a más de cuarenta personas. Quizás si abría la ventana, podría oler la sangre, aunque la tierra del atentado estuviera demasiado lejana para este fin.
   Bajé la persiana y volví a sentarme junto a la espartana mesa de mi habitación, a la luz de un flexo de diseño clásico con una bombilla de bajo consumo. El fragor del viento continuó amenazando afuera. Persistí en mi idea apocalíptica. Imaginé que el fin del mundo, si realmente se produjese algún día, podría llegar así, con un aparentemente inofensivo y atronador viento del sur. Días antes había leído en un tebeo una historia sobre los fatales efectos de la cercanía de un agujero negro al planeta Tierra, cómo el mundo entero era succionado como en un vulgar desagüe por esa tenebrosa espiral cósmica sin dejar rastro alguno de la Humanidad. Antes, explicaba el narrador, el tiempo se ralentizaría hasta el extremo, hecho que yo no atinaba a comprender,  cómo un segundo podía llegar a convertirse en un lustro, justo antes de la muerte definitiva y absoluta. 
Batman, es decir, Bruce Wayne para los amigos, vio marcada su vida por un doble homicidio. Tuvo la desgracia de ser testigo de la muerte de sus padres por los disparos fáciles de un atracador de poca monta a las puertas de un teatro. Este hecho determinó su posterior carrera como superhéroe. Sobre la mesa hojeaba uno de mis cómics del Caballero Oscuro. A los quince años inicié mi colección de cómics, sobre todo historietas de héroes americanos. No se trataba una colección digna de mención; pero era mi colección, una colección con un gran valor sentimental. Cuando me separé de mi mujer y mis hijas, hacía ya siete años, se me permitió llevarme, entre las pocas cosas que saqué de la que hasta ese momento fue mi casa, mi voluminosa y polvorienta colección de tebeos atados con cuerdas y  desde entonces era una de las pocas posesiones que tenía en mi nuevo domicilio. Cada noche leía uno,  en un estricto orden cronológico, acariciando con suavidad la superficie rugosa y amarillenta del papel sobre el que hacía años se había derramado un poco de zumo o un resto de café.
Subí la persiana de nuevo y comprobé que el viento soplaba con más ímpetu aún. Había  derribado las sillas y las mesas de aluminio de la terraza y las arrastraba a su antojo por la avenida. El interior del bar  estaba aún iluminado; pero nadie había salido  a recogerlas. No parecía un viento húmedo, como el que arrastra una borrasca, sino un viento seco, polvoriento, destructor. Pensé que desde el balcón del salón podría  observar con más claridad lo que estaba ocurriendo y me dirigí hasta él. Antes de que pudiera asomarme algo compacto y redondo, algo que volaba o era lanzado por el mismo viento chocó violentamente contra las puertas acristaladas y esparció restos de vidrio sobre mi rostro. Se fue la luz. Asustado y ciego tanteé la oscuridad intentando buscar el cuarto de baño. Me dolía la cara. La luz eléctrica hizo un amago de venir, se fue otra vez y se restauró por fin. En el cuarto de baño contemplé mi rostro ensangrentado. Un minúsculo triangulo de vidrio había estado a punto de clavarse en mi ojo. Lo extraje con cuidado y me lavé la herida con agua fría. Qué estaba pasando. Mi primera reacción fue ponerme en contacto con mi mujer y mis hijas. Busqué el teléfono móvil; pero no tenia cobertura.
La puerta del salón daba sonoros portazos, lo que hubiese chocado contra ella había dejado al descubierto la sala y el sucio viento entraba en mi casa como una maldición. Qué habría chocado contra los cristales. Se fue de nuevo la luz, pero esta vez ya me había prevenido tomando una linterna. Me dirigí al salón con temor y cautela. Enfoqué el cansado chorro de luz sobre los muebles y el suelo, un viento hediondo, como el aliento de un gigante cósmico violaba mi casa. Sobre el suelo del salón descubrí un  bulto negro, un pájaro muerto, quizás un cuervo o un murciélago; aunque parecía demasiado grande para serlo.
 Extrañado y confuso decidí salir a la calle. Sólo pensaba en mi mujer y mis hijas, quería verlas, verificar que se encontraban bien,  a pesar de saber que vivían desde hacía tiempo con la nueva pareja de mi mujer. En la calle el viento se me antojó menos agresivo, al menos, para mí. Contemplé coches aplastados como chicles contra las aceras, como si acabasen de dar dos o tres vueltas de campana. Varios grupos de personas eran arrastradas a una considerable altura del suelo por el viento en enjambres como  vulgares hojas secas del otoño. Sus gritos de horror sonaban ya lejanos. Los chorros de aire empezaron a deshacer los edificios como si fuesen montones de ceniza, un grupo de chalets adosados eran arrancados de cuajo como por una mano invisible. Yo miraba mis manos asustado, como intentando asegurarme de que aquella escena dantesca no fuese un sueño y descubrí por su sombra que mi espalda tenía alas. Unas alas  enormes, nervudas y membranosas, como las alas de un murciélago gigante. Parecían tener vida propia. Aleteaban. Miré hacia los barrios del sur donde un cielo tormentoso formaba gigantescos remolinos de escombros y vi como otros seres alados como yo permanecían levitando imperturbables al desastre. Yo sabía que ellos me miraban mientras yo los miraba. Parecían ángeles destinados a trabajar el día del juicio final. Quise ir hacia ellos  y las alas me elevaron con tal fuerza  que estuve a punto de vomitar. Aquellos ángeles estaban muy lejos de mí y no me prestaban ninguna atención. Desde mi nueva altura  contemplé cómo un tsunami ardiente e invisible devoraba la ciudad en pocos minutos. Tenía tantas lágrimas en los ojos que apenas me permitían ver. Deseé un último abrazo de mis hijas y mi mujer, las imaginaba entre los restos calcinados de nuestra casa y dirigí mi vuelo, como si lo hubiera estado haciendo toda la vida, hacia ellas con el convencimiento de que sería ya demasiado tarde.

Víctor Buffon
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:40:39 pm
La despedida


01-JUNIO-2005

Querido diario, hoy escribo para despedirme de ti, ya casi no puedo escribir, no tengo fuerzas. Mis manos, mis dedos no me responden, la vista me falla, confundo las palabras.
Tengo días en que parece que va mejor, pero son falsas esperanzas este demonio se apodera de mi.
Hay una enfermera muy agradable y dulce conmigo se llama Inés, está muy pendiente de mi, siempre tiene una sonrisa dibujada en su rostro, tal vez le pida que escriba ella en mi diario, le cuento siempre las historias sobre mi vida, ella las escucha atenta. Estoy cansada,  cada vez tengo menos fuerza.

--- Hola Inés, aquí estoy esperándote, hoy no me he ido a la discoteca ¡!
--- Que humor tienes Teresa, así me gusta cielo.
--- Como te encuentras hoy Teresa, has comido bien?
--- No, el doctor dice que me van a dar la comida por sonda, no me entra nada.
--- Inés te quería pedir un favor?
--- Dime cariño lo que tú quieras.
--- Te importaría escribir por mí en mi diario.
--- Será un honor, sabes que solo tienes que pedirme las cosas, hare lo que esté en mi mano         por ti.

03-JUNIO-2005
Querido diario, no son mis manos las que escriben son las de Inés, esta chica tiene una paciencia infinita, porque mis palabras cada vez salen más débiles. Cada día Rafa viene a verme yo le pregunto por su padre, hace dos semanas que no ha venido. El dice que Juan está enfermo, se ha hecho daño en una pierna y no puede venir… Hayy y  que mayores nos hacemos  ¡!
Le echo mucho de menos, nunca hemos pasado tanto tiempo separados, me gustaría verlo antes de perder la razón. Me queda poco tiempo, logre vencer al  cáncer de ovarios, la vida me dio una tregua para disfrutar de mi nieta y de mis seres queridos. Pero este tumor cerebral avanza rápido.
Estoy contenta, vienen a verme cada día, mis hermanos, mi hijo, y muchos de mis amigos,  pero me faltas tú Juan.
                   
05-JUNIO-2005

Querido diario, soy Inés, Teresa quiere que siga escribiendo yo su diario, hoy no tiene fuerzas para hablar,  está empeorando, no para de preguntar por su marido, está muy triste, no puede moverse y hay momentos que pierde la cordura, no sabe dónde está. He hablado con su hijo y me ha contado la verdad que ella no debe saber. Juan su marido, hace dos semanas que está ingresado por un cáncer de huesos, cuando lo detectaron ya estaba muy avanzado. Le quedan pocos días de vida, quizás horas.
                                             *****************
Hoy al llegar a mí puesto de trabajo, me he encontrado con una triste noticia, el hijo de Teresa ha llamado para informarnos que hoy llegaran mas tarde a su visita, ya que su padre ha fallecido esta madrugada y esta tarde es el sepelio. Nos dijo que no le digamos nada a su madre.
Me dirijo a la habitación nº75 a ver a Teresa, con el corazón en un puño, cual es mi sorpresa al encontrármela muy animada y con su cabeza más lúcida que nunca. Con una sonrisa me dice:
---- Hola Inés, tengo una buena noticia, coge mi diario y anota por favor.
---- Claro Teresa, dime.

08-JUNIO-2005
Hoy he recibido la visita de Juan, ha sido de madrugada, no sé cómo le han dejado entrar, pero me alegro tanto de haberlo visto, venía muy guapo con su traje azul marino que llevo en la boda de nuestro hijo.
Me ha dicho que este tranquila, que el ahora ya no sufre, que muy pronto volveremos a estar juntos. Me dio un beso y se marcho.
Durante un rato sentí una paz, me encontraba tan bien que no sentía ningún dolor.
 Tengo ganas de estar con él, volver a pasear de su mano. Volver a viajar, nos gusta mucho, hemos ido cada año a un lugar diferente. Nos lo pasamos muy bien,  a Juan le encanta bailar, a mi mirarlo cuando baila.
 Ahora estoy más tranquila se que se encuentra bien. Seguro que mañana volverá a verme.

                               ***************************

Yo no podía asimilar lo que me contaba, tenía la piel erizada y las lágrimas a punto de salir, el corazón encogido. Escribí todo lo que me contaba  luego la abrace fuerte y le dije lo contenta que estaba por ella.
Antes de acabar mi turno, llego el hijo de Teresa venia del cementerio, ella le conto la visita de su padre. El la escuchaba, su corazón no podía con tanto dolor, estaba como en una nube, de la que bajo de golpe al oír que el traje que Teresa decía, era el mismo con el que acababa de enterrar a su padre.
Aguanto como pudo y luego al salir rompió a llorar sin consuelo.
A partir de ese día Teresa se fue consumiendo cada vez más. Sus hermanos venían a verla, y la escena al salir de la habitación se repetía una y otra vez, rostros de dolor, lagrimas en los ojos. Pensamientos confusos entre el deseo de que siguiera con vida o el de verla dejar de sufrir, perdiéndola para siempre.
Teresa  perdió la mente, los movimientos, su cuerpo quedo totalmente paralizado, sus ojos miraban perdidos, como una niña asustada.
Una niña con una vida dura pero vivida con mucho amor hacia los que la rodeaban, ellos le devolvían ese cariño acompañándola en sus últimos días, sus últimos actos este teatro de la vida que bajaba su telón para siempre……
El 10 de Septiembre del 2005 falleció, dejo de sufrir y fue a reunirse con su amor. Yo escribí en su diario toda esta historia tal y como ella quería.
 Lo que paso aquel día me marco para siempre. Teresa me conto su vida, una vida llena de dificultades por la posguerra, pero llena de alegrías, porque así era ella, fuerte, alegre y optimista.
¿Fue verdad que Juan no quiso marcharse  sin despedirse de Teresa? ¿O fue imaginación de Teresa a causa de su tumor cerebral y el deseo que tenia de no morir sin ver a su amado?.............

7lunas
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:44:01 pm
Inauguración de un adiós


Puso a enfriar la botella de cava en el diminuto congelador. Paseaba de un lado a otro de la cocina batiendo claras de huevos con una furia insólita. Sobre la encimera de piedra gris, se amontonaban cazos y sartenes salpicadas de colores ocres. La cocina olía a canela entre los azulejos azules, a cáscara de limón desparramada en el fregadero, a azúcar glas. Vertió las claras en un bol donde dormitaban la harina y el azúcar y fue añadiendo el resto de ingredientes hasta que consiguió una pasta homogénea y  dulce. Subió el volumen de la radio y Sabina inundó de sin embargos la estancia. Atardecía y el naranja se colaba entre los visillos desmayándose sobre el suelo y bajo la puerta. Se acarició la barba incipiente con sus manos enormes y ásperas, manos como ojos abiertos, manos con que aprehender el miedo convirtiéndolo en un aire denso de olor a naranjas. Encendió las luces y observó unos segundos el escenario. La harina parecía haberlo teñido todo de blanco, como si de repente se desdibujasen los límites de los objetos. Tomó la escoba y comenzó por barrer el suelo que crepitaba en azúcar bajo los pies. Pensaba mientras en su soledad ya extinta desde hacía meses, en las manos llenas de otra carne, en las bocas húmedas y saladas, en las voces que acarician, en los cuerpos que dejan su olor y  su forma apostada en su lado de la cama; pensó en las tardes de domingo nuevas, en el olor constante del azúcar quemada en la cocina, en las lenguas ávidas de nuevas noches, en las sábanas danzando a los pies de la cama. Cuando terminó se sacudió a un tiempo la harina y la tristeza, y salió de la cocina rumiando luces nuevas.
Bajo la ducha el agua resbalaba como una ilusión helada entre las escápulas, escapándose entre los dedos y perdiéndose con un eco azul. El pelo comenzaba  a desnudar las sienes y se entretenía en formas circulares sobre la nuca, en el mismo lugar en que se acumulan las palabras no dichas.
Se vistió de domingo con el traje gris y la corbata roja centelleando en el pecho ancho de palomo viejo.
Sonó el teléfono con estridente musicalidad rasgando el aroma a canela. Al otro lado, una mujer joven jugueteaba con un anillo de plata mientras sujetaba el auricular con el hombro. Alguien la esperaba apostado en la cabina. Apenas dijo dos o tres palabras grises, entre ellas un adiós que rápido se condensó como un mercurio sobre la corbata roja, y trepó hasta la boca y los pulmones llenándolo todo con su frío oscuro de abandono. La mujer colgó auricular y tomó el brazo de aquel hombre que aguardaba la despedida. Juntos se perdieron entre las calles, balanceándose sus figuras recién pintadas.
Al otro lado las manos se deshacían sobre el traje de domingo. Lo ojos abiertos y las pupilas rotundas y centelleantes. El adiós se hizo fuerte entre los labios y en el paladar sembró su amargor y su vacío. Pronto sobre la nuca se erizaron las palabras marchitas, pasaron horas como espadas quebrando los ojos y la boca, dejando desmadejado a aquel hombre, desecho en hilos rojos sobre el colchón, junto al hueco desafiante dejado por un cuerpo para siempre ausente.
Mientras, en la cocina, se quemaba de nuevo el azúcar y una botella de cava estallaba en el congelador.

Olivia Marfil
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:48:53 pm
ESPERANZA EN UN RAYO DE LUNA


Lo vio alejarse y deseó con desesperación no olvidar jamás la ilusión que reflejaban aquellos ojos cristalinos. Quiso aferrarse a ella pues era la traducción de su propio anhelo. Supo que la imagen de él alejándose por el callejón la acompañaría para toda la eternidad.
   Miró su espalda. Su camisa arrugada después de haber estado horas tumbado junto a ella, su pelo revuelto y húmedo por la llovizna. Él volvió la cabeza una vez más y le sonrió. Aquella sonrisa que la había embrujado. Sus labios sensuales en aquel gesto travieso que lo hacía tan infantil…
   Ella le dedicó un último adiós con la mano y él le respondió. Se marchaba satisfecho, sabiendo que a la mañana volverían a encontrarse… pero ella conocía la verdad.
Las lágrimas comenzaron a brotar en el preciso instante en que él desapareció de su vista. Para siempre… Aquella certeza le desgarró el alma.
    Buscó en su bolsillo y sacó la carta que había estado intentando escribir la noche pasada mientras lo observaba dormir. Nunca había hecho algo tan difícil. ¿Cómo renunciar a la dicha con unas pocas líneas? Aquel papel arrugado fue como un látigo que avivara su dolor.
   Ella sabía que algo así podría ocurrir. ¿Acaso no la habían avisado? Cuando suplicó a la luna que la dejara contemplar el mundo desde el plano mortal, ¿acaso no le dijo ella que allí abajo hallaría el dolor? Y sin duda así había sido, pero había merecido la pena. Porque aquellas lágrimas que ahora derramaba sólo eran el inevitable desenlace de lo que había sido la culminación de la felicidad.
   Qué equivocados estaban todos los seres inmortales que desde el cielo contemplaban a los hombres con desdén. ¿Qué les había llevado a pensar que aquellas criaturas eran terribles e indignas?
   Ella acababa de pasar los días más increíbles al lado de uno de ellos y mientras más recordaba sus caricias, sus besos, su voz, más consciente era de que él brillaba con más intensidad que sus  compañeros del cielo.
   Pero quién era ella, un simple rayo de luna en la tierra, para hacer cambiar de idea a todo el firmamento. Y sin embargo supo que no importaba. Ella conocía la verdad y la atesoraría en su interior para siempre.
   Miró a la luna. Había llegado el momento, ella la esperaba. Imaginó cuales serían sus palabras al ver sus ojos llenos de comprensión y ternura. Su madre había visto sus lágrimas y las había malinterpretado. La gran diosa nocturna no confiaba en los hombres y la había advertido sobre ellos. Pero, a pesar de su sabiduría y de sus muchos años de experiencia, esta vez se equivocaba.
   Ella había conocido el amor en aquellos breves instantes que había vivido al lado de aquel hombre. Y sus lágrimas eran dulces y amargas a la vez. Dulces porque aún saboreaba sus besos y amargas porque no soportaba el dolor que sabía le iba a causar. Al contrario de lo que su madre pensaba, sería ella la traidora y la que heriría en esta ocasión.
   Mientras la luna bajaba sus brazos protectores a la tierra para abrazar a su hija y ella se dejaba llevar de regreso a su hogar, no dejaba de ver el rostro lleno de ilusión de él. Casi podía verlo ahora tomando nota mental para un nuevo verso que le regalaría al día siguiente. Pero no habría día siguiente para ellos. Y ella había llegado a conocer lo bastante a aquel joven como para saber que jamás la borraría de su mente. Nunca olvidaría a esa extraña mujer de cabello plateado que había desaparecido sin más, dejándole el corazón destrozado y un millón de preguntas en su mente brillante.

   A la mañana siguiente, él tan sólo encontró un papel arrugado y emborronado, completamente ilegible, en el lugar donde debía esperar aquella a la que había considerado su alma gemela. Lo recogió y lo guardó, sin saber muy bien por qué.
   Los días transcurrieron y él esperó noticias de ella inútilmente. En sus labios aún temblando las palabras de amor que jamás se había atrevido a pronunciar.
   En la noche, junto a su ventana, tomaba el papel y miraba al firmamento. Un rayo de luna siempre venía a su encuentro, iluminando la única palabra que aún podía distinguirse en el deteriorado papel: esperanza.   

Mirsa
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:51:08 pm
HOJITA DE NARANJO


La mujer arrastraba penosamente su cuerpo mientras iba de puerta en puerta pidiendo una limosna. Muy pocos se animaban a abrir y soltar unos cuantos Intis, pues sabían que detrás de esas ropas andrajosas y sonrisa melodramática se encontraba una de las mujeres más ricas del pueblo. Nadie lo sabía con exactitud, pero se rumoreaba que había aprovechado los requiebros de la Reforma Agraria del presidente Velasco Alvarado –allá por los 60- y había conseguido hacerse de muchas hectáreas a orillas del río Piura y otras tantas propiedades en los pueblos cercanos. Pero su amor por el dinero y el miedo a perderlo la habían arrastrado hacia la vergüenza. La llamábamos Hojita de Naranjo y si te negabas a regalarle una propina, miles de insultos y quizás un palazo en la cabeza podías llevarte como recompensa.
Mis hermanos y yo estábamos advertidos; sin embargo, aquel día abrimos sin pensar la puerta y ante nosotros extendía su mano curtida la Hojita de Naranjo. Mi hermana mayor intentó un rápido movimiento, pero ya el cuerpo entero de la mujer estaba en el centro de nuestra sala, invadiendo el ambiente con su peculiar olor. ¡Y adiós nuestra propina del domingo! Temblando vaciamos nuestros bolsillos antes de que nos golpee. Se marchó con una sonrisa en los labios, no sin antes decirnos: “Que Dios los bendiga, niños”.
La vimos pedir dinero en otra casa, y en otra, y en otra más, hasta que dobló en la esquina rumbo a la plaza principal del pueblo donde se iba a celebrar la ceremonia de izamiento del Pabellón nacional, seguramente iría a ver al sacerdote, para también pedirle limosna. La gente había empezado a reunirse y a pasear alrededor de la única avenida. Mi hermana mayor se encargó de vestir a mi hermano pequeño y yo de apurar a mi otra hermana; debíamos estar a las nueve de la mañana para la misa de Resurrección. Nuestros padres, que estaban ayudando al sacerdote, nos esperarían junto al altar. Corrimos cuanto pudimos y cuanto nos permitía el miedo después de tamaño susto. En un santiamén superamos las tres cuadras que nos separaban del parque central. En aquellos tiempos, en Catacaos como en casi todo el Perú, el único peligro era que un loco se metiera a tu casa o salir desaprobados al final de los semestres del colegio. Ese domingo experimentamos el primero; más adelante, mi hermana mayor y mi hermano menor experimentarían el segundo. Felizmente, en esos tiempos, las malas mañas nos la quitaban con un correazo y, ¡zas!, al siguiente semestre puritos aprobados.
Nos arrodillamos y reverenciamos la imagen de Cristo. El cura Manuel empezó la misa con su habitual ceremoniosidad; el sermón estuvo casi celestial; algunos de los asistentes derramaban lágrimas y otros aplaudían: mi madre rezaba sus plegarias mientras se iba despojando, junto con las cientos de mujeres, del manto negro que indicaba el riguroso luto por Semana Santa. Había motivos para estar alegres: Cristo había resucitado ese domingo y todos nuestros pecados estaban perdonados gracias a su sacrificio.
Después de misa acompañamos la procesión; cientos de pétalos de rosas caían desde los balcones; la multitud que caminaba apretadísima celebraba con cantos, alabanzas y aplausos; no quedó casa sin que el sacerdote rociara con agua bendita; ¡hasta la Hojita de Naranjo recibió unos cuantos chorros! El olor del incienso me permitió olvidar el mal rato y a dejarme invadir por ese viento de santidad. Incluso vimos a lo lejos a Froilán Alama sobre su mula; el famoso bandolero también se inclinaba ante el Señor. Yo le tenía respeto y admiración, pues, a pesar de ser bajito y rechoncho, había salvado a mi padre de una emboscada allá por el desierto de San Pablo; Froilán, usando como única arma su escopeta, se enfrentó contra diez forajidos que rondaban mi pueblo venidos desde la provincia de Chiclayo y que estaban atacando a mi padre. Juntos lucharon y vencieron, y por un momento olvidaron que eran adversarios. Mi padre nos decía: “Ese hombre es un caballero, lástima que trabaja fuera de la ley”. Ahora, en Semana Santa y desde lejos, el bandido pedía perdón por sus pecados. En esos tiempos, nuestros males se curaban con fe y con un poco de agua santificada.
Mamá y papá acompañaron hasta el final la procesión. Nosotros decidimos jugar en la calle, frente a nuestra casa. Yo enseñaba a mi hermano a jugar con el trompo; mis dos hermanas jugaban con los yases. Poco después se unieron Lucho, Alberto y Melina; así que decidimos corretear jugando al mata-gente y luego al encantado. En la tarde, después del almuerzo y habiendo sesteado, se unieron a los juegos los demás vecinos y todos los padres de la cuadra salieron con sus sillas para refrescarse en las puertas de sus casas. El raspadillero acababa su jornada gracias al insoportable y secante calor que hacía en la ciudad. El calor no da tregua en Piura y una buena cremolada o una enorme raspadilla podían ser nuestras mejores armas.
De tanto jugar nos pilló la oscuridad, pero como estábamos de vacaciones las ganas de divertirnos no se agotaban hasta muy entrada la noche. Esta era la parte que más me gustaba a mí, pues nos sentábamos alrededor de la mesa, apagábamos las luces y mis padres nos contaban historias de terror. Pero el más ducho en estas artes, jañapero y buen comelón, era el señor Cebiche. ¡Era increíble! Don José era un manantial de historias nuevas, hermosas... Mis años de escribidor han intentado reproducir esos gestos, esos sonidos y ese ambiente que no pertenecía a este mundo y que solo aquel viejo campesino era capaz de crear. “Lo que les cuento es verdad”, nos decía. Y todos le creíamos…
…no sé cómo, pero me había olvidado de retornar temprano a la hacienda; es que me tiré mis copitas de aguardiente y me olvidé de todo. La fiesta estaba recontra animada y la Luisa más buenota que nunca. Pero la responsabilidad está primero, muchachos, así que decidí tomar rumbo pa’l pueblo. Don Ántero quería que me quedara a dormir y luego me fuera temprano, antes del amanecer, así mi patrón no se molestaría y ni notaría mi presencia. ¡Ayayay!, mamita linda, es que don Ántero no conoce al patroncito; capaz que me da de correazos para que otro día se me quite lo bandido. ¡No, no!, -le dije. Yo me voy pa’llá rapidito, que no quiero perder el trabajo. Don Ántero insistía, me dijo que no era bueno andar por el desierto de noche y encima borracho; intentó asustarme con Froilán, pero todo el mundo sabe que él no nos hace daño. Así que yo terco, me fui pa’l fondo.
¡Ay, si mejor le hubiera hecho caso a don Ántero! Pero dale la mula al monte. No me había acordado que era viernes trece. Todos sabemos, churres y viejos, que en viernes trece no debemos quedarnos hasta muy tarde. ¡Caray que todo me pasa por borracho! Yo escuchaba el tijeretear de las lechuzas, cada minuto era más y más fuertazo; el perro que cuida la hacienda de los Eguiguren aullaba requete horrible y los burros lloraban y lloraban como cuando van a parir. ¡Ay, mamita linda que Diosito te tenga en su gloria! Se me fue toditita la borrachera. ¡Todo el camino estaba oscurisisímo! Y más encima el viento agitaba los algarrobos que parecían que silbaban. Así es, niños, la noche estaba pesadísima y el camino totalmente sólido. Yo empecé a rezar a San Dimitas, a San Juditas Tadeo y a las ánimas de mis difuntos padres. Cerré los ojos y anduve como loco. No me podía tranquilizar, temblaba como una hoja. Los abrí para saber dónde estaba y, ¡velay catay!, que casi me orino en los pantalones. ¡Ahí cerquita nomás estaba  la huaca! Yo ya estaba botando espuma del miedo; quise huir pero la huaca ya había soplado. Sopló vorazmente. Sopló con rabia. Yo me había encalavernado totalmente.
–Cuando la huaca sopla, ya nada puedes hacer – me decía mi abuela cuando tenía sus edades.
–Son tonterías. No me da miedo.
Yo sentía cómo el aire demoniaco –de ese que huele a azufre y pezuña- y la arena espesa me iban envolviendo; no podía respirar y extraños seres bailoteaban sobre mi cabeza. Yo creo que eran los hijos del demonio, los supaywawas. Mi alma débil estaba siendo presa fácil, es que no me había ido a confesar con el padrecito hace semanas. Ya no pude aguantar más y caí derrotado, escuchando el amargo llanto de unos burros en un corralón lejano. Las lechuzas tijereteaban con más fuerza. Eran los mensajeros de la muerte. Mis brazos temblaban y fuego chispeante parecía salir de mi pecho. Estaba viviendo mi agonía.
Sentía cómo toditita la grasa de mi cuerpo era extraída despacito, cuando apareció ella, doña Juana, la rezadora. Frotó sobre mi frente algo que reconocí inmediatamente, pues su olor era inconfundible: la ruda.
– ¡Padre nuestro, que estás en los cielos…! Mil y una oraciones rezó doña Juana; luchaba con todas sus fuerzas, pero estaba siendo vencida y la huaca se levantaba más temible y orgullosa que nunca.
– ¡No!, fue lo único que grité. Mis fuerzas se habían agotado.
Vi que doña Juanita sacó de entre sus faldas un algodón pardo. En medio de mi patatús sentí cómo la tierra tembló y un alarido retumbó nuestros oídos. Inmediatamente, todo volvió a la normalidad. A lo lejos, la luz iluminaba Catacaos.
–Es el algodón de San Dimitas.
–   ¿El ladrón bueno?
–Así es. Este algodón la ha vencido.
–   ¿Y por eso está aquí?
–Sí, por eso estoy aquí, todos los días, rezando. Muchos se alejan riendo; eso no me importa. Yo todos los domingos sigo frotando algodones a los pies de mi Santo. Anda, Cebiche, que yo me quedaré un rato más por acá.
Así es como la mamá de Nacho me salvó y en agradecimiento siempre vengo a acompañarla. Ay, churritos, todo lo que les cuento es la puritita verdad. Créanme…
…Siempre, al final de la historia, a todos nos daban un vaso de leche caliente, para poder dormir sin tener miedo. Nuestros vecinos se retiraban a sus casas; la nuestra se convertía –especialmente en tiempos de vacaciones- en una especie de arca de Noé y mis padres, en unos  buenos samaritanos. Y no era para menos. Mi madre siempre atenta a los problemas del barrio y mi padre, policía de casi dos metros de alto, hacían que, ante cada problema, sean una ayuda eficaz y sincera. Si un vecino golpeaba a su esposa, mi padre iba a detenerlo y mi madre a consolar a la víctima; si alguien necesitaba dinero para una operación, mi madre organizaba una “Parrillada pro ayuda a tu prójimo”; si alguien sufría algún robo, mi padre reunía a los varones más fuertes y se iba en busca del ladrón, regresando casi siempre con el botín recuperado. En fin, que eran una versión peruana de Supermán y la Mujer maravilla.
Pero ni ellos, ni el agua bendita, ni siquiera Froilán Alama pudieron evitar que al día siguiente de aquel Domingo de Resurrección todos los niños y todos los hombres del pueblo empezaran a sentir miedo…
…¡La han matado, la han matado!, ¡esos desgraciados la han matado!, ¡don Chiquito, don Chiquito!, ¡la han matado!
Ese fue el día en que, a mi corta edad, empecé a ver morir mucha gente, segundo a segundo. Detrás del cementerio encontramos el cuerpo sin vida de la Hojita de Naranjo y a su lado un letrero que decía: “Así mueren los enemigos del pueblo. ¡Viba la lucha popular!”. Aquella noche la lechecita caliente no nos sirvió para nada.

Magallanes
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:53:14 pm
EL PASEO


Hay caminos que se hicieron para recordar. Los senderos de tierra, por ejemplo, siempre tienen un sabor a infancia, un aroma de agosto y algún almendro que se aburre en cualquier recodo dejándose herir por un sol inclemente. Los almendros son seres estoicos y solitarios al igual que los ágaves que jalonan las lindes. Son como esos amigos a los que envidiamos más por sus silencios que por sus palabras. Supongo que como ocurre con todo, también en materia de vegetales cada uno tiene sus preferencias. Y por alguna extraña razón, tengo para mí que los almendros y los olivos son mejores personas que el resto.
La vida se torna más lenta en los caminos, más parsimoniosa. Podemos coger un tallo seco de avena y posarlo en los labios con la elegancia de un rudo vaquero del oeste, ajustar la visera de la gorra, agacharnos lentamente y estudiar algún rastro sospechoso, una huella que repentinamente se sale del sendero y que, probablemente, sea de la vieja mula de algún vecino.
Repararemos en el sonido de la chicharra, que nos lleva acompañando todo el paseo y del que no habíamos sido conscientes hasta ahora. En verano, el canto de las chicharras entra en los oídos con la misma naturalidad que el aire en los pulmones. Sólo percibimos su presencia cuando callan y sentimos cómo ese hálito vital y sonoro se apaga durante unos segundos, dejándonos desamparados bajo los efectos del sol. El sol de agosto y el silencio suelen ser una combinación terrorífica, por lo que el canto de estos seres invisibles es imprescindible para hacer transitables los caminos de agosto.
Más adelante nos sumergimos entre las húmedas sombras de un grupo de sauces. Allí se encuentra el pozo y un viejo abrevadero donde el agua sestea rodeada de verdín. Es un remanso fresco que algún otoño dejó olvidado en una esquina. -El otoño es la estación más despistada. Encontramos hojas secas en cualquier lugar de la vida-. En este oasis de penumbra, el tiempo se desliza junto al agua entre las pequeñas fisuras verdeazuladas de las paredes blancas del pozo. Es un alto en el camino tan apetecible como necesario. Nos asomamos y descubrimos con asombro que el viejo cubo de lata sigue atado a su cuerda suspendido sobre un abismo cristalino. Al vernos nos saluda tristemente con el chirriante roce del asa (tanto tiempo lleva aquí que aprendió del balanceo de las hojas de los sauces). Echamos el cubo al agua asustando de paso a alguna rana y recogemos el líquido elemento, que escapa, con sonido de fuente, por algún pequeño agujero que los años horadaron en el viejo metal.
Junto al pozo hay una lona de rafia verde tensada entre cuatro ramas. Allí nos sentamos con las piernas cruzadas, al modo de los árabes del desierto. Charlamos sobre cualquier cosa, tanto si estamos acompañados como si nos encontramos solos, y bebemos agua fresca a pequeños sorbos, pues se nos antoja por momentos que de ella emanan los dulces efluvios del té y del limón. Algún pájaro sediento nos avisa de que es tiempo de abandonar esta jaima rural e improvisada para emprender de nuevo el camino errante de los nómadas.
Paseamos sin prisa, mirando fugazmente al horizonte. Aquellas lejanas, azules y recónditas colinas siempre presentaron un misterio insondable. Nunca he podido imaginar siquiera lo que hay al otro lado, ni he conocido a nadie que conozca aquel lugar. Pero el día no está para misterios, y bajo este sol radiante apetece más bien recrearse en cualquier cosa cercana y transparente, como una simple brizna de hierba o el vuelo imposible de las libélulas. Así pasa la tarde, lentamente, entre el serpear del camino y el vaivén errante de los ojos que titubean. Aquí, un afloramiento de piedras que alguna vez sirvió de inexpugnable castillo. Allí, la vieja rama de un roble con forma de anaconda que, al amparo de la penumbra, acecha desde la altura.
Por fin, tras la última curva, el paisaje se torna diferente. Una vasta extensión de trigo que se derrama ladera abajo donde antaño habitaban los olivos. Algo nos dice que el paseo ha terminado, que ya ha quedado atrás este breve sendero que la niñez ha conservado para nosotros. Sin embargo, más allá incluso de este abrupto final, nos atrevemos a aspirar profundamente el aire limpio de la tarde, comprobando que esta dulce y tibia atmósfera se extiende más allá de todos los senderos. Entonces, aligeramos el paso y nos llevamos el tiempo en los bolsillos.

ALAN DELERM
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:55:13 pm
La última carta


                 No sé cuantos años tendrías entonces, ¿Ocho? ¿Tal vez nueve? Sí, puede que nueve, incluso diez, pero aparentabas menos, de eso estoy seguro. Claro, que contribuía a esta merma de edad el hecho de exhibir esa mella en tu boca, sinónimo de la segunda oportunidad de los dientes de leche, de nocturna visita del ratoncito Pérez. Tu rubia melena angelical desembocaba en unos rizos que vistos a lo lejos parecían caracoles que trepaban por tu espalda, y dependiendo del movimiento de la cabeza, daba la sensación de que estos pretendían encaramarse a tus hombros, como si de una carrera o concurso se tratase y allí se encontrara la meta. Sin embargo, el intenso negro de tus ojos contrastaba con la blancura “casi” inmaculada de tu cara –“casi” por aquellas pequeñas pecas que parecían haber sido distribuidas con un colador-. En tu faz se reunían en perfecta simbiosis la luz y la oscuridad, el día y la noche.
                                 Tan joven, tan pequeña, tan niña y ya tuviste que enfrentarte sola a grandes problemas. De un lado tu madre, una mujer abandonada al alcohol, desprovista de la más mínima motivación para seguir luchando por la vida, por su matrimonio, por ti. En el otro tu padre, en otros tiempos un buen tipo, no me cabe la menor duda, pero siempre ajeno a los problemas de su familia. Además, para mayor colmo, sospechoso de buscar el amor en otra casa que no era la suya, en otros brazos que no eran los de su mujer. Y entre ellos tú, sólo tú, con aquella firme convicción que desde tu inocente razonamiento te hacía verlo todo más sencillo, puesto que tu lógica era para ti misma la más natural: querías a tus padres, y a ambos los quería por igual, entonces ¿Por qué no habrían también ellos de quererse en la misma proporción? Así de fácil, sin más complicaciones. Al final te saliste con la tuya. Papá y mamá se sentaron a hablar, tú te colocaste en medio de los dos, tomando sus manos, juntándolas con las tuyas, fusionándose todas en una sola; entonces, con esa fuerza interior que albergabas en lo más puro de tu aún más puro corazón conseguiste que se miraran durante unos segundos que te parecieron eternos. Luego te miraron a ti, y tus ojos fueron la rúbrica de un nuevo comienzo en su historia de amor. He de confesártelo: no pude reprimir que una lágrima furtiva humedeciese mi mejilla. Fue la primera vez que me emocionaste. Pero bueno, tú ya conoces esa historia.
                                 Después vino tu primer campamento. Tenías once años, quizás doce. Era la primera vez que te marchabas de casa, y aunque la despedida fue triste no tardarías en ahogar la pena con las nuevas aventuras que el destino te reservaba. Para empezar hiciste rápidamente amigas (no me extraña, con esa sonrisa quien no las hace) y por supuesto, no tardaste en convertirte en la cabecilla del grupo. Ahí vinieron tus primeras travesuras. Cómo reí en aquella ocasión en que dejaste a una de las monitoras del campamento encerrada durante un tiempo en el almacén de víveres –se lo merecía, por odiosa y por cascarrabias-, o cuándo les ataste los cordones aprovechando que estaban sentadas a aquellas dos repipis niñas “bien” ¡Qué trompazo se dieron cuándo se levantaron! Qué vitalidad, qué energía, eras un auténtico huracán en constante erupción. Luego encontraste un cervatillo abandonado en el bosque mientras realizabas una excursión. Estaba sólo y abandonado, desorientado. Conseguiste que todo el campamento, niñas y monitores, se movilizara para buscar a la madre de aquella desamparada criatura, y hasta que no disteis con ella y te saliste con la tuya no paraste. Aquel verano te facturaste la amistad y admiración de muchas compañeras, incluso las más envidiosas hubieron de claudicar ante tanta humanidad. Dejaste huella en ese campamento. Pero bueno, tú ya conoces esa historia.
                                 Más tarde vino el instituto. Alumna modelo, compañera solidaria, bella quinceañera… y neófita enamorada. Tenías la edad propicia, y el amor te lanzó sus primeras señales. Él era mayor que tú, estaba a punto de marchar a la universidad y jugaba de ala-pivot en el equipo de baloncesto. No me gustó, lo siento, pero es así, aunque pude comprender que te era imposible renegar de ese incipiente sentimiento. Para él no significabas nada, en todo caso un número más con el que engrosar la agenda del móvil. Sin embargo había otro chico. Quizá no fuera tan espectacular como el jugador de baloncesto, pero tenía nobleza, una característica que ya empieza a ser difícil de encontrar en las personas. Era compañero tuyo en algunas clases, buen amigo, pero nada más. Me dio pena por él, porque me cayó bien, porque tú te merecías a alguien que fuera más fondo que forma; pero no te dabas cuenta, sólo había ojos para el otro. Y forzosamente debía llegar el desengaño. Sé que sufriste, pero no había otra alternativa, son normas de la vida; tenías que experimentar el rechazo en tu propio ser para tener plena conciencia de que el amor no es algo que se puede elegir a la carta. El amor es también sufrimiento, angustia y sobre todo resignación. La única ventaja que tenías a esa edad es el tiempo, que todo lo cura, que todo lo cicatriza… pero claro, tiene que pasar, y mientras pasa duele. Casi al instante, ¡OH milagro! encontraste un hombro dónde resguardarte de tu primera derrota amorosa, un consuelo que te llegó como lluvia de abril. Aquel desgarbado y tímido muchacho que hasta entonces sólo representaba un amigo más, el compañero ideal para hacer los deberes de vez en cuándo, te ofreció su comprensión. Poco a poco este apoyo se fue transformando en algo que tu corazón te decía que era beneficioso. Hiciste bien en hacerle caso, porque fue verdaderamente tu primer amor, y con él, no podía ser de otra manera, vino también tu primer beso. Pero bueno, tú ya conoces esa historia.
                                  Hace un par de horas que te he visto por última vez. Tienes poco más de veinte años, pero siento decirte que aparentas unos cuántos más. De aquella niña que conocí sólo quedan algunos rasgos difuminados por el paso del tiempo, y aunque tus ojos siguen conservando la misma negra intensidad, la mirada resulta distinta; no hay pureza ni sinceridad en ella. Has crecido y te has convertido en una mujer. Eso es algo que ya sabía, contaba con perder la batalla ante la naturaleza, pero esperaba que la transición de un estado a otro fuera de otra manera. Ya has conocido algún chico, incluso se podría decir que has tenido novio, lo cuál, aunque me duela, era algo que algún día debía llegar. Pero ahora eso no tiene importancia. Me da igual cuántos novios puedas tener, con cuántos chicos puedas salir, con cuántos… me da igual. Porque has perdido la dignidad, déjame que te lo diga así. Hay cosas que no se deben ver, que no se deben enseñar. Molestan a la gente que te quiere, me molestan a mí, que he sido cómplice forzoso de tus sentimientos desde que eras poco más que un bebé, que he disfrutado y sollozado contigo, que he sido testigo de tus primeros pasos, de tus primeras risas, de tus llantos, de tus travesuras… he visto como crecías, y yo también he crecido contigo. Sin embargo hace un rato que te vi y casi no te he reconocido. ¿Por qué no se cerró esa maldita puerta? ¿Por qué he tenido que verte como mujer cuándo yo sólo quería que siguieras siendo aquella niña pecosa de grandes ojos negros? ¿Por qué me has obligado a ser testigo de tu lujuria, de tu ansia animal? Bastaba con un susurro, con una mirada o una insinuación. Yo lo hubiera comprendido, nada habría pasado, son cosas de mayores, lo sé, lo sabemos. Pero he tenido que presenciarlo y por eso ahora estoy aquí.
                                 Supongo que leerás los periódicos, tal vez alguien te lo diga. Seguro que te enteras antes de que esta carta llegue a tus manos. Debía impedir que te vieran así, y por eso lo hice.
                                 No creas que me siento orgulloso de este acto, pero era necesario. Cuándo me han preguntado que por qué lo había hecho les he dicho que ellos no lo podrían entender, que había sido por amor. Por sus caras creo que me han tomado por loco, aunque tú y yo sabemos que eso no es así. Se han limitado a esposarme y llevarme a la comisaría. El abogado de oficio me ha dicho que me caerá una buena multa por desorden público, aparte de tener que abonar los desperfectos causados en el cine. Me da igual, ya todo me da igual. Tú también.
                                 Sabía que tarde o temprano este día llegaría, pero cobijaba en mi interior la esperanza de que no fuera tan traumático, de que todo se resolviera con un simple “cosas de la vida”, pero tú has querido que fuera de este modo.
                                 Es la última carta que te escribo, ya nada importa, pues has dejado de ser mi niña. Supongo que esta tampoco tendrá contestación, como todas las anteriores, aunque te confieso que nunca me dolió que no me respondieras. De antemano sabía que yo sólo era uno más.
                                Ahora ya conoces esta historia. Fue también la nuestra.

                                                            A pesar de todo, siempre tuyo.

Adso de Melk
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:56:49 pm
Frío


Se enfadó. Habían tenido una discusión muy fuerte y las palabras habían llegado demasiado lejos. Tanto, que habían hecho heridas que costaría mucho cerrar. Suspiró y decidió que lo mejor sería echarse un rato. Quizá si descansaba un poco, se le pasaría. Quizá si dormía, olvidaría todo lo que había pasado.
Sin embargo, cuando se despertó y logró desperezarse, el puntiagudo dolor que le atravesaba el corazón seguía ahí. El calor que él siempre desprendía se había esfumado. Ahora sentía frío, mucho frío.
Cerró los ojos e intentó volver a dormirse.
Afuera, la gente se había visto contagiada de ese frío que nuestro protagonista padecía y la jornada se convirtió en la más fría de la década. De hecho, algunos ancianos afirmaron que, en toda su larga vida, no recordaban un día tan helador como el que estaban viviendo. Las plantas, petrificadas, hacían arduos esfuerzos para abrir sus pétalos y mostrar así sus flores. Los animales, por su parte, intentaban cobijarse en las grutas que encontraban y las aves dejaban sus nidos vacíos para esconderse debajo de los tejados de las casas más bajas.
Ya al anochecer, alguien tocó tres veces a la puerta de nuestro protagonista. Era ella y venía a pedirle perdón.
Aún con los ojos llorosos, le instó a que entrara. Ella, con paso firme, avanzó y se acomodó, lentamente, sobre su sofá.
Comenzaron a hablar mientras la noche iba cayendo poco a poco y tornándose cada vez más cerrada. Las estrellas iluminaban la casa de nuestro protagonista y, cuando, a las dos horas, ella salió, también fueron las guías que le llevaron de vuelta a su casa. 
Él y ella habían hecho las paces y todo volvió a la normalidad. Ella comenzó a ascender alto, muy alto, hasta que llegó a la que siempre sería su casa: el cielo. Allí, abrió los ojos y desplegó un amplio haz de luz sobre toda la ciudad. Ahora se veía mejor. La luz de la Luna siempre era más potente que la de las estrellas.
Mañana, el frío se habrá ido porque el Sol vuelve a estar enamorado.

Belle de Jour
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 28, 2011, 17:59:38 pm
CONQUISTA


Se había enamorado locamente de ella y estaba dispuesto a conquistarla. La vio a mediana distancia y quedó deslumbrado por sus ojos tan nobles, su cuello delicado, el cuerpo bien conformado, las piernas estilizadas, sin defecto ni exceso de carnes. Lo que más le emocionaba eran sus movimientos al caminar: bien precisos, seguros, pero muy llamativos. ¡Qué fascinación! Era la hembra que siempre anheló poseer. Y su elegancia. ¡Qué bien vestía! En esencia, distinguida entre las distinguidas.

Su abuelo le había dicho que el glamour femenino se exacerbaba en las noches. Que para conquistar, mejor la noche que el día.

Por la tarde, sorprendió una mirada furtiva de ella hacia él. ¡Terminó de flecharlo!

“Las féminas son así” –decía el abuelo- “Dan una señal casi imperceptible, pero la dan, como muestra de aceptación”.

Su abuelo no podía equivocarse. Era todo un sabio. Por algo tuvo tantos amores.

Estaba empeñado en conquistarla, pero tenía una mezcla de temor, dudas, esperanzas… de muchas cosas.

Un amigo de otra comarca, que tenía experiencia en esas lides, le dijo que lo mejor era tomarse un trago de ron antes de la conquista. Que eso quitaba todos los miedos, soltaba la lengua y daba mucho valor.
Se decidió. Recordando el consejo del amigo, tomó un trago. Esperó un rato. No le hacía efecto, sentía la lengua atorada y el miedo continuaba, el valor no le llegaba. Otro trago, y tampoco. Decidió acelerar el proceso y se tomó la botella de una vez. Ahora estaba mejor: el miedo se le había ido, el valor le abarrotaba el pecho, la lengua seguía trabada, más trabada que antes, pero eso no le importaba, seguiría el método de otro amigo al que le había dado buen resultado: se acercaría a ella en silencio, con una bella flor en la boca y se la pondría suavemente en la de ella. ¡Ya! Todo estaba bien planeado.

Oscureció. Salió caminando muy alegremente pensando en su segura conquista, la flor en los labios; no tendría que hablar nada. ¡Sus amigos y su abuelo sí eran unos sabios en asuntos de amor! ¡Como estaba aprendiendo!

Por ratos, se le nublaba la vista, pero no le importaba, él sabría encontrarla.

A la luz de la luna distinguió su vestido de rayas. Estaba radiante. Adoptó el paso más elegante, irguió el pecho, donde el corazón quería estallar.

Ella dejó que se acercara. No se movía ni un milímetro.

“Mis amigos son unos genios. ¡Qué fuerza me da el alcohol! Le pondré la flor ahora en sus labios…”

Pudo escuchar un solo rugido.

ROBESPIERRE
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 15:57:17 pm
UNA PIEDRA CUALQUIERA


El grave silencio de la mañana pareció romperse del todo cuando el ataúd de roble barnizado golpeó secamente sobre las paredes del nicho; sin embargo cinco días antes nadie habría supuesto el trágico desenlace.
Pedro Sánchez  había conocido a Dolores León, “la Niña de Jaén” en el mundo de la copla, dos años antes. Él, un modesto funcionario de correos, se había enamorado a primera vista de aquella mujer morena, de cabello ensortijado, cintura cimbreante y  risa envolvente que cantaba cuplés y pasodobles en el espectáculo de variedades que el alcalde había contratado para las fiestas.  Aquella noche Pedro  se hubiera quedado de buena gana en casa, en aquel enorme y destartalado caserón tan vacío desde que murió su madre, pero los compañeros habían insistido tanto para que les acompañase, que él, educado en las buenas maneras, acabó por ceder.
Pedro tendría entonces unos cuarenta años. Enjuto, de baja estatura, cabello de un rubio desteñido, ojos azules temerosos y labios finos constreñidos, nunca se había atrevido con las mujeres. Hijo único de una madre viuda, posesiva y protectora, había crecido en una atmósfera opresiva que abortaba cualquier intento de relación con  el género opuesto. De correos a casa y de casa a correos. Si acaso una caña al salir del trabajo con los compañeros,  o en vida de la madre después de la misa de doce.
Nunca llegó a comprender cómo había podido reunir el valor suficiente para abordar  a la folklórica a la salida del espectáculo,  e invitarla a unos vinos. Lola aceptó al  instante y se colgó del brazo del empleado de correos, con el que contraería nupcias dos meses más tarde. Pedro no podía creer en su suerte,  ¿Cómo un hombre tan insignificante como él podía ser el marido de una mujerona tan guapa, tan alegre, tan salerosa como la suya.  La casa parecía otra. Lola había cambiado las cortinas marrones por visillos transparentes y adornado con geranios los poyetes de la entrada. También era un misterio por qué no había vuelto a incorporarse  a la troupe cuando esta  abandonó al pueblo, pero Pedro no  tenía demasiado interés en averiguarlo.
Al principio, cuando él  se levantaba para ir al trabajo, un buen desayuno le estaba esperando en la mesa. Su cuerpo aún conservaba el calor del cuerpo de su Lola, el tenue aroma a yerbabuena de la joven mujer, que le despedía con un beso al tiempo que empujaba en su cartera el envoltorio con el almuerzo.  Los buenos alimentos le hicieron ganar peso y la felicidad que sus ojos azules perdieran opacidad, fueran incluso transparentes.
Pero el tiempo pone cada cosa en su sitio. No habían pasado ni cinco meses cuando un día al levantarse, ni  el desayuno le esperaba en la mesa, ni su cuerpo guardaba el calor de la mujer, que le empujaba de malos modos al otro lado de la cama cuando él quería abrazarla. –Debe de ser el cansancio y los calores – se engañaba Pedro a sí mismo.
En el pueblo empezaron las maledicencias y los  rumores. Que si la folklórica se va de casa en cuanto el marido marcha al trabajo, que si alguien le ha visto en los campos y no sola, que si la cabra tira al monte. Pedro se tapaba los oídos y los sentimientos. Él quería a su Lola.
Cinco días atrás,  su mujer no volvió a casa por la noche. Pedro la esperó levantado y rezando. Al fin apareció por la mañana, despeinada, exultante, con el desafío dibujado en la cara.
–Tenemos que hablar, –le dijo, armándose de valor –¿Qué te pasa, mujer? ¿Es que ya no me quieres?
–¿Quererte yo?–se burló Lola–iluso, que eres un iluso y un pobre hombre.  Claro que no te quiero, ni ahora ni nunca te he querido. Hubo un momento en que te necesité. Ya ni eso– le escupió  a la cara.
Pedro no encontró las palabras. Sintió que el techo y los muros de la casa le aplastaban, se encogió sobre sí mismo y se tapo los ojos con las manos para no ver a la  mujer.
–Tengo un amante, sabes, –prosiguió Lola– un hombre de verdad, el mismo que me había abandonado cuando tú apareciste. Ha vuelto y nos queremos. No temas, que no  me voy a marchar, nos quedaremos los dos a vivir aquí, en esta casa,  contigo. Él ha ido a Madrid a recoger sus cosas. Diremos que es mi hermano. Allá las gentes si no quieren creerlo –remató, dándose media vuelta y entrando al dormitorio.
Los días siguientes fueron como túneles negros. La gente murmuraba. Entretanto ella seguía cantando pasodobles. El jueves, mientras sellaba la correspondencia, Pedro oyó algo sobre un forastero, un buen mozo, que había llegado al pueblo de mañana. A la salida del trabajo, no se encaminó hacia casa, sino que se dirigió a la estación y consultó los horarios de trenes. A las tres de la mañana pasaba el mercancías de Sevilla. Pedro siguió el trazado de la vía. Los raíles le marcaban el camino hacia la liberación. Un cuarto de hora antes de las tres, el hombre se tumbó a lo largo de la vía. Se sentía contento, esperanzado, muy ligero. Quizás en el más allá, la traición de su Lola no le doliera tanto.
Cuando miró el reloj, ya eran casi las cuatro. El destino le había jugado una mala pasada. Se levantó tambaleándose y empezó a caminar. Era noche cerrada. Al poco rato, su pie derecho se enredó en un tronco caído.  Pedro perdió el equilibrio y cayó  hacia atrás. Una piedra cualquiera se apiadó de él. Antes de que los contornos de este mundo se esfumaran. Pedro sintió un calor húmedo e intenso, pero no tanto como el del cuerpo de su Lola.   

Nómada
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:03:58 pm
MUDOS

Al llegar a la oficina he saludado al conserje y me he dirigido a mi despacho; antes de entrar, la secretaria del jefe me ha hecho una seña anunciándome que ya tiene el periódico. Lo he recogido. En primera página me ha sorprendido un gran titular:

DESDE LAS 24:01h DE HOY LOS MAYORES
DE 40 AÑOS SE HAN QUEDADO MUDOS.

Yo tengo 47 y no he notado nada. Será porque soy sordomudo de nacimiento, me pregunto entonces si los que ya éramos mudos tendremos ahora voz. La duda me excita. Deseo comprobarlo. Para ello he ido al baño, me he puesto ante el espejo con intención de decir algo y antes de hacerlo me he detenido a pensar la palabra adecuada.

La primera palabra de la vida de un hombre tiene que ser algo muy importante, no esos sonidos balbuceantes que, supongo, deben pronunciar los bebés y que seguramente sólo tienen sentido para los padres. Se me ocurre hola pero parece simple; lagarto parece una bobada; bobada una simpleza; busco algo más idóneo Encuentro mi cara reflejada, algo patética, pero intentar decir patético me parece algo patético. Sigo buscando en la imagen especular, en mis ojos, en mis arrugas, en mis pelos, pero nada. Luego voy a buscar una de esas palabra que hay sueltas como botón, algunas pueden ser buenas, me vienen entonces, gas, armiño, butifarra, torticero, cerilla, apocalipsis y vino, sin embargo no acude la que yo esperaba. Ya un poco contrariado me voy a mis recuerdos, Playa, aro, tren, nocilla, ultramarinos, esta me gusta, parece válida pero me temo que sea demasiado larga, como chocolate que se me ocurre después. En el espejo veo a un compañero que entra y hago como que me lavo las manos. Se pone a orinar. Mear, bragueta, calzoncillos, gayumbos, zurraspa. Me doy cuenta de que por ese camino no llego a ningún lado. Lo dejo. Barba., Nunca me he dejado barba y nunca he hablado. Me juro que si consigo decir una sola palabra me dejaré barba. Espejo, reflejo, luz. El compañero se pone a mi lado a lavarse las manos. No sé si sabrá lo que ocurre desde las 24:00h, supongo que sí, pero es joven, tiene menos de 40. Le hago una seña interrogante con la cabeza a la par que me toco los labios, compruebo que habla, parece decirme algo de que el tema no le toca, “a mi no”, dice. Mueve los labios exageradamente para que se los pueda leer. Salimos juntos del baño. Ya en mi mesa de trabajo repaso la situación mientras hago una cadena con los clips. Me estoy metiendo en un problema, me estoy creando una complicación donde sólo cabría una espontaneidad. ¿A ver si resulta que ahora puedo hablar y no encuentro la palabra para arrancar?, tendría gracia, es una buena idea para un guion de cine, de Berlanga.

Cuando llevo veintitrés encadenados dejo los clips, cojo un folio en blanco y me dispongo a encontrar y escribir esa primera palabra que me gustaría pronunciar. Pienso, le doy vueltas al bolígrafo, pinto rayitas en una esquina, miro el reloj, me echo hacía atrás apoyándome en el respaldo y respirando hondo penduleo la cadeneta de clips. Me fijo en los compañeros que están trabajando ajenos a mi drama y a lo mejor al suyo. Emi, por ejemplo, esta enfrascada entre sus albaranes, esta mañana no la he visto cascar con nadie; está claro que no tiene los treinta y siete años que dice. No se me ocurre nada, estoy como vacío de ideas, pruebo con palabras simbólicas, amor, amoooooooorrrrrrrr, para decirla vale, pero para grito es cursilona, libertad, trasnochada, pensando en vida, que ni la tomo en serio, se me ocurre madre y… ya la tengo ¡mamaaaaaaaaaá! Esta sí, esta es la palabra. No entiendo como no se me ha ocurrido de inmediato, seguramente es la primera palabra que pronunció el primer ser que tuvo el don de la palabra. Y gritándola queda cojonuda. Ya sólo me queda encontrar el momento. Una cosa de la que depende la barba de un hombre no es para tomársela a chacota, el escenario tiene que hacer honor a la ceremonia. Quizás una cena con los amigos: les invito con cualquier excusa, justo antes de comenzar pido un brindis, por señas, y antes de beber, cuando hayan sonado las copas, grito mirando al techo ¡mamaaaaá!

¿Cómo se lo tomará Chus? ¿Y Guille? ¿Y los demás? Todos ellos serán ahora mudos, como yo. Chus, que vive sola y trabaja atendiendo al público en una oficina de la Comunidad, se habrá llevado una sorpresa morrocotuda cuando haya llegado el primer ciudadano a su ventanilla:

-Señorita, mire, es que he recibido esta notificación y no sé a que se debe.

Ella habrá cogido el papel, en su cabeza tendría la respuesta, pero enseguida habrá notado que nada venía de la cabeza a los labios, que la lengua no se movía preparándose, que los pulmones no almacenaban aire para una frase, que no había frase. Se habrá quedado mirando al señor con la boca semiabierta y una incógnita terrible en la frente.

Guillermo es diferente. Guillermo seguro que está encantado, saldrá ganando. Por una parte porque su dedicación es la lectura, es su afición y su trabajo, corrector de pruebas de imprenta, y, por otra, porque detestando a su mujer, Concha, que habla mucho y muy alto, ahora les espera un futuro prometedor: en el silencio la volverá a querer.

En silencio, sin hablar, se pueden decir muchas cosas, el amor se hizo para comunicarlo en silencio, miradas, respiraciones, un ligero movimiento del labio, un párpado trémulo, otra mirada que siendo igual es diferente porque otro brillo la ilumina. La dulzura requiere silencio. El estruendo, el chillido, el berrido, el grito, el griterío son más propios de otras emociones, del odio, del desprecio, de la agresión, de la violencia. ¿Será por eso que yo soy tan pacífico? ¿Dejaré de serlo si descubro que puedo hablar?

Acabada la jornada laboral me dirijo a casa observando a los transeúntes, en la calle es muy fácil distinguir a los que están afectados. Con los viejos y menos viejos no hay problema (por otra parte van pocos camino del metro). Pero con los que rondan los cuarenta, o ya están en la cuarentena, antes habría serias dificultades para clasificarlos acertadamente por su físico: las ropas “casual”, los gimnasios y las cremas consiguen maravillas. Ahora, sin embargo, se les distingue perfectamente, parecen llevar un cartel másdecuarenta o menosdecuarenta. Los de másdecuarenta van con la mirada perdida aunque lo que realmente han perdido es la voz. Y en el vagón del metro siguen con la mirada desenfocada, miran al fondo, al cristal, al más allá, mientras a su lado, otro que mañana podría cumplirlos, habla y mira a la cara. Unos van solos, con su silencio interior porque también son mudos por dentro, como yo, no les suenan sonidos en la cabeza - me río yo del diálogo interior-. A los demás se les ve acompañados o contentos o ambas cosas.

Esta soledad acabará con muchos, seguro que en una semana hay cola para inscribirse en el Club de los Suicidas. Los que viven de la voz, por seductores, por locutores, por actores, por charlatanes, por vendedores de pisos, por cantantes, por declamadores, por políticos o por embaucadores, y hayan hecho de la profesión su vida, nunca se darán cuenta de su error, se levantaran la tapa de los sesos porque ni siquiera podrían pedir la vez en la fila. En muchos estudios de grabación la frase “Sin voz no quiero vivir” será repetidamente escrita que no dicha. Y muchos maridos, mientras comen con sus esposas, la garabatearan en el margen blanco de las hojas del periódico. Y algunas de ellas escribirán debajo “yo tampoco cariño” pero ellas no irán al a apuntarse al Club, no se vencen por estas contrariedades. Muchos actores pedirán trabajo de mimo, es una salida; los conventos cartujos se colapsaran, en sus puertas habrá peleas silenciosas para ocupar las escasas plazas libres.

Con estas elucubraciones llego a casa, huele a cocido, mi señora, que también es sordomuda, viene a recibirme con una sonrisa de neón, gritando mi nombre, entonces me doy cuenta que como soy sordo me da igual que me llame o que se calle. Por su sonrisa y por no frustrarla que si no ahí mismo me pongo a llorar.

Al día siguiente no me afeité. Pero ni siquiera hice la prueba de pronunciar mamá, ¿para qué?

Hector
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:07:26 pm
                           
       EL VIAJE
                                       

   Hacía mucho tiempo que no madrugaban tanto y mucho menos para tomar el tren que les llevaría hasta Madrid. Lo oían cada vez que pasaba por la estación en cualquiera de las dos direcciones y se sabían de memoria por los sonidos de los silbatos que tren era el que pasaba. Esos sonidos eran tan familiares que formaban parte de su propia vida. Los habían estado oyendo muchos años mientras estuvo él trabajando en la Renfe y después como si estuvieran viviendo en la misma estación, por estar su casa a unos cien metros de distancia.
   Subieron al tren con la ayuda de unos jóvenes que se ofrecieron hasta estar acomodados en el compartimiento que les correspondía y que se encontraba repleto cuando llegaron y ocuparon sus asientos.
   Él estaba tan contento que enseguida empezó a charlar sin haber preguntado si los demás viajeros querían oírlo. Pero eso no podía ser un problema que impidiera lo que se proponía contar lo quisieran o no.
   Cuando tenía quince años y unas ganas tremendas de hacer un viaje en tren y mucho más, oyendo a los mayores contar batallas de las que me encontraba muy impresionado; aunque lejos de poder librar las mías propias. Sabiendo que en una curva que había a un kilómetro de la Estación, los trenes aflojaban su marcha y por lo tanto facilitaban el acceso sin problemas. Me preparé una taleguilla con algo de comida, me escondí en unos matorrales y cuando el tren llegó a la altura de donde me encontraba de un salto me encaramé encima.
   No sabía a donde iba ni las dificultades que se me presentarían y mucho menos pensé en el delito que estaba cometiendo al subir de polizón. Me  acomodé   en una  de las bateas descubiertas que transportaban maquinaria, la cuál se encontraba tapada con una fuerte lona, al
poco me quedé dormido.
   Desperté al notar que disminuía la marcha, intenté moverme, el dolor era tremendo, tenía el cuerpo entumecido. La posición en las que había estado tanto tiempo me había dormido las piernas y las manos y el resto del cuerpo lo tenía como si estuviera atrofiado; pero con un dolor tan intenso que creo que se me saltaron las lágrimas y acudió a mi cabeza la imagen de mi madre que ante cualquier imprevisto dolor u otra circunstancia, cualquier cosa que me pudiera ocurrir ella estaba allí para amortiguar el golpe que representaba mi falta de madurez.
   Durante  unas  horas estuvo el tren sin moverse de aquella estación que no pude enterarme como se llamaba, arrancó  y me volví a quedar dormido hasta la próxima parada que la hizo al amanecer, aguanté debajo de la lona todo el día sin moverme para nada, hasta que entrada la noche se puso en movimiento y así, durante varias horas y de nuevo quedó parado.
   Me bajé sin ser visto y me encontré en Zaragoza,  no pensaba que en tan poco tiempo se pudiera llegar tan lejos. Deambulé de acá para allá, sin saber muy bien que hacer, tenía muy poco dinero y lo que llevaba de comida cuando monté, ya la había terminado. La idea de seguir viaje a ninguna parte que me había  propuesto, hizo  apremiarme  y volver otra vez a donde estaba el mismo tren -que me había traído- preparado para salir, subí al mismo vagón y esperé debajo de la lona a que se pusiera en movimiento.
   Al poco se puso en marcha, percibía un frío horroroso sin saber a que obedecía aquel cambio de temperatura que se había operado. Pasadas unas horas, se detuvo y según oí a la gente que manipulaba en ciertas zonas de otros vagones, la carga había llegado a su final.
   Cuando me bajé con todo el sigilo del mundo me encontré en Canfranc, en la frontera, con Francia, estaba en los pirineos, el frío era inaguantable, tiritaba de tal manera que mis dientes  sonaban a raro, pensaba que se iban a salir de sus alojamientos del golpeteo que imprimían unos con otros. Nunca en mi vida me había ocurrido algo semejante, por eso tampoco pensé seguro que por desconocimiento que me podría hacer falta una ropa de abrigo que no llevaba.
   No podía ser más calamitosa mi situación, en los Pirineos muerto de frío,  hambriento y
sin conocer a nadie, sin poder pedir socorro en ningún sitio, por la implicación que tenía al subir y viajar indocumentado y sin pagar.
   Tenía que irme rápidamente de allí; vi un mercancías con  muchos vagones cerrados, que parecía estar preparado para salir hacia algún destino, fuera el que fuera, tenía  que marcharme si no  quería morir. Un tiempo de espera y se movió, si allí las cosas estaban frías pudiera ser que me encontrara en peores condiciones al parar, no obstante debía arriesgarme.
   Acurrucado en un rincón del vagón, con ropa  que en la  parte Sur de donde procedía podía ser suficiente; pero que en la parte Norte no valía para nada, descubrí en la esquina opuesta de donde me encontraba, a dos personas tapadas con una manta, y que dirigiéndose a mi me encrespaban diciéndome qué como había subido al mismo vagón que estaban ellas, vi que se trataba de dos mozas tal vez un poco mayores que yo. Pronto cambiaron el tono amenazador diciendo que ya que íbamos en el mismo tren lo haríamos como amigos.
   El frío aumentaba por momentos y al observar que no tenía nada con que abrigarme, me ofrecieron un sitio a su lado debajo  de  la  manta  que  cubría a ambas. Me dieron un poco de pan y embutido que engullí con desesperación.  Me  acoplé  de la mejor manera entre las dos, tratando de tomar el máximo calor de sus jóvenes cuerpos que estaban completamente unidos al mío.
   Habían transcurrido escasos minutos cuando ya estaba casi dormido, y fue en ese momento cuando noté que me hurgaban en ciertas  zonas  de mi cuerpo, me sentí flotando sin saber que hacer y opté por seguir el juego ignorando lo que vendría después. Mi experiencia en aquellas líderes era tan reducida como la de viajar de polizón en un tren del que no sabía a donde se dirigía ni cuando llegaría a su destino. Toda la noche los tres debajo de la manta, donde ocurrieron cosas que eran nuevas pero llenas de unos sabores jamás probados por mí; pero que me despertó una ansiedad desconocida y llena de fortuna. Al clarear el día, después de muchas horas de marcha y paradas nos encontramos en un pueblo de Cataluña.
   Las  dos  muchachas se despidieron y me dejaron a mi suerte, que no me dio la espalda;
pero antes pregunté aquí y allá, descubrí que había un tren mixto, viajeros y mercancías, que estaba a punto de salir para el sur. Era que ni caído del cielo, tal vez en toda mi vida tuviera un sentimiento tan lleno de esperanza como sentí en aquel instante, el sur era mi tierra y si me llevaba hasta allí me lo pensaría antes de emprender una aventura de aquellas características. 
   Subí a uno de los vagones de mercancías que había servido para transportar caballerías, según el estiércol que lo cubría todo. Oí gritos y al asomarme por las rendijas, vi a dos guardas jurados de la renfe que llevaban a un detenido. Me enterré en el estiércol a pesar del olor nauseabundo que desprendía, aquello me salvó de ser apresado cuando revisaron el vagón. Al
poco de enterrarme en el estiércol tenía el olfato atrofiado  y  el  olor no me molestaba, noté una agradable sensación de calor que me hizo entrar en un sopor indescriptible.
   Muchas horas de viaje en las que se incluían maniobras, paradas y esperas dando paso a otros trenes, así toda la noche y casi todo el día siguiente, que me encontré en la estación de una ciudad que estaba cerca del pueblo donde vivía, desde allí haciendo auto stop, terminé el resto de aquel rápido y novedoso viaje.
   Al contar la odisea que había vivido en mi primer viaje de ida y vuelta, no era creído por nadie, mis amigos se reían y tuve  que dar detalles precisos para convencerlos. Una dura experiencia; cientos de kilómetros durmiendo debajo de una fría lona; debajo de una manta entre dos jóvenes que me hicieron sentir una experiencia maravillosa no tenida anteriormente; metido en estiércol hasta el cuello  para evitar ser descubierto y calentarme; aprendiendo su familiaridad con los enigmáticos ruidos, y sobre todo el golpeteo de las ruedas al cruzar las uniones de los raíles, que me crearon una necesidad vital de estar estrechamente vinculado al ferrocarril durante toda mi vida, que fue lo que hice en la primera oportunidad nada más cumplir los dieciocho años por ser la edad exigida para poder entrar a trabaja en la compañía.   
   El silbato de la locomotora avisó que entraban en la Estación de Atocha, despedida de los compañeros de viaje que les desearon la prolongación de la felicidad que sentían al ir a Madrid, en aquel  viaje considerado  de  "Luna  de Miel" aunque fuese a los sesenta años de haberse casado, pagado y gestionado por una agencia de viajes por ese sesenta aniversario de su boda.
   Varios días de asueto en la capital; hotel, restaurantes, museos, teatros, cines, monumentos, asistencia a eventos deportivos, paseos relajados por sus calles y avenidas. Sin preocupación por nada.
   La vuelta en el mismo tren que llegaron a Madrid y que no era si no, la culminación de un sueño del que no eran conscientes de haber despertado, ni siquiera cuando ya estaban descansando en su casa del pueblo.   
     
Juan
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:09:21 pm
NO LO DIGAS


La camioneta traquetea en su avance por la sinuosa y bacheada carretera levantando una humareda de polvo a su paso. Tras una curva viene otra curva y tras un bache viene otro. Viajo en la parte trasera del camión con mi familia y algunas personas más. Todos mantenemos la cabeza gacha, en parte para evitar el incómodo polvo y en parte porque quizá no tenemos nada que decirnos. El silencio es tal que prevalece sobre el ruido del motor llenando el ambiente con su silente elocuencia. Miro a mi hermano Kamil que levanta la cabeza y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Me llamo Adil, tengo 9 años y hoy he abandonado mi hogar.
Mi pueblo se encuentra a pocos kilómetros de la ciudad de Kirkuk, la cual había sido devastada por el asedio estadounidense. La miseria se había apoderado del país y allí donde mirases podías encontrar la huella de la guerra, aunque quizá en Kirkuk ésta era más profunda. El esfuerzo de los EEUU por conseguir esta ciudad clave para sus intereses hizo que los ataques se endurecieran hasta hacer de ella el escenario del horror. Después de la guerra, Kirkuk era una sombra de lo que fue y en sus numerosos edificios derruidos, así como en los rostros endurecidos de sus mermados habitantes, se entendía que tardarían en cerrar estas heridas.
Kirkuk había ofrecido antaño trabajo, no sólo a los habitantes de la ciudad, sino a los pueblos colindantes, pero todo eso había cambiado, no había trabajo que ofrecer y los adultos deambulaban paseando su inactividad o mendigando. Ésta era la situación de mi padre, siempre trabajador y orgulloso de su profesión, ahora sus días se consumían uno tras otro como un cigarro se consume en un cenicero. En ocasiones se juntaba con varios amigos también en la misma situación y tomaban té en el salón. Yo les oía hablar de lo mal que estaban las cosas, que no se podía hacer nada, que lo mejor era irse, abandonar el pueblo.
Lo cierto es que no teníamos casi para comer y nos manteníamos a duras penas. Mi padre viajaba a diario a la ciudad esperando que le contratasen en alguna obra, ya que era una de las actividades que más profusión tenía por la reconstrucción de la ciudad. Cuando esto sucedía era día de fiesta en casa. Mi padre regresaba contento y ese día nuestro menú de pan, agua y arroz se convertían en rodajas de ternera que devorábamos con voracidad. Recuerdo esos días con alegría. Mi madre, que se había sumido en una profunda depresión que la mantenía en silencio la mayor parte del tiempo, reía las bromas de mi padre. Mi hermano Kamil nos hacía un baile popular que había aprendido en la escuela ese año, pero lo hacía tan mal que todos nos reíamos. Yo siempre había pensado que lo hacía a propósito pero aún así reía hasta que me dolía la mandíbula. En aquellos momentos todos pensábamos que las cosas podían mejorar, pero cuando pasaban los días y se acababa el dinero caíamos de nuevo en el pesimismo.
Kamil y yo solíamos ir a jugar con otros niños del pueblo. Kamil era dos años mayor que nosotros y se hacía respetar. Siempre me fascinó la seguridad en sí mismo que mostraba y la capacidad de convencer a los demás para que se acabaran haciendo sus propuestas. Estaba claro que su carácter afable y alegre ayudaba a que todo lo que propusiera sonara a algo realmente divertido. Solíamos jugar al fútbol con una pelota de jirones de trapo que íbamos enrollando hasta darle forma redonda y Kamil siempre destacaba siendo uno de los mejores jugadores. Me gustaba cuando jugábamos en el mismo equipo porque cuando marcaba un gol me pasaba el brazo por el cuello y dándome unas palmaditas cariñosas en la cabeza ensalzaba mi tanto. Pasábamos mucho tiempo juntos ahora que no teníamos clases y yo notaba como por su condición de hermano mayor se preocupaba  por mí.
Un día Kamil me dijo que no podía venir a jugar con nosotros. Me extrañó y le pregunté que si pasaba algo. Me dijo que había quedado con Ahmed para tratar unos asuntos.  Ahmed era un año mayor que él y, aunque no se relacionaba mucho con los demás niños, demostraba un aprecio especial por Kamil. Sus padres habían muerto en la guerra y sus tíos le habían recogido a pesar de que sobrevivían a duras penas. Les vi sentados en la fachada del colegio y sentí no poder saber de qué estaban hablando. Aquel misterio me incomodó todo el día y cuando llegó la noche le dije a Kamil que me contase qué ocurría, pero me dijo que no pasaba nada, que me durmiera.
Los días siguientes todo volvió a la normalidad pero al poco volvió a apartarse para ir con Ahmed con el que paseaba y charlaba intensamente. Una noche me dijo que tenía algo que contarme. Me habló de lo mal que estaban las cosas, que no teníamos dinero para comer, que así no había futuro. Le espeté incómodo que eso ya lo sabía. Me dirigió una mirada condescendiente y me dijo que él quería hacer algo para ayudar, para cambiar las cosas. Me habló de un trabajo bien pagado que conocía Ahmed y que empezarían al día siguiente, que nos ayudaría a salir adelante. Le pregunté en qué consistía el trabajo y su cálida sonrisa se tornó seriedad. Se trata de recoger minas antipersona, me susurró. La palabra mina me dejó petrificado. Le dije que no podía estar hablando en serio, que cómo podía plantearse algo así. Me contestó que qué otra cosa podía hacer en la actual situación, que todos debíamos arrimar el hombro. Me dijo que no me preocupase que no era tan peligroso, tan sólo había que ir con cuidado, y con su tono resuelto nuevamente hizo que sonase mejor de lo que era. Estaba decidido y mis quejas y súplicas no sirvieron de nada.
A la mañana siguiente partieron Ahmed y él. Cuando desperté ya no estaba y aunque salí corriendo a las afueras del pueblo, ya no les vi. Estuve nervioso todo el día, dirigiendo miradas al camino de cuando en cuando esperando verles llegar. Mis padres pensaban que se había ido a pasar el día con Ahmed, eso les había contado, pero yo sabía la verdad y no podía evitar sentirme incómodo y molesto con él por haber hecho esa insensatez. Por otro lado admiraba su gesto de generosidad ya que sabía que lo hacía por nosotros.
Estábamos en casa por la noche cuando regresó. Entró por la puerta sonriente y con dos pollos en la mano. La sorpresa fue mayúscula, mi madre le preguntó que de dónde los había sacado, que si los había robado y él respondió ufano que los había comprado. Mi padre le miró con incredulidad y le preguntó que cómo había obtenido el dinero, a lo que mintió contando que Ahmed y él habían encontrado un trabajo en la ciudad para el verano. Les dijo que pagaban bien y que era honrado. No sé como les convenció, pero mi padre se conformó y no quiso indagar más en el asunto. Lo celebramos cenando uno de los dos pollos y recuerdo que mi padre le daba palmaditas en la espalda diciendo que ya se estaba haciendo un hombrecito. Sólo yo estaba aquella noche más serio de lo habitual y mi hermano para animarme me golpeó con el codo y me guiñó un ojo. Era su manera de decirme “ves, no pasa nada, no hay por qué preocuparse”.
El verano transcurría y Kamil y Ahmed iban dos o tres veces a la semana a su “trabajo”. En casa las cosas cambiaron, teníamos para comer a diario y la hora de la comida pasó de ser taciturna y triste a un momento para el recogimiento familiar y el intercambio de las veleidades y anécdotas del día. Kamil había conseguido que fuese así y aunque seguía sin estar de acuerdo empecé a pensar que quizá tenía razón y no era tan peligroso como creía.
Un día, cuando los dos partían, les seguí, y en las afueras del pueblo corrí decididamente hacia donde avanzaban. Se giraron y fruncieron el ceño preguntándome al unísono que dónde iba. Voy con vosotros, les dije. Kamil se enfadó y me dijo que no podía ir, que era muy pequeño para eso. Respondí que yo también quería ayudar, que me dejasen ir con ellos. Se miraron el uno al otro y Kamil se encogió de hombros. “Adil, no quiero que vengas, aquello es muy duro”. Se dirigió a mí con ternura, pero yo reiteré mi intención de ir. Entendió ante mi firme postura que no me iba a hacer cambiar de idea, y supongo que no sintió la fuerza moral para impedírmelo, ya que él llevaba semanas haciéndolo. Lo pensó un momento y me dijo que podía ir, pero no a trabajar, sólo a verlo. Accedí.
Caminamos bajo el ya abrasador sol de esas tempranas horas hasta atravesar las colinas y llegar a los campos de minas que estaban  situados en las cercanías de Kirkuk. Lo que vi cuando llegué ha quedado grabado en mis retinas hasta hoy. A lo largo de las extensas y amarillas laderas muchos niños buscaban y recogían las minas abandonadas, pero lo que me helaba la sangre en las venas era comprobar que muchos de ellos habían perdido una pierna o un brazo, o ambos, y aún así realizaban su tarea eficazmente apoyados en una muleta improvisada. Miré a Kamil, “ya te lo dije Adil, no quería que lo vieses”, me dijo apoyando su mano sobre mi hombro, dando a entender que había notado mi sobrecogimiento. Intenté hacerme el fuerte y le dije que estaba bien. Busqué una roca lo suficientemente grande para sentarme y allí descansé mis temblorosas piernas.
Aquella noche tuve pesadillas. En una de ellas estaba jugando al fútbol, tenía la pelota y avanzaba hacia la portería, me plantaba delante y cuando iba a chutar no acertaba a golpearla. Lo intentaba una y otra vez pero la pelota no se movía del suelo. La impotencia me frustraba y lo intentaba nuevamente. De repente reparaba en que los demás niños me miraban asustados y sus murmullos retumbaban en mi cabeza. Todos me señalaban, yo estaba aturdido, no entendía qué ocurría, miraba a uno y a otro preguntándoles sin que me respondieran. Intentaba andar hacia ellos pero tampoco podía. Finalmente miré hacía abajo y supe con horror lo que pasaba. Me desperté bruscamente empapado en sudor y no pude volver a dormir. No volvería a los campos de minas.
El verano seguía avanzando y ya llegaba a su fin. El calor sofocante se fue mitigando haciendo las mañanas y las tardes más frescas. El azul del cielo se tornó más intenso y se empezó a poblar de algunas nubes. Las lluvias llegaron y poco a poco tiñeron los prados de un incipiente verde que confería a las colinas una gran belleza. Fue en uno de esos días lluviosos cuando sucedió. Yo estaba en casa y de pronto aporrearon la puerta. Abrí y era Ahmed que estaba empapado y jadeante. Mire en derredor nervioso pero no vi a mi hermano. Ahmed casi no podía respirar del esfuerzo que acababa de realizar. Comenzó a llorar y a balbucear. Yo no quería oírlo “Adil... Adil”, no quería oírlo, más sollozos, no lo digas, “Adil....”, no lo digas, por favor “Adil, tu hermano...”...
Recuerdo que llovió durante tres días seguidos. El cielo lloraba, decía mi padre, aunque yo pensaba que cayeron más gotas de los ojos de mi madre que de aquellas nubes oscuras. Diariamente íbamos al hospital a visitar a mi hermano que se recuperaba de las heridas. La escena era siempre igual, mi madre lloraba y mi padre escondía la cara detrás de las manos y se preguntaba por qué una y otra vez. En aquellos días mis padres decidieron que cuando Kamil se recuperase abandonaríamos el pueblo, aquellas tierras que ya no nos daban nada y que ahora además nos quitaban.

En este momento viajamos en esta camioneta traqueteante que levanta a su paso el polvo del camino. Viajamos en silencio, no hay nada que decirnos. Miro a mi hermano y me sonríe moviendo levemente la comisura de los labios. Kamil ya no volverá a jugar al fútbol ni bailará en las comidas para hacernos reír. Le devuelvo la sonrisa y pienso que no es justo.

Racso
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:11:47 pm
ESPERANZA

Le rodean cuatro muros, está sin salida…

Un frío implacable amenaza en consumirlo, allí, sólo.
Una dulce agonía sobrecoge su sensible cuerpo,
El ruido de los vientos produce una canción engalanada de ruidos ensordecedores que hacen temblar sus oídos.

Una llama de fuego resplandece desde lo lejos, es la llama de la esperanza;
pronto se apaga, era un simple reflejo.

Al canto de la canción que producen los vientos se le unen los aullidos de las
bestias y fieras que le rodean, parece una pesadilla terrible que solo es posible en una imaginación tortuosa casi infinitamente indescriptible.

La noche es tan oscura que por un momento parece no sentirse con vida, ni
siquiera se le escucha la voz, entonces su mente se encarga de susurrarle
inspiradores ilusiones, en un desesperado intento de no opacar su inquebrantable corazón.

Desea en lo más profundo de su alma ver nuevamente a aquel reflejo de luz, pero no está seguro si sus ojos están abiertos, lo que sabe es que está totalmente inmóvil en medio de densas tinieblas de absoluta oscuridad.

De todos los sonidos confusos sobresalta un leve murmullo, es su respiración... de la manera más extraña se torna en un aire pausado, desea entonces concentrarse y arraigarse en aquel dulce sonido, es lo único tranquilo que puede escuchar, es lo único quizás en lo que puede confiar.

Las horas se hacen eternas, a pesar del dulce sonido no puede soportar el dolor, por cada imagen que aparece en su mente, por cada parpadeo de sus ojos, por cada gota de sudor, aumenta con intensidad su dolor y su agonía.

Un fuerte sonido truena en medio de la oscuridad, es mucho más fuerte que los
vientos, mayor que los aullidos de las bestias que lo rodean...

Siente como si sus piernas fuesen devoradas por la tierra, lo consume poco a
poco hasta llegar más arriba de la cintura, muy cerca de su pecho...

El frío lo siente hasta en sus huesos...

Trata de ahogar su aliento de vida...

Trata de callar los susurros de ilusión que emite su mente...

Trata de aplacar el deseo de su alma...

Trata de opacar su corazón...

Una llama de fuego resplandece desde lo lejos, es difícil creer por que parece un reflejo, se resiste a observarlo, se siente engañado hasta de sus propios ojos, no cree en los susurros, ni en su corazón, ni en el deseo de su alma...

Cierra sus ojos, ha decidido estar muerto, así halla cierta seguridad... Una
seguridad indeseable...

Siente una mano en su hombro, es un hombre que está dispuesto a ayudarlo...

Sabe entonces que se trata de la esperanza.

Ricardo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:13:33 pm
UN HEINKEL-46, DE FABRICACIÓN ALEMANA


Fausto agarró la palanca con las dos manos y, empujándola con fuerza, cambió las agujas. La vía quedó dirigida al muelle de carga. Iba a llegar un tren, aún era un misterio a qué hora, con tropas de refresco (reclutas heridos de miedo) y armas, provisiones y material sanitario. Oyó la sirena y, enseguida, los gritos: “¡Viene la pava! ¡Corred al refugio!”  Pero los avisos llegaban tarde. Sobre su cabeza, oía ya el cloqueo estrepitoso del bombardero y el ronroneo de los cazas que le daban escolta. Fausto levantó los ojos al cielo y vio que se desprendían motas negras de la pava, un Heinkel-46, de fabricación alemana. A medida que descendían, chillando, aumentaban de tamaño: una mota, un puño negro, un yunque, una bomba. Al momento, el estallido. Un viento de infierno lo envío al otro lado de las vías, y lo dejó amontonado con las astillas de la caseta del guardagujas.
Le faltaba el aire. Aspiró con fuerza. El dolor lo acabó de dejar sin resuello.  Estuvo un rato tendido, inmóvil, juntando fuerzas y determinación. Su cuerpo, tan reacio a moverse, en aquel momento, como su mujer a acudir al refugio cuando llegaban los bombardeos; “si nos llega la hora, prefiero morir en casa que tirada en esa zanja que llamas refugio”, aseguraba ella. Fausto se incorporó, despacio. A cincuenta metros, en medio de las vías, un cráter; los raíles, rotos y retorcidos, apuntaban al cielo. El tren de los reclutas no podría entrar en el muelle de carga. Se palpó y comprobó, con alivio, que no estaba herido: el balastro que había volado como metralla no había impactado contra su cuerpo. Se le vino a la boca un buche de sangre. No tenía heridas abiertas y sin embargo. Con el puño de la camisa se limpió la humedad tibia que le rezumaba de los oídos.
Seguían cayendo las bombas, sobre las vías, la estación, el pueblo, pero caían en silencio. 
    Intentó ponerse de pie. Sintió un pinchazo helado en la espalda. Respiró con cuidado. Aspiraciones leves y repetidas, como suspiros delicados. Consiguió ponerse de pie, por fin. Escupió la sangre que le llenaba la boca y emprendió la marcha hacia su casa. El aire limpio y plácido de aquella mañana de abril no encajaba con la tragedia que se estaba viviendo en España, en el pueblo, tan cerca del frente de guerra; el cielo se mantenía neutral o insensible. El tiempo, simplemente, hacía lo que podía para conservar la rutina. También la gente. Pocas semanas atrás, había sido carnaval: hizo frío, como correspondía, y Fausto y su amigo Antonio se pasearon por el pueblo disfrazados de mujer, según su costumbre.   
Llegó al paso a nivel de la farmacia. Caminaba inseguro, apoyándose en las paredes de las casas paralelas a las vías. A este lado, el pueblo; al otro, las tierras. Junto al paso a nivel, Peris había sembrado un campo de algodón, ¡qué ocurrencia, con la falta que hacía el grano!  Fausto abandonó la calle de la Vía Férrea y se metió en el corazón del pueblo. Pasó junto a la tapia del patio de la escuela. Araceli, su hija mayor, siempre leyendo, quería ser maestra. La hija de un obrero, maestra de escuela. Dobló la esquina de la calle de la Balsa. Tuvo que pararse. Se sentó en el suelo. Estuvo respirando a pocos y a lentos, despreciando el dolor. Tiró al suelo el pañuelo empapado en sangre. Seguía sin oír nada. Eso era lo de menos. Si era necesario aprendería a leer en los labios. Aunque, el tintineo de Regina y Carmita, sus hijas pequeñas, cuando reían. Volvió a ponerse de pie. Se sentía aliviado por el descanso.
Las calles estaban desiertas. Una mula aparejada, con las riendas a rastras, pasó al galope, sin hacer ruido, buscando quizás el amparo de la cuadra.
Faltaba poco. Llegaría. Llegaría a tiempo. No se veían columnas de humo por donde su casa. En los oídos le nació un borboteo suave, como el de su madre rezando padrenuestros. En la esquina de la calle de Poniente, un perro: el rabo entre las patas, el pescuezo estirado, el hocico dirigido al cielo, la boca entreabierta: Fausto vio que estaba aullando.
   Al llegar frente a la vaquería de Laureano, percibió el hedor tibio de la leche agriada y del estiércol, pero no oyó los mugidos. Ya, sólo cuatro pasos.
   Empujó el portalón y entró en el enorme zaguán empedrado de su casa. Las mujeres estaban sentadas en sillas de anea. Habían cerrado las contraventanas para conjurar el peligro. La luz de un quinqué enrojecía la penumbra. Su madre, de luto perpetuo, pasaba las cuentas de un rosario y, una y otra vez, se remetía el cabello bajo el pañuelo que le cubría la cabeza.
   Cuando lo vieron, tambaleante y con un hilo de sangre en la comisura de los labios, saltaron de las sillas y acudieron a auxiliarlo. Fausto le dio un beso en la frente a su madre. Se fundió en un abrazo con ella, con su mujer, Dolores, y con sus hijas. Quiso aupar a Carmita, la pequeña, pero le fallaron las fuerzas.
   —Estáis bien, estáis bien… —musitó con una sonrisa.
   Y sólo entonces, en aquel zaguán inmenso, mi abuelo Fausto se permitió dejarse caer junto a una aspidistra, ya muerto.

Julián escudero
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:15:02 pm
Luna llena


Viajo en un tren que ha partido desde mi pueblo, rodeado de montañas verdes, con dirección a tu ciudad de altos edificios y grandiosos parques, de los que estoy segu-ro, en tiempos atrás, formaron parte de antiguos bosques. Apoyo una mejilla en la ven-tana de mi asiento y contemplo una luna de primer cuarto. La contemplo melancólica-mente y me pregunto: ¿Dónde estará su otra mitad? También me pregunto, no sin dejar de avergonzarme de mi impuntualidad, si ya me esperas sentada en nuestra fuente, que hace brincar chorros de agua, como si fuesen de ballena. Le apuesto mi vida al mundo a que seguramente no has cogido el tren a tiempo porque, como alguna vez te ha pasado, habrás salido de casa sin las llaves, que no echaste de menos, hasta que el tren de las once estuvo llegando a la vía. Estoy segura, si ya estás de camino aquí, que estás con-tando las luces de Madrid, que te gusta describirlas como si fuesen estrellas de fuego que brillan parpadeantes en el horizonte. No me había dado cuenta de la luna. Aún así, en su último cuarto, como científicamente se conoce, es preciosa; aunque me pregunto dónde estará su otra mitad. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siee, ¡vaya!, perdí la cuen-ta. Siempre me pasa lo mismo. He contado dos veces una estrella de fuego y ahora ten-go que volver a empezar. Lástima que esta noche nuestra fuente esté en silencio. Los soplidos del viento dibujan anillos en sus aguas dormidas; pero, ¿a quién se le ocurre tirar un bote de refresco? ¡Qué tibia está! La temperatura es suave y muy cálida ¿Por qué siento que la luna me persigue? Hay algo en ella que ilumina mis ojos, atraviesa mis pupilas y me hipnotiza para hacerme creer que me persigue misteriosamente. Me imagi-no que si ella se aburre de perseguir al tren en donde estoy viajando, cambiaría de ruta para perseguir a otro. Pero a propósito de si la luna me persigue o no, me pregunto ¿Dónde se encontrará su otra mitad? Raúl me acaba de enviar un mensaje. A ver, ¿qué me dice? Llego en veinte minutos. Besos. Por mí estará bien. Además aprovecharé para hacer lo que había pensado esta tarde. Iré a por una rosa ¡Vaya! En cuanto me he puesto de pie he sentido que alguien lo ha hecho conmigo. Siento una presencia a mí alrededor, siento algo que me acompaña y estoy sola. Es raro. Porque siento más a esta presencia que a la gente que está cerca de mí. Tal vez haya sido un beso de la brisa que yo he con-fundido con una presencia escalofriante. Bueno, me dejaré de tonterías. Iré a por mi rosa, que será rosa de amor cuando a Raúl se la regale. Por fin, ya estoy aquí. Es muy extraño esto de bajarse de un tren en mitad de la noche, habiendo sido el único pasajero. Los grillos cantan a lo lejos. Me siento solo en este andén oscuro. La luz de la media luna dibuja mi sombra y la alarga en el suelo mientras camino a la salida de la estación. Esta rosa es muy bonita y desprende un olor fresco y perfumado. Espero que te guste, mi niño impuntual.

Veinte minutos más tarde...

Creo que es Raúl. ¡Sí, es él! Estás muy guapa, cariño. Oscuro el parque, pero tu sonrisa blanca como la nieve brilla en la oscuridad donde me has esperado. Veo que no estás sola ¿Una flor para mí? Sé que te gusta hacerte esperar. Aunque no debo mentirme. Me ha gustado echarte de menos y no será nuestra última vez. Me gusta la calidez de esta noche pero más tu sonrisa, preciosa ¡Qué guapo estás con ese peinado de raya al medio! ¿Te habrás puesto gomina? ¡Verde que te quiere verde con ese vestido que roza el suelo, parece como si flotaras. Es la primera vez que llevas la camisa por dentro de los pantalones, y también llevas puesto los cinturones que te regalé por las navidades pasadas. Te he echado muchísimo de menos, mujer de mis sueños hechos realidad. Es-pero que te guste mi rosa. Por suerte, esta vez, llevo conmigo los bombones y nos los comeremos todos hasta empalagarnos, hasta sentir que la lengua se nos pegue al paladar ¿Qué escondes por detrás? ¿Un ramo de rosas? O ¿Tus manos de poeta para abrazarme?
Mientras Raúl y Noelia corren el uno al otro para encontrarse con un abrazo, sin dejar de sonreírse, las mitades de la luna llena están a punto de colisionar y van al ritmo de los pasos de Raúl y Noelia. Los dos se dan un abrazo y las dos mitades de la luna se unen perfectamente. Un destello de luz incandescente ilumina Madrid por unos segun-dos, como si todas las estrellas del firmamento hubieran parpadeado a la misma vez.

Hablador
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:17:17 pm
NAUFRAGIOS


Maria Ermita tejía naufragios. Frente a la Costa de la Muerte, sabía que a un naufragio le sucedía otro peor. Según iban naufragando los barcos, iban naufragando las vidas. Era el mar, lo abrupto de sus costas aquello que ocasionaba una tragedia tras otra, a veces se oían otras voces, entonces María Ermita se santiguaba, podía ser la Santa Compaña buscando el alma de los hombres de mar.

María Ermita se envolvía en el manto que tejió entre naufragios. A su padre se le tragó el mar, a su abuela la estampó contra las rocas mientras recogía percebes,  a su marido también se lo arrebató el mar. Ella quiso aferrarse a la tierra, a las cosechas de patatas, de cebolla y cereales, y hornear pan, de día y de noche hornear pan, como hizo su madre, todavía firme ante el horno donde se tuestan hogazas, roscones y empanadas, para que sus hijas den por terminado el manto de naufragios. Sin embargo al fondo siempre está el mar.

Sol es la hija mayor de María Ermita. Esta dorada por su astro, es dura y difícil de eclipsar, se aferra a la tierra y no quiere tratos con el mar. Por el contrario la hija pequeña, Estrella, se esconde entre nubes, es tímida,  y sus momentos  mas felices están en la oscuridad de la noche mirando el mar.  María Ermita la protege más que a Sol porque sabe que es fácil hacerle daño en el corazón.

•   Tras un naufragio siempre hay otro, le repetía su madre a María Ermita, es la forma en que se hunden nuestras vidas en la Costa de la Muerte.
•   No hable así madre. Gracias a Dios tengo dos hijas. He intentado por todos lo medios que ellas no se acerquen a la mar.
•   A Estrella le gusta mucho madrugar para el marisqueo, hablar con los marineros. Debes poner medios para traerla a tierra. Puede ser la mujer del de la tienda, o del candelero…
•   Todos salen a la mar.
•   Sol se ha casado bien con el hijo del herrero, no sale a la mar.
•   En este lugar no hay dos hombres que no salgan a la mar.
•   Pues busca el segundo para tu hija Estrella.
•   A Estrella siempre le queda el horno.
•   Tras otro naufragio. Maria Ermita, aleja a Estrella del mar.

Mientras tanto, Estrella salía cada noche para ver amanecer sobre el mar y los naufragios se sucedían en la Costa de la Muerte. Cuando ya a los marineros no se les podía ayudar y los cuerpos que la mar devolvió yacían inertes sobre la playa en espera del momento de su sepultura, las gentes se daban a re coger naranjas o dátiles, o tejidos ingleses o sedas de la China que se acercaban al lugar como orugas solitarias de lo que fue una procesión.

El Capitán Calver y su tripulación tuvieron más suerte. Estrella vio como un navío se destrozaba contra la costa. Un halo de faroles y capas negras aparecía y se esfumaba entre las rocas.

“La Santa compaña” gritó Estrella mientras corría al lugar.

Cuando Estrella llegó al lugar todavía había marines que se debatían entre la vida y la muerte en el Oceáno, entre ellos el capitán Calver. Comenzaron a bajar hacia las rocas vecinos del pueblo y hacia el mediodía se comprobó los hombres que se habían salvado. Se salvaron todos aunque nunca apareció el menor rastro de su cargamento de diamantes desde África.

Estrella prestó los primeros auxilios al Capitán Calver y en su propia casa se acabó de reponer.

•   María Ermita, a la niña se la va a llevar el mar.
•   Calle madre, calle. Después de luchar tantos años contra naufragios.

Siempre buscando su cargamento, según se iba reponiendo, el capitán Carver y Estrella,  comenzaron a pasear entre las rocas y las playas de la costa.

•   Escucha Estrella, se pierde la luz del faro. - Le dijo un día el Capitán – Ahora lo recuerdo todo bien. Aparecen numerosas luces, como luciérnagas gigantescas, candiles como faros que parecen querer socorrernos desde la costa. Nos dirigimos a ellas pensando que nos quieren salvar desde la costa y nos empotramos contra las rocas.
•   Es la Santa Compaña que quiere el alma de los marineros. Yo la he visto muchas veces y no la temo. Llevan sus candiles enormes, sus cubos, las negras capas que esconden el rostro y el cuerpo de sus almas en pena. Se esconden entre las sombras de las rocas y ahí permanecen hasta el amanecer.
•   No Estrella, no son almas, son hombres de carne y hueso. Son hombres envilecidos que buscan las mercancías de nuestros barcos para trapichear y enriquecerse pese a las vidas que con ese negocio se cobran.
•   ¡Capitán Calver! Insinuáis que mis vecinos, marinos que arriesgan su vida en el océano y sus costas son ladrones y matarifes. 
•   Todos no, Estrella, todos no. Los más son gentes de bien. Sin embargo, por desgracia, en todos los lugares del mundo hay bandoleros en tierra y piratas en el mar.
•   ¡Es la Santa Compaña! ¡Tan difícil te es creer en las ánimas!
•   Escucha Estrella, escucha, mañana llega un buque, un carguero de armamento. Todos los piratas aprecian ese botín. Pasaré la noche en la costa. Los barcos que llegamos de lejos solemos arribar antes del amanecer.
•   Iré contigo. No temo la Santa Compaña, la he visto más de una vez.

******

•   Madre, era él. Era el marido de Sol. Así se enriquece mientras otros hombres mueren. Eran cuatro o cinco piratas, el Manoliño de la Rua, Serafín del molino y no se cuales eran los otros tres más. Ellos comprando tierras mientras mueren los hombres en el mar. Yo los vi y los capitaneaba él.
•   No quiero ni oir hablar del tema, Estrella. Es la Santa Compaña, siempre se dijo que es la Santa Compaña, la que siembre de muerte nuestra Costa. Se une el tiempo, los huracanes, las altas olas, los indomables acantilados….
•   Ellos buscan dinero y otros hombres mueren en el mar.
•   ¡Estrella! Haz una cruz con tus índices y bésala. No quiero ni volver a escuchar eso. ¡Es el marido de tu hermana!. Aunque fuera verdad, será un inviolable secreto.
•   Estrella, hija, no te vayas al mar.
•   Abuela, no temas. Madre, no viviré aquí con ese secreto mientras mueren hombres de  bien en el mar. Me iré con el Capitán Calver.
•   Te lo dije María Ermita, te lo dije. A Estrella se la llevaría el mar.

******

Hay una estrella errante a la que María Ermita va a rezar todas las noches, al acantilado, cerca de la playa en la que el mar devuelve a sus víctimas. “Te pido perdón si es el marido de Sol, ese que yo adopté como hijo quién me ha robado vuestras vidas. Yo quiero seguir pensado que en las costas sólo están los trabajadores, hombres de bien que arriesgan sus vidas por un pan que comer”.
María Ermita se envolvía en el manto que tejió entre naufragios. De todos hay que reponerse, pero el último siempre es el más doloroso. Sin duda, este último fue el más cruel. A la playa llegó el cadáver de su hija Estrella abrazada a su niño de corta edad. Esta vez no tuvo tanta suerte como en veces anteriores el Capitán Calver. Sólo se salvaron él y otro marino que murió al amanecer.  El Capitán Calver encargó una losa de mármol para cubrir el cuerpo de su esposa y su pequeño hijo. Descansarían en la costa dónde Estrella descubrió a los piratas del mar, desde dónde le gustaba contemplar la noche y el amanecer.

Caterina albert
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:18:40 pm
Caramelos a los niños


   Es 10 de julio de 1995 y sé que va a ser un día perfecto. Comienza la aventura, nos vamos a la tierra de la plata, a la ciudad de las ilusiones. Mi madre dice que sus campos están llenos de oro y que tiene un manantial con aguas medicinales. Cuenta la leyenda que unos sabios medievales construyeron allí un castillo a base de piedras preciosas, una fortaleza en la que vivieron más de cien años ricos e inmunes a todo dolor. Nosotros también seremos ricos, también seremos fuertes.

   Como lo serán las cientos, las miles de personas que vienen con nosotros. Llevan días saliendo autobuses en dirección a la villa de los sueños. Todos hablan de la seguridad que impera en sus calles, todos hablan de confianza, protección y suerte, en Sarajevo no se escucha otra cosa. Sé que seremos felices en Srebrenica.

   Ya tengo pensado qué hacer en cuanto llegue, saldré a buscar oro para comprar kilos y kilos de chocolate. Mi madre dice que aquella ciudad tiene el mejor chocolate de toda Bosnia. Me cuesta creer que pueda probar alguno mejor que el que tú preparas, abuela. Te voy a echar tanto de menos. Aún sigo sin entender por qué no quieres venir con nosotros.

   Todavía no ha salido el sol pero estoy seguro de que nos irradiará con toda su fuerza. Huelo a vida, percibo ya la esencia de la montaña, su aire puro y el tono marrón y verde que la envuelve. Dentro de poco llegaremos a nuestro nuevo hogar.

   Apenas tres horas después entramos en las calles de la ciudad, pero, ¿dónde está la gente?, quizás estén dormidos, quizás no tengan que madrugar. Lo olvidaba, ¡son sus tierras, tienen oro!, ¿para qué iban a trabajar? Abuela, prometo alcanzar el triunfo tan pronto como pueda, prometo hacerme grande, listo y próspero para mandarte todo mi dinero y que vengas con nosotros, no pienses que me voy a olvidar de ti, te escribiré una carta cada día.

   Acabamos de entrar a un sitio un poco sobrio y gris, pasaremos aquí la primera noche. Esto no es lo que esperaba, creí que iríamos directos a casa, pero dicen que aún no está lista,  que para verla impecable, inmejorable, para que esté magnífica, tendremos que esperar a mañana.

   La noche acecha. Los tres juntos nos acurrucaremos en la moqueta de esta parca y gris
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habitación. Menos mal que será solo por hoy, me consuela pensar que en tan sólo un día yaceré junto al calor de la lumbre, viendo cómo el fuego consume los troncos en la nueva chimenea, en el nuevo hogar.

   Amanece un 11 de julio de 1995. Es una mañana diferente. Es mi primera mañana en Srebrenica. Estoy deseando salir a explorar la ciudad. Antes de que mis padres se levanten voy a ir en busca del manantial y les traeré un poco de ese agua bendita. Verás qué sorpresa se llevan al despertar y   sentirse redimidos con su mera brisa. Nos lavaremos la cara con ella y rebosaremos energía para el gran día que nos aguarda. Hoy nos toca estrenar una vida.

   Salí con apremio a la calle, pero me quedé parado de repente. Había algo diferente. Era el paisaje, su silencio o quizás el olor. Sí, creo que era su olor. Sentí el mismo aroma que invade el aire de Sarajevo el primer domingo de marzo, cuando voy con mi padre a ver el campeonato nacional de velocidad. No hay duda, olía mucho a gasolina. Y comencé a escuchar el ruido de motores, decenas de ellos. ¿Qué estaría pasando por esos lugares solitarios tan temprano?

   Cuando mis ojos miraban estupefactos tanto alboroto apareció mi padre y me cogió rápidamente del brazo. Me regañó por salir solo y sin avisar. Le pregunté qué estaba pasando en las calles de Srebrenica y, tras pararse a divisar cuanto le rodea, tras unos instantes de silencio, me dijo que hoy era la fiesta nacional, un día de los grandes. Y para celebrarlo los militares desfilaban ante los ciudadanos. Era una bonita exhibición. Seguro que él también se impresionó tanto como yo al verlo, me lo decían sus ojos, lo noté en su cara.

   Y es que había cientos de militares por todas partes. También había tanques, era la primera vez que los veía de verdad, me habría encantado subirme a uno, pero tuve que volver a aquel lugar gris en el que pasamos la noche....

   Y como lo prometido es deuda, en cuanto llegamos mi padre se apresuró e hizo las maletas. Le dijo a mi madre que había llegado el momento de marcharse. Era perfecto, todo iba más rápido de lo previsto. Nos dirigimos a un almacén de Potocari, allí nos reuniríamos con unos señores que nos harían entrega de las llaves de casa. Mi padre los llamaba los cascos azules porque también iban disfrazados para la fiesta nacional. Yo quería vestirme como ellos pero, ante todo, lo que más quería era instalarme en mi gran habitación.

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   Los cascos azules debieron retrasarse con el jaleo del desfile porque cuando llegamos no tenían las llaves preparadas, así que tuvimos que esperar para poder trasladarnos, junto con mucha otra gente que también iba a mudarse. Era sólo cuestión de minutos, o quizá de horas.

   Y entre tanto escuchaba cómo las calles cobraban vida. Poco a poco emergió el ruido de los tanques y de los militares. Incluso se oían disparos. Era el desfile más perfecto que jamás había visto, en el lugar más perfecto en el que nunca había estado. Todo era como un sueño.

   Pero apenas pude asomarme por las ventanas de aquella nave repleta de gente para ver la fiesta. Mi madre no me dejaba, siempre me interrumpe en los mejores momentos. En ese instante quise llorar  por la rabia de no poder salir a disfrutarlo, pero también por la emoción de la nueva casa. Todo pasaba tan rápido que era incapaz de controlar mis sentimientos. Pero tenía que contenerme, ya tengo 8 años y no debo llorar en público. A mi madre sí que le cayeron unas lágrimas. Seguro que en ese momento era feliz.

   El alboroto no cesaba. Nunca vi en Sarajevo a la gente expresando tan libremente su alegría, gritando sin miedo. ¡Viva la libertad de expresión y viva la locura! Yo también quería salir a divertirme con el resto pero mi madre me lo impidió, dijo que debía obedecerla y permanecer callado junto a ella, tal y como hacían los demás niños que aguardaban en aquel lugar. Aunque debo confesar, abuela, que tuve que contener mucho mis ganas de gritar. Y de volar.

   Menos mal que alguien se acordó de nosotros. De pronto entraron militares al almacén, éstos sin casco azul (pensarían, como pensé yo, que era ridículo). Irrumpieron como irrumpen los vaqueros en las películas del oeste, como lo hacen los pistoleros en las películas de acción, con el mismo ímpetu. Venían a recoger a todos los hombres que había en el lugar para que participasen en el desfile. Yo intenté ir con ellos pero ni siquiera conseguí que me vieran. Mi padre se marchó con ellos. 

   Reconozco que me dio envidia su suerte, aunque no puedo quejarme porque ahora soy famoso abuela, ¡he salido en la tele! Y es que un montón de cámaras entraron a la nave a la misma vez que lo hacía un señor muy bien vestido y su séquito de guardaespaldas. No tengo ni idea de quién era, quizás el rey o algo así. Fuese quien fuese debía ser una gran persona, como todo el mundo aquí, porque vino a darnos un caramelo a cada niño, sin más. Y después se fue.

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   Entretanto mi madre y yo seguíamos esperando a que pasase el revuelo para poder ir a nuestro nuevo hogar. Ya empezaba a desesperarme. No podía hacer nada, no era mayor para disfrazarme, pero era grande para jugar. El tiempo pasaba despacio. Al final me pudieron las fuerzas y arranqué a llorar. Y de nuevo lo hizo mi madre, esta vez mientras me abrazaba.

      Y así llegó la noche. Mi padre no había vuelto aún, tampoco lo habían hecho aquellos hombres con cascos azules que tenían nuestras llaves. Sólo podía pensar en la grata, alegre y divertida vida que me esperaba en Srebrenica. Íbamos a vivir en una casa grande con jardín. Por fin podría tener un perro y sacarlo a pasear, lo llevaría cada día a beber agua del manantial. Y me quedé dormido pensando en el nombre que le pondría. Al tiempo, la ciudad se durmió conmigo, enmudeció.

   El 12 de julio esclareció con la sonrisa de un buen augurio. Al despertarme escuché voces que anunciaban que en tan sólo unos minutos llegarían autobuses para llevarnos a nuestras casas. Ya estaba todo listo, como me habían prometido. Sólo faltaba algo, papá aún no había vuelto. Después me dijeron que los hombres, al término del desfile, se fueron a la urbanización para preparar nuestra llegada. Habían estado toda la noche trabajando para que nada fallase. Iba a ser genial. En cuanto vea a mi padre le pienso dar el mayor abrazo que pueda darse en el mundo.

   Llegó nuestro autobús y tras una hora de viaje vi la luz del que iba a ser mi nuevo hábitat. El verde brillaba de entre todos los colores con una fuerza colosal, pero no se veía ninguna casa. Las madres se fueron juntas para dejar las maletas y organizar cada hogar . La mía ha me dijo que prepararía las habitaciones y cocinaría spaguettis, mi comida favorita. Cuando lo tuviese todo a punto vendría a por mí.

   Para no molestarlas los niños nos fuimos a jugar al que, desde ese mismo momento, sería nuestro colegio. ¡Y por fin pude hacer algún amigo! Me acerqué a una niña rubia que no paraba de llorar. Le dije que no tuviese miedo, que sus padres vendrían enseguida a por ella, pero no me hizo caso, decía que sus padres no iban a volver y que tampoco lo harían los míos, que se los habían llevado los serbios. ¿Y para qué se iban a llevar los serbios a nadie?

   No sé qué pasa abuela, pero aquí hay más niños que gimen, suspiran y sollozan. Ya han pasado varias horas y mi madre no viene a por mí, no ha venido nadie. Hace frío y tengo hambre. No sé a qué viene tanto misterio, ya vale de tantas sorpresas. Sé que mis padres se han esforzado al
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máximo para ilusionarme pero estoy empezando a tener miedo. Nadie habla, solo hay silencio. Lo único que  sé es que otra vez se hace de noche y no tengo cama. Abuela, nunca pensé que diría esto, pero quiero volver a casa.

Julio de 1995
SAMIR
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:21:12 pm
NUESTRO CINEMA PARADISO


“Sin tabaco no habría galanes como Humphrey Bogart o Gary Cooper. Sin galanes como éstos no habría película, sin película no habría cine y sin cine no habría penumbra donde meter mano a la novia los domingos”
Francisco Umbral

Recuerda las tardes de cine, en aquellos días de luz de la adolescencia. Su olor a maíz recién tostado y Barón Dandy. El cine era nuestra primera escuela porque en él se nos mostraba la realidad antes que en nuestra propia vida. ¿Recuerdas? El cine era nuestro compañero en el oro molido de los crepúsculos. Teníamos sueño pero el cine luego creaba nuestros sueños y desordenaba el viento.  Era nuestra caverna platónica. Gracias a él, juntos, contemplamos el primer beso con ojos de vidrio y honda claridad y le pusimos nombre a aquel rostro que nos definió la metamorfosis de la melancolía. El cine fue para nosotros la continuación de nuestra existencia. En aquella burbuja, desconectados de la realidad, vivíamos nuestra realidad. Supimos que Marilyn Monroe era una fiesta; que la imagen de Marlene Dietrtrich estaba hecha a la medida del Arte; pudimos contemplar los ojos sin fondo de Greta Garbo o sentir la memoria helada de Casablanca. Recuerda que en el cine siempre nos encontrábamos a los solitarios. A esos que, por dos duros, podían comprar la felicidad y hasta algún amor que después se hacía teatro andante en las paredes ocres de su habitación. Para ellos el cine era la manera más real de ser ellos mismos. A través de él hablaban con ese Dios que todos llevamos dentro. Luego los veías salir felices, alegres, al silencio de la calle, como si, durante ese tiempo, hubieran descubierto su identidad a través de los actores de moda. El cine creaba un camino que no se hacía al andar, sino al regresar, edificando  nuestro particular ángulo de eternidad. Al cine venías tú. Y allí enlazamos nuestras manos en un resplandor salvaje para siempre. El cine le ponía nombre a nuestros deseos en las metáforas de luz de los domingos. Más tarde, la dura realidad diluyó aquel sagrado misterio. Sí, se cerró nuestro Cinema Paradiso. Pero nunca olvidaremos el primer plano exacto y genial de la Bergman con la chaqueta de esmoquin del dueño del café. Y, sobre todo, no olvides que, siempre, siempre, nos quedará París.

 BEGASTRI
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:23:45 pm
Y nos separamos


Ella siguió su curso y yo no, ésa fue la diferencia.
   Desde el momento en el que nos separamos, el aire seguía entrando en mis pulmones, los latidos permanecían rítmicos, todo seguía igual. La vida era la misma; pero sin ella, sólo era cuestión de dejarse llevar.
   El no pensar hace - en muchas ocasiones - que no le demos importancia a lo que, en un futuro, puede ser algo incierto. Y desde luego, recordado.
   El separarnos no fue cruel, no fue duro, ni traumático. Hoy todo parece, un simple gesto, el trabajo, las relaciones. Todo está en el ánimo del que lo piense, del sujeto activo, vuelto pasivo por su propia mente. Y nos separamos, eso no hay quien lo dude.
   Me marché lejos a vivir mi vida, mientras ella corría con la suya. Seguía su curso y su camino. Sin saberlo, llena de vida en su interior. Llena del cariño de todos los suyos y por supuesto, de todos los que la habían conocido en algún momento. Partió joven y con fuerza, como lo hacen todos los jóvenes, desde lo alto del cerro.
   En sus años se relacionó con José, el molinero. Muchas anécdotas contaban en el pueblo del joven, quien se habría criado junto a ella y acabó por perderle el respeto y por ello fue castigado, con las más dura de las penas; dejar de vivir.
   Fue compañera en otoño, olvidada en invierno, renovada en primavera y querida en verano. Amiga de todos. Poseída por nadie.
   Recordaba cuando un mes de junio, sentado rozaba mis pies, notaba el cosquilleo entre mis dedos, dejándome llevar. Aquel día había estado con los amigos, como siempre hacía, con dieciséis años, no se puede pedir mucho aun chaval, acabados sus estudios, mas que disfrutar de la vida, hasta rodearse de responsabilidades.


   Con el tiempo he vuelto a mi tierra, donde uno se ha criado es normalmente donde vive mejor, o quizás, más a gusto. Y es ahora cuando más la añoro. Verla por la mañana recién despertado, tenerla cerca, dando paz y serenidad a una mente alocada, como la mía.
   Todos la echamos de menos.
   Me cuentan cuando vinieron los ingenieros, los técnicos que todo lo saben y nos dejaron sin su curso.
   Desviaron el río y el agua se marchó. Para regar otros campos, para ser más útil, abandonó nuestras vidas.
   Podemos ir a verla, allá donde el horizonte, tras el valle y el muro, condenada en un remanso, para ser controlada por los hombres. Es lo que pasa con los seres puros, acaban doblegándose al más fuerte, al que más grita, al más duro.
   Pero quedará en nuestro recuerdo y en las mentes de todos los que la conocimos. En el paso por nuestro pueblo, en las fiestas de verano, en las romería de primavera. Sus peces ya no nos conocerán, los árboles sufren por ella, pero nosotros la recordamos como nuestra.

Sargento kloud
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:27:05 pm
La mariposa dorada


Parqueó un viejo taxi de color azul ante la iglesia católica, para que bajara el militar en uniforme de campaña, seguramente de regreso de alguna maniobra. El taxi dobló ruidosamente por la avenida, y el militar, luego de una corta carrera,  había cruzado la calle y entrado a su casa de tejas y con jardín de rosas y jazmines cerrado al frente por una tapia baja de ladrillos. Pasó entonces, todavía sin cerrarse la puerta de la casa, un ómnibus ruidoso, veloz, con mucha  gente mirando por las ventanillas, y al llegar a República, la ancha calle que bordea la fuente y lleva a la Estación de Ferrocarril, dobló sin aminorar visiblemente la marcha.
Para cualquier observador, solo la vida simple, cotidiana, rutinaria, de la ciudad.  Por eso nadie se habría tomado el trabajo de reparar tampoco en él, que había traspasado unos minutos después de la llegada del militar la portezuela en la pared de ladrillos, y estaba ahora detenido en la acera, sin decidirse por fin a cruzar la calle. Dudaba. Repasaba los consejos de la madre. Volvía a un lado y otro la cabeza, tranquilamente, observando con asombro,  no tanto el tráfico exagerado de la urbe, como lo que lo emocionaba verdaderamente, esa infinitud misteriosa, espléndida, mágica de la tarde, y la mariposa dorada, misteriosamente aparecida.
   “Es linda la tarde, es un lago donde flotan los cometas, los sueños y también  las mariposas”, se dijo, buscando cuidadosamente las palabras, antes de dar otro paso, el definitivo.
     
 
     
 No era la primera vez que hacía esto. Prefería cruzar la tapia baja de ladrillos y luego permanecer allí, solo, en el mismo punto siempre. Miraba desde ese punto la tarde, y con ese enigmático asombro, porque no era —no lo sabía él, sus padres tampoco— un niño como los demás, de esos que aprenden en la escuela las primeras reglas aritméticas y escalan por ella trabajosamente, entre castigos y reprimendas, hasta llegar a la Universidad.  En un sencillo laboratorio de su escuela, antes de cumplir los siete años, ocurriría el hecho. En aquella mañana de septiembre en que empezaría a estudiar autodidacto, para júbilo de maestros e inspectores, lo desconcertante que hay en la composición del aire, la tabla periódica de Mendeleiev, el espectro dulzón de la luz.
      Su descubrimiento de los gravitones tomaría por sorpresa doblemente a la comunidad científica internacional. Una treintena de revistas especializadas citarían a coro su nombre y su edad. Y lo volverían a hacer con más razón y pasión en su Convención de Novedades de diciembre. En un número especial de la prestigiosa Society and Nature, lo llamarían, tal vez con algún exceso de devoción, como es típico en el terreno de las predicciones, el Albert Einstein del siglo XXI.
   No defraudaría, sin embargo, a ninguno de sus primeros mentores. Dudar, indagar, descubrir, inventar, ese iba a ser el sentido único de su vida, toda su vida. Lo ratificaría en el aula, ante sus condiscípulos y el gravitón atrapado, y mucho después, incluso en aquella mañana, tan distante hoy,  en que,  ya con cincuenta y dos años, vendrían a buscarlo para escuchar otras de sus genialidades, un minucioso proyecto de vuelo sin escala a Platón aprovechando los vientos parabólicos de la Vía Láctea.
Varias prestigiosas universidades europeas y norteamericanas lo premiarían inmediatamente con diplomas y títulos,  distinciones y doctorados. La de Harvard, siempre originalísima,  llegaría más lejos, con una beca especial  de su programa de socorro a los niños talentos. Un gesto didáctico que él rechazaría cortés y tímidamente, solicitando en su lugar, por favor, de ser posible, no se ofendiesen, un piano que cupiese en su cuarto, un piano donde poder tranquilamente, entre sorbos de leche y malta, mordidas a su barra de chocolate azucarado, interpretar a Mózart y Liszt, cuya música tanto admiraba.
      Lo complacerían sin sospechar que en ese mismo cuarto, tranquilamente, bajo la mirada del oso Misha, entre sorbos de leche y malta, los carrillos manchados de chocolate, escribiría dos obras con las cuales la gran orquesta sinfónica de Viena abriría una semana después su selecta temporada de otoño. En el estreno de las obras, en el Teatro de la Ópera, con la asistencia del cuerpo diplomático, descendientes directos de los Straus y una docena de monarcas, debutaría exitosamente el “latilabio”, un complicado instrumento, mitad saxofón mitad violín, ideado por él para lograr los novedosos acordes de ambas piezas.
  Su palco especial estaría vacío esa noche, inexplicable. Para ese estreno mundial de las llamadas “sinfonías moleculares” que sorprenderían a los exigentes críticos austriacos, ya no estaría en Europa. Habría cruzado nuevamente el Atlántico, camino a los misterios, andaría por las tierras donde se asentó el imperio azteca, confirmando su hipótesis de que todos los estudios sobre el cultivo del maíz por los indígenas americanos partían de postulados absolutamente erróneos. Allí, luego de meses de sol y jornadas interminables, daría con un método para realizar los cruces interespecies, que al año siguiente revolucionaría toda la botánica clásica. Con la introducción de ese procedimiento crecería en apenas cinco años la percápita de alimentos en América Latina en un 243 por ciento y las favelas y villas miserias comenzarían a desaparecer. La FAO le ofrecería el cargo de asesor permanente de esa organización y elevaría su candidatura para el máximo reconocimiento de la ONU en ese año de tantas calamidades vencidas por su ingenio.
 A los veinte años, con doce libros escritos, traducido a treinta y cinco idiomas (en marzo se editarían sus obras completas en chino, sueco, nepalés y árabe, aumentando a treinta y nueve), podría sentirse satisfecho, pero para él no existía la palabra llegar. ¿Qué es llegar sino una comodidad del espíritu? Así lo declararía en una entrevista donde se le harían preguntas tan indiscretas como: ¿por qué no va a vivir a Europa, allá se le admira muchísimo? (respondería con palabras duras que EFE no dejaría llegar a sus cables), ¿es cierto que a los veinticinco va a presentarse como abanderado de un nuevo partido democrático?, ¿qué lo movió a realizar una donación de ocho millones para el fondo de África? No lo sacarían los corresponsales de sus casillas. Por todo discurso final respondería a la prensa con un poema maya, en lengua quiché.
  Rehuiría esos escenarios y tribunas que consideraba “corrompidos por las candilejas”. Cumpliría los veintidós en plena faena investigadora de las propiedades anticancerígenas de la hulla, los veinticuatro dando los últimos toques al esquema de una máquina para viajar al micromundo. Tendría veinticinco años cuando presentaría en un congreso de oftalmología en La Habana su estudio sobre la clasificación de las pupilas humanas y la utilidad de la videoterapia en la cura de las enfermedades congénitas.
      Su nombre y fama habrían cruzado para entonces todas las fronteras. En Maracaibo, un grupo de científicos entusiastas propondrían erigirle un monumento en la emblemática Plaza de las Ciencias; en Nueva Deli, le solicitarían una Historia Verídica del Ganges, que arrancase en la era mesozoica; científicos checos se interesarían por trabajar junto a él en una vacuna contra las crueles dolencias óseas. En ese constante viajar y pensar lo sorprendería la llegada de los treinta. Sus muchos discípulos se reunirían para, en una fiestecita familiar —todo un complot contra su modestia—, reconocer sus inigualables méritos, agradecerle las enseñanzas, pedirle les revelara el secreto de una taquigrafía de seis signos que según rumores ya empleaba con soltura. Esa noche de cake de coco ( su delirio) y velitas infantiles firmaría autógrafos, dedicaría libros y fotografías con el ingenioso sistema, y declararía a un corresponsal del semanario World Telegraph su deseo de que con el esperanto y esta nueva taquigrafía se diese solución al agudo problema de la incomunicación entre los hombres. “En eso no aventajamos a las jirafas”
 A los treinta y seis se sentaría en el trono de la reina de Inglaterra y lo recibiría el papa en audiencia solemne. A los treinta y ocho se adoptaría el 7 de junio, fecha de su nacimiento, como el Día de las Celebridades. A los treinta y nueve, es decir, treinta y cuatro años después de este momento en que ha cruzado la cerca de ladrillos y observa encantado la tarde, se produciría un importante cambio en su vida: iniciaría sus estudios de la historia de manera sistemática, combinándolos con sus restantes obligaciones. Le llegarían desde Corea y Birmania libros antiguos para que los estudiase en sus idiomas originales e hiciese conclusiones más exactas sobre el papel del budismo en el desarrollo espiritual del lejano oriente. Recorrería a pie el Tíbet, las selvas del Amazonas. Publicaría un libro polémico: Los americanos descubren a Europa, donde plantearía por primera vez el concepto de retrodescubrimiento histórico. Pondría en claro, en artículos semanales que publicaría estupefacta la UNESCO, que el papiro jamás se empleó en Egipto, que Troya no fue sitiada por los griegos sino por los moros, y que Esquilo había escrito solamente una tragedia y era ésta la que precisamente todos le atribuían a Sófocles. En el vuelo de regreso de Atenas, agotado pero no inactivo, leyendo las últimas recopilaciones sobre el período glacial, descubriría el origen verdadero de la Antártida y el destino glorioso de los atlantes. Debido a estas revelaciones su nombre aparecería al año siguiente junto al de Magallanes y Cook, en edición de lujo, de la enciclopedia Barber, en su sección dedicada especialmente a los exploradores geniales.
 “Usted ya ha vivido dos largos milenios”, expresaría el orador en la ceremonia en que se le condecoraría con la orden Defensor de la Humanidad en su Grado de Excelencia. Habría acabado de cumplir los cuarenta años y cinco de haberse casado con Marie J.B. Lánders, su mejor alumna de los cursillos de verano en la universidad Lomonósov.
  “Pongo en su pecho noble el supremo aplauso del mundo”, serían las palabras finales del mensaje que en ocasión de su cuarenta y seis cumpleaños le cursaría el Presidente de la Asociación Internacional de Científicos.
 “Una hermosa vida al servicio del hombre”, diría el cartel izado en el encuentro en que celebrarían sus treinta y siete años de vida científica ininterrumpida.
  Alfileres dorados sujetarían sobre su corazón otras nuevas, recientes distinciones. Medallas, premios, condecoraciones, tantos, que un domingo al año, ante el reclamo insistente de Marie, se sentaría a ordenarlos pacientemente, rodeado de sus hijos, contándoles a ellos anécdotas e historias acerca de sus éxitos y fracasos, pero sin dejar de pensar siempre en nuevos proyectos realizables con las armas de la voluntad.
 Esta mañana en que vendrían a buscarlo sería ese domingo del año y estaría preocupado, esta vez por la lentitud con que marchaban sus investigaciones en el campo de la astrobiología aplicada y por las posibilidades reales de efectuar al fin ese viaje sin escala a Plutón aprovechando los vientos parabólicos de la Vía Láctea. Su nieto menor jinetearía en una de sus piernas ignorando la causa de que su abuelo mirase tan absorto la tarde.
  Habría cumplido entonces los sesenta y dos años. Usaría espejuelos de armadura de metal, se peinaría hacia atrás el pelo ya cano y escaso, entrelazaría una y otra vez sus dedos huesudos al hablar, inquieto y humilde como un niño.
Es que nada había cambiado. Seguía siendo eso, un niño, en este momento, en ese punto del espacio, y mientras, cincuenta y siete años antes, traspasaba la portezuela del jardín, se acercaba distraído, con una extraña fascinación, al borde de la acera, contemplaba la tarde.
     
     
Ha dejado muy atrás la tapia de ladrillos. Ha llegado hoy más lejos que otras veces. Nadie ha reparado en él, porque su verdadera historia, la futura, la más importante,  no la conocían  los pasajeros del ómnibus, el taxista, el militar, su papá, que volvía de la maniobra. No la conocía tampoco esta mujer que ha salido corriendo a tomar el ómnibus, e impresionada con la densidad del tráfico ha gritado horrorizada, como para detenerlo, allá, frente a la casa de la tapia de ladrillos, al otro lado de la calle.
Él,  por supuesto, no la ha oído, no ha podido oírla. “La tarde es un lago donde floten los cometas, los sueños y las mariposas”.  Solo escucha eso. Es lo último que podrían oírle murmurar. Continúa caminando, sin mirar a los lados, persiguiendo esa extraña mariposa dorada que ha salido volando del jardín. Solo tiene ojos y oídos para ella. Solo le interesa ella, atraparla, apretar sus alas, mancharse los dedos con su polvillo dorado, y ser un niño ordinario, curioso, vencedor.

Aplaudidor
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:30:04 pm
Zopilote blanco


Mama Meche levantaba pesas en su ranchito, cerca del desierto de Sonora, a pesar de sus cincuenta años era dichosa con sus tres esposos: Juan, Pedro y Miguel; una manada de niños harapientos llegaban a su casa a eso de las tres de la mañana para oír sus cuentos de lo más absurdos e incoherentes de la realidad común y corriente. Todos sentados, atentos y absortos, narró este cuento.
El zopilote blanco.
Un gringo bonachón llamado Tony Meola viajaba en una carcacha destartalada, sus pecas negras y una nariz de conejo, escuchaba por la radio las noticias de Alaska. De pronto una especie nunca antes vista; un zopilote blanco volaba por el cielo negro, a punto de llover, descendiendo fue a parar a un nopal lleno de rosas verdes, se comió las suculentas flores sin espinarse. Ambicioso quiso sacar su rifle para dispararle, mas una patada o garra en su rostro lo impidió. La lluvia arreciaba repentinamente, empezaba a subir con rapidez inusitada. Un pequeño mar se formaba, preocupado en flotar y no ahogarse, se le olvidó bautizarlo; el zopilote blanco volaba cerca de él, lo sujetó de una pata,  el animal aleteaba desesperado. Un remolino se formaba acercándose a ellos, al llegar empezaron ambos a dar vueltas, el zopilote pudo escapar pero el gringo se volvió a agarrar con fuerza de él que le era imposible huir. La garganta marina se los tragaba como un dulce suculento. Cayeron a un abismo negro, las grutas cavernosas, con estalactitas de jade y diamante; un terremoto de gran intensidad sacudía la garganta de piedra. Cuales cuchillos cayeron sobre ellos convirtiéndolos en cadáveres, al terminar el estruendo, una pluma blanca del zopilote descendía en una piedra.

Los niños se levantaron  y fueron a comer a sus casas mientras Mama Meche los esperaría para contarles otro relato.

Jean-Pierre-Michel
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:32:23 pm
EL FINAL DE LO IMPOSIBLE


A ella le gustaba saber que el amor que sentía por él nunca podría materializarse, que nunca podría darse en la realidad. Le gustaba mirarlo sin que él lo advirtiera, con esa mirada periférica tan bien entrenada, saberlo ahí, notar su presencia, sin que él se percatara de la suya. Así podía imaginarse un amor perfecto, sabiendo de antemano que nunca se abriría grieta alguna por donde la decepción hallase un hueco por el que colarse.

A veces lo deseaba, cuando acertaban a encontrarse demasiado cerca, en un lugar público, que era donde siempre coincidían. Podía incluso escuchar el latido de su corazón, que ella se imaginaba acompasado con el de él. Y se reía por dentro, manteniendo su excitación en secreto, a sabiendas de que nunca nadie la descubriría. Luego se retiraba torpemente, como quien no quiere la cosa, porque el deseo de tocarle se volvía urgente y peligroso. Y mientras se encendía un pitillo y hablaba con alguien más del grupo, ella se imaginaba cómo sería quedarse a solas con él. Quería prolongar por el mayor tiempo posible aquel cosquilleo en el vientre, aquel despertar de energía que le impulsaba a respirar más profundo, que la envolvía en una mezcla de vértigo y agradable bienestar.

Otras veces, y de forma fortuita, apenas perceptible, se rozaban. Ella se cuidaba mucho de que aquello no sucediese, pero a veces ocurría. Entonces la retirada era algo más abrupta, como un pequeño chispazo; en la mano, el hombro o la rodilla tal vez. Sin darle importancia proseguía con el hilo de la conversación, aunque pronto se buscaba una excusa para alejarse unos metros. Entonces acudían a su cabeza imágenes atropelladas de cómo sería hacer el amor con él. El espacio se quedaba en blanco, las personas del entorno desparecían y ella se acercaba hasta él para abrazarlo, para buscarlo por debajo de la camisa, para hundir su cara en su cuello y desabrocharle el cinturón. Y él respondía a su reclamo buscándola también, apartando prendas, guiándose por el olor y el tacto de su piel. Como una ola que rompe, se obligaba a volver en sí, despejándose burlona, con aquella risa por dentro y la mirada camuflada en el entorno.

Cuando no se encontraban cerca, ella nunca se acordaba de él, ni reparaba en su existencia. Quizás porque a sabiendas de que aquél amor era imposible, prefería dejarlo como un juego cuerpo a cuerpo, como una danza macabra que solo se daba muy de vez en cuando, y nunca de forma concertada. Pero aquella tarde, cuando el calor la doblegaba en una siesta a la que no lograba sucumbir, se sorprendió echándolo de menos, preguntándose no ya solo por la química coincidente de sus cuerpos, sino por cómo sería pasar una tarde juntos. Cómo sería reír con él sin testigos, ir al cine, cogerse de la mano, despertar una mañana, salir de viaje, sentirse cómplices y otro sinfín de tópicos que las parejas establecen y de los que se adueñan con la certeza de absoluta exclusividad. Entonces dejó la siesta para otro día, y se lanzó a bocajarro en la piscina.

La siguiente vez que lo volvió a ver, ignoró su presencia por completo. Y su risa de dentro cambió para ser otra muy distinta, al pensar para sí misma lo que nunca creyó; que hasta los amores imposibles pueden tener un final.

Humming Bird
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:33:56 pm
DIARIO DE UN ENCUENTRO


Sebas-  Domingo 29 de Mayo
Me llamo Sebas. Soy un chico de catorce años con muy mala pata. Llevo encerrado en mi casa dieciocho días debido a una fractura de tibia que me produje esquiando con mis compañeros de clase en Sierra Nevada. Cada día ha venido siendo igual durante los últimos quince días: mi madre se levanta, se arregla, se marcha a trabajar. Cuando estoy aburrido de estar en la cama, como puedo me levanto, arrastro la escayola por toda la casa, me siento en la silla de ruedas y ya allí me puedo mover casi a mi antojo. En medio de todo ese caos de escayola, ropa, puertas que no me dejan pasar, etc, suele sonar el teléfono, que, ¡coincidencia! suele ser mi madre, para interesarse por la fase de caos en la que me encuentro. El resto de la mañana me la paso sentado frente a la ventana que da al parque. Todas las mañanas, sobre las once. veo llegar a un anciano, que, con paso torpe, indeciso, se aproxima al banco, siempre al mismo banco y se sienta. Estamos en el mes de Junio, pero él siempre lleva un pantalón largo de paño, y una camisa  de pana, abrochada hasta el botón del cuello. Cuando se lo cuento a mi madre me dice que los ancianos regulan mal la temperatura del cuerpo (mi madre es enfermera y siempre da a las cosas una explicación desde su punto de vista). También le digo a mi madre  que el anciano lleva colgado del bolsillo de su camisa un papel en el que desde la ventana de casa no puedo distinguir qué es lo que pone. Pero mi madre tiene la explicación.
-Claro, Sebas, lleva una especie de carnet que le identifica, por si se pierde. Es una medida de precaución. Posiblemente ese anciano tenga algún tipo de demencia propia de la senectud y presente lagunas de memoria.  En ocasiones se les olvida cosas que resultan muy sencillas para el resto de las personas. Si en algún momento, estando en la calle, no recuerda como volver a casa, o cuál es su nombre, cualquiera que le vea desorientado puede ayudarle, ya que en ese papel suelen aparecer los datos de sus familiares: teléfono, dirección, etc.
Sebas- Jueves 2 de Junio
He conocido al anciano del parque. Se llama Anastasio y somos amigos. El martes convencí a mi madre para que me dejara bajar al parque por la mañana. Desde entonces he bajado todas las mañanas. Cuando le veo llegar desde mi ventana, con su paso torpe, indeciso, me enfundo en mi silla de ruedas y , yo también con “paso” torpe e indeciso propio del que nunca ha manejado una silla de ruedas y, esperando a que el muñeco del semáforo se ponga en verde, me dirijo al parque. Él sabe mi nombre pero a veces se le olvida; se lo he apuntado en un extremo del banco, con rotulador negro. Así, si algún día no lo recuerda lo puede mirar ahí y no lo pasa mal. Por que yo sé que lo pasa mal cuando no recuerda algunas cosas que resultan tan sencillas para los demás.
Todas las mañanas Anastasio llega con una bolsa llena con trozos de pan duro. Pasamos juntos la mañana, echando pan a las palomas. Apenas hablamos pero nos entendemos.

Anastasio - Jueves 2 de junio
Me llamo Anastasio. Acabo de salir de casa y he cerrado la puerta tras de mí. Cada día salgo de casa y voy al parque; mi hija me sigue con la mirada desde el balcón hasta que llego al banco del parque y me siento. Lo sé por que escuché como se lo contaba a una vecina. Así, observándome, está más segura; por si me pierdo. Tengo que cruzar la calle por el semáforo, cuando se pone en verde el muñeco. Voy caminando por la calle en dirección al parque. Paso por delante de la panadería, de la papelería…
De repente…no sé donde estoy, por donde tengo que ir. No me acuerdo. Me tengo que parar delante de un escaparate, disimulando; me avergüenza que alguien me vea despistado. Tengo que pensar, esperaré, mientras, frente a los libros del escaparate.
-¡Anastasio! ¿Qué tal?, me ha  dicho alguien por detrás.
Me he dado la vuelta y  he reconocido a doña Benita, conocida mía desde hace cuarenta años, que es lo que  llevo viviendo en el barrio.
-Iba al parque- le he dicho, no sin cierto miedo.
-Pues venga, que te acompaño, que yo voy hacia allá.
 Creo que doña Benita no iba hacia el parque pero se ha dado cuenta de mi desconcierto y me ha querido acompañar. Es muy discreta doña Benita. Hemos hecho el resto del camino hacia el parque los dos juntos. Al llegar allí en seguida he reconocido el banco donde me siento todos los días. Nos hemos despedido y me he sentado. Al momento  me he empezado a encontrar mejor. La verdad es que he pasado un mal rato cuando no recordaba hacia donde tenía que ir. Me pasa a veces; si me ocurre en casa, en seguida se dan cuenta mi hija, mi yerno o mis nietos, y hablan del tema a escondidas, o bien me empiezan a preguntar:
-A ver, papá, ¿ quién soy yo?
Y yo contesto: “Eres mi hija”. Pero seguidamente me vuelven a preguntar:
- ¿Y yo quién soy? 
Y empieza una serie de preguntas como “¿qué día es hoy”, “¿en qué calle vivimos?”, y ya no doy pie con bola. Entonces me siento francamente mal y me quedo callado por mucho tiempo para no equivocarme al hablar y dejar evidencia de que no recuerdo algo de lo que están hablando los demás y que ellos sí recuerdan fácilmente.
Ya estoy sentado en el banco. Tiene que estar a punto de llegar…. ¿cómo se llama? No importa, me dejó su nombre apuntado con rotulador aquí, en un extremo del banco. Sebas. Él sí que me entiende. Podemos pasar horas sentados uno junto al otro, sin hablar, dando pan a las palomas. Otras veces hablamos de cosas variadas. Él me contó que va en silla de ruedas hasta que le quiten la escayola de la pierna, que se  había roto esquiando. Yo le cuento como era el barrio hace cuarenta años, a qué jugaba de pequeño, como se llamaban mis amigos. Si alguna vez se me olvida alguna palabra u otra cosa, no parece importarle y no se ríe de mí. Un día le conté que llevo junto al bolsillo de mi camisa  un papel con mi nombre, mi dirección y el número de teléfono de casa. Si un día no sé volver a casa, estoy perdido y alguien me encuentra desorientado, me pueden llevar a casa o avisar a la Policía.
Ahí viene, en su silla de ruedas. Él también tiene que cruzar por el semáforo, como yo, esperando a que el muñeco se ponga en verde. Me dijo un día que si no lo hace así no le dejan bajar al parque a verme. Es un chiquillo y, sin embargo, estamos tan a gusto juntos…
-Hola Anastasio- me dice.
-Hola…Sebas – le digo mirando su nombre escrito en el extremo del banco.
Y comenzamos a darle pan a las palomas. Así pasamos casi toda la mañana. Le he contado el incidente que me ha ocurrido al poco de salir de casa. Parece que Sebas lo entiende sin darle mucha importancia. Él me ha contado que la próxima semana posiblemente le quiten la escayola. Está impaciente.
Anastasio -Domingo 5 de junio
El fin de semana he vuelto a ver a Sebas en el parque, aunque ha estado menos tiempo, ya que los dos días ha venido a buscarle sobre la hora de comer una joven que se presentó como su prima. Sebas me ha dicho que mañana su prima ya no viene, pero no recuerdo cuál es el motivo.
No importa, mañana volveremos a vernos y de nuevo le daremos pan a las palomas, y  le contaré a Sebas cosas de cuando  yo era pequeño, cosas de los años de la guerra…y él me contará anécdotas que le ocurren  con sus compañeros en el instituto.
Sebas- Lunes 6 de junio
Esta mañana he ido con mi madre al traumatólogo. ¡Por fin! ¡Ya me han quitado la escayola, estoy feliz! Todavía no puedo ir a clase ya que ahora debo rehabilitar mi pierna que, de no hacer movimientos con ella, se me ha quedado como un palillo.
Estaba deseando llegar a casa para bajar al parque y contárselo a Anastasio. Me han dado unas muletas para ayudarme a caminar. En cuanto hemos llegado a casa,  mi madre ha querido bajar conmigo para conocer a Anastasio. Hemos bajado, pero Anastasio todavía no estaba, aunque por la hora ya debería haber llegado hacía más de una hora. Mi madre ha decidido ir a comprar el pan mientras, y yo, me he quedado en el banco, sentado, esperando…
La cara de mi madre, al llegar al parque, era de horror, estaba desencajada. Sólo pudo articular palabra para decir:
-Anastasio no vendrá más al parque.
Todo fue muy extraño mientras mi madre me contaba lo sucedido. Oía todo como si estuviera en otra dimensión, con eco, percibiéndolo todo como en un sueño.
En la panadería le habían contado a mi madre lo sucedido; un coche había atropellado a Anastasio. Al ir a cruzar la calle no debía haber recordado que tenía que parar a mirar el semáforo, y había cruzado con el semáforo en rojo, justo cuando pasaban coches en los dos sentidos. Había fallecido en el acto. Allí, junto a él, yacían su tarjeta identificativa y unos  trozos de pan duro esparcidos por el suelo.

Burn
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:35:48 pm
El nuevo flautista


Había una vez un pueblo… ¡No!, muchos pueblos, muchísimos, todo un país. Un joven… ¡No!, muchos jóvenes, muchísimos jóvenes. Una moda ¡sí! Una moda que sin saber porque se fue extendiendo como una duna suave y sugerente, atrapando a los hijos e hijas de aquellos pueblos y villas.  Alcaldes y padres, preocupados, se reunieron para analizar y estudiar el fenómeno.
Los lunes por la mañana, la policía cada vez recibía más quejas y denuncias de personas que habitaban las zonas que sin saber por qué, la movida había decidido ocupar para su ocio de fin de semana. Siendo variadas, todas las quejas tenían un denominador común: el seguimiento sumiso de los jóvenes a las llamadas de las redes sociales.
– ¡Es asqueroso comprobar cómo amanece el barrio después de una noche de botellón!
–No podemos estar tranquilos en casa viendo la televisión, o leyendo o descansando.
–Si les pedimos que bajen la voz, nos increpan, se ríen de nosotros y gritan jaleando sin miramientos.
–Los restos de botellas, vasos, latas, papeles y todo tipo de basuras cubren  el entorno, incluso en los portales hay restos de excrementos.
– ¡Y la música!, señor guardia, ¿sabe cómo suenan esas infernales  melodías? 
Denuncias que, de palabra o en papel, cursaban los desanimados vecinos.

¿Cómo podemos terminar con este problema?, era la pregunta que sociólogos, padres y políticos se hacían. Las propuestas, como torrentes salvajes, inundaron las mentes de los preocupados y sabios señores que no dejaban de pensar.
Buscaremos en el extranjero a técnicos y experimentados peritos para que animen y ofrezcan otras diversiones a nuestra juventud. Así lo hicieron, pero ninguno de los innumerables expertos consiguió terminar con la movida.
Un día apareció en el despacho del alcalde un estrafalario personaje con una mochila y un portátil bajo el brazo:
–Yo puedo solucionar vuestro problema, afirmó con seguridad.
El alcalde desconfiaba, pero era tal su estado de presión que decidió confiar en el extraño interlocutor.
– ¡Fenomenal!, cuando quieras puedes plantear tu propuesta.
–Mi precio es muy alto –contestó el mágico ser. Cobro miles y miles de millones. El alcalde estaba tan acostumbrado a gestionar los millones que no le pareció descabellado el plan.
– ¡Sin problema! Empieza cuanto antes y quítame de encima a jóvenes, padres, vecinos y calentamientos de cabeza.
Sin hacer más comentarios, abrió su pequeño portátil y a través de las redes sociales hizo una llamada  a todos los jóvenes de aquel lejano país.  La simple invitación ilusionó al mocerío: ¡Vamos a cambiar nuestros pueblos!.
La juventud de jolgorio, marcha y desenfreno caminó tras la convocatoria a las plazas donde, ilusionados, respetuosos, ordenados y en silencio convivieron y demostraron que era posible un cambio.
El misterioso personaje volvió a presentarse ante el alcalde, quería cobrar su trabajo. Con el problema resuelto, el gobernante, orgulloso y menospreciando su acción,  se negó a pagar  tan importante cantidad; sin mirarlo, le tiro sobre la mesa  unos cientos de monedas. Sin protestar, el desaliñado héroe volvió a conectar su ordenador y convocó de nuevo a los jóvenes. Aquel fin de semana todos los pueblos vieron como aquella generación de jóvenes  se iban perdiendo en un largo camino oscuro y tenebroso siguiendo los mensajes del entramado de redes…

Burbuja
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 16:38:06 pm
                                 
   TRESCIENTOS SEGUNDOS


Sus ojos gemían desenfocados, implorantes, con esa entrega incondicional de quien sabe necesitar la ayuda de los demás a cada minuto. Mi ayuda. No me mires así, susurré, estás acabando con mis nervios. El vaho del agua, como una bruma fermentada, me provocó una tos ronca, precipitada. Trastabillé al removerme sobre el suelo mojado. ¡Maldita sea! Mis pies descalzos resbalaban. Escudriñé la palangana como un druida ante su caldero: allí fluía una aleación semilíquida de costras, pelos, espíritus malignos y secreciones que acababa de exorcizar del cuerpo de Sara y que, por desgracia, no iba a evitar su final. Y un lamento mohoso. Y el silencio. Sara temblaba espasmódicamente, ausente y pálida, con el frío del tiempo metido en cada centímetro de su organismo.
Entonces, para colmo, me di cuenta de que se me había mojado el reloj en el agua, caliente y espumosa como caldo grasiento. Ya me lo he cargado, maldije otra vez apretando los dientes.
Durante el baño sostenía la esponja en una mano metida a intervalos en el agua y el reloj en la otra muñeca, un reloj de cuerda que ahora presentaba toda la esfera empañada sudando humedad. Con su cabeza en mi mano derecha saqué el brazo izquierdo de la palangana y desabroché la hebilla con los dientes; luego aprehendí la correa y agaché mi cabeza con el reloj en la boca hasta conseguir depositarlo a mi lado, junto a toda la arcadia químico-santera: desinfectantes, tabletas de antiinflamatorios, vendas, ungüentos milagrosos, jeringas, amuletos, un frasco de agua de colonia y una estampita de la Virgen de Regla que aportó Julia para que librara a Sara de maldiciones y sufrimientos.
La campana de la puerta sonó en el zaguán, y luego la cadencia parsimoniosa del caminar de Julia por el pasillo, hacia el vestíbulo. Por fortuna no parecía haber nadie más. Los niños seguramente estarían jugando arriba, en la habitación del mayor. El craqueo del cerrojo, pasos, susurros de una conversación apagada, casi furtiva. Que no les escuchen, por Dios, deseé receloso. Desvié los ojos y observé el reloj sobre el paño. Se había evaporado la humedad de la esfera, marcaba las dos y media. Puntual este facultativo, concedí. Y entonces me sorprendió que el hecho de que mi reloj de cuerda funcionara a pesar de haberse mojado fuera un consuelo huérfano de razón en aquellos minutos de profunda tristeza.
Meses sin poder caminar. Apenas podía enderezar su cuello cuando le administraba el jarabe con una jeringa; sus articulaciones retorcidas por la artrosis cedieron al fin sin posible retorno. El Tiempo siempre termina por echarte el guante, sentencié en mi interior. En las últimas semanas debía sostenerla para que orinara y todo lo demás, que lavarla al menos dos veces al día porque no controlaba los esfínteres, que velarla por las noches, que vigilar su descompensada respiración. Me estás matando poco a poco, quise gritar, pero no fui capaz, sofocado por el calor de aquella minúscula sauna, por la angustia ante lo inevitable. Vas a acabar conmigo, y lo sabes, como supiste desde el primer día que pisaste esta casa que me ibas a tener incondicional todo el tiempo. Y así ha sido.
Sara estaba limpia y con el pelo seco. Ese pelo entrecano suyo de siempre. Ay, los inconfundibles mechones pelícanos de Sara. Los ojos gris-verdosos como musgo del valle, ahora entrecerrados, la cabeza recostada en mi antebrazo y las extremidades inmóviles. La rocié con agua de colonia a falta de párroco y de Santos Óleos. Acostada cuan larga era, bajo la manta, no parecía tan flaca, tan ahuesada, tan frágilmente inexpresiva, pacífica hasta el final de su ya prolongada existencia. Un puro esqueleto, con esa delgadez extrema de quien ha resistido un largo asedio, el de la muerte. Dejé en el suelo la palangana con el mejunje turbio y sucio, la esponja amarillenta flotando medio hundida en su superficie.
Y entonces me dio por acariciarla; y reconocí su piel enllagada y los bultos bajo las axilas, fruto de la dolencia que había sido su verdugo, y el tacto gélido de las mejillas, y recorrí las esquinas angulosas de su cuerpo, y luego la papada como pellejo fláccido bajo la cabeza inerme. Y temblé, aún sin proponérmelo, porque reconozco que soy vulnerable y puedo llegar a asustarme de mi propia ternura.
Me sobresalté con el chirrido de la puerta a mis espaldas. Entraron como en un santuario y pasaron por mi izquierda rodeando a la moribunda. Julia mirando la pared, con un grumo de derrumbe en su bonachona presencia, movimientos desnortados. Ernesto, con su maletín de asas color negro, me comentó algo que apenas discerní. Se acercó a Sara, le tomó el pulso, le levantó los párpados y luego nos miró interrogante, como esperando una venia. Julia asintió sin mediar palabra, se recogió el delantal, dirigió su mirada al infinito y huyó de la habitación. Yo no supe reaccionar, pero no hubo necesidad puesto que el veredicto no admitía matices.
Con la minuciosidad de un calígrafo ante un incunable, Ernesto extrajo sus utensilios del maletín y comenzó los preparativos. Cada uno de sus gestos obedecía a un protocolo riguroso y sutil del que no tardé en desentenderme. Cargó la jeringa con el anestésico. Luego otra con el líquido letal.
No se va a enterar, me advirtió, la sedaré y será para ella como entrar en un sueño oscuro y plácido. Y yo reflexioné bastante irritado sobre qué sabría ese hombre lo que se siente, si nunca era evidente, pues respiraba había traspasado el último túnel.
¿Cuánto durará?, quise conocer.
Unos cinco minutos desde que comience a inyectarle, respondió en tono profesional.
Trescientos segundos, musité para mí.
Dejé a Sara en manos de Ernesto y recuperé mi reloj del mantel. Hubiera jurado que lo dejé intacto, y ahora, inexplicablemente, tenía el cristal de la esfera roto, con una grieta atravesándolo de las once a las cinco. Pero aún así funcionaba. Después de fijar el torniquete, Ernesto inició su trabajo con la primera jeringa y yo, a mi vez, la marcha inversa al tictac del segundero. Cuando llevaba contados hasta ciento treinta comenzó con la segunda jeringa. Lentamente. Ciento ochenta, doscientos, doscientos cuarenta, doscientos ochenta… trescientos. Y en ese mismo instante las manecillas de mi reloj se detuvieron y dejó de funcionar. Lo que no había conseguido el baño jabonoso lo acababa de hacer la Parca.
Sara ya no estaba allí. Rictus estoico y sereno de quien nunca conoció el miedo a la muerte.
Ambos se cruzaron en el pasillo. Ernesto que salía tras cumplir impecablemente con su tarea, Julia que llegaba silenciosa portando una sábana limpia con la que poco después amortajamos cansinamente a Sara.
Una finísima lluvia sin peso bajaba desde la sierra resbalando sobre el viento helado, que percutía en los tejados y se filtraba por las rendijas, entonando algo semejante a una salmodia muy peculiar. En aquel atardecer invernal de luz muy azafranada cavamos una fosa bajo el castaño, junto a la valla del corral. Allí la enterramos en melancólico silencio, los corazones en sombra estrenando un hueco nuevo y ante la mirada ausente de su hijo York, el mastín más hermoso de todas las camadas que engendró Sara, una campeona entre las de su raza.

Luc
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:03:44 pm
La barra del bar
 


  - ¿Tú crees en Dios?- la voz le salió entrecortada.
     - Hombre, no sé qué decir…- dijo el camarero mientras secaba uno de los vasos y lo dejaba bocabajo en el fregadero.
     - Pues solo eso, que si crees que existe Dios. ¿Sí o no?-
     - No sé, algo tiene que haber ¿si no porqué todo ese rollo de las religiones?-
     - Pues yo no creo en Dios.- dijo mientras terminaba su copa y la ponía cerca del camarero. Éste la cogió, mirándolo de reojo, la lavó y secó cuidadosamente y la situó junto a la otra. 
     Dos bombillas colgadas de cables dejaban varias zonas del bar prácticamente a oscuras mientras en las otras se instalaba una difusa penumbra. En la esquina de la barra un hombre tosió, se levantó lentamente de su taburete y se dirigió al servicio. Un minuto después salió, pidió un güisqui solo con hielo y se sentó de nuevo. Desde la radio, encima de la máquina de café, el susurro de una potente voz de mujer cantando una copla inundaba el local.
     - Pues yo creo que hay que ser muy tonto para creer en Dios. Anda, ponme otra copa cuando puedas.-
     - ¿Lo mismo?-
     - Sí, lo mismo.- sacó del bolsillo la cartera y un paquete de tabaco. Cogió un cigarrillo y lo encendió con una larga bocanada.- Porque a ver ¿qué hace Dios por nosotros?- el camarero terminó de prepararle la copa y se la acercó. Éste la cogió y le dio un trago rápido.- No sé, por mí no ha hecho mucho el cabrón.-
     - Joder, es que eso no tiene nada que ver con el hecho de si existe Dios o no…-
     - ¿Que no? ¿Pero Dios no está para ayudar? ¿¡Entonces para qué cojones está!?-
     - No me líes, Paco.- retiró el trapo de su hombro y limpió las marcas de agua de la barra, haciendo levitar por un momento el vaso del otro para posarlo después.- Además hay mucha gente en el mundo como para que ayude a todos. Siempre hay alguien a quien no puede ayudarle y al que le dan por culo.-
     - Puede que tengas razón. Pero es triste pensar eso.-
     - Será triste o lo que sea, pero así debe de ser.-
     Paco estampó su cigarro contra el cenicero. Enfrente había un espejo sucio con un borde donde se alineaban diferentes botellas de alcohol, la mayoría de ellas casi vacías. Su cabeza estaba a su misma altura y se veía el rostro, sesgado y multicolor en la negrura. Un poco más arriba aparecía la pequeña calva en movimiento del camarero. Abrió su cartera y se la quedó mirando. En ese instante la voz femenina terminaba la canción con una nota alta, prolongada y desgarrada. Apartó rápidamente su vista de la cartera, la cerró y le dio un trago largo a la copa.
     - ¿Cómo están Amparo y los niños?- preguntó.
     - Pss, tirando.- dijo el camarero.
     - ¿Van bien en el colegio los gandules?-
     - Mi chico sí. Siempre trae muy buenas notas y es de los mejores de la clase.-
     - ¿Y cómo está el pequeño demonio? Hace tiempo que no le veo el pelo.-
     - El pobre está pachucho desde hace unos meses.- el camarero dejó de limpiar la barra y se agarró a ella con los dos brazos.-
     - ¿No me digas? ¿Qué le pasa?-
     - No lo sé. Le cuesta respirar y se fatiga mucho, sobre todo cuando hace algo de deporte en la calle o en el colegio. Le van a hacer pruebas y el médico de cabecera dice que puede que sea anemia.- el hombre de la esquina volvió a toser con fuerza y le dio un trago largo a la copa de güisqui, vaciándola.
     - Vaya por Dios. Espero que no haya problemas y que se cure pronto.-
     - Yo también, Paco. Me da pena cuando veo que con la edad que tiene no puede estar jugando como un niño más con sus amigos.- 
     - Claro hombre, no te preocupes, que para eso están los médicos. ¿Y la mayor como está?-
     - Una cruz me ha caído con la joía.-
     - Bueno, es que está en una edad muy tonta.- Paco cogió la copa y le dio otro sorbo.
     - Va de mal en peor. Lo único que hace es estar en la calle con sus amigas. Y mira que era buena estudiante hace dos años… Y ahora nada, todo suspensos.-
     - Si es que vaya tela con la juventud de hoy en día.-
     - Solo piensan en pasárselo bien. Igualito que nosotros a su edad.-
     - Yo con la edad de tu mayor ya llevaba dos años por lo menos en una fábrica de sombreros. ¿La escuela? ¡Joder, ojalá hubiera podido ir! Por los cojones lo hubiera desperdiciado.- sacó de la cajetilla otro cigarro y lo encendió.
     - Es lo que hay, qué se le va a hacer.-     
     Al final de la barra el hombre de la copa de güisqui llamó al camarero. Tenía la tez blanquecina y el pelo negro, plagado de canas que bajaban hasta extenderse hacia una barba corta y rala. Frente a sus ojos sostenía un folio que había dejado de leer, apoyándolo en la barra empapada de agua. Se quitó las gafas y frotó sus ojos con los nudillos. El camarero, con un movimiento rápido, colocó la bayeta sobre su hombro y se dirigió hacia el. El otro con la mano le hizo un gesto para que se acercara un poco más, quedando los dos a menos de una cuarta.
     Del exterior no llegaba sonido alguno, aún cuando la puerta estaba entornada, y penetraba en el bar un aire frío que hacía bambolearse una de las dos bombillas, que estaba cerca de la entrada. La oscilación creaba una danza de sombras en el techo, un baile caprichoso. A veces era lineal y pendular, y parecía un gran reloj de pared que marcaba los segundos con cierta rapidez, pero en otros momentos era ligeramente circular, elíptico. Paco apartó la vista del techo y le dio otro sorbo al licor. En la radio comenzaron los vivos acordes de otra copla y la voz de una mujer se destacó con claridad.

Me lo dijeron mil veces mas yo nunca quise poner atención.
Cuando llegaron los llantos ya estabas muy dentro de mi corazón.
Te esperaba hasta muy tarde
ningún reproche te hacía
lo más que te preguntaba
era que si me querías.
Y bajo tus besos en la madrugá
sin que tu notaras la cruz de mi angustia solía cantar…
Te quiero más que a mis ojos
te quiero más que mi vía…
más que al aire que respiro
y más que a la mare mía.

     El camarero había vuelto a donde antes se encontraba y, abriendo la caja registradora, cogió algunas monedas y se dirigió hacia el hombre de la esquina. Otra vez quedaron ambos en la misma posición de antes. Tras varios segundos le acercó las monedas que llevaba en la mano, mientras éste retiraba su cuerpo ladeado de la barra y posaba la mirada en el suelo, cabizbajo.
     - Muchísimas gracias, no sabe lo que significa para mí.- dijo.
     - No hay que darlas, hombre.-

Llorando junto a la cuna
me dan las claras del día
mi niño no tiene pare
que pena de suerte mía.

     El reloj que había en la pared, encima de las botellas de alcohol, marcó con un sonido seco las dos de la mañana. El hombre se incorporó del taburete con lentitud, poniéndose las gafas y recogiendo el papel, ya mojado, que había dejado encima de la barra. Levantó sus ojos del encerado y los pasó por Paco y el camarero.
     - Vayan ustedes con Dios, señores- dijo, y dirigió sus pasos hacia la puerta, cerrándola al salir. La bombilla comenzó, poco a poco, a decrecer en su danza curva y pasó a ser rectilínea de nuevo.
     Paco sacó otro cigarro de la cajetilla y lo encendió. Miró la copa, que estaba a la mitad, y, soltando el mechero, la agarró con la diestra y la apuró de un sorbo.
     - Ponme otro trago, anda.-
     - No, Paco, ya está bien por hoy, cojones. Además voy a cerrar, que esto ya está muerto.-
     - Joder… Está bien. ¿Cuánto te debo?- dijo mientras cogía la cartera.
     - Nada hombre, hoy invito yo.- respondió el camarero, que recogió la copa, la lavó y secó cuidadosamente y la dejó junto a las otras que ya estaban limpias.
     En la radio había empezado a sonar una bulería rápida y festiva. Alzando el brazo, giró la manivela y la apagó.

Abraxas
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:06:31 pm
                                                       
Del norte al sur


Elena se levantó algo cansada, miró el reloj, marcaba las diez y veinticuatro de la mañana. No se quería levantar, no tenia sentido levantarse para pasar otro día como el anterior, simplemente no merecía la pena hacerlo. Lo de ayer fue imperdonable, pero ella no tenia la culpa, no lo podía controlar, si pudiese lo haría. Por desgracia hace más de cinco meses que no puede controlar lo que le está pasando; el médico le dijo que tardaría un poco en notar los efectos de la medicación que estaba tomando. Pero cuándo, cuándo llegara ese día, con cada uno que pasaba, se le hacia mas insoportable la situación. Ayer todo el mundo se enteró de que algo le ocurría, hasta ayer solo eran rumores, si faltaba a los ensayos la gente hablaba, no por la mala, sino porque la gente es así, no lo puede evitar, el chismorreo viene de fabrica y crece con cada sujeto, en algunos florece más y en otros menos. Pero lo de ayer ya no eran rumores, eran hechos, todos la vieron como de repente y sin motivo aparente, mientras tocaba el piano empezaba a sollozar, luego los sollozos se convirtieron en llanto y cuando unos cuantos compañeros se le acercaron intentando calmarla, el llanto se transformó en chillidos desgarradores. Nadie sabía que hacer, estaban todos consternados, dando vueltas a su alrededor como lobos acechando a su presa. No entendían qué es lo que le pasaba a esa chica que hasta hace un momento estaba toda sonriente, no se explicaban cómo pudo llegar tal tormenta sin el más mínimo aviso, sin antes chispear. Al final se tuvo que retirar en una de las salas contiguas a la de ensayo acompañada por Miri, una de las violinistas, que no paraba de decirle qué se calmara, qué le contara que es lo que le ocurría. Era una buena chica, y sinceramente le apetecía hablar con alguien sobre su estado, pero simplemente no podía, las palabras se le atascaban en el llanto y el llanto era el único sonido dueño de su boca en ese instante. El problema era que en cuanto se calmase, ya no tendría la valentía de hablar con nadie sobre su tormento por el miedo de que volviera. Miri insistió en acompañarla a casa, pero ella no quería compañía, solo quería alejarse de todo una temporada, desaparecer. Salió a la calle, y corriendo se encaminó hacia su casa. No estaba muy lejos, estaba a tan solo unos 400 metros, sin embargo, el camino se le hizo interminable. Las lagrimas nublaban su vista y con cada paso parecía adentrarse más y más en una niebla,  inexistente para los otros caminantes, que la miraban con desprecio e interrogantes. Tropezó dos veces hasta llegar a su portal y consiguió hacerse una brecha en una de las rodillas que no paraba de brotar sangre. Su aspecto hizo que un señor se le acercara para ver si necesitaba ayuda, pero se alejó rápidamente cuando un torrente incontrolable de insultos y improperios salió de su boca. Vivía con su madre, el único pilar que aún la sujetaba con fuerza. Cuando entró en el piso se fue directa a su habitación con su madre pisándole los talones. Se tiró sobre la cama, boca abajo, y siguió su particular concierto de llantos y suspiros. Su madre se quedó con ella hasta que se tranquilizó, sin dejar de hablarle sobre el sentido de la vida, un sentido que estaba escondido en alguna ciénaga, para ella, imposible de alcanzar. Las caricias maternas sobre su cabello lograron su efecto, y al final se dejó ayudar a desvestirse, se duchó y luego su madre le curó la herida de la rodilla. Le preparó dos tostadas con mermelada de fresa y una taza grande de leche caliente para cenar. Cuando acabó, la acompañó a la cama, la arropó cariñosamente y le dio un beso en la frente. Se durmió en seguida,  después de las crisis siempre se quedaba exhausta. 
Se percató que había estado mirando el reloj más de viente minutos. A veces el tiempo pasaba tan deprisa que la asustaba, sin embargo, otras veces se paraba o avanzaba más lento que un caracol rabioso. Se giró hacia la ventana mirando los hilillos de luz que se deslizaban por los agujeritos de la persiana. Parecían teclas de humo de un piano fantasmal que se materializaban con cada segundo que pasaba. Se levantó de la cama sorprendida, nunca había visto un piano blanco tan de cerca, tan grande, tan esplendoroso. Se acercó tímidamente y estiro las manos intentando tocar el blanco y nítido marfil de las teclas. Mi, mi , fa sol, sol, fa, mi, re. Interesante, cuan imprevisible era la mente humana, guiar los dedos para que empezara el día con la “Oda de la alegría” era extremadamente extraño, después de lo de ayer. Se dejó llevar por la euforia que se adueñaba de su ser, sus dedos se movía endiablamente sobre las teclas de humo y una risilla escapó de sus boca. Las comisuras de sus labios cambiaron el rumbo de ayer, ahora se dirigían al norte, muy al norte, de sus ojos ya no salían lagrimas sino fuegos artificiales. Sus pies bailaban al son de la música y su voz al principio tímida ahora acompañaba el piano a grito pelado. Dejó por un momento el instrumento y sin dejar de cantar se dirigió a la puerta de su habitación, la abrió y salió en busca de su madre. En cada paso hacía una pirueta, después de cada verso soltaba una carcajada, la alegría se había hecho dueña total de la casa. La buscó por todas partes, pero no la encontró, pero si una nota suya en la cocina: “Estoy en el mercadillo, el desayuno esta en la nevera”. Sin dejar de cantar se tomó el sándwich de nocilla que sacó del frigorífico, con 22 años aun le encantaba, y su madre lo sabía. Su alegría no tenia limites, hacía mucho que no se sentía así, o por lo menos es lo que consideraba en ese momento. Hacía muchísimo tiempo que no tenía fuerzas para hacer algo por ella o por su madre, pero solo era lo que creía en ese momento. Al acabar el desayuno desempolvó la bicicleta estática que llevaba tiempo abandonada en la terraza, la metió dentro del piso y delante de la tele pedaleó como media hora. Luego, recogió un poco la casa y después la cocina. La vitro estaba un poco manchada así que la untó bien con un limpiador especial que dejó reposar medio minuto,  y con la cuchilla de cocina raspó toda la superficie. Lo que menos le gustaba hacer era fregar los platos, por esa misma razón los dejó para el final. Hoy sin embargo no le importaba, parecía un gran día, con la gran sonrisa dueña de su cara y con la música dueña de su boca, empezó a fregarlos con más entusiasmo que nunca. Al acabar, se quedó un rato mirando como se desvanecía la espuma y algún pequeño resto de comida por el desagüe.
 Habían pasado varios minutos pero Elena seguía en el mismo sitio, mirando fijamente aquella oquedad en el fondo de la pila. Unas nubes se habían posado sobre su frente y una tímida lluvia empezó a caer de sus ojos. Levantó la mirada del fregadero y se la postró sobre el escurre-platos buscando algo entre las cosas que había fregando. Las comisuras de sus labios cambiaron otra vez el rumbo, el capitán había ordenado de nuevo que hacia el sur era el camino. Elena, como presa de un trance estiró la mano, escogiendo uno de los objetos que se secaban en el escurridor, se giró sobre los talones mecánicamente y se marchó hacia el baño. Abrió el grifo del agua, taponó el desagüe de la bañera y dejó la cuchilla de cocina en el borde de la misma. Se desnudó, cerró la puerta y se metió en la bañera.
 
Sheol
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:11:23 pm
La vida según un psicópata



Todo es de color ácido, pausado, lento, demasiado lento para mí. Todos frotan sus manos ante un frío inexistente, no entiendo cómo se puede llegar a ser tan cínico. Yo estoy loco y no me importa reconocerlo, tan sólo no lo digo porque no me lo preguntan. Las preguntas aliviarían más de un mal en el mundo. Todo sería más fácil al reconocer que se es un ladrón… al final se robaría más, pero la gente no se sentiría atacada en su intimidad. Y a propósito de intimidad… ¿qué significa eso? Parece como un eslogan de la televisión para vendernos la burra de que somos completamente dueños de nuestro mundo… libres. Y eso de libertad… ¿qué es eso? ¿Qué se puede decir barbaridades en una noche de borrachera pero al día siguiente todo se vuelve igual de gris y oculto que siempre? No lo entiendo. Si se piensa algo, se lleva hasta las últimas consecuencias. Da igual lo que pase, ya sea a uno mismo o a los demás… quien tenga que entenderlo lo entenderá, y si no lo hace es porque no debería haber intentado entenderlo siquiera.

A mi me parece que están todos locos, que la gente necesita de ataduras para sentirse libres; que el agobio de sus amigos, su familia, su pareja son las que realmente les hace libres… absurdo ya de por si. Yo lo tengo muy claro: la libertad sólo se puede tener en soledad, la intimidad se busca y, cuando se encuentra, se agarra y se pelea por ella sin tener que dar explicaciones. Y el pensamiento de uno es el fin último que se debe seguir… quien se ponga en medio que se atenga a las consecuencias… así más de uno seguro que se aparta tímidamente… y a la vuelta de la esquina sale a correr. Estúpidos, no saben que da igual, que todo es lo mismo, tan sólo un mundo sin guerra es lo que podría arreglar la decadencia del ser humano. Pero no hablo de las absurdas guerras de bombas, tiroteos y uniformes, esas son necesarias para el hombre… es la única forma de medir quién es el más gallito de todos. Yo me refiero a las guerras interiores, las que se tienen con uno mismo, las que no dejan descansar en paz por la noches… esas que todos tienen. Todos menos yo. La vida es mucho más simple que eso: a quién se enoje que se de media vuelta, el que se interponga… no importa lo que le pase si yo estoy bien, al que me ayude no le agradecerá nada ya que si lo hace es porque él quiere, no porque se lo pida… y así todo. Es bastante simple. Y ya voy terminando de escribir que se me acaba la sangre del último que se me puso en medio y no estaba de acuerdo conmigo, y lo mejor es que yo no hice nada, sólo me aparte levemente y dejé paso a su cuello hasta mi cuchillo que descansaba plácidamente entre mis dedos. Me gusta jugar con mi cuchillo… corta y pincha, pero brilla más que una estrella cuando se pone bajo el sol… toda una belleza. Tendré que pensar en dónde esconder el cuerpo, y no porque me de miedo que lo descubran, sino porque hoy me siento cansado para tener que ajustar cuentas con más personas, y además no es que me guste el mal olor en mi casa, yo siempre he sido un maniático de la limpieza, no soporto que algo esté desordenado, lo debo ordenar, es como si un pedazo de universo se rompiese en cada cosa que está mal colocado. Y con las personas pasa lo mismo, no soporto el desorden…

The Phantom
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:13:43 pm
Atuendos


1.   Masa.
Cada uno recibía un baño de tolerancia, conocimiento y formación histórica que hizo de sí mismos individuos avanzados, cultos y dialogantes. Con su piel blanquecina por la falta de luz solar, sus venas azules, sus ademanes suaves y sus formas empáticas, vivían y convivían en una armonía envidiable, sin conflicto alguno.
De pronto, sin respetar el paso de peatones, un coche sucio pasó a toda velocidad con un ruido cavernoso, atravesando sin miramientos la calle educada, y arrastrando tras de sí a un niño de ocho años y a una anciana con una bolsa de plástico.
Del coche se bajó un adolescente riéndose a carcajadas, bebido, y haciendo cortes de  manga a la gente. Y todo el mundo, con los ojos inyectados en sangre, se abalanzó sobre el individuo destrozando su cuerpo a golpes. 
Y mientras lo hacían, una comprensión mutua les llevó a un sentimiento catártico.


2.   Desarme.
Tan bueno era que ni los herrerillos del parque se asustaban a su paso. Pero hizo tantos favores que no se lo perdonaron nunca. Caído en desgracia, lo llamaron un par de veces. El amor forzado hiere como cuchillos de hielo.
La soledad impuesta es tan dura como la compañía obligada. Casa que se cae encima cada tarde, ventana que ofrece al mismo perro levantando la pata en aquella pared, horas clónicas.
Salía de vez en cuando, como una sombra amarillenta, y se quedaba sentado en las almenas del mundo colectivo al que nunca quiso dañar.
Un día, decidióse.
Bailó, sonrió inoportunamente, vistió colores, y vivió como conjuro de la soledad. El rey de los traspiés ya no andaba con sombrero y el trajecillo apolillado se ahorcó en el armario para siempre. Quiso beber tanta gente, quiso tocar con los ojos tantas ventanas, que sus antiguos le dijeron que no, que les gustaba cuando era bonachón, cuando se le podía acariciar como a un perrillo inanimado.

Y se sentó en la acera para recordar cómo era antes, infeliz pero tocable.



3.   El acantilado.
Nunca conocí a una persona tan segura. De todas formas era un poco molesto que él, casi aburrido, casi perdonándonos, se sentara en su asiento de sabiduría como por encima del espacio y el tiempo. Su trono era una silla más, pero cuando su trasero tomaba posesión, la silla se convertía en trono de piedra. La función crea al órgano.
Pero lo cierto es que sabía mucho. Sobre todo, interpretaba muy bien los hechos. Daba explicaciones económicas o emocionales a conductas sociales o a movimientos de poder.
Su solidez intelectual incluso le hacía ser atractivo. Pero un día, su mujer bromeó con alguna deficiencia afectiva que nuestro rey tenía oculta.
Todo el armatoste parecía ahora algo desvencijado, parecía que un dios sólido bajaba lastimosamente a la tierra para ponerse tiritas.
Le miramos, como buscando una reacción que le asegurara en so trono, y así también reafirmarnos en nuestro líder ahora resquebrajado.
Pero no, con la herida de la murmuración probable, se quedó tan quieto como una estatua adorada y entonces, bajóse la alta testa del gran Caupolicán.

4.   Raíz.
Desde luego no le gustaba discutir con su padre. Pero era insoportable escuchar sus razones anticuadas, sus observaciones sobre la conducta o la ropa. No sé porqué tenía que reprocharle nada, cuando tampoco su padre era un dandy vistiendo. Esos pantalones de tergal de los setenta, ese desafortunado chaleco, esos zapatos más bien grandes.
En realidad casi se odiaban, o a él se lo parecía.
Al cabo de los años, el padre enfermó. Él le lavaba la cara, le afeitaba torpemente. Asistencia por imposición genética.
De forma fastidiosa, le llevaba la comida cada día y a veces se sentía culpable de que le dieran náuseas cuando tenía que fregar los platos, con los restos de la comida de su padre.
Mientras el padre dormía, el hijo se acercó, pegando casi su cara con la de su padre, observándolo.
Y vio los pelos despeinados, los profundos surcos en la cara, el sudor, su ropa descuidada y ese semblante de tristeza eterna.
Y entonces lo supo.

5.   Impronta.
Elena vino a enseñarme un caracol que había cogido y que tenía dentro de una bolsita de plástico transparente.
Sin darle tregua, lo sacaba, lo volvía a meter en la bolsa, lo ponía en el suelo, en el banco, en una hoja… El animal iba dejando su surco de baba en el suelo, como herido por un disparo invisible.
Dos amigos de su edad, de unos cinco años, también se tumbaron en el suelo para ver al animal desplazarse, lastimosamente por definición, y empujarlo de vez en cuando para que fuera más deprisa.
Cuando volví a mirar, desde lo lejos, vi a Elena de rodillas y con la cabeza entre las piernas, llorando de pena, pues le habían roto la concha al caracol.
Me acerqué a la niña. Tenía su cara tan cerca del animal, que casi todas sus lágrimas caían encima de él, formando un charquito. Daba la sensación de que el caracol iba a morir ahogado.
Al pasar los años, Elena, ya mujer, se fue de casa, donde las quejas y el miedo a la mala suerte la habían convertido en un templo al sufrimiento.
Ese temor arcano, esa desconfianza, esa sobreprotección a los miembros de la familia la desesperaban, y tuvo que salir corriendo antes de que todas las lágrimas de la casa terminasen ahogándola.

Adarve
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:18:30 pm
Tan solo un instante


Sus ojos brillaban enigmáticos mientras los míos intentaban evitar que me descubriese observándolos.
   Ahora tan solo me conformaba con poder rozar su piel con un leve toque de mi mano. Un gesto usualmente inadvertido pero que, en aquel momento, me parecía lo más importante que estaba ocurriendo en el mundo.
   Al fin, me atreví a hacerlo intentando disimular mi acción, aunque no tenía la certeza de haberlo conseguido.
Y el efecto de aquel movimiento fue devastador.
   De pronto, sentí un fuerte estremecimiento que recorrió todo mi cuerpo en un instante, provocando que mi mano se retirase casi con brusquedad. Fue como un shock, como una descarga eléctrica. Esperaba, o mejor dicho, deseaba con todas mis fuerzas que no se hubiera dado cuenta porque, de otro modo, me sentiría la persona más ridícula que pisaba la Tierra.
Sin embargo, ocurrió algo totalmente inesperado.
   Casi de inmediato, me miró con una ligera sonrisa que me transportó a la más absoluta tranquilidad y, sin saber la razón, supe que se había dado cuenta.
   Y mientras todos estos pensamientos cruzaban por mi cabeza, me di cuenta que sus ojos seguían fijos en los míos, manteniendo esa mirada que penetraba en mi interior hasta lo más profundo de mi ser. No sabía ni quería reaccionar, sino tan solo dejarme llevar y aprovechar ese mágico instante que me brindaba la vida, por fin.
   Ahora tenía claro que nada de lo que pasara a partir de ese instante sería tan decisivo, tan relevante, como esta sensación indescriptible de felicidad plena que inundaba mi alma y colapsaba mis sentidos. Aunque durase solo un parpadeo, supe que para mí sería algo eterno.
   Y entonces fue cuando se empezó a acercar. Muy lentamente, casi sin moverse, pero de forma elegante y sutil.
Mi corazón se aceleró y comenzó a latir cada vez más deprisa y tenía la certeza de que mis mejillas se habían enrojecido.
Continuó su lento pero inexorable movimiento hasta quedar tan cerca de mí que era capaz de saborear su olor, un delicioso perfume que inundaba mis pulmones y provocaban que casi tuviera que cerrar mis ojos.
Y fue cuando me habló.
Lo hizo lentamente, sin apenas esfuerzo, y su voz resultó ser tan perfecta como lo era el resto de su cuerpo.
     -¿Me permite salir?
   Ni siquiera pude contestar. Tan solo acerté a apartarme ligeramente con un movimiento torpe hasta despejar la salida.
   Y mientras se marchaba seguí observando su forma de caminar, la elegancia de su figura y la perfección de sus formas.
Y hasta hoy, después de tantos años y cuando ya las fuerzas me empiezan a fallar, todavía sigo preguntándome si finalmente fue cierto que se girase justo un instante antes de que las puertas se cerrasen frente a mí.

Alex rader
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:20:10 pm
MENSAJE EN UNA BOTELLA


En algún lugar del Mediterráneo, año 2012

A quien encuentre este mensaje. Escribo esta carta que he introducido en una botella y tirado al mar desde la fragata “Talante”, un buque de guerra español de tres palos cruzados con velas cuadras en todos sus mástiles, de ciento cuarenta metros de eslora, quince de manga, ocho de calado y con más años y abolladuras que estrellas hay en el cielo, con la intención de que la memoria de los cien marinos que aquí nos encontramos no la engulla la mar, tal y como va a hacer con nosotros.

Y es que el mundo debe conocer nuestra triste historia. No por haber caído en el fragor de una batalla por la patria, donde nuestro honor se hubiese mantenido intacto; tampoco porque la madre naturaleza nos abatiera con una destructora tormenta, en cuyo caso la fatalidad se consideraría simplemente gajes del oficio. Lo penoso de la situación es que nos encontramos a merced del mar porque, y me duele reconocerlo, nos hemos perdido.

Para entender el curso de los acontecimientos hay que remontarse al día 14 de agosto, cuando nos encontrábamos a pocas millas de las costas de Melilla. Tras dos meses realizando actuaciones de vigilancia por el Índico yo me encontraba en cubierta, buscando tierra con mis prismáticos, cuando de pronto observé algo que alteró me llamó poderosamente la atención: se estaba produciendo un desembarco de militares por parte de la flota marroquí en la playa conocida como de la “Horcas coloradas”, en una acción que días después el rey de Marruecos describió como un simple error en las maniobras, aunque aprovechó para decir que eso pasaba porque España llevaba siglos invadiendo territorio marroquí, continuando con sus exigencias respecto a Ceuta y, de paso, todo al Andalus. Será por pedir…
 
Enseguida di parte a nuestro capitán, don Pere Grimau, pese a conocer el castigo que podía suponerme despertar a un superior de la siesta. Nada más enterarse de la noticia el capitán de la fragata, ante la excepcionalidad de la situación, en respuesta ante lo que parecía un ataque, se puso en contacto con el Ministerio de Defensa vía correo ordinario-con la crisis económica el Gobierno nos había restringido el uso del teléfono y los radares, aparte del racionamiento de gasoil, comida y bebida- proponiendo realizar de inmediato una contraofensiva disuasoria, mandándome a mí, el teniente Patxi Garmendia, a formar a todos los hombres mientras en caso de que se diera luz verde desde Madrid.

Los responsables de contener el avance enemigo, o enemiga-según la Ley de Ordenación de género, Coordinación de la igualdad y Anticlericalismo(LOCA), ha de primar la corrección lingüística y evitar el lenguaje sexista- estaba formado por lo más granado- y granada- de nuestro ejército que ese día no se encontrara de permiso, ya que el 15 de agosto cayó en lunes y muchos habían hecho puente. En total, nuestras tropas consistían en dos españoles, contando al capitán y al teniente, y noventa y ocho inmigrantes dispuestos a darlo todo por el sueldo y, si no quedaba más remedio, por la patria.

A toda prisa me reuní con mis mejores hombres, entre los que destacaban el cabo primero Roberto Chávez, la caba Jessica- la mujer más dura a este lado del Mediterráneo, con tatuajes hasta en los pezones- y los expertos marineros Mario Ngema, Atahualpa y Mohammad Abdallah al Sähuir, más conocido como“Moji”, aunque después de una noche loca en Mogadiscio donde contrajo alguna enfermedad venérea todos le llamaban Mojino escozío.

El caso es que mientras los marroquíes se adentraban en las playas de Melilla ordené a nuestros valerosos soldados y soldadas tomar posiciones a la altura de la playa a la espera de las noticias ministeriales, pero cuando se estaba ultimando la preparación del ataque surgieron diversos imprevistos: el capitán expedientó a veinte personas por encenderse un cigarrillo en cubierta porque estaban nerviosos antes de empezar a disparar, pero el alto mando consideró que no había tregua contra el tabaco así que, alegando que fumar mata, no levantaron el castigo; mientras, a otros doce los tuvimos que meter en el calabozo por llevar una estampita de la Virgen de las Angustias, al estar prohibido cualquier símbolo religioso que pudiera ofender las creencias de Mojino escozío y los otros quince magrebíes del norte-vamos, los moros de toda la vida, pero es que tenemos prohibida esa terminología-; y finalmente, la mitad de los ecuatorianos se encontraban en enfermería al haber salido la noche anterior y excederse con la bebida, mientras que la otra mitad presentaban heridas de arma blanca por una reyerta con sus propios compatriotas.

Entretanto, en la cabina de mando del “Talante”, al capitán Pere Grimau le llegó una hora y media después de solicitarlo un comunicado urgente del Gabinete de Decisiones del Ministro de Defensa, formado por diecisiete miembros, uno por Comunidad Autónoma, generándose en ese momento un ligero problema lingüístico, ya que según el artículo 3 de la LOCA ”las órdenes de un superior a sus subordinados deben darse en la lengua cooficial de su Comunidad Autónoma de origen”. En este caso un señor de Murcia nos mandó el siguiente comunicado: despongo que se vrigilen a los malos y si no se tié en cuenta, va a costar un desgusto, así quén cuanti la noche allegue se acorralen a esos zagales, pijo.

El problema era que aquella misiva no fue traducida correctamente por el capitán,- más catalán que el pan con tomate pero limitado en idiomas, pues sólo hablaba inglés, francés, alemán y algo de gallego en la intimidad, creyendo entender que lo que le pedían era replegarse inicialmente hasta nueva orden, por lo que me mandó una Comunicación de Régimen Interior con las siguientes instrucciones: les ordres són que ens repleguem.

Uno nunca ha sido muy ducho en lenguas-cuando me gradué en la Armada me tuve que apuntar a una ikastola para aprender vasco, requisito imprescindible para poder dar órdenes a los moros y sudamericanos, según la LOCA- pero sí en la interpretación de los hechos, dando por sentado que lo que me pedía mi capitán era que pusiéramos pose de atacar pero sólo para asustar. Erasoko dugu baina gutxi, vamos a atacar pero poco, dije a mis tropas; algo lógico, puesto que nuestras armas iban sin balas, conforme al Reglamento Interno de Acción Social del Ejército, el RÍASE, donde se nos indica en su artículo 5 que como los fusiles matan, nuestras fuerzas de paz, en vez de tiros, han de repartir gladiolos.
El caso es que el cabo primero Chávez, los marineros Ngema, Atahualpa y Abdallah al Sähuir, junto a la caba Jessica y el conjunto de la milicia uruguaya, ecuatoriana, salvadoreña, mora y guineana-de momento todos subalternos, que para jefes con los de aquí nos arreglamos-, no sabían vasco, así que interpretaron mi arqueo de cejas como que a sus y a ellos. Y allá que se fueron, al grito no del todo unánime de “Santiago y cierra España”-ahí los mexicanos se negaron en redondo a continuar porque o se mentaba a la Virgen de Guadalupe o ellos no iban-, lanzándose como fieras contra aquellos morenitos que tan alegremente se estaban montando un bazar en la arena melillense.

Y cuando todo estaba preparado para comenzar la madre de todas las batallas, nada de nada. Finalmente todo se quedó en un simple susto, pues antes de emprender la batalla desde Marrakech se ordenó a su flota regresar inmediatamente a territorio marroquí ya que estaban en pleno Ramadán y se tenían que ir a rezar, por lo que se replegaron rápidamente, volviendo al barco nodriza para dirigirse a su país.

Ni que decir tiene que por parte del Gobierno Español no se exigieron responsabilidades ni disculpas diplomáticas por lo sucedido, principalmente por no ofender al rey de Marruecos- al parecer, íntimo amigo de España. Cosas veredes que farán fablar las piedras, decía mi abuelo- y como tal no se recibieron.

El caso es que regresamos al “Talante” con alguna baja-algunos optaron por enrolarse en un circo, alegando que para hacer el payaso allí se les pagaba más-, recibiendo la orden de volver al puerto de Cartagena. Pero resulta que nuestro nuevo encargado de llevar la brújula-seguíamos sin radar, ya se sabe, la crisis y tal- había comprado como souvenir un imán para la nevera- una imagen con fondo negro y un sencillo título en amarillo: Melilla at night-que hizo enloquecer la aguja, llevándonos mar adentro sin que nadie se percatara hasta que nos encontramos en paradero desconocido en algún lugar del Mediterráneo.

Por supuesto que intentamos enderezar el rumbo, pero el de la brújula, como hombre que es, no quiso preguntar por dónde se iba, confiado en encontrar el camino él solito. Y no sólo no continuamos perdidos sino que, de tanta vuelta, nos quedamos sin combustible, escasos de agua y alimentos, a la deriva y sin poder contactar con el exterior.

Y aquí seguimos, varias semanas después. Si esta carta desesperada llega a las manos de alguien espero que puedan acudir a nuestro rescate, si es que aún queda algo de nosotros, porque hay unos chilenos que no paran de contar una historia diciendo que son parientes de no se qué jugadores de rugby que se fueron de picnic a los Andes, y mientras no dejan de mirarme con tal cara de hambre que ya me empieza a preocupar.

Teniente de la Marina, Patxi Garmendia

Jacobinos
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:21:59 pm
DUERME, QUE TU PRINCIPE ESTÁ A PUNTO DE LLEGAR PARA BESARTE


La primera vez que te oí llorar pensé: << Ya eres dueña de tu tiempo. >> Tu llanto, hoy en día, es un terremoto de escala diez para mi alma. Y sin embargo, debo mantenerme a píe firme. Tú no mereces menos.

          ¿Sabes? Recuerdo como si hubiera sucedido hace no más de un segundo que lloré de felicidad al sentir la calidez de tu piel derramándose sobre mi pecho. Eras tan pequeñita… y yo tan enormemente dichosa de tenerte al fin conmigo tras un embarazo tan complicado… La vida demostraba una vez más que siempre acaba por abrirse paso, a pesar de las muchas dificultades que puedan surgir para alzarse ante ella como barreras infranqueables.
Ahora el tiempo corre en tu contra, y mis lágrimas son de angustia, como láminas de plata sucia, aunque tú nunca me ves verterlas; hago de ello un afán inexcusable.
Todo debería haber sido al contrario: una vez liquidados muchos años de felicidad entre las dos, tú deberías haber cuidado de mí. Pero resulta que la vida se empeña en ponernos pruebas incomprensibles, y que al principio nos parecen insufribles aunque, al fin, acabemos si no por superarlas sí por conciliarnos con ellas o, al menos, por llevarlas con resignación. En esto último, cada día aprendo más de ti, de tu aguante ante la adversidad.
El cronómetro vital te ha dado tan pocas oportunidades para que seas feliz… Ha descascarillado todas tus ilusiones, y ha desgastado las mías hasta hacerlas traslúcidas, casi como un jirón de piel deslucido. Pero no puedo permitir que lo adviertas; ya acumulas demasiado pesar. Te pasas horas y horas deshojando tu tiempo, preguntándote en tus silenciosos momentos de lucidez por qué no puedes ser una niña normal. Añoras jugar en libertad, como a diario lo hacen tus amiguitas cuando los rayos afables del sol bañan el parque en el que tantas veces correteaste hasta la extenuación. Verte así, postrada, la mirada perdida por la ventana, embarra mi espíritu.
Si pudiera, sin dudarlo, me cambiaria por ti. Pero sé que esa es una súplica que nadie habrá de concederme.
Reconozco mi impotencia: no soy capaz de ralentizar, o de estirar, el avance de unas horas que, aliadas con minutos y segundos devastadores, tejen una telaraña para que la enfermedad devore los vestigios que, como piezas de un puzle, debieran haber certificado toda una existencia plena.
Me duele tanto comprobar que tu vida va convirtiéndose de manera fatal e irremediable en un tiempo perdido o casi inanimado … No alcanzar a que el segundero que mide tu pulso cuente a tu favor representa mi desventura, una agridulce condena a seguir viviendo por ti. Es mi responsabilidad; y la acepto sin rechistar. Sin embargo, a cada momento, y delante de ti con más ahínco, debo hacer tripas corazón. Por ti, solo por ti, debo sacar fuerzas de flaqueza de este cuerpo agotado, en el que me veo atrapada sin remedio, mis músculos carentes de energía para seguir adelante.
¿Cómo consigo no fallarte? Te juro que ni yo misma lo sé. Quizá una simple mueca de gratitud tuya es la energía que necesito para no desfallecer, y de ella obtengo motivos para afrontar tu enfermedad.
Al escuchar el diagnostico, Parkinson por causas hereditarias, el suelo se convirtió en una fina lámina de cristal. Saltó en mil pedazos. El vacio se abrió bajo mis pies. Un tsunami de incertidumbre golpeó mi corazón, sacudiendo mis entrañas. Tú no entendías nada de lo que se te venía encima. Yo no comprendía nada. Necesitaba respuestas. Tú necesitabas más que nunca de mí.
¿Cómo he podido mantenerme a salvo? ¡Qué injusta soy al preguntarme esto! La enferma, mi niña, eres tú, aunque tú, a veces, pareces ausente del mal que te atenaza. Solo sé que la magnitud del dolor que siento queda neutralizada por una sonrisa tuya. Porque tus risas, hoy por hoy, son mi horizonte; conforman la tranquilidad que apacigua las incertidumbres con las que computo mi vida. Y procuro encontrar en tu mirada, cuando toma cuerpo o cuando deja de ser un haz de luz sin destino, ese rayo de esperanza al que aferrarme para encontrar un remanso de paz, del mismo modo que un barco en medio de una tempestad ansía llegar a puerto seguro, guiado por un faro en la distancia. Tú eres el fanal que guía mis pasos. Y sin embargo, ¡qué cosas!, tú eres la que te sientes perdida o desorientada.
******
El momento más cruel aconteció una noche aciaga, convertida en un fatídico instante que quedó grabado a fuego en mi alma; nunca lo olvidaré.
 El grito que lanzaste recorrió cada rincón de nuestra casa, quizá buscando un recoveco donde apaciguarse; azoró mi cuerpo, estremeciéndolo de pies a cabeza. Te abracé. Me miraste extrañada, como si tus ojos fuesen dos terrones de arena a punto de desmenuzarse. Descubrí en el fondo de ellos la misma soledad y turbación que acarreaba Blancanieves mientras atravesaba a carrera viva el bosque, encantado por su propio temor, las ramas de los árboles como garras que ansiaban prenderla. Pero tú no estabas sola, aunque te acribillaban los más atroces síntomas de la enfermedad.
De nada te sirvieron mis palabras; menos aun mis besos. Me lanzaste una mirada vacía, llena de zozobra. Quise consolarte con tu muñeca. Pero lloraste atemorizada. No la reconocías; incluso le lanzaste un manotazo, igual que a mí. Porque tampoco se hallaba mi rostro entre aquellos con los que te mostrabas conforme durante tus crisis más severas. Fue como si me hubieras echado de tu familia. Esa ausencia fue interminable. Me creí morir. Te abracé. No obtuve respuesta. El mundo se resquebrajó a mi alrededor, como una piel cuarteada por un sol de inclemencia. Me hubiera dejado morir en ese mismo instante a cambio de que recuperases un hálito de salud resplandeciente, pero sé que te habría arrastrado conmigo. No te podía fallar; entonces, menos que nunca.
******
Mi niña, mientras la enfermedad te desmorona, te he visto volver a un tiempo de indefensión, pero no de desamparo, como cuando eras un bebé… mi amado bebé. Y esa es mi mayor aflicción.
Tus movimientos son cada vez más dificultosos; babeas; tu dulce carita a veces me parece una máscara de carnaval, sin apenas expresión; tu cuerpo cada vez está más encorvado; tus manos han perdido la fuerza con la que se aferraban a las mías cuando marchábamos camino de la escuela; una simple caricia mía puede ser un tormento para ti, pues te duele casi todo el cuerpo; para ti es dificultoso comer, incluso te supone un soberano esfuerzo tragar el manjar que más te gusta: el helado de chocolate y menta; tiemblas sin tener miedo, y fíjate que cosas: para consolarme, creo que lo haces por frío, y aun yo sabiendo que tus músculos no te responden, y de ahí los espasmos, te acurruco junto a mí. Tu voz, ese torrente que muchas veces no cesaba, tú tan charlatana como eras, es cada vez menos audible. Pero mi amor se crece más y más mientras tu enfermedad avanza, mi niña. No lo dudes: aférrate a mí, a mi presencia. Yo quiero ser tu primavera, el refugio para tu desesperación y tus temores.

Ahora duerme, que afuera está lloviendo y hace frío. Duerme, duerme tranquila, mi amor, que mamá está junto a ti, leyéndote el cuento de Blancanieves y los siete enanitos, tu preferido, mi princesa. Duerme tranquila, que no hay enfermedad que pueda destrozar todo el amor que siento por ti. Duerme mi niña, que tu príncipe –papá- está a punto de llegar para besarte…

Xil de zatico
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:23:38 pm
CRÓNICAS DE UNA GUERRA


Sentía cierta predilección por matar.
Con cada golpe, el perdón parecía más cercano. Y cada vida segada era un soplo momentáneo que serenaba sus sentidos repletos de odio.
 No importaba su sexo o la ubicación, tampoco cuándo o cómo. Solo una persona más, cuya historia era demasiado corta para una tierra sobre la que se había derramado suficiente sangre.
 El enemigo se lo había arrebatado todo, incluso cada frase de esperanza, mermada con dureza al germinar. Cada minuto apacible del pasado era derrocado en un simple segundo en el que los más viles instintos luchaban  por prosperar.
Su guerra, ¿era realmente suya? ¿A quién pertenecía esa causa? Los brazos ateridos imploraban un descanso, pero se movían con la rabia fugitiva de quien cree estar haciendo lo correcto.
 No le pertenecía al principio, eso era cierto. No hasta que desapareció todo, hasta que se convirtió en el único motivo y utilidad de su existencia. ¿Qué hacer para rellenar las horas hasta morir? Simplemente obedecer, seguir un camino que ya parecía guiado como si nada fuese más sencillo que eso.

 Existían símbolos que demostraban su fiereza en el combate. Las condecoraciones refulgían cuando había presente orgullo por mostrarlas. Unos pedazos de metal a cambio de tres vidas relucientes; fragmentos de bronce quebradizo e imperecedero que al llegar la noche desgarraban su piel abriéndose camino hacia las entrañas.
 En algunos momentos, las vidas despojadas conseguían permitirle continuar. Juntas eran un falso sustituto de un corazón de piedra que no latía: un reloj con el irrevocable contador hacia atrás activado. 
 Porque siempre, cada día, llegaba el momento de rendir cuenta del mal ocasionado. Imploraba que no llegase, que la lucha se prolongara. No importaba, siempre había un momento en el que sus exhaustos músculos debían respirar. Ocurría de repente, en los instantes de soledad; no había compañeros que escudasen un cuerpo errante en la búsqueda de su hogar. Y en aquellos segundos, sus fantasmas aprovechaban para cubrirlo; no gritaban: sus voces de felicidad estallaban en el cerebro. Unos resquicios amables subsanados por los ecos de la agonía sufrida; la esencia que supuraba de sus cuerpos ingrávidos. Los lazos, ya evaporados, que unían el suyo propio a su estirpe y con todo lo que le quedaba. El dolor desgarraba las sombras de un tic-tac incesante que teñía el precio de la deuda.
 Cada alma arrebatada para otorgarle un segundo de existencia creaba oleadas de dolor tan profundas e insoportables como las que sufría, y probablemente, sus seres queridos no habían sido más que el efímero hálito que alimentaba a los que luchaban por su misma causa. No se acabaría jamás porque era un camino eterno de retorno al origen, el alimento de las bestias sin voluntad propia, títeres guiados por manos gigantescas.
 Y se dio cuenta de que no importaba si sus armas eran piedras, espadas o metralletas.
Tampoco eran relevantes los orígenes de una afrenta. ¿Quién lo recordaba ya? Se habían vuelto vengadores del destino, del pasado.
Era un humano dominado por un impulso incontrolable…
…¿la inteligencia?
No.
Los sentimientos.

Amaranth
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:25:43 pm
La niña, su abuela, el fantasma de un hombre malísimo y un final que de todos es sabido


Érase una vez una niña perseguida por el fantasma de un hombre malísimo que hacía cosas malísimas, y que la visitaba en sueños. La niña nunca había tenido amigos, pero sabía lo bastante para comprender que él no lo era. Por mucho que rezase, por muy bien que se portara y por mucho que se esforzase en creer a los demás cuando decían que no existen los fantasmas, siempre venía el alma en pena del hombre malo y le demostraba que ni todos los deseos, ni todos los rezos del mundo podían hacerle desaparecer. Por eso la niña ideó un sistema con el que mantener a raya a aquel espíritu malévolo: construiría un cofre caza-fantasmas.
De todos es sabido que a los fantasmas, especialmente a los malísimos, les encanta el chocolate. Así que la niña, que no era precisamente buena o no hubiera sido perseguida por un fantasma tan malo como aquel, le preparó una trampa ladina y maliciosa, como son y han sido siempre las trampas de los niños malos. Para ello buscó en el desván el viejo baúl de su abuela, lo selló con silicona especial para baúles de abuela y colocó en su interior una tableta de chocolate. Al sentir el aroma irresistible del cacao, la leche, los colorantes y los conservantes, el desván de la abuela se llenó de fantasmas de hombres malos. También de mujeres malas, pues de todos es sabido que en lo referente a maldad el sexo femenino tiene tanta o más disposición y desenvoltura.
La niña se asustó ante aquella legión de espectros criminales y golosos que llenaban el baúl. Lo cerró con la rapidez que sus manos nerviosas le permitían y selló sus goznes con silicona especial para la retención de fantasmas en baúles. El baúl estaba lleno de espíritus pero la niña no sabía si el fantasma del hombre malísimo que la perseguía a ella estaba allí dentro. Sólo había una forma de saberlo: deshacerse del baúl y permanecer a la espera para comprobar que no volviesen más aquellas cansinas apariciones. Pero cuando se disponía a bajar del desván con el baúl para sepultarlo bajo tierra, su abuela la sorprendió con las manos en las asas. De todos es sabido que las abuelas le tienen mucho cariño a sus baúles y que no les gusta nada que sus nietas anden moviéndolos de acá para allá. Mucho menos si el baúl se lo han llenado de fantasmas de personas malas. La abuela de la niña mala, que muy buena no podía ser o no hubiera tenido una nieta maligna y sin amigos como aquella, la regañó duramente y la castigó sin salir del desván durante tres días.
El desván de la abuela era como todos los desvanes de abuela que en el mundo existen. Un cuchitril oscuro, mugriento y de techos bajos repletos de telarañas. La resentida saña de la abuela, que era cruel como un invierno en Soria, se manifestó en toda su plenitud los tres días que duró el cautiverio. No dejó que su nieta probara bocado. De todos es sabido que en los desvanes de abuela no hay más comida que el queso maloliente que sirve de cebo para los ratones. En este caso estaba también la tableta de chocolate que había metido la niña dentro del baúl. Así que, hambrienta después de tres días de ayuno y encierro, abrió desesperada el cofre atrapa-fantasmas con el ansia de comer el chocolate que había empleado como reclamo. Al abrirlo salieron de allí despavoridos los numerosos espectros. Algunos famosos como el de Canterbury o el de la Ópera, pero también fantasmas pobres con sus sábanas carcomidas y amarillentas.
Los fantasmas se habían comido la tableta de chocolate entera y además estaban enfadados con la niña por haberlos encerrado. De todos es sabido que una legión de fantasmas enfadados es peor que una plaga de langostas furibundas, así que, como venganza, poseyéronla. Cuando la abuela abrió la puerta del desván después de los tres días, se encontró a su nieta vomitando, gritando obscenidades y girando su cuello trescientos sesenta grados. La abuela, lejos de asustarse, pensó que la niña tenía un gran potencial artístico. Primero intentó que labrara su carrera de actriz en España. Hizo una prueba con Almodóvar pero le pareció una niña demasiado corriente. Si al menos hubiera sido un niño travesti... Hizo otra con Garci pero no acabó de convencerle el hecho de que la niña levitara a dos metros del suelo. Como en España no sabían apreciar las bondades interpretativas de su nieta, la abuela la llevó a un casting en Hollywood y le dieron un papel protagonista. Como el final de esta historia de todos es sabido, permitid que me lo ahorre.

Padre carrack
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:27:42 pm
Carretera Austral…


El Inca, vive solo y dispone de su tiempo como si hubiese entrado en un espacio para el resto de los hombres, olvidado. En el que parecen haberse aliado los árboles con las montañas y los vientos, para amedrentar y vencer al indio, que respira con olor a tierra, aceite , madera y más persistente a Mate.
Ha preparado sus avíos y su montura para el viaje. La conduce lentamente, mil kilómetros adelante, por la carretera Austral, dirección a Tierra de fuego. 


Deja atrás pueblos sin calles, sin carreteras, sin perros. Perdidos del mundo, cercados por cementerios de  más de dos siglos y dos mil muertos , ya olvidados.
Mira con una leve ensoñación, hacia el interior del bosque donde la austral se corta , después ya no queda nada más, solo el fuego y el  hielo. 


Conoce lo difícil que es, desplazarse por el bosque en verano, los deshielos y las pesadas lluvias, hacen del río un obstáculo insalvable. Como cada año, su pueblo esperará la llegada del invierno, y su regreso, para construir las balsas y salir a vender madera, aceite  y Mate.
El hombre del río Baker y los pocos que habitan la región mas austral del continente americano, comparten la sensación de tener sus días encerrados en estos bosques de lluvia , viviendo al borde de un cielo de brumas interminables.
Recuerda los días en que cargados de madera, bajaban el río y las conversaciones en la balsa, junto a su padre, cuando le decía que para sobrevivir hay que saber arriesgar, porque hay regiones que unen a los hombres con grandes lazos de la naturaleza.
La Patagonia es una de ellas… 


Más arriba, posa su mirada en la meseta, la extensión de llanura infinita, llamada por los Incas " la Pampa". Donde nadie, nunca, llegará. Donde habitan los caballos salvajes y las extensiones que la vista del hombre jamás alcanzará a poseer.

Dawn.
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:28:51 pm
TALLA GRANDE


                                          Y UNO

 Por el patio de vecinos llega la voz  sureña y dulzona. Mira el reloj: es puntual,  piensa. Recorre el pasillo de su  ventilado  piso de solterón. Lleva meses con esa costumbre: dos veces  se asoma a la ventana, a las mismas horas, mira la calle, el ineludible paso de peatones: línea recta entre su portal y el local de ‹‹Internet Público y  Envío de Dinero al Extranjero››.
 A  las doce, cuando el sol deshace la humedad,  la sigue con la vista. Ahora hacia  los jardincillos, empujando la silla de ruedas del abuelo del cuarto. Ella se detiene, le coloca la manta abrigándole las piernas, le limpia con mimo las babas.  Por la tarde, cuando la jornada laboral ha terminado, la ojea en la retirada, con el cabello lacio, ralo, y su gran culo enfundado en los vaqueros paticortos. La perspectiva desde arriba y de espaldas, más bien de culo: ¿L, ó XL? La duda seguida de una afirmación: ‹‹ las mejores para cuidar  viejitos››.
 Vuelve a su mesa de trabajo,  donde  ahora le miran a él, ojos insomnes de todos los tamaños. Ojos que nunca tendrán cataratas. No como los suyos que ya decaen. En la otra mesa los aceites perfumados  para embadurnar el pellejo guardado en sal. Y allá la gomaespuma para la forma del cuerpo: y el verbo se hizo carne. El espray  para colorear  las patas, rellenar las cuencas vacías, alinear el penacho, dar un toque a  las fosas nasales. Por empatía percibe picores en su nariz saturada de fuerte olor a pegamento de taxidermia.
Después de cenar: dejarse mecer por las voces de gregorianos,  antes de entrar a su asceta cámara donde rendir culto a algún  dios, quizás  Onán.

            
Y DOS

Un año que su rutina ha cambiado. La voz dulzona no se oye por la caja de resonancia del tragaluz. Deja de escudriñar desde la cristalera  porque la sureña ya no cruza la calle con el ancianito. Por las noches, después del informativo de televisión, pone el  CD con música de salsa, una liturgia antes de entrar al  dormitorio gozoso,  donde espera, en la cama, la inerte compañía de ella. Se tiende a su lado, no sin antes intentar estirar sus paticortos pantalones vaqueros, indiscutiblemente XXL. 

Divina-mente
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:31:30 pm
SU  RIVAL EL ALZHEIMER



Fue un quince de agosto y ante la Virgen de los Remedios, de eso hace ya muchos años, que se casaron en “La Redonda”. Hoy vuelven a recorrer las calles antes de que, a la nueve de la noche, salga la procesión. Pasean juntos, cogidos de la mano.
Enfilan la calle Baja y él le habla de su primera cita, de cuando se le erizó la piel al cruzar sus primeras miradas, al aspirar su aroma, cerrar los ojos, contener el aliento, al enmudecer sabiendo que ya nunca podría renunciar a conocerla; y le dice que aún ahora con la simple caricia de su piel pecosa envejecida, la suya se enciende. Ella escucha las palabras mezcladas con los retardados ecos del ulular de la bruja, lechuza de campanario, que resbalan por su mente sin penetrarla.
Cuando acometen la calle Alcalá, él evoca el momento en que se quedaron dormidos en el banco de la plaza que escuchaba sus confidencias, y soñaron al arrullo del susurro de la abeja y el zureo de la paloma; y le revela que no puede vivir sin su rostro color marfil y sus ojos azules, agudos y vivaces. Ella sonríe, solo acierta a dejar en el aire un suspiro, como sirena de un barco imaginario que se cruza.
Después, se pierden por la calle Alhoril y él se entusiasma recordando el tiempo en que el optimismo sorteaba cicatrices,  las marcas sobre la piel revelaban la existencia de todos los encuentros, y el intercambio de palabras y silencios, el sosiego y la calma, impulsaban una relación que aún no había sufrido; en ese instante reclama un momento de silencio para poder escuchar la retumba rítmica del corazón, que busca su compañía. Ella navega a su lado como una falúa solitaria perdida en la inmensidad del océano.
En Esquinas de Jesús se paran y él, mirándola a los ojos, le confiesa que hubo un momento en que notó en su rostro dibujadas las pupilas del abandono,  sintió la herida cuando aún viajaban por el aire impalpable las palabras de la ofensa, y trató de controlar el mayor de los miedos, que era su olvido; también le confiesa que el tiempo se hace infinito cuando ella no está, que huele a azahar y limón maduro, que quiere volver a bañarse en los recuerdos que aún llegan a sus orillas, abrir puertas y ventanas liberando al sentimiento, y renunciar al espanto de perderla. Ella dibuja en su cara un gesto de extrañeza, agobiada por la atmósfera de rincones fantasmales.
Él trata de centrar su atención. Le recuerda la noche de San Juan, sus manos y cara salpicadas con el agua del arroyo que le confirieron la belleza de sus rasgos que aún perdura; su voz de horquillera, cantando el himno de la Virgen de los Remedios; la procesión, que no puede atraparse en una foto porque es imposible captar en ella el sentimiento de un pueblo; y al final, con manos trémulas, le ofrece el regalo guardado con sigilo entre su ropa: un tallo de mimbre que grita con fuerza “¡Mantente firme!”. Ella parece tratar de mirar con los ojos de él para robarle la emoción, y esos ojos acaban perdiéndose entre la bruma inexistente que invade el horizonte.
Se sientan en una cafetería. Ella parece exhausta, tiene las piernas hinchadas y respira con cierto nerviosismo. Él le mira entre preocupado y complaciente, coge sus manos entre las suyas y las acaricia. Luego, con voz pausada, le cuenta que  hace muchos años le escribió una lira, al menos así la llamó su mejor amigo cuando le dejó la muestra para que la copiase. Anhelaba recorrer su piel y tenía que decírselo. Fueron solo cinco versos, todos con un inicio diferente pero luego puestos de acuerdo para decidir una de las dos alternativas en su terminación. Su amigo le había dicho que eso era rimar, y que era un poeta frustrado, pero que había conseguido una lira para que él pudiera regalársela a la mujer que amaba. Ella hace un instintivo gesto que le anima a él a continuar. Le expresa que su lira hablaba del olivo cuyas ramas son símbolo de paz y fertilidad, de las golondrinas que en la cornisa van tejiendo sus nidos, de los parajes que la naturaleza envuelve con su manto tranquilo y apacible; y del niño que la Virgen de los Remedios acuna en su brazo. Una lira que hablaba de perpetuarse. Espera que ella reaccione, que vuelva de su exilio y se suba a la vida de nuevo, que sus palabras consigan penetrar el mundo de sombras en el que el devastador adversario le ha sumido. Silencio, solo percibe el grito amargo del silencio.
Regresan al punto de partida. Una ligera llovizna les hace cobijarse y él, protegiéndola con sus brazos, le incita a abandonar la mirada en las gotas de lluvia que se clavan en el agua de la fuente. Sabe que su esposa necesita luz y sol para vivir y que la desalmada, esa que a veces le desconcierta  y otras sobresalta, no atiende sus súplicas. Por eso, va procurándole recordatorios frecuentes, atendiendo su actitud confusa y agitación, diciéndole que le siguen gustando sus flores fritas y su postre de frutas y almendras. Sabe que ella, ese año, en la Noche de las Lumbres, ha quemado casi todos sus recuerdos.
En el paseo no ha habido ni cornetas ni tambores, ni tampoco les esperaba al final del recorrido el premio del pan con aceite que alegre su futuro. Él presiente en la mirada de ella un gesto de sorpresa, y luego de introspección como si se preguntara quién puede ser ese hombre que camina a su lado y que le recuerda a alguien conocido.
Entran en la iglesia. Cruzan las miradas y él percibe en la de ella que el mal avanza en su cerebro, es como el juego de luces y colores que proyectan las vidrieras. Intercambian silencios, y él se va acostumbrando al momento en que el olvido invada el correcto fluir de las palabras.
—Dónde estamos —Pregunta ella, con una ingenua sonrisa.
—Juntos —responde él, y añade— Los montefrieños dicen: “Agua y luna, tiempo de aceitunas”. Nos casamos rodeados de flores blanquecinas de fuerte fragancia…
Es en ese instante que los párpados entornados de ella brillan con intensidad iluminando su rostro, y él siente el acelerado y frágil pálpito de la vida cuando escucha:
—No… No lo recuerdo…

Pseudoagibílibus
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:35:20 pm
Horizonte


El lugar donde vivo es tan pequeño  que solo cabe una antigua cama. Seis barrotes me separan de mi libertad por una pequeña ventana contemplo
El sublime  cielo azul puedo sentir una pequeña brisa sobre mi cara. Allí  hacia el horizonte alcanzo a ver ese campo donde florecen las más  bellas  rosas.

Hace 20 años atrás vivía  con mi madre gloria que por las noches entonaba esa canción  que tanto me gustaba, no tuve la suerte de conocer a mi padre, claro, que jamás supe porque no estaba con nosotros. Mi madre me regañaba porque siempre llegaba tarde al colegio. Al salir buscaba a Rosita  la niña más bonita del pueblo, sus ojos verdes inundaban mi ser, su risa iluminaba mi corazón,   me proporcionaba cierta timidez expresarle  lo que sentía por ella  solo esperaba  el momento indicado. En la puerta del colegio me hallaba  con mi mejor amigo Sun, claro que el también estaba enamorado de rosita, al entrar al colegio entonábamos la canción  de nuestra bandera que flameaba reluciente con los colores que simbolizaban a Sudáfrica. Veía con total serenidad  volar a los pájaros.  Nuestra  maestra solía conversar  con nosotros el tema de la discriminación. Cada dia  nos explicaba   el porque no debíamos acercarnos a  Dregor.  Solo sabíamos que el era un hombre blanco diferente a los demás sentía un desprecio por la gente de color. Un rumor definía lo que muchos temían: aquel hombre llevaría a cualquier persona de color que se le atravesase   por el  camino. Yo solo soy  un simple  forjador  de mi  propio destino, atravesare cualquier obstáculo que encuentre en mi camino.   El 12 de agosto  fue el primer día  en que  invite a Rosita a caminar  pensando quizás que podríamos quedarnos juntos en algún  Rincón del  parque,  con el propósito  de poder expresar  lo que sentía por ella. Solo deje que todo sucedería  y pude darme cuenta  que ella sentía algo por mi. Olvide  por completo los peligros, solo quise que el mundo se parara aunque sea un instante,  pero toda felicidad tiene muchas veces un alto precio que pagar. Aquel día fatal  conocí a Dregor  que sin mediar palabras disparo.  Temía por  Rosita, no quería que nada malo le pasara, no podría perdonármelo, tome una decisión apresurada, logre que los soldados me siguieran solamente a mí. Ella pudo marcharse sin inconvenientes. Cuando creí que todo había terminado Dregor me rodeo junto a sus hombres  obligándome a  subir al camión en el cual  también  se encontraban algunos  niños. En una vieja fabrica pase mis 20 años agradeciendo siempre cada comida en mal estado que me dieron, por el simple hecho  de poder  comer algo. Jamás entendí la razón  del odio  racial, Si todos somos humanos. Extrañaba volver a casa no podía oír esa canción que me entonaba mi madre cuando era pequeño, mi infancia transparente se torno oscura con suspiros de melancolía. Tal vez no era importante  decir mi nombre pero sin preguntar solo lo dije, mi nombre  es shiva. Pero no lo escucho, estaba demasiado  cansado para prestar atención. Comprendí que había llegado el momento de decir adiós

El 5 de abril shiva murió, rosita era una respetada reportera, siempre recordaba aquel niño que le salvo la vida. Años más tarde Dregor fue arrestado Y la vieja fábrica fue cerrada, liberando a todos los niños que había encerrado en ella.

Sam lagerblom
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:37:53 pm
OTRO CUENTO DE TERROR PARA NIÑOS


Voy a narraros algo que sucedió no muy lejos de aquí, al otro lado del valle, cerca de donde el cielo cambia de color. Es la historia de Raquel y Sebastián, dos hermanos que vivían felices junto a sus padres en una cabaña hecha de adobe y cal. El había cumplido catorce años y ella rondaba los diez. Ambos eran rubios y pecosos y gustaban de jugar a la orilla del arroyo que surcaba el lugar.
Aun siendo menor, Raquel era la más decidida. No tenía miedo de nada ni de nadie y al anochecer, cuando se aproximaba la hora de regresar, se hacía la remolona intentando apurar los últimos instantes de luz.
-   ¡Vámonos!- apremiaba Sebastián-. Ya se ha puesto el sol y pronto las criaturas de la noche dejarán sus guaridas para salir a merodear.
-   ¿A qué criaturas te refieres?-preguntaba la niña-. Quiero quedarme y ver como son.
-   ¡Calla!-le ordenaba él-. Dice padre que son seres misteriosos y salvajes, con grandes ojos de fuego que rompen la oscuridad. Nunca se les ve de día porque fueron condenados a vagar entre las sombras tras hacer enfermar de miedo al primogénito del Gran Conde, el fundador del linaje de nuestro señor.
-   ¡No te creo!-protestaba malhumorada mientras volvían a casa-. Yo te demostraré que lo que dices es mentira, que sólo es un cuento para asustar a viejas y bebés.
Sebastián sonreía y la miraba con la suficiencia que le otorgaba haberla visto nacer.
-   Palabras y bravatas, querida hermanita.  ¡No enredes y  camina deprisa que llegamos tarde otra vez!
Pero Raquel era muy testaruda y de su mente nunca apartó aquella idea, por eso, en un ocaso de finales de Abril, se escondió entre la maleza cuando tocaba volver.
-   ¿¡Dónde estás!?-gritaba su hermano-. No seas loca. ¡Respóndeme!
La pequeña no se inmutó.  Continuó agazapada con la firme intención de conocer a los seres de la oscuridad.
Ya hacía un buen rato que el silencio se tragó la voz de Sebastián por lo que Raquel decidió erguirse y mirar en rededor. Las tinieblas habían conquistado el terreno, la luna estaba ausente y el débil brillo de las estrellas no bastaba para alumbrar. Para colmo, un viento helado se levantó y las ramas de los árboles comenzaron a gemir mecidas por él. El miedo y nuevos sonidos desconocidos se unieron a la coral. El más estremecedor surgía de detrás de una roca situada unos metros por delante del escondrijo que la resguardó. Avanzó a tientas, apartando matojos y sintiendo en las sienes el latido desbocado de su corazón. Rodeó la piedra con la esperanza de descubrir lo que vino a buscar, pero sólo halló vacío negro… ¡De repente algo se movió a su lado!. Raquel quedó paralizada por el terror si bien apuró el último impulso que le restaba para girar la cabeza y descubrir dos ascuas de sangre mirándola sin pestañear. Se encontraban tan cerca que un aliento viscoso acompañaba su fulgor y, en un suspiro, se abalanzaron sobre ella haciéndola caer. No supo que hacer, salvo llorar, cubrirse la cara con las manos y esperar que esa cosa le arrancara la vida; sin embargo, en otro suspiro, una silueta de fuerza descomunal los separó y, entre alaridos, descuartizó a la alimaña en un santiamén. Acto seguido cogió a la niña del suelo y la echó sobre sus hombros como si de un saco de patatas se tratara. Todo ocurrió tan rápido que Raquel nada pudo ver. Tampoco opuso resistencia pues ni contaba con energías ni le apeteció; es más, incluso se sintió aliviada alejándose de allí en dirección a la espesura del bosque, prendida al cuello de un desconocido ensangrentado, semiinconsciente y casi segura  de que en breve despertaría de la pesadilla a la vera de los suyos.
Y despertó. Aunque no donde hubiera deseado, sino en el interior de una gruta inhóspita a pesar del calor de una hoguera en plena combustión. En un rincón, iluminado por las llamas y sentado en una losa, un hombre de complexión recia, cabello greñudo, aspecto desaseado y una prominente joroba afilaba el metal de un hacha con un canto de sílex.
-   ¿Dónde estoy?-preguntó la chiquilla
La respuesta fue el silencio absoluto
-   ¿Quién eres?- insistió
El desconocido se incorporó sin interrumpir su menester y, con mirada desafiante, se dirigió hacia el jergón donde reposaba Raquel. Conforme se iba acercando aumentaba su fealdad: frente ancha, una ceja continua en vez de dos, nariz puntiaguda, dientes sucios y una perilla de chivo como colofón. Se detuvo a unos pasos de la niña y contestó con voz gutural
-   Soy el guardián de tus peores pesadillas y vengo del más allá para complacerte. De hoy en adelante conocerás a todos los demonios de la oscuridad pues vagarás conmigo a través de los sueños de aquellos que osen cuestionar las tradiciones de los mayores.
Dicho esto, de un potente y certero hachazo, seccionó la cabeza de Raquel. Esta rodó por el suelo hasta chocar contra la pared. Los ojos permanecían abiertos y, con una expresión mezcla de miedo y arrepentimiento, ya inertes, parecían suplicar piedad.
A la mañana siguiente, después de una afanosa búsqueda, Sebastián y sus padres localizaron el cuerpo decapitado. Nada se supo de la cabeza, pero algunas noches sin luna ni estrellas varias personas afirman haber visto a un jorobado mugriento cargado con un saco en cuyo interior se adivina algo parecido a un melón.

Sixto y Jonás
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:41:51 pm
ESTACION 42


Llevaba ya un buen rato observándolo. La estación bullía de actividad por todas partes, como si fuera un hormiguero días antes de que comenzara el invierno. La gente se agolpaba a ambos lados del andén para entrar en los vagones apenas estos abrieran sus puertas. A veces tan cerca de las vías, como si quisieran sentir el súbito torbellino que arrojaba el enorme ventilador que son los vagones de metro. Toda clase de pasajeros se enlataban dentro de los vagones entre empujones, gritos, protestas y algún que otro exabrupto. La estación era un contenedor gigante que recogía todos los sonidos desagradables que hombres y máquinas pueden producir.
Pero él no se inmutaba. Nada turbaba la apacible lectura que disfrutaba el anciano que estaba sentado frente a mí.
No se por qué me fije en él. Quizás porque no encajaba en el lugar, porque parecía algo irreal, alguien perdido en un mundo que no es el suyo, totalmente fuera de lugar…
O quizás era la paz que transmitía, la serenidad que reflejaba su rostro, totalmente ajeno a la marabunta de personas que era fagocitada cada cinco minutos por los gusanos de metal. Ajeno al chirriar que producían los vagones sobre los raíles del andén, a las prisas y a las carreras…ajeno a todo.
Me fijé en su ropa. Vestía un traje muy clásico, de color marrón. Estaba algo desgastado por las coderas de la chaqueta y también por las rodillas. Sin duda había conocido tiempos mejores, aunque todavía permanecía aceptable para vestir. El anciano iba tocado con un sombrero también marrón y entre el pasar página del periódico que ocultaba su rostro pude ver el nudo bien hecho de una corbata negra y un cuello de camisa blanquísimo.
Lo que no conseguía distinguir era el nombre del periódico que estaba leyendo. No era ninguno de los que yo conocía, aunque tengo que confesar que tampoco leía muchos diarios, pero si que se que no era de los habituales que encontramos en los kioscos. Me incliné un poco desde la columna donde estaba apoyado para intentar reconocer el nombre del diario, pero en lugar de eso me encontré frente a frente con los ojos del anciano interrogándome con la mirada.

-¿Desea usted algo, joven?

-Solo estaba mirando la noticia de portada-mentí algo avergonzado por haber sido pillado in fraganti  observando al anciano.

-Es terrible, ¿verdad? El mundo se está volviendo loco, hijo. Se nos avecinan malos tiempos. Muy malos.

Asentí al comentario del anciano sin saber muy bien de qué estaba hablando ya que realmente no había llegado a ver el titular del diario.

-Una guerra siempre es terrible, hijo. Nunca hay vencedores, no… solo muerte y más muerte.

Sonreí dándole a entender que estaba de acuerdo y me volví para mirar el reloj del andén. Era extraño. El tren debería haber llegado hacía unos minutos. No es que el metro de Madrid fuera infalible pero, aquel retraso era ya excesivo para una línea que apenas llevaba pasajeros.
-Parece que se retrasa-dije mirando al anciano que se acercaba con paso lento hacia donde yo estaba.

-No te preocupes, hijo. Llegará en seguida.

Mientras esperaba, una sensación de desasosiego se apoderó de mí. Eran más de las diez y la estación se estaba quedando desierta. A esas horas y en un lugar como el que me encontraba nadie se sentiría seguro del todo.

 Pero había algo extraño. Los pasajeros subieron a los últimos trenes y desaparecieron por las bocas oscuras de los túneles. Los vagabundos que otras noches preparaban sus rudimentarias camas en el andén no estaban. Ni un guardia de seguridad, ni un funcionario de limpieza… nadie. Nadie excepto el anciano que permanecía tranquilo a mi lado con el periódico doblado bajo el brazo.

-Tarda demasiado-dije con una intranquilidad que me hacía vibrar la voz-. Cogeré un taxi.

-¡Qué juventud! Siempre con prisa-dijo el anciano sonriendo-. Ahórrate el dinero y espera un poco. Ya no tardará.

De pronto, el chirriar de las ruedas de un viejo carrito de niños me hizo girar la cabeza. Una mujer apareció en el andén llevando a un niño. Se sentó y empezó a jugar con él. El anciano la saludó llevándose la mano al sombrero. Los balbuceos del pequeño me reconfortaron un poco ya que rompían el tenso silencio que aplastaba la estación. Poco después, un chico de mi edad con una vestimenta de los más extraña se sentó en otro de los bancos a esperar el tren. Me resultó raro que en vez de ponerse los cascos del mp3 sacara de su bolsillo una pelota de goma que empezó a botar para distraerse. Al cabo de cinco minutos unas veinticinco personas de lo más variopinto esperaban en la estación y a todas las había saludado el anciano que seguía a mi lado, como si las conociera de toda la vida. Miré el reloj del andén, que se había quedado fijo en las diez y cuarto. Aquello no me gustaba nada. Las personas que me rodeaban estaban pálidas y permanecían casi hieráticas, como estatuas. Decidí salir de allí y ya me encaminaba hacia la escalera cuando el sonido de una sirena me dejó paralizado. Sonaba triste, como un lamento y me ponía la carne de gallina. En ese momento se oyó el sonido del tren llegando a la estación. Me volví para ver si era real y me encontré con los rostros de las personas que ocupaban el andén mirándome fijamente.

-Ven, hijo. Acompáñanos-dijo el anciano mientras caminaba hacia mí y me tendía la mano.

Las puertas de los vagones se abrieron con un ruido estridente, pero los pasajeros continuaban mirándome a mí.

-Acompáñanos-repitió el anciano mientras me cogía por el brazo.

Mis músculos estaban paralizados y un nudo en la garganta me impedía gritar pero, reuniendo toda la fuerza de la que era capaz me revolví y empujando al anciano intenté salir corriendo con tan mala fortuna que tropecé con un banco y caí al suelo.

Desde allí vi como el anciano caía también a causa de mi empujón. Su sombrero rodó por el suelo y el periódico pareció querer planear hasta mí. Allí tirado, mi sangre se heló cuando pude por fin ver la noticia que traía en portada:

“Veinticinco muertos en un bombardeo de la aviación nacional sobre la estación de metro 42”   

Y bajo el titular una foto en blanco y negro donde se veía a unos milicianos sacando un cuerpo en una camilla. El rostro de ese hombre era el mismo que el del anciano que ahora se levantaba del suelo.

Aterrado me pegué contra la pared y grité:

-¿Por qué yo?¿Por qué..?

El anciano señaló el periódico.

-Sigue leyendo y lo sabrás.

Cogí el diario y me fijé en el texto bajo la foto.

“Ayer, 21 de Marzo de 1937, una bomba arrojada desde uno de los bombarderos enemigos de la República cayó con muy mala fortuna sobre la estación de metro 42 con el resultado de 25 victimas mortales, entre ellos mujeres y niños. Solamente un afortunado salvó la vida…”

Al leer esto observé la foto del superviviente y lo comprendí todo rápidamente. Ese hombre debió morir ese día, con el resto de pasajeros que esperaban el tren, pero incomprensiblemente, burló a la muerte y salió con vida. Desde entonces la muerte lo buscó y al no encontrarlo decidió llevarse otra alma consigo: La de su nieto.

Timbory
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:49:27 pm
PERDIDO


Mark, un niño de cinco años, se encontraba en un pequeño bosque situado en una colina cercana a su casa. Siempre iba a ese lugar cuando cogía un berrinche o se enfadaba con sus hermanos, ya que encontraba en el bosque una especie de refugio, donde llorar sin ser oído, o huir sin temor a ser encontrado no suponía ningún problema. Estaba sentado en el suelo, apoyando la espalda en el duro tronco de un árbol, abrazando las piernas con los brazos y escondiendo la cabeza entre éstos, como un avestruz bajo las alas.

El sol brillaba con fuerza, protagonizando uno de los días más calurosos del verano, y allí se encontraba él, vestido con su camiseta y sus pantalones cortos, rodeado de toda aquella vida y naturaleza, y acompañado únicamente por el susurro de las hojas producido por el viento, y las lagrimas que rodaban por sus mejillas, arrastrando la rabia contenida para intentar limpiar su mirada de la melancolía y la cólera que habitaban en ella. Respiraba entrecortadamente, y el oxígeno llenaba sus pulmones con cierta dificultad. Poco a poco, y guiado por la paz que le envolvía, consiguió calmarse, comenzó a respirar con normalidad, y abandonó el llanto.

Comenzó a pensar en lo ocurrido, en la causa de su enfado: había llegado del colegio, y estaba en la cocina, con su madre. Era un niño curioso, e interesado en saber y conocer más cosas. Nunca se cansaba de hacer preguntas y más preguntas sobre todo cuanto le rodeaba, pero la gente, a veces se agobiaba  con tantos interrogantes esperando ser respondidos, con tanta ansia por conocer cada nimio detalle del mundo. Su madre se había enfadado, cansada de decirle que en ese momento no podía contestarle, y él se había callado, quizás un poco intimidado, o tal vez solo entristecido por haber hecho enfadar a su madre. En ese momento habían llegado sus hermanos, y su madre les había hecho más caso a ellos, desatendiéndole a él, como si fuese transparente y nadie fuese capaz de percibir su presencia. <<No era justo>>, pensó Mark. A él no podía prestarle atención en aquel momento, pero al resto del mundo sí. Comenzó a invadirle la rabia, producida por aquello que consideraba una injusticia. Volvió a esconder la cabeza entre los brazos, pero no lloró, no dejó escapar ningún susurro, ningún lamento, aunque se sentía dolido, puede que incluso un poco abandonado. De pronto comenzó a sentirse mal, y pensó que era un poco egoísta por su parte pretender acaparar toda la atención, y que su madre no solo le tenía a él por hijo. Se dio cuenta de que había sido un berrinche estúpido causado por su parte más caprichosa.

Poco a poco, y sin que él lo percibiese, una figura se había ido acercando a él, de forma lenta y cautelosa, como si de una sombra se tratase, intentando no ser percibido, guiado por un susurro que reclamaba ayuda, un susurro que no todos podían escuchar.

El niño sintió algo húmedo rozándole la mejilla, y asustado retrocedió instintivamente, pero al alzar la mirada y ver aquellos grandes ojos marrones, acaramelados, llenos de compasión, ternura e infinita comprensión, se acercó más al animal, un pequeño perro cuyo pelaje color canela reflejaba la luz del sol.

Le acarició, le miró, dejó que le lamiese la mejilla como signo de amistad, y se sintió infinitamente reconfortado por la calidez de éste, su compañía y su desinteresada amistad. Se sintió bien, a gusto, como si hubiese conseguido fundirse en uno con el espíritu del bosque, con el espíritu del animal.

Aquel susurro que sólo el animal fue capaz de oír, no era propiamente un sonido, sino un lamento interior, un desgarrador grito de auxilio, que sólo aquellos que no han olvidado lo que de veras es escuchar, podrían oír. Sólo aquellos que no se hubiesen dejado arrastrar por la monotonía y la pesada tarea de encontrar solución a los problemas diarios de su vida, despreocupándose de cosas mucho más importantes.

Rocky, que fue como llamó Mark a su nuevo amigo, entró a formar parte de la familia, y acompañó a Mark hasta el fin de sus días, e incluso entonces, siguió a su lado,  haciéndole recordar todos aquellos momentos buenos, o no tan buenos, en los que se había sentido reconfortado por tenerle a su lado. Mark supo, desde aquel día en el bosque  y hasta el último momento que Rocky era único, que no era un perro corriente. Tenía… eso que muchos llaman “un algo especial”

Es una pena que poca gente pueda escuchar las inaudibles llamadas de los demás, sin necesidad de que éstos pronuncien una sola palabra. Y es que para ayudar es necesario escuchar, y para escuchar es imprescindible poner interés en lo que se oye.

Syrma
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:52:55 pm
La abuela Carmen


Aquel día frio de diciembre, saqué a pasear a mi abuela Carmen por la Plaza del Pi. Antes era ella la que me sacaba a mí; pero por aquella época era yo la que la cogía del brazo y acompañaba sus pasos inseguros. Pasamos al lado de la iglesia de Santa María del Pi, admiramos el rosetón de la entrada y fuimos a los tenderetes del mercadillo que se reunía delante. Compramos queso fresco y orégano. Carmen bromeó con una tendera gruesa de mejillas rojas sobre lo buenos que debían ser sus quesos –a juzgar por su tamaño–.
–Sí, los hago grandes –respondió la mujer.
Carmen se refería al tamaño de la mujer. Para ser más exactos, al tamaño de sus pechos. La estiré del brazo antes de que se decidiera a aclarárselo. Nos internamos en la calle Petritxol, con la farola y la gavinetería (tienda de cuchillos) en la esquina de un edificio con decoraciones de ángeles, en contraste con un cielo azul claro. La recorrimos de arriba abajo, como le gustaba hacer a ella:
–Estamos en la calle del dulce, como decía el periodista ese…, no me acuerdo de su nombre… ¿No hueles a chocolate suizo y a churros?… –dijo.
Caminábamos muy despacio por el suelo empedrado, siguiendo sus pasos. Ese día ella llevaba puesta una camisa de flores color canela y una falda marrón oscuro a conjunto con el abrigo. El pelo teñido de castaño estaba perfectamente peinado por delante; pero por detrás, en la coronilla, le asomaba un hueco de cabellos blancos y aplastados.
–Huertas Clavería… El periodista se llama José María Huertas Clavería.
–Ah, sí, hija… Buena memoria… ¡Oh, la sala Parés!... Reina, esto sí que es una joya… Mira, mira qué cuadros,… ¿crees que tendrán alguno impresionista?...
–Seguramente sí.
–Cuando yo vivía en París me iba cada sábado al Jeu de Pomme para ver a los impresionistas. ¿Lo sabías?
–Pues… alguna vez me lo habías contado… Luego, si acaso, podemos pasar a mirarlo.
–Oh…1877… el edificio es de 1877, quién lo diría ¿verdad?... Nunca me hago a la idea de qué antes de nacer yo ya existían casas así de bien construidas.
–Pues sí, eso parece –siempre seguíamos el mismo ritual. Ella me contaba las historias que todavía recordaba sobre su pasado y yo hacía ver que nunca las había oído antes. Era como seguir manteniendo una conversación con ella, solo que era siempre la misma.

     Abrimos la puerta de la granja Dulcinea. El aroma a chocolate caliente, nata y ensaimadas se expandió por la calle por un momento. Frente a nosotras se asomó un balcón que descendía desde mitad del techo de vigas de madera. Escogimos una mesa en un rincón, lejos de dos grupos de ancianas que seguramente habían ido a pasar la tarde. Caminamos sobre un suelo de baldosa blanca con rombos granates. Nos sentamos al lado de la chimenea. Un camarero calvo, y con más años de lo que siempre lo recordaba Carmen, le preguntó:
–¿Lo de siempre, Carmen, un chocolate caliente?
–No, para hoy un suizo con melindros.
–Que sean dos.
Aquel día frio de noviembre, saqué a pasear a mi abuela Carmen por la Plaza del Pi. Antes era ella la que me sacaba a mí, luego salíamos juntas, pero por aquella época era yo la que la cogía del brazo y acompañaba sus pasos inseguros. Pasamos por al lado de la iglesia de Santa María del Pi, admiramos el rosetón de la entrada y fuimos a los tenderetes del mercadillo que se reunía delante. Compramos queso fresco y orégano. Carmen bromeó con una tendera gruesa de mejillas rojas, sobre lo buenos que debían ser sus quesos,-  a juzgar por su tamaño-
          -    Sí los hago grandes- respondió la mujer. - Carmen se refería al tamaño de la mujer, para ser más exactos al tamaño de sus pechos. La estiré del brazo antes de que se decidiera a aclarárselo. Nos internamos en la calle Petritxol. Una farola antigua y la gavinetería, tienda de cuchillos, navajas y otras cosas, situada en la esquina de un edificio decorado con pinturas renacentistas de ángeles regordetes, contrastaban con un cielo azul eléctrico.  La recorrimos de arriba abajo como le gustaba hacer a ella:
-     Estamos en la calle del dulce como decía el periodista ese… no me acuerdo de su nombre… ¿no hueles a chocolate suizo y a churros?…-Dijo. Caminábamos muy despacio por el suelo empedrado, siguiendo sus pasos. Ese día ella llevaba puesta una camisa de flores color canela y una falda marrón oscuro a conjunto con el abrigo.
-     Huertas Clavería… el periodista se llama José María Huertas Clavería.
-     Ah sí hija…buena memoria… ¡Oh la sala Parés!... reina, esto sí que es una joya… mira, mira qué cuadros… ¿crees que tendrán alguno impresionista?...
-     Seguramente sí.




-     Cuando yo vivía en París me iba cada sábado al Jeu de Pomme, para ver a los impresionistas. ¿Lo sabías?-
-     Pues,… alguna vez me lo habías contado… Luego si acaso podemos pasar a mirarlo.
-     Oh…1877… el edificio es de 1877, quien lo diría ¿verdad?... nunca me hago a la idea de qué antes de nacer yo ya existían casas así de bien construidas.
-     Pues sí, eso parece.- Siempre seguíamos el mismo ritual. Ella me contaba las historias que todavía recordaba sobre su pasado y yo hacía ver que nunca las había oído antes. Era como seguir manteniendo una conversación con ella, solo que era siempre la misma.
     Abrimos la puerta de la granja Dulcinea. El aroma a chocolate caliente, nata y ensaimadas se expandió por la calle por un momento. Frente a nosotras se asomó un balcón que descendía desde mitad del techo de vigas de madera. Escogimos una mesa en un rincón, lejos de dos grupos de ancianas que seguramente habían ido a pasar la tarde. Caminamos sobre un suelo de baldosa blanca con rombos granates. Nos sentamos al lado de la chimenea. Un camarero calvo y con más años de lo que siempre lo recordaba Carmen, le preguntó– ¿Lo de siempre Carmen, un chocolate caliente?
-      No, para hoy un suizo con melindros.
-     Que sean dos.
-     ¿Qué tal estás hoy Carmen? – pregunté llamándola por su nombre. Desde hacía años se negaba a que la llamara abuela. Era como clasificarla en un archivo, decía.
-     No estoy mal del todo, este invierno no he tenido ningún resfriado. ¿No encuentras que se le ve viejo al camarero? -  Cogió un montón de sobres de azúcar, disparó miradas a su alrededor y se los guardó en el bolso. Una costumbre que tenía desde la Segunda Guerra Mundial, pero que en vez de disminuir, con los años, parecía ir en aumento.
-     Otro día tendremos que quedar en mi piso de Gracia.- Pensé en alto.
-      Es que cuánto más viejo se hace uno, menos nos gustan los cambios. A mí que me den rutinas y me quiten lo demás,.. ¿Crees que me han visto?
-     No lo sé, pero si sigues llevándote cosas de los restaurantes, un día tendré que ir a buscarte a la  prisión….





-     Por un par de azucarillos… ¡venga hombre!… es un derecho que tengo adquirido por la de veces que he venido a esta granja… ¡Oh gracias Manel!…. estos melindros son bocata di cardinale… por cierto, ¿dónde dices que te has ido a vivir?
-     Al barrio de  Gracia…. ¿no te acuerdas?
-     Hija… la vida está llena de eventos y una no puede recordarlo todo… ¿Gracia?, ah, ya veo…un barrio de bohemios,…- Se lamió el chocolate de los labios y añadió en voz baja acercándose a mi oído - que no se te pegue lo de trabajar poco, porque - miró alrededor-  a mí que me perdonen, pero es un defecto bastante feo,…
- Tranquila…esas cosas no se pegan, se nace con ellas… yo tengo trabajo, bueno quizás por poco tiempo… pero por ahora aún lo tengo….aunque estoy en la cuerda floja por escribir mal un par de palabras --  Miré alrededor, como si fuera a encontrar algún consuelo.
-     Pues tampoco hay para tanto.- Carmen me escuchaba atentamente.
-     …sí ya, si no fuera porque en este caso mi trabajo consistía en corregir las faltas de las noticias antes de que salgan a la luz….
-     Deja que te diga…seguramente si no lo haces bien es porque no te interesa…
-     ¿Ah sí?
-     Sí… se nota…como a ese grupo de viejas… todo el día cuchicheando,… se les nota que no tienen nada mejor que hacer… me juego el pellejo a que no han trabajado nunca y así les luce el pelo…en esta vida están los que hacen y los que critican a los que hacen… es mejor ser de los que hacen, créeme… serás criticada, pero hay menos competencia, como dice la Roosevelt.-
Siempre me habían maravillado las teorías de Carmen.
-     … cuando envejeces todo lo que has hecho en la vida y lo que has dejado de hacer por miedo… se te queda impregnado en el cuerpo, en la mirada.




-     No sabía.- Me reí.
-     Nosotras tenemos en común los años en la costa Brava, en la masía … Estas manchas blancas me salieron del sol de allí, por ejemplo.
-     ¿Todavía te acuerdas de Begur?
-     Por favor reina, cómo iba a olvidarme… la mejor época de mi vida… después de París claro… por cierto has escuchado la canción Rien de rien?
-     Por supuesto… es la mejor canción de la historia…
-     … Edith Piaf… oh… no hay nada como cuando dice non, rien de rien… non  je ne regrette rien (no me arrepiento de nada, en francés)…-Se puso a cantar allí en la granja…- Non, rien de rien o je ne regrette rien… (Oh nada de nada, oh no me arrepiento de nada) - Las abuelas de las otras mesas la miraron con desdén.
-     Y a quién no le guste que no mire…- Dijo Carmen dándoles la espalda y haciendo ver que se tiraba algo por la espalda con la mano. Entonces a través de Edith Piaf vi quién era ella.  Llevaba el mismo peinado, los mismos ojos tristes y a la vez brutalmente sinceros, entregados a una vida que no les pertenecía. En su mirada todavía se podía percibir la pasión que la guerra le había robado. Un perfil que delineaba sus propios hábitos. Los labios rojos, el resto sencillez.  Su sola presencia llenaba la granja.
-     Manel  la cuenta, por favor…. no sé cómo volveré a casa. Se tout per l´historie.
-     Carmen. ¿Quieres llevarte los restos?- Preguntó Manel.
No, gracias, no es necesario… - Sonrió y luego me clavó sus ojos color ceniza que parecían desdibujarse cada día un poco más. Habían perdido la frescura de otros tiempos. Cada vez más se refugiaban en un mundo de sombras que solo ella conocía.





Quizás se habían fugado en busca de la vida apasionada en la que ella creía, pero no le había tocado vivir.
     Quizás fuera su París lejano, al que añoraba tanto.
     Quizás nunca había superado lo de la masía en la costa Brava. Una niña expulsada de su paraíso, por las emigraciones forzosas y la mala suerte. En una larga diapositiva vi todo el pasado de Carmen comprimido y entendí que no era tan diferente a como me sentía yo.
En ese momento Carmen se levantó cogió el bolso y salió de la granja a toda prisa.
-     No corras… tenemos que esperar a María.
-     ¿María? No estoy interesada en conocer a ninguna María.- El camarero se sonrió y ladeó la cabeza.- Genio y figura…-Dijo.
-     No te preocupes, en cuanto la veas la reconocerás.- Mantuve la puerta abierta mientras pagaba y salía afuera tras ella. En la calle, hacía fresco aunque el sol brillaba por encima de los edificios. María, la voluntaria de la Cruz Roja, iba a continuar el paseo con la abuela. Busqué a una muchacha sonriente de cabello trenzado. La vi entre el gentío y enseguida distinguí su mirada despierta.
-     Buenas tardes… ¿No quiere ir a la sala Parés, Carmen, para ver si hay algún cuadro impresionista?- le preguntó mientras se oía al fondo una sirena.
-     No, no, llévame a casa, estoy cansada… aunque- entonces sus ojos se iluminaron - siempre puedo hacer un hueco para ver un cuadro impresionista… ¿crees que habrá alguno de Van Gogh?
-     Seguro que sí.
-     Eres muy guapetona tú… supongo que ya lo sabes… pero ahora que te miro… no te iría mal perder un poco de peso.
-     Gracias por el consejo Carmen- Sonrió María.
-     Me voy,… hasta pronto, ya quedaremos.- Me despedí dándole dos besos. Ella me miró como si ya no recordara que estaba allí a su lado y de pronto dijo:
-     No te preocupes mucho por mí reina, porque yo ya he vivido lo mío… y ahora tú tienes que vivir tu vida…-  Se fue apoyándose en el brazo de María. La miré caminar con el bastón, disminuida, cada día más consumida, con la espalda encorvada.

Merchalbert
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 30, 2011, 17:54:28 pm
La vida secreta


““Nunca antes su literatura alcanzó tan alto vuelo.””- Termina de leer su último escrito y dilata una sonrisa de satisfacción. Desde hacía años estaba diseñando un cuento donde una situación ridícula provocara espanto.

-   Casi nadie se avergüenza de reír en las películas cuando alguien pierde el equilibrio sobre una cáscara de plátano, o le lanzan una tarta a una señora a la cara –– recuerda un comentario que un día le hizo a su mejor amiga -. La ficción genera menos culpa. Alguna vez escribiré algo donde el lector se percate de su crueldad mientras ríe. ¿Cómo lo haré? No sé, quizás confundiendo el escrito con la realidad. Seguro se puede, el lenguaje también es resbaladizo……

Recoge los pocos folios que son su cuento, los pone en la parrilla de la bicicleta sin mucho cuidado y sale rápido hacia la casa de su amiga.

-   ¡Lo logré! –– Se dice.

El viento es fuerte y está en dirección contraria. Le espera un viaje agotador; pero no importa, a ella le encantará. Es bella, inteligente, simpática……

-   Su único defecto es que no está enamorada de mí –– sonríe.

La imagina: cuando llegue lo recibirá con una sonrisa…… Sólo escribe para visitarla. Quizás ya hubiera abandonado aquella afición, si a ella no le gustara leer sus historias.

Dobla la esquina sin mirar. Pedalear es un ejercicio monótono y cuesta conservar la atención. Después de escribir el cerebro se queda con inercia de creación y acuden multitudes de pensamientos originales.

-   Cuando me den un premio la invitaré –– piensa - . Es lo menos que puedo hacer por alguien que siempre ha creído en mí. Estará a mi lado. ¿Cómo irá vestida? De negro, tal vez. A ella le queda muy bien el negro.

Ante sus ojos está el asfalto y la rueda de la bicicleta; pero no los ve. Su mirada está perdida. Las imágenes que le llegan de fuera son un mero fondo donde ocurren disímiles situaciones imaginarias.

-   Cuando digan mi nombre–– continúa, sin percatarse de que pasa el primer semáforo-. No, mi nombre no.

Por fortuna estaba la luz verde.

- Me inventaré un seudónimo. ¿Cuál? Tal vez Walter Mitty. Me encanta ese cuento. Cuando digan mi seudónimo, ““Walter Mitty””, ella se levantará y comenzará a aplaudir.

Llega al segundo semáforo, esta vez en rojo. Desde un camión suena el claxon.

-   La ovación será tan grande que casi no podré escuchar lo que digan de mí.

Vuelve a avisar el conductor del camión.

- Ella me abrazará y me besará. ¡Cuánto he esperado este momento! Me besa, por fin me besa y se acerca a mi oído…… ¿Qué me dice? No la oigo.

El claxon suena desesperado. Si no se percata, será demasiado tarde.

-   Es halagadora la ovación; pero prefiero oírla a ella. Tanta gente mirándome. En sus ojos al fin se ha borrado la compasión, por primera me admira y ya, me admiraría sin tener que hacer nada, me quiere porque soy yo, incluso veo amor... ¡Me ama!

El camión frena en seco. Walter Mitty sube las escalerillas de la tribuna. Los neumáticos suenan contra el asfalto. Ella lo mira, sonríe, no deja de saludarle. Está eufórica. Las personas se detienen ante lo inevitable. El público aplaude. Los transeúntes acomodan sus rostros para el espanto. Nadie queda indiferente. Los aplausos crecen. El sonido del claxon se acerca y persiste hasta el oído. Sólo el golpe en la cabeza interrumpe la ovación. El cuerpo sale hacia un contén. La bicicleta sigue hacia el frente y los papeles son levantados por el viento. Si hubiera valido la pena escribir aquella historia, tal vez él mismo se hubiera burlado diciendo: ““Nunca antes su literatura alcanzó tan alto vuelo””.

Walter Mitty
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:45:42 pm
Letras para la ilusión



Miraban los dos corazones el mismo cielo perdiéndose y buscándose en esa inmensidad  preñada de estrellas y luceros. Soñaban que soñaban y en sus sueños se encontraban. Dos corazones unidos por una ilusión…separados por miles de kilómetros. La noche los iba envolviendo y el silencio ganando momentos para la magia. La emoción; la impaciencia; la ansiedad; la inquietud… todo tenía que esperar; otra noche, otro día y otro más.
Para él: la justicia, el consuelo, la responsabilidad, la paz del alma. Para ella: la ilusión, la esperanza, la alegría, la vida. Para ambos: la respuesta, la palabra, otra nueva cara del  amor. Pasa las noches Juan pensando cómo será en esta nueva experiencia. Los caminos, construidos de miseria y pobreza entre surcos de esperanza, se pierden serpenteando más allá de las montañas. El tiempo pasa lento, como dando una nueva oportunidad para no perderse nada. El agua es más cristalina y los bosques más altos. Donde ves que no hay nada es donde comienza todo; y dicen que las sonrisas no esperan… llegan y te hablan. El sueño de nuevo se apodera de tanta ilusión, y se deja llevar y se pierde envuelto en palabras inventadas; en miradas clavadas en ojos que sin conocer han formado parte de su vida y así se aleja y se pierde para llegar más allá de donde nunca creyó.
Bashira se encuentra como siempre, mirando por su ventana, su mundo. Ha terminado su jornada. Hoy, como todos los días, ha despedido a la noche y ha saludado, antes de quedar dormida, al nuevo día que esplendoroso sabe llegará. Ha ayudado a sus hermanos y dado de comer al ganado, es lo que su padre espera de ella. Hoy también estaba alegre por poder llegar a la escuela y reunirse con sus amigas. Ha sido el de hoy un día especial, ha llovido mucho en el poblado, y el agua con su fuerza ha destruido el pequeño puente que la separa de la escuela. Bashira sabe que tras subir dos lomas y atravesar el viejo cañaveral – 3 kilómetros que le darán la oportunidad de volver a ver el nido de un Pinzón vulgar construido con esmero y tesón - que dejó ayer, tendrá que vadear el riachuelo, y mojarse hasta la cintura para ganar la otra orilla. Pero está contenta, sabe que sus libros no se mojarán. Los pondrá en alto, sobre su cabeza, más cerca del cielo y así avanzará. Sabe Bashira que así llegará… Se siente inquieta, mira a sus compañeros y también en ellos observa caras de alegría. Todos sueñan con abrir la puerta de la vieja escuela, hecha de maderas sobrantes y suelo de barro, y poder salir corriendo al encuentro de aquellas personas que también este año llegarán desde muy lejos.
El profesor Jousef, un hombre joven, prisionero voluntario de la aventura y fiel a sus principios que todos los días le dicen que su camino y seguramente también su felicidad como respuesta a tantas preguntas, está allí, junto a aquellos niños que desde sus silencios y entre juegos, encierran tras sus miradas de ilusión, desbordadas e inmensas ganas de aprender. Son las 12.00, ya es la hora. La mañana ha transcurrido muy lenta, unos cantos, una lectura rápida del viejo texto (que los niños se van pasando de mano en mano), y por fin ya se siente el alboroto.
Jousef los mira a todos y cada uno de ellos, y entiende aquella justificada alegría. Él lo sabe bien. Él también fue niño y sabe lo que significó aquél día. Se abre la puerta y los niños salen corriendo, gritando, saltando. Bashira no es de las que más rápidas, pero no por ello deja de correr. Mientras va corriendo dejando tras de si la escuela por aquellos pedregosos caminos, va divisando como en el horizonte van apareciendo las siluetas de aquellos grandes vehículos que casi, de no haber sido por tantos sueños hubiera olvidado, que uno tras otro, van levantando nubes de polvo tras de sí. Llega el momento, los niños van quedando apostados a ambos lados del camino, quieren hacer la mejor representación de bienvenida que jamás ningún viajero pudo soñar. Se miran las caras y cómplices en la alegría se sonríen. Alguno lo piensa mejor y vuelve a cambiar de lado del camino. Mientras en el poblado, también la gente se va arremolinando en torno a la entrada. Todos quieren festejar y saludar a los visitantes. Vienen de lejos y quieren, porque así lo aprendieron de sus antepasados, agradecer la visita como mejor saben. Una sonrisa, un abrazo; alimentos para el cuerpo (líquidos, azúcares, mantequillas, pan, leche, miel…) y también alimentos para el alma: hospitalidad, paz y sobre todo bondad y sinceridad en el agradecimiento.
Los vehículos se acercan tambaleándose y zigzagueando entre los surcos del camino. Hace poco ha llovido y la tierra aún está blanda. Hay que esquivar las piedras caídas de las montañas próximas. Ya están aquí. Van pasando entre las atentas miradas de los niños. Los coches han aminorado la marcha. Algunos niños, rebeldes a las consignas recibidas, hacen esfuerzos por no abalanzarse sobre los vehículos. Van pasando uno tras otro y desde las cabinas saludos y sonrisas que son recogidas y respondidas por esos niños que hoy también son felices. Es ahora cuando toca correr tras los coches. Algunos, imitando a gacelas, van campo a través ganando metros en esa especial carrera. Todos se abrazan, todos celebran tan ansiado momento. No hay distinción para la emoción de mayores o pequeños. Hay emoción en la vida por vivirla y sentirla. Las puertas de los vehículos van dejando al descubierto la carga llegada de tan lejos. Juguetes, medicamentos, ropa, herramientas y material escolar. Aquellas personas comienzan a descargar las cajas y paquetes, mientras, todas las miradas quedan clavadas en  Bashira. Ella está sola, apartada. Todos la miran y ven que de su cara ha desaparecido la sonrisa. Alguien que llegó con la caravana al verla distante, se acerca hasta ella y le pregunta acariciando su pelo: ¿Qué te pasa? ¿Porqué estás aquí sola y con lágrimas en los ojos? Sin saber responder, ella saca del bolsillo una raída fotografía que guardaba como preciado tesoro. En la foto, el hombre reconoció a Juan, compañero de la anterior expedición, como daba un beso en la mejilla de la niña mientras le entregaba un libro. Fue entonces cuando el hombre comprendió el porqué de tanta tristeza. Bashira esperaba otro libro de manos de Juan. El la enseño el amor por las letras y el maravilloso y mágico mundo que ellas encierran. El hombre, conmovido le preguntó. ¿Tú eres Bashira, verdad? Ella asintiendo con la cabeza dijo – Si -. Fue entonces cuando el hombre, sin quitarle la mirada de los ojos le dijo: Juan este año no ha podido venir, él tenía tanta ilusión como tu por llegar. Me hablo de ti y me dijo que  te entregara estas letras guardadas entre las hojas de este pequeño libro. El hombre alargó su mano y le entrego el libro. Al abrirlo Bashira vio una pequeña nota y comenzó a leer…
“Querida  Bashira, no he podido ir, pero ves como nos unen las letras, ellas han viajado miles de kilómetros entre las páginas de este libro. Esa es la magia de los libros y las letras. La magia que hace posible que aún sin estar quien las escribió, siempre llegan para cambiar lágrimas por la alegrías; letras que llegan para hacer realidad los sueños. Ahora que me estás leyendo yo también me siento bien. El año que viene si iré y te llevaré otro libro, que también te hablará de vida y de sueños. Un beso. Juan”

Loboviejo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:48:12 pm
CADA MAÑANA


Amaneció muy deprisa aquella noche, como si el sol necesitara con urgencia que todo despertara de su letargo. La niña había permanecido desde el comienzo de la oscuridad, sentada en un sillón de terciopelo rojo. Los ruidos aun no eran cotidianos, ni tan siquiera la anciana a la que acompañaba cada noche y de la que decían era la madre de su padre, había abierto los ojos.
¡Amaneció tan deprisa aquella noche!
Ella hubiera deseado que nada rompiera sus pasivos pensamientos de elucubraciones mágicas, pero el sol fue cruel y apareció más ligero que de costumbre.
Por la ventana entreabierta penetraba ya aquel olor a pan caliente recién hecho de la panadería de enfrente y no tardó en oír el ruido de la llave al entrar en la cerradura de la puerta. Su madre, como cada día bajaba al piso donde cada noche dormía ella acompañando a la anciana, para arrancarla del sueño profundo en el que la creía sumergida. No tuvo tiempo de fingir estar en su cama y recostó su cabeza en el brazo del sillón de terciopelo rojo, para que la creyera dormida. Agitó su hombro y repitió la misma frase de cada día. A su progenitora no le extrañó encontrarla allí medio recostada ni nunca le preguntó si es que había pasado mala noche o tenía algún problema. Pero esto a ella no le parecía raro, era algo muy común en su madre que entendía tener bastantes problemas ya como para voluntariamente añadir otro más.
Le horrorizaba aquel instante, luchaba y se resistía silenciosamente, pero aquella lucha terminaba con un despertar fingido que no existía realmente. En pocos segundos ya estaba vestida con su uniforme y se esforzaba por recordar el juego del cordón de sus zapatos para que terminara en una perfecta lazada. Más tarde, subía las escaleras hasta donde vivían sus padres. La taza de leche humeaba sobre la mesa. Era el primer placer que recibía cada mañana.
Su hermano la incomodaba constantemente para provocar el matinal altercado, poniendo como excusa que no encontraba sus enseres escolares y que donde se los había escondido. Ella no oía nada. Veía mover sus labios amenazadores y los gestos comunes que siempre repetía. La escena concluía cuando la madre la obligaba a buscarlos y siempre los encontraba en los mismos sitios, bajo una silla o junto al camión de juguete que nunca recogía.
Aun era demasiado temprano pero la prisa era la mejor virtud de la que siempre alardeaba su madre y los empujaba a los dos hacia la puerta para que comenzara su propio tiempo.
Ella, como cada día, como una niña obediente, como una niña, se guardaba en el corazón el anhelo de que algún  día, su madre le diera un beso de despedida. Algún día. Pero nunca ocurrió y entonces traspasaba la frontera a otro mundo, recogía su pequeña maletita y comenzaba a caminar lentamente hacia la escuela, por las calles empedradas repetidas.

Las otras vidas
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:50:09 pm
Subíos al tren


La mujer que lleva zapatos rojos lleva también un bolso pequeño y guantes blancos como una mañana de invierno. El tren es negro y su vestido, negro también; la estación es gris, al igual que el día: llueve. La mujer que lleva zapatos rojos tiene el pelo corto y un largo cigarro entre sus labios carnosos.
Corazón de tango, bailando al son de sus zapatos rojos, entra en la estación. El humo del cigarro se confunde con el de la locomotora, y sus ojos bucean a través del tiempo.
Así, adquiere una postura majestuosa, enigmática.

Las chicas de zapatos negros caminan a su alrededor, con bolsos grandes y sin guantes, pisando este mundo con incertidumbre.
Ella sobresale de las demás.
Ella es… Esperanza. 

Los violines, al son del Bolero de Ravel, acomodan sus pasos. Ella ríe y deja entrever un cuello ansioso de ser mordido. En brazos de la soledad vendió su alma al diablo. Ahora, parece inalcanzable.
Gasta su tiempo y su dinero; y su juventud se evapora con el humo de todos los cigarros que aún no ha fumado. Fuma las noches, las sábanas, los besos, la culpa... Y llora. Pero no lo admite.
Melancolía es lo que besa las manos de los hombres de la estación. La tristeza es la camisa de fuerza que ata sus cuerpos, ciegos sus ojos en busca de alguna oportunidad de encontrar la felicidad.

Ella les observa y suspira, y en tanto que sus quejas van al aire, la locomotora ruge como boca incendiada y desatada. Levemente sorprendida, pasea su mirada hasta el tren, que parece a punto de emprender la marcha.

Mira a los hombres, invitándoles. Subíos al tren, susurra. Hay trenes que solo pasan una vez.
Pero nadie escucha.
Venid conmigo, lograremos juntos vuestros sueños.
Una chispa prende en sus corazones. Alzan la mirada. La mujer de zapatos rojos les mira sonriendo, con una mano extendida. De fondo, el humo.
Entre el humo, fantasmas. Miedo y Cobardía.
Un nuevo rugido de la bestia amenaza tormenta. La mujer de los zapatos rojos se encamina hacia el tren, ofreciéndoles la última oportunidad. Ellos bajan la mirada y ella cierra los ojos, despidiéndoles con sus pestañas de hilo.

Adiós.

La chica que lleva zapatos rojos, y lleva también un bolso pequeño y guantes blancos como una mañana de invierno sube al tren, que emprende la marcha. Una última calada de su cigarrillo es lo único que queda de ella. Un vano recuerdo que mancha sus memorias.
El tren ya se ha ido.
En la estación, miedo.
Tan solo era un sueño.
Sus corazones se desintegran como polvo que nunca existió. Sus cuerpos se astillan como la madera de las fábricas. Las cuencas de sus ojos lloran arena del desierto.
Cobardes, cobardes, cobardes, graznan los cuervos.
Ella se volvió inalcanzable; la oportunidad que tuviste y dejaste escapar. 

Kime
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:52:09 pm
La finca


      Saturnino tenía casi tanto de pez como de humano. Su piel dejaba entrever un enrejado de venas azules que le daban el aspecto de una hueva de pescado. Hasta cuando hablaba, en extrañas ocasiones, inflaba los carrillos acompañando sus palabras de imaginarias burbujas de aire. Su pelo, amarillo como el aro que corona el labio superior de una dorada, más que descansar sobre el rosado cráneo, parecía estar hecho para protegerlo de las rocas del mundo exterior a modo de casco. Hasta cuando se desplazaba por la portería de la finca, su escueto reino, parecía que nadaba más que anduviese. Saturnino era un pez pero no de los que nadan libremente entre las olas y sufren las tormentas de los mares. Saturnino era un pez de pecera, temeroso, de labios rojos como los peces tropicales y de ojos vulgarmente saltones, de color azul, que empequeñecían tras unos cristales de círculos concéntricos.
       La finca se encontraba en el barrio de Salamanca y su propietario, Don Manuel Laiseca, había acogido a Saturnino hacía muchos años, cuando, después de una noche de tormenta, se lo encontró dormido y envuelto en una manta bajo la lujosa marquesina de cristal que coronaba la entrada al edificio. El niño tenía diez años y lloraba. Era alemán. Al parecer, los padres, como más tarde el propietario descubriría, decidieron partir de viaje sin él. El nombre del niño salía de sus labios rojos como una suerte de sonidos rasposos y nasales que arañaban la garganta y que Don Manuel decidió transformar en Saturnino. En un acto de compasión, el dueño del edificio decidió adoptarlo y lo cedió para su educación en los quehaceres de la portería a la viuda de un brigada de Jaén, quién, desde que éste se fugara con una boliviana de veinte años, llevaba, ella sola, todo el peso de la comunidad. El niño se adaptó con rapidez y silencio a su nueva vida. Había cambiado a una madre con una guitarra en una mano y un cigarrillo de marihuana en la otra por un amasijo de huesos que arrastraba con desidia la fregona y la escoba por las escaleras del edificio, dibujando chorreones de desilusión por las baldosas de mármol blanco. Pero, al menos, su cama estaba asegurada y la comida también.
       Esa mañana, Saturnino se pasó por la cabeza el peine de hueso que encontró abandonado en el aseo de uno de los apartamentos que su protector tenía en régimen de alquiler. Ahora mismo tenía todos los apartamentos ocupados. Él era el encargado de enseñarlos a quien viniese a verlos. Gracias a Dios que a nadie le gustaba el bajo en el que él vivía. La humedad y la oscuridad  de la vivienda, eran la única garantía que le permitía seguir considerándola su casa. Nunca encendía la luz. El dueño ya era bastante generoso por permitirle, desde hacía tanto tiempo, vivir en el edificio. No quería hacer gastos. Y siempre se lavaba con agua fría. Excepto en Enero. La casa de Saturnino estaba  situada bajo el nivel del jardín, que ocupaba una gran parte del patio de manzana. Lo único aceptable que la vivienda le ofrecía, consistía en la visión del verde de las hojas del romero y del césped, y alguna que otra flor que una primavera generosa colocase en las ramas bajas del hibiscos amarillo. Conservar el jardín, atractivo añadido de la finca, era otro de sus cometidos y del que se encontraba especialmente orgulloso.
       Cuando acababa su trabajo en la portería, no acostumbraba a charlar con otros compañeros del barrio. Bajaba a su casa, tomaba un libro entre sus manos y aprovechaba para leer hasta que la luz se escapaba por los barrotes de la ventana. A partir de las ocho y media o las nueve de la noche, en verano, jugaba a adivinar a quien pertenecían los zapatos o los bajos de los pantalones que correteaban por delante de su ventana. Conocía a todos los inquilinos por estos detalles y casi nunca se equivocaba. Llevaba cuarenta años en la portería, veinte desde que muriese la viuda, y casi nadie había oído su voz. Solamente Don Manuel tenía tal privilegio. Los demás, solo conocían de Saturnino el color rosado de su cada vez más despoblada coronilla cuando asentía servilmente ante cualquier orden o sugerencia, y los globos de sus ojos, que miraban inquisitivamente a todo aquel que intentase penetrar en su portería sin dar las consabidas explicaciones.
       Su vida era más que tranquila hasta que aquella mañana, tras colocar su peine de hueso en el armarito del cuarto de baño, dio por terminado su aseo personal y abrió su pequeña portería. Allí estaban. Eran una pareja de recién casados que habían leído en un periódico de segunda mano que en esa finca se alquilaba una vivienda. Saturnino se quitó las gafas, limpió los cristales y se los ajustó de nuevo. No daba crédito. “¿Alquilar el bajo? Pero… ¿Ustedes saben en que estado se encuentra la vivienda? Es un pozo de humedad y negrura”. Saturnino no estaba acostumbrado a pronunciar tantas frases seguidas y jadeó. “¡No importa! El propietario se ha mostrado muy amable y ha decidido afrontar todos los gastos que conlleven la reforma del apartamento en caso de que lo alquilásemos”. La chica le recordó a su madre por un momento. Habían pasado tantos años…Era terca y le obligó a descolgar el manojo de llaves que pendía tras los cristales de una vitrina y, presidiendo la comitiva, Saturnino, cabizbajo y confundido, inició la marcha hacia su casa. De nada le valió que no encendiese la luz, el día le jugaba una mala pasada, dejando que los rayos de un sol desconocido para él, atravesase con descaro los barrotes de la ventana trazando heridas amarillentas sobre las losetas del suelo. Hasta las manchas de humedad fueron la excusa oportuna para decidir cambiar el color de las paredes. No había nada que hacer. “Si, el alicatado del baño está en mal estado, pero es la habitación tan pequeña, que el dueño a buen seguro no pondrá ninguna pega en sustituirlo por otro”. La chica encontraba solución para todo. Saturnino nunca había tenido motivos para mentir, pero se encontró abocado a ello y le dijo a la chica que tendría que consultar ciertos detalles con el dueño. Pidió que volvieran al día siguiente y, tras acompañarlos, aún desconcertado, hasta el portón de entrada de la finca, los despidió.
       Desde aquella noche en que su madre le diera el último beso y lo abandonase, Saturnino nunca había vuelto a sentir miedo. Se encontraba a salvo en su portería. Pero ahora, una garra atenazaba su garganta y le impedía respirar. ¿Qué haría él si su protector le abandonaba? ¿Qué sería de él? Nunca había salido de la finca. A lo más a lo que se había atrevido en esos cuarenta años había sido a ir al supermercado de al lado para hacer la compra. Desconocía que más allá del Hospital de La Princesa, un inmenso jardín, mucho más grande que su cuidado patio de manzana, renovaba el oxígeno de la gran ciudad día tras día. Don Manuel estaba muy mayor y la muerte de su mujer y los disgustos que su hijo le había dado a lo largo de su vida, habían ido mermando sus fuerzas y su ilusión. Hacía más de una semana que no lo veía. Vivía en el cuarto y una señora cuidaba de él ya que su hijo había acabado abandonándolo a su suerte. Saturnino reconocía que la relación que mantenía con Don Manuel, no era la de un padre y un hijo, pero la generosidad con la que éste se había portado con él desde que lo encontrase tiritando de frío aquella mañana, justificaban a ojos de Saturnino cualquier comportamiento. Temblando de miedo, como aquella noche de hacía cuarenta años, el portero se rindió al sueño.
       A la mañana siguiente, Saturnino se despertó con los ojos enrojecidos por el llanto. Cuando acabó de peinarse y se disponía a abrir la puerta de la casa para atender la portería, dos muchachos jóvenes con monos azules aparecieron con un carrillo de mano pidiéndole que desalojase la casa que iban a comenzar a trabajar. Pero… ¿Cómo que desaloje la casa? Los muchachos le aclararon que ellos solo cumplían órdenes y que si tenía alguna duda, que hablase con los nuevos inquilinos del apartamento. Saturnino se encerró en el cuarto de baño y, sentándose en la taza del váter, se tapó la cara con las manos y pidió a ese dios lejano del que hablaban los sacerdotes de las misas televisadas del canal uno, que le hiciese pez de verdad y que permitiese que el agua de la cisterna lo trasladase al mar o a donde fueran las colillas y los papeles y la porquería. Solo quería irse. Desaparecer. Se fue encogiendo poco a poco, hasta que sus manos parecieron palillos de hacer bolillos y su cuerpo un pollo de esos que en el Caprabo deshuesan por Navidad. ¡Salga usted, hombre! Aquí hay un señor mayor que le está esperando. Los muchachos hablaban con amabilidad y Saturnino no encontró más solución que salir. Echó una mirada de besugo a lo que había sido su hogar durante muchísimos años. Todos aquellos que a nadie le había gustado su humedad y su oscuridad. Cuando salió, se encontró con Don Manuel que le esperaba apoyado en su bastón frente al ascensor. “Saturnino, acompáñame al tercero, por lo visto a la señora de García le ha entrado un ratón por el patinillo y no para de gritar. ¡Ah! Y a ver si pones más empeño en el tema del alquiler del apartamento. Me llamaron ayer los nuevos inquilinos contándome que pusiste muchas pegas”. Saturnino no podía creer lo que estaba pasando: él se iba a quedar en la calle y a su padre legal le importaba poco que esto ocurriese. Sin poderlo remediar, en cuanto Don Manuel salió del ascensor, Saturnino le preguntó por su futuro. Don Manuel no le contestó, dirigiéndose, con toda la rapidez que sus piernas de trapo le permitieron, a la vivienda de la señora de García. En vez de llamar al timbre, sacó una llave de su bolsillo y la introdujo en la cerradura. La vivienda estaba vacía. No había muebles. Solo unos visillos de lienzo blanco que se movían gracias al aire que entraba por una rendija de la ventana, y que permitían que el sol entrase arañando el parquet del piso. “¿Por qué no le ha alquilado este piso a los recién casados, Don Manuel?”-  Saturnino sentía que por primera vez sus lágrimas discurrían, no por una piel de escamas, sino por una piel de verdad, cálida y receptiva. Y sus manos, lejos de permanecer pegadas a su cuerpo, como aletas, en actitud de obediencia, se izaban al aire como las velas de un barco, preguntando y esperando respuestas. “Por que en este piso vas a vivir tú, Saturnino” - Don Manuel hizo un alto antes de continuar.”Llevas demasiados años a la sombra. Y demasiados años cumpliendo con tu deber sin la más mínima queja, y, lo reconozco, no todo ha sido un camino de rosas. Siempre te he tenido a mi lado. Y nunca me has hecho sentir con tu actitud que te debía algo más que un simple apartamento lleno de humedad. Tú has sido más hijo para mí que mi propio hijo; nunca me has abandonado. Ya es hora de que te demuestre mi agradecimiento y, si mi vida se alarga un poco más, mi amor también”. Don Manuel justificó sus lágrimas aludiendo a sus incipientes cataratas y a la luz rojiza que la mañana lanzaba, como lenguas de fuego, a través de la ventana.
       Saturnino sonrió desacostumbrado, enseñando una hilera de dientes perfectos, cuidados.
Los operarios de azul subían sus enseres. Cuando Don Manuel los vio, con un gesto de desagrado acompañado de un balanceo de bastón, indicó a los jóvenes que sacaran todo de allí.  “Tendremos que comprar algunos muebles Saturnino, estos huelen tanto a humedad que se diría que han formado parte más de una pecera que de un apartamento.” Los ojos de Saturnino se asemejaban a pequeños océanos contenidos. Don Manuel salió de la casa antes de que las lágrimas aflorasen de nuevo a sus ojos. Nunca había visto a una persona tan agradecida por tan poco. Mientras esperaba el ascensor recordó que desde que Saturnino apareció en el portón, nunca le había tocado, y mucho menos abrazado. ¿Habría echado de menos a su madre? Seguro que si, que lo haría cuando a la salida del colegio viese como todos los niños eran recogidos por las suyas. Se volvió despacio y empujó la puerta que había dejado entre abierta. Los visillos estaban descorridos y Saturnino con los brazos en cruz se encontraba pegado al cristal, sintiendo el calor del sol. Un vapor extraño se desprendía del cuerpo del alemán, como el que sale de la ropa húmeda cuando se coloca la plancha sobre ella. De haber tenido una cremallera en el pecho, Saturnino la hubiera descorrido para secar también su corazón al sol.

Lokita
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:53:12 pm
ESPLÉNDIDA REALIDAD


Cuando vi que se abalanzaba sobre mí, no tuve más que retirarme con cierta gracia, y ver cómo torpemente, mi atacante arremetía contra cada mueble de la sala, y cómo lue-go caía sobre éstos, sufriendo todo el daño que pretendía causarme.
Mi capitán, con intrépidos movimientos, forcejeaba con el otro, obligándole a someterse a él, y de rodillas éste le suplicaba clemencia.
   Mi doncella más fiel, me confortó agarrándose a mi brazo, y con fuerza y deci-sión la acerqué a mí. Mi esposa, más reposada y tranquila, contemplaba la escena junto a la ventana, con la mirada perdida, y con ese movimiento leve pero constante en su pierna derecha. Sentía verla así. El médico de palacio la había tratado todo lo humana-mente posible. Discutí con él, cuando sus ocupaciones se lo permitía, sobre cada posible cura a sus dolencias, sobre los paliativos que mejorasen su condición, y sobre los reme-dios, mágicos o naturales, que él pudiese conocer; pero siempre me respondía con una inexpresiva carencia de recursos, que yo, condescendiente, achacaba a su falta de tiem-po.
   La miré de nuevo, y no me devolvió la mirada con la intención que yo esperaría. Debía hablar con ella. Su voz siempre me calmaba.
   Ahora, con el esfuerzo vencido, el primer atacante me observaba desde el suelo, abstraído de todo. Uno de mis soldados lo levantó y lo llevó a sus aposentos, mientras que otro se me acercaba con ánimo increpador. Mi capitán cedió la custodia del segundo atacante a uno de mis sirvientes, que lo sostuvo de mala gana, e se interpuso en la osada intención de aquel soldado.
   Dejé a un lado a mi doncella de forma educada, para protegerla del insensato que me gritaba, con el desconocimiento del ignorante que no sabe cuán férreas pueden ser las consecuencias de hablarme así, a su Rey
   Así que mi capitán se interpuso entre él y yo, y aguantó la primera embestida de aquel energúmeno. Luego, con mi mano en su hombro, cedió el paso y me enfrenté a aquél.
   -¿Sí? –y la corte, a mi alrededor, se mostró expectante. Incluso, el resto de la guardia, se detuvo en sus quehaceres y se fijó en nosotros.
   Pero no me dijo ni una palabra, sólo intentó agarrarme del brazo, el muy insolen-te, y tuve que zafarme con toda la fuerza que mi cuerpo me permitía. Mi capitán se ade-lantó de nuevo, pero una mano en su pecho, fuerte y decidida lo detuvo, la mía, así que concedí la conversación que aquel soldado quería mantener conmigo y dispensé a mi protector de su función, por ahora.
   Me llevó a una estación contigua al gran salón, donde los infantes que vivían en palacio, y que acudían a la escuela católica de la Hermana Dolores, dejaban sus dibujos, representando una irrealidad a la que no estaba acostumbrado; a veces con cierto gusto, a veces, con cierto estilo, eran dibujos alegres, llenos de colores, paisajes de campiña, montañas, ríos y castillos, y formas geométricas, curvas, círculos. Me gustaba aquel lugar. Quizá por eso fuimos a hablar allí.
   Me preguntó por los motivos de la pelea, y no tuve menos que censurar su falta de delicadeza y su indiscreción. Si el Rey la quería, si el Rey las permitía, quién era él para detenerla.
   Así que me amonestó –y agradezco que lo hiciera, y aclararé a qué se debía esto-, sobre la inconveniencia de celebrar “disputas” dentro del salón del palacio, y de lo peligroso que eran dichos enfrentamientos, tan cerca de los súbditos que habitaban mi palacio; y pensé en mi padre, mis hermanos, y mi esposa.
   No tuve, como digo, más remedio que coincidir con él, y estuve de acuerdo en cuidar de no permitir este tipo de arrebatos en mi presencia, y en la de mis seres queri-dos, a pesar de lo acostumbrados que, supongo, estarían por su condición de nobles gue-rreros.
   Sonreí y él sonrió, y el pacto de no agresión quedó fijado sólo en algunas esca-ramuzas en el jardín real, y siempre bajo la supervisión del ejército, de mi propio médi-co, siempre atento a todo, para prevenir desmanes de este tipo; porque también estoy para proteger, para cuidar de todos, aunque sea uno más.
   A veces veo a mi padre por aquí, y cada vez que me lo encuentro por el pasillo, no deja de contarme sus dubitativas y oportunas batallas, que han llenado de sucesos ese día, desde que se despertó. Son sucesos que cambian día por día; también alterno con mis hermanos, que a veces me parecen sólo visitantes de palacio, que van y vienen, y de los que apenas recuerdo sus nombres, cuando, de improviso, se han ido.
   De todas maneras, debo decir que en la soledad del reinado está mi fortaleza, ya que nadie osa dudar de mis palabras, cuando las digo desde lo alto de la montaña más alta, la que se me ha concedido por mi pureza de sangre, y a la que nadie se atreve a subir, por miedo a caer despeñado a una palabra mía.
   Con ese infundido respeto esa noche dormí plácidamente, y recibí la visita de Conchita y Belén, mis dos adorables doncellas, que rendían su cuerpo a mis placeres más reales. No era sino después de la media noche, una vez abiertas con maestría sus ataduras de cuero, y forzada la cerradura de su cuarto compartido, cuando aparecían por turno, para hacer de las suyas, debajo de mis sábanas. Cuando todo acababa, les acari-ciaba el rostro, su bello rostro, a veces pálido a pesar de todo, a veces vacío, pero siem-pre con esa mirada lasciva y húmeda, que yo tanto adoraba de mis niñas.
   No deben pensar que le era infiel a mi esposa. Cuando hacía el amor, siempre era con ella, porque ella era la única que estaba en mi corazón. Sólo para ella era el ali-mento del que a veces me privaba. Se lo metía cada día en su plato sin que se diera cuenta, y luego, cuando quería, se lo comía. No necesitaba su agradecimiento, sus ojos, como ya dije, aunque no los tuviese sobre mí, se encontraban con los míos al menos una vez al día, y esa oportuna comunicación, más allá de la distancia de nuestros cuerpos, era lo único que me llenaba de paz. Guardaba su mirada en mi corazón cada noche, an-tes, durante y después de la visita nocturna.
   Al día siguiente volvía a buscarla, a mi querida compañera de palacio que siem-pre está en el gran salón. Cuando todos desayunábamos, ella, habitualmente en su ven-tana, me esperaba. Me sentaba a su lado, a contarle las novedades del reino, y le hablaba de los nuevos comerciantes, artistas y navegantes que habían llegado, y de las noticias de mi guardia, y de nuestros triunfos en tierras lejanas, y también le hablaba de la fami-lia, y de que algún día Dios nos concedería la debida descendencia. Un heredero de san-gre, sería el bien más preciado para mí, porque no sólo sería un hijo, sino también una parte de su alma, a la que tanto amaba.
   Y la dejé sola de nuevo, e informé a mi capitán de la protección que le debía, y se lo dije también a todos los que trabajan en mi palacio, sobre todo a los de las batas blancas, a todos, para que le muestren el respeto que se merece.

Laimor
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:54:44 pm
El reloj

Contempló el reloj con indisimulada satisfacción: su esfera blanca, su anillo reluciente, sus agujas afiladas. Nunca antes había tenido uno, y ahora que lo lucía en su muñeca sentía una orgullosa sensación de trascendencia. Se había ajustado la correa de cuero con el celo de un gladiador, y en el momento de abrocharse la hebilla no había podido evitar un gesto de solemnidad. Ahora el reloj pendía caprichosamente de su brazo de hombre a medio terminar, como una bandera ondeando en un mástil.

No había querido probárselo delante de nadie; ni siquiera de su tío, que a fin de cuentas era quien le había hecho el regalo. Aquél había sido un momento largamente esperado, y como tal concernía únicamente a él y a su intimidad. Lo miró apartando el brazo unos centímetros, colocándose frente al espejo, metiendo la mano en el bolsillo, cruzando los brazos como tantas veces había visto hacer a su padre. Se preguntaba si debería cambiar de muñeca. Después de todo, ¿quién había dicho que el reloj debía llevarse en la izquierda?

Se tumbó en la cama y lo acercó al oído. Tic tac. No pudo reprimir una sonrisa de satisfacción al escuchar la cadencia armoniosa de las agujas del reloj. Se lo quitó y lo colocó cuidadosamente sobre la mesa. Se sentó frente a él y lo acercó de nuevo al oído: Tic tac. Tic tac.

Salió de su habitación y cerró la puerta con la mano izquierda, admirando el brillo que la luz del sol producía al reflejarse en la esfera. Bajó las escaleras apoyándose en el pasamanos y se sonrojó cuando se mezcló con los invitados de la celebración. Se preguntó qué efecto provocaría su nuevo estatus, e instintivamente le sacudió una sensación de inseguridad.

Pronto descubrió, aliviado, que el reloj pasaba desapercibido para casi todos. Algunos invitados le paraban para felicitarle, y él sonreía dócilmente. Otros le pasaban la mano por la cabeza, y él respondía saludando con la mano. La mayoría de invitados le decían que ya era todo un hombre; él aprovechaba para detenerse y fingir interés mientras cruzaba los brazos con determinación. Las mujeres le daban dos besos y algunas, las menos, le pellizcaban la mejilla. Desde luego, él prefería el saludo de los hombres, que le tendían la mano con solemnidad. No se cansó de estrecharla con fuerza, lamentando profundamente no haber optado por colocar el reloj en la mano derecha. Decididamente, debía reconsiderarlo.

Nadie le había preguntado por aquel nuevo reloj, pero él disfrutaba de su recién estrenada seguridad. Tan sólo lamentaba no tener ocasión de quedarse un momento a solas para disfrutar una vez más del disciplinado tic-tac de las agujas. Ya tendría tiempo de hacerlo.

Todos le esperaban en el jardín. Allí le aguardaba, un año más, su pastel sorpresa, como desde luego ya sabía. Así que se dirigió hacia fuera con paso decidido. En el pasillo se dio de bruces con su tío, que llevaba alguna copa de más.
-   Vaya –le dijo–, ya veo que llevas puesto el reloj. ¿Sabes por qué te lo he regalado?
Se encogió de hombros y sonrió educadamente, sin saber muy bien qué decir.
-   Para que no olvides que el tiempo se mueve, que la vida avanza sin parar, y que tu juventud no durará para siempre. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
-   Claro –respondió, algo cohibido–, lo entiendo.
Su tío le miró con ternura y sonrió.
-   Está claro que no – le espetó–, pero con eso ya contaba.
Un viejo amigo de la familia apareció oportunamente en ese momento y se llevó al tío pasándole el brazo por la espalda, como se lleva uno a los borrachos. “¡Qué lejos nos queda la juventud!”, le oyó exclamar mientras se alejaba por el pasillo, y todos rieron al unísono.

Aquella breve conversación le había incomodado, pero el agradecimiento por el regalo bastaba para conservar el repentino sentimiento de simpatía que le sugería la figura de su tío. Aprovechando que casi todos los invitados se hallaban ya en el jardín, se quitó rápidamente el reloj y se lo puso torpemente en la muñeca derecha. Se lo acercó de nuevo al oído y escuchó los pasos lentos y seguros de las manecillas. Tic tac. Tic Tac.

Justo en la puerta que daba al jardín se encontró con su abuela, que luchaba por mantener encendidas las once velas del pastel. “¡Demonio de niño!”, gritó, quejumbrosa, al advertir la presencia de su nieto.
-   ¿Pero tú que haces aquí? ¿No debías estar fuera con los demás?
-   No te preocupes, abuela –le respondió–, fingiré que es una sorpresa.
La abuela dejó el pastel sobre la mesa con un gesto de contrariedad. Miró a su nieto unos segundos y al momento se percató de la novedad.
-   Así que ya eres un hombrecito de verdad – concluyó, chasqueando con la lengua.
-   Cada año sacáis el pastel al jardín, no era muy difícil saberlo – se excusó él, con cierto descaro.
-   Veo que ya no hay sorpresas para este señor que lleva reloj de persona mayor.
-   Es que soy una persona mayor – protestó, cruzándose orgullosamente de brazos como había practicado ante el espejo.
La abuela sopló las velas del pastel que aún no se habían apagado y se volvió nuevamente hacia él. Ya no tenía que inclinarse para mirarle a la cara.
-   Escúchame bien, entonces. El que te han regalado es un bonito reloj. Un reloj de hombre –remarcó¬–. ¿Y sabes para qué te va a ser útil?
-   ¿Para aprovechar al límite mi juventud? – respondió con sorna, recordando las palabras de su tío. La abuela negó lentamente con la cabeza y le cogió de la mano.
-   Para recordar que la infancia ya se fue –dijo sin pestañear–, y que nunca debes mirar atrás.
Con la lección aprendida, esta vez se adelantó a la pregunta de su abuela.
-   Ya te entiendo, abuela. Sé lo que quieres decir.
La abuela dejó escapar un mohín de perplejidad y farfulló algo entre dientes.
-   Lo que yo digo: demonio de niño.
Ella encendió por segunda vez las once velas del pastel y lo miró con una sonrisa.
-   ¿Listo para fingir la sorpresa?


El pastel había tenido el éxito habitual: todos habían comido su porción y la abuela tuvo oportunidad de lucirse con una segunda e incluso una tercera tarta, preparadas para la ocasión. Por lo demás, él había fingido la sorpresa con una convicción inquietante, y todos habían alabado su buen trazo cortando las porciones. Aunque pasaban de las nueve de la noche, el sol seguía luciendo con timidez. Los últimos rayos del día se filtraban a duras penas entre los cipreses que flanqueaban el jardín, tiñendo de naranja la copa de un sauce solitario. Él contemplaba la puesta de sol sentado en la escalera de la entrada. La luz se consumía en el patio poco a poco y a medida que los invitados se iban marchando el silencio recuperaba su espacio. Se dio cuenta de que ya era capaz de escuchar el movimiento de las agujas sin necesidad de acercarlo al oído. Tic tac. Tic tac.

Su madre se acercó sigilosamente y, sin decir nada, le tomó la mano. Observó atentamente el reloj y sonrió. No le preguntó por qué lo llevaba en la mano derecha. Tampoco le atribuyó un significado especial ni le ofreció un consejo. Se limitó a sentarse junto a él y ambos contemplaron juntos el ocaso. Había sido una tarde agradable, se dijo él, mirando de reojo su flamante reloj. Y, sin embargo, por primera vez en su vida le sacudió una desconocida sensación de inquietud. Tic tac. Tic tac.

Conrad Kurtz
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:56:50 pm
La hermandad del huevo: George, el Águila


                               Como un cometa, éste, sacudió el final con la punta de sus cabellos.

Había una vez un pollito que nació de un cascarón tan blanco como la nieve. Pero, a diferencia de los demás, lo primero que vio al romper la patinada cáscara blanca, fue una majestuosa Águila Calva atravesando el holgado cielo azul. El gallito creció como los otros, mas no gustaba de piar o de correr tras los gusanos o granos de maíz. Su dieta resumíase a sueños, simples y ensimismados sueños. Cuando él, perturbado ante tales pensamientos, mirábase en el estanque, encontraba un águila que también con los ojos fijos, llena de confusión, lo miraba. Y es que él se sentía grande, poderoso, de engarfiadas garras, pico afilado y macizo.

Una tarde de aquellas, George, el gallito, abandonó para siempre su hogar. Subió a lo más alto de un acantilado y lanzándose al vacío, deseó volar. George había entrenado muchos meses para tal desafío, como veía que hacían aquellas aves a las que admiraba. Así que, ocurrió algo que tal vez parezca increíble, George, el gallito soñador, voló. Sólo agitó sus alas y cual si fuera una de aquellas águilas a las que buscaba parecerse, George,  simplemente voló.  Desconcertado, entonces al ver que sus alas lo sostenían, sonrió como nunca antes al ver que sus sueños se hacían realidad. Dando giros y haciendo piruetas hasta muy entrada la tarde voló, y voló sin detenerse. Aquel día y los siguientes, George probando sus alas, alzóse sobre desiertos, cañadas y bosques. Ya cansado, se posó en lo más alto de un abeto, siempre imitando a sus ahora congéneres. Él se sentía uno de ellos, pero le faltaba algo más. . .  y era tener descendencia.
 
Una tarde de aquellas, mientras George aguardaba el crepúsculo, sobre los escarpados de una zigzagueante montaña, vio pasar una linda dama águila. El gallito águila voló hacia ella cortejándola. Ésta al principio, quedó sorprendida ante el singular hecho, pero George, el águila, era tan persuasivo, tan guapo y tan galante, que finalmente terminó consintiéndolo como novio, y luego, aceptándolo como su compañero.

Un año después, sobre una gran peña, nacía una pollada de aguiluchos. Eran bellos. El pico del  papá, las alas de la mamá; soñadores como el papá, dulces como la mamá. George y Angelín, éste era el nombre de su esposa, alimentaban con dedicación y esmero, podría decirse: codicia,  perseverantemente a sus hijos. Atiborrándolos con serpientes pequeñas, sabandijas, tiernos roedores,  hasta que, como sucede, ellos inexorablemente crecieron. Recuerden: Como George era descendiente de un gallinero, era muy querendón, así que el mismo les enseñó a cazar y volar y no se olviden también a soñar. . . Ya grandes, un buen día con las lágrimas en los ojos, George, el águila, supo que era el momento de dejarlos partir. Los vio alejarse a quien sabe dónde. De todas formas, él sabía que la vida tenía un inicio  y un final, aunque nadie supiera a ciencia cierta lo que había en medio. George y Angelín, su esposa, desgañitaron hondamente por ellos, pero la vida tenía que seguir.  Y mientras el llanto quedaba en casa, con las jóvenes águilas,  la alegría y el futuro marchaban.

II
George, el Gallito, de cariño, por parecerse mucho a su padre, era el menor de los dos, y a pesar de que amaba mucho a sus padres, no se sentía satisfecho con lo que era: un águila. Él sentía, muy hondo dentro de sí, que era algo más, pero no sabía qué. Un buen día,  mientras volaba pacífico sobre una  granja, vio a la vida transcurrir, nacer  y morir  allí.  Y preso de una extraña sensación de curiosidad y nostalgia, engendrada desde muy en su interior, muy en sus adentros, sobre aquella "tierra", como si  ésta lo atrajera o a ella perteneciera: se aproximó.

George el aguilucho, exploró a aquellos singulares y lejanos ‘parientes’ tras el cerco; luego, se aproximó a un manantial  para observarse, pero al hacerlo  vio  que se parecía mucho a aquellos pollos. George, desconcertado, sintió descubrir que lo que quería en realidad era ser uno de ellos. Un rutinario pero aguerrido gallo, y corrió hacia aquel lugar que lo llamaba.

Atento, y por un resquicio de la alambrada, entró en la granja.  El sitio le pareció tan familiar y acogedor. . . que aspiro hondo. Unos minutos después, ya estaba escarbando la tierra, refunfuñando, kikiriqueando, desgajando, ferozmente, gusanos por la mitad, engullendo semillas y granos. Sí, era lo que tanto había buscado: le encantaba  esta vida casera. Le encantaban los gusanos blancos, gordos, con una franja púrpura en medio. Adoraba los moteados granos de maíz, recorrer el cañaveral triunfante, el canto mañanero que había entonado  aquel día, ese cacaraqueo remoto que resonaba dentro de sí retador y exultante. . . Entonces, todo volvió a empezar.

Karen Hansen   Clement   
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 18:58:37 pm

                              
SALÓN ROXY


Oscura la noche envolvía los cerros del gran Valparaíso, ciudad puerto donde como postales detenidas en el tiempo podemos encontrar muchos salones de baile que a la vez son lugares de encuentro para dejar atrás lo que nos hace monótonos y mecánicos.
Entraban a la casona antigua de dos pisos; algunos solos otros en parejas; se distinguían por ir muy arreglados.
 Las escaleras crujientes recordaban el paso de los años de la gran casona el olor a cigarros, comida y humedad acompañaban cada peldaño.
Al llegar al segundo piso el volumen de la música y las luces de colores situaban inmediatamente en el salón Roxy.
 Gran pista de baile que se engalanaba en las noches.  Al son de la música los bailarines invitaban a sus damas.

Un señor mayor muy bien peinado y de chaqueta blanca; hoy no puede bailar pues se ha dañado un pie.  Sentado con un vaso de vino blanco, solo puede observar; su compañera una dama mayor de expresión dulce esta pendiente de atenderlo y de que se sienta a gusto.
Se divisa una mujer de edad mediana con un amplio escote, fuma y se ve inquieta muy atenta a la puerta de entrada. Esta esperando a su habitual compañero de baile; ha pasado tiempo suficiente y si el no aparece deberá tomar un baile con el profesor, a parte de pagar sería un poco indecoroso ya que ella es una conocida bailarina de tango, ya dejo de ser una alumna.  Mientras fuma se mordisquea una uña que le molesta.

En el escenario una mujer esta con sus ojos cerrados cantando un sentido bolero, su voz es algo ronca y pegajosa.  Su voz atrae como un imán a las parejas que salen a disfrutar de escuchar y sentir sus cuerpos junto a su acompañante.  Todos entregados a la cadenciosa música que llena hasta el último rincón del salón.

Entra una solitaria mujer que calza tacos altos de color negro, se desliza con elegancia por un costado del salón y se sienta sola.  Sus movimientos son felinos y sagaces; le traen un vaso de whisky que ella bebe a sorbos muy cortos mientras se sienta piernas arriba y desliza su falda hacía atrás dejando medio muslo al descubierto.

El sonido del piano y el bandoneón hacen un cambio abrupto en el salón, invade un tango arrabalero que es del gusto en el puerto de la ciudad de Valparaíso. Armoniza muy bien con el apasionamiento de sus gentes; las mesas quedaron vacías nadie pierde esta ocasión de bailar tango. En tres minutos todos son diferentes, sus rostros expresan gusto, sensualidad; ahí son todos iguales amantes del baile no se ven distinciones de clases ni ánimos ni de ningún tipo.  Todos los barones sacaron a las damas a disfrutar de la sensualidad del tango.


La mujer de tacos altos y negros era como arcilla en las manos del hombre que la había sacado a bailar; sus rostros eran placenteros de intimidad como si se conocieran de antes.  El la lanzaba lejos de su cuerpo y luego la acercaba a su cuerpo llegando a quedar frente con frente, pecho junto a los pechos y con la pierna recorría la pierna de él hasta el muslo, dónde él la presionaba más aun; el calor y sexualidad se respiraba entre ellos.  Ellos sienten y se entregan a este placer.

El hombre mayor de chaqueta blanca, los observa mientras fuma y bebe su tercera copa de vino blanco.  Se ve reflejado en el bailarín de tango; hoy no puede bailar sin embargo ha sido por décadas sin discusión el rey del tango, apelativo que se gano por tantos concursos ganados en Chile como en el extranjero; es respetado y querido por ello.  Su rostro refleja una leve sonrisa, esta recordando cuando las mujeres hacían fila para bailar con el rey; la fama los campeonatos ganados le hicieron llevar una vida dedicada a perfeccionarse en estos salones y sin darse cuenta se vio entrampado por las luces y la fama, la popularidad; que es halagadora y agradable.  Así fue como su matrimonio no aguanto estar en un último lugar y él se convirtió en un soltero a sus 65 años.  Si bien tiene una pareja de baile, eso no es lo mismo.  Mientras observa a la pareja de la mujer de tacos altos y negros por sus mejillas caen las lagrimas.

En otro costado la mujer de amplio escote esta totalmente entregada al baile en los brazos del profesor.  Su acompañante no llegó; ella lo llamó por teléfono y se entero que el no asistiría porque esta con su familia.  Ella se entristeció y esto la hizo decidirse por bailar con el profesor, ya no importa que opinen los demás.  En estos momentos ella se encuentra excitada en los brazos del profesor, y lo esta disfrutando; después vienen los días de soledad en casa. La mujer sella con un beso apasionado el término del baile.

La mujer de tacos altos y negros esta en un lugar oscuro en un juego de placeres con su acompañante bailarín; besos, mordiscos, abrazos.  A quienes les toca pasar por ahí hacen como si no los vieran, nadie se hace problema.  El hombre tiene sus manos por debajo de la falda de ella, mientras sus bocas se reconocen.  Ceso el tango, ella se dirige al baño se arregla su peinado se pinta los labios; sale y se despide de la mano de su acompañante y lo deja ahí sentado.

Vuelve a cantar la mujer de voz ronca y pegajosa, esta vez esta despidiendo a los bailarines; pronto cerrará sus puertas el salón Roxy.  
Toman sus chaquetas, abrigos, chales, carteras y cada cual como llego se empieza a retirar.  Algunos toman sus autos otros se deciden a bajar a pie por el cerro.
La noche empieza a ladrar.

Pantera blanca
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:00:01 pm
La cita


Eric jugó con los picos de la camisa hasta dejarlos debidamente colocados fuera del cuello del jersey. Conforme con el resultado, acercó la cara al espejo del baño y se retocó el flequillo, tratando de ocultar los despoblados que habían empezado a aparecer en el nacimiento de la frente. Respiró hondo y salió fuera, a sentarse en una de las mesas pegadas a la cristalera.
El recuerdo que tenía del café no se correspondía con aquel sitio atravesado por el sol. Todas las mesas estaban vacías y en la barra dos hombres de corbata hablaban de plazos de entrega.  El café que recordaba era un lugar de humo y de luces de coches estrelladas contra el cristal.
Pero, ni siquiera, que el lugar no hiciera honor al recuerdo, le restaba emoción al hecho de estar esperando a que apareciera por la puerta la chica de la que tanto hablaba. ¡Cuántas veces había hablado de ella! ¡Cuánto tiempo! ¡Más de diez años desde la última vez! ¡Ahí mismo! ¡Y ella era la que se había puesto en contacto con él! ¡Su Eva! ¡La chica de la Serie de las diez!
–Yo conozco a la protagonista  – Se arrancaba orgulloso –La chica morena. La  más guapa. La del piercing en el ombligo. La acompañaba a los casting. La noche antes de que se marchara a rodar nos besamos en el Café de la cristalera.
Un pinchazo tibio en el estómago le hizo apartar la taza. Fue entonces cuando se abrió la puerta y supo que ella había llegado, pero, al levantarse, descubrió que aquella mujer no era la chica del piercing en el ombligo.
Hacia él se acercaba una cara hinchada, de pelo lacio, y unas piernas gordas. Un cuerpo redondo oculto en un jersey negro y ancho que bajaba más allá de la cadera.
– Estás guapísima –Mintió cuando ella llegó hasta la mesa.
–¿De verdad? – Contestó Eva,  levantado las cejas a la vez que dejaba caer una carpeta de piel sobre la mesa.  – Tú tampoco tienes mal aspecto, aunque hayas perdido pelo.
Entonces Eric se pasó la mano por el flequillo antes de besarla en la mejilla. Como ella no movió la cara al ser besada, él pasó un brazo por su espalda invitándola a que se sentara.
–La una y cuarto. Habrá que picar algo ¬–Dijo, una vez sentados.
– No quiero comer nada –Contestó Eva, y se recogió el pelo lacio detrás de las orejas.
–Una ración de jamón, al menos, para acompañar las cervezas –insistió.
–No quiero cervezas – dijo Eva acompañando su negativa con una mirada hierática –Un cortado es suficiente.
Eric se acercó a la barra y pidió dos cortados. Antes de girarse con los cafés y regresar a la mesa, respiró hondo.
–Bueno…tienes tanto que contarme ¿Has vuelto para rodar algo?
 Eva apartó el café que Eric le había dejado delante. En su lugar colocó la carpeta de piel y sobre ella dejó apoyadas las palmas de las manos.
–Llevo aquí casi un año.
–Casi un año –repitió Eric, y se refugió en un sorbo breve de café.
Eva le clavó los ojos y repiqueteó con los dedos en la carpeta de piel. Él bajo la mirada hacía la carpeta y descubrió que tenía las uñas sin pintar y mordidas.
–Hubiera llamado antes. Pero ya sabes –descansó las manos en la carpeta – No creas. Me he acordado mucho de ti.
–La primera siempre la tomábamos en este sitio.
Al decirlo buscó sus ojos, pero ella miró hacia la puerta aunque no entraba nadie y volvió a bajar la mirada.
– ¿Qué llevas en la carpeta? –Preguntó para recuperar su atención.
–Algo de lo que quiero hablarte y que es importante para ti ¿Tienes seguro de vida?
Eric levantó súbito la cara.
–Me dijeron que te casaste y que tienes un crío –abrió la carpeta y sacó unos impresos que puso delante de él. –Si yo fuera madre no dejaría de querer al hombre que asegurara el futuro de la familia ¿Cómo se llama?
–Javier… el niño se llama Javier –le molestaba la luz que entraba por la cristalera y se llevó las manos a la frente, apoyando los codos en la mesa –En septiembre cumple dos años.
–Échale un vistazo a la oferta. Es solo para íntimos. No vas a tener ni que pensártelo.
– Un seguro de vida – dijo mientras pasaba páginas del impreso sin detenerse en las palabras escritas en él – No sé, Eva, nunca me lo había planteado.
–Ya veo…eres como todos –levantó la voz y le arrebató el impreso. – Eras tú el que decías que quería una chica para siempre. Formar una familia, cuidar de ella ¿No te das cuenta? Puedes morirte en cualquier momento. Un coche en dirección contraria y se acabó.
–Perdona Eva. No sabía que vendías seguros. Déjame verlo –Eric alargó el brazo para recuperar el impreso.
–Yo no vendo seguros. Yo actúo. Estoy echando una mano a una amiga –rebuscó decidida en el bolso y sacó una pluma –No puedes decir que no. Trescientos euros al año y estás asegurado por ciento ochenta mil.
–Trescientos euros. ¿Todos los años? –se esforzaba en leer rápido.
–Me habían dicho que te marchaban bien las cosas –Contestó Eva a la vez que posaba la pluma al lado de la taza de Eric.
Él dejó el impreso al lado de la pluma.
– Tengo que consultarlo.
Al colocarse el pelo lacio detrás de las orejas, forzó una sonrisa que quedó en mueca.
–Estas cosas, si se hacen de corazón, no se consultan.
   Ella se marchó antes de que se enfriara el segundo café. Poco después de que desapareciera, Eric vio, a través de la cristalera, como los dos hombres de corbata se despedían con un apretón de manos. Entonces se levantó. Puso diez euros encima de la mesa y salió, dejando vacío el Café de la cristalera.

Bosie
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:01:33 pm
Hombre orquesta


Una prole de instrumentos musicales bien anudados le recorren todo el  cuerpo, como
una segunda piel, y el sonido se superpone a la carne y a los huesos, quienes callan con  resignación.
No es muy alto, más bien contrabajo, y a cada paso que da el ritmo lo engulle todo,
ensordeciendo lo que le rodea.
-¡Vete con la música a otra parte!, es la frase que más veces escucha al cabo del día, palabras que retumban en su interior como un gong descorazonador. Empujado por su espíritu abnegado, recorre las calles interpretando un solo que le desgarra, improvisando conciertos en solares, inventando marchas nupciales para parejas que nunca se conocerán, poniéndole banda sonora a su ostracismo. Agota las horas perdidas de la noche vagando por la ciudad y se le amanece entre do re míes y fa so la síes. Cuando llega la hora de volver al barrio lo hace apesadumbrado, con el trombón palpitándole sobre el pecho y los platillos temblándoles en la espalda, sabedor de que los vecinos le obsequiarán con cubos de agua arrojados con premeditación desde el vacío de las ventanas, atascando la boca de su tuba y borrando las partituras que encuentra rebuscando en los contenedores de basura del conservatorio de música.
Pero el hombre orquesta no se desanima tan fácilmente. Tan pronto como ha secado sus
instrumentos al sol, una marabunta de notas y compases agrietan el silencio hasta romperlo en pedacitos. Con la llegada del otoño, las gentes de aquí y allá se llevan las manos a los oídos,acusándolo de ser el responsable de las interminables lluvias, otorgándole al hombre orquesta un poder creativo desmesurado. Agazapado tras la sordina de su trompeta, haciendo oídos sordos a los improperios de los demás, va esquivando los charcos mediante rimbombantes piruetas que a punto están de empaparle, subrayando el suspense con un acertado redoble de tambor, imaginándose el rey del escenario. Cuando llega a casa no hay familia que le espere, sólo tres tristes tigres adormecidos en el cuarto de baño que parecen haberse tomado al pie de la letra aquello de que la música amansa a las fieras.  Mientras tira de la cadena del váter suena un scherzo y piensa que ojalá le devorasen sus mascotas, pero para colmo de males los
felinos son vegetarianos hasta la médula.
Un presagio de marcha fúnebre va envolviéndo a la casa y todas las puertas se cierran en un desconcierto de chirridos, desafiando a su inquilino y pareciendo decir:“hasta aquí hemos llegado”.

El hombre orquesta decide echarse al cuello las cuerdas de su aguerrido violín y dedicarle un réquiem a su propia existencia.  La música es el menos molesto de los ruidos, le recuerda el tic tac del metrónomo con forma de Napoleón. Un último adiós al mundo -se dice-, mientras observa a través de la ventana como nadie repara en su trágico fin, hasta que doblando la esquina un bamboleo de femeninas formas le devuelve unas repentinas ganas de vivir.
En menos que canta un gallo se pone en la calle y se construye un marco de incomparable bucolismo gracias al rasguear enternecido de los dedos en el ukelele. El hombre orquesta ha perdido la cabeza por una mujer, mujer orquesta, por supuesto, quien le mira con un continuo pestañeo de acordes acompasados. Ella es virgería pura, mil curvas que se niegan a ocultarse tras el traje de instrumentos musicales, un prodigio del saxo opuesto. La armónica sonrisa se adivina detrás de la harmónica y unos ojos como punteos de guitarra eléctrica hacen que al hombre orquesta se le temple todo el cuerpo, desde el clavicordio a la mandolina. Él  la invita a interpretar un dueto en su casa y ella acepta. Suben las escaleras, tocan y se dejan tocar,  y ella demuestra ser toda una experta en lo referente a encabalgar el estribillo con el  ritornelo,colocando un scherzo en la punta de la lengua y dando al traste con las formas preliminares.
El hombre y la mujer se quitan la orquesta que llevan a cuestas y se acuestan, mientras la música cesa a ritmo de caricia y las puertas vuelven a abrirse con un leve ronroneo, sin molestar. Unos días después,  el yo te beso-tú me besas  torna en compromiso, se juran amor eterno y lo pregonan a bombo y platillo con los tres tigres y una mosca como testigos.
Los días pasan como trenes de alta velocidad,  llevándose por delante todo rastro de tristeza, y la pareja se abandona el embeleso más tronante sin atender a lo que sucede fuera de esas cuatro paredes. Los vecinos, aturdidos por el exceso de románticas tonadillas ejecutadas al unísono, van abandonando en tropel el edificio, carentes de toda sensibilidad, hambrientos de un pretendido silencio que les dé a sus existencias cierta sensación de estabilidad.
Era menester que de tan fecunda jácara no tardasen en brotar melifluos frutos.
Así que, unas semanas más tarde la mujer orquesta le pide a su hombre orquesta que afine el oído y le susurra el cantar de los cantares:
-Estoy embarazada.

La algarabía más estentórea irrumpe en la casa, los tigres se despiertan y aplauden a su amo, quién entre lágrimas pergeña una sonrisa que se le sale de la cara por los dos lados, incontenible. Tras nueve meses como nueve sinfonías de Beethoven la mujer orquesta deslumbra  con su más esplendorosa composición al hombre orquesta, quien ya  sueña con enseñarle a su recién nacido todos los secretos de los ritmos musicales, las propiedades de cada instrumento y las diferentes cadencias al cantar. Pon torrón torrón, interpretan sus nudillos nerviosos sobre la marmórea mesa de la sala de espera, pon torrón torrón. La puerta se abre como a trompicones y un doctor cuya pálida piel se confunde con el blanco de su bata irrumpe en la habitación. El hombre orquesta se levanta bullicioso y una pregunta se le dibuja en el ancho rostro.
-¿Niño o niña?
El doctor se mete las manos en los bolsillos y baja la vista hasta la punta de los pies, pero acto seguido sube con los ojos y busca al padre.
-Gemelos...los dos sordos.

Pharaon de Winter
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:02:46 pm
Billy el Niño

Por fin se habían reunido después de tanto tiempo. Allí estaba el viejo Michael J. Turner, el líder del grupo, sheriff retirado del que no se había oído hablar en mucho tiempo, y estaba también Tequila Joe, el borracho Joe, un hombre que nunca rechazaba un trago, una apuesta o una buena pelea. A estos dos los acompañaban los gemelos Scheffer, siempre callados, siempre quietos, los más lentos a la hora de hablar y los más rápidos a la hora de desenfundar. Los había reunido a todos el joven Jimmy Griffith, Smallie Griffith, que contaba con tan solo diecisiete años la última vez que se reunieron juntos, y que durante el tiempo en que se separaron pasó a ser el más famoso cazarrecompensas de todo el oeste, quedándole aún unos meses para cumplir los treinta.
   Efectivamente, habían pasado casi trece años. El viejo Turner se había retirado a una pequeña granja con su familia, los gemelos Scheffer eran propietarios de un almacén de armas y de Tequila Joe se decía que la mitad del año la pasaba viviendo con los indios, quienes le habían aceptado como a uno de ellos. El único que se mantenía en activo era Smallie Griffith, al que no se le borraba la sonrisa de la boca y al que nunca le encanecía la melena rubia, todavía joven, siempre joven. La ciudad de Wood Valley había sido tomada por un grupo de forajidos fuera de la ley, unos veinte en total, pistoleros casi todos de poca monta que habían asesinado al sheriff y a su ayudante y habían llegado a controlar toda la ciudad. Vivía allí con su marido la hermana pequeña del joven Griffith, y decidió pedirle ayuda a éste, que no había llegado a ver mejores hombres que los que había conocido tanto tiempo atrás.
   Los primeros en atreverse a entrar al saloon y pedir algo fueron los gemelos Scheffer, James y John, altos y estirados, siempre rígidos, con la cabeza bien alta, ambos vestidos de chaleco y sombrero marrón, y ambos luciendo un fino bigotillo negro. Inmediatamente se dieron cuenta de que no eran bienvenidos. La gente del lugar no se atrevía a pasar por allí y el local estaba ocupado por pistoleros únicamente, que en cuanto vieron a los hermanos se acercaron a ellos y trataron de intimidarlos a base de insultos y amenazas. Los Scheffer nos se hicieron esperar mucho para tirar de revólver, matar a cuatro personas y herir a otras tres, que se alejaron de allí como pudieron. A los hermanos no llegaron a tocarles un pelo de la ropa, ni les rozó ninguna bala, así que se miraron, sonrieron, enfundaron y pidieron un chupito de tequila para cada uno.
   La noticia de los hermanos Scheffer no tardó en llegar a oídos de Pitt, el Cojo, un cowboy vestido de bucanero al que todos tenían miedo en aquel lugar. Pitt el Cojo era el jefe de la banda de forajidos que había invadido Wood Valley, un pirata sanguinario del que nadie sabía cómo había llegado hasta el Viejo Oeste, siempre con un pañuelo azul a la cabeza y con una pata de palo en el lugar de la pierna derecha. Pitt no era muy alto pero era fuerte y rudo, tenía barba y un pendiente de aro en la oreja derecha, y a pesar de encajar tan poco en aquella región, en aquel momento era el que mandaba. Sabiendo desde el primer momento a la clase de vaqueros a los que se enfrentaba, Pitt el Cojo decidió acabar con aquello cuanto antes, citarlos a todos para batirse en duelo y así comprobar quiénes eran verdaderamente los mejores. Pitt el Cojo no tenía miedo a nada, era un gran pistolero y lo sabía, no había muchos hombres mejores que él, y no creía que entre sus nuevos rivales estuviera alguno de ellos.
   Así que a la caída del sol quedaron todos en el centro del pueblo, duelo de pistolas de cinco contra cinco, ni más ni menos. En el centro, Pitt el Cojo se enfrentaba al viejo Turner, al que todavía le quedaba cuerda para rato. A la derecha de Turner, los hermanos Scheffer se batirían en duelo con un oriental y con un moderno cowboy vestido de aventurero australiano. A la izquierda de Turner, Smallie Griffith medía su revólver con el de un vaquero calvo al que le faltaba un brazo y tenía media cara picada, apenas podía distinguírsele el ojo derecho. Más a la derecha, Tequila Joe se enfrentaba a un indio apache, por extraño que pueda parecer, y aún más al borracho Joe, amigo de los indios desde hacía ya muchos años.
   En ese momento las cinco parejas se miraban a los ojos, esperando el más mínimo gesto del contrario para poder disparar. Todo el pueblo estaba observándolos desde el exterior de sus casas. Allí estaban el barman y el herrero, las chicas del saloon y el dueño de la tienda de armas. También la hermana de Smallie Griffith, vestida de animadora de instituto americano, su marido, otro indio, y sus amigas, también animadoras. Los demás habitantes del pueblo eran todos indios y algún que otro soldado de la Segunda Guerra Mundial. Además de ellos, también estaban presentes el resto de miembros de la banda de Pitt, todos ellos vestidos de guerreros clon de la Guerra de las Galaxias.
   Tequila Joe se frotó los ojos. No había bebido nada aquella mañana. O bueno, había bebido, pero no tanto. No tanto como para estar presenciando un espectáculo como aquel. Su contrincante indio ya rozaba con los dedos la culata de la pistola, que era una Magnum del .357, todavía no inventada en aquella época. Bajo este panorama nadie se decidía a desenfundar, pero la tensión se mascaba en el ambiente. En lugar del típico matorral, se les cruzó a los pistoleros un folio de papel, un gigantesco folio de papel, tan grande como un carro de caballos, que pasó levantando polvo y viento, y al final se fue como si nada. El viejo Turner no comprendía nada, pero tampoco se despistaba. Estaba completamente atento a su enemigo y no le perdía de vista. Pitt el Cojo, igualmente, no se preocupaba por nada de su alrededor, solamente acariciaba su preciada pistola del siglo XVII.
   Y de repente apareció un dinosaurio como caído del cielo, y todos pudieron verlo acercarse en el horizonte. Un Tyrannosaurus rex, el auténtico tiranosaurio, se acercó al grupo corriendo como la auténtica bestia que era. Fue entonces cuando la población de indios y animadoras de aquel estrafalario pueblo que era Wood Valley echó a correr sin mirar atrás, todos se alejaron de allí sin perder un solo segundo, incluidos los soldados clon, y finalmente quedaron los diez duelistas como los únicos defensores del valle. Unidos por la causa común, aquellos diez hombres no tuvieron que hablar mucho para decidir que resolverían sus diferencias en otro momento, se encararon todos a aquel gigantesco monstruo y dispararon a una. Pero las balas, como era de esperar, no hacían nada en la coraza escamosa que cubría al reptil, por lo que aquellos disparos sólo consiguieron enfurecerlo aún más. De un coletazo, el tiranosaurio derribó la casa que tenía más a mano. A pesar de esto, ninguno de los hombres se echó atrás. A pesar de sus diferentes objetivos, de su diferente edad y de la mitad de ellos no distinguían entre el bien y el mal, si había algo que lo tenían todos en común; ninguno era un cobarde.
   Los hombres de Pitt el Cojo fueron los primeros en caer. De donde vino el dinosaurio los tenía más cerca a todo ellos, así que no tardó mucho en atrapar al primero entre sus fauces. Ese primero en caer fue el oriental que se enfrentaba a James Scheffer, el karateka chino, al que sus artes marciales poco pudieron ayudar contra el gigantesco animal. El tiranosaurio ni siquiera se molestó en comérselo, lo zarandeó entre sus mandíbulas y después lo lanzó por los aires, evidentemente muerto. Seguidamente aplastó de un pisotón al aventurero australiano, y el indio, intentando huir, acabó también entre los dientes del lagarto gigante. Igualmente lo lanzó por los aires y fue a por su siguiente objetivo, parecía que no tenía hambre, no quería alimentarse de ninguno de los hombres, sólo quería matarlos uno por uno.
   Del grupo de los forajidos sólo se salvaron de la muerte el hombre manco, que se escondió dentro del saloon, y Pitt el Cojo, que se alejó de allí como pudo, a trompicones por la arena, hasta que llegó a agazaparse detrás de unos barriles. Evitaron el ataque los cinco miembros de la banda de Turner, a pesar de que Smallie Griffith tuvo que esquivar un malintencionado coletazo en el último momento. Tequila Joe consiguió situarse detrás del monstruo y en un momento de despiste se subió encima de su cola, trepo por su lomo y llegó incluso a mantener el equilibrio por encima de su cabeza, pero el que había sido desde siempre rey de los dinosaurios no iba a dejarse dominar tan fácilmente, se abalanzó contra una de las casas del pueblo y de un cabezazo estampó al borracho Joe contra uno de sus muros, dejándolo en un estado lamentable, debatiéndose entre la vida y la muerte. Con una furia insaciable, el tiranosaurio se dio la vuelta y se dispuso a atacar al resto de los hombres de Turner, metidos en los edificios o resguardados bajo los postes y las vallas. No tenían mucho que hacer frente al descomunal reptil.
   Y sin embargo, sí que tuvieron una última oportunidad. En el mismo instante en el que la bestia se lanzaba sobre ellos, apareció un enorme guerrero del espacio para salvarlos, un robot del mismo tamaño que el feroz dinosauro, más alto aún quizás, equipado con una imponente coraza metálica roja, misiles en los puños y cascos en los pies, un auténtico defensor del bien y la justicia llegado en el momento justo. Cogió y al tiranosaurio del cuelo y estuvo forcejeando con él durante un buen rato, mientras todos los observaban boquiabiertos. Los empujones del uno contra el otro fueron derribando las casas del pueblo sin ningún esfuerzo, y ninguno se dejaba vencer a pesar de todo. El robot gigante lanzó al dinosaurio por los aires, que cayó al suelo y se volvió a levantar para lanzarse a por él. Lo embistió con todas sus fuerzas y a pesar de ello no logró derribarlo, el robot consiguió agarrarse y los dos continuaron dando vueltas.
   Alrededor de ellos volaban helicópteros y avionetas, y los iban siguiendo varios tanques, además de animales de safari y caballeros medievales. Tequila Joe, malherido, Pitt el Cojo y el resto de cowboys contemplaban la escena boquiabiertos. Y justo en el momento en el que todo empezaba a volverse extraño y fantasioso y las explicaciones perdían sentido, en ese momento sonó una voz desde lo alto de los cielos:
   - ¡William, a cenar! ¡Recógelo todo!
   Y entonces y solo entonces todo empezó a tener una razón de ser. La gigantesca mano del todopoderoso y omnipotente dios William, Billy el Niño, comenzó a llevárselos a todos uno por uno; y cayeron el robot y el dinosaurio, y los aviones y los helicópteros, las animadoras y los soldados, los indios. Tequila Joe siguió pensando que estaba borracho y Smallie Griffith se temía la llegada del apocalipsis, pero el Michael J. Turner, juguete viejo, supo perfectamente lo que ocurría. Se dejó agarrar y se dejó llevar al limbo de los muñecos, a la caja, con todos los suyos. Con los que ya estaban dentro y con los que estaban fuera, con los enormes monstruos y con los pequeños soldados, con los hombres y con las mujeres. Una vez que acabó el juego, todos y cada uno de ellos fueron a la misma caja.

Elegancia
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:06:02 pm
NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE


        Lo nuestro duró, como diría Joaquín Sabina, lo que duran dos peces de hielo en un güisqui

on de rock. Y nunca mejor dicho, porque Sabina entiende del amor un rato largo.  Porque tú

llegaste como el gordo de Navidad el día 22 de diciembre, pero no te hiciste pesado, no, ni nos

tocó el gordo contigo ni siquiera la pedrea. Simplemente ocupamos nuestras noches de insomnio y

mutuo aburrimiento, tú en la búsqueda de llenar momentos baldíos, yo, con mi soledad por

bandera y encontramos un atisbo de cariño,  por los caminos imprevisibles de Internet con sus

oscuros objetos de deseo.

Y todo comenzó en aquella noche perdida de invierno, noche fría y oscura, pero mira por donde las

flechas que Cupido lanzó fueron atravesando los circuitos de ambas computadoras. Y creamos una

historia de fantasías recorriendo los senderos del entendimiento. Hablábamos horas y horas, hasta

la madrugada. Y no veas los reproches de mis hijos cuando me veían en soseída con el ordenador

venga chatear, sin descanso, casi diría que comía y todo sentada ante la pantalla, esperando tu

llegada, por supuesto. Yo diría que estaba como a esa gente que le falta una droga y necesitaba mi

dosis diaria. Tenía el mono. 

Y todo parecía tan perfecto, demasiado perfecto para ser verdad, porque hoy en día, con los

tiempos que corren es difícil encontrar el amor por una computadora. Y aunque la ciencia avance

que es una barbaridad nunca se puede estar seguro de que con los medios a nuestro alcance, sea

todo de color de rosa. Y al  principio lo fue: maravilloso, etéreo, inolvidable y hasta increíble.

Porque en un par de semanas aquello desbordó todo lo imprevisible, éramos como almas gemelas

que se encuentran a través de los circuitos. Coincidíamos en casi todo: lectura, grupos musicales,

aficiones y hasta en eso del baile, que a mí todo hay que decirlo me chiflaba, y que no lo hacíamos

ninguno de los dos nada mal.

Entonces, como vivíamos relativamente cerca, pensamos que lo mejor era conocernos in situ y

llegó el tan ansiado momento de aquel día memorable que quedaría inscrito en los anales de mi

historia personal, en el que íbamos a vernos cara a cara y te dije unos días antes:
-   No vayas a venir con una flor en el ojal para que te reconozca.

Pero no hizo falta, nos habíamos intercambiando ya multitud de fotos en todas las posturas

posibles, así que no fue nada difícil localizarnos.  Y te confieso que no me caíste nada mal e

íntimamente creo que yo también te hice tilín, porque puse mis mejores armas al servicio de

aquella cita a ciegas: maquillé mis sensuales labios de rojo pasión, me puse mi super body de color

negro que es tan sensual, según los hombres, me calcé mis tres cuartas en zapato y puse algo de

colonia cerca del alimento de la vida. Et voila¡ Allí estaba tu mujerona esperándote.  Y al fin se

cumplieron nuestras expectativas porque ahora eras de carne y hueso, podíamos tocarnos, vernos

bien cerca, abrazarnos, porque ya sabíamos casi todo el uno del otro, no había secretos ocultos ni

nada que no conociéramos bien de sobra de la vida y milagros del oponente.  Ó eso creía yo

entonces.

Pero del color de rosa se fue tornando nebulosa gris que no dejaba entrever lo que ocurriría casi un

mes después, ya que tú fuiste como aquel emperador, creo que de ascendencia romana,  que llegó y

dijo: 
                                           Vini, vidi, vinci.

  Viniste de forma casual, viste el percal que se te ofrecía y venciste a las primeras de cambio sin

ninguna clase de resistencia.

-   Eso es suerte y a los demás que nos quiten lo bailao.

Pero lo más escabroso del asunto es que para ti quizás solo fui la tía interesante del Chat, alguien

con quien hablar, pasar el rato y demás zarandajas que incluyen estos sitios.  Pero lo que no sabes

ni me gustaría confesarte es que para mí fuiste algo más, eras la panacea del hombre casi perfecto,

porque cariño mío eras tan completo, ¡ay señor! que completo eras:

  Profesor de inglés con plaza fija, aunque a mí nunca me dijiste ni una sola palabra que

corroborara que eras docto en ese idioma. Pintor aficionado, me comentaste también y por lo que

deduje yo, porque tu pisito de soltero estaba plagado de cuadros por doquier de todos los tamaños

y colores con tu rúbrica bien visible. Señor separado con un hijo independizado, aunque lo de la

independencia lo entendía yo más bien poco porque el muchacho se presentaba en los momentos

más inoportunos porque como tenía la llave de la vivienda, pues hala, como Pedro por su casa.

Además tu coche era su coche y en más de una ocasión tuve que ejercer incluso de taxista

particular tuyo, para llevarte y traerte cuando salíamos de marcha, porque claro el niño lo

necesitaba más, y como a un hijo, aunque este independizado, calce un cuarenta y cinco y tenga ya

más de treinta añitos siempre seguirá siendo nuestro niño, pues se les permite todo. Eras también

cariñoso y romántico (varios días) y buen conversador sobre todo porque siempre tenías una

palabra dispuesta y unas disertaciones intelectuales sobre cualquier tema que a veces me dejabas

impresionada. Vamos, que tenías buen palique para engatusar a quien se te pusiese a tiro (léase mi

persona).  Bueno, en casi todo eras la irrefutable perfección,  porque por lo que me mostraste

después  no vayamos a tirar cohetes por tan poca cosa. ¿Se podía pedir algo más? No, ni por

asomo.

 Pero cosas del destino saliste como alma que lleva el diablo, yo no sé que pasaría por tu cabecita y

de pronto ya no llamabas, no contestabas al teléfono, ni a los mensajes tan chulos e insinuantes que

te mandaba, todo sin un por qué, sin un más ni un menos te hiciste el longui. Y para colmo dejaste

de entrar en la página de contactos por si acaso te encontraba. Pienso que cambiaste tu nick para no

ser localizado. Y el Messenger, por donde tantos buenos ratos habíamos pasado quedó silenciado

para los restos. Hijo mío, me dejaste anonadada y sobre todo atónita ante tal cambio de actitud,

Pero ilusa de mí, aún espero con ansia el momento en que ibas a plasmar mi delgada figura que te

volvía loco, en uno de tus cuadros para colgarme en la pared. Y ahora me preguntó yo:

¿Pintarías algo de verdad o aquellas imágenes que llevaban tu firma eran replicas compradas en el

todo a cien de la esquina de tu calle?

Porque yo en ningún momento vi por parte alguna la brocha gorda. 

Y todo terminó…… en la barra de aquel bar con un cafecito bien caliente. En aquel bar donde me

citaste para darme los motivos de tu ruptura pero que aún estoy esperando, porque por allí no

apareciste ni a las cuatro, ni a las cinco siquiera, que fue hasta la hora que te esperé. Y mucho rato

lo hice, porque el plantón fue de órdago. Pero es que aun me quedaba un resquicio de esperanza,

tonta de mi. 

Y como llegaste te fuiste, un día frío del mes de enero, el diecisiete para ser más exactos, porque

esas cosas no se olvidan, fue el día de san Antón, jornada especial porque en las iglesias bendicen

a los animales (burros incluidos), para que tengan una vida más longeva y feliz. Quizá fuiste a

pedir indulgencia por tus pecados. Vamos, que llegaste a ser como el del chiste que salió a por

tabaco y aún le están esperando. No se te volvió a ver el pelo ni todo lo demás

  Y ahora, después de tantos días sin ti, tantas horas vacías de palabras, tantas madrugadas de

veladas solitarias, esperando una llamada que no llega, una señal inequívoca  de que aún me

recuerdas, al fin me desencanté y ahora si puedo hacerle caso a mi abuela, mujer sabia donde las

haya que desde que comenzó este tinglado tan inverosímil no paraba de comentarme solapada y

machaconamente cada vez que me veía chateando:

-Niña, que esas cosas tan modernas no pueden traer nada bueno. Tú hazme caso a mí, y échate un

novio como dios manda, como toda la vida lo hemos hecho.

Pero como siempre, no hacemos caso de la voz de la experiencia, y aquí me quedé, compuesta y

sin novio, ahora, a mis taitantos años, con un cruel desengaño a mis espaldas y para vestir santos.

¡Qué remedio!

Por eso, donde quiera que estés, si llegas a leer esta misiva, que por cierto colgaré en Internet con

nombre y apellidos, si te paras a mirar estas líneas preñadas de desenamoramiento y un pelin de

venganza, solo te diré que mis noches no están ahora llenas de soledad, porque ya encontré un

sustituto, no tan docto como tú, pero un verdadero hombre en todo el sentido de la palabra. Y

ahora nos dan las doce, y las una, y las dos y las tres, e incluso hasta el amanecer, y no

precisamente mirando la luna, contando estrellas ni disertando sobre temas banales que como he

comprobado no llegan a ninguna parte. Por eso, no hay mal que por bien no venga.

-   Good bye, y que te vaya bonito, como diría la canción. I love you?

-   No hijo, no, que te love tu abuela.   
                                                                                         

Hyzan
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:07:17 pm
Radionovelas


Lo primero que se me vino a la memoria cuando encontré aquellas cartas en el fondo del baúl de mi madre, el que siempre llevó con ella a cada casa que estuvo, fue la radio de la vecina Carmela, la misma que firmaba las misivas. Era un aparato de los años cincuenta, un armatoste rectangular con dos botones plateados, el dial repleto de lugares que me resultaban desconocidos: Roma, Valencia, Paris, Lyon... y una palabra exótica, que después supe que era la marca, Telefunken, y que me atraía como un imán. Te-le-fun-ken.
Lo recuerdo con claridad porque fueron muchas las horas que pasé frente a esta radio.  En casa no teníamos, y mi madre, todas las tardes, se iba con la vecina Carmela para escuchar la novela de Ama Rosa. Siempre le decía lo mismo, que mi aparato receptor se ha averiado y lo mandé a reparar. Cada día la misma excusa. La vecina Carmela sabía que mentía, pero no decía nada, ahora entiendo su actitud.
Entonces no podía ni imaginarlo. Quizás porque sólo tenía doce años, quizás porque eran una época gris y a las niñas no se les explicaba nada, y mucho menos lo que no tenía explicación lógica o religiosa, que para el caso era lo mismo.
Mi madre era una mujer hermosa, cuando se arreglaba un poco parecía una artista de cine, los ojos grandes, la nariz altiva, los labios rojos como un clavel reventón. Mi padre apenas le hacía caso, tampoco entendía por qué prefería estar con sus amigotes en la taberna en vez de con nosotros. Odiaba tener que ir a buscarlo, me asomaba a la puerta y le miraba con todo el odio que podía concentrar en mis ojos casi adolescentes. Se hacía el remolón, sabía que mi presencia allí indicaba que la comida ya estaba preparada. Había sido él mismo quién había dado instrucciones precisas a mi madre para que lo avisara cuando apartara el arroz del fuego, no le gustaba pasado. Aún así se demoraba, se tomaba su tiempo para apurar el vaso de vino y de soslayo me dedicaba una sonrisa de superioridad. Yo esperaba en la puerta con los puños apretados.
Nunca tuve claro de donde surgía el odio que sentía hacia mi padre, no era un mal hombre, nunca nos hizo daño. Quizás intuía que era el culpable de nuestra pobreza, el jornal nunca llegaba completo a casa, buena parte se quedaba en la taberna del Tomás.
Muchas acompañé a mi madre en aquellas visitas que, al principio, se limitaban al horario de la radionovela, pero que con el tiempo fueron alargándose, a veces nos anochecía junto al receptor de radio, aunque ya hacía tiempo que ninguna lo escuchábamos. Yo jugaba con mi muñeca de trapo, el único dispendio que se permitieron los reyes magos ese año, una muñeca con ojos de fieltro y falda de cuadros, la llamaba Josefina, y me gustaba jugar con ella a las maestras. Mi madre y Carmela charlaban sin descanso, como si cada día fuera el último que se iban a ver. A veces prestaba atención a su conversación, tenía la sensación de que utilizaban un lenguaje cifrado que sólo ellas podían entender, así que pronto me aburría y continuaba explicándole la lección a Josefina, ayudada de mi pizarra.
Mi madre siempre intentó ocultar que éramos pobres, de ahí que aquel aparato de radio inexistente siempre estuviera en reparación o que desmontara los vestidos mil veces para volver a coserlos y que parecieran nuevos. Ahora me duele su ingenuidad, cómo disimular algo tan evidente, cómo evitar que nos miraran por encima del hombro, que no nos invitaran a merendar en ninguna casa porque sabían que no podríamos corresponder.
Todos menos la vecina Carmela, ella era distinta, su puerta estaba abierta para nosotras, de par en par. Sólo había que apartar aquellas cortinas recias, de color pardo, que evitaban que se colaran las moscas, para entrar en un mundo ficticio lleno de voces sugerentes que sufrían por amor, la ficción que nos permitía evadirnos de una realidad que no nos gustaba demasiado.
No consigo recordar si alguna vez vi algún gesto, alguna señal, que me hubiera llevado a sospechar algo. Carmela, aún siendo una mujer de carácter fuerte y gesto adusto, solterona para el pueblo, ya había cumplido los cuarenta y no se le conocía ningún enamorado; siempre se mostró amable con nosotras. Nos ofrecía las sillas de anea, junto a la radio, mi madre se sentaba muy solemne los primeros días, como una reina sin trono; yo prefería el suelo, estaba fresco y, con suerte, conseguía localizar alguna hormiga con la que entretenerme, la seguía con la mirada, buscando desesperada alguna miga de pan que se hubiera caído en el reciente almuerzo, hasta las hormigas pasaban hambre.
 Conforme cogió confianza mi madre se iba relajando, se olvidó de su postura envarada, cruzaba las piernas, reía, lloraba y suspiraba, ya sin vergüenza alguna. Carmela la miraba mucho, sí, eso sí lo recuerdo, fijamente, como si quisiera ver a través de su piel. El cutis de mi madre era rosado y se encendía como la yesca cuando bebía un poco del vino quinado que le ofrecía Carmela. Al principio lo rechaza dos o tres veces antes de aceptar, luego ella misma se levantaba, iba hasta la alacena y servía para las dos, en el mismo vaso, así no tienes que fregar tanto Carmela, le decía. Y Carmela sonreía, y su gesto adusto se esfumaba como por arte de magia, se le ablandaba la mirada, como si de pronto no fuera una solterona, sino una niña enamorada.
¡Ahí está! Sí que había pistas, sí que las recuerdo, la memoria no es un camino recto, zigzaguea en el espacio y en el tiempo, nos marea llevándonos por recodos, nos hace esperar años, pero finalmente los recuerdos se muestran.
Mi madre y Carmela estaban enamoradas, nunca supe si fueron amantes, quizás eso es lo de menos, las dos están muertas y yo casi soy una anciana. Y no sé si hago bien leyendo las cartas que encontré en el fondo de su baúl, pero son tan hermosas, tan trágicas, como aquellas radionovelas que escuchábamos cada tarde, en casa de Carmela.

Lucille
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:08:54 pm
Intervalo


Inmediatamente después de morir, Charles A. Bucklekoff se apeó y recorrió las calles de aquélla llamativa ciudad. “Bienvenido” le dijo un hombre petiso y barbudo, cubierto de seda azul. Esta es la ciudad en donde a usted le tocará vivir hasta la nueva asignación de vida.
Charles lo miró sin sorpresa, estaba convencido de hallarse en un sueño producido por un coma o por alguna sustancia medicinal que le pudieran haber colocado en algún hospital, por algún motivo relativo a su salud. No recordaba haber sufrido accidente alguno, pero había muchas probabilidades de que todo este delirio fuera parte de eso. Además, estaba acostumbrado a tener sueños en los que era capaz de moverse a voluntad y hasta ser consciente de estar soñando. Siguiéndole el juego, respondió:
-   “Cómo no…¿y el señor es…?”
-   Soy, sí- respondió el enano- si hay algo que soy, es ser.
Charles rió. El enano también, pero su risa empezó a tomar fuerza, y Charles, disgustado, se alejó caminando con pasos cortos y veloces.
Siguió caminando y se negó a escuchar los ecos de las carcajadas de aquél ser. “Esta es mi mente y aquí hago lo que yo quiera” se dijo.
A pocos pasos de allí había un parque de diversiones, o eso le pareció. Se dijo: -Si hay uno de esos toboganes rápidos, entro- Desde pequeño había querido hacerlo, pero el vértigo no se lo había permitido nunca, hasta aquél momento. En efecto, al mirar hacia su izquierda pudo ver un gigantesco tobogán al que decidió subir.
-Es extraño- se dijo- que no lo haya visto antes. Y luego agregó:
-Claro que es extraño: es un sueño-
Pagó la entrada para el Parque, un hombre vestido de oficial de policía le cobró. –Sólo dos cosas debo decirle antes de que suba: primero, el tobogán es más alto de lo que parece, por lo tanto el viaje puede resultarle largo. Segundo, no puede bajarse antes de tiempo.
Charles lo miró, desde los ojos azules detrás de los anteojos, extendió el dinero en las manos del oficial y entró en un ascensor de hierro. Vio allí a un anciano que sostenía el periódico debajo del brazo, y tenía una boina azul de paño. No lo miraba; parecía dormido.
El viejo no se inmutó cuando el ascensor comenzó a elevarse, y se entretuvo mirando a través de dos ventanas que parecían haberse abierto a la par de sus ojos. El cielo, en efecto, tenía el color de éstos. Charles lo saludó y le preguntó si era empleado del parque.
-Claro que lo soy- el viejo tosió al decir esto- desde hace más tiempo del que podrías concebir en tu cabeza.
-Desde ya…- rió Charles- por supuesto. Usted está aquí desde hace tanto que para entonces el cielo y la tierra todavía no se habían formado-
Y se puso de espaldas al hombre, reflexionando sobre lo que acababa de decir.

Pasaron varios días dentro del ascensor. Charles los sintió largos, demasiado extensos para un sueño. Estaba preocupado, y por primera vez desde que había pisado aquél lugar, asustadísimo. Se mordía los labios para no hablar; se rehusaba a dar lugar a una respuesta del hombrecito.
Tenía miedo de darse cuenta de dónde estaba, o de cómo estaba. No se le ocurrió que estaba realmente muerto hasta que dejó de ver y de verse. No estaba ciego. Ni estaba.
No estuvo un tiempo pero quería mirarse; se sentía mirar pero nada podía ver, nada lo tocaba y nada oía, pero percibía sin sonido los pensamientos: -“He dejado de ser” - se murmuraba en el silencio. “Has dejado de ser”, le murmuraba el silencio alrededor.
Sabía que el hombrecito estaba ahí. Imaginó que se reía agudo, maldito y agudo como días atrás en la entrada del parque aquél enano se había burlado de él. Supo que se sentó, aunque no había dónde ni con qué sentarse. Descansó, porque finalmente su silencio se apiadó de él y dejó de susurrarle lo que él ya sabía. Y los silencios de alrededor tampoco le quisieron decir cosas repetidas, porque ellos ya eran repeticiones de ausencias y de cosas no dichas.
Supo que se despertó cuando le pareció que sus pensamientos eran arrastrados por una brisa que lo calmaba, que le quitaba la ansiedad. Y no pudo oler la brisa pero sintió que era de limón. Amaba el limón, pero ahora ya no podía degustarlo, ni verlo crecer en un árbol, brillando amarillo y medio verde, esperándolo. Esperando un futuro que tampoco ahora existía, porque sin cuerpo ni sentidos, no cabía en sus pensamientos proyección alguna de futuro.
Charles; ¿Era aún Charles? Se sentía ser y sentía elevarse pero sospechaba que ya no era. Supo que ya no era, pero; ¿Cómo podría no ser? ¿Cómo podría haberse borrado sin haber borrado el recuerdo de la planta de limón del fondo de la casa de su abuelo? ¿Quién lo había borrado olvidándose de borrarle la conciencia?
Si conciencia era, y recuerdos eran lo único que tenía, aprendería a seguir siendo con eso y a pesar de eso. Pasaba parte de sus pensamientos ordenando recuerdos. Ya no le preocupaba el hombrecito, porque si allí se encontraba, a él nada le cambiaba. Y si era el culpable de todo lo que le estaba pasando, tampoco tenía sentido preguntarlo a sí mismo. Además, no se permitiría llenarse los pensamientos de cosas sin respuesta, corriendo el riesgo de borrarse lo único que realmente era suyo, lo único que había tenido preguntas, respuestas. Lo único que verdaderamente había sido alguna vez.
Primero ordenó recuerdos dispersos de la niñez. Ciertas caras, caricias, melodías de cuna, canciones del jardín de infantes, y de nuevo el limón en la planta de su abuelo. Le llevó bastante, en términos de esfuerzo, ponerlo todo en orden. Finalmente pudo armar un cuadro bastante uniforme. Pero cuando se disponía a pasar de etapa, otro recuerdo llegaba y debía hacer encajar las piezas nuevamente, dándose cuenta de que las iba olvidando, de que se le iban perdiendo a medida que las buscaba con más esfuerzo.
Se había subyugado a su propio no-ser, aceptando que era posible dejar de existir. Era tanto más difícil pensar en no-ser, y sin embargo, esta fue la alternativa que le pareció más justa, más real. ¿Qué era real?: que él ya no era.
Pero siguió siendo, convencido de haber perdido el cuerpo, el sueño, las ganas. Viajó en el ascensor y nunca dejó de subir, eternamente, y aún siendo, sintiendo y recordando, siguió pensando que era nada. Aún cuando le asignaron una nueva vida y salió del ascensor, sin comprender qué eran las manchas que veía, qué eran los olores que no sentía, qué fueron esos rumores inaudibles y esa presión en la cabeza. Supo que tenía frío, y supo que alguien lo había tapado con una mantilla. Sintiendo tan agradable sensación, decidió olvidarse del enano, del ascensor y de que alguna vez se llamó Charles A.Bucklekoff. Al menos hasta la próxima vez.

Sahara
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:10:36 pm
Un día de Lluvia


De repente se me ocurrió una idea estúpida.

Si pudiese grabar la lluvia por la ventana y después pasar a cámara lenta la imagen ¿Sería capaz de contar cuantas gotas caen?

Estoy decidido a darle un valor numérico a mi desesperación, y ya que mi sentimiento de tristeza aumenta según la lluvia golpea con más fuerza la ventana... si consigo hacer una equivalencia entre la cantidad de gotas, la fuerza de la lluvia y lo comparo con un baremo de los puntos más álgidos de mi melancolía ¿Qué sacaré?

Ya había avisado que era una idea estúpida.

No sé por qué extraña razón a todas las personas nos da por dividirnos entre “ciencias y letras”, resulta que es incompatible ser brillante en matemáticas con saber apreciar a un buen literato y mucho menos con pronunciar o escribir correctamente la palabra literato, claro que por esa misma razón podemos entender que alguien de letras será incapaz de escribir un libro ante la diatriba de sumar cuantas páginas lleva escritas...

Y si por un casual eres capaz de sumar y leer al mismo tiempo sin marearte... eres un genio.

Y el hecho, admitámoslo sin reparos, es que yo no soy un genio.
A poco un chico listo, acomodado en ese tópico de “ciencias”, dado a la tecnología, a los logarismos neperianos de cero y a las cosas que se resuelven poniendo cinco números en un papel.

Una lugar cómodo en el que me he aposentado contestando a tus reflexiones con un “yo soy de ciencias, no me pidas que te entienda”, discrepando de tus opiniones con un “vaya vueltas más tontas que les dais a las cosas los de letras”,  riéndome de tus poemas objetando que “la lluvia es un torrente de agua, no de emociones!”.

Supongo que me merecía que me dejaras con esa nota de “1+1 no siempre suman 2”...

Y supongo que también me merezco ahora estar mirando la lluvia caer en mi ventana, echándote de menos, melancólico, tristemente desesperado, desesperadamente triste, pensando que no puede en el mundo llover más de lo que he llorado yo por ti, y sin embargo sintiendo como continúan deslizándose las lágrimas por mi cara al compás que las gotas de lluvia se ríen de mi en la ventana.

Te he escrito un poema, con una rima absurda y descompasada, carente de métrica por supuesto, y con un estilo un tanto desconcertante... he de admitir que la rima que mejor me salía era tan absurda como rimar Mar, tu nombre, con el mar, y he rimado triste con viste, y te quiero con reguero...
Lo he roto claro está... iba a decirte, por ser más literario, que “en mil pedazos”, pero la verdad es que no los he contado...

Te prometo que no volveré a reírme de ti cuando llores por que muera el protagonista de una película, te prometo que voy a leer tus poemas entre líneas y no analizando cada palabra como si unas no tuvieran nada que ver con las otras, te prometo que te voy a contar historias absurdas hasta el amanecer, te prometo que voy a mirar la lluvia contigo, que voy a llover contigo, te prometo que voy a mezclarme en tu mundo de imaginación, te prometo que nunca más te bajaré de las nubes para enfrentarte con el suelo, te prometo que no voy a restarte más sino que me sumaré contigo.
Te lo prometo todo.

Pero vuelve conmigo.

Irene
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:11:47 pm
Rogelio, broker prematuro


Rogelio acaba de cumplir los once¬, pero no va con el siglo –¡que ya sería!–, sino bien –¡pero que bien!– por delante.
Hace ya tiempo que, como broker en ciernes, tiró al reciclaje el babyfon de Telefónica que le regalaron sus padres con tres añitos. Y lleva ya un año utilizando un Blackberry, con el que accede a Internet y a las redes sociales, habla,  fotografía, visiona, se baja música, cine, ‘gepesea’..., y todo el sinfín de gadgets y utilidades directas e indirectas que le aplica y le saca.
   A sus padres lo único que les importa –según se lo ‘papistean’ a sus visitas– es: tenerlo controlado, “¡pero para poder saber así, en cualquier momento, que está vivo!”, porque, por lo demás, “¡nadie sabe la suerte que hemos tenido con él!”. Y así, sin entrar ni detenerse en más, piensan que los móviles son la mejor forma de conseguirlo, “¡y punto!”, y que a la vista está. ¡Pero, ya, ya…!
   Hoy –primeros de Junio del dos mil once– no hay nadie, como siempre, en su casa para “ponerlo en marcha” a él mismo –a Rogelio–. Son las ocho a.m., y sus padres ya volaron a las seis, para evitar el cuello de botella del Puente de los Franceses.
   Le suena la alarma de su Blackberry. Acto seguido, activa con él ‘su’ control remoto de toda la casa. Y ya antes de calzarse las chancletas, todo está dispuesto para ponerse automáticamente en marcha a golpe de clic, y lo mismo, para lo contrario.
   Siempre amenizado –le encanta la música–, se le van encendiendo las luces al pasar, abriéndosele las puertas, elevándosele las persianas… La bata, la toalla, ni más ni menos gel, todo a punto, como si unas manos maternales invisibles se lo fueran disponiendo todo. Y otro tanto al acceder a la cocina, donde sólo tiene que poner el apetito.
   Y a vestirse tocan. ¡Pero eso sí: de acuerdo con el registro puntual de máximas y mínimas, y el cálculo más exhaustivo de la evolución atmosférica!
   Sale de casa inmaculado y perfecto de arriba abajo. Se cuelga su cartera con el peso proporcional y proporcionado a su edad. Y ya le está esperando su patín Segwai, que en veinte minutos ¬–y en equilibrio perfecto merced a sus giróscopos ad hoc– le llevará al colegio...
   Pero antes de cogerlo, Rogelio se introduce en el garaje de la casa, y toma de su escondite particular un ‘minidecodificador’, que le permitirá ser Dios, como cada día, donde quiera y como quiera, y siempre que le venga en gana.
   Se lo ajusta a la hebilla del reloj de pulsera, que es donde lo tiene más a ojo, pues le hace funcionar mediante ‘sus’ movimientos oculares. Se sube en su patín, y tan pronto como comienza su marcha al colegio, empiezan a llegarle de los bancos por los que pasa, y de un sinfín de lugares, señales –a través del decodificador– de descargas y más descargas con información electromagnética accesible.
   Sabe que no tendría nada más que activarlo con su mirada para tener a su disposición las claves secretas de cada día, por ejemplo, del Banco Popular. Lo que le permitiría acceder a cualquier cuenta y, concretamente, a una ‘pirata’ que tiene en él su padre a espaldas de su madre, y cuyos movimientos lo ponen al loro de sus andanzas poco encomiables. Y lo mismo para con los restantes Bancos por los que pasa.
   Con todo, lo que más le gusta es ponerlo en funcionamiento adosado a su móvil, no tanto para oír las conversaciones que, nada más llegar al trabajo, tiene siempre su madre –coqueteando a través del suyo, un móvil antediluviano, para enterarse de cómo le ha ido la pasada noche el jueguito sexual al primer bocazas al que ese día quiera encandilar, para luego contárselo a la Chusqui, su íntima, que ya le tiene preparada su propia ración, y así sucesivamente–, sino para jodérselas llenándole el aparato de interferencias. Para ello, sólo tiene que llamarla y, aunque dé ocupado, mantener la llamada con el decodificador activado.
   A continuación suele hacerle una llamada ya normal, y hablar un rato con ella para confirmar el cabreo que se ha cogido la muy Doña porque la juerga se le ha jodido. Y es que está más aburrida que una ostra con ese trabajo que tiene, que ni es trabajo ni nada, sino la condena –que le ha caído de por vida– de tener que tirarse allí encerrada sus ocho horas, y sólo para sentirse más que otras a final de mes, y para ‘tanto monta’ y par con su marido.
   Donde Rogelio le saca un rédito especial a su decodificador adosado al móvil es para interceptar –por el mismo sistema– las conversaciones de Ana –su medio rollo– con sus amigas, y los comentarios que hacen sobre él; así como para interceptar las de sus profesores, y así asegurarse esos dieces que tan enamorados de él tienen a sus padres, y de que lo sigan dejando tranquilo y a su bola.
   Y para lo que, sobre todo, le resulta imprescindible el aparato es para sus comunicaciones extraterrestres, que son para él las más lucrativas, no sólo por la suculenta información que le deparan, sino también por la cantidad de hardware y software que le suministran a fin de poder estar siempre en avazandilla y a cubierto, y poderle sacar así, más provecho a la tecnología al uso tanto informática como telefónica y telemática, ¡porque mañana “él” dirá!

Valentiann
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:13:09 pm
La tumba


Ya todo está dicho- dijo él. Tu actitud de ayer fue incompresible.
A ella le rebanó un relámpago las vértebras, se resquebrajó pronto todo su interior y se sintió encerrada en una trampa macabra. Comprendió, de repente, que él le devolvía el primer abandono propiciado por ella. La despreciaba sin advertirle ni preguntarle por qué la noche anterior no había querido hacer el amor, y la dejaba a la deriva en el andén de una estación de autobuses maloliente y olvidada que estaba apestada de locos que pasaban por allí.
Se tomó el café rápidamente para no verle los ojos torcidos de hombre amargado. Luego le dijo.
-Vete de aquí, no quiero que esperes conmigo.
No, dijo él, con la cabeza.
De las tres veces que se vieron todas estaban heridas de muerte. Amenazados por una nube de agujas que en cualquier momento, caerían sobre ellos produciendo desgana y apatía, dolores viejos de historias aún más viejas, que saldrían como gritos sordos agrietando sus encuentros. Un día él le escribió:
- Vivo en una tumba donde nadie viene a verme, es hermosa mi tumba, tiene de todo y en ella me dejaré morir solo.
Cuando ella lo visitó y entró en su casa, sintió que la abrazaba la fría humedad de un convento, la madeja trepadora de una enredadera recorrió sus pies y llegó helada hasta su corazón, vio la muerte de ese hombre rondarle la casa, pasar de una habitación a otra con ojos de humo, sobre todo vio que al final de aquel cementerio había un salón pintado de tres colores, con sabor marinero, pero tristemente desolado. En su interior la capa de polvo blanqueaba los muebles, y aunque, no se veían, estaban ya las telarañas ocupando un espacio que era suyo desde hacía mucho tiempo. Los objetos en su quietud no cobraban vida ni cuando eran usados, porque las manos de su dueño eran las manos de un fantasma, el espectro que vivía allí, en armonía y silencio, con su propia maldición.
-Llevo veintiocho siglos esperándote - le dijo en una de las cartas. Eres mi Helena y yo tu Paris, nada ya nos separará. Ella no lo creyó, las paparruchas no las creía ni a la primera ni a la segunda vez, pero ya a la tercera hicieron un poco de hueco en sus entrañas y se repetían como un estribillo en su cabeza por la mañana y por la noche. A veces, eso se callaba dando lugar a su imaginación, soñando despierta un amor adulto que le arrebatara la cordura.
Cuando él le dijo, “ya todo está dicho“, ella sólo había empezado a pensar, y a ser ella misma. Sin embargo, la mordaza con la que ese hombre había cerrado su boca, le arrojaba una sombra a su lado y ahora, como una muñeca rota, solo le apetecía llorar en brazos de un recuerdo.
Él se alejó despidiéndose con la mano, miró sus zapatos y le hizo un corte de manga desde su poblada cabeza de canas. Ella recordó las palabras de la bruja a quien preguntó por él: “Aquí no hay amor”. Aún así, ella esperó a que la llamara un día, dos, una semana y quizá, dos, hasta que poco a poco supo que aquello no la llevaba a nada. Cada uno volvió a su rutina. Ella a la crianza en solitario de su hija. Él a su tumba, nevada por la oscuridad y el olvido, pero tan suya y definitiva que cuando la vio, al dejarla a ella en la estación, quiso quedarse para siempre en el cementerio de su soledad.

Penélope
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:14:31 pm
Unas cajas, una vida


Han pasado siete meses. Doscientos trece días alargados por la pérdida. Tenía que hacerlo, se lo había prometido a Inés. “Escuchá Alejandro, apenas termine lo tu madre deberemos alquilar el cuarto. No, no me mires con esa cara, tenemos que hacerlo, con ello podremos afrontar el gasto de la escuela de Marquitos. Vos sabés lo que nos está costando mantener el colegio nuevo y él se lo merece”.“Además Olga siempre estuvo dispuesta a ayudarnos, así que esta sería una manera de honrar su memoria”.
Debía vaciar el cuarto más iluminado de la casa, su cuarto. A mamá le gustaba sentarse al lado de la ventana para tejer. La recuerdo desde siempre en el sillón de mimbre heredado de su madre, lo adoraba. Todos los veranos yo lo lijaba y volvía a barnizarlo. “Alejandro, hijo, siempre lo hacés lucir como  nuevo, decía ella, mientras un abrazo aromático envolvía mi cuerpo” La niñez jugaba a las escondidas atrapándome la garganta pero estaba consciente que necesitaba vaciar el dormitorio.
Era imposible postergarlo, Inés es de esas personas que no claudican en sus caprichos. Las últimas semanas no había hecho otra cosa que hablar sobre el tema. El sonido de su voz se me hacía un violín desafinado aullando sólo para mí.Y aquí estoy, girando el picaporte, sintiéndome como si violentara su universo. El piso gruñe bajo mis pisadas y el sonido se me mete hasta los huesos. Todo está dispuesto como ella lo dejó. Lo preocupada que estaba por volver del hospital para terminar el chaleco de Marquitos. La lana azul cayendo a borbotones del canasto con las agujas clavadas en la trama.¿Qué haré con las cosas? Ya me dijo Inés que ella no quiere nada. “Hay que deshacerse de las cosas viejas que recuerdan más a la muerte que a la vida”.
Mis manos acarician el acolchado de crochet, me acuesto del otro lado de la cama esperando que me lea el último cuento que trajo la tía Susana. La niñez se me instala en la memoria y en los ojos. Cajas, tengo que conseguir cajas para clasificar las cosas. Ya no me quedan familiares así que tendré que regalarlas o donarlas a una iglesia. No sé.
Escucho a Inés desde la cocina.” Alejandro, ni se te ocurra andar por ahí regalando todo. Primero se pone a la venta, después veremos, yo tengo una prima que se casa a fin de año y a lo mejor necesita algo”.
En las cajas que conseguí en el supermercado chino voy poniendo sus pertenencias. Separo algunas que voy a esconder en el cuartito del fondo. Allí Inés casi no entra desde  que vio la rata.
Una vida guardada en cartones de galletitas Terrabussi y vinos de Finca Chilecito.
Se desparraman en el  piso las pocas cartas que le envié desde Malvinas, todas envueltas en una cinta roja con la estampita de San Expedito. “No guardés porquerías, tirá todo lo que no sirva”. Inés, siempre Inés pisándome los talones.
“Apurate que el sábado va venir el muchacho que recomendó mi tía. Es de buena familia, está estudiando y aquí le resultará cómodo, le queda cerca  de la Facultad de Medicina. Y quien te dice, a lo mejor le puedo cobrar para cocinarle. Dejame a mí que yo me arreglo. No te metás  Vos siempre lo hechás todo a perder. Solo yo sé los malabares que hago para llegar a fin de mes”
Ya casi está todo ordenado, vaciado el ropero, la cómoda. Tenía todo tan prolijo, pobre vieja, cuanto la extraño. Pero que puedo hacer, si Inés se encaprichó con deshacerse de todo y alquilar el cuarto, yo no me puedo oponer al fin de cuentas ella siempre gana.
Destapo el perfume de rosas que desde siempre usaba y lo  vuelco abundantemente en el hueco de mi mano. Llevo mi cara a ella y me sumerjo en su aroma, experimentando otra vez el  abrazo aromático que me devuelve a la niñez “Alejandro no te olvidés de revisar ese cajón con olor a humedad que está a los pies de la cama. A lo mejor allí hay algo de valor. Cuidado no vas a tirar justamente lo único que sirva”
Abro el baúl que el abuelo trajo de Italia, me siento inseguro, furtivo,  mamá nunca me dejaba abrirlo, decía que había cosas de grandes, Me había obsesionado durante mi infancia en saber que guardaban, pero con el tiempo fui perdiendo el interés en saber que ocultaban  allí, mi vieja no volvió a tocar el tema.
Un sobre de papel marrón con los bordes desdentados, en cuyo frente de lee Juzgado de Familia me llama la atención. Siento que el tiempo y mis movimientos se detienen. El espejo del ropero me devuelve la imagen de un hombre joven pero avejentado, demasiado, me digo.
Mis dedos hurgan en las comisuras del sobre extrayendo varios papeles amarillentos. Caigo de rodillas frente al cristal …A los veinte días del mes de Julio comparecen ante este Juzgado Doña Olga Méndez D.N.I 9.342.560. …………y Don Ausgusto Contreras ………casados, ambos cónyuges pasan a ser los padres adoptivos de Alejandro Pintos
No sé cuanto tiempo pasó, la voz de Inés me despertó del trance en que me encontraba, para pedirme un café. Caminé a su encuentro y con una decisión que ni ella comprendió le dije ” Tenemos que hablar seriamente en cómo decirle a Alejandrito la verdad”
Entrada la noche me dispuse a quemar todas las cosas que me parecieron imposibles de rescatar, y lo único de valor que había encontrado en el baúl, ya no lo necesitaba. Esperé a que el fuego estuviese intenso y arrojé al tanque el sobre marrón. Las llamas crepitaron como un asentimiento a mi decisión. Era mejor dejar todo así, por la memoria de la vieja, no puedo desandar los pasos. Eso sí, no haré lo mismo con  Marquitos, no le daré el gusto a Inés de mantener el secreto, aunque sea lo último que haga. El nene debe saberlo, se lo merece.

Sureña
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:16:09 pm
Si, la mate… finalmente la mate


No podía soportar más la enfermiza dependencia a la que me tenía atado; como un abandonado zombi extraviado en la necesidad inconsciente de visitarla cada día por las mañanas; ansioso de meterme y perderme en ella por horas hasta quedar incómodamente dormido a su lado en aquel cuarto oscuro, juntos en una cama bajo el falso consuelo de su frío rostro y la pálida luz que nuestra relación generaba.
Aunque al inicio mucho me divertía y más me atraía, fui poco a poco consciente de la vacuidad e intrascendencia de nuestros comentarios así como de aquellos de sus amigos al grado de llegar a aborrecer todo lo que yo les decía, se decían y me decían.
Si bien al inicio ella y yo nos dimos a la tarea de explorar y conocer a mas gente agrandando nuestro círculo de influencia en sociedad, al poco, llegó el momento en que esto se convirtió en una rutina fatua y aburrida dándome cuenta que ella constantemente, me conducía a gente que no me interesaba y que, para colmo, era evidente su desinterés hacia mí. Una y otra vez, ella me pedía que aceptara, en nuestra relación, a mas y mas personas y, una y otra vez, yo aceptaba.
No pasó mucho tiempo para que ella se tomara mas y mas libertades abriendo, a tal grado mi mundo, que llegó a abarrotar mis paredes con sus falseadas y retocadas fotos de amigos y parientes: en fiestas y reuniones, en bares y restaurantes, por aquí y por allá, rostros, desconocidos para mi cuya vida y circunstancia, como mencioné, me eran absolutamente intramusculares.
Con el paso de los meses, nuestras conversaciones se poblaron de “dimes y diretes” sobre insulsas y monótonas vidas e innecesarias relaciones de amistad absolutamente extrañas a mí cuya utilidad y necesidad en mi existencia, tenían la misma relación que unas botas de nieve un verano en la playa.
Aunque al inicio de nuestra relación no me percatara, nuestras charlas se fueron colmando de irrealizables planes y fatuos proyectos, imposibles muchos de ellos pero cargados de altruistas y tibetanas iniciativas envueltas en música rematadas de cursis y gastadas frases. Me apena decirlo, pero, ella me empezó a dar asco. ¿Qué caso tenía -le decía una y otra vez- el lanzarse a iniciativas que solo abrazas en tu mente y no en tu esfuerzo físico? pero ella y su numeroso grupo de amigos y amigas, me invitaban a otras causas mas llevándome a pensar que, a veces, yo salvaba al mundo de todo tipo de injusticias, “vaya pobreza de pensamiento” me decía a la postre.
Sin embargo…, he de confesar que, aún así… la atracción no cedía, era una habitud y una droga. Me atrapaba cada amanecer y cada atardecer; a mí me encantaba echarla a andar cada que podía, de encenderla con mis dedos expertos, de verla despertar ante mis ojos llenándose de luz no bien ella aparecía y, sobre todo, de verme anhelando encontrar nuevas aventuras no importando sí éstas eran de nulo valor o interés.
Ella, por su parte, morbosamente me enviaba mensajes a cada rato y a todo lugar: de camino a mi trabajo, al llegar a él y estando en él. La falta de valor para sustraerme del móvil al vibrar en mi bolsillo -no importando juntas y/o reuniones- denotaba mi ardiente deseo de leer sus mensajes: verles aparecer y desfilar ante mis ojos recordándome que yo era de ella y de nadie mas..., que le pertenecía.
En suma, me tenía atrapado, embrujado, llegándome a hacer ajeno a mi mismo, abandonando mis deberes, mis otrora buenas costumbres, mi familia, mis estudios, mi trabajo.
Cada mañana tomaba la decisión de cerrar nuestra relación, eliminarla de mi cotidianidad. Lo llegué casi a hacer una noche, estuve a punto, aunque… justo antes de partir para siempre, de dejarla, me suplicó que no la apartara de mi vida, que no cerrara nuestra relación y, siendo como era, siendo como he sido siempre: un hombre de frágil voluntad y pobre determinación, cedí a sus encantos. Esa noche mis intenciones se evaporaron al enfrentarse con la realidad de mi perene e insoportable soledad.
Aquella mañana fue diferente, aquella mañana, como si lo hiciera por primera vez, al asearme, me observé en le espejo del baño y lo que vi me aterrorizo: el ingrato espejo me regresaba un rostro avejentado, pálido y apergaminado. Éste era el rostro de alguien desconocido para mí, la imagen de un hombre castigado por una rutina basada en la obsesión que provoca una manía, un hombre solo como un perro.
Aquella mañana tomé una (la) decisión, esa tarde, al regresar de la oficina, acabaría con ella, la extirparía de mi vida para siempre deshaciéndome de su nefasta influencia.
Caía el sol mientras caminaba hacia el edificio, sentía como, para darme valor, apretaba los puños mientras pensaba en lo que haría. Me sentía atrapado en sus cuentos, sus aventuras, sus insípidos y reiterados chismes cotidianos y sus amigos y amigas, para colmo…, atrapado hasta en los amigos de sus amigos. Era inimaginable que, por horas y horas cada día, un hombre como yo, de mi edad y condición, pudiera perderse en ella previniéndose de ser, de actuar, de levantarse y huir.
Empezamos el triste diálogo y protocolo que debería conducir a mi despedida y ella, nuevamente, suplicó usando todas sus estratagemas: me recordó lo mucho que nuestros amigos nos extrañarían, que lo pensara mas detenidamente, que me esperara pero, esta vez…, no hubo flaquezas, a pesar de sus protestas y súplicas, de sus lamentos y advertencias continué. Con temblorosa mano, hice lo que tenía que hacer, lo que era necesario llevar a cabo para extirparla de mi vida para siempre…
La maté, si... finalmente la mate y esto me consumió hasta caer rendido con una sensación de profundo vacío experimentando, como por anticipado, los latigazos de soledad y abandono, de culpabilidad y miedo que vendrían el día siguientes como consecuencia de haberlo hecho, no vendría más.
En la cama que tantas veces nos arropara cansados de explorarnos, dormí intranquilo pero, de alguna manera, satisfecho, ya que, a la mañana siguiente no estaría ella ya más en mi vida.
Había matado mi cuenta de Facebook… para no abrirla nunca mas.

Alejandro Castañeda

César Nigra
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:17:45 pm
Una mujer en la ventana


Llevó la reposera al balcón, sentándose junto a la pava y el mate. Le agradaba oír el tránsito a lo lejos, quizá como una forma de cerciorarse que lo había dejado atrás, mientras se perdía en los laberintos y bestiarios de Kafka, en las cóncavas simetrías de Joyce o en las cimarronas aldeas de Faulkner. A veces condescendía a la nostalgia y revisitaba  la isla de Mompracem, donde tras cada matorral acechaban los colmillos ávidos y la piel rayada. Sólo era constante el áspero sabor del mate, que evocaba jaguares, bandeirantes y anacondas: un mundo inocente, anterior a las cotidianas torres de cemento. 
    Pero esta vez algo era distinto. Lo sentía en los poros de la piel. Pensó en el calor del inminente verano, en las mariposas que buscaban las flores de los balcones, en el tránsito un poco más aullante que lo habitual, en la silenciosa caricia de los años sobre su cuerpo. Tras un momento, comprendió. Lo estaban mirando. Era una mujer en una ventana del edificio de enfrente. La distancia desdibujaba sus rasgos pero no impedía discernir que eran bellos. Usaba un vestido blanco, también borroso en el turbio aire de la ciudad.
    No dejó de verla en las tardes que siguieron. Silenciosa y pálida. Siempre acodada en su ventana. Con algo que parecía una sonrisa, con algo que al cabo de los días deseó que fuera una sonrisa. Estaba allí cada vez que salía al balcón, cada vez que alzaba los ojos de la página, cada vez que espiaba desde la cortina entornada antes de acostarse, cada vez que el insomnio (ahora frecuente) mordía sus párpados. Evidentemente, la mujer disponía de tiempo libre. Se divirtió elaborando conjeturas.
    La continua mirada y la continua sonrisa podrían haber sido inquietantes. Pero algo en su interior le decía que no debía preocuparse. La mujer se había convertido en una presencia cotidiana, en una compañía a la vez cercana y remota, en algo tan íntimo como la soledad. El difuminado vestido blanco poblaba sus sueños. También el cuerpo que latía debajo.

Estaba sentado en el balcón, con un libro que había intentado leer sin pasar de las primeras líneas. Cerró las páginas y los ojos. Había pensado mucho en aquel momento. Miró a su lado el mate, con su regusto a lejanas tierras donde habitaba la aventura. Derribando su temor, sus muros, sus horas vacías, la saludó como un viajero que desde la cubierta del barco divisa a su esposa esperándolo en el puerto. Ella respondió el gesto, con la misma sonrisa.           

Tocó el timbre, aún trémulo. Se sentía habitante de un mundo irreal, similar al anterior pero con la diferencia de que cada instante resplandecía. Tras el breve ruido de una llave, se encontró frente a la mirada que había transformado su soledad en un simple recuerdo.
    -Vivo enfrente. Te veo siempre desde mi ventana -dijo tras un silencio que curiosamente no fue incómodo.
    -Te esperaba -fue la respuesta.

Hablaron mucho tiempo, sentados al lado de aquella ventana que parecía siempre abierta. Empezaron con naderías, hasta el punto de condescender al estado del clima, pero un extraño impulso los hizo olvidar los ritos y reservas sociales. Gradualmente, cada uno fue descubriendo la historia del otro. Se contaron sus instantes y sus sueños, como si sus vidas sólo hubieran existido para desembocar en el río de ese diálogo. Cada tanto, un silencio los hacía contemplarse.
    Nunca había conocido una mujer como ella. Al menos no recordaba haberlo hecho, lo que era lo mismo. Cada tanto cerraba los ojos mientras la cálida voz fluía a su alrededor, como los juegos de los efímeros pájaros en el cielo de verano. Aún en el laberinto de estar viviendo algo nuevo, no sentía desasosiego. Como si hubiera encontrado algo que, sin saberlo, había buscado largamente. 
    Casi no se dieron cuenta de que la habitación había quedado a oscuras. Ella encendió la luz y poco después volvió con dos tazas.
    -Es té de flores. De niña pasaba los domingos con mi abuela, que había sido criada en el campo. Sabía mucho de hierbas, de yuyos raros. Me enseñaba recetas que había inventado y que nunca encontré en otro sitio. El té que estás tomando está hecho con pétalos de nardo, de margarita, de violeta y de cedrón, machacados en un mortero con gotas de jugo de uva. Eso sí, hay que cortar las flores en el crepúsculo: si no, pierden el sabor. De haber nacido en la Edad Media, mi abuela hubiera sido bruja.
    -¿Cumpliste ese último detalle?
    -Tengo -o tenía- la costumbre de ir a un prado de las afueras que han perdonado el pavimento y los albañiles. Esperaba al lucero. Sólo entonces tomaba las flores.
    Él fue comprendiendo que las preguntas ¿por qué me observas?, ¿por qué me elegiste?, ¿no te cansa mirarme?, que en un principio había deseado hacer, no eran importantes.

Había aprendido a cocinar al dejar la casa de sus padres, pero nunca trascendió la estricta supervivencia. Recordaba su desconcierto ante el olor a quemado de su primer bife o la leche derramada. Por eso, preparar juntos la cena tenía algo de iniciación en un mundo nuevo y desconocido.
    -Siempre me gustaron las cocinas -dijo ella, mientras picaba un ramo de cilantro-. No sólo porque soy friolenta y, como los gatos, busco los lugares cálidos. El acto de comer es tan básico que le damos poca atención. Comemos para alimentarnos y no para disfrutar o experimentar sensaciones nuevas. Pero desde hace cierto tiempo he aprendido a apreciar cada momento de la vida. A no dejar que los instantes se marchiten. A no recorrerlos en piloto automático. Quizá aprendí demasiado tarde. Probá esto.
    El sabor era raro, como una mezcla de nuez, jengibre y tomate. Cuando supo que efectivamente eran nueces picadas, jengibre y tomates, se sintió muy orgulloso.
   
Parecía una mujer común. Pero cada una de sus palabras y cada uno de sus gestos traslucía un interior sumamente complejo. Quizá la buscada sencillez era intencional, para que la entrada a ese mundo no resultara abrupta a su visitante. Mientras los ruidos del exterior se apagaban a medida que los conductores volvían a sus hogares, descubrieron su compartido amor por la delicada poesía de la dinastía Tang, por los cuartetos de cuerda de Bartok, por las curvas de Praxíteles y por la barroca prosa de Marcel Schwob. Mientras las mariposas nocturnas danzaban frente a la ventana, sus voces relataron el páramo de recorrer instantes huecos sólo para caer en abismos de instantes aún más huecos y las ocasionales ofrendas de la vida (algunas tan simples como el recuerdo de una sonrisa o la visión fugaz de un arco iris entre los edificios) en ocasiones en que todo parecía carecer de sentido. Mientras la luna amarilla y desaforada se hundía en un caldo de nubes, ella relató noches similares de una época en que quizá aún era niña, danzando entre árboles carcomidos por la hiedra y susurros de luciérnagas, entre gigantes de musgo que alguna vez fueron menhires y cipreses que parecían manar oscuridad, entre voces de duendes en la niebla y lejanos aullidos de lobos.

Se despidieron con un beso en la mejilla. Con paso increíblemente no tembloroso, volvió a su departamento. De alguna forma, pensó, se habían amado toda la noche. Porque hacer el amor no es sólo el vértigo de los cuerpos. Es el saludo inicial, las sonrisas, los silencios, el juego de las miradas, la travesía por los sabores de la cena, el sinuoso río del diálogo, lleno con recodos y con afluentes inexplorados. El leve dolor de la momentánea despedida.

El ritual continuó los días siguientes. Los diálogos eran más espaciados, más enjoyados de silencios. Pronto dejaron de compartir sólo palabras y se entregaron a su mutua calidez.

Era una tarde calurosa. Salió al balcón para saludarla. Lo sorprendió no verla en la ventana, con su sonrisa y su vestido color humo. Pensó, con extrañeza, que le costaba recordar sus rasgos. Era como si se hubieran desdibujado, a pesar de haberlos contemplado tantas veces. Con esfuerzo, recuperó la imagen de una mujer joven, con cabello oscuro que no llegaba a los hombros, con rostro pálido y levemente ojeroso, con una sonrisa que ocultaba un dejo de melancolía.
    En el umbral de la noche no pudo tolerar la espera. Tocó varias veces el timbre, sin respuesta. Regresó algo después, con el mismo resultado. Las luces estaban apagadas. Se quedó parado frente a la puerta. Le resultaba insoportable la idea de volver a pasar una noche en soledad, lejos de la persona que, por primera vez, había llenado sus instantes.
    -¿Qué busca? -preguntó una anciana desde la puerta entornada de otro departamento.
    -Busco a la mujer que vive aquí. No está. Le dejaré una nota.
    -Allí no vive nadie. Se ha confundido de número.
    -Ayer estuve aquí.
    -Le repito que se ha confundido. Allí vivía una joven llamada Laura, que murió hace dos años. Ese departamento está cerrado desde entonces. Mire de vuelta la dirección, seguro que busca otro piso.

Recabó información mediante charlas con vecinos y consultas a los periódicos de la biblioteca local. La mujer se llamaba Laura Santoval, tenía 33 años y era profesora de matemáticas. Eran datos que ya poseía por haber dialogado con ella, pero algo en su interior lo impulsaba a constatarlos de manera casi obsesiva. Ansiaba estar equivocado, ansiaba que todo fuera un error y que la mujer que había conocido, a la que sentía más íntima que la sangre en sus venas, no estuviera muerta. Una foto de un diario, de poco más de dos años atrás, acabó con sus dudas y sus esperanzas. Era Laura. La reconoció aunque en la ya amarillenta página los rasgos no eran borrosos.
    La nota también especificaba las circunstancias de la muerte, pero prefirió no recorrer esos párrafos.

Por ello (pensó) aquel fervor cuando hablaba de vivir y disfrutar cada instante. Por ello aquel fervor cuando hablaba de los sabores, de los perfumes, del vértigo de las sensaciones.

Tras varios días, volvió a verla en la ventana de enfrente. Trémulo, con la garganta seca, la saludó como la primera vez. Ella respondió el saludo, con su sonrisa macerada de melancolía y su vestido que quizá no era color humo, sino algo que parecía niebla.
    Poco después, tocaba el timbre de su departamento. Nadie abrió.     

No volvió a perder tiempo visitando la cerrada puerta: era preferible emplearlo en contemplarla. Aparecía cada vez con menos frecuencia. Su silueta era más difusa, sus rasgos más borrosos. Quizá, supuso, se estuviera debilitando. Quizá los fantasmas sólo dispusieran de algunos encuentros con los vivos.
    Laura lo había elegido para compartir esas escasas apariciones. Lo había considerado digno de poblar sus instantes, que se le escurrían como arena entre los dedos. ¿Cómo abandonar a una mujer que había dado por él todo lo que tenía?
    Sonrió a la deshilachada, casi invisible figura. Había comprendido que la única manera de no perderla era compartir su destino. Miró hacia abajo. La calle y los indiferentes transeúntes. Con lentitud exenta de temor (quería saborear incluso ese instante, cosa que había aprendido de ella) se encaramó al marco de la ventana. El asfalto podía ser duro y cruel para los demás; para él, era una puerta.

Carlos
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:20:36 pm
EL INTERCAMBIO


Las montañas de las afueras de la ciudad de Peakville resultan bastante hermosas iluminadas con ese fuego que desciende de las estrella en las noches abiertas. Si te sitúas justo en el puerto cerca de los muelles donde atracan los pesqueros podrás contemplar una vista sobrecogedora de los bosques y su atrayente luz de tonos violetas y rojos.
La gente se pregunta por qué con el imparable avance del hombre y su afán por poblar cada rincón con edificios y casas unifamiliares para todos aquellos que viven el apogeo de la sangrienta victoria en Europa y Japón, las montañas siguen intactas ante la presencia de nuestra especie.
Esa respuesta quizás no la tengan los más jóvenes soldados que vuelven a casa, pero sí sus padres y abuelos que caminaron por estas tierras mucho antes de colocar la primera piedra. Y si no, pregunten, pregunten por qué los montes de Peakville están considerados terroríficamente mágicos, atrayentes, misteriosos, exóticos e inquietantes.

En la solitaria ladera del bosque un sonido constante y molesto de un pico clavándose en la húmeda tierra, choca contra las piedras del suelo. Un hombre joven, de unos treinta y cinco años de edad, bien vestido, con chaqueta y camisa blanca, zapatos de ejecutivo y pantalones oscuros, cava sin cesar en un agujero que le llega por la mitad de la espinilla. Su ritmo es constante, casi sin jadear, y con la vista clavada con nulo pestañeo en su trabajo. Su rictus es serio, inexpresivo.
Sin producir ruido alguno, otro sujeto, de la misma edad que el excavador, se acerca con paso lento a escasos metros de su espalda. Éste viste de sport, con ropa cómoda y una pequeña mochila.
Su aspecto es algo cadavérico, alto y delgado, con brazos largos y piernas flacas, pero con rasgos finos en el rostro y mirada profunda. Resulta extraño caminar por una ruta de senderismo y toparse con un tipo que parece sacado de la mismísima quinta avenida de Nueva York, manchado de tierra y con las manos desolladas.
–Buenas tardes, caballero –saluda el montañero–. Perdone mi intromisión pero… ¿qué está haciendo?
El excavador, sin girarse, y de un soplido casi robótico, escupe una respuesta inexpresiva.
–Cavo.
El caminante sonríe ante la obviedad de la respuesta y vuelve a incidir en el detalle de lo extraño que resulta la situación.
–Claro… verá es que paseo mucho por aquí y nunca había visto a nadie hacer lo que está haciendo.  ¿Necesita ayuda?
–No.
–¿Y por qué cava? ¿Está buscando algo?
–Diamantes.
El comportamiento de ese personaje despierta el interés del excursionista que posa su mochila en el suelo y se acerca disimuladamente hacia el agujero.
–Diamantes… ¿y porqué hay diamantes aquí?
–El papel –responde el excavador señalando a su derecha un pedazo amarillento y con la textura de un papiro tirado en el suelo.
Con reparo, mirando al hombre del agujero para cerciorarse que puede tomar el misterioso papel de su lado, alarga el brazo ante la pasividad de su interlocutor y lo toma con sumo cuidado. El garabato es ilegible y el estado del papiro deplorable.
–¿Cuánto tiempo lleva aquí?
–Tres días.
–¿Tres días? –replica asombrado– Parece que no ha dormido mucho.
–No puedo. No me deja.
Ante la nueva información, el rostro del excursionista cambia radicalmente. Parece que una segunda persona anda tras la curiosa situación. El visitante otea a su alrededor buscando una mujer que se encuentre en ese instante analizando lo que sucede. De repente se siente observado y desnudo, como si dos gigantescos ojos escudriñaran su alma desde lo alto de los eucaliptos y pinos.
–¿Quién no le deja? –pregunta inquieto.
–Ella.
–¿Y ella es?
–Una mujer. Me dice que cave aquí. Está repleto de diamantes. Voy a encontrarlos.
El hombre se acerca un par de pasos hacia el excavador. Trata de mirar por encima del hombro qué hay en el hoyo pero la espalda del extraño le tapa la vista. El suelo, mojado y resbaladizo, no le permite guardar el equilibro de puntillas.
Hastiado por la falta de información, decide cambiar de estrategia y saca un sandwich y una botella de agua de la mochila. Al excursionista le enerva de sobremanera la actitud tan pasiva y mecánica de ese hombre vestido con un elegante traje que pierde su tiempo buscando diamantes en un bosque baldío y sabe que la única forma de asomarse a ese hoyo es entreteniendo al excavador ofreciéndole un descanso.
–¿Conoce la leyenda de las dríades? –pregunta el excursionista mientras le ofrece alimento a su compañero.
–No tengo hambre.
Con una mueca de enfado, le propina un violento mordisco al sandwich. Se percata entonces de un siniestro detalle que hasta el momento había pasado desapercibido para él.  Un sinfín de hoyos tapados a lo largo de la ladera se alinean junto al camino. Algunos recientes por la tierra revuelta, otros con musgo y hierba e incluso raíces de árboles cercanos indicando la antigüedad de los mismos.
–Dios mío. ¿Ha hecho usted todos esos agujeros?
–No. Ya estaban ahí cuando llegué. Este es el mío.
Misterio resuelto. La mente de aquel hombre le resulta impenetrable. El excursionista observa por última vez la innumerable cantidad de agujeros, similares a los que dibujan los morteros en la guerra, y se centra en su comida mientras se recuesta en la hierba mirando al cielo. Un cielo tristemente encapotado con nubes grises y una inminente amenaza de lluvia.
–Pues como le decía, las dríades son seres que viven en los árboles. Poseen la forma de hermosas mujeres y se encargan de dar vida a los bosques. Dicen que guardan los tesoros que hay escondidos y que solo los regalan mediante un intercambio con el aventurero. Bonito, ¿verdad?
–Es solo un cuento.
–Supongo. La verdad, llevo muchos años paseando por aquí y nunca he visto una. Y dígame, ¿espera encontrar muchos diamantes?
En ese instante, el excavador se detiene. No mueve ni un solo músculo a excepción del rostro de asombro y terror que se dibuja en su cara. La tierra que cavaba ha cedido bajo sus pies hundiéndose en un hoyo más grande. Los dos hombres se agachan tímidamente mirando por el agujero, pero la absoluta oscuridad le impide ver más allá de un par de metros.
En el espectral silencio del bosque, solo aderezado con el viento que se aproxima amenazante con volcar toda la lluvia sobre ellos, el frío se cuela por el espinazo de ambos mientras un fino y agudo silbido parece asomar desde el fondo de la tierra.  Al principio imperceptible, pero conforme pasan los segundos trepa por las húmedas paredes de barro provenientes de las entrañas de la ladera.
–¿Oye eso? –pregunta el excavador mostrando una excitación impropia de lo visto hasta ese instante en él– Es el mismo que en mis sueños.
–Será una corriente de aire.
El excavador distingue algo brillante entre la tierra. Mete la mano y la remueve con ahínco. Con una mueca de sorpresa y la boca abierta, saca una piedra preciosa del tamaño de un guisante. Es puro y fino. La poca luz que se filtra por la niebla del bosque atraviesa el diamante en bruto con delicadeza y exotismo.
De repente, un brazo asoma por la tierra. El excavador da un salto aterrorizado. El torso de una criatura comienza a salir por el agujero. Parece vestir ropas deshilachadas, su piel es blanca como la tiza y el cabello de tonos negros y púrpura. Asombrado, reconoce la figura de una bella mujer.
Temblando aún por el susto, ve cómo su acompañante, sin vacilar, le toma la mano a “eso” y la ayuda a salir agarrándola con fuerza y cubriéndola con su cazadora.
–Habéis tardado mucho– interviene con tos seca la mujer.
–Ya estás fuera, querida– le responde el excursionista con gesto tierno.
El bello pero esquelético ser nacido de la tierra observa con una sonrisa desdeñosa la infinidad de hoyos tapados que serpentean junto al camino de la ruta de senderismo.
–Somos muchos– añade con pasión.
–Y aún quedamos más. ¿Ves, amigo? A veces hay que hacer caso a las leyendas.
La extraña mujer se acerca hasta el excavador y le posa la mano en el pelo, acariciándole el rostro con una suavidad mortuoria y una mirada penetrante tan brillante que supera al propio diamante rescatado del fango.
–¿Y tú? ¿Eres el hombre de mis sueños?
Sin vacilar, le golpea con el pico en la cabeza y lo derriba. Los ojos se tornan oscuridad por el desmayo y cae desplomado al suelo.
Tras unos minutos, el excursionista, en compañía de la mujer, vierte la última palada en un agujero de dos metros de profundidad y lo golpean para asentar la tierra.
–Ya está hecho el intercambio.

A la semana siguiente, la policía de Peakville dio por imposible la búsqueda de John Wade, un importante hombre de negocios que había vuelto de Nueva York para asistir al entierro de su madre.
A John Wade siempre se le consideró un triunfador en su ciudad natal. Joven y emprendedor, logró incorporarse al vasto mundo de los negocios y en la capital mundial de las finanzas tras la Segunda Guerra Mundial.  Ahora, y tras haber invertido en el emergente mercado de los diamantes, se disponía a enviar una flota mercante a África para abrir fronteras de explotación mineras.

Mientras, en la solitaria ladera de un bosque vuelve a oírse un sonido constante y molesto de un pico clavándose en la húmeda tierra, que choca contra las piedras del suelo. Un hombre joven, de unos treinta y cinco años de edad, bien vestido, con chaqueta y camisa blanca, zapatos oscuros de ejecutivo y pantalones de diseño, cava sin cesar en un agujero que le llega por la mitad de la espinilla.
Un excursionista , de la misma edad que el excavador, se acerca con paso lento a escasos metros de su espalda. Éste viste de sport, con ropa cómoda y una pequeña mochila. Su aspecto resulta cadavérico, alto y delgado, con brazos largos y piernas flacas.
–Buenas tardes, caballero. Perdone mi intromisión pero… ¿qué está haciendo?

J.A. RAMÍREZ
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:22:46 pm
Ciega, sorda y muda


Acecha la noche. El día, moribundo, agoniza en el firmamento derramando sus últimos rayos de luz sobre un vasto aparcamiento sito en las afueras de la ciudad. Pocos coches en él. Personas, a primera vista, sólo una; un hombre, mayor, grueso, dirigiéndose, es de suponer, a su vehículo. La noche se despeña cielo abajo oscureciéndolo todo a su paso, cuando el hombre, apenas una mancha borrosa en la distancia, se detiene, se cambia la chaqueta de brazo y desliza su gran manaza dentro del cobrizo maletín que porta. Extrae al cabo una suerte de objeto metálico y, tras dejar pasar unos inquietantes segundos, toda vez que se ha quedado petrificado en mitad de una de las arterias que proporcionan acceso hasta las plazas de aparcamiento, aunque a decir verdad es poco probable que pueda sufrir un atropello a esas horas, conduce sus pasos hasta uno de los escasos vehículos que todavía aguardan a su dueño. Abierta la puerta del coche, voltea la cabeza a un lado y a otro impelida por la entrenada desconfianza que aconseja cada uno de sus movimientos, arroja sus enseres personales al asiento del acompañante, deshabitado, y, afianzado en el lateral interior de la puerta así como en el frío techo, se catapulta y deja caer su orondo y pesado cuerpo en el asiento del conductor dejando escapar un largo gemido de cansancio. «Ya no estoy para estos trotes», se queja el juez. Cuando se dispone a cerrar la puerta del coche, sus artríticas rodillas, pegadas casi al volante, le suplican encarecidamente que eche el asiento para atrás, y así lo hace, complaciéndolas. Es tarde y está cansado, pero así es su absorbente trabajo, siempre acabando a las tantas. Antes de despertar a la poderosa bestia que dormita entre sus manos, un flamante deportivo último modelo, se remueve el juez en el angosto habitáculo con la certeza de un error manifiesto; «me tendría que haber decidido por el todoterreno, ciertamente me pega más, mucho más», piensa, y no se equivoca, pues su robusto talle apenas si cabe en un vehículo que casi parece de juguete. Y eso por no hablar que el otro, el todoterreno iba mucho más acorde con él, más en consonancia con las seis décadas que acumula en los pliegues de sus amplias carnes. En fin, los argumentos de conveniencia y comodidad esgrimidos en su momento fueron rigurosamente desestimados por una arbitraria vanidad que, finalmente, se decantó por el espectacular deportivo.
   Ofrece el inmenso aparcamiento erigido en las afueras de la ciudad, una cuadrangular superficie, la cual, siendo tarde como es, se encuentra prácticamente deshabitada, una visión inhóspita y lúgubre: la noche ya prácticamente se ha cerrado sobre la ciudad. Un aparcamiento que, horas antes y a lo largo del día, se hallaba teñido de luz y color  con un bullicio y un tránsito digno de una capital como la valenciana, se encuentra ahora sumido en la más absoluta negrura.
   Lleva a cabo el vanidoso juez, lentamente, la maniobra de encendido del vehículo, espolea suavemente el acelerador, haciendo relinchar cada uno de los caballos de potencia, localiza con su gran manaza los botones de las ventanillas, tanto la suya como la del copiloto, y los pulsa. Una brisa dulce y agradable se interna en el vehículo por su flanco y surge por el opuesto llevándose consigo los minúsculos puntitos de sudor que perlaban la arrugada frente del juez. Se coloca a continuación el cinturón de seguridad, se mesa la poblada barba que decora su rostro e, inclinándose ligeramente hacia delante, el cinturón de seguridad, celoso, le acompaña en su recorrido, dirige sus veteranos ojos al cielo, quedándose unos segundos absorto observando la solitaria luna. Por su parte el sol, concluida su jornada, ya goza de su merecido descanso más allá del horizonte, su morada. Retira el hombre sus ojos del firmamento y, justo cuando se prepara para abandonar el aparcamiento, dando así por concluida la jornada laboral, al igual que el dorado astro, escucha, de improviso, cómo le exigen con tono amenazador que abandone el vehículo.

—   ¡¿Qué ocurre?! –reclama  el  juez,  alarmado,  girando  la  cabeza  hacia el lugar
de donde, cree él, provienen los gritos.
—   ¡Salga ahora mismo del coche! –le  ordena  con  grandes  aspavientos  y  de  muy
malas formas un individuo, parado junto a la puerta del conductor y claramente extenuado después de, parece ser, venir a la carrera.
—   Eso  no  va a ser posible –contesta,  con  suma  normalidad,  el  juez.
   Extrañado  por  la  respuesta,  el  individuo  se  aproxima  a  la  ventanilla,  introduce
parte de su cuerpo a su través, agarra de la solapa a la persona que allí descansa y, con evidentes signos de enfado, pega su boca al oído del otro al tiempo que brama:
—   ¡Está sordo o qué! ¡Salga le he dicho! ¡Salga o no respondo!
—   ¡Quíteme de inmediato sus manos de encima! –conmina el juez–. Soy juez –
añade–, Decano y Magistrado del Tribunal Superior de Justicia Valenciano, y esto, señor mío, que lo sepa, refiere un claro conato de agresión por su parte que de no desistir puede costarle muy, pero que muy caro.
   El individuo, abrumado  por  la  contundencia  dialéctica  del  juez,  unido  al  hecho
mismo de que tal sea su profesión, afloja el agarre y, dubitativo, retira las zarpas del hombre.
   El juez, aparentemente tranquilo, firme y para nada asustado, trae a memoria uno de los casos que, precisamente, han tenido lugar en el día de hoy en sus juzgados, a saber: un intento de sustracción de vehículo. Qué casualidad. Ducho en tales lides sabe perfectamente, por tanto, cómo actuar en situaciones como esta. Su dilatada carrera de alguna forma le ha instruido a la hora de tener que enfrentarse a determinadas situaciones que entrañen cierto peligro sin dejarse vencer por los nervios. Zorro viejo parece manejar sin problema la compleja situación que tiene entre manos.

—   Pero… –comienza el individuo, antes de ser detenido por el juez, que permanece
en el interior del coche sin sugerir la más mínima intención de abdicar ante aquel maleducado sujeto. Faltaría más.
—   Pero… nada. Sólo hago uso de  mis  plenos  derechos  legítimos,  ¿entiende?,
pues sepa que los está violando abiertamente al irrumpir de semejante forma, gritando como un lunático y arrojándose sobre mi persona con intenciones nada civilizadas. Si vuelve a ponerme una mano encima no me temblará el pulso a la hora de llamar a la policía, puede usted estar seguro. He incluso me faculta la ley para devolverle la agresión, y no por mi condición de juez, no se llame a engaño, sino por mi condición de ciudadano acometido por un salvaje. ¿Ha oído usted hablar de algo llamado legítima defensa? Usted no puede en modo alguno agredirme, pero qué se ha creído, únicamente posee potestad para, de un modo amable, desprovisto del más mínimo tono hostil, solicitarme que descienda del vehículo y le haga entrega de él, nada más. ¿Ha entendido usted lo que le acabo de decir? –inquiere el juez, enarbolando leyes y principios constitucionales con acostumbrado tono de superioridad.
   El individuo se ha quedado de piedra. Su rostro refleja tal brillo de perplejidad que en lugar de proseguir con su abordaje, o bien desistir en su empeño y poner pies en polvorosa, permanece quieto y callado. Completamente atónito, no es capaz de pronunciar palabra alguna: desde luego no se esperaba semejante proceder por parte de aquel extraño hombre; con aquella voz, tan grave y seria, cargada de tal cuota de autoridad.
—   Bien pues –culmina el juez, sin titubear lo más mínimo; pues emplea la palabra,
su herramienta, como un carpintero el martillo–, si no requiere de mí otra cosa…
   Dicho  esto,  se  aleja  con  el  deportivo  bajo  la  estupefacta  mirada  del individuo,
que, tras aletear el aire para espantar la nube de humo que se ha formado delante de él, observa, con el rabillo del ojo, cómo se acerca una mujer de mediana edad y se detiene en el todoterreno aparcado a pocas plazas del hueco antes ocupado por el deportivo.
—   ¿Le ocurre algo? –pregunta  la  mujer, tras apreciar el rictus descompuesto del
hombre.
—   Eeeh…
—   ¿Digo que si le ocurre algo? –pregunta de nuevo la mujer, con sincero interés.
—   Eeeh,  sí –responde  el  hombre,  medio  en  shock,  al  cabo  de  unos  segundos,
negando con la cabeza y procurando en la medida de lo posible centrarse y digerir lo ocurrido.
Entonces,  girándose  hacia  la  mujer,  la  cual  espera  algún  tipo  de respuesta por
parte de aquel hombre que parece como si hubiera visto un fantasma o algo parecido, traga saliva y le contesta:
—   Ocurre que me acaban de robar el coche ahora mismo, delante de mis narices.

Fire
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:24:05 pm
A  LA  LUZ  DE  UN FAROL


1
   Con la cabeza agachada y la angustia en el cuerpo, sale Rafael de la entrevista con su editor, se ha negado a publicar la novela escrita por él. Se la tenía que haber entregado hace seis meses. Reconoce que no tiene la calidad suficiente para ser editada con posibilidades de éxito. Le ha dado un ultimátum, si en un plazo de dos meses no le lleva una nueva novela como las anteriores, deberá devolverle el anticipo que le dio.
Al acabar la carrera de Filosofía y Letras, con unas notas excelentes, consiguió que le admitieran en un periódico como colaborador semanal. Poco después terminó una novela de ficción que fue publicada con gran éxito. Esto le auguraba una brillante carrera como escritor, que le permitiría dar a su madre, todo lo que le había faltado después de la muerte de su padre. El accidente laboral que se lo llevó, ocurrió cuando Rafael tenía cinco años, dejándoles en la mayor de las miserias. Siguieron años de esfuerzos continuos por parte de su madre, para que él estudiara en la Universidad.
 El destino es cruel con los menos favorecidos. Cuando podía darle una vejez tranquila y feliz, su vida se agotó como una lamparilla. A partir de su muerte Rafael ya no es el mismo, la depresión no le permite escribir con claridad; esto le ha supuesto perder su trabajo en el periódico, y como ya hemos visto un ultimátum  por parte del editor. Ahora  no es capaz de centrarse en la escritura, que es la pasión de su vida. El destino a veces nos da salidas.
Una mañana como tantas otras, Rafael está sentado en un banco del parque próximo a su domicilio; absorto en la lectura del libro que tiene en sus manos, siente sin ver a  otro joven que se sienta a su lado. No hace caso de su presencia pero oye su pregunta —¿Tienes un cigarrillo? Se vuelve hacia él y  le ofrece tabaco y mechero. Después de encenderlo, el intruso le sigue hablando con voz quebrada; en principio no le hace caso, pero le oye decir la palabra “depresión”; al oírla presta atención al desconocido, observa su aspecto descuidado pero no sucio, en el que destaca su barba rubia; su nombre es Diego Martínez. Éste le cuenta que está solo, como tantos otros a los que la vida ha golpeado negándoles todo, sin un presente, ni un futuro. Le dice que está dispuesto a irse de la ciudad, que le agobia y le deprime.
Los encuentros en el parque entre los ya amigos, se repiten con asiduidad. Hablan de sus trabajos perdidos y como llegaron a la situación actual. Un desengaño amoroso llevó a Diego a caer en las garras del alcoholismo, por él perdió su trabajo de informático. Rafael le cuenta que la perdida de su madre, ha sido el detonante de su depresión. En sus encuentros terminan siempre hablando de la posibilidad de abandonar la gran ciudad, que les agobia y deprime, es una decisión difícil de tomar, por eso la van posponiendo. El casero del piso de alquiler donde vive Rafael, le ha dado una semana para que le pague los alquileres de los cuatro meses que le debe.

2
Huyendo de la gran ciudad, Rafael y Diego han decidido ir a un pueblo abandonado de la provincia de Guadalajara, donde unos cuantos jóvenes como ellos están dedicados a restaurar sus viejas casas, y trabajar los campos y las huertas abandonadas. De esta forma  subsisten, están en contacto con la naturaleza y entre amigos de verdad; tienen la vida que les gusta.
El autobús les deja al lado de un camino de tierra, por él se dirigen hacia el pueblo abandonado.
— ¿Crees que subsistiremos con el poco dinero que tenemos en los bolsillos? —pregunta Rafael a su amigo.
—No te preocupes allí no vale el dinero; todo está valorado en horas de trabajo.
—En mi vida he trabajado con las manos —insiste el muchacho.
—Allí cada uno trabaja en lo que sabe o puede. Al principio te costará, pero pronto tendrás callos en las manos —con estas palabras Diego trata de tranquilizarlo.
Al llegar son bien recibidos por los ocupantes del pueblo, todas las manos son pocas para conseguir rehabilitar el pueblo y las huertas. En pocos días les consideran con los mismos derechos y deberes que los demás. El trabajo que le han encargado a Rafael, es sacar agua del pozo y llenar el deposito que tienen en lo más alto del pueblo, para el consumo de todos. Llega por las noches tan cansado a la habitación que le han asignado, que sólo es capaz de comer algo de fruta y quedarse dormido en el catre, sin poder escribir una sola línea, aunque su deseo es empezar una novela que pueda presentar a su editor, el cansancio le puede.
Al cabo de un mes, a la luz de un farol, Rafael vuelve a intentar escribir, tan solo consigue plasmar en el folio unas pocas líneas que no le satisfacen, lo arruga y lo tira con rabia al suelo. No encuentra el tema que le permita iniciar su novela. Se levanta de la silla y comienza a dar paseos alrededor de la habitación, esperando que las ideas acudan a su cabeza. Termina por acostarse en el catre quedando dormido rodeado de folios arrugados.
A la mañana siguiente, al salir de la casa le recibe un día radiante, ha decidido disfrutar de la vida que lleva en estos momentos, rodeado de naturaleza y amigos. Seguro que la depresión desaparecerá poco a poco, y será capaz de escribir a la luz del farol la novela que desea, permitiéndole consolidar su pasión por la escritura. El recuerdo de su madre será algo dulce que le durará toda su vida.

MIGUEL ALBALATE
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:28:05 pm
DE UNA CANCIÓN CON ESTRIBILLO


…cañón y muerte. Terror. Terroríficas son las diapositivas que un cañón vaporoso arroja contra el típico panel blanco de proyecciones. El empalamiento de la señora alcaldesa. Después de conflagrar el espetón vemos en sucesión de imágenes como la pobre (aunque se le puede llamar de otra forma) la pobre, la pobre alcaldesa es atravesada de orificio a orificio; su boca queda convertida en maceta, de donde nace una flor de intestinos púrpura. El alcalde (marido de la alcaldesa). “¡Qué poderoso el sol, cómo pega!”, y en ese justo momento, mientras sus ojos se derriten en lágrimas ante el rey incandescente, una maza cruel y bendita cae sorda sobre su cabeza… rayos de barriga, suave movimiento hacia abajo, sudorosas ya las corvas, sólo por la punta tocan las botas la tierra, grajos impasibles, segundo asalto, segundo mazazo, fin del combate… Ahora las salamandras se acercan a su festín, decenas de moscas juegan pícaras con los pegajosos sesos del alcalde, con el sustrato de la tierra, terrible, terrible, las salamandras serán cada vez más inteligentes. Diapositiva tras diapositiva, todos los vecinos caen bajo la mano del verdugo, pero no hay dolor, en paro está el sufrimiento, nadie se queja, el verdugo actúa a gusto de los reos. TRAIDORES.
       Esmirriado y con la cabeza sobre la mesa redonda, su camisa es atacada por una hiriente tinta azul de recambio. Se trata de un hombre dormido, sobre él pesa una responsabilidad: salvar al pequeño pueblo en el que vive de las garras de un leviatán llamado intereses económicos, apodado: señor alcalde. ¡Cuidado! ¡No nos acerquemos tanto! El hombre ha abierto los ojos… se limpia su macerada mejilla… mira la superficie de la mesa y comienza a jugar al tocado y hundido con su derecho dedo índice. Y piensa: “¡malditos bichos! ¿De dónde narices saldrán?…el verano. ¡Joder, hasta plagas me mandan!” En la carta, unas palabras que han herido hondamente a su orgullo, y en las que tiene débiles esperanzas:
       Estimadísimo don señor e ilustre alcalde – aparte y con odio: bastardo repelente-, a día de hoy clamo en favor de este pobre pueblo, para que su firme mano ponga fin a las obras previstas que de seguro encontrarán lugar mejor para construir. Somos pocas las familias que tenemos aquí nuestra humilde casa y estamos contentos por ello; aunque las amenazas hayan hecho de todos los vecinos un mar de dudas y luego presa fácil, todos devolverían su nuevo piso en la ciudad por regresar al campo que los vio crecer. Pero yo creo en su moralidad, confío en que no anteponga las fruiciones de su bolsillo, con perdón, al bienestar de las pocas mencionadas gentes que habitamos aquí. Afirmo que su corazón tan grande no podría dejar de recordarle que ha dado la infelicidad a unos pocos (con derecho a ser felices en su pedazo de tierra) para dar el capricho de un centro comercial a otros muchos foráneos sin derechos ni deberes aquí ¿Cuáles son sus prioridades, Ilustrísimo señor? “¡Qué birria de carta! Toda la noche para esto. Me voy a la cama, mañana lo intentaré de nuevo”, y sigue aplastando bichos con el dedo, lo que no sabe es que en breves volverá a babear sobre la mesa redonda…
      ¡Sssss!, algo se escucha. Una figura negra respira por encima de las hojas de una planta de interior. La mano de la figura queda extendida, intentado alcanzar el pomo de la puerta que comunica el ayuntamiento con la cocina, baños, salón, habitación de invitados y dormitorio de la alcaldía, donde alcalde y señora han retozado alegremente no hace mucho. Con suelas gruesas, nuestra figura cruza la frontera entre edificio municipal y dependencias privadas, anda rápido y con cuidado. El hombre de la negra figura entra en el salón y se detiene frente a un bonito cortinaje, y se dice: “esto me sirve de envoltorio para el caramelo, y de un tirón… allá que va”, hala, y con bastidor y todo que los arranca el tío. “Ruido, creo que he hecho demasiado ruido”. Y sí, efectivamente, ha hecho demasiado ruido, porque ya comienza a escuchar algunos movimientos inquietos (cosa de poco) que vienen de arriba, de la habitación a la que se accede por la escalera de madera que hay junto a la cocina, frente al salón. “Tendré que actuar antes de lo previsto”, y deja las cortinas en el suelo…silencio, silencio y calma ya. La luna sigue conjurando a favor y en contra, dejando traslucir bajo un picardía blanco los senos flácidos de la alcaldesa consorte. El filo de una navaja se posa firme sobre el rostro de la señora alcaldesa, la mujer hace amago de cambiar de postura: de boca arriba a de lado o a boca abajo… pero la mano enguantada de la figura negra agarra ambas mejillas impidiendo a la mujer su feliz cambio de postura, abriendo ésta los ojos de tal forma que la llamaran a jurar bandera. Pero antes de cualquier grito ensayado, la navaja se desliza segura y tajante sobre el cuello de la gran señora de pechos flácidos. A continuación, y ahora mismo, se escucha un ronquido nervioso que proviene de ahí, del tajo en la garganta. Tal es el sonido gutural “abierto”, que el hombre, de la mano enguantada de la negra figura y de la navaja firme, debe llevarse su mano libre a la boca, pues siente nauseas y unas ganas irremediables de vomitar la cena sobre el camisón de la señora moribunda. Los últimos estertores abaten a la pobre mujer desgaznatada, y su marido dado de vuelta a ella:
- Calla mujer, ya me lo dirás mañana, ¿no ves que es tarde?
Y fuera mujer, y senos y picardía… sólo un cuerpo rígido chorrea por los cuatro costados sangre sobre las sabanas bordadas. La navaja se acerca ahora, igualmente segura de sí, hacia el omoplato del señor alcalde… algo debajo del pantalón de rayas de la eminencia medio durmiente grita y afirma tener personalidad: la erección sólo se hace evidente bajo los invitados rayos de luna.
- Pero mujer ¿qué haces?
La punta de la navaja se posa sobre el cuello del pedáneo y este gimotea como un gato castrado.
- Tú lo has querido vampira… que eres una vampira, ¿no tienes hartura, no?
- No
Zás, navajazo. Y al fin el hombre de la negra y alegre (y no triste) figura se pronuncia:
- Te la trincho y te la enseño.
El hombre de negro enarbola el miembro del alcalde, dejando a la luna acariciarlo. El alcalde, casi desmayado, sucumbe a la vida con el non grato recuerdo de haber perdido su cruzada sin ser hombre hasta el final. Uno de los últimos pinchazos directo al bazo, y el definitivo: homenaje a su señora esposa, tajo en la garganta. Aún unos segundos más ha de vivir el alcalde, muy pocos, uno o dos segundos… ya, se terminó…
       Muy de mañana y contento se ha levantado el asesino, sin el peso de ningún cadáver, pues no lo hay. Qué amargo resulta el sabor de la venganza cuando se la cree albarán de justicia; sin embargo, la “seudovenganza” es perentoria y oportuna, el engrasador de esa maquinaria llamada sociedad, lo que está de moda en psicoterapia, tan des-estresante como un uppercut, y, bueno, mucho más barato que pagarle el dentista a tu adversario. En resumen: le ha dado a su carta los últimos retoques, correcciones ortográficas y una firma nerviosa abajo a la izquierda. Ya se dispone camino del buzón de la plaza. El cielo, azul intenso de tormenta, le da los buenos días. “Ranura anoréxica, aquí tienes, come, te lo pido, come y digiere rápido”. De vuelta a casa… ¡No puede ser!, se mira el centro de la barriga, una mancha, digamos roja, le advierte de que uno de sus poros o folículo ha sido abierto a la fuerza. Mira al frente, las bolas de demolición se preparan para la primera estocada. Groggy Se vuelve a mirar el centro de su barriga, la mancha ha desaparecido, casi la prefería. Ahora, tiene que aceptar que  su buena intención ha vencido a una casa “legalmente abandonada” y, por lo tanto, derruible. Knock out.

FRANZ K
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:29:23 pm
La realidad


Martes, 11 de Octubre. 8 de la mañana. Otro día cargado de incógnitas se abre delante de mis narices. ¿Seré capaz de hacerlo? Quizás no, quizás vuelva de nuevo a casa, sombrío, huraño, consciente de mi eterna cobardía.
Dejo correr el agua fría sobre el lavabo. No la toco, no quiero mojarme, no quiero despertar a mi fétida realidad, a esa realidad que me devuelve el espejo y que refleja lo que no soy, un simple, sencillo y triste ser humano.
Como cada mañana, vuelvo a sentir esas increíbles ganas de vomitar. Siento la bilis llegar a mi garganta, empujando por salir, y su sabor ocre y gastado me inunda por completo. Mi cuerpo se rebela. ¿Qué pasó ayer? Apenas recuerdo gran cosa, gente caminando hacia ningún sitio, risas vacías, gestos deformes, copas, whisky, alcohol…
Mi ropa huele a desecho, no recuerdo cuándo fue la última vez que me puse una camisa limpia, aunque, a decir verdad, tampoco recuerdo lo que hice ayer… Creo que ya va siendo hora de que tome una decisión.
Miro mis manos y veo que empiezan a temblar. Este temblor…, ¿seré capaz de hacerlo? Mi mente duda, mis manos tiemblan y, sin embargo, sé que tengo que hacerlo, lo sé….
Lo supe desde hace meses, desde el mismo momento en que me despidieron, cuando aquel cerdo y piojoso me llamó a su despacho y, entre sarcasmos, me dio la esperada noticia. “Le echaremos de menos…” Maldito cabrón…, 20 años en la empresa, 20 largos años sufriendo, tragándome mi dignidad y mi orgullo, guardándome las ganas de gritar, de sacudir tu feo rostro… “Le echaremos de menos”…, no te preocupes, pronto acabará todo…
Salgo a la calle y todo me da vueltas. “Hoy es el día”, lo sé. Siento que mis piernas se ponen en movimiento, autómatas, independientes, sabiendo qué rumbo tomar. Todo mi organismo funciona de forma autónoma, no depende de mí, no quiere que participe, la decisión está tomada…
La gente sigue su camino sin prestarme apenas atención, no soy nadie, sólo un ser invisible dentro de este laberinto. Mis manos siguen temblando, las encierro en los bolsillos, siento algo afilado en su interior, y mis labios resecos fuerzan una extraña mueca.



11.30 h. El primer whisky sirvió para calmar el temblor de mis manos, y ahora, después de otros 2 más, me siento tranquilo, muy tranquilo. Pensaba que el alcohol me infundiría el valor que me pudiera faltar cuando llegara el momento…, pero me siento bien, extrañamente bien, como si alguien dirigiera mis movimientos desde la distancia.
Quizás sólo sea un títere en todo este espectáculo, quizás alguien esté moviendo las cuerdas de mi vida. Desde luego, si fuese así, me gustaría conocer a ese alguien y decirle unas cuantas cositas… Es posible que incluso me cayese bien; sólo alguien con un fino sentido del humor y con una visión irónica de la vida podría estar dirigiendo mi destino.
¿Dios? Uff, más bien Lucifer, o al menos no ese Dios que me enseñaron en la escuela, ¿verdad, Sor Teresa? Un Dios justo, bondadoso, compasivo…, pues conmigo se ha lucido… O está probando nuevos martirios o es todo un cachondo… Mmmm, creo que el whisky está haciendo efecto…
Todavía tengo tiempo. Hasta dentro de media hora ese cabrón no vendrá a tomarse su café de media mañana, pero esta vez puede que le resulte un poco amargo… No, dejaré que se lo acabe, dejaré que lo saboree, que sea el último placer que tenga en este mundo, que se lleve su café al infierno y lo disfrute durante toda la eternidad.
Mi vida se ha ido a la *****, ya nada tiene sentido, lo sé, y no me importa. Tengo 47 años, un divorcio a mis espaldas, dos hijos a los que casi ni veo y a los que nada puedo ofrecer. Manos vacías, no hay futuro, no hay salida…, ¿para qué quiero vivir este maldito presente?
Y ese cabrón riéndose a mis espaldas. Jugando con mi vida a la ruleta rusa, echándome a la calle sin importarle una ***** lo que me pase… Pero pronto todo acabará, se hará justicia, al menos MI justicia…


Estoy sentado en una esquina del bar, de espaldas a la puerta. No le he visto entrar, pero siento su presencia. Mis manos han vuelto a temblar, parece que presienten lo que va a ocurrir, están nerviosas, activas…, los dedos repasan el borde afilado de la navaja…
-   Buenos días, D. José. ¿Lo de siempre?
-   Sí, Manolo, pero ponme la leche calentita, que hace un frío de muerte.
Su voz…, penetra en mis oídos, revuelve mi estómago…, de nuevo esas ganas de vomitar… Apuro de un trago el enésimo vaso de whisky y siento como su calor invade mis entrañas, mis manos se relajan, de repente el tiempo parece detenerse y vuelvo a ser el espectador privilegiado de una vida ajena.
Mis pies se ponen en movimiento, lentamente, sin prisas. Me aproximo a la barra del bar y me coloco a su lado, espalda contra espalda. No me ve, no le veo, pero cada poro de mi piel siente su viscosidad, su repugnante presencia.
Ha llegado el momento. Me giro y veo su espalda frente a mí. ¡Dios, qué asco…! Siento la bilis llegar hasta mis labios y hago un esfuerzo sobrehumano para no vomitar. Mi mano derecha sujeta con firmeza la navaja en el interior del bolsillo, mi mano izquierda se eleva hasta alcanzar su hombro. Tocarle…, será la primera vez que tenga un contacto físico con esta bazofia, pero no será la última…
¿Podré hacerlo? ¿Tendré el valor suficiente…? ¡Dios! ¡Por qué dudo ahora…! Es fácil, sólo un pequeño movimiento, saca la navaja y clávasela en su podrido corazón… Lo has pensado durante tanto tiempo, has vivido este mismo momento en tu cabeza tantas veces… que ahora no puedes permitirte vacilar.
Pero me siento petrificado, de pie, frente a su espalda, la mano derecha en el bolsillo, la izquierda sobre la barra del bar. Noto los latidos de mi corazón bombeando una sangre que parece haberme abandonado. Un líquido viscoso se extiende por el bolsillo de mi abrigo… Es mi sangre, mi mano ensangrentada sigue apretando el filo de la navaja…
Consigo darme la vuelta, de nuevo espalda contra espalda. No siento el dolor de la mano, no siento nada…, sólo un inmenso vacío, una tristeza infinita que me ahoga y que invade mis entrañas. De nuevo las ganas de vomitar…, siento que todo mi cuerpo se estremece con unas arcadas que provienen de lo más profundo de mi interior…
Y vomito, y expulso todas las miserias que me invaden, y el suelo del bar se llena de mi dolor, de mi cobardía, de mi llanto… Siento cómo el dueño del bar me empuja hacia la salida, oigo voces a lo lejos, risas, miradas…, mientras me llevan en volandas hacia la calle. Y me dejo llevar, y dejo que se rían de mí, y siento cómo las lágrimas se mezclan con mi saliva, y rompo a llorar…
Vuelvo a casa, sucio, desgastado, hundido… Me siento en el viejo sofá, y la navaja cae a mis pies. La recojo, aún conserva los rastros de mi sangre seca sobre su hoja, la acaricio… Mañana será otro día. ¿Tendré el valor suficiente…?

Dorian Gray
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:31:17 pm
La mañana siguiente


Tenía la costumbre heredada de acompañar el desayuno con el diario de la mañana. La imagen de su padre velada por el vapor del hirviente café solo – el primero de incontables a lo largo del día – con que saludaba cada despertar era indisociable a la del periódico que, solícito y resignado, aguardaba el veredicto firme de su limpia mirada. Recordó el detalle inverso de que su padre comenzaba a leerlo por el final. Dio un sorbo al café recién pedido: un brebaje infecto, frío y con leche entera; acorde al lugar en el que se encontraba – la cafetería del Tanatorio local -, se diría que la función única de aquel bebedizo era multiplicar la amargura de quien lo ingiriese. Miró la portada del diario. Las fieles mayúsculas de la cabecera vigilaban desde su inviolable pedestal el titular con los caracteres más descomunales que Rodrigo creía haber visto nunca. Un par de siete cinco sietes habían sido impactados contra las Torres Gemelas de Manhattan, de las que ya sólo quedaba el recuerdo, y otro más contra el Pentágono. Se mencionaba a un tal Osama Bin Laden como el más probable orquestador de la masacre, un nombre que a Rodrigo no le decía nada. Según el periódico las víctimas se contarían por cientos, quizá por miles; en página tres George Bush aseguraba que el crimen no iba a quedar impune. El rostro del presidente Bush siempre despertaba su atención. No es que tuviera alguna peculiaridad destacable ni que fuera singularmente expresivo, al contrario, ese rostro le atraía por su absoluta indefinición, por la total falta de matices que emanaba; daba igual lo que dijera, en sus comparecencias parecía haber un divorcio de galaxias entre sus palabras y su cara; aunque pretendiera recalcar con mímica ensayada la importancia de la oración en la escuela primaria o el fundamento histórico-constitucional de la pena de muerte, incluso aunque verdaderamente creyera en lo que decía, la cara de Bush permanecía en cierta forma ajena a su propio discurso, parecía estar sin estar. Era el semblante del perfecto jugador de póker, una cara que sin duda hubiera fascinado a Andy Warhol, y acaso a base de repeticiones litográficas el artista albino hubiera desentrañado su misterio: a Rodrigo no le costaba imaginarse a Bush mil veces retratado en uno de esos mastodónticos cuadros de Warhol, como antes Stalin o Marilyn. Pasó la página. La cinco detallaba puntualmente el diario del horror. Ocho cuarenta y cinco, primer atentado; nueve cero tres, segundo atentado; nueve treinta, ataque terrorista. En su avance mecánico y asombrado le asaltaron imágenes cuyo delirante absurdo negaba cualquier asomo de fantasía: ni en la más paranoica producción de Hollywood hubieran tenido cabida. Ciertos adjetivos esdrújulos se repetían obstinados como un mantra que no explicaba nada: “salida dramática”, “densidad apocalíptica”, “esfuerzo ímprobo”. Por fin halló a Bin Laden, página quince. Al parecer se trataba de un millonario saudí que pretendía purificar el islam suní de las perniciosas influencias occidentales, vivía oculto como un topo en algún lugar de Afganistán y se le consideraba el “inspirador” de un ataque anterior contra las Torres Gemelas en el que habían muerto cinco personas; la catalogación que de él hacía el F.B.I. no cobijaba margen a la duda: “el enemigo número uno de Estados Unidos”. Ya estarían escribiendo su biografía por encargo. Una fotografía – se suponía reciente – de Bin Laden aportaba el aderezo visual indispensable al artículo. Se mostraba sentado en la posición de loto como el gurú iluminado que seguro se creía, la mano derecha asiendo con delicadeza la muñeca izquierda; en su vestimenta sobresalían tres elementos: un reloj digital, una guerrera de camuflaje y un turbante impoluto. Rodrigo reparó primero en el reloj digital: en apariencia vulgar, sin la rotunda correa ni el surtido de ornamentos que uno supondría en el reloj de un millonario; le recordó un Casio de los de toda la vida, como el que su padre le trajera de Andorra al cumplir los doce años. Pero qué abismos de omnipotencia escondería el a primera vista inocente cronómetro; acaso pulsando el minúsculo botón derecho podía Bin Laden rectificar el rumbo de los satélites espía de su dispositivo de telecomunicaciones (que el artículo valoraba en quinientos cincuenta y cinco mil millones de pesetas), o alertar a los otros relojes de su séquito más cercano para que fueran a verle, rápido, había algo urgente que tratar. Cualquiera sabía. A lo mejor sólo daba la hora. La guerrera de camuflaje tampoco subrayaba nada especial; si a un niño se le pidiera que imaginase una cazadora de guerra, imaginaría una como la de la foto. Aunque la guerrera sí sugería algo más. Sugería la presencia de alguien cercano, alguien en todo punto identificado con la idea de comunidad, un igual entre iguales, alguien que, pese a sus incontables millones o a su rango inaccesible, sólo era un soldado más dispuesto a sacrificarse. Por otro lado, la belicosa chaqueta formaba un delirante tándem con el turbante devoto. Ambos elementos sintetizaban a la perfección la temperatura esquizoide del personaje, el perfil práctico y el espiritual; quizá fuese el resumen más gráfico de cómo Bin Laden entendía la misión de su vida: al cielo por las armas, al turbante por la guerrera. Pero fue sin duda el rostro lo que imantó la mirada de Rodrigo: un rostro a primera vista apacible, que emanaba cierta serenidad sedosa, contemplativa; aunque si uno se fijaba dos o tres minutos más, progresivamente percibía que tal serenidad era sólo papel de regalo. Si se trazaba una línea imaginaria que seccionase la cara de Bin Laden en dos fracciones simétricas, la fracción izquierda según se miraba sí encajaba en esa apreciación primera: se diría amable, bonachona casi; pero después (y Rodrigo tapó con su mano izquierda esta fracción bondadosa de la cara de Bin Laden), al reparar en la fracción derecha, cierto detalle, la conjunción de las comisuras cansadas de labios y párpados, descubrían una aureola siniestra que desmentía por completo el impaciente vistazo inicial. Quizá fuera también un rostro warholiano, un objeto que admirar en una exposición pop-art. Dio un sorbo a su café. Siguió pasando páginas hasta toparse con la reseña/oráculo. Resultaba que el, por llamarlo de alguna manera, novelista Tom Clancy, ya había anticipado el ataque en uno de sus alucinados mamotretos, Órdenes ejecutivas, un título que, intuyó Rodrigo, confirmaría plenamente su teoría de las dos palabras. Según venía observando, existía una tendencia creciente a titular con frases de dos palabras – nombre seguido de adjetivo – las más infames producciones cinematográficas y literarias, sobre todo si dicha película o novela “rebosaba acción” (¿y qué demonios quería decir esto?) o si las catástrofes – naturales o provocadas – eran su único e incansable leit motiv; ejemplos había miles, y alguna vez él mismo se había abandonado al placer absurdo de imaginar títulos que cumplieran ese requisito mínimo de colocar un adjetivo detrás de un nombre sin artículo previo: Sentencia capital, Efectos colaterales, títulos suyos que en nada desmerecían a estrenos de multitudes como Horizonte final o Alerta máxima. El de Tom Clancy, Órdenes ejecutivas, había que reconocer era perfecto: vacío y contundente. La próxima semana lo reeditarían, y seguro iba a venderse como uvas en año nuevo. Continuó su avance. El precio del barril brent se había disparado de tres con cincuenta y cinco dólares hasta los treinta y uno. Las grandes petroleras, así, habían cerrado con una media del cuatro por ciento de ganancias. En la sección ESPAÑA, el hastiado ruedo político. Empezaba a notarse destemplado. Se levantó a por otro café, esta vez caliente a ser posible. Mejor. Sabía igual de mal, pero por lo menos sus pies no se congelarían. Saltó media docena de páginas. SOCIEDAD. R.T.V.E. iba a incrementar su deuda al año siguiente hasta la muy redonda cantidad de novecientos mil millones. Sin forzar. Tanta cifra le estaba mareando. ¿Qué traería CULTURA? Decidió no averiguarlo, no deseaba detenerse en las páginas centrales. DEPORTES. Fútbol, fútbol, fútbol. Y en la sesenta, un rumor ingenuo hecho noticia suspirada: Michael Jordan regresaba a las canchas, con treinta y ocho años y para sudar en Washington en vez de en Chicago. Rodrigo pensó que sólo los más grandes se habían marchado en la cima, que acaso la vuelta no fuera más que un error de capricho bienintencionado. Nunca consultaba las páginas de ECONOMÍA, tan abstractas y fiables como el horóscopo, tampoco iba a poder ver nada en la televisión. Además ya era hora de volver a la capilla ardiente, hacerse presente un rato más entre los queridos y hoy tan distintos familiares y amigos. Vio que su hermano le miraba desde la entrada de la cafetería. Se acercó arrastrando los pies e hizo una pausa de arranque antes de preguntarle qué tal había quedado la esquela. No me he atrevido a mirarla, fue lo que contestó Rodrigo. 

Eduardo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:32:32 pm
La noche y la ciudad


Carlos abre un ojo y apenas consigue ver nada. En su boca sigue ese repugnante sabor metálico de las pastillas para dormir. Trata de comprobar qué hora es pero no puede. No hay luz.
Por la ventana entra un tenue halo plateado que le ayuda a encontrar su reloj de pulsera. Se sienta sobre la cama embriagado por el mareo y la deshidratación. Es casi medianoche. Carlos intenta recordar las horas que lleva dormido. Sólo sabe que también era de noche cuando se acostó.
Se separa de las pegajosas sábanas y se acerca a la ventana. Es una noche calurosa. La calle está desierta. Otea el horizonte y solo encuentra edificios apagados y coches abandonados.
Se pone sus pantalones cortos habituales con su camiseta gris de casi siempre. Abre la nevera y apenas encuentra frío. Echa un trago al brick de leche y comprueba que aún no se ha cortado.
Enciende un cigarrillo y con la primera calada sale de su apartamento. Baja las escaleras casi a oscuras. Sólo algunos extraños reflejos hacen brillar los peldaños hasta el portal.
La calle está desierta. Carlos mira a todas partes pero no encuentra nada que se mueva. Al fondo de la calle hay un coche con el capó abierto humeando. Da la última calada al cigarro y se frota la cabeza con brusquedad.
Avanza por en medio de la calle buscando la avenida principal. A su paso sólo ve montones de basura desparramados por el suelo y escaparates forzados por disturbios. Ni un alma humana.
El coche humeante está cruzado al lado de la avenida. De un lado está amoratado de balazos y por el otro mohíno por el fuego. Los asientos están arrancados de su sitio y el volante descuartizado. Debió ser una especie de trinchera.
Al entrar en la gran avenida Carlos siente un escalofrío sobrecogedor. Los semáforos están todos partidos salvo uno del que cuelgan cuerdas con forma de horca. Mira hacia el cielo y reverencia a la luna llena como si fuera el único calor que quedara.
Desde lo lejos un eco apagado sacude las calles. Viene de lo que él recuerda era el sur de la ciudad. La piel de Carlos se hiela. Respira profundamente y trata de quitarse ese maldito zumbido de la cabeza.
La avenida parece un campo de batalla. Hay restos de todo por el suelo, salvo de vida humana. Tampoco hay ni rastro de algún animal o planta. Todo lo vivo está muerto. Ya no le queda nada.
Carlos no es capaz de contemplar el final de la avenida. El tenue haz lunar apenas le permite ver unas cuantas manzanas. La calle es como un gran agujero negro que le inunda por todas partes.
Carlos se siente al pie del abismo. La oscuridad es tan abstracta que se ve abocado por el vértigo. No sabe a dónde ir. No ve camino hacia ningún lado. Su único camino parece ir hacia arriba.
Luna. Luna bendita. Gloria a ti por ser lo único que queda. Luna fiel y eterna. Salvaje fuente de vida y de paciencia. Destino unívoco de la noche cuando todo lo demás se altera.
Carlos cierra los ojos y comienza a recordar. Así el vacío es menos contundente. Respira pausado y trata de borrar su concepto de lugar. Tras unos momentos de indecisión recupera la calma.
Carlos no es capaz de comprender la historia. Ve el último capítulo pero desconoce la violencia. No le importa porqué empezó. No le importa qué pasó. Lo que le inquieta es el cómo.
En sus sueños ya había habido algo de esto. Introspección. Sabe que aquéllo que se sueña puede pasar. Sabe que aquéllo que se sueña puede que se desee.  Sabe que todo esto ya lo ha visto.
Carlos cae en su gran abismo de oscuridad y empieza a comprender parte de lo ocurrido. Navega a ciegas por aquel salvaje laberinto, mezcla de las tinieblas y el pavor de sus recuerdos.
Está ahí. Lo ve. No sabe si antes o después. Aquí ya ha estado. Quizá lo haya visto en alguno de sus sueños. Quizá las pastillas tengan algo que ver. Quizá todo esto siga siendo el sueño.
Liberado ya de sus demonios ignorantes y encerrados, Carlos vuelve a abrir los ojos. Ya sabe por dónde se mueve. La oscuridad ya no es tan opaca. Su mirada se ha vuelto filo y segadera.
Vuelve a mirar la Luna y su venenosa sombra. No debía haber sido hace muchas horas el eclipse en el que desaparecería lasciva ante la incomprensiva mirada de aquéllos que aún ansiaban con sobrevivir.
Ahora ya era tarde para eso. Ya es tarde para todo. Las esperanzas se marcharon con el último hálito de vida. Lo que quedan son solo restos. Desperdicios humanos. Envoltorios humanos.
Un aullido suena a pocas manzanas de allí. Parece venir del mismo sitio que el primer eco. Ahora Carlos ya no tiene miedo. Sabe a lo que se enfrenta. No tiene nada que perder.
Carlos comienza a andar con los ojos abiertos aunque no los necesita. Se deja guiar por el reflejo de la Luna aunque sabe perfectamente a dónde va. El momento de pararse a pensar en uno mismo ya ha pasado.
Va cruzando las manzanas por la avenida principal. A medida que se va aproximando al sur empieza a oír susurros que se van convirtiendo en ruidos confusos. Los aullidos aumentan.
Poco a poco aparece una luz rojiza por encima de los edificios de su izquierda. Sólo puede ser una cosa. Probablemente sea lo que ha acabado con todo lo que existía. Allí es exactamente a donde se dirige.
Carlos está ya muy cerca. Sigue bajando por la avenida cuando de pronto sale de una de las calles de la izquierda un motorista a toda velocidad. Sin fijarse en él acelera aún más y se pierde en el oscuro horizonte de la carretera.
Carlos ni se inmuta. Sabe que ya está muy próximo. El trompeteo del motorista pronto se ha apagado ante los poderosos redobles. Los aullidos se mezclan con los gritos. La luz roja está cada vez más encendida.
En la siguiente calle decide girar ya a su izquierda. Debe ser detrás de esa manzana. Carlos respira profundamente pero no le tiembla el pulso. Llegados a este punto sólo tiene una frase en su cabeza. Lo que tenga que ser será.
Se mete por un callejón prácticamente opaco y se deja guiar por su intuición. Es un cementerio de metales, cristales, coches, farolas, señales… Avanza como puede hasta que vuelve a aparecer nítidamente la luz roja.
Atraviesa una especie de cerca de madera llena de marcas y de arañazos. Se sorprende al ver algo de madera a estas alturas. Al cruzarla entra en una gran plaza inundada por el rojo del fuego ceremonial.
En lo que debió ser una manzana de viviendas se extiende ahora una vasta explanada rodeada de otros edificios. En el centro una gran hoguera tan alta que parece estar calentando el mundo entero.
Apostado tras unas láminas de metal Carlos adivina un grupo de personas detrás del fuego. No serán más de veinte y están casi desnudos. Jaleándose los unos a los otros dan calor a la llama lanzando todo lo que encuentran.
Arrojan todo tipo de cosas provenientes de un gran montón que tienen formado. La hoguera gime y restalla a medida que le siguen lanzando cosas. Es ya más alta que los edificios que tiene alrededor.
La plaza entera está sumergida por el rojo y el calor del fuego. Tras unos instantes contemplando la ira Carlos se quita la camiseta y la lanza hacia el callejón. Lo que tenga que ser será.
Aprieta los puños y comienza a andar hacia la hoguera. La nube de humo eclipsa de nuevo a la Luna. Las personas que ve parecen haber vuelto algunos años atrás en la evolución. No es momento de dudar.
Se acerca dejándose llevar por la atracción del fuego. Cierra los ojos y llena sus pulmones con la fragancia de la humareda. Huele a nuevo. Carlos recuerda aquel precioso sueño una vez más. La noche que el mundo cambie espérame en la calle.

Ebro
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:33:45 pm
CARTAS DE SOS


La historia de dos hermanos, Sandy y Sebastián, debido al divorcio entre sus padres, les sobrevienen una serie de eventos en sus vidas. Gracias a su perseverancia, y amparados por Dios, un día salen en busca de su verdadero lugar y la felicidad.
- Recoge tus cosas, te espero en el auto- dijo el padre a Sebastián.
El niño, con tan solo nueve años de edad, hizo sus maletas, luego fue donde su madre, la cual alimentaba a su hermano de un año y le dijo:
- Todos los días escribiré una carta para él, se la leerás cuál libro infantil - y se marchó.
El tiempo transcurría ligero. Sebastián dedicaba sus días a escribir cartas, las cuales bautizó: Cartas de SOS. Producto a la lejanía, las visitas a su hermanito les fueron imposibles, y con su padre no podía contar. Este último, una mañana de ese mismo año le dijo:
- Recoge tus cosas que nos mudamos fuera del país, empezarás en una nueva escuela de arquetipo militar. Su padre era un hombre graduado en química nuclear al servicio del Gobierno. Y así fue, el niño se integró a la milicia.

Querido Sandy: Cartas de SOS.                                                                               1 de Enero 1991
Estoy sufriendo en silencio. Hay noches en que me acuesto llorando hasta que el sueño seca mis lágrimas. ¡Como te extraño! Aquí están extinta la palabra afecto, solo convivo con el dolor, y la libertad es una voz fantasma en el pasado. Mis pensamientos bondadosos están a merced de papá. Cada noche antes de ir a la cama rogaré por todos nosotros, por mamá, por ti, por mí….incluso por papá. Se despide de ti, tu hermano del alma, Sebastián.

La existencia de aquellos hermanos a cambiar, Sebastián con 18 años ya, vivía en un campamento militar. Sandy, con 10 años, relataba, sin la ayuda de su madre, sus propias Cartas de SOS. En ellas reflejaba sus tendencias a ser un gran profesional de la salud.

Querido Sandy: Cartas de SOS.                                                                                 30 de mayo 1998
Estoy seguro que algún día llegarás a ser un gran doctor. Por mi parte, mejoro cada día mi rendimiento, y mi carrera comienza a gustarme. He logrado hacer varias amistades, y de esta manera he conseguido que mi antigua amiga la soledad no me visite más. Se despide de ti, tu hermano del alma, Sebastián.

Una mañana, Sebastián despertó, y como de costumbre, se encaminó al buzón de la correspondencia, pero este estaba vacío. Quizás Sandy no tuvo oportunidad de enviar la carta, especulaba Sebastián en su cabeza. Pero él estaba conciente que estos análisis eran simples justificaciones. Regresó a su cuarto, trató de acoplar sus ideas pero le fue imposible. Durante todo un año, no recibió carta alguna de su hermanito.

Querido Sandy: Cartas de SOS.                                                                                 6 de Agosto 1999
Ideas justificadas ocupa mi cabeza por la falta de tus cartas. ¿Cuáles son las poderosas razones que substituyeron mi lugar en tu corazón? El tiempo transcurre lento. No hablo, solo paseo entre pensamientos inconclusos, aún así, debes dar por seguro que te encontraré. Espera por mí. Se despide de ti, tu hermano del alma, Sebastián.

Con el pasar del tiempo su rendimiento militar empezó a decaer, al punto, que su padre fue citado por el director del campamento.
-¿Acaso deseas ponerme en ridículo?- preguntó su padre de forma autoritaria y egoísta.
El joven le detalló su lamento.
- ¿AUN ERES TAN DEBIL?... (Preguntó el padre en voz alta)… Esta noche harás las maletas, en la mañana te irás para otra institución- y le dio la espalda.
- ¿No tienes idea de que les pudo haber sucedido?- le preguntó Sebastián.
- Hace unos meses recibí una carta de la funeraria del pueblo donde naciste con el acta del fallecimiento de tu madre- respondió el padre.
- ¿A dónde se llevaron a mi hermano? ¡Debes ir a buscarlo!- le gritó Sebastián
El padre se le acercó y lo golpeó fuertemente en el rostro.
- Nunca más se te ocurra levantarme la voz muchacho insolente. Sabes que no puedo cargar con otro niño, contigo me es suficiente y mira cuantos dolores de cabeza me das- terminó y se marchó.

Querido Sandy: Cartas de SOS                                                                              21 de Octubre 1999
La noticia sobre la muerte de mi madre aún recorre todo mi interior. No sé donde puedes estar o que habrán hecho contigo. A veces escucho susurros, los cuales quisiera transmitírtelos: no le permitas a tu autoestima decaer, porque aún existimos, aunque este mundo continúe lleno de culpables, no le permitas a tu corazón dejar de sentir y latir, no te permitas morir.
Se despide de ti, tu hermano del alma, Sebastián.

Numerosas primaveras transitaron. Sebastián, gozaba de una exitosa carrera, y se  había casado con una noble mujer llamada Zaida, la cuál estaba embarazada de su primogénito. Al padre, como premio a su labor, el Gobierno solo le obsequió un lugar en una casa de retiro. Un día, Sebastián le dijo a su esposa:
- He decidido regresar a mi antiguo país en busca de Sandy, y establecerme allí nuevamente.
- Si dar ese paso te hace feliz, pues a mí también- respondió Zaida.
Semanas después arriba al aeropuerto de su pueblo natal el feliz matrimonio, toman un taxi y emprenden el recorrido. Al llegar a su hogar, una vecina que asomaba a su portal lo vio, les invitó a su casa, y luego de un café, les relató que a  Sandy, el gobierno lo ubicó en un orfanato al extremo opuesto al pueblo, pero poco tiempo después fue informada que se había fugado del centro, y nunca más se le volvió a ver. Sebastián se sintió muy abatido, culpable e incapaz, agradeció a su vecina, tomó a Zaida de la mano y decidieron caminar un poco. Por el camino sucedió un imprevisto.
- ¡Despójense de todas sus pertenencias de valor!- dijo en voz baja un asaltante, con su rostro oculto tras una máscara y revólver en mano.
El atracador pudo observar, que del cuello de aquel hombre, colgaban de un cordón dos placas fichadas, y preguntó:
- ¿Eres militar? Tengo un hermano que lo es, y antes de abandonarme nos escribíamos mucho.
- ¿Sandy?- preguntó Sebastián con voz rajada.
- ¿Sebastián eres tú?- preguntó el delincuente con labios temblorosos.
Para Sandy, su primera reacción fue correr, pero Sebastián lo entendió de otra forma y rápidamente con una sencilla técnica militar lo despojó del arma.
- He regresado para quedarme. Anhelo ver tu rostro, pero sé que no sería lo más conveniente en estos momentos. Escucha, cada día, en el buzón de nuestra casa, te dejaré una Carta de SOS, cuando estés listo, solo debes colocar una de las tuyas- le planteó Sebastián a Sandy, segundos después este último echó a correr.
Los meses desfilaron por las vidas de estos hermanos, hasta que una mañana, Sebastián encontró en el buzón una nota que decía:
SOS. Ayúdame. SOS. Se despide de ti, tu hermano del alma, Sandy.
El joven emocionado, dejó otra nota en su lugar:
Nos veremos mañana a la 1:00pm en el parque central del pueblo, tu hermano del alma, Sebastián.
Pero el destino una vez más hizo de las suyas. La guerra tocaba las puertas del país. Sebastián tenía que tomar su puesto en el batallón. El fiel esposo le obsequió a su mujer el más tierno de sus besos, el mejor de sus abrazos y se marchó, no sin antes, adjuntar en el buzón un mensaje para Sandy, explicando el motivo de su partida.
Cumplidos tres meses de dolorosa espera tocaron a la puerta. Zaida tenía ya el período de gestación completo, a penas vio los soldados echó a llorar y su fuente rompió. Rápidamente cargaron con ella en dirección al hospital. Esa tarde, el repartidor dejó una carta en el buzón, Sandy pasó, y la tomó.

Querido Sandy: Carta de SOS.                                                                          30 de Noviembre 2016
Sandy, en estos lugares las venas tiemblan todas, es como para orinarse en los pantalones. No hace falta la herida para sentir el dolor. Sé que disfrutamos muy poco de nuestra nota musical, y quisiera pedirte, aún así, que te dejes llevar por el efecto del olvido, me causa dolor, pero es la única salida entre pocas a escoger. Sé que cuidarás de Zaida y tu sobrino, apuesto mi alma a cambio. Se despide de ti, tu hermano del alma, Sebastián.

Dos días después, Zaida, con su bebé en brazos, retornó a casa, Sandy la esperaba en el recibidor.
- Mis respetos para la esposa de Sebastián, el más especial de todos los hombres que he conocido, que pretendo glorificar y enaltecer mientras viva. Está decidido, hoy regreso a casa.

Nany
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:36:25 pm
El abuelo


             Había nubes grises como presagio de lluvia esa mañana. La brisa jugaba con las ramas de los árboles; las hojas color marrón caían poco a poco formando una alfombra en la tierra firme. Retoñaban los árboles para vestirse de verde mientras se desvestían. Los flamboyanes comenzaban a lucir sus flores de colores rojas, amarillas y anaranjado punzante. El potrero se cubría de niebla. Era la evaporación de la humedad que al amanecer se desvanecía con el sol. El abuelo quiso detener las anticipadas gotas de la lluvia. Llenó un vaso de agua y lo viró boca abajo en un plato de porcelana para que no se escapara, mientras rezaba un Padre Nuestro. Era un remedio de campo transmitido por una generación a otra. Muchos no creían en estos poderes, pero ante el asombro de Miguel Juan, el sol empezó a subir por el este. La magia del abuelo era innegable.
            Llevaba días ilusionado con llevar a su nieto a la finca. Quería darle en vida la herencia, los secretos del campo. Vivir en conjunto la comunión con la naturaleza. Los gallos erguían su cabeza para cantar; sus crestas de rojo tomate se bamboleaban. Se esforzaban por brindar el mejor canto, como Pavarotti ante una audiencia de buen oído. Se oía el cacareo de las gallinas que iban poniendo huevos después de bajarse de los árboles donde habían dormido. Ellas y los gallos junto a las guineas y algunas palomas trepados en las ramas de los árboles parecían adornos de un árbol de Navidad. Miguel 
Juan observó que había un gallo más persistente en su canto. Ostentaba plumas de colores
marrones oscuros, negras y tornasoladas con verde y rojo intenso. Era de color cobre, le llamaban, el Indio. Las guineas deambulaban por el patio con una incesante gritería. Son muy chismosas, dijo el abuelo.
             Salieron de la casa a recoger huevos para desayunar.  Una gallina quiso picar a Miguel Juan cuando éste quiso acariciar su pollito. Se erizó subiendo su plumaje blanco, después dando pequeños saltos se acercó para atacarle. Miguel Juan dio un brinco para evitar el picotazo. Está defendiendo a sus pollitos. Aprende, porque la puerca es aún más peligrosa si tratas de tocar a sus recién nacidos.
            Una pareja de perros los acompañaban mientras paseaban por la finca. De noche eran temibles guardianes, de día, amorosas criaturas. Jugaban entre sí y  a cada rato se acercaban a buscar una caricia. Se iban despertando los animales, mientras el sol subía lentamente cambiando sus colores de rojo intenso a amarillo. Más tarde en su gran altura sería imposible de ver si tenía algún color. Su intensidad cegaría al ojo desnudo. Los carneros berreaban, y el ganado mugía. Esperaban en fila a que les abrieran el portón para salir al potrero a comer. Miguel Juan nunca olvidaría que el Abuelo Gabriel había adivinado el día del nacimiento de su hermana, Laura Emilia, contando las lunas, tal y como él hacía para llevar el calendario de sus vacas.
            El abuelo llevaba un machete. El niño lo miraba atento mientras él le decía que todo hombre debiera saber usarlo con honra. Era la noble herramienta del hombre de campo. Guardado en la vaina, colgado del cinturón lo acompañaba para usarlo, igual para pelar una fruta, que para abrirse paso entre los matorrales, que para cortar caña o para defenderse de un malhechor. Le enseñaba a su nieto como usarlo ondeando el filo hacia fuera, para no hacerse daño a si mismo. Así se corta la caña, y de la caña se hace el azúcar  que usamos para endulzar. El machete se le deslizaba de la pequeña mano al niño hasta que éste aprendió la destreza.
             Esta es tu tierra, quiérela, consérvala que ella es una bendición de Dios. No temas ensuciarte las manos, la tierra nos ennoblece  y solo serás un gran hombre si la amas. El abuelo de pelo blanco y pequeños ojos chispeantes se adelantó e hizo un surco con el machete. Sacó unas semillas de su bolsillo y se arrodilló  para depositar con delicadeza las semillas en la tierra. Las cubrió mientras le decía al niño: Verás como crece y sentirás orgullo del producto de tu tierra, sobre todo, si tú lo siembras.
Comieron las guayabas que alcanzaron de las ramas de los arbustos con sus manos. El olor de la fruta había aguado sus bocas a la distancia, predominaba sobre el aroma de la yerba recién cortada. La cosecha de mangos también iba a ser igual de buena. Las matas estaban cundidas de frutas. Los mamoncillos estaban cargados de futuros manjares. Los nísperos, los anones, las grosellas, las acerolas, los aguacates y las carambolas así como 
el cafeto esperaban su momento del año para dar su fruto. El abuelo arrancó flores de azahar de los naranjos para la abuela. Los guardó en sus bolsillos. Ella hacía cocimientos para dormir.
            Caminaron hacia el pantano, un punto de agua que el abuelo había dragado para sembrar peces y camarones. Abuelo, me gustaría pescar un rato contigo. ¿Hace cuánto tiempo sembraste aquí los peces? Yo antes no sabía que los peces se siembran igual que las matas en la tierra. 
             Cuando el sol se escondió detrás de los árboles, el abuelo Gabriel y su nieto regresaron a la casa a paso lento. Iban en silencio; un silencio tan lleno de palabras que ensordecía a la bulla. Había querido enseñarle muchas cosas de la vida en el campo.
 Miguel Juan traía sus bolsillos llenos de secretos, secretos del campo que sólo los viejitos conocen.
             El abuelo liberó el agua comprimida en el vaso. El cielo se encapotó. Las nubes grises llenas de presagios cubrieron la casa. Una lluvia torrencial cubrió la tierra ante el asombro del niño, cuando el abuelo se quedó mirando al infinito.   

La abuela
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:37:53 pm
MIRADA


Tan sólo…

Sudaba en cada despertar. Sus ojos anunciaban melancolía. Sentía su sinrazón de existir, el poco sentido que le brindaba la vida. Dejaba sus sueños estancados en aquel rincón antes de que sonase el despertador. Le gustaba saborear amargamente la insipidez de su vida… Su aliento de templanza lo resguardaba del frío al asomar sus brazos por encima de la almohada para estirarse, para sentir nuevamente que la vida le quedaba grande.

Sonó el despertador. El tiempo contaba sus pasos: se incorporó empujando el peso del aire. Hacía agua sus ojos descubriendo la realidad de las paredes de su habitación… “Todo es de ladrillo”- pensaba- “¡Todo es un tétrico laberinto sin salida!”

No usaba zapatillas, le gustaba sentir la frialdad del suelo, identificarse con lo inerte. No importaba encender la luz del baño, el espejo siempre mostraba un reflejo oscuro y siniestro, tormentoso como la ira. Nunca conseguía encontrarse con su mirada, sus pupilas tendían hacia el centro de su ser, jamás mostró ningún sentimiento ni queja. Solía andar cabizbajo, sin perturbar a aquella ilusa sociedad [cómo la odiaba…]. Tantas vidas muertas. Y el tiempo, cuan pluma afilada que le amenazaba. Acribillaba los momentos a base de su cruel rutina. Esa eternidad sin sentido.

Tantos acertijos sin resolver…

 Y era en aquellos silencios, silencios de mente, silencios inteligentes, en los que definía cada mota del aire, deshacía toda caricia de la soledad, la desmenuzaba y analizaba, pero jamás conseguía adivinar el misterio de su efímera vida. Dulce silencio amargo; adoraba sentir aquel atisbo de romanticismo.
Le encantaba desnudarse bajo la lluvia, salir al balcón y gritarle al viento. Sentirse naturaleza. Adoraba perderse en los atardeceres, recoger cada hilo de esperanza.

No definía sus días, no daba cuenta al comienzo ni al final, era todo un tiempo corrido, sin medida, eterno…Hasta aquel día:

Arrastraba meditabundo sus pensamientos cuando su mirada [inconscientemente] encontró unos ojos que lo elevaban a lo más alto. Ese cálido cromatismo, sabor, frenesí, ilusión.
Podía sostenerse con esa mirada, hacer que todos sus átomos se aglutinasen y ansiasen la vida, la aventura, las inmensas ganas de conocer a la dueña de tal esplendor. Cautivar su corazón…

Fue la única vez que la vio en la vida real, pero su silueta inundaba los sueños. Su mirada le deshilachaba todo pensamiento, le dejaba absorto entre mantas de recuerdos; memorizó cada mueca de su boca en fotogramas y el vuelo de sus manos buscando como arañas su espalda. Le encantaba soñar, sentir esa necesidad, sentirse amado. ¿Y si la vida no era más que eso, una serie de relaciones unidas por la necesidad?
Pero daba tanto vértigo… Jamás se había sentido tan unido a un espejismo, ni siquiera a una realidad. Nada lo había atado y aún menos ilusionado, y desde entonces era tan placentero el misterio por conocerla, su vida, la chica de sus sueños… Nada impediría que cayese en sus manos, iba directo a enamorarse, de sí, de ella, del placer Y era ese ardiente oasis lo que le hacía pensar. Le hacía palpar el miedo por sentir tanta necesidad…No podía permitirse amar a alguien, ni depender de nada, para sentir luego cómo se le iría la vida conforme se alejase de él. Pero el amor no da cuenta al tiempo, es eterno en todo su sentido, [infinito entramado de pasiones], envenena todo los ámbitos en los que florece, te adormece con sueños que jamás mueren, incluso cuando el otro desaparece…Él siempre deja huella…

Y qué esperar de la vida, sino una serie de etapas, de sentir cómo tu alma se llena para luego vaciarse, un continuo cambio, constante metamorfosis. Primero las penas, luego las alegrías, ¡qué más dará el orden! Si todo vuelve, y luego vuelve a marchar.

Ahora palpaba sus alas, nacían rasgando su piel tímidamente, para echar a volar, creyéndose invencible. Volaría surcando un placentero mar de estrellas, acariciaría las motas añil del arco iris, se perdería en el rocío de cada noche constelada...Y pronto descubriría cómo funciona la vida: tarde o temprano todos volvemos a la crisálida, quedamos atrapados por la tristeza, la incógnita., envueltos por la seda, sintiendo cómo la respiración languidece. Es entonces cuando nuestros sueños parecen marchitar…nos abandonan. Otros tantos quedan cosidos a nuestra alma con el hilo del recuerdo. Todo acabaría huyendo y él volvería a enfrentarse a su dulce soledad, alimentándose del maravilloso pasaje que quedó atrás…

Se encontraría sólo…
                                                                           …Tan sólo como al principio.

MAGNENTA
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:39:13 pm
ENCUENTRO


Al mismo tiempo que él se lavaba la cara frente al espejo y descubría, en un descuido de la edad o de la atención, una cana que resaltaba sobre su sien derecha, ella entendía que el hombre que roncaba a su lado no era la persona con la que quería seguir viviendo, tras tantos años compartidos.
Mientras él deambulaba por una casa demasiado silenciosa sorbiendo un café caliente mientras cumplía con todas esas rutinas que la soledad le obliga a uno a repetir, ella se vestía con lo primero que encontraba y salía a caminar sin dirección, buscando entre el coro de voces de su mente una que pudiera orientarla hacia la solución.
Cuando él se sentó en el coche y eligió una música para el día que comenzaba, como si le pusiera una portada, y un aria ya sonaba más acá del sonido del motor, ella contempló entonces, con un gesto infantil, que su cuerpo aún recordaba pero no su memoria, que se le había desatado el cordón de su zapatilla; se agachó y pensó que las relaciones no debían ser simplemente aquello, un nudo que poco a poco va deshaciéndose hasta que lo vuelves a atar más fuerte, para sentir de nuevo como día a día va perdiendo su fuerza.
La luz del semáforo se puso en rojo. Ella cruzó con una enorme sonrisa que iluminaba su cara y la de aquellos que la observaban, mientras él contemplaba en el espejo retrovisor, con expresión seria, esa cana que había descubierto al despertar y que trataba de aislar del resto del cabello.
Ambos se encontraron varios años más tarde, en una recepción a la que asistieron por motivos de trabajo. Compartieron la misma mesa y no se dirigieron la palabra durante toda la noche. Tal vez porque mientras ella se preguntaba cuándo apareció la primera cana en aquel pelo completamente blanco, él buscaba una explicación al hecho de que aquella mujer fuera descalza.

SEÑOR LI
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:40:25 pm
Volver a ser lo que fue. Un sueño muy real


Si una noche, como sobresaltado, te levantas de la cama con inquietud. Tratas de averiguar motivos en medio de la confusión de un mal despertar, cegado por la oscuridad de una noche de luna cerrada y al posar tu pie en la alfombra del dormitorio notas como se empapa de un líquido viscoso. Sentirás un escalofrío recorrer tu cuerpo, aún más, habrás de estremecerte si un olor, un sabor ferruginoso te traspasa los sentidos y parece clavarse en tu corazón. Será ese el momento, el terrible instante en que lo pensarás, lo necesitarás… (Continuará).
-   Es el ciclo, que todo lo transforma, moldea y cambia para después situarlo en su origen. Se trata del giro copernicano, las cosas dan vueltas hasta encontrar el sitio que les pertenece, siendo éste diferente y variable en función de las condiciones a que se les someta.
-   No estoy de acuerdo. Yo creo en la evolución. Tus teorías de Empédocles no me convencen.
Al otro lado, todos alegres, se ríen de Marcelino y Tomasín, son los listos del pueblo. Los sabelotodo que siempre andan con su filosofía y sus desvaríos. Enfrente y entre vasos de cubalibre y cervezas varias, se dirimen graves problemas.
(Golpe en la mesa)
-   Mirad todos, aquí lo único que ha pasado es que Doña Engracia se ha ido con Tito Romero. Porque es más flamenco, más estirado, toca mejor la guitarra y encima tiene mejor labia que todos vosotros. Y dejad ya de decir sandeces, que así os va.
El silencio se hizo durante unos instantes, pareció que reflexionaban. De pronto Pedro cogió su escopeta y se amarró la cartuchera de mala forma.
-   ¿Sabéis lo que os digo? Qué a mí no me la juega nadie y el que la hace la paga. Ya está bien de tocar los cojones. Ahora se va enterar el pueblo de quién es el hijo de la Florencia.
Y como alma que lleva el diablo salió a la calle, subió en su moto Puch y arreó cuesta arriba en busca de los amante de Teruel.
(Salen todos a la calle, las caras de miedo son un poema triste)
-   Pues la tenemos liada, éste nos traerá un disgusto.
-   ¡Tú calla! Qué por tu culpa se ha encabritado el Perico, que es un “peazo” pan y lo has sacado de sus casillas. ¿Alguien sabe dónde pueden haberse metido la parejita feliz?
-   A mí, en otras ocasiones, la Engracia me decía que le hacía muy feliz imaginar una puesta de sol desde Punta Fría, pero que su marido nunca tenía esos detalles con ella.

Rodrigo lo vio claro en ese momento, cogió las llaves del coche y a toda velocidad se dirigió hacia las afueras del pueblo, allí esperaría encontrar a los tortolitos haciendo arrumacos. En el camino y cerca de su destino, oirá el rugir furibundo de la motocicleta que rauda y envenenada arrastra viento de tragedia.

Punta Fría era la peña más alta del monte, en su cima y rodeada de olivos picudos se erigía la roca madre, cuya base sobresalía un par de metros sobre el acantilado. Las vistas sobre el horizonte eran impresionantes, no en vano, hasta allí acudían cientos de turistas y parejas de enamorados a declararse su amor y a deleitarse contemplando la inmensidad de la naturaleza.

Aquel día, de otoño y furia, soplaba con fuerza el aire y condensaba en un suspiro el alma de aquellos pobres amantes que habían decidido escapar juntos para siempre. Olvidando que vivían en un mundo tradicional y cruel que no entendía sus pasiones desenfrenadas y sus sueños enloquecidos de un futuro lejos donde nadie les separase.

(Sin parar el motor, corrió hacia ellos Rodrigo, gritándoles…)

-   Rápido, venid conmigo. ¡Subid a mi coche! Engracia, Tito, no perdáis tiempo que está a punto de llegar Pedro en la moto y viene con la recortada dispuesto a pegaros un tiro.
(Al fondo, se oyen voces, Pedro llega corriendo y mete dos cartuchos en la escopeta…)
Sin mirar atrás, Engracia con la melena al viento besó a Tito Romero y juntos, de la mano se precipitaron al fondo de los riscos. Rodrigo, en su desesperación por evitar lo peor, corrió hacia ellos, - ¡Nooooooooo!
(Se oyó un tremendo disparo y Rodrigo cayó al suelo bocabajo).
… (Viene del principio). Es ese preciso lapso de tiempo, el que tardas en dilucidar si estás viviendo la dura realidad o, gracias a Dios, solo se trata de un sueño, una terrible pesadilla. Un sueño muy real, pero que acaba en el mismo instante en que te levantas y tu pie se posa sobre la alfombra del dormitorio, descubriendo que todo va a volver a ser lo que fue.

Alpargata
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:48:14 pm
A veces sienta bien morirse


Que si, Rosi, que te digo que era ella..., que era la Pili, en carne y hueso. Mas delgada, eso sí, pero mas guapetona, y teñida de morena, pero era la Pili —gimió la Macu, con un hilillo de voz que no le salía del cuerpo, apoyándose en la caja registradora para señalar con un dedo tembloroso un lugar indeterminado entre el Paulino, que llevaba en las manos un tetrabrik de vino, una barra de pan y un paquete de chorizo, para hacerse su almuerzo antes de volver a la obra, y doña Mercedes, agarrada a su cesta repleta de verduras y frutas.
   —Tu estás *****, Inmaculada —le contesté de mala manera, que me ponía de los nervios que dijera tanta tontería.
   —¡Anda ya, niña! Tú estás chalada. ¬¿Cómo vas a ver a la pobre Pili? Si tiene que estar más tiesa que la mojama, que la enterramos hace ya lo menos diez años. No, miento, hace doce. Tiene que estar la mujer más acartonada que la momia de Akenaton tercero —terció doña Mercedes—. Pobrecilla, cada vez que me acuerdo…, que muerte tan espantosa, lo que tuvo que sufrir esa mujer.
   —Te habrás confundido, Inmaculada. Tu lo que tienes que hacer esta misma tarde, sin demora, es ir al oculista a que te miren la vista —intervino Paulino, impaciente, que se le pasaba la hora de comer—. Anda cóbrame, chiquilla.
   La Macu, muy pesada, insistió:
   —Pero miren, por dios, mírenla, ahí está...que se va, que se va… —y señaló la puerta de salida que se acababa de cerrar—. ¿No la habéis visto? ¿A que era ella, la Pili?
   —Que no puede ser ella, Macu, que no.

 ****

   Mira que era pava la Pili. Se lo dije yo y se lo dijo todo el mundo en el barrio. No te cases, Pili, que eres muy joven todavía. Vive un poco, estudia, trabaja, conoce gente. No te cases, que aun eres una cría y el Toño es muy moro, y muy golfo, y te va a tener todo el día encerrada en casa mientras él anda por ahí. Pero no hubo manera. Que me caso, que me caso, Rosi. Y no había quien la apease del burro. Y la muy pava fue y se casó. Con dieciséis añitos.
   Al principio, todo fue de color de rosa. La Pili y el Toño eran la envidia de todos. Que par de tortolitos, como se quieren, si es que no pueden vivir el uno sin el otro. Y una *****, que tantas atenciones del Toño no eran mas que puros celos, celos enfermizos, que no quería que su mujer fuese sola a ninguna parte, ni a por el pan, que él se lo traía a las dos la tarde, cuando cerraba la farmacia y volvía a casa a comer.
   Pero pasaron los años y el Toño se fue haciendo más viejo y más celoso y empezó a ponerle la mano encima cuando se mosqueaba, que era día si y día también, que venía todas las noches con tres copas de mas. Los dos críos que tenían, tan ricos ellos, que de chicos daban ganas de comérselos de lo salados que eran, se convirtieron en dos insoportables y maleducados bigardos, que a su madre no le tenían el menor respeto ni consideración. Entonces, la Pili echó de menos una vida propia.
   —Tu lo que tienes que hacer es lo que siempre hemos hecho todas las mujeres, aguantar a tu marido, dedicarte a tus hijos y dejarte de bobadas —decía su madre, su tía, las vecinas, todas las casadas del barrio cuando la Pili se quejaba.
   —Tu lo que tienes que hacer es cuidarte un poco, que te estas poniendo como una vaca, que con tantísima ansiedad no haces mas que comer y comer a todas horas —le decía yo, la Macu y sus amigas del barrio—. Y cuidarte la mente, que no tienes aficiones, ni opinión sobre nada.
   —Es que no puedo mas, Rosita, te lo juro. Que no aguanto las broncas del Toño, que en una de estas me desgracia, tú lo sabes; ni a los niños...que ni estudian, ni trabajan, ni ayudan en la casa —me confesó una tarde.
   Unos días después la Pili desapareció. El Toño volvió a casa y no encontró a su  mujercita en la cocina dándole vueltas al puchero. Rabioso como un dolor de muelas la buscó por todo el barrio. “La mato, la mato”, gritaba por las calles. Nadie la había visto. Preguntó en todas las tiendas, en todos los portales, volvió a la panadería, vino al supermercado y nos preguntó a la Macu y a mi, le preguntó a Jóse, el del quiosco de periódicos. Nadie sabía de ella. Acabó en la comisaria, que el Toño era muy amigo de algunos de los maderos, que hicieron la mili juntos, y le dijeron que antes del anochecer la tenía de vuelta en casa.
   Pero la Pili no apareció aquella noche, ni la siguiente. El barrio se llenó de comentarios y rumores. Las vecinas hacían corrillos y murmuraban que mírala, la que parecía tan pava, la mosquita muerta, quien iba a pensar que se iba a fugar con el Matías, el del estanco…, pero enseguida, muy ofendida, lo desmintió la mujer del estanquero, Carmencita, que que mala que es la gente, como le gusta hablar sin saber, que el pobre Matías llevaba dos meses ingresado, que tenía cáncer de próstata en fase terminal.
   A los pocos días, encontraron un cadáver irreconocible en un descampado, justo en el solar donde ahora han construido el nuevo centro de salud. Estaba completamente quemado, hecho un amasijo de piel, hueso y carne renegrida sin forma. Yo no se lo que le diría a la policía y al Toño, pero bastó con que Sole, la médico forense, les enseñara un papel con mucho número y mucha letra para que el hombre reconociera que aquella masa de carne achicharrada era su mujer. Se cerró el caso.
   Todos los vecinos del barrio acudimos al entierro de la Pili. Con lo que cobró del seguro, el Toño se fue de viaje con su querida, la Asun, la auxiliar que tenía en la botica, con la que llevaba mucho tiempo liado.

****

   A las ocho y media en punto ya estaba yo saliendo por la puerta del supermercado, que ni esperé a la Macu. Tenía prisa por llegar a la plazuela y meterme en la cabina de teléfonos, que desde el móvil no quería llamar. Así que cuando tuve el aparato en la mano y una voz contestó al otro lado del auricular exploté:
   —¿Tu estás loca o qué? Hay que ver, Pili, ya te vale… ¿Que quieres, que alguien del barrio te vea y arruinarnos la vida? Porque nos la arruinas, lo sabes. A mi por falsificar pruebas, que fui yo, acuérdate, la que descuartizó al pobre animalito, pena de lechón, y lo quemó trozo a trozo en el horno hasta que quedó consumiito, que no había forma de saber si aquello había sido humano, animal o vegetal. Y a la Sole, tu prima, que se jugó el puesto por ti, que fue la que falseó los análisis y le dijo a policía y a tu marido que el ADN era tuyo; y a ti misma, que te arruinas la vida como el Toño se entere que sigues viva. ¿Es eso lo que quieres, que nos lleven presas a las tres?
   —Es que tenía muchas ganas de volver al barrio y de veros ¡Os echo tanto de menos!
   —Pues vete echándonos de mas, que como te vuelva a ver rondando por aquí te juro que esta vez si que mueres de verdad —le dije, pero al oírla llorar, se me puso un nudo en la garganta—. Anda venga, no te pongas así, cálmate. Tu has rehecho tu vida, ahora tienes una familia que te quiere, así que aprovecha y se feliz. Olvídate del barrio. La semana que viene voy a verte ¿vale? Y te cuento cosas de los vecinos, y te llevo fotos de todos, y de tus hijos también, que no los vas a conocer, hija, que no sabes bien de la que te has librado, que son carne de presidio, dos delincuentes que ya ni el padre puede con ellos.
   La Pili prometió no volver por el barrio aunque se muriera de ganas y nos despedimos. Se me olvidó decirle lo bien que le sentaba estar muerta. Hay que ver.

Una Uno
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:49:58 pm
La ausencia


Desperté, sudoroso y soñoliento, aquella madrugada. Hambriento y un tanto caluroso, en el hemisferio del estío. Mitad noche de purpúreas estrellas, un sol durmiente en el trono del horizonte y el lago. Mitad día de rojos amaneceres crepusculares, celestes astros, doradas esperanzas. Había soñado contigo sin saber el porqué, y eso me hizo daño, mucho. Regresé a tus recuerdos, aquellos intensos momentos después de la ruptura, nuestra separación definitiva. Seguías igual que cuando nos conocimos, tu piel tersa, tu flexible carácter, tu sensibilidad, tu fuerza..., y las lágrimas eran mías, solamente mías... Esa felicidad sempiterna, el color de tus ojos pardos, el desconocimiento de tus grandes batallas por el mundo, por esta civilización indefensa; era tantas cosas que luchar...

Y eso me hizo daño, mucho dolor.

Las primeras luces de la mañana, se filtraban entre las rendijas de la persiana, creando líneas de fulgor en la penumbra de mi cuarto. Un silencio mortífero y enloquecedor, lo abarcaba todo. Se extendía como una mancha sonora, imperceptible, infinita. Era extraño, pensé meditabundo, volviendo a alcanzar el todo, con mis pensamientos. Porque ya no se trataba solamente que en mi hogar no se escuchaba ningún murmullo, ni un solo ladrido, las peleas de los vecinos, los jolgorios de las vísperas de las celebraciones dominicales. En las calles, los motores de los vehículos, tampoco parecían entrechocarse y en los árboles los pájaros no trinaban, los gemidos de los grandes amantes de los lechos, los simples suicidas o los vómitos de los borrachos. Sólo las hojas y el viento y el desgarro agitado de la ondular respiración que brotaba de un dolorido pecho en movimientos débiles e irregulares que era el mío.
Tu remembranza, la separación definitiva, la culminación.

Que me hacían daño, mucho, mucho más daño, que antes...

En un principio, no di demasiada importancia a este fenómeno. Me levanté de la cama e inicié mis tareas monótonas y diarias como cada jornada, antes de escribir, plagiar irónicamente a las más ilustres narrativos como siempre había hecho. ¡Oh lo intentaba obrar y hacer obras! Pero las horas transcurrieron cotidianas, vacías, segundos. Esperé que el teléfono sonara. Y no resonó. Intenté llamar a alguien, a un pariente, un allegado, un conocido, pero no se me ocurrió a quién. Conecté y encendí la televisión; parecía estropeada. Hice lo mismo con al aparato de radio, ni una simple voz. Solo ese murmullo cacofónico, intranquilo, del espacio carente de las ondas, el eco de un sonido estereotipado. Me asomé al balcón de la terraza. Ni un alma. Nada, como en las más gélidas de los albores del alba.
Por fin, cuando empezaba a sentir temor y a una cierta aprensión, decidí telefonearte. Pero tenía miedo lo que estaba ocurriendo o si te hubiera sucedido algo malo. No tenía nada que decirte y sabía que tú tampoco lo harías, pero lo hice, armado de valor, olvidando nuestras discusiones, mi vanidad, mi orgullo. Pero nadie, descolgó el auricular. Tu voz se me volvió a negarme a ser melosa, cruel, torturante. La pérdida de la dulzura y la reprobación hacia los que se interpusieron entre nosotros, con tu beneplácito. La mano azarosa que nos separó. La mala suerte de estar cercado por su superficialidad, la mediocridad, la ignorancia, el significado de la ternura con la indiferencia. Dónde estabais, ahora. ¿Dónde, Marthe? ¿En cualquier sitio, en cualquier reminiscencia, dónde estarías? Contaba las horas desde que no te veía. Seiscientos minutos, algunos días, aquellas fotografías en las que volvía a retener aquellas iniciadas caricias en las que celebrábamos nuestros aniversarios, expandiéndose en la tarjera magnética que eran las sonrisas, nuestras ilusiones hipotéticas, los pasos perdidos, la longue marche. Contaba esos instantes inexplicables que me separaban de la muerte o de la locura; el desafío de la despedida, la aflicción de nuestro rompimiento; el amor de siempre, el definitivo, nuestros juramentos de sangre. Y quién tenía la respuesta a esta amarga situación que nos envolvía como una bruma, como una niebla, que, algunas veces, nos digería, que nos aburría, las ganas de hacer un rompitrampas en éste, en nuestro juego.
Llamé otra vez a algún conocido, pero de su voz de tenor y de barítono, también se me negó tu sonido vocal. Nadie transitaba en las callejuelas de los suburbios, las carreteras de las avenidas de gris piedra, de oscuridad ténebre, de penumbroso alquitrán, su misma tonalidad nocturna de las lunas estrelladas que bajaban y descendían con un ruido inerte. Bajé. Llegué a tu casa. Llamé al soportal. Nada. Nadie, volvió a responderme. Ninguna persona contestó en ningún hogar. Entré en las tiendas, los comercios, las oficinas, las gendarmerías, nadie me atendía. Bebía en los bares las bebidas y los licores exorbitantes que yo mismo me serví. Y el vino carmesí inundó de enajenación mis venas rígidas, de miedo y de desesperación, de impotencia, pérdida; una galopante soledad que invadían en mí unas tremendas ganas de llorar o... Ni siquiera el amor podía ya mover montañas, trocar la fe maldita con la fe, la declaración de una eterna unión. La pasión no podía mover una simple hoja de un abedul o las flores de un rosal. Algunas ventanas estaban entreabiertas, pero ninguna de ellas asomaba la silueta de algún cuerpo, una luminiscencia artificial descendiendo la media luz de la primeriza aurora. Comenzó a chispear del cielo unas gotitas y unas ráfagas débiles de lluvia, que humedecían el jardín de la residencia del Santo Juan. El retintín de esta parsimoniosa tormenta, fue mi único consejero. No sabía qué hacer en un mundo vacío, tan desamparado..., que vagué solo sin saber adónde, con unos movimientos inseguros, pero no encontré a nadie, sin poder saber que podría hacer; aguardando, en todo caso, mis gritos pavorosos; intentar ser algo, ser feliz, amado, como siempre busqué; los hallazgos de un valioso tesoro en una isla deshabitada de mis propios sueños, que, jamás, pude encontrar.

Te quería tanto, mi gallina ciega.
Tanto...

...Te lo dije tantas veces... Demostrándotelo en un pliego repleto de estrofas, declaraciones de amor como ésta, confesando mis promesas francas. Pero nunca moviste un dedo. Ahora era exagerado lo que me habían hecho. Me habías dejado solo. Todos me habían abandonado, como Cristo aseguró a su Padre en la cruz, cuando posiblemente más los necesitaba, como yo. Tú. Tú. A ti. Lejos, lejano, bajo un infinito reflejado en los espejos de nuestras grandes esperanzas. Con toda la humanidad excelsa del gentío de esta canica que mueve y que no lo hace con accesos rabiosos, inmóviles la mayoría.

Hasta un alarido de angustia o el llanto de un niño, hubiera sido mejor que este horrible silencio que me hería, hundiéndome; colmado de cicatrices, de heridas, llamas, necesidades. Se hizo la noche, pero pude penetrar en tu apartamento apalancando la puerta; aquélla en la que vivimos tantas cosas, en la que tuvimos tantos ensueños aduladores, en la que nos quejamos de tanta pena o tanto ímpetu, fogosidad, de tanto cariño; esos planes ambiciosos que abrían los pétalos de nuestro inmediato y dichoso porvenir... Intenté hablar medio ebrio conmigo mismo, pero no supe qué decir. Y una voz susurró dentro de mí, antes de callar: “No merece la pena vivir del pasado; el ayer...”; y ese tono, se invirtió. Era totalmente contraria a aquella otra cruel y tiránica que escuché antes, durante toda mi vida. Volví a conducir mi coche, pero no encontré nada contra lo que estrellarme y de nuevo me detuve extenuado. Entré en una perfumería y olisqueé unas fragancias aromáticas que me recordaban otros días, otras gentes. Sobre todo, de ti. Más tarde, volví a penetrar en una taberna y cogí una botella de bourbon y me senté encima de la hojarasca húmeda y fría de la noche, contra el banco de madera de un parquecillo. Bebí rápidamente, convulsivo, enfermizo, mientras hacía una retrospección de mi existencia. Miré. Rebusqué. Hurgué en mi interior y me sobresalté... Porque yo también, en consonancia, me encontraba tan despoblado de vida, de cualquier valor- vano y tan superficial-, como el árido planeta que, a mí alrededor, continuaba rotando impasible como si nada sucediera, queriendo, sin hacer nada. Sordo, insensible a los estallidos de las desgracias de las masas, las miserias de las guerras; los continentes podridos que comenzaban a impacientarse; la enfermedad y el mal de los aislamientos del gozo; impertérrito, a la imbricada disposición de mi perdición; el ostracismo de las lágrimas, las sonrisas herméticas; las proposiciones de nuestro futuro, de un te quiero, de un cásame. Como quien mira con un ceño impenetrable cómo en la lejanía de un ferrocarril que atropella a un animal acobardado, como nuestros deseos; la despedida a nuestro amante, el final de nuestros lloros; el adiós, mi enamorada indómita...; sin dejar de recordar esos instantes radiantes que, en ningún momento, podremos olvidarlo en el nuestro oblongo corazón, latiendo, latente.
Sobrenatural, fantasmas vivientes sobre las sombras de la vida.

MARCEL VON KARNSTEIN
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:52:11 pm
INANE ESPERA


Había llegado a la orilla con puntualidad germánica. Ni un minuto más tarde pasada la hora en que habían quedado en verse la misma tarde bien entrada, que ya lo era. De su parte y seriedad no podría esperase menos. Una vez allí, pocos minutos le sobraban para acicalar lo que no había, no obstante lo hizo. El tiempo le cundió, además de para eso, para pensar sólo un poco en el trabajo para, inmediatamente, hacerlo sobre cómo había sucedido, tan ideal…
Única e inicialmente se proponía llegar a aquel encuentro con el que llevaba soñando tantos años hacían y lo había conseguido, así que además de la alegría por la cita soñada, acomodarse el pelo que, impertinente, caía sobre los párpados y, definitivamente, mostrar más lozanía que la de esta mañana tras el mediodía en el que se habían conocido, unas horas antes, apenas cuatro que le significaban una eternidad. A partir de conocerse, y únicamente para darse la importancia que no tenía, le dijo haber quedado con unos amigos para comer en cualquiera de las terrazas de la playa colindante (mentira), antes de prometerle que se volverían a reencontrar a las seis, justo antes del atardecer. El cambio horario que impone el invierno era inminente y por ello comenzaba a oscurecer antes. Querían aprovechar la bucólica puesta de sol, eso sí era verdad. 
Sería el destino de su vida. Quería pensar que lo era. Tanta ilusión le sobraba que suponía que la persona que había conocido dos metros más allá de donde ahora estaba esperaba, podría convertirse en concluyente para sus ganas de emparejarse. Con soñar nada se pierde, soñar no cuesta nada o algo por el estilo -pero en alemán- pensó.
¿Y si llegó y se cansó de esperarme…? No puedo ser. Es de Italia…no puedo esperar más –dijo con más cansancio que con furia. Tampoco lo quería, su paciencia tenía un límite y sus principios le impedían extender más de los 15 minutos de cortesía. Ya había transcurrido más de una hora desde las seis de la tarde que fijaron para encontrarse delante de la quinta sombrilla de la primera fila del tercer bar de aquella playa, una más de las tantas paradisíacas que inundan el Golfo de Salerno, por más que la vista fuera inmejorable y le deleitaba pensar en planes futuros. Lo primero que se planteaba era lo obvio: aprender italiano. Optimista. Porque, a pesar de que llevaba casi un año viviendo en Barcelona, no había conseguido aprender a hablar ni siquiera correcto español; con decir que ni tan solo lo entendía medianamente, (y eso que dicen que el pasivo es más fácil en estos casos). En su caso estaba segura la pérdida de la paciencia cuando se le intentaba transmitir la frase más básica. En cuanto al trabajo, previamente tendría que a su jefe solicitar su traslado hasta allí, labor también costosa en términos de constancia, porque no era la primera vez que realizaba la solicitud, pero, pensaba que con volver a intentarlo nada perdía.
Finalmente hizo lo que no acostumbraba a hacer. Sus citas siempre llegaban con su misma puntualidad, quizás porque les eran culturalmente similares y no faltaban deseos de aparentar quedar bien, más que las ganas de hacerse esperar a propósito, como es costumbre sureña, pensó aunque poco más que esa actitud grosera conocía. Era la primera vez que lograba un encuentro de este tipo con alguien del mundo latino pero ¡Basta!, exclamó en tan alta voz  que la familia que estaba a su lado expulsó una risa ridícula que estalló contra su ira. No tenía paciencia ni ganas de continuar esperando. Por mucho que le gustase… más atentaba en su contra lo impuntual que era. No quería comenzar malcriando ni tanto como valer la pena seguir esperando, pensaba. Su sensibilidad había sido tocada y tras una hora pasada, pensaba que no compensaba como para dejarse perder en ensoñaciones. Decidió hacer lo que pensó debió haber hecho hacía mucho más tiempo antes: su localización directamente y, en un tono que se saltaba toda la educación de la que presumía, pedirle cuentas de la demora.
Ello se resumía en una  llamada al teléfono que esa mañana le había dado para que le comunicara una posible ausencia a la cita. Cada parte aseguró que de la suya no vendría la negligencia, en todo caso previeron al prometerse mutuamente que en caso de que alguno de los dos no pudiera llegar a tiempo, se avisarían con la seriedad que le sobraba a quien ahora esperaba. Fue valiente. No tenía dudas de que eso era lo que debía hacer. Aterrizó en la lista de nombres. Vio el suyo de primero. Lo era, no conocía otro nombre o persona que no fuese y no dudaba que escuchó que así le dijo llamarse; suponer lo contrario era desconfiar demasiado en su buena voluntad (ahora no sabía si en realidad tanto lo era). Pero las dudas no dejaban de asaltarle una contra la otra. ¿Para qué iba a mentirle? También podría hacerlo, ¿por qué no? Pero fingió no percatarse de que el nombre era el primero, para dar más tiempo y oportunidades al evidente desplante. La inicial del nombre obligaba que en la lista apareciese el número como el primero, no obstante despreció la opción de marcarlo inmediatamente. La furia que llevaba acumulada le impedía desatarse y prefirió llamar a la cordura y continuar rumbo navegando a través de la lista,  para ver si con eso se calmaba. Corrió la pantalla con el dedo hasta el hasta terminar la lista de la aes, deteniéndose casi cuando llegaba a la c, entonces volvió atrás y empezó nuevamente.
Marcó y llamó. El teléfono comenzaba a sonar en la otra orilla. Al menos no lo tiene desconectado, pensó optimista. Cógelo, cógelo, ya van dos tonos, tres, me va a saltar el contestador y esta llamada me sale por bastante porque no tengo tarifa, en esos momentos se dijo como si en su caso aquella banalidad fuera lo realmente importante. Tras el cuarto tono una voz femenina: ¿Pronto?, le contestó. Con temor tembloroso dio un golpe hacia atrás que casi le hace caer sobre la arena nuevamente. Para llamar se había puesto de pie porque la situación lo requería y no quería causar las mismas risas de la familia que ahora estaba expectante del resultado de su espera, disfrutando constantemente con sus continuos cambios de humor y desaliento. No tenían en qué entretenerse. El sol se había ocultado hacía unos pocos minutos y, para sus pesares inversos y comunes, la tarde en la playa terminaba, dejando paso a la previsible oscuridad que, en todos los sentidos, traería una noche solitaria en el interior de una de las partes por aquellos lares y fingidamente complaciente para la otra. Sólo rondaba por las cabezas de estas últimas, volver a territorio tirolés de donde para entretener la inacabable espera, dedujo el acento. Para la pareja, la madre de uno de ellos y sus dos hijos, todo era buen entretenimiento con tal de obviar el repugnante mal tiempo que había arribado a los alrededores de su casa, rodeada por montañas sobre las que ya caían los primero copos que, con más resignación que anhelo el resto de sus coterráneos reivindicaba de inmediato. La lluvia congelada y blanca duraría hasta pasado abril del año siguiente, consideración que los alejaba del romanticismo del resto de los austriacos que decían desear verla. Tendrían tiempo suficiente para desear ver u odiar la nieve, así que preferían continuar aprovechándose de las delicias que, además del buen tiempo, les regalaba la espléndida Costa amalfitana.
Desconociendo el origen común y tras entretenerse en la escucha mutua, la visión de sucesos, expectantes ambas partes en qué sucedería con el destino de la inversa, cada cual se resignó a tomar posesiones definitivas. La familia del Tirol comenzó  a recoger sus bártulos para marcharse a la habitación del hotel, por lo que, comprendiendo que eso le llevaría más tiempo que el que él tuviera las ganas de esperar, decidió repetir la llamada. Con valor. Los tiroleses tardaron más de lo que estrictamente les marcaba la agilidad de sus idiosincrasias al percatarse que volvía a apretar el teléfono entre sus garras, lo miró para luego marcar el número. Desearon conocer el desenlace de lo que disfrutaban hacía más de dos horas, a su lado, sin dejar de mirar hacia un lado y hacia el otro, tiempo en el que no había hecho más que una interesante llamada telefónica y circulitos nerviosos sobre el espacio de arena que formaba con sus piernas colocadas en ángulo agudo. Finalmente, como buscando un cómplice a su fechoría, volvió a marcar el teclado. Esta vez era decisivo. Ahora sí llamaría sin importarle que no fuera la voz esperada quien descolgara del otro lado, temiendo que fuera un desliz amatorio pero inoportuno de quien esperaba, que sería capaz de perdonar en pos de lograr una cita nocturna. Incluso eso era capaz de permitir con tal de que el desenlace fuera feliz. Llamó y esta vez se encontraba incluso en disposición de habla con quien respondiese al otro lado, o que le sucediese lo mejor que pudiera pasar, que nadie le respondiese y dejarle un mensaje en el contestador, que no sería insultante ni mucho menos, como mucho le pediría cuentas, creyéndose con derecho a ello.
En comparación con lo que había esperado, casi llegaba a la media hora desde la última llamada a esta, así que tengo derecho a volver a llamar, dijo en tono que alcanzó a escuchar la familia, siempre creí tenerlo, pensó.   
Al cuarto tono volvió a descolgarlo la misma voz que la primera vez: ¿Sí?, preguntó.
Buenas. ¡Ay!, perdón, m parece que me he equivocado –comedido contestó.
Sí….-respondió la otra parte, tras tragar en seco, que no era la por él esperada-. ¿Quién es?
Perdone la molestia… No sé…, creo que me he equivocado. Discúlpeme.
No, tranquilo, no estás equivocado…
La respuesta lo perturbó aún más.
¿Está? Es que… si molesto dígale que me llame más tarde, que recuerde que quedamos este mediodía en vernos a las seis en la playa y ya son pasadas las siete y no ha llegado…si no va a venir que me lo diga, por favor, que se está haciendo de noche y…para no seguir esperando, podría decirle yo personalmente si no es mucha molestia…
En medio de su tono nervioso, hasta que terminó de hablar no se percató que la otra parte lo escuchaba sollozando, pero a medida que silenciaba su monólogo, sí que le iba descubriendo un tono de madurez.
¿Estuvieron juntos esta tarde? ¿Tenían ustedes amistad?
No, si, bueno nos dejamos de ver al medio día y nos pasamos lo números de teléfono para llamarnos por si pasaba algo, por eso. No nos conocíamos de antes, nos conocimos esta tarde –respondió.
La respuesta a su suposición anterior lo alejó de las dudas: yo soy…, soy su madre -le dijo-, y su cuerpo me lo acaban de traer. Lo estamos velando en la casa. No pudieron hacer nada. –dijo la mujer antes de romper en sollozos que se convirtió en el grito ensordecedor de una costosa plañidera.
¿Cómo? –preguntó más confundido de lo que le pareció estarlo la mujer-. ¿Pero cómo dice que se lo llevaron? No entiendo…
Se ahogó en la playa a las seis menos cinco de la tarde –dijo, pareciendo estar más serena-. Pero ya me trajeron el cadáver después de que le hicieran la autopsia, antes tuve que hacer el reconocimiento que doloroso momento… Y monstruoso. Pero todo fue muy rápido. Ahora ya está aquí. Parece como si durmiese. Estará eternamente a mi lado. Me gustaría que te pasases, ¿sabes donde vivimos?…-preguntó de nuevo envuelta entre gimoteos.
No puede ser. ¿Cómo es eso? –preguntó él, perplejo y tembloroso, aunque su tono pareciera incólume- ¿Usted está enfrente de la playa, no? –preguntó.
Lo siento, pero es que no puedo seguir hablando…–respondió la madre que no pareció o no quiso escuchar la pregunta. Luego colgó. El insensible y ensordecedor tono que impuso el teléfono al escindirse unilateralmente la comunicación, fue interceptado por el grito apabullante que no pudo contener, alimentado por el que, telepáticamente lanzó la madre al lado opuesto.

Arturo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:53:37 pm
Como la reina de Saba


Al barrio en el que vive Camila se puede llegar por una calle que bordea la mesa de conglomerado de cemento calizo sobre la que se alza la ciudad como una estatua sobre un pedestal de piedra; una sorprendente perspectiva sobre el valle rodeado de colinas pobladas de encinas oscuras y apretadas, a lo lejos las montañas de porcelana vieja. En el pretil pintado de blanco que protege del vértigo del abismo, unas grandes letras pintadas en rojo con uno de esos espráis de pintura que se pueden conseguir en cualquier bazar chino, que tanto proliferan en los últimos años, deletrean un nombre: Zarifa.
Zarifa es gitana y tiene catorce años, el pelo tan negro como el ala de un cuervo, liso y fuerte y lo lleva recogido en un moño muy alto que le hace parecer más esbelta; unos ojos intensos, desconfiados, oblicuos, extraordinariamente oblicuos, una nariz pequeña y fina con un piercing blanco que destaca sobre su piel oscura y una boca pequeña. Suele vestir con chándales de algodón de colores brillantes. Ella lo tiene muy claro, solo va al instituto cuando quiere, o cuando los servicios sociales del ayuntamiento la obligan. Entra en la clase de forma altiva y desafiante, a veces tarareando alguna canción.
_ Qué yo no pienso hacer nada…- sentencia de forma tajante, mientras se dirige hacia los ventanales - ¡illa, Macarena…!- llama a una compañera que está en el patio, gritando como un verdulera-
Amanda viene más a menudo y es más pacífica, aunque tampoco hace nada, o solo en contadas ocasiones, cuando la pillas de buenas. Le encanta cogerse del brazo de las compañeras y deambular por los pasillos, aunque no habla mucho, mejor dicho, no grita mucho, porque aquí todos gritan demasiado. El día que viene Zarifa, inmediatamente se convierte en su compañera de pasillo y allí que van las dos, seguidas de una corte de niñas, como si fueran a bailar un pasodoble en la feria de un pueblo.
Camila no suele ir con Zarifa, parece que ésta no es santo de su devoción, ella tiene su propio clan, aunque más reducido, que aún mengua más el día en que Zarifa aparece por la puerta, será por eso por lo que no le gusta mucho. Tiene una hermana en un curso superior, que destaca por su larga melena negra, tan larga que parece una sirena de ojos tristes, pero solo se le ve con ella cuando recorren el camino que separa su casa del instituto, atravesando el puente sobre la carretera a las claras del día, encogidas por el frío seco de las montañas.
Durante días, Zarifa no aparece y Camila parece tener un problema menos, aunque surgen otras menudencias. Han comenzado a estudiar Historia. Le resulta extraordinariamente difícil comprender que el ser humano vivía en otro tiempo de otra manera.
_ El hombre no puede venir del mono –comenta ante las imágenes que representan la evolución- eso es mentira.
Al leer un texto sobre los hombres de Neandhertal y de Cromangon, aparece otro escollo, algunos alumnos no saben leer las cifras de los millones de años. Camila ve la cifra y quiere leerla de golpe, sin método, no recuerda que debe agrupar las cifras y como siempre se desespera.
_ ¡Qué yo no puedo leer esto, qué no puedo!
No tiene ninguna paciencia, ni siquiera para atender a las explicaciones. Todos estos obstáculos la sacan de quicio. Y para colmo, los romanos inventaron otros números que ahora había que usar para escribir los siglos. Ah, eso sí, cuando leen cómo los hombres prehistóricos emigraban a América a través del estrecho de Bering, puede exponer su opinión, toda esa gente saliendo de sus países para irse a otro sitio, eso no está bien. Está claro que cada uno debe quedarse en el lugar en el que ha nacido, como todos esos inmigrantes que vienen a España a quitarle el trabajo a los de aquí.
La maestra intenta explicar que los seres humanos siempre han ido a otros lugares cuando han tenido hambre o cuando no son libres, cuando no pueden decir lo que piensan.
_ Si hombre, como que a mí no me van dejar que diga lo que yo quiera, los cojo y los mato –sentencia muy segura- .
Cuando la primavera se ha dejado ver de improviso y un anticipado veranillo eleva las temperaturas considerablemente, Camila ha cambiado su indumentaria de anciana y se ha puesto una faldita vaquera abombada, unas medias y unas increíbles manoletinas de lentejuelas plateadas de las que el sol del patio saca innumerables destellos irisados.
Un rato antes habían estado jugando en el largo pasillo del interior del edificio, buscando personajes cervantinos en los largos carteles de papel continúo en un intenso color amarillo, que se han dibujado para celebrar el día del libro, para poder completar una sopa de letras. Zarifa se muestra huraña y hostil, con los brazos cruzados y sus oblicuos ojos empequeñecidos hasta llegar a ser una línea, por su gesto de enojo. Una alumna de un curso superior ha pasado junto a los alumnos que iban de un lado a otro, sin orden ni concierto, tratando de ser los primeros en completar las palabras, formando un tremendo alboroto, cuando Zarifa sale como un rayo a pegarle a la alumna del curso superior que pasaba, llamándole de todo menos guapa. Los profesores y el educador social la sujetan e intentan hacerla razonar.
_ ¡Qué me ha mirado! – se desgañita Zarifa haciendo amagos una y otra vez de abalanzarse contra la ultrajada alumna, que tampoco se corta un pelo.
_ ¡Qué a mí no me mira nadie! ¡Qué a mí nadie me chulea! – Sigue gritando una iracunda Zafira- ¡Nadie…! ¡Sus muertos!
Ah, esta es la expresión favorita de todos antes de ir a las manos, “Nadie me chulea”, todo el mundo debería salir corriendo después de eso. Luego está lo de acordarse de los muertos, la afrenta más grande que cualquier persona puede recibir y que necesita de una terrible venganza.
La maestra, que conoce a la alumna del curso superior que pasaba por el pasillo, cree que será más fácil negociar por esta banda.
_ Venga, Carmen, déjalo ya, no le hagas caso…
_ Pues yo cuando me pongo… que se calle ya que si no la moñeo… Que yo ni la he mirado ¿Qué se habrá creído esa niñata?
Nadie conoce el  tremendo significado de una mirada. ¿Qué habría interpretado Zarifa? Cualquiera sabe. Debajo de su imponente pose, como la Reina de Saba, una inseguridad más grande que su cuerpo, la idea de ser el ombligo del mundo, la sensación de ser atacada por todos, la impresión de no ser aceptada…Cualquier cosa.
Mientras tanto, algún mal intencionado, intentaba meter cizaña, haciendo comentarios provocadores en algunos corrillos, que de todo hay.
Finalmente, sin saber muy bien cómo, se logró terminar el juego y otro simultáneo que se hacía dentro de la biblioteca, donde mozas ataviadas a lo  Dulcinea del Toboso servían menús literarios a los alumnos sentados en las mesas de tan exquisito restaurante y un Don Quijote cansado, se repantigaba en el sofá del rincón de lectura con la barba  gris postiza como si fuera un babero y un Sancho Panza con una barriga deforme y su sombrero de paja que  literalmente se había tirado a su lado.
Aquel espacio con las paredes llenas de libros, parecía en ese momento de todo menos una biblioteca. Los comensales no paraban de reír y coger las flores de papel de los floreros a puñados y en seguida decían haber terminado las lecturas, aunque no parecía que se hubiesen enterado mucho, para recibir una cajita de cartón con chucherías y poder pintar con los dedos embadurnados de colores_ lo que a Camila le daba mucho asco, naturalmente_ , lo que se les ocurriera sobre el rollo de papel continuo extendido sobre otra mesa. Algunas aspas gigantescas en  molinos muy pequeños se podían reconocer entre centenares de garabatos trazados con los dedos, como homenaje a aquel lugar de la Mancha que era preciso olvidar, porque cualquier lugar puede ser el escenario de innumerables historias, solo con dar rienda suelta a la imaginación. 
Cuando todo estuvo recogido, aún faltaba un rato para que sonara la sirena, dando el pistoletazo de salida a una legión de adolescentes deseosos de abandonar el recinto del instituto. Salieron al patio, unos a jugar al fútbol, como siempre, mientras otros deambulaban de un lado para otro, sobre todo las niñas y  un grupúsculo se reunía en el campo de baloncesto a jugar con un enorme balón de colores.
Zarifa decidió marcharse inmediatamente y nadie pudo detenerla, con su arrogancia y su moño tan alto, como una diva caprichosa, acostumbrada a actuar a su antojo, sin acordarse de lo vulnerable que parecía unos minutos atrás.
La maestra, que había hecho algunas fotos de los alumnos en plena actividad, observó la imagen del cielo, los árboles y las gruesas nubes blancas en los charcos que había dejado la lluvia  caída durante la noche, fue a sacar algunas instantáneas de este singular paisaje.
_ Señorita, ¿Qué estás haciendo? –Preguntó Camila-
_ Fotografiando nubes en el agua.
_ Vaya, pues a mí eso no me gusta. ¡Qué tontería!
Después intentó ir a dónde jugaban los del balón grande, pero no se atrevió a sortear el charco que había delante de la puerta de la valla metálica con sus zapatillas de lentejuelas. Se alejó del grupo de niñas sin rumbo y de pronto gritó, un grito agudo y estridente, con toda la boca abierta y los ojos cerrados. Se quedó callada unos instantes y pareció sentirse satisfecha de ella misma, tanto que volvió a gritar a pleno pulmón, unos segundos más que antes, con más ganas… y siguió sin rumbo, tan campante, como si gritar así fuese lo más natural del mundo.

Francesca andrade
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:55:25 pm
NOCHE QUE ATRAQUÉ EN LA COSTA DE LOS MOSQUITOS      



Acababa de terminar el instituto y me encontraba perdido, estaba como un velero en medio de una tempestad, el barco era yo y mis noches de juerga alcohólica eran el mar. Ese verano, antes de empezar la universidad, trabajaba en un infame bar de copas que estaba situado en la zona más turística de la ciudad durante el periodo vacacional. Os cuento esto porque alrededor de ese local de Villa Mojarra giraba mi vida en esos tiempos, allí me recogían mis amigos cuando terminaba e incluso íbamos allí a beber la mayoría de las veces los pocos días que tenía libres. A pesar de las tribulaciones que me invadían como consecuencia del horizonte incierto que vislumbraba en un entorno de enseñanza adulta estaba siendo un buen verano y, aunque nunca había sido un ligón y era bastante tímido, me había logrado agenciar unos cuantos chochitos gracias a estar detrás de la barra. El bar estaba en la calle del antiguo general fascista Martínez Barroso, que sin estar en primera línea de playa sí que estaba justo detrás del paseo marítimo y acudía una clientela "selecta" que sólo a veces se contaminaba con algún viejo borracho o toxicómano, y allí alternaban los jovencitos y jovencitas porque las copas eran un poco más baratas. Algunas veces alguna muchacha se fijaba en mí pero he de confesar que la mayoría de las veces, si bien se mostraban interesadas, yo aprovechaba que la bebida, una bebida que además les servía yo, había transformado su percepción de la realidad y estaban eufóricas en un mundo de fantasía. Con ese panorama estaba contento y tranquilo hasta la noche que sucedió lo de Willy. Willy era un viejo marino que iba muchas noches al bar y bebía whisky Cutty Sark con agua. Además de Carlos, el portero, conmigo tras la barra trabajaban Silvia y Dani, un chico muy listo y diligente un poco jorobado y con unos andares agónicos, pero Willy siempre me pedía las copas a mí y me daba buenas propinas; Manu, el encargado del bar y hermano del dueño, no quería que las aceptásemos, pero el marino canoso me las deslizaba dentro de los diarios deportivos que siempre leía. Sobre él contaban cientos de historias por los bares de la zona y se decía desde que había matado a su esposa hasta que había encontrado muchos tesoros en sus viajes por el Pacífico. Dani, que tenía un tío que con frecuencia recorría los mismos bares que él emborrachándose, me había contado muchas de esas historias, como una sobre un tipo manco al que la tripulación de su barco lanzó por la borda a miles de kilómetros de tierra por una traición. Mi compañero sabría más historias que yo sobre Willy, pero como ya os he dicho él siempre me pedía las copas a mí, cosa que ocurrió la madrugada de miércoles que sucedió todo. En esa ocasión le puse como de costumbre su whisky con agua, aunque en su cara había algo extraño, parecía preocupado. Es fácil darse de cuenta de esto ahora, pero supongo que si no hubiera pasado nada no lo habría notado. Mientras le daba el primer trago al whisky y yo le devolvía el cambio su gesto cambió y me dijo:
   -Jesús, tengo mucha esperanza puesta en ti, eres lo más parecido a un hijo que tengo.
   -Pero si me llamo Jandro.
   -Bueno, el nombre es lo de menos, Jandro, pero me tiene que hacer un favor.
   -Dime, Willy.
   -¿Ves esta llave? –me dijo enseñándome una muy grande y bastante antigua que se sacó de un collar que llevaba bajo la camisa.
   -Sí.
   -Te la voy a dar. Guárdala bien, tú sólo hazme caso, guárdala hasta que yo te la pida.
   Le miré a los ojos y miré la llave, no parecía estar borracho pero lo que me decía era muy raro. La llave era grande para llevarla en el bolsillo, al menos con comodidad, pero no sé si porque me dejé llevar o porque me dio pena o por otra razón acepté el encargo.
   Esa noche la cosa estaba tranquilita y, como no había apenas trabajo, Dani se había largado a las 12 por decisión de Manu. A las 2 y media ya estaba trabajando sólo, en el bar nada más que quedaban Willy, apurando su segundo whisky, y un grupo de jóvenes de Cazalla de la Sierra que habían venido de vacaciones a la playa; Manu me había encargado cerrar y se había ido con Carlos y Silvia a La Cabaña, un bar muy de moda entre la gente de la noche y que se ponía bien cuando los primeros pubs iban cerrando. El grupo de jóvenes se marchó y Willy, que ya había acabado su copa, me dio un abrazo y le acompañé a la puerta antes de cerrarla para limpiar y recoger un poco.
   -Bueno, chico, hasta pronto, cuidado con la llave –me dijo.
   -Descuida, Willy.
   Nos acercamos a la puerta, salió y cuando la cerré vi cómo un grupo de hombres encapuchados más bien jóvenes se le acercaron y, después de hablar con él unos segundos, lo empujaron, cayó al suelo y empezaron a golpearle. No fue demasiado el tiempo que le estuvieron golpeando, ni siquiera pude abrir la puerta antes de que acabaran porque un coche de policía pasó y salieron corriendo, pero le golpearon fuerte y Willy era un hombre mayor. Abrí y me acerqué al sitio donde estaba el viejo marino y un policía me preguntó:
   -¿Lo conoce?
   -Sí –le contesté mientras aguanta a Willy por la espalda. Sin duda estaba maltrecho: le sangraba la boca, tenía varios moratones en su despoblada cabeza y aunque no estaba inconsciente parecía aturdido.
   -¿Y a los que le estaban pegando?
   -No, creo que no, iban encapuchados, lo único que me ha parecido ver es que uno de ellos parecía de Sudamérica –respondí esa vez.
   -Pues lo han dejado bien –dijo el poli.
Entonces Willy, al que yo sujetaba y acariciaba el escaso pelo, me soltó:
   -Ya le he hablado de ti a los míos por si pasaba algo y si no salgo de esta, cuando llegue el momento, vendrán a buscarte y podréis encontrar el tesoro que está en La Costa de los Mosquitos…
   -Claro que saldrás de esta, no parece que haya sido para tanto, esto no va a acabar con un viejo pirata como tú, jejé –le dije y reí para animarle.
   -Ya sé que esta no, pero ya me han encontrado y no van a parar hasta acabar conmigo. La llave sirve para… Bueno, da igual, ya te enterarás cuando te tengas que enterar.
   -Este hombre parece que no está como debe de estar –comentó uno de los policías y aunque no iban a coger a los agresores por lo menos determinaron llevarlo al hospital que, todo sea dicho, tampoco estaba muy lejos. Lo metieron en el coche y yo entré de nuevo en el bar.
Estaba nervioso después de lo que había pasado; recogí por encima y me fui a mi casa a tranquilizarme un poco. Salí, empecé a andar, me encendí un cigarro y tras dos caladas me dieron nauseas; pensé en tirarlo pero, antes de hacerlo, me fumé la mitad y empecé a toser. Cuando tiré el cigarro al suelo escuché un claxon y al mirar hacia la carretera vi a mi amigo Paquito que me llamaba desde su ciclomotor.
   -¿Qué pasa, guarra, de dónde vienes? –me preguntó.
   -De trabajar, del bar.
   -Ah, ¿y dónde vas?
   -Si no me encuentro a Pamela Anderson por el camino y me pide rollo a mi casa.
   -¿Te llevo?
   -Bueno, aunque así me despido de la posibilidad de lo de Pamela Anderson.
   -Otra vez será –me dijo.
   -Eso espero –le contesté y me monté detrás.
   -Yo creo que… –estaba diciendo Paquito cuando una piedra golpeó en el lateral de su ciclomotor y vimos que a unos cien metros estaban los tipos encapuchados que habían agredido a Willy y que se acercaban hacia nosotros corriendo.
   -¡Arranca! –le grité.
   -¡Ya, ya, es lo que intento! –me respondió chillando y la tercera vez que le dio al botón de arranque lo consiguió y abrió puño y salimos rápido de allí. Los encapuchados estaban ya sólo a unos metros.
   -Uff, menos mal –respiré aliviado mientras salíamos cagando leches y Paquito me preguntó:
   -Qué locura, tío, ¿tú conoces a esa gente?
   -Yo no, pero hace un rato le han pegado en la puerta de mi bar a un viejo que bebe allí y que me ha dado una llave esta noche –le contesté tocándome el bolsillo para cerciorarme de que la llevaba.
   -Pues yo tendría cuidado.
   -Ya, ya.
   Cinco minutos después del lanzamiento de la piedra y la huida a toda prisa Paquito me dejó en mi casa.
   -¿Quieres subir un rato y nos tomamos unas cervezas que tengo en la nevera? –le pregunté cuando estábamos frente a mi portal.
   -¿Y tus padres? –me dijo.
   -Están en la casa del campo.
   -Me quedaría a acompañarte un rato, pero es que mañana tengo que madrugar para ir a recoger unos pollos a casa de mi tío a Chiclana, que se va acercando el fin de semana y en la pollería vamos a necesitar bastante género. Lo que voy a hacer es tomarme un whisky en mi casa antes de acostarme.
   -Bueno, pues ya nos veremos por ahí.
   -Venga, tío. ¿Si voy mañana a la playa te pego el toque?
   -Venga.
   -Adióós –se despidió Paquito yéndose con su moto.
   Abrí el portón, entré y subí en el ascensor pensando en todo lo de Willy, la llave, los encapuchados… Cuando salí y pasé a mi casa me saqué la llave del bolsillo, la observé pensando qué hacer con ella y la dejé en la cómoda que había junto a la entrada. Entré en el salón, puse la tele y encendí un cigarro. Me tumbé en el sofá a ver un programa de crímenes y ya antes de acabarme el pitillo estaba desperezándome y cerrando los ojos; en cuanto lo acabé me quedé dormido.

   Un par de horas después desperté porque estaba sonando el teléfono y lo cogí:
   -¿Quién es? –contesté.
   -¿¡Oye, qué ha pasado en el local?! –me gritaban al otro lado de la línea.
   -¿Qué?
   -¡¡QUE ¿¿QUÉ HA PASADO EN EL BAR, COJONES??!! –chillaba una voz que distinguí era de Manu.
   -Pues no sé, yo he cerrado como siempre y me he ido.
   -¡PUES ESTÁ TOTALMENTE DESTROZADO!
   -¿Qué sí?, ya te digo que yo no sé nada.
   -Sí, veníamos de La Cabaña de tomarnos algo y nos hemos encontrado la puerta rota, todo lleno de botellas por el suelo, los papeles desordenados como si hubieran estado rebuscando...
   -Puede ser que tenga algo que ver con unos encapuchados que le han pegado a Willy, el marino ese que va al bar, y que se han ido corriendo.
   -Vaya tela. Bueno, mañana hablaremos, ahora vamos a denunciar esto a la policía.
   -Vale, hasta mañana –dije y colgué. Me levanté para irme a la cama pero antes me dio por ir a la cómoda a mirar la llave. Cuando llegué ya no estaba allí.

Francisco                                                                                         
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:56:38 pm
Como siempre


Las risas de los niños hacían eco por encima del mar tranquilo y su respiración se ralentizaba sobre el olor a salitre de la toalla. Le encantaba ir a la playa, era su santuario particular. Paula rodó sobre sí misma hasta alcanzar el móvil de su bolso, marcó el número que tantas veces había marcado antes y esperó a que él contestara. Un pitido, dos, tres, el contestador de voz. Suspiró y hundió la cabeza en la toalla, mientras la tan conocida sensación de angustia crecía en su estómago. Era hora de irse.
   Enfiló por la estrecha calle empedrada, ignoró al hombre que estaba orinando en la esquina y llegó hasta su portal. Se paró y, nerviosa, rebuscó en su bolso sin encontrar las llaves. Suspiró intentando aparcar la creciente angustia, llamó al telefonillo y esperó.
   -¿Sí?-Preguntó la voz de un niño pequeño.
   -Soy yo cariño, ábreme anda.
   -Espera ¿vale? Que voy corriendo-y acto seguido se oyó un golpe. Paula supuso que el niño había dejado el telefonillo colgando del cable y se concentró en el repiqueteo que el aparato hacía contra la pared, mientras intentaba no dejarse llevar por la sensación de ansiedad que se concentraba en su estómago. Oyó algo siendo arrastrado y el repiqueteo del telefonillo cesó.
   -Ya está-Dijo el niño triunfal-Es que no llegaba al botón de abrir. Menos mal que me sabía el truco de subirme a la silla que sino no podrías subir ¿eh?.-el niño rió divertido, y Paula intentó seguirle. Pero no era algo que le hiciera precisamente gracia. Oyó el sonido de la cerradura desbloqueándose y tiró de la puerta. Entró y subió de dos en dos las escaleras hasta llegar al cuarto piso y tocar el timbre de la casa. Podía imaginarse perfectamente al pequeño peleándose con el picaporte para abrirla.
   -Hacia la izquierda Sergio, hacia la izquierda.-Se abrió la puerta y un niño de cinco o seis años se abalanzó sobre ella. Paula lo cogió en brazos y entro a la casa mientras lo abrazaba.
   -Mi chiquitín, ¿dónde está papá?
   -¿Papá?-repuso el niño con ojos de asombro-se fue después del desayuno para dar una vuelta.
   -¿Cómo? ¿Y no ha vuelto?-Paula comenzó a alarmarse.- ¿Y Ana? ¿Dónde está Ana?
Dejó al niño en el suelo mientras maldecía y salió corriendo hacia la habitación del fondo del pasillo. Se acercó a la cuna y cogió a la niña de un año escaso que había empezado a llorar.
   -Has dicho una palabrota-Le reprochó Sergio, que había entrado al cuarto, mientras le tiraba del pantalón. Paula lo ignoró, mientras frenética revisaba a la niña que tenía empapado el pijama.
   -Tengo hambre ¿cuándo vamos a comer?-protestó el niño intentando llamar su atención.
   -¿No habéis comido todavía?-Repuso distraída todavía comprobando a la niña.-Dios mío, Sergio pero ¿por qué está Ana empapada?
   -Pues es que yo tenía sed y he bebido agua, y como Ana no dejaba de llorar he pensado que querría agua así que he traído la jarra y le he dado, pero es una torpe, no traga tumbada y se ha mojado entera.
   -¡Podías haberla ahogado!-Gritó angustiada agarrando de la pechera al niño-¿te das cuenta?-le increpó sin dejar de gritar. El niño abrió los ojos asustado, comenzó a llorar seguido de su hermana y Paula se obligó a tranquilizarse mientras inspiraba. El niño salió corriendo y se encerró en su habitación. Mientras cambiaba a la niña vio de reojo como Sergio se asomaba por la puerta, se dio la vuelta, se agachó y abrió los brazos. El niño corrió hacia ella y se refugió ahí mientras sollozaba y ella le acariciaba el pelo.
   -Yo no sabía… es que como papá dijo que tú harías la comida y no estabas… pero no sé hacer el biberón… y no dejaba de llorar… y yo… perdona… no lo volveré a hacer, de verdad…-El niño no dejaba de sollozar y Paula olvidó su enfado, al fin y al cabo no era culpa del pequeño.
   -Tranquilo cariño, lo has hecho muy bien, no es tu culpa. Termino de cambiar a Ana, le doy el biberón y preparo la comida para ti y para mí, ¿sí?-Le dio un beso en la nuca y se levantó para atender a la niña. El pequeño, hipando todavía, se secó los ojos con la camiseta y sonrió tímidamente.
   -¿Harás algo rico?-Preguntó.
   -Claro que sí mi vida, claro que sí.-Le contestó Paula, y es que podía sentirse feliz, no había pasado nada grave y eso que ya eran las cinco de la tarde.
   A las once de la noche los niños estaban ya acostados y Paula había intentado no menos de cuarenta veces contactar con él, pero seguía sin contestar al móvil, como siempre. Pensaba en el día de trabajo que la esperaba mañana, con lo que había ahorrado hasta ahora, esperaba poder darle la vuelta a su vida muy pronto. Mientras adormilada en el sofá le daba vueltas a todo aquello, oyó unas llaves al otro lado de la puerta y supo que era él. No se equivocaba.
   Se abrió la puerta y entró un hombre de unos cincuenta años, tropezó con la alfombra de la entrada y se apoyó en la puerta para no caer. Estaba borracho, de eso no quedaba duda. Paula notó como la furia iba creciendo en su interior, se levantó y lo enfrentó.
   -¿Dónde has estado? ¡Se suponía que hoy cuidarías de los niños! ¡Me prometiste que lo harías! Y llego a las cinco de la tarde y me encuentro que no estás, no coges al móvil  ¡y encima ahora vuelves borracho!-Le escupió con rabia contenida.-¿Es en eso en lo que piensas gastar todo el dinero? ¡Acabarán por echarnos del piso!
   -Pero tú… -comenzó el balanceándose- ¿Pero tú quién te crees que eres para hablarme de ese modo? ¿Eh?
Se acercó a ella intimidante y Paula retrocedió mientras él se acercaba cada vez más. Pegada a la pared cerró los ojos asustada, pero entonces sintió el aliento a alcohol en la cara y aquello la enervó. Abrió los ojos y lo empujó lejos de ella mientras le gritaba:
   -¡Son tus hijos! ¡No puedes dejarlos sin más y marcharte! ¡Podría haberles pasado algo!
Él tropezó hacia atrás pero consiguió mantener el equilibrio y, momentáneamente sereno, con la cara desencajada por la ira, se acercó rápido y la agarró del pelo obligándola a arrodillarse en el suelo.
   -¡Asquerosa niña! ¿Pero tú quién te crees que eres? ¡No eres más que una **** como tu madre!-Le susurró mientras le propinaba una patada en la tripa.
Y es que desde que, al poco de nacer Ana, la madre de Paula los había abandonado, ella no solo se había hecho cargo de la casa, sus hermanos y su padre, sino también de la ración diaria de golpes. Encogida en el suelo se obligó a no gritar y se alegró de que las puertas de las habitaciones de sus hermanos estuvieran cerradas.
Se mantuvo quieta en el suelo esperando el próximo golpe, pero éste no llegó. Abrió los ojos y miró a su alrededor, todavía inmóvil, hasta localizar a su padre, que se había tumbado en el sofá tras perder el interés en seguir pegándola.
A gatas, intentando no llamar la atención y conteniendo los sollozos, Paula logró llegar hasta el baño. Al cerrar la puerta pudo oír los ronquidos de él, se miró al espejo y a sus diecinueve años, se permitió llorar. Se levantó la camiseta y examinó su tripa, en la que como siempre, no quedaban marcas; y es que el sabía muy bien donde pegar para que no quedaran.
   Los primeros rayos de sol de la mañana sorprendieron a Paula dormida en el suelo del baño. Dolorida se levantó y lavó la cara. Salió silenciosa del baño y se acercó al salón. Vacío, seguramente habría salido ya a beber, otra vez. Volvería a la hora de la comida y fingiría que nada había pasado, como siempre. Al igual que ella haría, también como siempre.
   Volvió al baño, se recogió el pelo y preparó café. Pintó su cara con una sonrisa y cubrió el dolor con tarareos mientras le daba a Ana el primer biberón del día. Ensimismada no oyó los pasos descalzos de su hermano. Al darse la vuelta, lo encontró ahí, en el umbral de la puerta, con la angustia pintada en su rostro mudo.
   -Dormilón ¿te preparo el desayuno?-le dijo Paula sonriéndole, como siempre.
   El niño se quedó callado, mirándola serio, y vaciló antes de por fin abrir la boca.
   -Paula, cuando tú tampoco puedas más… ¿también te irás como mamá?
   Y fue en ese momento, con Ana en los brazos y la pregunta de Sergio retumbando todavía en sus oídos, cuando Paula se dio cuenta de que no era la única que no había dormido aquella noche, como otras tantas. Pero sobre todo comprendió que, si hacía lo de siempre, nada cambiaría nunca.
   Esa mañana Paula cogió el móvil. Aunque esta vez pasó por alto el número al que siempre llamaba y marcó uno de tan solo tres dígitos. Veinte minutos más tarde abandonaba la casa, pero lo hacía con sus dos hermanos, tres oficiales de la policía y una mujer de los servicios sociales.
   Al cruzar el umbral Sergio se agarró a su mano y se detuvo por un momento. Paula le sonrió tranquilizadora. No, esta vez no dejaría que todo fuera como siempre.

Astrid
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 01, 2011, 19:58:36 pm
Palabras para olvidar


Maldito día en que se me ocurrió decirle: “Renunciaré a todo por ti”. Tonta de mí, que confié en él y no debí haberlo hecho.
Viéndolo desde la distancia, con algo más de perspectiva, si hubiese sido una tontería, ya sería demasiado gorda; pero fue peor. Sin darme cuenta, esas palabras marcaron mi vida durante mucho tiempo.
Claro que entonces eran días románticos y no te paras a pensar y dices lo que sientes en ese momento.
Ahora las veo como unas palabras un tanto retóricas, vamos, que aquello no era una afirmación absoluta. Pero qué más da si la otra persona coge tus propias palabras y, sin que importen tus verdaderas intenciones, las utiliza en su propio beneficio.
Al principio fue bien. Supongo que así ocurre siempre y no paré mientes en la desdichada realidad que se me acercaba.
Poco a poco, fueron menguando los momentos dulces, mientras que comenzaban a apuntar algunos problemas.
Piensas que será una situación pasajera, más bien confías en que solamente sea eso y dejas que pase el tiempo... pero no mejora nada, al contrario, empeora cada vez más.
Hasta que llega un día, cuando te convences finalmente que ya has sufrido demasiado, más de lo que puedes soportar y que se ha acabado todo.
De aquellos días no quiero recordar nada. Todo se rompe a tu alrededor; tu vida, tus proyectos ya no valen para nada.
Solamente quería retirar aquella persona de mi vida para siempre jamás. Pero parece como si tirases por la borda todo lo que te importaba. No quedan más que desechos. Toda tu vida es otro desecho.
Pensabas que ahora saldrías bastante bien librada, pero no fue así ni por asomo. Pasan los días y te hundes. No tienes ganas de nada, la vida no vale nada, tú no vales nada.
Y la gente te hunde más todavía, incluso te impide salir a flote.
Sí, esta buena gente que te rodea, esta buena gente que te hace comentarios con la mejor de sus intenciones, sin sospechar el alcance de sus palabras.
Esta buena gente, que me hacía comentarios muy bien intencionados, aún me hacía más daño.
No se percataban que sus palabras hurgaban en unas heridas que permanecían abiertas y que las enconaban todavía más.
-¡Chica!, ¿cómo te ha podido pasar eso a ti?
No soy especial, ni tampoco diferente. Solamente una más, como todas.
-¡Oye!, que no nos lo esperábamos, si es que hacíais muy buena pareja.
También la casa junto al río, pero ya sabemos que pasa cuando diluvia.
-¡Ay!, una chica tan maja como eres y que tengas que pasar por este mal trago.
¿Qué mal trago?, ¿el de ahora o el de antes?, ¿el de recordar cada momento lo que quiero olvidar con toda mi alma?
Y claro, no dices nada, ¿qué vas a replicar?, todo se queda dentro, ensuciándolo todo, un amargor que no te puedes quitar de encima, por más que lo intentes.
O me conocía demasiada gente o era la comidilla del momento, lo cierto era que casi todas las personas, con las que me cruzaba en medio de la calle o en cualquier esquina, se me quedaban mirando o se hacían comentarios entre sí.
Hubo un día que no pude más. Ya no soportaba continuar viviendo en el mismo sitio de siempre. No soportaba ver la misma gente cada día. No me soportaba a mí misma...

Otro lugar, un nuevo empezar, nuevas personas, nuevas caras que me iban resultando conocidas poco a poco.
Al principio salía poco a la calle, sólo lo justo, me sentía extraña, desplazada, sin raíz alguna.
Todo me resultaba desconocido, lo que veía por la ventana, los ruidos que se filtraban por las paredes, incluso veía diferente la gente.
Ni tan solo podía decirme a mí misma que estaba en mi hogar. Todo resultaba extraño a mi alrededor.
Fue pasando el tiempo. Tal vez el suficiente y, por fin, pude ir tranquila por la calle.
Llegó un día que pensé que los colores habían vuelto a la ciudad. Ya sé que nunca se habían ido, pero antes no los veía. Hasta aquel momento sólo había grises, pues mi misma alma estaba agrisada.
También contemplé las sonrisas de la gente, sin que me pareciesen una burla dirigida contra mí. Solamente era alegría, sin más trascendencia que un gesto suave en el semblante.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y no pude hacer otra cosa que volver rápidamente y encerrarme en mi cuarto.
Allí dentro me dejé llevar por la emoción y lloré, lloré todo lo que no había llorado antes... hasta que... pude olvidar y vivir de nuevo.

Albaluna
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 09:55:15 am
SOLILOQUIO DE ESTÍO


Llegó la época de lluvias, que en mi infancia fue mi excusa y durante mi juventud mi amante secreta, y barrió, con un solo movimiento de escoba, todos los frutos de la cosecha perdida. Los campos, esquilmados después de tanto lustro, estaban anegados de agua y de lodo, y las heladas del amanecer prolongaban las huellas del desastre durante unas horas más.

   El mes de enero no solo trajo lluvias. También mi padre recogió su propia cosecha de fiebres y sudores. En poco tiempo, el pueblo pareció vestirse de luto. Las muertes eran continuas, y rara vez dejaban de sorprendernos. Únicamente cuando la defunción había sido pregonada previamente, no experimentábamos ese salto inesperado que era tan hijo del pánico como del hartazgo.

   Yo, acostumbrado a ver en mi progenitor a un hombre fuerte al que ningún obstáculo podía apartar del camino, me dejé llevar por la tranquila espera, y así dejé cabos sueltos y palabras sin destinatario. Mucho tiempo después de esto que relato, y sentado junto a una acequia, donde la luz de la luna me permitía meditar sin ambages, escribí una escueta nota que dejé flotar al aire libre, y no en el interior de una botella sin oxígeno. Llegaría al pantano y allí, como las palabras no susurradas, desteñiría el agua de un azul intenso. Quería pensar que el poder de lo no dicho podía ser prodigioso.

   La última noche fue la peor, y yo ya no dudaba acerca del final de mi padre, de su naufragio inminente. No obstante, la valentía no me acompañó, y permanecí, con mi monólogo de silencio, velando a quien ya casi no era junto a su lecho. Le tomé la mano huesuda, envuelto en piel translúcida bajo la cual las venas se retorcían como un tronco añoso y profundamente ramificado.

   Mi padre respiraba con un sonido ligeramente silbante, pero sin llegar al estertor, agitando el pecho vagamente en un movimiento vertical que afectaba a sus delgadas y encallecidas manos, que le había dispuesto en cruz sobre el abdomen. Su actitud era tranquila y parecía estar defendiendo la imagen responsable de padre y esposo. Nunca supe si dormía en un sueño libre y reposado o si su firmeza en ese momento era -como su cabeza ligeramente inclinada y su aire contemplativo y absorto hacían sospechar- causa o consecuencia de un último pensamiento. Quizá se estuviese reprochando, en ese postrer momento, que el perfil rural que mostraba sin recelo sería la única herencia que obtendría de él: mi rostro de madurez, condicionamiento y excusa de una vejez prematura y que yo, por ser el suyo, llevaba con orgullo, aunque no me jactara de ello.

   Las sombras de la pared oscurecían casi por completo la pequeña habitación. Sobre la vieja cómoda ardían un par de velones, y la turbia claridad azul que despedían se filtraba entre los paños que colgaban de una viga junto al espejo roto, quizá presagio, como la grieta de las amarillentas fotos, de la falla que se abría ante nuestros ojos.

   La imagen de mi padre que reflejaba el cristal era, si cabe, más fantasmal que la auténtica. La palidez del rostro y de las sábanas, en lugar de ensombrecerse con el polvo del espejo, a la hora nocturna en que la campana de la iglesia nos despertaba de los recuerdos con un seco plañido, adquirían una indecisa tonalidad de tierra rojiza y cadmio amarillento. El resto del mobiliario y de las personas que asistían al velatorio era, plasmado en aquel espejo, una compacta y pronunciada -más allá, posiblemente, del cristal- masa negra.

   Los últimos rumores del pueblo habían desaparecido con el fresco aliento de la medianoche. Con la primera helada, el gris plateado salpicó desigualmente a la vegetación y a los cristales, en una actitud de margarita que alguien deshoja pacientemente: te quiero, no te quiero. La luz de la luna se descolgaba tímidamente del cielo y el frío cortaba, como un cruel relámpago, el momento sombrío.

   La silueta difusa de mi padre se derramó, furtivamente, por la almohada sorda y bronca, perezosa y deformada, y se extendió atravesando la brisa azul entre los álamos bañados por el gélido susurro de Eolo. Las palabras que nosotros esquivábamos con los ojos empañados, surgían masticadas del interior de su boca reseca, resbalando por sus finos y lívidos labios, casi inexistentes. Y, aunque resultaban cadavéricas, la dulzura que se escondía en su significado nos llenaba de sosiego.

   Los dos plañidos de la campana que, pasada una hora, se escucharon remotamente, tras el monte, acompañaron al cuerpo, ya sin vida, de mi padre. Cubrí el espejo con el paño de la habitación menos raído y apagué uno de los velones. Mientras, mi madre, sin apenas fuerzas para ello, cerró la boca de su marido, que tantas veces había besado, y así mi padre se llevó a la tumba la última palabra acariciante -un simple adiós, quizá- que no logró ni tan siquiera susurrar. Mis tíos se mantuvieron quietos, en silencio, mientras que la melodía de llantos y suspiros continuaba hasta, sin apenas variación, madura el alba.

   Yo, por mi parte, besé levemente la frente de mi padre, como tantas veces había hecho a modo de respeto, cariño o travesura, y no supe qué decir. Aparté la vista del camastro, tratando de huir de lo que ya había sido consumado, cuando un escalofrío recorrió mi espalda: tras el paño, ligeramente transparente que ocultaba al espejo, este reflejaba ya mi propia imagen sin vida.

MARCOS CANO MONTEAGUDO
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 09:57:32 am
Mi Rebeca


La cuestión es que había vuelto a mirar atrás. Sí, lo había hecho por primera vez en muchos meses. Con todo el descaro que pude, como si la vida me fuese en ello (que quizás me iba). Él y su bicicleta, yo volviendo de trabajar absorta en mis tonterías, caminando por la acera de la sombra, en caravana detrás de un ejército de mujeres empujando carricoches rebosantes de alegría. Yo tenía unas ganas tremebundas de llegar a casa lo antes posible, mear y quitarme los tacones del diablo que llevaban horas torturándome sin piedad. Pero miré atrás…y no digo mirar atrás en el sentido romanticón y grave del filósofo que se para a analizar su oscuro pasado, que para amarga y jodidamente oscuro ya está el mío. Digo que miré atrás porque sus ojos negros se clavaron en los míos al cruzarnos y me giré toda yo, sin soltar una brizna del aire contenido en mis pulmones, para seguirlo con la mirada. Ahora ya me creo capacitada para catalogar al chaval de la bicicleta como uno de esos tipos que andan sueltos por ahí y que sin cuidarse demasiado seducen: barba de dos días, camisa por fuera…pero en aquel instante de debilidad se me asemejó nada menos que a un David de Miguel Ángel ciclista y por desgracia vestido. Para mi sorpresa y sin atropellar a nadie, él también se volvió y sus ojos negros me dieron un último buen repaso. Era la primera vez en exactamente nueve meses que me sentía valientemente correspondida, como si esa mirada fugaz fuese el espíritu santo, me llenó por dentro hasta hacerme entrar ganas de saltar y cantar por la calle. Pobre de mí, imbécil. Y sí, hacía ya nueve meses que me había encontrado al que era mi novio (o más bien era yo la tonta de su novia) en brazos de otra: Rebeca. Yo sí sé lo que es la ira precoz y precipitada del primer instante. Ventana, cabezazos-pared, puñetazos, patadas, revolcones en el suelo, gritos, no, no, esto no puede ser real, emprender una lucha a ostia limpia contra el guarro que me había enamorado durante más de tres años, emprenderla contra la zorra de su concubina, desintegrarme en el cosmos, correr hasta no poder ya más, vomitar el almuerzo…tanto atropello de opciones no me permitió apreciar la realidad tal y como se merecía. Días después, al verlos juntos y tener la gran suerte de que me proclamasen buena y pacífica amiga oficial de la nueva pareja pude estudiar con calma el semblante de Rebeca. La verdad, sigue sin extrañarme que la eligiese a ella, pues me considero enteramente heterosexual, pero con ella haría hasta yo misma una excepción. Tenía una melena rubia hasta la mitad de la espalda, unos ojos brillantes y una sonrisa de hábil culebra que metía miedo, pero era indudablemente hermosa. Rebeca…la veía por todas partes y a todas horas, soñaba con ella. Me perseguía por dentro. Si algo seguro sé es que la persona contra la que más odio del mundo acumulo es el innombrable que me coronó cornuda, pero ella…no sabría decir si la odio también o no. Pero aquel día había pasado el bonito de la bicicleta barriendo los penosos recuerdos de los que había vivido hasta el momento. Y había mirado atrás. Y me sentí feliz.

Al día siguiente me pinté los labios de rojo. Sabía que no era muy adecuado dado que trabajo en un centro psiquiátrico y podía desde incitar a mentes peligrosamente perversas hasta quedar como una idiota materialista que no sabe que está trabajando en un lugar lleno de regaderas y no en una elegante tienda de ropa, pero yo me los pinté. Al entrar vi una bicicleta en la puerta y sonreí sin la menor idea de lo que me deparaba.
-   Helena, ha llegado el sustituto de tu compañera embarazada. Está en el vestíbulo esperándome para que le enseñe las instalaciones, pero me ha surgido una reunión de última hora con los del sindicato. ¿Podrías presentarle tú un poco de qué va esto? Se llama Pablo.
Y ahí, con las manos en los bolsillos estaba Pablo, mi Pablo el de la bicicleta. Nos miramos avergonzados y le conté que yo le mostraría el centro ante la repentina ausencia del jefe y que no se me asustase mucho.
-   Te queda muy bien el rojo en los labios.
A las once de la mañana hicimos una pausa en nuestro trabajo de dios y nos tomamos juntos un café. Me contó que vivía solo (y se sentía solo) debido a un desliz sentimental.
-   Bueno Pablo, por lo menos tú estás solo. Mi novio también se largó de mi vida pero su recuerdo y el de la que me reemplaza me persiguen y me hacen compañía día y noche…y te aseguro que preferiría sentirme sola como la una antes que este acoso que me tienen jurado y que no me deja concentrarme en nada, ni siquiera en sentirme un poquito sola.
-   A mí también me reemplazaron.
Sonreímos ante la curiosa situación que ambos habíamos descubierto compartir. Lo que me dejó helada fue darme cuenta de que la que había sido su chica tenía una melena rubia hasta la mitad de la espalda y se llamaba Rebeca. Nos descubrimos los dos con cara de tontos confesando que tanto él como yo no habíamos acabado violentamente con ninguna de nuestras parejas y nos habíamos mostrado bastante tolerantes, pues al fin y al cabo, aplicada la buena cornamenta en cuestión, ya no había nada más que hacer. Habíamos sido dos presas fáciles de contentar: Rebeca y el tonto se habían pensado que aquel viernes de enero era el día nacional de la amistad entre parejas rotas, presentándose como pareja feliz ante mí a las cinco de la tarde en un tenso café y ante Pablo a las ocho en una amistosa cena. Se lo habían montado de fábula…los nervios se me dispararon y los fantasmas de hacía nueve meses regresaron como si todo hubiese sucedido ayer. De no ser porque mis compañeros de trabajo estaban relativamente cerca de mí me hubiese inyectado una alta dosis de morfina; que me viesen los pobres enfermos me traía sin cuidado. Rebeca…Rebeca estaba en todos sitios, era una maldita omnipresente, invadía mi terreno de una forma tan tangible que terminaba pareciéndome surrealista. Rebeca…hasta los bonitos ojos negros de Pablo habían sido suyos y qué sabía yo si en secreto seguían siéndolo. Odiaba a Pablo porque había conseguido enamorarme, porque yo le gustaba a él, porque mis labios rojos le gustaban a él, porque Rebeca le había gustado a él…no podía soportar formar un espléndido paralelogramo amoroso con tres personas que me trastornaban casi hasta el punto de ingresarme a mí misma en aquella condenada clínica.


Esa maldita y misma tarde cogí la baja por depresión, ansiedad, estrés y todo lo que se le ocurrió poner al pobre médico que me visitó (y me aguantó). Quizás con suerte al volver, mi compañera ya estuviese bien parida y con el niño lo suficientemente alimentado, rosadito, sin los ojos desorbitados ni cerrados, en fin, esas cosas tan cursis que se dan y que no significan más que el hecho de que una ya está sobradamente lista para reincorporarse al trabajo. No quería ver nunca más a Pablo: tenía suficiente con ver a Rebeca y al que de no haberse desviado hubiese sido mi media naranja (sí, lo admito) en cada rincón de las sopas, mi piso y mi mente.

Marea
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 09:59:26 am
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- No me creo que llames desde El Bonillo.- exclamó Raquel.
- Ni yo tampoco, pero el motor no responde y con la nieve que ha caído…
- ¿Y qué harás?
- No tengo opción, pronto anochecerá.
 
 Marcos no ha pisado su pueblo desde los veinte, cuando salió de casa para sellar con un portazo su adolescencia y no volver jamás. Su negativa a seguir con el negocio familiar abrió una brecha insondable que desembocaría en su partida y el inicio de su carrera en una empresa de transportes. El camionero, quince años después, quedaba atrapado de regreso de uno de sus viajes en aquel pueblo que le viera nacer.
 Hacía frío y se enguantó las manos al salir de la cabina. Parecía que los años no hubieran rozado la memoria de las casas; la tarde caía, a su paso por las aceras blancas le asaltaron recuerdos de su infancia. De los arcos del Ayuntamiento pendían témpanos, como estandartes puntiagudos. Se sonrió, las farolas despertaban y de alguna chimenea emergía un humo hogareño que redoblaba su nostalgia.
 De repente, su mente se vio agredida por imágenes rotundas de un padre inexpugnable. Marcos olvidaba el helor, ahora vagaba sin rumbo por las calles reviviendo la historia:
- ¡No arruinarás por lo que tanto ha luchado esta familia!- Resonó en su cabeza.
- ¡No puedes obligarme, Papá! Soy yo quien debe decidir.
- ¿Abandonarás el horno así sin más?
- Que se encargue mi hermano, ya es mayor.
- ¡Basta!- abrió los ojos sobresaltado, maldiciendo el azar que lo llevara allí.

 Curiosamente el frío había desaparecido, y no eran estrellas que deslumbraban sus ojos febriles, sino lámparas.
 Como sacada de sus recuerdos, distinguió el rostro envejecido y emocionado de una mujer que le secaba el sudor.
- Descansa, tienes fiebre.
 - ¿Mamá…?- Marcos no salía de su asombro.
 - Te encontró tu hermano, desfallecido de frío en un banco. Delirabas en sueños…

 Su padre había muerto, vendió el horno tras la negativa de su otro hijo. Marcos lamentó la noticia, cuando visitara su tumba enterró para siempre el rencor.
- A su manera, pero te quería.- Sollozó ella.
 
   
- No me creo que llames desde El Bonillo. – Exclamó Raquel
- Ni yo tampoco, pero se nos ha hecho tarde a madre y a mí, pronto estaremos en casa. Pon a enfriar cava, van a ser las mejores Navidades que hayamos vivido jamás.
                  
Cienfuegos
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:06:11 am
Diario


Es de noche de nuevo. Sobre la mesa hay tres velas que iluminan el espacio. Escribo estas líneas sobre las últimas hojas que han quedado de un cuaderno viejo, que cogí de mi casa antes de abandonarla. Va para dos meses que estamos en guerra y las condiciones de vida se deterioran. En la superficie las batallas continúan. Cada día escuchamos tiros, las sirenas sonar y después los aviones militares enemigos que destruyen nuestra ciudad (incluso mi casa). Echo de menos mi niñez, cuando podía jugar con mis amigos, correr por las calles y gritar libremente. Ahora estamos aquí, encerrados, callados, preocupados. Cuando un ataque se termina, solamente entonces salimos al aire libre y nos dirigimos hacia las ruinas. Lo más importante es encontrar a alguna víctima y, si es posible, lograr salvarla. Ayudamos a llevar a los heridos en camillas a los hospitales, donde los médicos y las enfermeras tratan de curar sus heridas, si ya no es tarde. Hay muchos cadáveres y los daños son incalculables. Un desastre absoluto, una devastación irrazonable en todas partes.
En cuanto a la vida en el refugio, somos cincuenta personas, principalmente ancianos, mujeres y niños. No hay electricidad, sólo agua potable, afortunadamente. Al comienzo tropezábamos y nos resbalábamos continuamente, ahora estamos acostumbrados. Un anciano toca su armónica y otro empieza a cantar una canción triste de su época, que no dura mucho, porque pronto él se echa a llorar. Algunas mujeres cosen o bordan, otra toca un icono y recita un rezo breve. Un bebé gruñe y su madre intenta y al final consigue acostarlo. Unos pequeños niños se ponen a jugar, pero alguien les dice que no deben hacer mucho ruido y se preguntan el por qué; quizás no se han dado completa cuenta de lo ocurrido. La mayoría se concentra en el medio, escuchando las noticias en la radio; las predicciones y las estimaciones son pesimistas. Así pasa el tiempo.
La situación nos pone nerviosos, pero todavía no es insoportable. Debemos tener mucha paciencia, mientras tenemos miedo de todo. Cuando oímos un ruido extraño o a alguien tocar a la puerta, inmediatamente apagamos las velas y quedamos en la oscuridad; entonces, muchos se abrazan y otros agarran pedazos de madera para golpear al posible intruso, antes de revelar nuestro escondite.
A Dios gracias, todavía estoy vivo, pero lamentablemente no sé nada de mis hermanos. Un día nuevo va a empezar. Esperamos que suceda algo positivo; yo no he perdido las esperanzas. Voy a acostarme, me siento tan cansado…

Babispf
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:10:55 am
EL CASCARUDO NEGRO


“Amelia, dieciocho años, soltera, estudiante del interior. De Artigas.” Así se presentó en la pensión estudiantil de la calle Colonia cuando llegó a Montevideo. Vino a la capital resuelta a hacer Facultad de Arquitectura.
El primer año fue doloroso. Lejos de su gente y de sus pagos. Los extrañaba y sucumbía en libros y maquetas todo el día y la noche. Pero sin embargo, lograba muy buenas calificaciones y felicitaciones de sus compañeros y docentes.
Conoció a muchos estudiantes del interior del país y del interior de su departamento, que, a pesar de recorrerlo con frecuencia, nunca pudo conocerlo completamente. 
Se emocionaba escuchando las historias de tierras tan lejanas, que quizá algún día, en el viaje final de su carrera, pudiera conocer. Por ahora, disfrutaba, de fuente fiel, sucesos vividos en carne propia.
Los siguientes años no fueron tan  intensos como el primero pero siguieron siendo muy enriquecedores. En el primer semestre del segundo año, en  uno de los bailes organizados por Facultad de Veterinaria, conoció a Néstor, con quien ennovió pronto, y a Raquel, quien resultó ser una excelente amiga. Al año siguiente se mudó con Néstor a un monoambiente más cerca de la Facultad. Raquel, cuatro años mayor que Amelia, estudiaba Psicología, estaba en sus últimos años de su carrera. Era inteligente y confiable. Se reían siempre con sus análisis de la vida. Disfrutaban largas horas de charlas, confidencias y verdaderos debates sobre cualquier tema.
   - Tu apartamento es un consultorio personal para mí. ¡ Me encanta contarte mis cosas y que me analices ! – confesó Amelia mientras reían juntas tiradas en los almohadones del living de Raquel.
   Con Raquel aprendió a hacer mandalas y a leer a Carl Gustav Jung.
Néstor era de Tacuarembó y vino a Montevideo a trabajar en una empresa de computación y estudiaba reparación en una academia de informática.

Una noche, Amelia llegó y Néstor ya estaba durmiendo. Se  acercó a saludarlo y le vió dos marcas en el cuello, dos líneas rojas.
-   ¿Te lastimaste?
-   No… Luché contra dos tipos que intentaron robarme. Pero ya pasó, no te preocupes. Ya pasó, estoy bien. Fue lo único que pudieron hacerme: arañarme.
-   Qué horrible mi amor… y vos no me dijiste nada.
-   No. ¿Para qué? Vos estás ocupada con tus estudios y tus viajes. No te quise molestar. Ya pasó.
Amelia fue al baño y regresó con el estuche de primeros auxilios. Le desinfectó la herida. Charlaron un rato, ella cenó en la cama y se durmieron. Olvidó contarle que sospechaba estar embarazada  y que había comprado un test casero.

Temprano a la mañana, el test de embarazo de Amelia le marcó positivo. Una mezcla de sorpresa y duda se instaló en su mente. Ella salió del baño para contarle, pero Néstor ya bajaba las escaleras, dando un portazo, sin siquiera despedirse ni desayunar con ella, como lo hacían siempre. Intentó llamarlo, pero el teléfono celular de Néstor estaba en la mesa de luz.
Amelia se quedó mirando por la ventana, con un celular en cada mano.
- Esta noche lo sorprendo con la noticia – se dijo sonriente.

Ese día resumió los datos del asentamiento. Sacó  fotografías y armó un PowerPoint con todo. Iba a utilizar las imágenes que captaría como metáforas de la realidad: personales, compartibles y comunes para todo un grupo humano. Pretendía armar un discurso con imágenes. Empezaría con un recorrido y después con imágenes puntuales, de más impacto visual; armaría un concepto de paisaje que fuera útil para entender la interpretación que tiene un observador de un territorio que lo rodea. También intentaría, con la opinión de las personas que viven allí, armar la interpretación de quien habita ese lugar. A partir de esos dos enfoques, el del que observa y el del que es observado, el paisaje sería el resultado de la intersección entre imagen y realidad; la imagen que tiene quien mira de afuera y la realidad de las personas que viven allí.
Cerró los archivos. Apagó la computadora y empezó a hacer la cena.
De pronto sintió un portazo. Era Néstor que llegaba tarde. Entró sin saludar y se encerró en el dormitorio.
Ella preocupada y distante, apenas se acercó, le preguntó como le había ido. El no contestó. Ella se fue de nuevo a la cocina.
-   Si no quiere hablar, que no hable. Punto.– se dijo.
Esa noche ella cenaría sola, leyendo los apuntes, no quiso decirle nada.
Estaba tan concentrada en sus cosas que no escuchaba a Néstor que le pedía que se fuera a dormir con él. Néstor la llamó varias veces y luego desistió. El se duchó, no cenó y se acostó. El sueño lo calló. Amelia prendió el televisor, como siempre, para que pareciera que había alguien y salió a comprar la cena.
Pasada la publicidad, comenzó el informativo:
- Policiales: Noticia de último momento: Una joven psicóloga recién recibida de su carrera fue ultimada violentamente en su apartamento esta madrugada. La policía afirma que fue homicidio, pues no hay señales de robo. La cerradura de la puerta de entrada fue destrozada. Vecinos del lugar sospechan que haya sido un hombre, pues vieron a un desconocido saliendo en la madrugada. La cámaras de seguridad del edificio registraron el momento… - la imagen borrosa mostraba un hombre saliendo hacia la vereda – La imagen fija en el rostro no era muy clara. – comentó el periodista al finalizar el informe.
Amelia regresó, cenó, apagó la televisión y se acostó.

De madrugada Néstor se despertó sudando. Fue al baño y se mojó la cara. Mientras se secaba ,se miró al espejo del botiquín. Se miró los dientes y sonrió.
Surgieron en su mente, como flashes, las imágenes: la puerta del apartamento de Raquel se abre, Raquel que asoma, él la toma por el cuello – las imágenes se desfiguran y vuelven a ser nítidas – sus dedos se hunden en la garganta de Raquel.  Ella intenta sacárselo de encima. Él la tira al piso. Se sienta en su pecho apretando con el peso de su cuerpo sobre el cuello de Raquel. Ella deja de respirar. Él resopla, se levanta y sale cerrando con cuidado la puerta. Baja las escaleras y camina hacia la calle. Ve árboles y oscuridad. Vuelve a borrarse la imagen. Le duele la cabeza.
Se ve ahora, vistiéndose frente al espejo. Se mira en él y vuelve a sonreír pero con los labios cerrados.
Va hacia el comedor y se queda allí sentado; ahora fastidiado.
Néstor no soporta más pero sigue sentado allí, clavado en la silla con la mirada fija en el montón de papel. El sudor le corre por la espalda y gotea en el piso húmedo y resbaloso.
Ya no soporta más el calor de esa noche. Un montón de trozos de papeles metalizados, doblados, arrugados y retorcidos, adornan el centro de la mesa.
Las marcas en las paredes internas del vaso delatan las consecutivas pausas entre sorbo y sorbo, entre cigarro y cigarro, entre dientes, entre insultos que vuelve a repetir mentalmente una y otra vez, sentado, él y su sombra.
Un cascarudo negro entra atraído por la luz de la única lámpara desnuda, en el medio de la habitación. El golpeteo de la caparazón del insecto contra el cristal de luz, es el único sonido que se alterna con los resoplidos fastidiados de Néstor.
Las paredes de la habitación parecen acercarse más y más con cada hora que pasa. El agobiante calor húmedo de la costa hace más tediosa aún la noche.
La luz amarillenta de la lamparilla, al atravesar los vidrios de las botellas vacías sobre la mesa, tiñe de marrón los papeles amontonados. Las tres botellas oscurecen los reflejos de la lámpara.
El humo del cigarrillo nubla la habitación y agrisa las paredes. Las grietas en la puerta crujen delatoras. La otra silla tumbada en el piso, ahora quieta, parece moverse de nuevo.
Néstor mira la silla y la superficie brillante de la mesa, el vaso por la mitad, medio vacío y la cerveza tibia y sin espuma. Acaricia con los dedos el borde sucio de pintura labial. Lleva los dedos a la boca y los huele. Cierra los ojos en una larga inspiración pero no deja caer ni una lágrima. Abre los ojos de pronto, para no dejarse llevar por esa sensación… que no sabe qué es.
El cenicero, lleno de colillas quemadas, algunas marcadas de rojo, otras sin nada, inunda el ambiente de tabaco y alquitrán. Néstor enciende otro cigarro. La pitada ilumina el extremo humeante. Una primera bocanada de humo escapa por entre los dientes apretados pero otra segunda sale, con fuerza, hacia arriba. Los dedos, inconformes, golpetean la madera brillante haciendo, con las uñas, un sonido que se confunde con el del cascarudo.
Néstor no puede más. Hunde el codo en la mesa y sostiene la cabeza, pesada, desbordada de ideas que lo fastidian. El cuello se alivia del peso y casi permite que las palabras salgan. Pero no. Néstor no quiere soltarlas.
¿Y si lo hubiese dicho de otra manera?... Quizás ahora no estaría solo, con el cascarudo. Pero no. Néstor no quiere hablar. Se tapa la boca con la mano y los dedos pintados marcan sus mejillas.
El insecto vuelve una y otra vez, incesante a golpear el cristal de luz con su duro caparazón.
Si hubiesen hablado en otro lugar, aunque hubiera gente alrededor. Pero no. Néstor no quiere pronunciar ninguna palabra.
No vale la pena hablar ahora.
El insecto revolotea en círculos, ensayando giros en el aire turbio y húmedo y vuelve a golpear el cristal, una y otra vez, insistente.
Néstor se levanta, sale de la habitación y la estela de humo lo sigue.
El cascarudo sigue golpeando el cristal en la habitación silenciosa.
Una explosión, un golpe y algo rebota en el piso. El cascarudo sale por la ventana rozando, al pasar, el vestido rasgado y la espalda desnuda y fría de Amelia, curvada e inmóvil sobre el marco de madera ensangrentada.

Atanor
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:12:35 am
La Mancha



La casa de Eduardo, en el asentamiento “Las Torres”, era como las otras, de lata, con troncos y llantas alrededor. Amelia llamó golpeando la chapa que oficiaba de puerta. Eduardo la había visto, desde su patio, sacar fotos y entrevistar a la gente; abrió la puerta sacudiéndose la ropa:
- Buen día. – ofreció.
- Buen día. – respondió ella - Me dijo el almacenero que usted es el mejor indicado acá para hacerle preguntas… ¿Usted es Eduardo?
- Exacto. Para servirle. Pero primero cuénteme, ¿para qué está acá, para qué lo de las fotos y lo de las entrevistas? – y le acercó un tronco como asiento.
- Estoy haciendo un trabajo sobre regularización de asentamientos. Es  para una  materia que se llama Teoría del Urbanismo de la facultad. Tengo que analizar la realidad… - comenzó ella pero él la interrumpió con una exclamación:
- ¡Pah!...¡Acá sí que tiene cosas para trabajar… mire nomás la cañada… eso habría que canalizar… Vaya a saber uno qué bacteria o enfermedad habrá en esa agua “imunda”! –  señaló la cañada, cortando con las uñas el aire como si lo hiciera con el  terreno – Yo, acá, estoy más alto. Tengo agua de la OSE, agua potable, pero la gente de allá abajo, usa la de la cañada… -  calló, pensativo – como “el Omar”, en el medio del campo. Ése si que estaba olvidado de todos…
- ¿Omar?
- Si. “El Omar”. Un compadre mío que se enfermó y dicen los “dotores”, que es porque no tenía agua potable…. “El Julio”, que en paz descanse – se persignó -  lo iba a ver seguido… Si tiene tiempo le cuento. – propuso.
- Soy toda oídos. Cuente nomás. - Amelia se acomodó para escuchar.
- El  Omar era peón y trabajaba de casero para un estanciero en Tacuarembó. Se enfermó, pero no fue por la falta de agua potable. El Julio, fue a verlo y estaba allí, solo en el rancho, acostado en la cama mirando el techo, sin decir ni una sola palabra. El Julio se acercó a la cama, arrimó una silla y se sentó. Le hablaba pero el Omar no contestaba. Le dijo: “Bueno viejo, tenés que decir algo”, pero el otro nada. El Julio se paró y caminó por la habitación. Pero cuando abrió la puerta el Omar gritó y el Julio, del susto, saltó y le preguntó que le pasaba, si le molestaba la luz. Pero los gemidos del Omar apenas le podían pasar por la garganta seca. El otro le preguntó por qué no quería que traiga de nuevo al médico. Quizás ahora, lo internaban. El Omar intentaba hablar pero el Julio no le  entendía nada. Además le temblaba tanto la mano que ni se entendía lo que escribía… El Omar se inclinó para adelante y vomitó sangre. El otro lo agarró de los hombros para sostenerlo y  seguía vomitando.- Amelia se tapó la boca - Cuando el médico llegó, el Julio ya lo había lavado y le había cambiado las sábanas. El médico dijo que no tenía nada  en el estómago, que tenía sólo una herida con infección en la garganta. Parece que tragó algo o se puso algo en la boca que lo lastimó. El médico le dejó unos remedios, para bajar la inflamación y dijo que si no mejoraba, que lo llame de nuevo. Mientras el Julio lo despedía en el portón, se escuchaban los gemidos del Omar desde afuera. El Julio fue a la farmacia y cuando volvió, a las tres horas, flor de susto se llevó: el Omar estaba tirado en el piso intentando escribir en un papel todo arrugado. El Julio trató de leer los ganchos del otro: “ LA MANCHA… DE LA PARED… ES… AHORA… LA MANCHA… DEL TECHO”. El Julio le trajo más papel y se acostó también en el piso para leer: “ALGO SALIÓ… DE LA MANCHA… A MI BOCA… ESTABA… OSCURO… NO VI NADA… TENGO MIEDO  QUE VUELVA”. El Julio lo subió a la cama, lo acomodó con almohadas, le trajo un vaso con agua para tomar el remedio. El Julio pensaría que era delirio del otro y le dijo: “¡Dejáme rebobinar!… Vos estabas solo acá, de noche y a oscuras, cuando de la mancha de la pared ¿aspiraste algo?”. – Amelia lo miraba atenta mientras Eduardo, entre el humo del cigarro, seguía contando entusiasmado – El Julio no podía creer, mientras el otro aseguraba con la cabeza y la garganta dolida. El Omar intentó tragar la pastilla. El Julio miraba la pared, el techo, la cama, imaginándose la escena. ¡De pronto el Omar gritó de dolor, con el ardor del agua fría mojando la garganta en carne viva!. . – Amelia se tapó de nuevo la boca, mientras Eduardo seguía – El Julio corrió a atenderlo sosteniéndole el brazo y le rezongó por estar solo en este rancho tan apartado de todo, le recordó que le dijo que no aceptara esa changa de cuidador de estancia, por si le pasaba algo, nadie se enteraba…¡y le pasó!... Y le dijo en la cara: “¿No ves lo solo que estás acá?... Ya sé que te querés apartar de la gente porque te sentís mal por lo de Laura, pero, ya está, ya pasó,… No te hundas en esa depresión que tenés. La tipa te dejó porque las cosas ya no daban más. ¡La relación de ustedes ya fue!. Hace tiempo que no andaban bien. Vos sos joven, podés hacer tu vida de cero de nuevo. ¡Pero no vas a avanzar alejándote de la gente!. Allá en el barrio todo el mundo pregunta por vos y yo les digo que te fuiste para Brasil, como vos me ordenaste. Pero loco, algún día vas a tener que volver de ese viaje. No ganás nada con venir a enfermarte perdido acá en el campo”.  El otro seguía tosiendo. El Omar señaló el montón de hojas apiladas en la mesa. El  Julio le acercó las hojas y el lápiz. El otro se enderezó tosiendo y tratando de tragar la saliva para seguir escribiendo. El Julio le sostenía las hojas mientras el otro escribía: “ES VERDAD… NO MIENTO… HAY ALGO … EN LA MANCHA”. El  Julio se calentó y se levantó furioso: “¡Pero qué mancha ni ocho cuernos!. ¡Eso que tenés debe ser una alergia a los hongos de este rancho! . ¡Esta porquería está que se cae a pedazos! Sólo a vos se te ocurre venir a meterte en este lugar… Además, ni los patrones de la casona están… se fueron del país de vacaciones… Claro, ellos dándose la gran vida y vos acá abandonado y solo – Eduardo rezongaba moviendo los brazos y apurando las pitadas - ¡No había ni un alma a veinte kilómetros a la redonda!... El Julio le dijo: “¡Dejáte de cosas y vamos para Montevideo de vuelta!. En serio, estoy harto de ir y venir. Porque vos no vas… Porque tenés miedo de enfrentar la vida… la realidad… y bueno viejo, las cosas son así, un día estás bien y al otro… ¡te meten los cuernos!. ¡A todo el mundo le pasa!.”… El Omar lo miraba con rabia al ver que el Julio no lo atendía y lo dejó hablar, callarse y volver a hablar. Como era de día, se sentiría más seguro, con la luz entrando por la ventana, ya que la cosa esa lo atacó de noche… – Amelia lo miraba espantada mientras Eduardo hablaba - Bueno la cosa es que el Julio le rezongó bastante y después se cansó de hablar y se puso a cocinar. Mientras comían el Julio le dijo: “¡Tá bien!… Ahora dormimos un rato y después hablamos de tu cosa esa”. El Julio hablaba como si el otro pudiera contestar.- sonrió Eduardo y Amelia le devolvió la sonrisa para que continuara - Al atardecer el Omar golpeaba con la mano la mesa de luz para despertar al otro. El Julio corrió a la cama y le dio unas hojas para que el otro escribiera y le dijo: “Poné ahí, tomá.” y se refregaba los ojos lagañosos para leer los ganchos del otro que estaba señalando el techo, intentando escribir desesperado: “EN EL TECHO… AHÍ  ESTABA… NO LO VISTE… ESTÁ… EN EL TECHO… ARRIBA MÍO”. El Julio gritó: “¡¿Qué voy a ver si estaba dormido?!, ¿Estás seguro que no fue una pesadilla?... Mirá que vos siempre tuviste mucha imaginación, tus sueños siempre fueron medios volados… Vos no estarás imaginándote cosas, ¿no?”… - estaba arrodillado con los codos clavados en el colchón de lana cuando el Omar volvió a señalar con el brazo y el dedo a la mancha del techo. El Julio volvió a mirar para arriba y ¡se quedó tieso!.. con los ojos vidriosos y la mirada fija en el techo. Con una bocanada de aire se ahogó de pronto llevando una mano a la garganta y la otra al estómago. – Eduardo hacía los gestos y Amelia lo miraba aterrada  - ¡Cayó y se revolcó en el piso retorciéndose de dolor!. El otro intentó gritar pero su garganta ya no emitía ningún sonido. Lloró aterrado mientras su amigo agonizaba en el medio de la habitación.
- ¡Qué horror! – comentó Amelia tapándose la boca.
- ¡Y el Julio murió así, no por la bacteria que dijeron después los médicos del pueblo!. – explicó Eduardo, sacudiendo las manos en el pantalón – ¡Qué agua ni que agua!. El Omar cuando mejoró contó todo: la cosa esa negra que bajó del techo se metió en la boca del Julio y lo mató. El Omar se embutió el vaso de vidrio en la boca y se apretó la naríz. Por eso la mancha no le entró. Sino estaba muerto y nadie se enteraba de lo que pasó de verdad. Hay gente que dice que el Omar está loco. Yo no sé. Yo le creo, el es mi amigo. Pero que las hay, las hay… y flor de herida le quedó al Omar en la garganta que hasta la voz le cambió. – concluyó Eduardo tirando el resto del cigarro que le quedaba, como poniendo un punto final al relato.
Y se quedaron los dos mirando en el piso, en un largo y respetuoso silencio.

Ortiga
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:14:38 am
EL TELEGRAMA


     Al escuchar el timbre del portal Octavio Martín marcó tres arrugas de intranquilidad en su frente. El vaso de vino que se disponía a beber le trepidó en la mano al tiempo que se preguntó en voz alta:
     —¿Quién será? ¿Esperabas a alguien, cariño?
     Frente a él encontró la mirada temerosa de su esposa.
     —¿A estas horas? —le contestó negando con la cabeza— Iré a ver.
     Octavio la asió del brazo en su ademán de levantarse.
     —¡Espera! Siéntate. Iré yo.
     Recorrió los escasos metros de pasillo arrastrando las pantuflas.
     —¡No se escucha demasiado bien! —gritó desde el recibidor antes de abrocharse el botón del pantalón— ¡Creo que es el cartero!
     Al cerrar la puerta de entrada regresó a la mesa del comedor con un telefonema en las manos. 
     —¿No coméis? Se van a enfriar los huevos.
     —¿Qué es ese papel, Octavio?
     —Nada importante, querida. Tan sólo es una propuesta. Me conceden el privilegio de acudir a una vela… Lamentablemente, no podré asistir. Noto que empieza a subirme la fiebre. Deben ser las anginas. 
     —¿Tienes fiebre? ¡No me habías dicho nada!
     —Ando camino de los 38'5º. No quería preocuparte.
     —Papá, ¿no decías que tú nunca te pones enfermo?
     —Siempre hay una primera vez, Elenita. Lo irás viendo a lo largo de tu vida.
     —¿Cómo puedes saber la fiebre que tienes si no te has puesto el termómetro? ¡Di, papá! —insistió su hijo.
     —¡A comer que se enfrían! Excelentes, cariño, excelentes estos huevos con puntilla. ¡Paquito, no seas bruto y moja pan! Elena, preciosa, ¿no te dijo antes tu madre que te limpiaras la boca?
     Lucía releyó las cuatro líneas que le habían llegado a Octavio en el sofá de la sobremesa. Las acababa un: “Por su distinguida condición de militar, se le concede el honor de velar a S. E. el General Francisco Franco de tres a cuatro de la madrugada en el Palacio de Oriente”. 
     —¿De verdad que no vas a ir?
     —¿Tienes un bolígrafo en el bolso?
     —De mina negra.
     —Valdrá.
     Redactó la respuesta sobre un diario doblado, la leyó con atención, tachó algunas palabras y, tras un último repaso, recortó el trozo que había escrito para entregárselo a su esposa. Lamentaba no poder acudir: “Una gripe inoportuna me mantiene postrado en la cama por encima de los cuarenta de fiebre.” Acarició la mejilla de su mujer antes de decirse a sí mismo:
     —A correos, Octavio. ¿Cuánto costará un telefonema?
     —¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
     —Tienes razón, querida, en mi estado no debería salir a la calle. Me abrigaré bien.
     Lucía rió nerviosa y tomó un sorbo de café.

RENI
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:16:17 am
EL COBRADOR  DEL FRAC


    Yo, Sisenando Meléndez, siempre he sido un tipo corriente, aburrido, lo reconozco. Tengo pocas amistades, mi conversación es parca y no provoca empatía. Físicamente siempre he sido poca cosa: unas piernas zambas sostienen mi lamentable delgadez; el pelo más bien ralo, deja al descubierto unas entradas en M mayúscula. Nunca pisé un gimnasio, por eso mis músculos son puro chicle. El espejo me devuelve  una mirada opaca en unos ojos pequeños y hundidos, que de no ser por las gafas de culo de vaso que los cubren, no verían absolutamente nada. Mi tez cetrina deja entrever en las mejillas un vivero de granos que hacen competencia a la piel de un sapo
Y como si todos estos defectos fueran poca cosa, aun debo sobrellevar que la mujer que amo pague con crueldad mis atenciones; sé que tengo muchas taras, pero también tengo buen corazón y no creo merecer el daño que me ha hecho.
Para mi madre, doña Paca, “el Sisendi”, como me llamaba cariñosamente, era el mejor y el más listo y guapo del mundo aunque mis profesores decían que era más bien torpe, sin embargo, dedicándole muchas horas al estudio, conseguí el título de Administrativo.
 Soñaba que su Sisenando se casaría con la mujer que quisiera y que le haría abuela de varios nietos. Pero la realidad es que yo siempre tuve problemas para entablar relaciones con las mujeres. Ellas me miran de arriba abajo y lo que ven es un chico escuálido, con una catarata de caspa gruesa como copos de nieve adornando la chaqueta. Ven eso, más todos los defectos físicos que ya enumeré antes.
Enterré a mi madre justo al terminar mis estudios. Como yo decía, no tengo padre ni madre ni perrito que me ladre.
Me habitué a vivir con la sola compañía de mi gato Dharma. Yo cuidaba de mi vida y de la suya. No era muy ordenado, la verdad, mi casa era un galimatías, mi dormitorio era como el rastro madrileño un domingo por la mañana; pero a mí no me afectaba ese desorden, total, solo lo veíamos Dharma y yo.
Tras la muerte de mi madre padecí una fuerte depresión. Había días en que no me levantaba de la cama, apenas comía, no me aseaba, y todo me daba igual. Las latas de conserva se agotaban, y aunque es cierto que atesoraba bastante dinero dentro de una hucha, esos ahorros eran sagrados. Así que un buen día, me decidí  a buscar trabajo.
Peregriné por las agencias y envié currículos a diferentes empresas esperando una respuesta que tardó bastante en llegar.
Creí volverme loco cuando a las siete de la mañana sonaron los cinco despertadores a la vez (era necesario: si me echo a dormir, es a dormir, tengo el sueño tan pesado que no me despierta ni una banda de música tocando en mi dormitorio). Di un salto de la cama. Luego abrí el armario, elegí una camisa blanca, una corbata que tenía desde hacía quince años y un traje gris. Desayuné, me calé las gafas y salí a la calle silbando.
Cuando llegué a la empresa de trabajo pasé una breve entrevista, y al rato me comunicaron que el puesto era mío.
 ─¿En qué consistirá mi tarea? ─pregunté contento pero sin mover un solo músculo de la cara.
 ─¿Ha oído hablar del cobrador del frac? Pues ese será usted. Deberá ir vestido con el frac y seguir a la persona que se le asigne, como si fuera su propia sombra, hasta que sienta vergüenza de que lo señalen como moroso y pague su deuda.
A la mañana siguiente comenzaba mi trabajo. Me coloqué el frac (en el que cabían dos Sisenandos y del que me sobraba un poco de manga), me calé el sombrero de copa, cogí el maletín donde se leía con letras de molde, lo mismo que en mi espalda, EL COBRADOR DEL FRAC y a las nueve en punto me planté ante la casa de mi primera víctima: doña Encarna Gutiérrez Padilla.
 Esperé tranquilo, paseando de un lado a otro de la fachada hasta que apareció. Era joven aún, algo rellenita, sin llegar a estar gorda, con un dedo de entradas negras en un pelo rubio teñido. Sus labios, dos tomates reventones, me atraían como un imán. La observaba caminar con pasos inquietos, la cabeza alta y los ojos ocultos por unas enormes gafas de sol. Y yo, pegado a sus talones, aspirando su olor a lavanda. Encarna olía siempre a lavanda.
Desde entonces comencé a seguirla cada mañana cuando salía de su casa muy peripuesta, balanceando el bolso con la mano. Mi mirada se clavaba en el contoneo de sus caderas y mis oídos se deleitaban con el repiqueteo de sus zapatos de tacón de aguja en las aceras. Por las noches, cuando me iba a dormir, cerraba los ojos y sólo se me representaba su imagen. Deseaba que llegara el día siguiente para volver a verla. Todo en ella me fascinaba. Nunca había estado tan cerca de una mujer, por eso me llevó poco tiempo enamorarme.
A las diez de la mañana Encarna entraba en el primer bar, el más cercano a su casa.  Se dirigía al mostrador y saludaba al camarero:
─Buenos días, Andrés, ¿me das cambio?
─Buenos días, señá Encarna. Hoy está calentita, está a punto de salir, ¡a ver si hay suerte!
─Eso espero.
Se ponía delante de la máquina tragaperras y, como si se tratara de un ritual, introducía la primera moneda. Empezaban a girar los dibujos y las luces. Ella, con la mirada fija en las imágenes giratorias, parecía olvidar todo lo que ocurría a su alrededor. No le importaba mi presencia. “Tampoco he tenido suerte, tiene que estar a punto de salir el especial”, la oía decir al camarero.
Abandonaba ese bar y visitaba otros. Yo, como su sombra, la veía introducir moneda tras moneda en la ranura de la máquina, hasta que el monedero se quedaba vacío.
Al cabo de dos semanas empezamos a saludarnos. Algunos días, cuando Encarna volvía a casa al final de la mañana sin un euro, la oía lamentarse en voz alta de que las máquinas se habían tragado los filetes de sus hijos, que tendrían que conformarse con unas sopas de sobre. Quizá lo decía para que me compadeciera y dejara de seguirla. Pero me era imposible complacerla, no sólo porque era mi obligación sino porque ya no podía vivir  lejos de ella.
Cuando la veía acercarse, altiva, contoneando las caderas, moviendo el bolso y con los zapatos de tacón de aguja que repiqueteaban con ritmo en la acera, debía pellizcarme para no echar a correr hacia ella y abrazarla, decirle que la amaba. Refrenaba mis impulsos porque quería cumplir con lo que mi oficio me exigía: seguirla hasta que pagara la deuda.
Encarna pedía fiado en todas las tiendas del barrio, y cada vez se hundía más, pues no le sonreía la suerte en las tragaperras.
Fui su sombra durante tanto tiempo que le cogí cariño, la verdad, hasta que un día, a primeros de mes, la vi salir de casa con el sobre del dinero que le habría entregado su marido. Se fue derecha a saldar la deuda con el pescadero, que era quien había solicitado mis servicios como cobrador del frac.
Ya no tenía necesidad de seguirla, sin embargo, no podía dormir recordando sus caderas cimbreantes y el repiqueteo de los zapatos con tacón de aguja.
Cobré la comisión y, a pesar de que ese era el primer dinero que ganaba en mi vida, salí de la oficina muy apenado. Pensaba en Encarna. “Pobre mujer”, me decía, “ha sido mi primera víctima”.
Con el tiempo descubrí que no podía pasar un solo día sin verla, y cuando terminaba mi trabajo me dirigía hacia su casa y me apostaba junto a una esquina. Al oír el taconeo que se acercaba, creía que iba a desmayarme. Entonces yo salía de aquella esquina, me hacía el encontradizo y la saludaba. Ella me dedicaba una sonrisa o unas pocas palabras, pero a mí me hacía el hombre más feliz de la tierra.
Una noche la encontré en su portal con un voluminoso maletín. Al verme me abrazó sollozando. Con palabras entrecortadas me confesó que su marido la había echado de casa. No lo pensé dos veces: la agarre por la cintura y la llevé a la mía. Dharma exhaló un maullido de desagrado al verla.
Después de la cena le declaré mi amor. Le musité que mi vida y mi hogar eran suyos. Ella acarició mi rostro y me dio un raspado beso.
Vivimos felices durante dos meses, aunque ella no dejó de jugar, ni de perder. La mala suerte la asfixiaba. Llegó un momento en que consideró insuficiente el dinero que yo le entregaba para su vicio. Necesitaba más.
En adelante, cada vez que yo volvía a casa notaba que algo había desaparecido: un día era la cómoda; otro, el armario; el frigorífico... Todo se lo perdonaba cuando me abrazaba y prometía que dejaría de jugar. Hasta que una tarde la encontré caminando con Dharma en brazos. No, por favor, Dharma no. No lo vendas. Empeñaré la vajilla de mi madre, venderé el coche, todo, pero déjame a Dharma, le rogué.
Terminé por comprender que Encarna era una ludópata y que debía ponerle freno. Una noche que llegó más tarde y más apesadumbrada que de costumbre, con el pelo revuelto y el monedero vacío, la agarré del brazo y, sin decir palabra, la até a la pata de la cama. Le espeté muy serio que así estaría hasta que renunciara a su afición a las máquinas tragaperras. Cuando le daba la comida me miraba con unos ojos tan tristes que… A la semana la desaté.
Sólo nos quedaba la cama y la cocina; pensé que ya no recaería. Pero lo hizo. Un domingo regresé a casa y Encarna había desaparecido. Me sentí abandonado. Busqué un rincón cerca de Dharma y acurrucado junto a él  estuve el resto del día. Ya no me importaba vivir. Me desazoné preguntándome cómo habría encontrado la hucha que yo venía engordando desde mi infancia y que mantenía bien oculta detrás de la chimenea.
Al oscurecer apareció Encarna y mi corazón pegó un brinco. Sin mediar palabra volcó un montón de dinero encima de la cama.
―Estaba segura que este día tenía que llegar, he acertado tres plenos, somos ricos ―decía mientras tiraba monedas al aire dando vueltas de alegría. 
Fui a lavarme la cara porque las lágrimas me nublaban la visión, y cuando regresé al dormitorio, Encarna se había ido.
La llamé a gritos aun sabiendo que no podía oírme.

Me habitué a malvivir de día y a soñarla de noche. Aquel invierno sin su calor, se me hizo más gélido y agonizante.
En el verano volví a verla, junto a su marido, paseando en un automóvil flamante. Los vi bajarse del coche y meterse en un casino.

Yo he retomado mi trabajo como cobrador del frac. Me queda la esperanza de que algún día, Encarna pierda todo lo ganado, se endeude, y a mí me encarguen la gozosa tarea de pegarme a ella como una sombra.

MADAME BOVARI
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:18:54 am
Determinismo fatal


-Buenos días capitán, ¿puedo pasar?
-Buenos días Martín, pase, pase. Tome asiento.
-Le traigo el informe del caso Quintero Pelayo como pidió.
-El profesor de literatura, ¿verdad?
-Catedrático de Lengua y Literatura de la Universidad de Barcelona, señor.
-Le importaría leérmelo. No me acostumbro a llevar las gafas de cerca. Será que con los años mi vista y mi memoria empeoran a la par.
-No hay problema.
El miércoles, día 15 de junio de 2011, recibimos una llamada de la central de Barcelona denunciando la desaparición de Don Manuel Quintero Pelayo, catedrático de Lengua y Literatura de la Universidad de Barcelona. El rector de dicha universidad denunció a la comisaría central de los Mossos de Escuadra de Barcelona que Don Manuel no se presentó el lunes, 13 de junio, ni el martes, 14 de junio, a ninguna de las clases que impartía. El catedrático debía empezar las clases ese lunes después de un permiso que pidió para acabar un proyecto personal, un libro sobre el determinismo en el siglo XXI, creo. El rector, el señor Don Francisco Menéndez Serpí, intentó ponerse en contacto con Don Manuel pero le resultó imposible, este no contestaba en ninguno de los teléfonos que tenía, ni fijos ni móvil. Conociendo la puntualidad y rectitud del catedrático, comunicó su desaparición a los Mossos.
Según el informe que recibimos, los Mossos intentaron ponerse en contacto a su vez con Don Manuel pero también les resultó imposible. Así que enviaron una patrulla a su domicilio de Barcelona. El portero les comunicó que Don Manuel se fue el día 5 de junio y que no había regresado. El segundo domicilio que el desaparecido tiene registrado es una casita aquí, en Sant Feliu de Guíxols, por eso los Mossos se pusieron en contacto con nuestra comisaría.
Ese día, el agente Márquez y yo estábamos de servicio. Al recibir el aviso, nos dirigimos a la residencia de Don Manuel. La dirección es carretera de Tosa km. 37. La primera vez nos pasamos el camino de tierra que conduce hasta la casa. La propiedad no es visible desde la carretera. Rodeada de bosque, la casa está situada al borde de un acantilado de roca que da directamente al mar. Es una propiedad antigua, fechada a principios de siglo, de estilo modernista y reestructurada casi por completo por su propietario. Al llegar hasta la casa escuchamos música de fondo, picamos a la puerta pero no obtuvimos respuesta alguna. Un olor extraño se filtraba por debajo. El agente Márquez giró el picaporte y la puerta cedió. No estaba cerrada con llave.
Al entrar el olor se hizo más intenso. La música, blues creo que era, provenía de un equipo de sonido situado en el comedor. Mi compañero y yo nos identificamos como agentes del orden y llamamos en repetidas ocasiones al señor Quintero. Nadie contestó. La casa, que consta de cuatro amplias habitaciones, comedor-cocina, una habitación con vestidor, un lavabo bastante grande y un despacho, estaba ordenada y sin muestras de violencia. El agente Márquez se acercó hasta el equipo de sonido y lo apagó. La puerta del balcón estaba abierta. Al otro lado había una terraza de grandes dimensiones con una mesa y dos sillas. En el suelo distinguimos una mancha rojiza. Creímos que podría ser sangre. Al salir vimos sobre la mesa los restos de una botella de vino, un Vega Sicilia gran reserva. La botella estaba volcada y el vino se había derramado sobre una de las sillas que contenía un manuscrito empapado por el líquido. En el suelo una copa rota reposaba junto al charco rojizo que creímos sangre. Pasada la falsa alarma seguimos registrando la casa. Yo me dirigí a la habitación. La cama estaba sin hacer, por lo demás todo ordenado. Allí el hedor resultaba menos intenso. Cuando iba a registrar el despacho, el agente Márquez me llamó desde la puerta del lavabo. Al acercarme vi al agente visiblemente afectado. El cadáver del señor Quintero estaba de rodillas en el suelo, con la cara aplastada contra las baldosas, y el culo, aún manchado, al aire. Los orines se mezclaban con la saliva que se le escurría entre los labios deformados en una mueca extraña. El olor era insoportable. La verdad es que tuvimos que contenernos para no vomitar allí mismo. Junto al informe le adjunto estas fotos de la escena que tomaron los de la científica.
-¡Joder! Agente Martín, la próxima vez ahórrese las imágenes.
-Lo siento señor.
-Continúe, anda, pero absténgase de enseñarme más fotitos que acabo de desayunar.
-Sí señor.
Después de hallar el cuerpo, llamamos al servicio de emergencias, al forense y a la científica. Estos llegaron pasada una media hora. Tanto el agente Márquez como yo decidimos no tocar nada. No parecía el escenario de un crimen pero según ordena el protocolo es preferible, en casos como este, esperar a que la científica saque conclusiones. Como verá al final del informe todo apunta a un suicidio premeditado.
Mientras la científica revisaba la casa decidimos investigar esa posibilidad. Nos pusimos en contacto con el rector de la universidad y después de explicarle brevemente la situación le preguntamos por familiares, amigos o conocidos que nos pudieran orientar sobre lo ocurrido. Según el rector el señor Quintero no tenía ni familiares cercanos ni amigos. Se jactaba de haber tenido la suerte de ser hijo único, de no haberse casado ni tener descendencia, escribía libros, decía; “ellos me recordaran cuando no este, me resarcirán de esa estúpida idea de eternidad a la que aspiran la mayoría de hombres con mi talento.” Era un hombre bastante excéntrico y solitario. Tampoco tenía amigos, en palabras del difunto y siempre según el rector, no entendía la necesidad de rodearse de sanguijuelas zalameras. Solía afirmar que con su aprobación personal tenía más que suficiente.
-Menuda joyita... 
En el primer registro encontraron la cartera del señor quintero junto a una nota de suicidio. La nota se adjunta a continuación del informe. En la cartera hayamos una tarjeta de un psiquiatra y nos pusimos en contacto con él. Trataba al señor Quintero desde hacía años. Según el psiquiatra Don Manuel era un enfermo del control. Pero no un enfermo cualquiera, lo suyo era degenerativo. Cuanto más mayor se hacía más crecía dentro de sí ese afán de tenerlo todo previsto. Su psicopatía tenía nombre pero no solución. Neurótico obsesivo con cierta tendencia al narcisismo. El médico no parecía excesivamente extrañado por el suicidio. Nos comentó que el acto en sí respondía más a una necesidad absoluta y enfermiza de control que a una infelicidad, depresión o cualquier otra enfermedad psicológica. Le leímos la nota de suicidio. Nos preguntó cómo había muerto. Le describimos rápidamente la escena y estalló en carcajadas. Supongo que la ironía de la muerte resultó más fuerte que la rectitud profesional.
-¿Que quiere decir exactamente?
-Cuando lea la nota lo entenderá todo.
-Continúe entonces.
Una vez examinado el cuerpo, el forense nos dijo que la muerte se produjo por envenenamiento. El estomago del señor Quintero contenía además de vino un derivado sintético de lo que llamó conium maculatum, conocido comúnmente como cicuta.
-¿De qué me suena ese nombre?
-Es una planta que produce un veneno mortal, Sócrates se suicidó tomando un brebaje similar. Este derivado, al mezclarse con el alcohol, le produjo una reacción en el estomago al señor Quintero. Ya se sabe que el cuerpo se rige por sus propios mecanismos y este al intentar defenderse del veneno le provocó al difunto una diarrea espasmódica brutal. El hombre, sintiendo que no podía aguantar se fue al lavabo. La cantidad de veneno ingerido fue excesiva y aunque el fallecido expulso gran parte, como ha podido ver en las fotos, no fue suficiente y murió.
-Sigo sin verle la ironía.
-La ironía no está en el cómo, sino en el porqué.
-Explíquese.
-Lo hará él mismo. Aquí tiene la nota que dejó.

“Hoy, seis de junio de 2011, día de mi sexagésimo cumpleaños, he decidido quitarme la vida. Siempre creí que dejar al azar algo tan solemne como morir era temerario y poco elegante. Por eso, cuando acabe de escribir esta nota, mezclaré cicuta con el vino que estoy tomando. He decidido irme el mismo día que llegué. Sé que la fecha no está escasa de simbolismo pero es tan sólo una muestra más de que esta decisión no está tomada al azar. La vida de un gran hombre se mide por sus actos, por su forma de vivir pero también por su forma de morir. Los grandes hombres mueren dignamente, reposados, complacientes, mirando a la negra parca a los ojos, sin miedo. Ya que morir es inevitable, ya que no puedo decidir no morir, decidiré al menos como hacerlo. La posibilidad de fenecer de forma ridícula ocupo muchos de mis últimos pensamientos. Que un premio Novel fallezca al resbalar con una ***** de perro y, al caer, se partiese el cuello contra la acera, o que un famoso dramaturgo, se asfixie con el tapón de un frasco de pastillas mientras intentaba abrirlo, no son más que pequeñas muestras de lo caprichoso y desconsiderado que puede ser el destino. Por eso, yo, Don Manuel Quintero Pelayo, negándome a exponer mis últimos momentos a la fatalidad de la ventura, he decidido que como Sócrates, la cicuta será mi pasaje, el billete de mi último viaje. Soy totalmente consciente de lo que hago. No achaquéis mis actos a cualquier enfermedad mental inventada o existente, pues no sería más que una excusa de mediocres para mediocres incapaces de comprender la grandeza de este acto. Dicho esto no me queda más que despedirme.

A quien le importe: 
Don Manuel Quintero Pelayo”

-Vaya, pues sí que tiene su ironía.
-Supongo que al fin y al cabo, los designios del señor son inescrutables.

Aloysius
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:22:37 am
NO TE OLVIDES DE REGAR EL MAR


La regadera fue el primer objeto. En ese momento Tabú no podía intuir el sentido que el hallazgo tendría meses después, sin embargo a corto plazo esa regadera se le colaba entre los pensamientos inundando su cerebro de imágenes e ideas que le parecían inconexas y sin sentido: árboles viajando en barco; gotas de agua estallando en las fachadas; personas cargadas con puertas, -Silencio se come las islas- dicen en el telediario de las tres, y los mapas se beben embotellados, puede asegurar al acabar el informativo.
Descubrió la regadera en el hueco que formaba el desnivel entre el camino que conducía al pinar y la vegetación descontrolada a ambos lados de la senda. Le costó identificar el pequeño agujero: refugio secreto y tesoro. A la memoria le encanta edulcorar recuerdos añadiendo o desechando ingredientes a su antojo. Cinco años desde la última visita eran suficientes para cambiar su sentido de la distancia y saber que la naturaleza no se estanca. Por fin consiguió dar con el lugar, éste estaba cubierto casi por completo de ramas que le impedían el paso. Las apartó con cuidado hasta que hubo espacio suficiente. Entró y se tumbó sobre las hojas secas como solía. Se sorprendió al comprobar que aún podía estirarse completamente y descubrió con gran asombro que las cosas que había ido acumulando seguían casi intactas: el palé de madera que usaba como mesa, apoyado  en la pared; las guirnaldas de piñas encima de ella y el gancho donde colgaba la linterna; las estanterías improvisadas a su izquierda y piedras pintadas esparcidas por las esquinas. Faltaban las telas que ponía en el suelo a modo de alfombra y las cajas llenas de papeles y pinturas que siempre llevaba encima. Sin embargo había algo que no acababa de identificar. Una pequeña regadera amarilla encima de las piedras pintadas bajo las ramas-estantería. Se aproximó e identificó una etiqueta colgada de su asa. Decía – No te olvides de regar el mar...

¡La puerta! La enfermera al entrar irrumpió en el hilo de su ensoñación y la hizo caer de golpe en la realidad: los tubos que mantenían con vida el cuerpo de su abuela. Hacía meses que había entrado en coma después de un repentino derrame cerebral  y desde entonces en el hospital siempre había alguien con ella, tal vez porque no cabía en la cabeza de nadie que hubiera conocido a la mujer de las mil sonrisas llena de luz estelar y energía de volcán que su cuerpo iba a dejarla tirada de la noche a la mañana. La enfermera comprobó el oxígeno, el suero, los latidos, salió sin intercambiar palabra.

Tabú volvió a quedarse a solas con su abuela, esta vez consciente de dónde estaba. Se sentía culpable por asemejarse mas a un mueble que a la compañía que habría deseado tener. Meses atrás, Tabú se había quedado en silencio. Un silencio indefinido. Primero fue un silencio de rabia que poco a poco se había convertido en inercia y ahora era solo  miedo de romper la escarcha. La separación de sus padres y el cambio de casa inminente habían desmoronado su mundo hasta tal punto que también su abuela se había callado. Su padre se había ido no se sabía dónde y su madre no aguantaba mas en esa maldita isla, volverían a Noruega. De eso hacía meses y aún estaban en “esta maldita isla” , pero Tabú no halló motivos para romper su mutismo hasta esa tarde. Ella no se merecía su silencio. No necesitaba otro ramo de flores a su lado. Para eso tenía las flores que solían traerle las visitas. Pasaron diez minutos, nada se movió en la habitación y lentamente los pies la llevaron al lado de la cama. Acercó la comisura de sus labios al oído de su abuela y casi tan repentinamente como se había callado empezó a hablar. Primero en voz muy baja, entrecortada, extrañada de oírse, pero poco a poco fue encontrando su voz y las palabras adecuadas. Los días de visita le servían para abandonar por un momento el invierno autoimpuesto en pleno verano. Le contaba desde lo mas banal a lo mas trascendental. La mantenía informada de cuánto pasaba en el mundo. Le leía revistas, libros y a veces traía su música favorita.

Pasó con su abuela todas las tardes de aquel verano. Tomaba el bus al mediodía. Se bajaba en la penúltima parada, cruzaba la calle que le llevaba al edificio de pisos dónde vivía, subía de dos en dos los siete grupos de escalones, pasaba corriendo entre la ropa tendida y los aparatos de aire acondicionado de la terraza comunitaria y se sentaba en el tejado que miraba el mar. El sol se escondía para incendiar el mar y teñir el mundo de naranja. Nostalgia alegre para las últimas horas del día. Turistas que huelen a aftersun, gente en las terrazas, artistas callejeros y músicos de playa, jóvenes y viejos paseando, el camarero del bar sirve sangrías sin cesar,  gotas de sudor, el viento que cambia y sopla de cara. El espectáculo está servido en una noche de verano cualquiera. La vida recomienza y se atreve a salir hasta quien vacila ante el calor.
Una de esas tardes en que planeaba con la mirada en las vidas ajenas, sus ojos se posaron en una teja maltrecha. No era la única del tejado, pero la posición en que estaba llamó su atención, era extrañamente precaria. Alargó la mano para intentar colocarla mejor y vio que debajo una semilla empezaba a mostrar el fino tallo. Inmediatamente quedó fascinada ante tal alarde de fortaleza y cabezonería de aquella planta que se atrevía a nacer en un lugar tan hostíl permanentemente asolado por el sol, el viento y la sal. Sintió que no podía dejarla ahí. Tenía los días contados, si conseguía superar las condiciones externas y podía crecer, era cuestión de tiempo que un vecino se percatara de ella y apreciara que lo sensato era cortarla por la humedad y demás desperfectos que podía ocasionar. Así que no dudó y la plantó en un tiesto provisional hasta que le encontrara un sitio mejor. La semilla le hizo pensar en la regadera y los demás objetos aleatorios que se había encontrado después. No es que los hubiera apartado de su pensamiento alguna vez. La intriga que le producía el curioso inventario era huésped habitual de su divagar. Hasta llegó a pensar que todo era producto de su imaginación paranoica empeñada en encontrar sentido a una lista de desperdicios abandonados sin ningún porqué. La regadera, la brújula, el agua de mar en una botella de vino, el barco de papel y la semilla. No podía ser todo aquello fruto de la negligencia humana.
La brújula estaba entre las piedras del faro un día nublado pero de mar en calma. Estropeada, abollada y con el cristal rayado, y a pesar de todo seguía pareciendo elegante, debió ser una auténtica filigrana en su juventud. Tenía la carcasa llena de inscripciones y símbolos marineros que a primera vista le fue imposible identificar. Entre ellos leyó: Rumbo Tambor con letras esbeltas y muy juntas. Meditó unos segundos antes de depositarla dónde la había encontrado. Si “Rumbo Tambor” era acabar estampándose contra las piedras del faro, no consideró oportuno moverla de ahí.
La botella y el barco se los había encontrado casi juntos, no porque estuvieran en el mismo lugar, sino porque después del agua vino el barco en cuestión de horas. La noche anterior se había quedado dormida en una antigua construcción de vigilancia contra los ataques piratas que había ostentado usos varios a lo largo de la historia. Tabú había entrado en el lugar otras veces y sabía que al final del claustrofóbico pasillo y el minúsculo portal se llegaba a una sala considerablemente alta y bastante amplia con una ventana horizontal abierta en la pared gruesa que por fuera quedaba  camuflada y desde dentro era como estar en el interior de un buzón. Se durmió sentada, apoyada en la pared escuchando las olas y despertó con las primeras luces del alba. Tenía el brazo sobre una caja, que la noche anterior había confundido con una piedra. La caja era de madera construida de forma improvisada y era demasiado grande para lo que contenía: solo la botella de cristal llena de un líquido transparente que después comprobó que era agua de mar.
El barco estaba en la parada de bus de la rotonda de delante del hospital. No media mas de un palmo y era de papel blanco, el estado del cual decía que no llevaba mucho tiempo allí. Tal vez, de las cosas que se había encontrado, era la menos espectacular y solo le había alegrado el día por la relación que podía establecer con los otros objetos.
Cuando estaba con su abuela solía hablarle de esa colección ajena de cachibaches. Daba vueltas, rodeos e interminables paseos al sentido de sus hallazgos y no supo encontrar una solución clara y definitiva que eliminara las infinitas e insostenibles hipótesis.

Su abuela murió a finales de Septiembre. Entre todos habían decidido que era lo mejor.
Para Tabú fue un bofetada. En su interior anidaba la esperanza de que su abuela se iba a despertar de un día para otro, se desconectaría ella misma de las máquinas y todo volvería a ser como antes.
Tal vez por todo ello le gustara tanto sentarse en la calle de las puertas de colores. Entrar en aquella callejuela era retornar con las hadas y los duendes de su niñez. Se accedía al lugar por uno de los senderos empedrados que tejen el centro de la ciudad dónde la historia salpica al caminante atento y al incauto soñador. El desvío que conducía al callejón de las puertas de colores era estrecho, casi imperceptible si se anda dejando los sentidos en la meta, sin tiempo para detenerse. Su reloj hacía tiempo que permanecía congelado, cansado de contar inviernos y sus objetivos habitaban desorientados las calles de su cerebro. Tal vez por eso su andar azaroso la llevó a introducirse en la fina línea vertical que se abre entre el cemento y avanza de forma sinuosa para dar paso a un espacio  más amplio, con el cielo azul por bóveda. Entre las precarias  curvas de paredes gastadas, lo primero que  llama su atención es el estallido de colores en la pared gris. Tres puertas y cuatro ventanas en total pintadas de verde, lila, amarillo, rojo, como si la primavera se manifestara en aquel edificio medio en ruinas. Al pasar junto a la tercera puerta, la ciudad parece lejana. A partir de este punto la vista no alcanza mirar atrás. Delante se ven las flores en los tejados y la hierba descontrolada que crece entre las baldosas. Justo en frente un muro con una puerta incrustada en sus entrañas, pequeña, de madera vieja con cerradura de ésas decoradas con filigranas metálicas ya oxidadas. Sin embargo esa no es la única puerta del lugar. Está plagado de ellas, demasiadas en tan reducido espacio. Las puertas de la segunda parte del callejón no son como las de la primera. Ahora son todas diferentes, sin un tamaño ni una tipología general. Algunas son antiguas, de madera vieja como la del muro de enfrente. Otras hacen gala de su modernidad enseñando el acero gris. Y otras en cambio son totalmente diferentes. Una llamaba especialmente la atención, roja y pequeña, la única del conjunto que conservaba el número sobre su cabeza, un doce negro grabado en una pieza de mármol claro.
Sin duda el conjunto producía cierta inquietud en esa mañana suavizada por el sol e invitaba a cerrar los ojos al calor suave de primavera. Supo que era el momento cuando abrió los ojos y vio abierta la flor. Motas de luz hacían traslúcidos los pétalos, dejando ver los finos nervios. Meses atrás plantó una semilla en ese callejón, ya casi se había olvidado, pero ahora ya sabia lo que tenía que hacer. Sacó las tizas de colores de la maleta. Trazó primero una línea y a ésta le siguieron todas las demás. Rectas, curvas, ornamentadas, vastas, incisivas. Cada trazo mostraba sus sentimientos. No paró hasta cubrir todo el espacio a su alcance, suelo y paredes, de puertas, ventanas, huecos, vías de escape. Era su forma de decirle al mundo que las posibilidades eran infinitas. No terminaban los caminos a seguir. La vida sigue como los ríos riegan el mar siempre con agua renovada. El barco nunca surca las mismas olas ni con el ancla echada. El corazón marca el ritmo y la dirección a seguir será la correcta si se sabe escuchar. Deja las tizas en la caja en el alféizar de una pequeña ventana. Esta era su aportación al inventario ajeno, propio y colectivo. Nadie vive aislado. Compartimos el azar. Su nombre jamás volvería a ser Tabú.

Tiramisú
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:24:13 am
La rosa de dos caras


La tarde caía sobre el parque cuando aquellos dos amigos franquearon la cancela de hierro forjado. Era primavera y la vida bullía en cada rincón del jardín, que sudaba la suave fragancia de mil flores.
Los dos amigos caminaban despacio, tranquilos, abandonados a la reflexión y dejándose llevar por el lento serpenteo del camino de albero. Así, los pensamientos de los dos amigos jugaron en libertad durante toda la tarde, escuchando los cantos de sirena que despertaba el laberinto amarillo entre los frondosos árboles.
Y caminando uno junto al otro llegaron a una gran rosaleda, donde se detuvieron maravillados ante el soberbio espectáculo que se estaba representando. Una infinidad de rosas se arremolinaban y se disponían en apretadas filas, se juntaban y se separaban, gritaban y callaban, iban y venían, conformando furibundas oleadas de color perfumado. La emoción embargó el cuerpo de los sorprendidos caminantes, que pronto quedaron atrapados en la belleza de aquella marea cromática.
De pronto, en aquel vaivén de sensaciones, un faro iluminó el encrespado mar y elevó su luz por encima del arco iris de pétalos, llamando la atención de los dos amigos.
Una rosa amarilla.
Sí. Aquella rosa amarilla se erguía orgullosa sobre las procelosas aguas teñidas que la rodeaban y era, sin duda, la flor más extraña con la que ninguno de los dos amigos había tropezado jamás.
Cautivados, ambos se acercaron a ella.
El primero de los amigos, aquel que había ido sonriendo durante todo el camino mientras sus pensamientos perseguían las ninfas que vivían en cada árbol, abordó con decisión a la rosa, embrujado por su belleza. La olió, y llenó sus pulmones y su imaginación de fragancias de países lejanos, de incienso, de mirra, de mercados abarrotados de gente, de gasas de mil colores. Sonriendo, tocó entonces los pétalos de la rosa y su tacto se convirtió en la seda que el comerciante de antepasados fenicios le ofrecía en aquel zoco imaginario. Una vez más volvió a sonreír y, con los ojos cerrados para que no se le escaparan aquellas sensaciones, se tumbó junto al camino y sólo volvió a abrir los ojos cuando las estrellas resplandecieron colgadas del cielo.
El otro amigo, aquel que mantuvo contraído su rostro en el camino y cuyos pensamientos viajaron toda la jornada agarrados a su sombra, se acercó también a la rosa, embaucado por la autoridad con la que se erguía sobre las demás. La miró, pero no vio los colores que enamoraron a su amigo, sólo pálidos tonos inarmónicos. Luego la olió, y el perfume le pareció vulgar. Seguidamente la tocó, y tampoco sintió el evocador tacto de la flor.
Entonces miró a su amigo y envidioso de la tranquilidad que rezumaba su rostro, volvió a tocar la rosa amarilla, persiguiendo sensaciones desconocidas. Pero tampoco tuvo suerte.
Y la tocó otra vez, y la volvió a tocar de nuevo y tantas veces tocó los sugerentes pétalos de la rosa amarilla que finalmente se pinchó con una espina.
Y sangró.
Y con aquella gota de sangre en el dedo y un dolor punzante clavado en su corazón, se tumbó con los ojos cerrados junto a su amigo.
Y cuando por fin los abrió y miró al cielo sólo vio oscuridad.

David
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:25:58 am
Escuela


Él siempre había querido decir muchas cosas. Pero nadie entendía. Siempre había querido explicar muchas cosas. Pero nadie se preocupaba, así que él dibujaba.
A veces simplemente dibujaba, trazos carentes de sentido alguno. Lo que quería era grabar sobre piedra, o escribir en el cielo, y así sólo serían él, el cielo y sus cosas que contar.
Y fue entonces cuando dibujo ése cuadro. Era un dibujo muy bonito. Lo guardó bajo la almohada para que nadie pudiese descubrirlo. Y lo miraría todas las noches, y pensaría en él. Y cuando estuviese oscuro y sus ojos cerrados, todavía podría verlo. Y era todo suyo. Cuando comenzó el colegio, lo llevó con él como a un amigo.
Estaba impaciente por comenzar la escuela. Se sentó en un pupitre cuadrado, marrón, al igual que el resto de pupitres cuadrados y marrones de sus compañeros. Y se imaginó que era de color rojo. La clase era también cuadrada y marrón, al igual que el resto de clases del colegio.
Odiaba coger el lápiz y la tiza, con el brazo siempre sobre la mesa y los pies sobre el suelo, con la profesora vigilando cada uno de sus movimientos.
Y tenían que escribir números, los cuáles para él no significaban nada. Eran aún peores que las letras, ya que si los cambiabas de lugar, los añadías o los quitabas, creabas otros muchos más. Tantos, que pensó que jamás podría llegar a aprenderlos y que los odiaba.
La profesora le hizo vestir una corbata, al igual que los otros niños. Él dijo que no le gustaban las corbatas, y ella que eso no importaba.
Después de eso, dibujaron. Y él dibujó en color amarillo, porque así era como sentía que era la mañana. Y le pareció muy bonito.
La profesora se acercó y le sonrió, “¿Qué es esto?”, preguntó, “¿Por qué no dibujas algo como lo que han hecho los demás?” Todo eran preguntas.
Después de esto, su madre le compró una corbata, y él se acostumbró a dibujar aviones, barcos y cohetes, como hacía todo el mundo. Un día, tiró el viejo dibujo que guardaba bajo la almohada.
Y cuando miraba al cielo, tumbado solo en su cama, lo veía todavía azul y grande, pero ya no era lo mismo.
Se dio cuenta de que se había convertido en algo cuadrado y marrón por dentro, estático e igual que todos los demás. Y las cosas que tenía que decir no fueron dichas nunca más.
Había dejado de empujar. Había sido aplastado. Al igual que todos los demás.

S.S.G
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:27:50 am
El pastorcillo ciego


Siempre hacia frio por aquellas fechas y mucho más en la ladera de la montaña, pero de lo habitual se acostumbra uno. Ya todos los rebaños se habían recogido cerca de los restos de la cabaña, aquella que hacía dos años se hundió por el peso de la nieve caída, aunque también porque no se podía cuidar como debiera. La económica, que le vamos a hacer.
Pedro, junto a los pastores más jóvenes, se arrimaba a la cálida llama de la hoguera que hacía de las veces de calefacción y fogón. Los trozos de carne a la brasa quitaban el hambre y mucho del frio que tenían. Este diciembre iba a ser muy sufrido. Pero el trabajo así lo requería y algunas visiones de animales sueltos lo obligaban. No se podía dejar suelto el ganado que era el sustento de varias familias.
El sueño empezaba a hacer mella en el grupo, mientras dos de ellos se habían ido a rodear la zona para cercionarse de que todo está como debía. Después despertarían a otros compañeros para turnarse en la vigilia. No era nada agradable por las gélidas temperaturas reinantes, pero la disuasión de ver a personas en movimiento permitía asustar a los posibles advenedizos no deseados.
La luz tenue del horizonte delataba la poca lejanía de la población, aunque mejor era la visión de las estrella en un firmamento relativamente limpio. La casaca y el zurrón aguantaban en alguna medida el calor corporal y dejaban entrar un poco el que llegaba de la fogata. Un poco de leña se iba echando de vez en cuando para mantenerla en su mejor punto calorífico.
Diría que a sus helados oídos llegaba cierta musiquilla muy agradable, pero era imposible ya que estaban todos dormidos; pero eso parecía. Abrió un poco los ojillos por si tenían alguna visita inesperada, pero no había nadie. El sonido campanil en cierta medida seguía oyéndose bastante lejos. No dijo nada a sus compañeros que siempre le decían que tenía más audición que todos juntos. Algo de cierto había en esa afirmación.
Dormir al raso, en aquellas fechas, junto a su rebaño y a los compañeros podía predisponer a oír ciertas cosas. Alguno se lo decía un poco en broma. Lo normal será la ventisca o los gruñidos de los animales; quizás eso en armonía podría ser lo que seguía oyendo.
Llego un momento que comprendió que no era un simple sonido, aquello era música y además de lo más bello que podría imaginarse. “Levantaos todos que alguien viene” grito el jefe del grupo, hombre avezado a las más dispares situaciones. “Prepararos”, estaba prevenido para cualquier incidencia, era lo más apropiado a aquellas horas intempestivas.
“No temáis – se oyó con voz melosa y sin dejar de sonar la música – os venimos a anunciar que un gran hecho a tenido lugar muy cerca de aquí y debéis conocerlo” Asustados por la aparición tan imprevista y fantasmagórica sobre el cerro cercano, nadie oso en moverse; sin dejar de observar a sus ovejas que a pesar de todo, casi no se habían movido. “Esta escrito que el Hijo de Dios nacerá en Belén. Así ha sido. Y unos pastores irán a adorarlo” Se decía, y los mayores así lo creían, que por aquellas tierras de pastoreo podría cumplirse la historia. Ser testigo de los acontecimientos ni se le había ocurrido. Un simple pastorcillo no podía ser el protagonista de ninguna historia por mucho que lo pudiera anhelar.
“Ved a Belén y adoradle que ha nacido” Decía la imagen inmaculada de un blanco destellante enfrente de ellos. ¿Cómo ignorar la orden recibida? ¿Qué hacer con el ganado? ¿Dejarlo o que les siguiese? Optaron por esto último ya que todos querían saber cómo acabaría aquella noche fría.
Pedro estaba muy asustado, por mucho que había oído los dichos y las historias nunca pensó que pudiera pasar ahora; podría ser más adelante, pero ahora no lo esperaba. Repitiendo mentalmente aquellas plegarias que su madre le había enseñado para situaciones difíciles, siguió al grupo de pastores y sin olvidar al ganado.
Sobre la lejanía parecía un cierto brillo que no se sabía que era, ya que la luz sobresalía de algunas alturas cercanas. Curiosamente el ganado, tan travieso algunas veces, les seguía con un buen orden; así que avanzaron con facilidad. Por el camino se encontraron con otro grupo que venía contando casi lo mismo que les había sucedido a ellos. No podía ser pero tampoco se les ocurría discutirlo. Se reunión un buen grupo de pastores que con sus rebaños se dirigían todos hacia aquel lugar que les acababan de anunciar.
A pesar del frio reinante todos querían llegar a descubrir que era aquello que a esas horas estaba ocurriendo y que a grupos de personas diferentes les llevaba en una misma dirección. Pedro sin salir del asombro por todo lo ocurrido, procuraba no perder la estela de sus compañeros; el también quería saber qué gran suceso les acaban de anunciar aquellos figuras. Al llegar a la cima del pequeño montículo por el que ya otras veces habían pasado, descubrían una pequeña casa semiderruida muy parecida a la que ellos usaban como encuentro de rebaños. La sorpresa inicial era ver que diversos grupos se iban acercando desde todas las direcciones. ¿Qué podía ser aquello que había despertado a tanta gente en medio de la noche fría y sin esperar a la salida del alba? Los primeros que habían llegado estaban sentados en semicírculo frente a la puerta, aunque desde la distancia no se veía hoguera alguna, la forma de sentarse no daba a entender que tuviesen frio. Los ganados de aquellos primeros grupos, estaban tranquilos en cercanía pero no desperdigados, y sin nadie que los vigilase de cerca; ya que los perros estaban muy cerca de sus dueños. Alguien le estaba contando aquellos detalles - que para un neófito en el oficio pasarían desapercibidos – cuando se oyó un sonido más abrupto desde la otra parte del pequeñísimo valle a donde estaban se dirigían todas las gentes.
Un grupo de camellos y dromedarios se estaban acercando, dirigiéndose al mismo lugar. Una comitiva de varias personas de recio abolengo - por la forma de actuar de sus acompañantes - sin prisa pero sin pausa también se encaminaba al mismo lugar. Los pastorcillos se quedaron sorprendidos por todo lo que veían pero no aminoraron su paso, más bien procuraron acercase allí   donde estaba el centro de toda la luz. Luz que sin deslumbrar a nadie, hacia muy espectacular la noche cerrada.
Llegados a la puerta de la pequeña estancia, les  recibió un viejo buey que resoplo en su dirección y un asno, que al verles, giro de sopetón su cabeza hacia su grupo. Pedro, entre pastores y otros que estaban llegando; intentaba saber que había allí que tanto atraía a todas aquellas gentes. Aunque poco pudo saber ya que gran comitiva acabada de pararse, y varios pajes abrían paso a tres grandes señores que también habían sido avisados de forma un tanto extraña, según decían, de los acontecimientos.
Sin poder entrar todos al aposento por su pequeñez, se quedaron en la proximidad para seguir viendo todo lo que iba aconteciendo. Se escucho la historia de aquellas gentes y se vio que traían regalos y presentes a la familia que ocupaba la semiderruida cabaña. Mientras, casi en el exterior, el grupo de pastorcitos comentaba entre sí que podrían ofrecer ellos, si casi nada tenían.
Fue en ese momento y sin que nadie ni nada le impulsara, cuando Pedro se levanto entre los pastores y casi sin querer consiguió que con un inusual silencio todos le escucharan:
“Unos pobres pastores como nosotros pocos presentes pueden ofrecer, mas queremos dejar aquí aquello que mas queremos: el cariño que nuestros padres nos han enseñado a tener a nuestros semejantes, sean quienes sean; la unión que nos permite cuidar a nuestros rebaños; la armonía para que juntos podamos cada día realizar nuestro humilde trabajo. Nuestros padres nos lo enseñaron, nosotros lo practicamos y nuestros hijos lo recibirán como la herencia que les pertenece. Sean estos sencillos deseos que nosotros recibimos, los que dejemos como presente y se aprovechen de ellos todas las personas de buena voluntad que así lo quieran”.
El final de aquellas palabras que de su corazón juvenil habían salido, hizo que desde las gargantas del grupo empezara a surgir la cantinela un maravillo y muy conocido villancico; seguido y correado por todos los presentes. Sin quererlo – pero deseándolo – había unido a muchas personas en un mismo son. Un hecho extraordinario aquella vez, pero que se iría repitiendo a lo largo de la historia.
Se fueron apartando un poco del centro de aquella escena, ya que más gentes se iban acercando. Muchas más gentes, desde muchos lugares se iban aproximando; mientras las historias de unos y otros y lo acabado de acontecer se relataba entre ellos.
En aquel momento Pedro, acercándose un poco a su gran amigo Marco, le pidió: “Oye, Marco, ahora te toca a ti contarme con todos los detalles todo lo que ha pasado” Asombrado por la forma como había hablado su amigo, Marco estaba todavía extasiado de aquellos momentos; pero no dudo en repasar todos los acontecimientos ocurridos, sin dejar detalle en el olvido, de forma que Pedro se iba haciendo idea de cada cosa como si las hubiera podido ver con sus propios ojos.
Necesitaba conocer los detalles mas mínimos para que su ceguera no le impidiera conocer cada uno de los detalles de lo que había pasado en aquel acontecimiento que además de histórico iba a ser único. El mundo cambio y él estuvo allí, fue parte de aquello y “lo vio”.

Miguel Montesinos
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 10:59:51 am
Espiral de engaños


No era el momento de pensar, estaba todo oscuro. Tenía que huir y rápido, no debería de ser tan difícil, sería sólo coger el maletín con el dinero y marcharse. Yo llevaba un pesado abrigo para protegerme del frío de Febrero.
Me precipité hacia el salón y me encontré a Pablo tirado en el suelo. Me acerqué al cuerpo inerte y comprobé lo que me temía: estaba muerto. El cuerpo de Pablo estaba tan frío como el aire congelante del exterior, su cabeza chorreaba sangre en la parte posterior y el collarín estaba empapado, lo que había dejado una gran mancha de sangre en la alfombra.
De repente, oí pasos por las escaleras. Me escondí detrás de la puerta y escuché. Alguien se acercaba al cadáver, alguien a quién yo conocía: Ana. La miré atentamente, al parecer ella no se había percatado de mi presencia y la verdad, se lo agradecía. Ana estaba delante de mí y me daba la espalda.
 Ella no se movió, parecía que estaba llorando, pero yo no oía el sonido de lágrimas. Fue cuando hizo un movimiento con las manos, llevaba algo en la mano derecha, no pude ver bien qué era aunque lo averigüé pronto.
Ana se acercó al cuerpo de Pablo y le dio un beso, luego toda la casa retumbó bajo el sonido de un tiro. Ana cayó al lado de Pablo.
Yo miré atónito la escena, no sabía qué hacer, pero tenía que actuar y rápido, los demás empezarían a bajar al salón a ver qué había sucedido en cualquier momento. Dejé el maletín al lado del cuerpo de Ana y subí las escaleras. Notaba los latidos de mi corazón acelerado cuando llegué a mi habitación me desvestí rápidamente y salí de mi habitación justo a tiempo para ver cómo Mónica, César y Juan corrían escaleras abajo.
Mónica gritó y cayó en lágrimas, Juan la abrazó y César se quedó petrificado. No sabía cómo actuar exactamente. Me puse nervioso.
-   ¿qué ha pasado? ¡tenemos que llamar a la policía!- exclamé, intentando actuar de manera convencida. Me volví de espaldas a ellos y llamé la policía.
La policía no tardó mucho en llegar a la casa de campo. Revolvieron toda la casa en busca de pistas y nos llevaron a la ciudad, a declarar.
Mónica fue la primera en entrar en la sala.
-   Señorita García, soy el inspector González, por lo que sé, era usted la novia de Pablo Antonio Sánchez, ¿correcto?
-   Sí, señor.-contestó Mónica nerviosa.
-   ¿cree usted que alguien tendría motivos para causarle la muerte?
-   ¡No!
-   ¿Ha discutido o peleado con alguien en los últimos días?
-   Que yo sepa, no.
-   ¿Qué relación tenían la señorita Ana Gómez y el señor Sánchez?
Mónica se cogió las manos y miró al suelo. No quería contestarle a esto al inspector.
-   E- eran sólo amigos.- dijo finalmente.
El inspector la miró fijamente. “sabe que miento”-pensó Mónica.
     -  ¿qué relación tenía usted con la señorita Gómez?
    -  Éramos muy amigas. Nos queríamos mucho, éramos como hermanas, ¿p-puedo marcharme? M-me hace daño recordarles.-preguntó.
-    Por supuesto.- dijo el inspector con duda en los ojos.
   El siguiente en entrar en la sala fue Juan.
-   Señor Pinilla, soy el inspector González, ¿cómo considera usted la relación entre los recientes difuntos?
-   E-eran amigos, se llevaban muy bien…n-no sé qué mas decirle.
-   ¿qué relación tenía usted con ellos?
-   Eran mis mejores amigos, nos llevábamos genial, siempre íbamos de fiesta juntos o quedábamos para ir al bar o para jugar al fútbol.
-   Ya veo. Y, ¿cómo considera usted la relación entre el señor Sánchez y su novia?
-   N-no sé…- Juan suspiró- Ellos siempre se peleaban porque a Pablo le gustaba mucho salir e irse de fiesta y a Mónica no le hacía gracia y se ponía celosa, pero vamos, es lo normal.
-   ¿y por qué es lo normal?
-   Venga, si su novio saliera todos los fines de semana para irse de fiesta, es normal que se pusiera celosa, porque no sabría qué andaba haciendo…
-   ¿usted cree que su nivel de celos era lo más normal posible?
-   Si, b-bueno, una vez se pelearon en serio y rompieron por un tiempo, pero luego volvieron.
-   ¿y por qué cortaron la relación?
-   No lo sé, nunca se lo pregunté.
-   Fue usted su mejor amigo, ¿correcto?
-   Si.
-   ¿y nunca le preguntaste por qué había roto con su novia?
-   ¡No! Le vi afectado y algo triste, pero nada más, así que no se lo pregunté.
-   ¿Sabe usted algo sobre el accidente de coche que tuvo el señor Sánchez el día anterior al asesinato?
-   No, no fue nada grave, le pusieron el collarín, pero sólo por si acaso.
-   Muy bien señor Pinilla puede marcharse.
El siguiente en entrar fue César. César siempre fue un tipo tranquilo, pero aquel día estaba nervioso.
Le observé mientras estábamos sentados en los bancos de al lado de afuera de la sala de interrogatorio y él sudaba. Era evidente que no había dormido pues tenía unas ojeras impresionantes.
La verdad es que cuando acepté su idea de ir a pasar unos días en una casa de campo me hizo ilusión la idea, hasta que me vi corrompido por la historia del lugar y por aquél maldito libro familiar que me había encontrado el día anterior en la biblioteca, dónde explicaba exactamente donde un antiguo dueño de la casa de campo había enterrado una pequeña fortuna que había estado acumulando.
El día anterior a la muerte de Pablo y Ana, los cinco fuimos en busca del bendito “tesoro” e incluso se me ocurrió robarlo y salir antes de que se dieran cuenta. Al parecer algo había salido muy, pero que muy mal y no solo porque había tenido que esconderlo dentro de la maleta de Pablo (que dormía con él en la habitación).
César salió de la habitación y el detective me hizo entrar en la sala.
-   Señor Navarro, ¿qué relación cree usted que tenían los difuntos entre ellos?
-   De amistad, por supuesto.- “es mejor no mencionar el tesoro”, pensé.
-   Señor Navarro, alguien le vio subir las escaleras tras el segundo disparo.
Me quedé petrificado.
-   N-no sé de qué me habla.
-   Sabe perfectamente de lo que hablo. Señor Navarro, será más fácil para usted y para mí, si cuenta lo que hizo o lo que vio.
-   N- no vi nada, s-sólo baje a por un vaso de agua…
-   ¿Y no se dio cuenta de que había un cadáver?
-   N- no.
-   ¿y por qué subió las escaleras tras el disparo, señor Navarro, no tenía curiosidad por saber quién había disparado?
-   T-tenía miedo y no sabía qué hacer.
El inspector se quedó mirando fijamente a mi rostro. Yo miraba al suelo, debatiéndome entre decirle la verdad o callarme para no meterme en líos.
-   Si oculta información sobre lo sucedido, señor Navarro, se meterá en problemas.
-   N- no oculto nada.
En este momento una policía entró en la sala y le dijo al inspector que saliera.
Cuando volvió, el inspector traía una bolsa entre las manos.
-   ¿Sabe usted decirme qué es esto?- El inspector le había echado el “tesoro”.
-   N-no.
-   ¿tendría razones la señorita Ana para suicidarse, señor Navarro?
-   No lo sé.
-   ¿Cree que alguien sería capaz de matar a un amigo por una pequeña fortuna, señor Navarro?
-    No.- Me sudaban las manos. Estaban frías de tanto nerviosismo.
-   Muy bien señor Navarro, ya puede irse.
Al salir de la habitación, fui al baño a lavarme la cara.  En el baño, había alguien metido en el váter que hablaba por teléfono.
-   No puedo seguir…lo sé. Lo sé, pero no tenía que salir así. ¡Se suponía que nadie saldría herido! ¡No puedo ocultar eso!... no, no quiero ir a la cárcel…lo sé, lo sé, pero…
Abrí el grifo y el hombre se calló, tiró de la cadena y se asomó por la puerta.
-   ¡hola, Juan!
-   ¡Fran!- me dijo con cara de sorpresa.
-   Tío, ¡menudo alucine, ¿verdad? Nunca podría haber imaginado hace tres días que nuestro viaje acabaría así…
Miré al suelo, seguramente, él tenía algo que ver en la muerte de Pablo, no podía decirle nada.
-   Sí, la verdad. Bueno ya me voy, ¡no puedo estar aquí ni un minuto más!
-   Ni yo. – se rió Juan.
Al día siguiente, el inspector volvió a llamarnos para hacernos preguntas, y así durante toda la semana.
Nos habíamos metido en un lío de los grandes y eso todos lo sabíamos. Yo sabía que Juan sabía algo más y sea quién fuera la persona con quién hablaba, también sabía algo. Pero no lo podría decir a la policía.
Me debatía entre lo que me decía la cabeza y lo que me decía el corazón. No podría decir que Ana tenía una relación sentimental con Pablo sin incriminarme. ¿Cómo decirles que pretendía robar el tesoro que todos habíamos encontrado?  Pero había un asesino entre nosotros, eso lo sabía muy bien…alguien había matado a Pablo, pero no sabíamos quién. Ahí estaba el quid de la cuestión, porque nadie tenía motivos, no que yo supiera.
M i debate no mejoraba la situación, no podía hablar con normalidad con mis amigos de toda la vida, dos de los cuales habían muerto, éramos sospechosos de asesinato, y lo peor es que el día del juicio había llegado. Yo no tenía dinero, así que tenía un abogado del estado, uno que evidentemente había acabado de graduarse.
Estaba nervioso, me sudaban las manos, no podía hablar, le conté todo lo que comenté con el inspector y él me dijo que no me preocupara, ¡cómo si pudiera hacerlo!
El primer juicio se dio y no se solucionó nada. Estaba asustado, debíamos de cooperar, sino estaríamos así durante años, por eso llamé a mis amigos.
Quedamos en un bar por la tarde. Había poca gente, la mayoría más preocupados con su juego, allí podríamos hablar.
Al principio fue un poco inquietante, pero luego fuimos hablando de nuestras cosas, sin tocar en el tema de Ana y Pablo. Pero si estábamos allí, era por eso.
A mí nunca me gustó irme por las ramas, así que pregunté directamente a Juan:
-   Juan el primer día que hablamos con el inspector…te oí en el baño…
-   N-no sé de qué me hablas.- dijo Juan sorprendido.
-   Decías a alguien que no se suponía que tendría que haber terminado así…y que no querías ir a la cárcel.
-   No hablé con nadie este día tío, te estarás confundiendo.
-   ¡te oí claramente!
-   ¡e-estás chiflado!
-   ¡SÉ LO QUE OÍ!
-   ¿qué quieres decir? ¿me estas incriminando?- vociferó Juan.
-   ¡sólo quiero respuestas!
El ambiente empezó a acalorarse. Ambos nos levantamos de golpe de nuestras sillas y nos quedamos mirando el uno al otro.  Hasta que toda la mezcla de rabia y furia contenida por todo lo que nos había ocurrido estalló. No sé quien dio el primer golpe, pero la pelea no pudo evitarse.
-   ¡FUI YO!- estalló Mónica entre lágrimas.- ¡YO LLAMÉ A JUAN!
Nos quedamos todos quietos. Juan y yo habíamos estado rodando por el suelo, pero cuando la oímos, paramos. Nos levantamos mientras mirábamos atentamente e Mónica.
-   Mónica, habías prometido no decir nada.- dijo Juan
-   ¡No puedo más!- dijo Mónica cubriéndose la cara con las manos.- N-nosotros planeábamos darle una escarmienta a Pablo, ¡pero era sólo una broma!- dijo ella.
-   ¿Y os lo cargasteis?- pregunté indignado.
-   ¡NO! No fuimos nosotros.- dijo Juan.
-   ¡Y-yo lo quería! Pero sabía que él y Ana se veían a mis espaldas…- dijo Mónica.- y no sabes lo mucho que duele.
-   Cuando Mónica me lo dijo, me cabreé. Así que queríamos darle un susto,¡ pero no matarle!- siguió Juan
-   ¿Y qué hicisteis?- pregunté
-   Le mandé un sms a Pablo, con un móvil nuevo que habíamos comprado, diciéndole que sabía lo que ellos estaban haciendo, le amenazamos y le cortamos los frenos del coche. ¡pero nada más!
-   ¡él podría haber muerto en este accidente!
-   ¡Estaba todo lleno de nieve, él no pasaría de los 40km/h! ¡era imposible que tuviera un accidente grave!
Juan tenía razón, además el accidente no lo había matado.
-   ¿y tú qué? -  indagó César, que no había dicho nada desde que habíamos llegado.
-   ¿qué de qué?- pregunté.
-   ¿qué hacías despierto después del disparo?
Sentí como iba perdiendo el color, él lo sabía.
-   I-iba a por un vaso de agua.
-   Para ir a la cocina tendrías que pasar por el salón.- continuó César.
-   S-sí, pero no vi nada.
-   E-esto es imposible Fran. – dijo Mónica atónita. Mis amigos se miraron entre ellos. Me puse nervioso con la insinuación.
-   Muy bien.- la hora de la verdad había llegado y tenía que afrontarla.- iba a llevarme el dinero que habíamos encontrado.
-   ¡¿QUÉ?!- exclamaron todos.
-   Lo sé, lo sé, no debería de haberlo hecho, pero...
-   ¡Entonces te pilló Pablo y te lo cargaste!- dijo Juan cabreado.
-   ¡NO, Jamás les haría daño! ¡Cuando  llegué al salón, Pablo ya estaba muerto! Luego me escondí y llegó Ana con la pistola…
-   ¡Venga ya! ¿cómo pretendes que te creamos?- dijo César con cara triunfal.
En este momento fue cuando lo entendí. Todo había sido un engaño desde el principio.
-   César, tu ¿cómo sabías que yo no estaba en mi habitación?- pregunté.
-   ¡oh! ¡no tengo que darte explicaciones, vil traidor! ¡ASESINO!
Las miradas de Juan y Mónica iban de uno al otro.
-   No, contéstale César. ¿cómo es que lo vistes?- dijo Juan seriamente.
-   ¿no ves lo que quiere? ¡quiere manipularnos, que dudemos el uno del otro!- gritó César alterado.
-   ¡CONTÉSTALE, CÉSAR!- repitió Juan cabreado.
-   ¡No tengo nada que decir! ¡es un asesino!- César estaba fuera de sí. Nunca lo habíamos visto así.
Juan y yo nos miramos, estábamos pensando lo mismo, pero yo fui quién pronunció las palabras:
-   César, ¡tú lo mataste, por eso me viste!
-   ¡No! ¡yo s-sólo…!- César salió corriendo por el bar.
Juan y yo corrimos tras él. Lo pillamos cuando apenas había salido a la calle, todos se quedaron mirándonos.
-   ¡cabrón asesino!- le gritó Juan y le dio un puñetazo. César cayó en el suelo agarrándose la nariz.
-   ¿por qué lo hiciste?- le pregunté
-   ¡Era un engreído, machista! ¡jugaba con todos nosotros!- gritó.- ¡el mundo está mejor sin él aquí!- dijo debatiéndose contra Juan y yo, que lo sujetábamos fuertemente.
Mónica estalló en lágrimas.
Lo llevamos a la policía, donde el confesó que lo había armado todo. Consiguió que Mónica supiera que Pablo le ponía los cuernos con Ana y sabía que Juan se pondría de su parte ya que eran como hermanos. A mí, me puso el tesoro. Sabía que yo lo necesitaba ya que mis padres se habían divorciado y las cuestiones económicas de mi familia estaban bastante mal.
Lo programó todo, no dejó ninguna huella, ningún desliz, salvo haberme visto aquella noche oscura, preparándome para fugarme de aquella casa de campo, preparándome para ir hacia el frío de la noche, con el dinero en mano, para ayudar a mi familia, aunque ni siquiera yo mismo contaba con que me iba a encontrar a un cadáver y con  una gran espiral de engaños.

lareinadestronada
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 11:03:09 am
El Jueves a las Cuatro


El asunto es que mientras agonizan tus diez minutos de retraso, mientras llegan los cafés o los tragos o el menú del día, mientras divagas sobre cumplir o desertar a la cita acordada con esta hoja entre sus manos -leves y eléctricas y garzas sus manos-, él habrá masticado la situación ocho horas antes como para ratificar que sí, que le atrae terriblemente, que le vamos a hacer y por ello el jodido es él; habrá pensado que para cautivarla dispondría de una cantidad alarmante de consejos de amigos ebrios, dos mujeres anteriores, revistas en la fila del súper y una que otra página; pero que con solo estimar la suma de esfuerzos que supondrán abordarla, saberla, descifrarla y abolir el riesgo de ser horriblemente acuñado como una amistad, se reviste de una gigantesca pereza que lo hace decaer en su propósito; de ahí que como alternativa a este impase haya optado por fundar una inútil doctrina de la que, como único fundador y discípulo, se presente a usted como una exhaustiva colección de franquezas e intenciones, como un mal chiste explicado en detalle encaminado a in-seducirla –verbo y palabra clave de tal escuela-, ya sea para ahorrarse los protocolos de rigor y gozar a la brevedad de sus beneplácitos, ya sea para al menos informarla sobre un futuro nadie al que olvidará dentro de poco. Por ello, a manera de introducción te notifica mediante este papel que en un lapso de hora y veinticinco, veinticuatro minutos, estarás en riesgo de presenciar a cierta entidad que 1)- la ha traducido a usted en nada menos que un desear de lo que no está, en un fenómeno de la atención, una intensificación del interés, un sobrestimado objeto de deseo al que vela por acechar su piel y por humedecer su nombre completo y por derrotar a sus labios y por acariciar hasta sus palabras, y 2)- entre su haber de nadas predilectas se perfila como promisorio sedentario , se pellizca la tetilla izquierda con los dedos en forma de tijera, se resigna a los ochenta y cuatro kilos, avizora a sus veintitantos un alopécico porvenir, preserva una colección de estrías en su espalda, desfoga sus rabietas reventando puertas y cajones, sospecha en la pulpa de los lulos la cara del mundo, odia el crujir de las bolsas plásticas y a las toallas mojadas a la salida de la ducha, y fracasa rotundamente con lo de cepillarse los dientes en las tres recomendadas dosis. Ahora, si tras el párrafo de arriba reclamas por malos usos de la segunda persona, deberás saber que 3)- de consumarse el encuentro, el ente mencionado hará gala de una infame intercalación entre el tú y el usted al dirigirte la palabra; El primero empleado para preguntar por tus cosas, para saber por tus ánimos, para mostrarse de acuerdo o discrepar cordialmente de tus ideas. El segundo para burlarse de sus canciones favoritas, para mofarse de sus cursilerías, para halagar los asomos de sus senos o a esa fiesta de piel de sus hombros descubiertos; para eso y también para denigrarla ante sus probables desaires en un futuro, si es que lo hay, o por el fracaso mismo de esta treta traducido en una futura silla vacía, razones con las que se dirá a sí mismo o a algún preguntante cercano, cerveza en mano, “allá ella, que se joda”, pero no un que se joda, ni tampoco un que se joda, sino un que-se-jo-da, integro, redondo, suficiente para hacerla participe de un rencor abyecto y frustrado por no haber podido ahogar a sus poros ni saquear sus pudores ni espantar sus miedos, por no lograr calcinar sus fríos ni esfumar sus tristezas. Todo eso y claro, para desearle esmeradamente que se joda.

4)- Superado el desliz gramatical, habrá que decirte que el sujeto en cuestión sabe que no hay segundas oportunidades para primeras impresiones, de ahí que arribará provisto de un arsenal de prendas canónicamente combinadas, engaños amables para disimular su tan poco ejercitada humanidad. Anteojos de marco grueso ala yuppie listo 2011.  Cabello negro tan cuidadosamente descuidado como su incipiente barba. Blazer negro de pana con capota para maquillar una joroba cultivada con años de malas posturas. Un pantalón beige de dril que hospedará a su mano derecha mientras se encuentre de pie, y que posee la única horma que lo satisface, pensando en esos viejos arboles de gruesas raíces que adelgazan tan elegantemente hacia arriba. Medias y ropa interior sin evidencia de agujeros o elásticos desgastados. Unas zapatillas azules de piratísima procedencia, que si bien quieren imprimirle cierto desparpajo gozan de un ligero inconveniente, una falla geológica que pasa justo por el borde de la del pie derecho, una abismal grieta que con el menor atisbo de lluvias suscita desgracias en las villas de dedos aledaños. 5)- Así mismo, el prospecto asumirá que para no volver a agonizar esperando un timbre del teléfono o un mensaje en el mail o un frio gesto de correspondencia, para no seguir perdiendo tantas pequeñas dignidades, se camuflará en aquello de limitar voluntariamente su disponibilidad para aumentar involuntariamente tu interés, esa regla cero del cortejo que para tu beneficio implica que no llamará a horas en punto ni la preguntará más de dos veces en el chat y dará intermitentes señales de vida en la semana, que se acercará con células y pelo y su miopía a la mesa para darle toda su atención cuando tengas la palabra y de repente volver al espaldar de la silla con ensayadísimo semblante, self-confidence cruzando las piernas y siempre alerta de sus señales, de si sus parpadeos aumentan, de si se pasa la mano por la nariz para sospechar que miente, de si algún roce o sedosa cercanía llegan como tregua para poder avanzarla.

6)- Validando la estadística, el prospecto hace parte de la comunidad de hombres entre los 16 y 45 que contempla en promedio a tres mujeres en la calle como objetos de deseo, lo cual le significa -al menos mentalmente-, querer quererlas a todas y a usted, a ellas y a usted pero también alcanzarlas a ellas y a usted y a ti, invadirte a ti y raptarla a usted, a ti y a tí, a usted y a ti contigo; Sin embargo, el hecho de que sus ojos -rotundos y verbos y de madera sus ojos-, deambulen extrañados por estos renglones, son señal de que algún buen accidente le permitió contemplarla mientras trabajaba en el computador o calentaba su almuerzo en el microondas o sencillamente respiraba, y que por falta de prudencia se habrá estrellado aparatosamente con su mirada arrojando esquirlas de nervios y rubores idiotas por todo el lugar. Y por supuesto son señal de que habrá esculcado las fotos de tu Facebook a manera de consuelo. Cumple de Vanessa. Tayrona. Casa Jaguar. Quinientas treinta y ocho formas de usted, quinientas pero en especial esa en el balcón de algún hotel, su cabello galopando en el aire, su mirada nadando entre el océano y una mariposa de tinta aleteando en el cielo de su piel; esa foto en especial porque se entretuvo pensando que las flores de aquel vestido brotaban pero de su espalda para colmar aquella tela blanca que la cubría. Ahora, si para este momento, el momento de esa O de momento que acabas de leer, la única sensación que la acoge es la del asedio, la del acoso indiscriminado, deberás tener presente que al respecto no mostrará intención alguna de retractarse porque –y en esto será ridículamente enfático- Dios es el primero de los voyeristas, porque mirar es elegir, es la erección del ojo, mirar es una antología porque ellos con mi y todos se miramos a nos, porque el deseo es basto y felizmente indecente cuando se escurre entre el anonimato.

7)- Mientras preguntas a alguien sobre cómo llegar a ese lugar con música indie a bajo volumen, los posters de cine tan bien enmarcados y el café servido en enormes mugs, sabrás que la plática que podrías o no entablar deambulará por sus fracasos culinarios con la salsa bechamel, el regalo de cumpleaños para su sobrino, un disco de The Editors que ha vuelto a escuchar después de mucho tiempo, los chismes de dos o tres estrellas de cine, un paréntesis para escuchar tus ponencias y la ganadora del Oscar a mejor película extranjera, para lo cual procurará hablar poco sobre sus atributos y mantendrá intacto para contigo el tono con el que se dirige a sus amigos -3.5 palabrotas por minuto-, porque bien le han inculcado que no hay que venderse mucho ni hablar de lo bueno que uno sea y mostrar la personalidad con acciones en lugar de palabras. Bueno, eso y una que otra estratagema que -por aquella bobada de la espontaneidad le es imposible especificar aquí-, lanzará en pro de su sonrisa - origen y alud y alba su sonrisa-, acaso el primero de sus desnudos porque des-nudar es quitar nudos y en este caso los de su boca -presagio y camino y pecera su boca-. Eso sí, 8)- procurará no acompañar de risas sus propios comentarios, la maña del payaso flojo para maquillar la falta de gracia, porque creerá ciegamente aquello de que el sentido del humor es el hermano pequeño de la inteligencia. Y entonces, si por alguna sinrazón te permitiste llegar hasta este rincón del papel, sabrás que pasados tus diez minutos de retraso y los cafés y los tragos o el menú del día, cuando estés rayando garabatos sobre tu servilleta y él mirando el afiche de la niñita asesina de Kill Bill, te dirá cuanto le cuesta pedir la cuenta y andar tres cuadras y  aguardar al infortunio de su autobús reprimiendo el impulso de no dejar ilesas ni a sus manos ni a su risa ni a su boca. Porque 9)-no soy yo, no eres tú, es la hoja quién lo dice. Es esta Reprograf multipropósito tamaño carta tan asépticamente impresa la que lee su rostro -fruta y paisaje y lienzo su rostro-, la que me dice que usted dice que para hacerla feliz antes tendría que quererme primero pero no lo hace, mientras que para hacerla infeliz no hace falta que me quiera, por lo cual para hacerla feliz tendría que primero hacerla infeliz para luego sí poder hacerla probablemente feliz. 10)- Total que incurrir o escapar a este capricho no es sino elección tuya en una hora dieciocho, diecisiete minutos. Total que papá sentenciaba que con ellas hay que retirarse cuando se esté ganando.

Nabisco
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 11:15:48 am
Mi chavillo y mi Juan


El Juanillo, doce años contaba cuando se conocieron, rubio él, descollado, y con el testimonio de las fatigas pasadas, como toda esa generación que vivió su infancia entre y despues de las angustias de la recién terminada contienda, superando los primeros años tristes, como mejor pudieron, y que aún quedaban retratados, en el semblante de los hombres de negro de la plaza del pueblo; y de las mujeres ataviadas de manto de fino crespón pasado, que al toque de esquilón de cualquier espadaña, o lo que quedaba de las muchas torres que hubo antes de la vergonzante contienda, acudían a la novena -todos los días había alguna-  justificando la salida vespertina  al oscurecer; y por qué no decirlo, cara al orden instituído por los carteristas de la Libertad.

Chavillo, un cordero primalillo entresacado a cambio de alguna hoja de tocino salado, debía proceder alguna de aquellas piaras transhumantes, hizo buenas migas con el Juanillo y con las vacas que cuidaba su padre. Muy cerca para sentirse, lo suficientemente lejanos para no estorbarse; éste, con las vacas paciéndo, de paz y pastos; el Juanillo en la escuela, muy cercana a aquellos “ejíos” dónde se soleaban las vacas, de las que su padre era el responsable , guardés, vaquero, lechero y vigía nocturno, si preciso fuere. Los días “de bueno” las sacaba a los ribazos del arroyo, según la vereda real, adrede mal respetada y desdidujada,  aunque nunca les faltaron los buenos yeros, albejanas, habas, cebada y maíz, en las trojes de los “tinaos”; así como tampoco las buenas pajas trigueñas y las gárbulas de semilla, (la de lentejas era la preferida del Chavillo) en sus pajares, cuyos peldaños en caracol -alguno intercalado de palo- aprendió a subir.

El Juan y el Chavillo, ajenos a todo, por la edad, no podían suponer el sacrificio tan grande de la generación precedente por sacar las cosas a flote, aunque en su sensibilidad siempre había una sombra que todos trataban de encubrir, y qué Chavillo y Juan adivinaban. El  no se fiaba de nada; nadie se fiaba de nadie. El Juan, de padre -presumía de haber roto el carnet del Agrario en la misma cara a Gil Robles- y con bastantes reservas y licencias, adicto al régimen; sus abuelos maternos y por descontado la madre “tordeaban” (eludiendo la expresion “malditos rojos”) y por consiguiente, sin poder evitarlo, se sentian intrusos y fuera de lugar en cualquier parte, menos cuando estaban con y entre ellos mismos.

El Juan y el Chavo, libres como la mariposas en sus aleteos, libando de  la primavera halos de libertad, y transportando amor de flor en flor, eran felices. Sentado uno, y echado el otro, sobre las piedras, engarzadas y apresadas de red metálica, del gabión, recién construído, sobre aquel codo del arroyo, a la hora de cuando los ojos del Chavillo se volvían atornasolados y púrpuras, a punto de oscurecerse el día, hora en que recibían con cierta frecuencia, bien por coincidencia o por que fuese el lugar de la cita, las visitas de la Anilla, la del portal, muy descuida de pelo, pese a que Dios no la descuidare de hermosura; la otra Ana, la del terrao, rubia, muy pecosa y gran mujer, de las de “verlas venir”; o la de la Carmencita, la del corral, con sus aires de artista a lo Greta Garbo -sí, se parecía- que tenía un novio que tocaba la guitarra; tres buenas mozas, que enseguida, a la vez que oscurecía, te daban el “con dios”;  habían  de contar cosas -no sé a quién- entre las choperas de aquél paraje; de amor las suponía, el Juanillo; eso le decía al Chavo.

Ambos, en sus recorridos por el rio de dos orillas, ven las aguas, siempre cristalinas, en los dos ribazos, aunque no siempre lo sean del todo. Con sus juegos, sus carreras y sus saltos de gozo, transmiten mensajes de amor a la desconfianza, entre sí establecida entre los mismos del pueblo, luego de la horripilante contienda; aguas encenagadas y aguas cristalinas. La vista y las mentes enturbiadas por la falsa victoria.

Platero -el Juanillo leía a Juan Ramón- no quería ni bridas ni ronzal; Juan Ramón le apañó una soga que no servía para nada, la rompería siempre que se le figuró hacerlo. El Chavillo, imposible, aquéllo para él, inaguantable; nada de sogas, ni ramales, ni marteguillas, ni opresión. La Isabela, otra niña del Cañuelo un día le puso una motita roja, sobre su frente, además le decia “Richi” y no se por qué -bien sabía que su nombre no era ese- pero no tardó en quitárse el adornito; lo mismo, de ser azul o verde. No estaba, ni hecho ni nacido, para eso.

Los crios del barrio, en ocasiones, con su algarabía se suman a la pareja pastoríl, olvidándose en algunos de ellos -casi todos- que llegada la hora de la merendilla, de ésta, no la habrá en la alacena de su casa. La guardesa, la madre de Juanillo, Isabel la de la Calleja del Cañuelo -la un tanto rojilla- bien hará con un gesto, señalar al qué, o a los qué, prudentemente, veía más necesitados de una “ayudica” en ese sentido -unas cucharadas de miel sobre un moñete de pan casero de orza, o un panaceite- sin saber si mañana a ellos, a su Juanillo en especial,  pudiera faltarle. Era el día a día, el de todos los días y todos los lares, de todas las Españas.

Lo mismo que fué con el Chavo, tras la muerte de Isabel -la rojilla y sentida desde las dos orillas- el Juanillo se hubiera entregado a la ternura de  cualquier otro alguién. Tenía al Chavillo, quién a la salida de la escuela, por la mañana sobre las doce; y a la tarde, a eso de las cinco y media -según qué época- siempre esperaba; el resto del día, el Juanillo, y sobre todo de la noche, vestidito de negro -como los hombres de la plaza del pueblo- ayuno de amor de madre, mañanas y días, tardes y noches. El brillo aterciopelado de sus ojos de color de cielo, habiase turbado; la mirada angelical, comenzaba a ser resentida, salvo cuando compartía con el Chavillo sus soledades incomprendidas por la falta, la ausencia, de la madre que no volverá jamás. Aquella madre que no pudo levantar el vuelo de un hijo que tocado ya se arrastraría, hasta que llególe su hora, temprana hora, también para él; vaya que si había de llegarle! Temprano le levantó la muerte el vuelo. Si ya volaba, en sus sueños, para qué no querer verla. Para qué?

El Chavillo tampoco duraría eternamente. Otra cosa hubiera sido, si la naturaleza se hubiere desdicho, al menos, hasta pasada la adolescencia de su compañero Juanillo, permitiéndole estar a su lado. Llegó la ternura, desde cualquier alguién, en forma de mujer, con las segundas nupcias del padre; hombre éste, recio de carácter y condición acerada, fruto del templado de la fratricida. La menorcilla de los Clavijo -estos no eran rojos- con la que se casó,  la nueva esposa del padre, también necesitada de ternura, se vuelca con Juanillo, mimándolo, acariciándolo y cuidándolo con ese amor instintivo de madre que aún no había sentido; pero la naturaleza, también se ocupó de quebrar aquéllo; enseguida parió y fué madre.
Juanillo volvió a quedar indefenso, arrinconado, triste y con muchas horas de mirada perdída, muchas a la orilla de aquel arroyo, que como nadie, él bien sabia de la limpieza de sus aguas, desde las dos orillas. Dos orillas que siempre vió como una, siempre vió como cauce, único y limpio.

Ya sin el Chavo, puede que hablara con los peces. Decía que entre los barbos tenía algunos amigos, y que se reunía con ellos, al pasar el gabión, al remanso de las aguas cristalinas, para darles de comer, compartiéndoles la merendilla; la qué hacía algún tiempo no compartía con nadie, desde que tras abandonar la tierra, para convertirse en una estrella de centelleos rojizos, que apareció en el cielo y a la que siempre, el hijo vería refleja en la zona de agua arremansada al pasar el gabión, el gabión nuevo del codo del arroyo; creo que la buscaba con ansiedad, lo que le hacía presentir que el brillo de aquélla otra, pudiera ser el de la suya ausente. Si al menos hubiera estado el Chavillo? Tendría alma el Chavillo? No veo su estrella, me decía.

Siempre me he preguntado, si de verdad en el arroyo hubo barbos; da igual, si los hubo, o no. Yo nunca los ví. No sé, lo conocí desde muy niño, ya más crecido me contaba del Chavo -su imaginación de lo que pudo haber sido- aquel día del terremoto; “fué sobre las diez y media de la mañana, y aunque el maestro Don Manuel, nos dió salida a los chiquillos instantes despues; a la puerta, ya estaba el Canario esperándome”. Decía, no haberle dado importancia a aquéllo, pues era lo habitual; lo que no era habitual, fué la hora; y que las vacas y el Canario con ellas, no salían en la mañana, sino en la tarde, eran los primeros días de junio y la salida era al atardecer.
El Chavillo se fué en busca de su amigo, se escapó de los “tinaos”.  Pasara lo que pasara, tenía que estar junto a Juanillo en ese momento  tan señalado y a la vez desconocido para ambos. Lo que no extrañaron nunca fueron los bellos atardeceres con  los jazmines encaramados, abriendo sus pétalos, a la tarde; y que se veían por encima de los tejadillos de aquellos corrales de “tapiar”, del trayecto desde las cuadras al “ejío”, ese cercano a la Poza de los Pastores, dejándo a un lado los grupos de las escuelas, recientemente construídas, dónde tomaba lección el Juanillo.

De haber estado el Chavoo a su lado, en sus muchos días de frustración y de peligro siempre latentes, posiblemente las cosas se hubieren producido de otra forma. Le daba libertad, le daba la verdad; le daba todo, ternura incluída. Le hubo dado lo que le faltó a partir de su marcha, en busca de ese cielo de noche,  esa avecilla de la Calleja del Cañuelo, que compartía alacena con los chiquillos del pueblo; aquella rojilla, que se fué, sin querer saberlo; aquella madre que lo parió, que de tanto ser madre, tuvo un hijo que  compartia caricias con un simple cordero; lo mismo las hubiera compartido en su conversación con los barbos; o con la mariposa celestina, que cobraba en nectar sus pasaportes del amor, entre estambres y pistilos enamorados; lo hubiera sido al igual, con los trigos sedientos de amor, que para una décima de segundo, esperan ansiosos una brisa que quisiera ser viento para extremecerse de placer, en su noche única, sobre la campiña; lo hubiera sido igual con esos amapoles celosos de los trigos, tratando de embellecer los barbechos, de promesas rojas. Los campos, sin que nadie les explique saben adornarse adecuadamente. Saben utilizar la paleta, según que época del año, y el acontecimiento que haya de corresponderle.
Pese a su colorido, tantas veces indescriptible, los hombres de mi pueblo todavía vestían de negro.

Temprano levantó la muerte el vuelo. También pasó temprana por la vida de Juanillo, y de tanto amar, llena. El Chavillo, Isabel “la rojilla de las Callejas”, el Juanillo y tú, y yo, y las niñas de las choperas; y la Isabela, la de la motita roja; y Don Manuel el maestro escuela; y el cura de los carteristas; y todos. Todos en busca de ese amor sin fondo que es la vida, que es la verdad, y de entre todas las verdades, una -la más importante- otra por la que luchamos, la Libertad. Posiblemente un tanto utópica, hasta que llega la muerte, con la que esa verdad se hace realidad.

Mira Chavo, lo que le decia Juan Ramón a Platero, “que de rosas caen por todas partes: rosas rojas, azules, rosas, blancas, sin color...Diríase que el cielo se deshace en rosas. Qué haré yo con tantas rosas”

Solanera
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 11:24:10 am
Punto de vista


El TIPO DEL PENDIENTE
Unos cincuenta. Mal conservado. Le sobran ojeras y le falta un asesor de imagen. Lleva un jersey imposible, unas gafas del año tres y le ha robado la gabardina al inspector Gadget. Tiene pinta de anticuario, pero ese pendiente… Hay algo que no encaja. Es como si mi abuela tuviera un tatuaje.

LA SEÑORA DEL VISÓN
El peinado la hace más mayor. Tal vez su marido le doble la edad. Seguro que se tira al chófer. Entre el abrigo, el bolso, el collar y las pulseras, llevará encima 100.000 euros. Sin rasurar.

EL GORDO DEL CHANDAL
No sé si lleva chándal porque le gusta, porque está gordo o por las dos cosas. Encima se está quedando calvo. Joder, no hay por donde cogerle. Normal que esté donde está.

LA CHICA DEL PELO CORTO
Mola el piercing de la ceja. Tiene pinta de oler de **** madre. A zumo de naranja. Lleva un libro de Millás en la mano. Puede que estudie Hispánicas. Tal vez escriba esta historia.

EL ABUELO
El corazón le va bien, eso está claro. Setenta largos. Demasiado afeitado para estar viudo. Dos puntos más por el sombrero de Philip Marlowe. De derechas. Del Madrid. ¿De Franco?



EL RÓKER
Su tribu está en vías de extinción, por eso se resiste a enterrarla. Para mi gusto el tupé es demasiado grande. Nunca les he entendido. Es cómo ir disfrazado todo el tiempo. A veces pienso que tienen mucha personalidad y a veces pienso que tienen menos que un mosquito.

LA CAJERA
Qué hace una chica como tú en un sitio como este. Nadie va a pegarte un tiro. Eso sería antiestético, algo así como darle una mano de pintura a un jardín. Estás tan buena que haces que el uniforme parezca de Armani.

EL ATRACADOR
Demasiado tranquilo para ser un yonqui y demasiado nervioso para ser un profesional. Habrá pedido un millón de dólares y un helicóptero, cualquier cosa para ganar tiempo. No me gusta. Fijo que hace todo esto para salir en la tele. Es lo que pasa cuando ves las películas equivocadas. Sin embargo… Lo de apuntar a la cabeza del gordo del chándal está bien pensado. A nadie le cae simpático un tipo así. Es como si estuviera diciendo: ¿Veis? Elijo al que todos habríais elegido. No estoy loco. Podéis fiaros de mí.
Y el caso es que los tiene calladitos y casi podría decir que tranquilos. Estarán echando cuentas: se rinde seguro, y a una mala se carga al gordo.

YO
¿Qué de dónde he salido? Bueno… eso es precisamente lo que se estaba preguntando ese idiota justo antes de que se apagara la luz. Yo hubiera preferido cargarme al gordo, pero en este negocio se dispara al que tiene la pistola. Y créanme, a nadie le importa si es de juguete.

Mariano Zugasti
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 11:26:03 am
Querida Dafne


Querida Dafne,
Son más de las tres de la madrugada. No sé qué carajo hago escribiéndote una carta a estas horas. Quizá es culpa del cansancio que me provoca no poder dormir des del día en que te fuiste.
Hace hoy justamente 33 noches que me persigue el insomnio. Y no es justo, ¿sabes? Tú estás allí, a 9.598 kilómetros de aquí, pasándotelo bien, disfrutando de la vida. Y yo aquí, a 9.598 kilómetros de ti, preguntándome qué es la vida, ahora que no estás.
Tengo fiebre. Y me duele la cabeza y el corazón. Sabía que esto ocurriría, pero en fin, es lo que me toca. Tú elegiste la opción correcta, no te sientas culpable. Ya sabíamos que lo de antes no iba a durar toda la vida. Aunque (perdóname por confesarme) más de una vez se me había pasado por la cabeza de estar siempre contigo. Ya sabes, casarnos, tener hijos y todo ese rollo. Vale, no, olvídalo. No quiero preocuparte ni que sientas más pena por mí, que ya debe ser bastante.
Oh, lo siento, no te he preguntado nada de ti y tu nueva vida todavía. Entiéndeme, el dolor a veces se apodera de mis buenos modales. Eso, ¿cómo te va por allí? ¿Mucho trabajo? Supongo que ya habrás hecho muchas amigas. Y amigos. No. Dime que no has hecho amigos. ¿No habrás conocido a ningún tío, verdad? Dime que no, por favor. Yo soy incapaz de pensar en nadie más que en ti. Sigo haciendo lo de siempre: trabajar, comer y dormir. Sigo saliendo. Pero ahora tengo otra actividad, que me ocupa todas las horas: echarte de menos.
He salido muchas noches des de que te marchaste (obligado por mis amigos). Y me doy rabia a mí mismo porque desde entonces bebo un poco más de la cuenta. Esas noches me doy pena. Eh, pero no te pienses que ya no ligo. Se me acercan de vez en cuando algunas chicas, pero yo siempre me escapo de ellas. Aunque es verdad que no me arreglo tanto como antes, ya no me pongo esas camisas que tanto te gustaban. Total, ¿para qué, si tú no me las vas a ver puestas?
Me he dejado un poco de barba. Me da mucha pereza afeitarme. Si vuelves, te prometo que me la quitaré. Recuerdo que te quejabas cuando te rozaba las mejillas con mi barba de dos días. No te gustaba ese tacto. A mí me encantaba el tuyo. Creo que hasta si te hubiera salido barba me seguiría gustando. ¡Lo que daría yo por volver a sentir tu mejilla contra la mía!
No me hagas caso. Sabes que siempre he sido un poco loco y demasiado romántico. Pero ¿cómo no iba a ser romántico estando contigo? Me gustabas mucho, me gustas mucho y me seguirás gustando mucho como no tire esa foto tuya en mi mesilla de noche que miro todos los días, especialmente cuando me despierto y cuando me voy a dormir. Sí, esa en la que sales con aquella falda roja tan corta y con esa sonrisa tan larga que a mí me alegraba todos los días. Hay que ver cuánto me pica su ausencia.
Me he convertido en un niño pequeño perdido. Lloro todas las madrugadas. Nunca había derramado tantas lágrimas, ni siquiera cuando murió mi madre. Me doy asco por eso; ella no se lo merece. Incluso he vuelto a fumar. Lo odiabas y por eso lo dejé, pero ahora me ayuda a mantener mis dedos y mi boca ocupados, pero no mis pensamientos. Me ayuda también a quitarme un poco la ansiedad, aunque sólo cuando estoy fumando. Luego vuelve duplicada, por tu ausencia y por las ganas del tabaco. Es el pez que se muerde la cola, y yo me estoy quedando sin ella de tanto morder.
Dime, ¿volverás algún día? Es por saber si tengo que esperarte para verte en esta vida o en la siguiente. Sabes que no creo mucho en estas cosas, pero, la verdad, desde que ya no estás, estoy tan desesperado que me creería cualquier cosa si eso está relacionado con volverte a ver. En fin, perdóname por quererte tanto.
¿Sabes qué? Lo estoy pensando, y creo que soy un estúpido y me siento ridículo. Tú ya te estás olvidando de mí. Sino no habrías dejado de llamarme desde el noveno día y me cogerías el teléfono. Yo no quiero ni puedo olvidarte, pero tú estás lejos, de aquí y de mí: esta es la realidad. Qué le vamos a hacer. Pero eso sí: no me pidas que deje de quererte, porque eso sería como pedirme que deje de vivir.
Déjalo. No quiero molestarte más. Haz tu vida y yo intentaré seguir con la mía. Tal vez nos volvamos a encontrar en algún lugar fuera de mis sueños. Tal vez tú llevaras aquella falda roja tan corta y esa sonrisa tan larga. Sabes de sobras que yo te esperaré.
No tengo miedo a ser feliz. Tengo miedo a ser feliz sin ti. Pero… Ah, ¡cómo me duele la cabeza! Me voy a fumar otro cigarrillo. Y voy a quemar con él esta carta. No quiero que llegue a ti, no quiero que sientas pena por mí. Si me quieres demasiado como para no estar sin mí (como yo te quiero a ti) volverás. Y yo seguiré aquí por si lo haces.
Buenas noches, querida, buenas noches. Perdóname otra vez por quererte tanto, perdóname si vuelvo a llorar esta noche por ti.

Apolo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 11:27:30 am
MASCOTAS


El negocio de las mascotas parlantes estaba en auge, después de años de lucha para que fuera rentable lo había conseguido. Pero Pedro aun recordaba los primeros tiempos, donde las risas irónicas y la críticas eran la moneda de cambio de su brillante idea de llevar una mascota parlante a cada uno de los hogares  de su planeta.
En un principio nadie podía creer que esas semi-criaturas, tan actas por otra parte, para las labores en minería y en los campos de nutrientes, pudieran ser educadas para un trabajo tan delicado como el de animal de compañía de los niños.
Sus allegados fueron los primeros en criticar su idea, no tiene futuro Pedro, no le des más vueltas le decía su hermano.
- Pedro, ¡No lo ves! ¡Son como animales! ¿Cómo esperas domesticarlos para que jueguen con tus hijos?
Su mujer también intentó por todos los medios de que desistiera en su empresa.
- Más que comunicarse, se diría que gruñen, es imposible el hacerlos sociables para desempeñar la tarea de mascota, ¿No te das cuenta que sólo piensan en procrear? Si se los dejara pronto se convertirían en una plaga y atentarían contra nosotros.
Y así sucesivamente le iban recriminando todos y cada uno de su más allegados.
- Invertir tu dinero en ese sueño es una utopía, sin duda te llevará a la ruina                económica.
Pero todo eso ahora había cambiado, todos los que antes se reían de su iniciativa, ahora le sonreían al pasar, le alababan y declaraban abiertamente el buen ojo que tenía para los negocios. La idea surrealista y tan criticada, se había convertido en una realidad digna del mejor inversor, los monos parlantes se habían proclamado en la mascota más solicitada en todo el mundo, millones de franquicias repartidas por todo el planeta lo atestiguaban, era un negocio consolidado y prospero, con un futuro más que prometedor.
Todo esto estaba pensando Pedro sentado detrás de su mesa de autentica madera de roble, extinta desde hacía tiempo en su mundo y ahora exportada precisamente del sitio de donde provenían sus mascotas.
Había sido difícil el poner en marcha su negocio, uno de los problemas a los que se había enfrentado era la promiscuidad de la que hacían gala las criaturas, si se las dejara estarían copulando las 36 horas del día y “Criarían como conejos” No sabía a ciencia cierta de donde provenía esta frase hecha, pero se había popularizado a raíz de ponerse de moda las mascotas parlantes, actualmente todas ellas salían de sus granjas debidamente esterilizadas, cosa que rentabilizaba su negocio aun más, ya que nadie se podía poner a criarlas por su cuenta. La ley 2508 del código por el que se regia el trato con otras especies en el universo, le venía como anillo al dedo para hacer más prospero su negocio, esta ley establecía que toda especie encontrada y dominada para hacer cualquier tarea dentro de nuestro mundo, debía de ser oportunamente esterilizada, así se evitaba poner en peligro la supremacía de su propia especie.
Por esto tan sólo en sus granjas se encontraban individuos actos para procrear, todos los que salían de ellas para hacer compañía a los millones de niños del planeta estaban incapacitados para procrear. Sin duda era mejor así, por que a pesar de la incapacidad de engendrar, cuando se encontraban en los parques de las ciudades con sus congéneres, las miradas y los coqueteos eran continuos, y esperaban impacientes el descuido de algún niño olvidadizo que los dejara de atar, para escaparse y flirtear con sus semejantes. Era bien sabido en la comunidad, que a pesar de su imposibilidad de gestar, seguían disfrutando del hecho físico que iba unido a su emparejamiento.
El propio individuo que tenían sus hijos y a pesar de todos los acondicionamientos a los que había sido sometido, los mejores que el dinero podía comprar, había sido imposible el reprimir esos comportamientos abominables, Cuando salía y veía una hembra de su especie, con esas glándulas mamarias apuntando al cielo, se le salían los ojos de sus orbitas.
Hasta la fecha nadie había podido inventar algo definitivo para solucionar el problema, se habían invertido millones en investigación para erradicar estos comportamientos indecorosos, pero sin resultados, de echo se había llegado a la conclusión reciente, que el espécimen dominante en el tercer planeta del sistema solar de la vía Láctea, denominados por ellos mismos como seres humanos, eran inmunes a la manipulación de su instinto procreador.

Ampi
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 11:29:02 am
Güisqui sin hielo



Aún no había amanecido cuando el chófer de la buseta anunció su presencia con el claxon. Ella ya lo estaba esperando. Se había levantado muy temprano para estar dispuesta y mataba el tiempo dándole conversación a su patrona, mientras apuraba el “tecito” que ella misma le había preparado a modo de desayuno. También había sido ella la encargada de buscarle una plaza en el microbús que llevaba a los escasos turistas de invierno hasta la orilla del lago Grey, frente al glaciar. A duras penas hubiera podido pasar por una de ellas: Abrigada con un jersey tricotado a mano, con un gorro de lana enfundado hasta las cejas y una roída bufanda de la que apenas sobresalían algunas greñas, ni al conductor se le ocurrió pensar que fuera norteamericana o europea, como los demás viajeros. Además, la había recogido la primera y la había sentado a su lado, en la parte delantera, porque no se alojaba en un hotel, como los demás, sino en una residencial, a caballo entre una pensión y una casa particular que alquila habitaciones.
   Antes de llegar al glaciar, apenas se hizo de día, se detuvieron a la entrada de la cueva del Milodón y, cuando el sol ya alumbró lo suficientemente como para que las instantáneas salieran bien, se tomaron fotografías junto a llamas y cóndores, con el telón de fondo de las Torres del Paine emergiendo de los bancos de niebla que ocultaban el horizonte. La última parada la hicieron en un pueblito cercano al lago, al lado de una cantina en la que el conductor, que a esas alturas ya se había tomado la confianza de hacer saber que se llamaba Mateo Correa, los animó a comprar el güisqui que podrían beber con cubitos de hielo del glaciar. “Agua pura que lleva congelada miles de años”, precisó él. “Será como beberse un instante de la prehistoria”, pensó ella.
   Almorzaron juntos, apartados del resto de los turistas, que sacaron las bolsas de picnic que les habían preparado en sus hoteles. Él, que había comprado pancito recién horneado en la cantina del pueblo, sacó una fiambrera de peltre en la que llevaba el almuerzo que él mismo se había cocinado; ella tuvo que conformarse con las frutas y el bocadillo de fiambre que había improvisado la noche anterior. Lo comieron casi en silencio, viendo el alboroto y el bullicio de los demás. Cuando terminaron, él le ofreció un cigarrillo.
   – ¿Es usted de Santiago?
   – No, no… Soy de España.
   – ¿De España? –preguntó, sorprendido, como si le estuviera preguntando: “¿Y qué haces aquí, a mi lado, comiéndose un bocadillo en vez de estar bebiéndose un buen vino con los demás?”
   – Sí –admitió ella, temiendo que, a renglón seguido, como tantos otros, fuera a mencionarle la conquista, el oro robado, las indígenas violadas…
   – ¡España, la madre patria! –exclamó él, sin embargo–.  El Real Madrid, Julio Iglesias, la Feria de Sevilla, el Corte Inglés… 
   Hizo una pausa, como si esforzara en seguir recordando:
   – Don Quijote de La Mancha, la paella…
   La miró sonriente y la mujer le devolví la sonrisa, dando el visto bueno a sus conocimientos del país… Al fin y al cabo, ella no hubiera podido decir otro tanto de Chile, antes de viajar hasta allí.
   Tuvieron que dejar el coche junto a la carretera y adentrarse a pie por un sendero que, entre árboles frondosos, los llevó hasta la barrera de piedras que, con las arrastradas durante siglos por la fuerza del glaciar, el agua del lago había formado en su orilla. Desde lo alto de la morrena ella contempló sobrecogida la belleza de aquella montaña de hielo azul que, como un río gigantesco, se deslizaba lentamente por entre los majestuosos picos de los Andes. Es un avance que está vedado a los ojos de los hombres, pero que ella conocía porque lo había leído, como había leído que, si todo el mundo se callara, podrían escuchar la música del glaciar: el cristalino tintinear de miles y miles de pedacitos de hielo chocando entre sí al ser mecidos por la suave brisa que acariciaba la superficie del agua. Mas los turistas se habían precipitado alborozados hacia la orilla; festejando el haber llegado hasta allí, daban gritos de júbilo, que el eco devolvía multiplicados, y se apresuraban a sacar fotos, aprovechando las últimas luces del día. El chófer se quedó a su lado, contemplando el ruidoso espectáculo, mientras ella no se cansaba de pasear la mirada desde lo más alto de la lengua de hielo hasta los gigantescos pedazos que flotaban a la deriva.
   Cuando los demás sacaron sus vasos de plástico y las botellas de güisqui, ella abrió también la suya… Pero lo hizo en lo alto de la morrena. Bebió un buen trago y, tras limpiarle la boca con la manga del jersey, se la pasó a Mateo Correa. El hombre bebió y se la devolvió a la vez que le preguntaba:
   – ¿No le va a poner hielo?
   – No –le respondió–. Me lo he pensado por el camino. Me gustaría que esos cubitos de hielo, que llevan miles de años congelados, siguieran ahí dentro de otros cuantos siglos.
   – No durará tanto el planeta…
   – Es posible… Desde luego, nosotros no lo veremos; pero yo siempre podré pensar que aquí, tan cerca del Polo Sur, algo de este glaciar, por poco que sea, sigue existiendo gracias a que yo no lo mezclé con güisqui.
   Le dio un nuevo trago a la botella y se la volvió a pasar.
   – Bien poco será –sentenció él, cogiéndola a su vez y llevándosela a la boca.
   – Yo no sé si en toda España habrá tanta agua como ahora estoy viendo.
   – Noooo…
   Había estirado tanto la o, que ya no estaba negando, sino expresando su asombro, su incredulidad.
   – Puede que sí. No lo sé. Lo que si sé es que donde yo vivo no la hay. Por eso, cada vez que abro el grifo…
   – ¿El grifo?
   – Sí, lo que aquí llaman la llave. Cada vez que lo abro y sale el agua a raudales me parece un verdadero milagro... Mi abuelo construyó un aljibe en su casa, para almacenar el agua de la lluvia, pero no siempre llovía como para que no faltara; así es que había épocas en las que mi madre tenía que caminar varios kilómetros, con la ropa sucia a cuestas, para lavarla en un reato; cuando yo nací, tenían que comprar el agua para lavar mis pañales y, yo misma, siendo niña, tuve que ir, en algunas épocas, a la casa de algún vecino que tuviera pozo y me la dejara sacar en un cubo, con una cuerda y una polea…
   – ¿En España? Yo creía que era un país muy adelantado.
   – Bueno, eso fue hace cuarenta o cincuenta años… Ahora, aunque el problema de la sequía sea el mismo, hay otras soluciones. Es posible que si yo fuera más joven y no hubiera vivido todo eso, estuviera ahí abajo con esos gringos y esos guiris echándole cubitos milenarios a este güisqui.
   Para subrayar sus palabras le dio un nuevo trago a la botella y se la volvió a pasar a su acompañante.
   – No puedo beber más –se excusó esta vez–. Soy el conductor.
   – Mire si han cambiado las cosas –continuó ella–, que no hace mucho, en el escaparate de una tienda, en una calle céntrica de ciudad, vi una botella de agua que anunciaban como la más cara del mundo.
   – ¡Menudo reclamo!
   – Habrá quién la compre sólo por eso. ¿Sabe cuánto costaba? –no esperó a que le respondiera–. ¡Setenta euros… Casi sesenta mil pesos!
   – Noooo… – Mateo Correa le volvió a mostrar su asombro.
   – Se lo puedo jurar. Sesenta mil pesos por una botella de litro. Entré a verla. La tuve entre las manos, con miedo a que se me fuera a caer; estaba tallada en cristal de Bohemia, y el agua la habían extraído de un glaciar finlandés, un glaciar como éste, pero en vez de en el Sur, en el Norte, donde todo es “ene” veces más caro. Todo eso me lo explicó el dependiente, muy orgulloso de tener una joya como aquella en su tienda bellamente decorada con estanterías de maderas nobles, en las que se apilaban tarros de caviar iraní y de “fuagrás” francés, vinos de todo el mundo, cafés y chocolates de los países más exóticos, dátiles tunecinos, bandejas de salmón noruego y de jamón ibérico, azafranes de La Mancha y especias hindúes que aromatizaban el ambiente…
   – Diga usted lo que quiera –la interrumpió–, pero donde se ponga un buen churrasco o un curanto bien picante.
   –… O uno de los potajes que hacen en mi pueblo… Pero yo le conté al dependiente lo de mi abuelo construyendo su aljibe, lo de mi madre caminando kilómetros, cargada con la ropa sucia para lavarla de rodillas en el suelo, lo de un niña sacando agua de un pozo y acarreándola… “Pero eso fue hace mucho tiempo”, me dijo él. “Ahora los tiempos han cambiado y hoy tenemos otra escala de valores” ¡Otra escala de valores! “Quizás aquí sí han cambiado las cosas”, le dije, “pero no en otras partes del mundo, donde los niños o las mujeres caminan durante horas para llegar a una fuente en la que coger unos litros de agua embarrada… Se pelean por ella, se mueren de hambre y de sed si un año no llueve”.
   – ¡Pobre “man”! Le amargó usted el día.
   – No creo. Sólo le pregunté si de verdad pensaba que su agua de setenta euros resultaba más cara que aquélla por la que se pagaban horas de caminata y el esfuerzo físico, horas de escuela o de juego.
   – ¿Y qué le contestó?
   – Pues que, si no pensaba comprar nada, me fuera de allí.
   – Eso sí que estuvo bueno.
   – Sí, supongo que sí.
   Se levantó, apuró la botella de güisqui y se dispuso a bajar a la orilla del lago. Los demás ya subían. Había empezado a oscurecer y se quejaban del frío.
   – Los voy a acompañar a la buseta –la avisó el conductor–. La esperamos allí, pero no se demore.

   Llegó hasta el borde y sumergió las manos en el agua helada. Un escalofrío de placer le recorrió la espalda. Las voces de los otros se iban perdiendo a lo lejos. Cuando callaron del todo, no se hizo el silencio, si no que miles y miles de invisibles campanitas comenzaron a repicar frente a ella, primero tenuemente pero, poco a poco, creciendo en  intensidad hasta convertir su tintineo en música armoniosa y cristalina: la música del glaciar.

Damián Trésel
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 16:38:43 pm
La deuda


La puerta se abrió con los acostumbrados chirridos.
–¿Y el viejo…?
La mujer miró a los ojos del hombre sin decidirse a dejar la puerta libre.
–Acostado. Dice el médico que está muy débil.
–Claro, cómo no iba a estarlo si apenas se alimenta; digo, si a esa basura que ustedes comen, se le puede llamar así.
La mujer lo observó con desprecio. Una mirada de arriba abajo bastó para encontrar las palabras precisas.
–Por lo menos –sonrió maliciosa antes de continuar–, lo que se come en esta casa, no vuelve maricón a nadie.
Las últimas palabras salieron con rabia y se sintió libre del peso que por años la consumía. Después, respiró aliviada y se quitó de la puerta.
–¡Espera! ¡Espera! ¡No te vayas!
La mujer franqueó los muebles de la sala y siguió camino a su  cuarto.
–¿Tenías muchos deseos de echármelo en cara? Párate ahí, no es una enfermedad, no te contagiarás porque me mires de frente –la atajó entre los muebles de la sala–. Tú nunca me haz soportado, Dolores. Cuando mi madre murió viniste a esta casa con el cuento de que cuidarías de mi hermana y de mí; pero no, siempre fuiste la amante del viejo.
Dolores se detuvo bruscamente. Lo midió con los ojos enrojecidos por el malestar antes de escupir al suelo y aplastó la saliva con su chancleta.
–Qué… ¿Me darás lecciones de moral? –lo volvió a medir antes de hacer un gesto despectivo– ¿Tú…? Es verdad que siempre amé a tu padre. Tú mamá lo sabía, sabes. A ti no te gustan las mujeres y por eso nunca entendiste a tu padre…ni a mí, que me dediqué a criarlos sin haber parido.
–¡Que bien! ¿Ahora somos culpables de tu esterilidad?
El hombre rió y Dolores se le acercó con la mano presta a golpearlo.
–¡Cuidado cómo me hablas!
–Dale, hazlo, como hacías nada más que el viejo se te iba con otra mujer. ¿Pensaste que lo había olvidado?
Ella dio la vuelta alrededor del sillón. Lo meció y por segundos contempló su  compás.
–No, yo sé que eres muy bueno para guardar rencores.
–Aaah… –movió risueño la cabeza y tarareó bajito una canción– y tú que te vengaste en mí cada ***** del viejo. Fuiste la que me mandó aquellas vacaciones para la casa del profesor Isidro; sabias de sus inclinaciones y de lo que realmente quería.
–¡Mentira! –los ojos enrojecidos de Dolores se achicaron en busca de un recuerdo y poco a poco crecieron a su tamaño habitual– Era un buen profesor –dijo con suavidad–,  tu padre también estuvo de acuerdo a que te pasaras aquellas vacaciones en la playa. Nosotros no teníamos dinero para alquilar una cabaña y a ti te entusiasmó la idea.
El hombre negó con un gesto afeminado.
–Sí, pero yo tenía trece años y aun no sabía otras cosas.
–¿De pajarerías…? –intervino Dolores y sus ojos, apagados por los años, brillaron con burla.
–De mariconerías, para que lo hagas más despectivo. Tú, en cambio, conocías muy bien a Isidro; él estuvo casado con una sobrina tuya.
La mujer retrocedió hacia el refrigerador. Lo abrió y sacó un pomo con agua. Bebió y luego dejó el pomo sobre la mesa.
–Yo no tuve nada que ver con Isidro y tú.
–No te creo…En un tiempo pensé que era mi culpa por jugar en la playa con el profesor, dejar que me diera más golosinas que a sus hijos o que me alabara delante de su mujer.
Dolores lo interrumpió risueña.
–Tú mismo lo admites: desde pequeño te gustaban los hombres. Tu padre decía que cambiarías con los años. Nunca te dio una buena paliza, aunque a cada rato te cogían en la escuela espiando a otros niños que iban a orinar. Si hubieras sido hijo mío, seguro que…
–Nada me hubiera pasado con Isidro. ¿O me equivoco?
Dolores agachó la cabeza y se resistió a mirarlo de frente. El hombre bordeó el sillón y se le aproximó lentamente.
–Mi hermana, en cambio, tuvo mejor suerte. Nunca le permitiste salir con la loca de Violeta y mira que te lo pedía. Hasta le llamabas hija sin ruborizarte. A ella sí la tuviste como lo que no quería ser: tu hija. No, si yo fuera tu hijo sería lo mismo que soy, pero no tendría que reprocharte tanto.
–¿A mí…? ¿ Y a tú padre? ¿Qué hacía él en esos años?
–Sí, también tiene culpa. Pero el mal sabor de mis inicios te lo debo a ti.
Ella sintió que le anudaban la garganta y forcejeó para echar fuera lo que pensaba.
–Qué importa con quién lo hicieras si lo ibas a hacer –luego añadió arrepentida–. No sabes lo que es tener que alimentar a un niño de brazos que te recuerda tu esterilidad cada vez que te dice mamá, mamá y mamá.
Dolores caminó hacia la cocina. Se detuvo en la entrada y se inclinó sobre el cuerpo para envejecer de pronto. Su pelo, detenido en los hombros, se esforzaba en ocultar un cuello arrugado y grasiento.
–Las desgracias me tocaron a mí, Dolores.
Ella volvió sobre sus pasos.
–Yo también fui una víctima. Toda mi vida la dediqué a ustedes y a tu padre, ¿y para qué?
–Algún partido le habrás sacado a eso. Nadie regala su vida.
–¿Sí…? –sonrió incrédula– ¿Yo qué tengo? Sólo achaques y desgracias.
Lo miró preguntándole y lo vio desviar su mirada.
–Voy a ver al viejo.
–Espera, no vayas a decir nada de esto.
El hombre hizo un gesto de  resignación y miró hacia la otra puerta.
–¿Qué le diría? Que su hija no quiere saber de él o que a pesar de odiarme por homosexual, acepta el dinero que le envío para que coman algo. Dudo que no lo sepa todo.
–Te juro que no lo sabe –ahora la voz de Dolores sonó cariñosa–. Él cree que se lo envía tu hermana desde el extranjero; a ti no quiere verte ni en fotografía.
El hombre adelantó unos pasos y la miró con recelo.
–Entonces…, ¿ porqué me llamaste?
La mujer lo observó con tristeza.
–No sé. Quizá creí que era hora de que se reconcilien; ustedes son padre e hijo.
El hombre se volteó con una mano sujeta a la puerta del dormitorio.
–No entiendo cómo puedes seguir queriéndolo.
Dolores se encogió de hombros y apenas esbozó una sonrisa.
–Quizás sólo quiera verlo morir lentamente. No quiero que muera de un infarto o algo más simple para que me lo pague todo. ¿Acaso es mucho pedir? 

Angel
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 02, 2011, 16:50:39 pm
Volviendose rubia


Mi madre se volvió rubia en una casa cuadrada, en 1965, en una ciudad del desierto envuelta en vientos y arenas amarillas.

El desierto en Chile es parte de una extensión mayor de tierra, Atacama, que una vez perteneció a Perú y a Bolivia, o a los Incas y los Aymarás que habitaron el desierto mucho antes que hubiera Bolivia, Chile, o Perú. Cuando yo viví allí el desierto siempre me parecía limpio; el aire, el agua, aun la tierra, porque el desierto parecía mantenerse intacto, y cuando se le tocaba, el aire parecía lavar todas las impurezas, las memorias de cientos de años pasados, y preservar prolijamente las facciones de la existencia, permitiendo que se tornaran legibles, inevitables, y luego enterrándolas en la sal. La totalidad de la sangre que fue derramada en una guerra u otra se fundiría en sus arenas hasta que, años y años desde aquel día, quedarían borrosas con las rotaciones del planeta, y sólo se podría observar las vueltas de un globo de tierra café y de mares azules, girando, para siempre en el universo.

Sin embargo el aliento del desierto a menudo acarrea enfermedades infecciosas. Los vientos del desierto me llenaban por dentro hasta sentir dolor en la garganta. Viento. Vientos enfermizos. Microbios en una tormenta de arena soplando hasta que se oye la música de las quenas andinas. Nostalgia. Música de vientos nocturnos soplando entre Calama y Chuquicamata, y en el espacio, el globo girando en silencio absoluto.

En mis recuerdos de infancia sólo reconozco las fotos de las minas de cobre. Las excavaciones son anfiteatros de proporciones colosales donde un tractor amarillo excava la falda de las terrazas con un brazo mecánico diminuto. Al retroceder reconocemos nuestra complicidad en este insulto a la tierra, una excoriación que comenzó hace tanto tiempo que el desierto ya no la puede absorber ni se puede borrar del globo distante que gira, azul y cobre.

La niñez. Los once, los doce años. Mi madre reserva una palabra especial para la gente sin casa, la gente que viaja de ciudad en ciudad buscando techo. Se llaman allegados. Nosotros somos poco más que allegados, somos emigrantes capitalinos que se han escapado de la cesantía y las decepciones urbanas y se han refugiado en el norte, el Norte Grande donde las minas proveen un vivir tan escalonado como las gigantescas terrazas de minerales: poco a poco, el dinero de los extranjeros llega hasta el fondo.

En nuestro oasis de Calama cosechamos maíz y calabazas, alfalfa, girasoles, flores que mi madre planta para mejorar la tierra gredosa del desierto. En el pequeño patio hay conejos, una chinchilla plateada, dos loros verdes y un pajarito negro. En la cocina de baldosas rojas mi madre revela las fotos en blanco y negro que ha tomado de las minas. Mi padre ha comenzado a pintar un mural inmenso para instalarlo en el atrio de la cárcel, donde el alcalde y el gobernador llegarán a inaugurar el edificio. Los cuadros comienzan con pequeñas partes de las minas, vistas de cerca y después de lejos, de perspectivas impresionantes que yo quiero ver, más nunca he de llegar a ellas.

Tierra de mi tierra. En 1965 las minas pertenecen a extranjeros benévolos. Los tractores en miniatura pertenecen a extranjeros. Y cuando el cobre emerge de la tierra en camiones por toneladas, el sudor de los mineros pertenece al desierto, y el cobre pertenece a extranjeros. Nunca las llegué a ver, las minas, es cierto, pero me las imagino. Aquellas montañas escalonadas conservaban hechos secretos. Enterrados por insectos mecánicos en el desierto. Enfermedades en el viento. Plagas en los vientos que van de mano en mano, de pulmón en pulmón. El lugar es una misión secreta, una muerte secreta que ha comenzado sistemáticamente, cientos de años  atrás.

La compañía tiene un nombre extraño, es Anaconda, el nombre de la serpiente más grande de la selva del Amazonas. ¿Qué hace en medio del lugar más árido del mundo, el desierto de Atacama? La compañía es una entidad tan extensa que ha construido un espejismo en el desierto para reflejarse: una ciudad prefabricada de casas cuadradas, una tienda gigante que se llama pulpería (que me hace pensar de nuevo en la serpiente), calles cuadriculadas, buses de juguete y paraderos donde los hombres de juguete han de abordar para ir a las minas.

Y en uno de los mismos mini-buses viajamos mi madre, mi hermana y yo, rumbo a la  pequeña casa con reja de metal alrededor de un jardín en el desierto, un jardín de piedras, cactos, y portulacas. Recuerdo las rejas de metal que dividen las casas en cuadrados en el desierto, con jardines de arena. Dentro de la casa, recuerdo muebles atiborrados pero lujosos, demasiado grandes para un cuadrado tan pequeño. Los niños comprenden que se trata de una visita donde hay un precio que pagar por las mermeladas y galletas extranjeras que se ofrecen con el té de la tarde. Las señoras proveedoras de productos secretos que se le venderán a mi madre de segunda o tercera mano, han comprado las novedades que llegan de tierras extranjeras a la pulpería gigante del desierto. Allí tendrán derecho a comprarlas solamente las esposas de los ingenieros y los mineros, para venderse de nuevo a las esposas que no son esposas de ingenieros, pero que quieren otorgarles los productos extranjeros a sus hijos.

El viento silba a través de las rejas de metal que rodean los patios grises de las casas cuadradas donde se venden aquellos productos dotados de magia, y que bien valen el precio. Son una vacuna contra las infancias domésticas. Contra enfermedades domésticas, cuya causa era la reacción auto inmune a las infancias extranjeras. Acarreadas por los vientos que aúllan por el desierto. Alrededor de los árboles en el oasis. Alrededor de las minas gigantes de Chuquicamata. Alrededor de los postes con faroles desnudos que se encienden de noche. Alrededor de los postes clavados en calles pavimentadas con pavimento extranjero hecho con materiales domésticos.

Nunca fue placentero ir allí. Nunca placentero participar en el negocio de comprar provisiones que ya habían sido compradas. Ni absorber la deferencia materna mientras compraba con dinero doméstico las provisiones extranjeras para vacunarnos, la vacunación de cuerpos infantiles domésticos cosechados en tierra doméstica.

Así fue que el cabello de mi madre se convirtió en pelo rubio en una casa cuadrada. Estuvimos comiendo galletas cuadradas de una lata cuadrada marcada con palabras extranjeras, y esparcimos mermelada extranjera sobre las galletas con cuchillos domésticos, mi hermana y yo. Bebimos té doméstico con leche de vacas con hormonas extranjeras (que no se habían calculado en el precio de nuestra vacuna, sin embargo han salido a la superficie como beneficio colateral muchos años después) pero la sensación del celofán extranjero que envolvía las galletas sí que cuenta. El efecto inmediato de lo extranjero en cuerpos domésticos es que los dedos domésticos aprenden a apreciar el celofán extranjero. Así como los ojos domésticos aprenden a apreciar colores extranjeros, y eventualmente, rechazan los colores domésticos.

Primero, el cabello de mi madre se volvió color cobre mientras tomamos té con leche, y después amarillo mientras desenvolvimos chocolates con dedos ya expertos. Y la actitud deferente que ella había adoptado en los días de su propio aprendizaje parecía haberse esfumado, habérsele levantado del rostro a medida que su transformación se completaba ante nuestros ojos. Se volvió rubia. Se liberó de su pelo doméstico. Pelo doméstico castaño. De súbito nos merecemos todas las galletas y mermeladas y perfumes y la leche homogenizada. Nadie se ha dado cuenta de nada pero las otras compradoras se miran, se arreglan el pelo distraídamente al salir de la casa cuadrada. En el pavimento gris de la calle, la luz limpia del desierto anuncia la tarde. Sin decir palabra, nos dirigimos hacia el parador doméstico de buses donde el bus extranjero fabricado en factoría doméstica, nos espera para llevarnos a través del desierto a Calama, nuestra ciudad de ojos café. Al llegar a casa, no sentimos ya ninguna sensitividad al desierto ni a los vientos ni a sus enfermedades.

Arriarán
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 04, 2011, 21:33:05 pm
(http://img801.imageshack.us/img801/396/cartelfinaldifuminadore.jpg)

En forummontefrio somos conscientes del crecimiento exponencial que ha sufrido el concurso de relatos forummontefrio desde su primera edición. Por ello, nos llena de orgullo poder afirmar que en esta III edición, tras un primer escrutinio y contando con un plazo de entrega reducido en un mes, hemos superado los 300 relatos, finalizando con unas cifras muy similares a la edición anterior.

Por echar mano de algunos datos. Este año contamos con una mayoría de relatos procedentes de nuestro país. Granada, Cádiz, Jaén, Almería, Málaga, Córdoba, Murcia (LORCA),  Sevilla, Madrid, Valencia, León, Cáceres, Badajoz, Valladolid, Barcelona, Tenerife, Zaragoza, Gijón, Ciudad real, Vigo, Bilbao, Vitoria, etc…

De igual forma, contamos con obras procedentes del panorama internacional. Uruguay, Colombia, Cuba, Perú, Chile, México, Argentina, Grecia, Francia, Alemania, Italia, EEUU e incluso Rusia, por mencionar algunos.

En los próximos días quedará configurado el comité de deliberación, dando comienzo al periodo de lectura y reflexión.

Un nuevo éxito que sitúa a Montefrío, como referente cultural, en lo más alto del panorama literario de la provincia Granadina. Desde forummontefrío queremos agradecer a todos los que han colaborado de una u otra forma para que este sueño, impensable hace 3 años, se haya hecho realidad.

*Aún quedan relatos por subir, por lo que volvemos a recalcar a todos los participantes que la no inclusión de sus obras en este hilo no implica ni modifica su participación.

PD: Próximamente ampliaremos información sobre una interesante y original propuesta destinada a la puesta en escena de los relatos ganadores en un marco incomparable, MONTEFRÍO.

Un saludo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: _sharisha_ en Julio 06, 2011, 22:03:44 pm
Enhorabuena! esto es un éxito.  ;;;
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 11, 2011, 17:29:55 pm
Aquí dejamos el comentario que nuestra amiga Silvia nos ha dejado en facebook.

"Daros la enhorabuena por el concurso de relatos, me encontré con el por casualidad y he participado con mucha emoción porque mi madre nació en Montefrío aunque hace mas de 50 años que vive en Madrid, un saludo y gracias por la iniciativa!"

Internet tiene estas cosas, amalgama de cultura, pensamientos, vidas que conjugan situaciones con las que a veces, solo a veces, cruzar nuestros caminos. Desde Forum Montefrío queremos agradecer a Silvia sus palabras de aliento y apoyo. Aquí podemos observar un ejemplo más de ese “orgullo Montefrieño” que, resguardado en un rinconcito de nuestro corazón, no entiende de fronteras ni barreras. Un abrazo para Silvia y su Madre.


(http://img338.imageshack.us/img338/5756/forummontefrioenfaceboo.jpg)
Título: FALLO III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 12, 2011, 19:27:53 pm
(http://img851.imageshack.us/img851/9483/fallodeljuradoiiiconcur.jpg)

PD: En caso de rechazo se acudirá a las obras en suplencia.

Nuestra más sincera enhorabuena a todos los participantes!!
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 12, 2011, 19:47:02 pm
(http://img801.imageshack.us/img801/396/cartelfinaldifuminadore.jpg)


La ceremonia de entrega de premios tendrá lugar el próximo viernes 16 de septiembre a las 20:30 en la casa de la cultura "pósito".

Como se ha anunciado en los medios, en este certamen han participado escritores de los 5 continentes. Por ello, durante la gala contactaremos con California, Australia o Buenos Aires entre otros (en forma de videoconferencia-grabación) para escuchar de viva voz un pedacito de sus vidas, junto a la lectura de sus propias obras.

Auguro algunos videos entrañables, en donde podremos confirmar aquello de "El mundo es un pañuelo", y de como los lugares más dispares del mundo puedan estar conectados con nuestra hermosa localidad.

Al finalizar la ceremonia forummontefrio servirá un pequeño tentempie acompañado de bebida.
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 17, 2011, 11:10:13 am
Quiero comenzar estas líneas con palabras de agradecimiento y gratitud. Agradecimiento hacia todos los asistentes a la gala de entrega de premios, espero disfrutaran una agradable velada en la que las letras brillaron con luz propia. Agradecimiento a Dª Socorro García (mención especial), Dº Luca Moratal (2º premio cat.general) y Juan A. Pellicer (1er premio cat.general) por el esfuerzo realizado para asistir a la ceremonia. Así como a Dº Fabián Buelvas (mención especial) y a nuestro amigo Dº Alejandro Castañeda por acercarnos, gracias a las nntt, un pedacito de sus vidas.

De igual forma, nuestra más profunda admiración hacia los miembros de Granadown, por la gran labor que vienen llevando a cabo desde hace 21 años. Como comenté en la gala, la ley del talento, como la de la dicha verdadera, es el desinterés (palabra o actitud en desuso en los tiempos que corren), y estos chicos desbordan talento en todos sus sentidos.

Por otro lado, queremos lanzar un mensaje de gratitud hacia el Ayuntamiento de Montefrío por apostar con su colaboración por un proyecto que ha logrado una profusa difusión de nuestra localidad a lo largo y ancho de los 5 continentes. En especial a nuestro Concejal de fiestas Juan Francisco Moreno y nuestro Concejal de cultura Rafael García, presentes en el acto.

Mención especial a los distintos miembros del jurado. No es fácil hacer frente a tantas obras de tan alto nivel, su labor es encomiable.

Para finalizar, comentar que en las próximas semanas serán publicadas en exclusiva las distintas lecturas en nuestra emisora municipal, Radiomontefrio. Acto seguido comenzaremos a preparar varios montajes en nuestro canal en youtube, seguido de un completo reportaje fotográfico del acto.

Un saludo
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 18, 2011, 12:38:23 pm
(http://www.los4murosdejpellicer.com/images/stories/Mis_post/1_Copy.jpg)

Nuestro amigo J.A. Pellicer, primer premio cat.general, nos remite enlace a la noticia.

http://www.los4murosdejpellicer.com/index.php?option=com_community&view=groups&task=viewdiscussion&topicid=1089&groupid=28&Itemid=54

Próximamente informaremos sobre las distintas reseñas publicadas en los medios.

Como suele decirse, aquí nadie "regala” nada. Cada una de las menciones en prensa, televisión o radio esconden un duro trabajo-lucha del que todos los miembros de forummontefrio se sienten orgullosos.

Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 18, 2011, 12:56:40 pm
Algunas fotografías del evento:


(http://img535.imageshack.us/img535/3985/img16031600x1200.jpg)
(http://img28.imageshack.us/img28/7277/img15741600x1200q.jpg)
(http://img15.imageshack.us/img15/603/img15761600x1200.jpg)
(http://img828.imageshack.us/img828/4336/img15861600x1200c.jpg)
(http://img88.imageshack.us/img88/8841/img15871600x1200l.jpg)
(http://img405.imageshack.us/img405/561/img15901600x1200.jpg)
(http://img707.imageshack.us/img707/1481/img15911600x1200.jpg)
(http://img191.imageshack.us/img191/7216/img15931600x1200.jpg)


Aquí podemos ver la entrega a Granadown de los beneficios obtenidos en la II Feria de muestra forummontefrio.

Repletos de ese talento desinteresado, y despojados de cualquier  afán de protagonismo, reflejo vanidoso, absurdo o interesado, podemos observar a varios miembros de Granadown recibiendo el cheque con los beneficios.

Contagiados de ese espíritu decidimos dar todo el protagonismo a los más jóvenes, al fin y al cabo, nuestro futuro.


(http://img51.imageshack.us/img51/2530/img16011600x1200.jpg)
(http://img690.imageshack.us/img690/7348/img15991600x1200.jpg)
(http://img828.imageshack.us/img828/5254/img16051600x1200.jpg)
(http://img851.imageshack.us/img851/3315/img16061600x1200.jpg)
(http://img42.imageshack.us/img42/7961/img16071600x1200.jpg)
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 21, 2011, 10:07:10 am
Entrevista a Dº Juan. A Pellicer, 1er premio cat.general III concurso de relatos Forummontefrio, con motivo de la presentación de su nuevo libro de poesia "Versos de vida y verdad"

http://www.orm.es/servlet/rtrm.servlets.ServletLink2?METHOD=DETALLEALACARTA&sit=c,5,ofs,0&serv=BlogPortal2&orden=1&idCarta=64&mOd=13210&autostart=RADIO

En el minúto 29 hace mención tanto a su galardón como a nuestra localidad.


Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 23, 2011, 10:57:35 am
Continua la difusión del III Concurso de relatos Fórum Montefrío. En esta ocasión, remitimos nota de prensa publicada en Cartagenadehoy.

Juan Pellicer conquista Granada


(http://www.cartagenadehoy.com/images/stories/noticias/2011/septiembre/4/0.0.0.pelli.jpg)

El escritor y fotógrafo cartagenero Juan Pellicer ha recogido el primer premio del III Concurso de Relato Corto del Fórum de Montefrío, en Granada, galardón que ha conquistado con el relato 'Letras para la ilusión' en un certamen que ha reunido a escritos de cinco continentes.
 
El certamen, que ha reunido a escritores de cinco continentes, es una iniciativa que partió de la asociación cultural forummontefrio y ha sido posible gracias al uso de las NNTT.

En su tercera edición, el certamen literario forummontefrio ha apostado por el uso de las nuevas tecnologías como herramienta de desarrollo, difusión e internacionalización de la  localidad Montefrieña.

Como gran novedad este certamen ha contado con relatos procedentes de los rincones más remotos del planeta. Como Australia, Asia, México, Rusia, Argentina, Francia, Alemania, EEUU, Cuba, Colombia, Grecia, Perú, Chile, Italia, Uruguay o Mozambique, entre otros.

Desde la organización afirman haber contado con obras procedentes del panorama internacional. Uruguay, Colombia, Cuba, Perú, Chile, México, Argentina, Grecia, Francia, Alemania, Italia, EEUU e incluso Rusia, por mencionar algunos.

El fallo del jurado, público desde hace unos días, otorga el primer premio “categoría general” a Juan A. Pellicer por su obra “letras para la ilusión” y primer premio “categoría internacional” a Alejandro Castañeda, residente en California, por su obra “Si…finalmente la maté…”.

La ceremonia de entrega de premios tuvo lugar en la casa de la cultura “pósito” de dicha localidad, cedida amablemente por el consistorio Montefrieño, volcado con la iniciativa.

Durante el acto escritores de todo el planeta se acercaron más si cabe a nuestra localidad, a través de diversos videos, exponiendo sus inquietudes, sus vivencias y su experiencia en este proyecto. Apostillaba Serafín Jiménez, Secretario de la asociación cultural Forum Montefrío.

Para finalizar se procedió a dar entrega a la asociación granadina de síndrome de down (granadown) de los beneficios obtenidos en la II Feria de Muestras forum montefrio.

Un nuevo éxito que sitúa a Montefrío, como referente cultural, en lo más alto del panorama literario de la provincia granadina.

Agencia CYA. Jueves, 22 de septiembre de 2011

Fuente: http://www.cartagenadehoy.com/index.php?option=com_content&view=article&id=23368:juan-pellicer-conquista-granada&catid=101:cartagena-de-hoy&Itemid=102
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 23, 2011, 11:06:27 am
Proseguimos con la mención publicada en la web del sindicato nacional de escritores Españoles

(http://4.bp.blogspot.com/-rQ8WozR1xQw/TnhLwvRf4QI/AAAAAAAACus/u-H9JZ0Yxrs/s320/1%2B%2528Copy%2529.jpg)

Juan A. Pellicer gana el Primer Premio de Relatos Forum Montefrío


El escritor y delegado del Sindicato Nacional de Escritores Españoles en la Comunidad de Murcia, Juan Antonio Pellicer, presidente además de la Asociación de Escritores de Murcia (AERMU), ha obtenido el Primer Premio en el III Concurso de Relatos Forum Montefrío, por su obra titulada “Letras para la ilusión”.
El acto tuvo lugar el viernes 16 de septiembre en la Casa de Cultura de Montefrío (Granada). Durante el mismo se los autores finalistas hicieron lectura de sus obras y se visualizaron los videos de los finalistas de otros países como Estados Unidos y Colombia.

Posteriormente, invitados, autores y público en general disfrutaron de un cóctel donde pudieron departir con los invitados, resto de autores, organización y jurado.

Fuente: http://sindicatoescritores.blogspot.com/2011/09/juan-pellicer-gana-el-primer-premio-de.html

Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 23, 2011, 11:49:41 am
Unas palabras dedicadas por nuestra amiga Socorro, mención especial del certamen.

Recuerdo
 
Al fórum Montefrío
 se lo quisiera regalar,
 por la sorpresa tan grade
 que me tenía prepara’.
 
Vaya sorpresa inesperada
 que me tenían en mi tierra,
 los relatos Montefrío
 me han llenado de grandeza.
 
La historia de Montefrío
 el corazón de la tierra,
 en el mundo no habrá
 persona que la detenga.
 
El fórum Montefrío
 es algo excepcional,
 la primera vez en mi vida
 que he salido premia’.
 
El día 16 de Septiembre
 he subido al escenario,
 a recoger un premio
 un premio inesperado.
 
Se quedará en la historia
 que la virgen ha querido,
 que la lleve para siempre
 en el recuerdo conmigo.
 
Siempre te recordaré
 a mi pueblo y mi tierra,
 en el universo no habrá
 otras personas tan buenas.
 
Te recordaré siempre.
 
Socorro García Ordóñez.
 
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Febrero 20, 2012, 15:20:49 pm
Desde forummontefrío os invitamos a conocer a Don Alejandro Castañeda, 1er premio "Categoría Internacional" III Concurso de Relatos Forummontefrio con su relato "Si, finalmente la maté.."

Dicen que "el mundo es un pañuelo", y en este video podremos comprobar como los lugares más dispares del mundo pueden estar conectados con nuestra hermosa localidad.

Desde San Diego, California, Don Alejandro Castañeda:



MONTEFRÍO REUNIÓ ESCRITORES DE LOS 5 CONTINENTES

La iniciativa partió de la asociación cultural forummontefrio y fue posible gracias al uso de las NNTT.

En su tercera edición el certamen literario forummontefrio apostó por el uso de las nuevas tecnologías como herramienta de desarrollo, difusión e internacionalización de la localidad Montefrieña.

Como gran novedad este certamen contó con relatos procedentes de los rincones más recónditos del planeta. Como Australia, Asia, México, Rusia, Argentina, Francia, Alemania, EEUU, Cuba, Colombia, Grecia, Perú, Chile, Italia, Uruguay o Mozambique, entre otros.

El fallo del jurado otorgó el primer premio "categoría general" a Juan A. Pellicer por su obra "letras para la ilusión" y primer premio "categoría internacional" a Alejandro Castañeda, residente en San Diego (California), por su obra "Si...finalmente la maté...".

La ceremonia de entrega de premios tuvo lugar el pasado 16 de septiembre en la casa de la cultura "pósito" de dicha localidad, cedida amablemente por el consistorio Montefrieño.

Durante el acto escritores de todo el planeta se acercaron más si cabe a nuestra localidad, a través de unos videos en los que expusieron sus inquietudes, sus vivencias y su experiencia en este proyecto.

Para finalizar se hizo entrega a la asociación granadina de síndrome de down (granadown) de los beneficios obtenidos en la II Feria de Muestras forum montefrio.

Un nuevo éxito que sitúa a Montefrío, como referente cultural, en lo más alto del panorama literario de la provincia Granadina.
Título: Re: III Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: jackie en Febrero 22, 2012, 11:14:06 am
que bonito!!!! :cray: esos heleados de choque internacionales!! ¿alguien conocio a la restauradora de la virgen?