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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

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Parlamento:

EL GUINDO AZUL
   Diego Maradona se encontraba en la consulta del dentista, afirmaba que para un blanqueamiento, más bien era por un exceso de tal, cuando sonó el timbre del portero automático. Diego se alegró superficialmente de que algo rompiera la monotonía de revistas insustanciales y música anodina que parecía especialmente compuesta para la ocasión. La enfermera, como era costumbre, accionó el mecanismo de apertura sin preguntar quién iba. Diego pensó que para eso era mejor que dejasen la puerta abierta.

   Un instante después alguien llamó a la puerta. Diego pensó que para eso ya podría haber dejado la enfermera la puerta abierta. Diego no cayó, porque se recreaba mentalmente en la impronta que dejó en Nápoles, en que la puerta por norma cerrada era algo más disuasoria para el usuario que tuviese tentación de irse sin pagar. La enfermera volvió a aparecer y abrió la puerta a Javier Bardém.

   Rápidamente se entabló una complicidad entre los dos personajes, que, si bien no eran los únicos que pacían en la sala, si que eran los más renombrados. El Pelusa preguntó a Javier que por qué le habían dado un premio por un flequillo y Javier le respondió que no era sólo eso, también había que poner cara de nada  y eso no es fácil,   ¿tú has puesto alguna vez cara de nada?, preguntó Bardém, a lo que el Pelusa respondió, después del lapso de mirarle el culo a la enfermera hasta que desapareció en una consulta, que no, que él una vez puso cara de todo y ahora todo el mundo se permitía hablar de él, viste, y prejuzgarle, y condenarle, y escribir relatos de conversaciones suyas de poco realismo y calidad escueta.

   Y Javier preguntó a Dieguito que cómo llevaba eso de que hubieran fundado una religión en su nombre, y Dieguito le respondió que no sabía de qué reconcha le hablaba. Acerquémonos a la acción.

   -Sí hombre, formaron un credo en tu país para adorarte, con su parroquia y todo.

   -Pero que tontería. Eso no puede ser.

   -De hecho, supongo que oficialmente podemos decir que eres un dios.

   -No digas majaderías, si yo fuera un dios no tendría que ir al dentista, ni tendría un orto, ceñidito, ojo, pero orto al fin y al cabo.

   -O sea, que quizá debería llamarte Su Ilustrísma.

   -Mira Bardensito, como no me llame pronto el dentista, puede que la trompada que estoy rifando…

   -Diego, que estoy de coña hombre…-

En este momento se interrumpen los dos para vigilar de nuevo las evoluciones de la enfermera; ésta, que más que una prueba de selección parece haber pasado un casting, viste a la antigua, cofia y falda ínfima algo más levantada por detrás, y es de carnes magras y escasas, como se llevan ahora.

-…sólo estaba haciendo de malo, pero sin flequillo. ¿A que soy buen actor, a que has picado?

-Ah, yo creía que estabas haciendo de boludo, viste. Mira que eres grande Bardém.

-Diego, ¿tú sigues pegándole a la coca?

En ese momento, mientras la sala de espera asiste boquiabierta a cómo el Pelusa se abalanza sobre Javier justo cuando la enfermera pasaba entre ambos, como los tres se enzarzan en un revoltijo de gritos histéricos de la auxiliar, chillidos demenciales con cara de todo de Diego en los que afirma que la coca se la compra a su madre, carcajadas histriónicas de Bardém, revistas volando impresas con la cara de la Preysler retocada hasta la demencia, un paciente que asustado se gira despavorido huyendo de la gresca para llevarse por delante un ficus de tamaño considerable, toda la escena regada por el hilo musical que escupe en ese momento el sonido de un saxofón insoportablemente delicado, en ese momento, digo, aparece el dentista, con manchas de sangre en el blanco uniforme y grita:

-¡¿De quién es el guindo azul aparcado en la puerta?!

A lo que Diego Maradona responde circunspecto:

- A mí que reconcha me cuentas, de la concha de tu madre, viste.

Bemba

Parlamento:
SALVOCONDUCTO
Pedro decidió plantarse. Literal. Tras tentativas frustradas de sus familiares por convencerle de que saliera del huerto, decidieron regarle y abonarle casi a diario. No estaban dispuestos a que muriera. Lo veían tan feliz, y era una felicidad tan contagiosa y luminosa, que pasaron generaciones y generaciones y Pedro seguía allí, arraigado a su plenitud.

[…]

Fue estudiado por la ciencia hasta la desesperación, pero ningún dato resultaba fiable y objeto de ciencia alguna. Perdía centímetros supuestamente enterrados y ganaba otros tantos o más en su lucha por alcanzar la elevación. Producto de esa metamorfosis, Dr. Ferrer propuso su tesis que presentó con ciertas dudas ante un auditorio expectante: "Señorías, el caso Pláctom está convirtiendo este mundo en algo muy complejo, lejos de cualquier adaptación conocida". Tiempo después, la comunidad científica decidió no regarlo más ante la posibilidad de que pudiera ser algo hostil para la especie.

[…]

Corría el año 179 d.P. Las extremidades inferiores de Pedro se las había tragado las entrañas de lo allá abajo, pero su carrera olímpica hacia los cielos había sido vertiginosa. Ahora su tronco era muy alargado y flexible y su felicidad archiconocida denotaba también un crecimiento sano. Pero un día, durante el ocaso, un dedo se desprendió de su mano y cayó a la tierra húmeda. Ese día aclaró algunas dudas.

[…]

Siglos después, la mujer de Pedro, fallecida en la era cristiana dos años después de su  plante, brotó de la tierra, al lado de un Pedro tan largo como inalcanzable. Seguía faltando el dedo anular de su mano derecha.

[…]

El día de su cumpleaños, el niño Pablo decidió plantarse junto a la pareja feliz, pero nada surgió efecto. Con grandes dosis de rabieta infantil, preguntó:

   - “¿Eres Pedro? ¿Por qué tienes un ojo más pequeño que otro?”

   - “No tengo un ojo más pequeño, tengo uno más grande. Por eso, siempre he    visto la luz que emana de la madre tierra. Vuelve a casa, muchacho, tu madre te    estará esperando con su regalo. Te sorprenderá”

Cándido Cantinela

Parlamento:

THE BOXER
Aquella lóbrega taberna había sido descrita en multitud de ocasiones por novelistas dublineses. La turgencia del mugre era el elemento predominante, eso junto a una serie de personajes apátridas y desheredados de cualquier fortuna terráquea; ex convictos, prostitutas, tísicos, marineros alcohólicos que habían sido piratas cuando eran jóvenes, jugadores profesionales de naipes, eran la concurrencia habitual de aquel tugurio flanqueado por el principal puerto de Irlanda. Aquella fauna urbana era la herencia de la enfermedad de la patata que había producido hambre, miserias y mucha inmigración hacia la tierra nueva descubierta por los españoles. Colgado en un pared estaba el único signo de alfabetización de aquel lugar, aunque todo hay que decirlo, se había quedado en un intento muy loable, pues aquel letrero insultaba las reglas gramaticales. Iba dirigido a unos enemigos irreconciliables; los italianos: “Prohibida la entrada a perros e italianos”. Rezaba aquel axioma una vez que era corregido y traducido.
La única nota de cordura la ponía un hombre pelirrojo, de ojos azules, mediana estatura, nariz chata y cicatrices por todo el rostro que siempre portaba un gabán desgastado de cuero y una gorra visera calada hasta las cejas. Aunque tenía un aspecto rudo  y tosco, y a primera vista encajaba perfectamente en aquel ambiente, esto dejaba de ser así, cuando sentado en una mesa comenzaba a relatar historias, las cuales le servían para ganarse la vida, pues al terminar los miembros del corrillo que se formaba a su alrededor le obsequiaban con peniques y chelines, que le servían para regar su seco gaznate con cerveza después de que la historia contada le hubiera dejado muy sedienta la garganta.
 Las historias que relataba aquel hombre servían para resucitar los sentimientos y el alma de aquellos seres que por muchos momentos parecían no tener alma. Su nombre  era una incógnita, aunque los parroquianos de la taberna más sucia de la isla decidieron apodarle el poeta.
En un atardecer de invierno, cuando el poeta estaba describiendo como uno de los grandes una desigual batalla entre españoles e ingleses, uno de los hombres más borrachos que había en el bar se acerco al grupo y se dirigió al narrador:
-   Yo te conozco. Yo estuve aquel día en el combate del siglo. Tu fuiste un cobarde que te dejaste vencer por aquel italiano. Tus puños eran de acero, pero aquel día parecías una niña a manos de aquel hijo de ****.
Aquel tipo, había hecho dos cosas casi imperdonables, interrumpir por un lado al poeta, y, por otro, y más grave nombrar la palabra prohibida y encima para bien: Italia y todo lo relacionado con aquella tierra.
-   ¡Malditos espaguetis, y maldito el irlandés que osa alabar a uno de esos mal nacidos!- Dijo Molly la camarera mientras arrastraba sus largas faldas por el suelo, a la vez que enseñaba un escote prominente y portaba una bandeja llena de jarras de cerveza.
La concurrencia se abalanzó sobre el hombre que de alguna manera se había metido con todos los presentes, pero aquel hombre misterioso se colocó delante de aquel borracho para defenderlo:
-   Este hombre tiene razón. Uno siempre es vencido por su pasado. Tarde o temprano el pasado siempre aflora, y nunca aciertas a convivir con él.
En otro tiempo fui campeón de los pesos medios de boxeo. No me preguntéis por la fecha, pues el que conoce las fechas con exactitud, es un perfecto conocedor de la desgracia y la desdicha. La tarde de la que habla aquel hombre marcó mi vida, y la de todos los irlandeses allí presentes. Los dos púgiles éramos los exponentes de las dos naciones. Aquella pelea se había convertido en una cuestión de estado. Lo que vino a continuación ya lo sabéis, el miedo y el pánico se apoderaron de mí, y aquel siciliano no paro de golpearme desde el primer asalto hasta el último. Tan sólo logre mantenerme en pie para prolongar la derrota aunque esta fuera más dolorosa. Aquel día salí tapado con la bandera de esta patria a aquel improvisado ring. Cuando concluyo la pelea quise hacer lo mismo. Pero mis compatriotas se avergonzaban de mí:”Has deshonrado a nuestra patria, a nuestra bandera”. – Me dijo mi coach.
-   Te equivocas amigo. Acerté a pronunciar. El verde de nuestra bandera representa a la comunidad católica, el color naranja a los protestantes, y el blanco, ¿sabes a quién representa el blanco?
El trainer se encogió de hombros. El color blanco representa a la paz. La paz que tiene que existir entre católicos y protestantes. La paz que todo bien nacido tiene que enarbolar como bandera. La bandera a la cual voy a representar desde este día.

JACK SPARROW

Parlamento:

LA ESPERA
Había llegado a la orilla con puntualidad. Ni un minuto pasada la hora en que habían quedado en verse la misma tarde bien entrada, que ya era. De su parte y seriedad no podría esperase menos. Una vez allí, pocos minutos le sobraban para acicalar lo que no había, no obstante lo hizo. El tiempo le cundió, además de para eso, para pensar sólo un poco en el trabajo para, inmediatamente, hacerlo sobre cómo había sucedido, tan ideal…
Única e inicialmente se proponía llegar a aquel encuentro con el que llevaba soñando tantos años y lo había conseguido, así que además de la alegría por la cita soñada, acomodarse el pelo que, impertinente, caía sobre los párpados y, definitivamente, mostrar más lozanía que la de ese mediodía en el que se habían conocido, unas horas antes, apenas cuatro que le significaban una eternidad. A partir de conocerse, y únicamente para darse la importancia que no tenía, le dijo haber quedado con unos amigos para comer en cualquiera de las terrazas de la playa colindante (mentira), antes de prometerle que se volverían a reencontrar a las seis, justo antes del atardecer. El cambio horario que impone el invierno era inminente y por ello comenzaba a oscurecer antes. Querían aprovechar la bucólica puesta de sol, eso sí era verdad. 
Sería el destino de su vida. Quería pensar que lo era. Tanta ilusión le sobraba que suponía que la persona que había conocido dos metros más allá de donde ahora estaba esperaba, podría convertirse en concluyente para sus ganas de emparejarse. Con soñar nada se pierde, soñar no cuesta nada o algo por el estilo -pero en alemán- pensó.
¿Y si llegó y se cansó de esperarme…? No puedo ser. Es de Italia…no puedo esperar más –dijo con más cansancio que con furia. Tampoco lo quería, su paciencia tenía un límite y sus principios le impedían extender más de los 15 minutos de cortesía. Ya había transcurrido más de una hora desde las seis de la tarde que fijaron para encontrarse delante de la quinta sombrilla de la primera fila del tercer bar de aquella playa, una más de las tantas paradisíacas que inundan el Golfo de Salerno, por más que la vista fuera inmejorable y le deleitaba pensar en planes futuros. Lo primero que se planteaba era lo obvio: aprender italiano. Optimista. Porque, a pesar de que llevaba casi un año viviendo en Barcelona, no había conseguido aprender a hablar ni siquiera correcto español; con decir que ni tan solo lo entendía medianamente, (y eso que dicen que el pasivo es más fácil en estos casos). En su caso estaba segura la pérdida de la paciencia cuando se le intentaba transmitir la frase más básica. En cuanto al trabajo, previamente tendría que a su jefe solicitar su traslado hasta allí, labor también costosa en términos de constancia, porque no era la primera vez que realizaba la solicitud, pero, pensaba que con volver a intentarlo nada perdía.
Finalmente hizo lo que no acostumbraba a hacer. Sus citas siempre llegaban con su misma puntualidad, quizás porque les eran culturalmente similares y no faltaban deseos de aparentar quedar bien, más que las ganas de hacerse esperar a propósito, como es costumbre sureña, pensó aunque poco más que esa actitud grosera conocía. Era la primera vez que lograba un encuentro de este tipo con alguien del mundo latino pero ¡Basta!, exclamó en tan alta voz  que la familia que estaba a su lado expulsó una risa ridícula que estalló contra su ira. No tenía paciencia ni ganas de continuar esperando. Por mucho que le gustase… más atentaba en su contra lo impuntual que era. No quería comenzar malcriando ni tanto como valer la pena seguir esperando, pensaba. Su sensibilidad había sido tocada y tras una hora pasada, pensaba que no compensaba como para dejarse perder en ensoñaciones. Decidió hacer lo que pensó debió haber hecho hacía mucho más tiempo antes: su localización directamente y, en un tono que se saltaba toda la educación de la que presumía, pedirle cuentas de la demora.
Ello se resumía en una  llamada al teléfono que esa mañana le había dado para que le comunicara una posible ausencia a la cita. Cada parte aseguró que de la suya no vendría la negligencia, en todo caso previeron al prometerse mutuamente que en caso de que alguno de los dos no pudiera llegar a tiempo, se avisarían con la seriedad que le sobraba a quien ahora esperaba. Fue valiente. No tenía dudas de que eso era lo que debía hacer. Aterrizó en la lista de nombres. Vio el suyo de primero. Lo era, no conocía otro nombre o persona que no fuese y no dudaba que escuchó que así le dijo llamarse; suponer lo contrario era desconfiar demasiado en su buena voluntad (ahora no sabía si en realidad tanto lo era). Pero las dudas no dejaban de asaltarle una contra la otra. ¿Para qué iba a mentirle? También podría hacerlo, ¿por qué no? Pero fingió no percatarse de que el nombre era el primero, para dar más tiempo y oportunidades al evidente desplante. La inicial del nombre obligaba que en la lista apareciese el número como el primero, no obstante despreció la opción de marcarlo inmediatamente. La furia que llevaba acumulada le impedía desatarse y prefirió llamar a la cordura y continuar rumbo navegando a través de la lista,  para ver si con eso se calmaba. Corrió la pantalla con el dedo hasta el hasta terminar la lista de la aes, deteniéndose casi cuando llegaba a la c, entonces volvió atrás y empezó nuevamente.
Marcó y llamó. El teléfono comenzaba a sonar en la otra orilla. Al menos no lo tiene desconectado, pensó optimista. Cógelo, cógelo, ya van dos tonos, tres, me va a saltar el contestador y esta llamada me sale por bastante porque no tengo tarifa, en esos momentos se dijo como si en su caso aquella banalidad fuera lo realmente importante. Tras el cuarto tono una voz femenina: ¿Pronto?, le contestó. Con temor tembloroso dio un golpe hacia atrás que casi le hace caer sobre la arena nuevamente. Para llamar se había puesto de pie porque la situación lo requería y no quería causar las mismas risas de la familia que ahora estaba expectante del resultado de su espera, disfrutando constantemente con sus continuos cambios de humor y desaliento. No tenían en qué entretenerse. El sol se había ocultado hacía unos pocos minutos y, para sus pesares inversos y comunes, la tarde en la playa terminaba, dejando paso a la previsible oscuridad que, en todos los sentidos, traería una noche solitaria en el interior de una de las partes por aquellos lares y fingidamente complaciente para la otra. Sólo rondaba por las cabezas de estas últimas, volver a territorio tirolés de donde para entretener la inacabable espera, dedujo el acento. Para la pareja, la madre de uno de ellos y sus dos hijos, todo era buen entretenimiento con tal de obviar el repugnante mal tiempo que había arribado a los alrededores de su casa, rodeada por montañas sobre las que ya caían los primero copos que, con más resignación que anhelo el resto de sus coterráneos reivindicaba de inmediato. La lluvia congelada y blanca duraría hasta pasado abril del año siguiente, consideración que los alejaba del romanticismo del resto de los austriacos que decían desear verla. Tendrían tiempo suficiente para desear ver u odiar la nieve, así que preferían continuar aprovechándose de las delicias que, además del buen tiempo, les regalaba la espléndida Costa amalfitana.
Desconociendo el origen común y tras entretenerse en la escucha mutua, la visión de sucesos, expectantes ambas partes en qué sucedería con el destino de la inversa, cada cual se resignó a tomar posesiones definitivas. La familia del Tirol comenzó  a recoger sus bártulos para marcharse a la habitación del hotel, por lo que, comprendiendo que eso le llevaría más tiempo que el que él tuviera las ganas de esperar, decidió repetir la llamada. Con valor. Los tiroleses tardaron más de lo que estrictamente les marcaba la agilidad de sus idiosincrasias al percatarse que volvía a apretar el teléfono entre sus garras, lo miró para luego marcar el número. Desearon conocer el desenlace de lo que disfrutaban hacía más de dos horas, a su lado, sin dejar de mirar hacia un lado y hacia el otro, tiempo en el que no había hecho más que una interesante llamada telefónica y circulitos nerviosos sobre el espacio de arena que formaba con sus piernas colocadas en ángulo agudo. Finalmente, como buscando un cómplice a su fechoría, volvió a marcar el teclado. Esta vez era decisivo. Ahora sí llamaría sin importarle que no fuera la voz esperada quien descolgara del otro lado, temiendo que fuera un desliz amatorio pero inoportuno de quien esperaba, que sería capaz de perdonar en pos de lograr una cita nocturna. Incluso eso era capaz de permitir con tal de que el desenlace fuera feliz. Llamó y esta vez se encontraba incluso en disposición de habla con quien respondiese al otro lado, o que le sucediese lo mejor que pudiera pasar, que nadie le respondiese y dejarle un mensaje en el contestador, que no sería insultante ni mucho menos, como mucho le pediría cuentas, creyéndose con derecho a ello.
En comparación con lo que había esperado, casi llegaba a la media hora desde la última llamada a esta, así que tengo derecho a volver a llamar, dijo en tono que alcanzó a escuchar la familia, siempre creí tenerlo, pensó.   
Al cuarto tono volvió a descolgarlo la misma voz que la primera vez: ¿Sí?, preguntó.
Buenas. ¡Ay!, perdón, m parece que me he equivocado –comedido contestó.
Sí….-respondió la otra parte, tras tragar en seco, que no era la por él esperada-. ¿Quién es?
Perdone la molestia… No sé…, creo que me he equivocado. Discúlpeme.
No, tranquilo, no estás equivocado…
La respuesta lo perturbó aún más.
¿Está? Es que… si molesto dígale que me llame más tarde, que recuerde que quedamos este mediodía en vernos a las seis en la playa y ya son pasadas las siete y no ha llegado…si no va a venir que me lo diga, por favor, que se está haciendo de noche y…para no seguir esperando, podría decirle yo personalmente si no es mucha molestia…
En medio de su tono nervioso, hasta que terminó de hablar no se percató que la otra parte lo escuchaba sollozando, pero a medida que silenciaba su monólogo, sí que le iba descubriendo un tono de madurez.
¿Estuvieron juntos esta tarde? ¿Tenían ustedes amistad?
No, si, bueno nos dejamos de ver al medio día y nos pasamos lo números de teléfono para llamarnos por si pasaba algo, por eso. No nos conocíamos de antes, nos conocimos esta tarde –respondió.
La respuesta a su suposición anterior lo alejó de las dudas: yo soy…, soy su madre -le dijo-, y su cuerpo me lo acaban de traer. Lo estamos velando en la casa. No pudieron hacer nada. –dijo la mujer antes de romper en sollozos que se convirtió en el grito ensordecedor de una costosa plañidera.
¿Cómo? –preguntó más confundido de lo que le pareció estarlo la mujer-. ¿Pero cómo dice que se lo llevaron? No entiendo…
Se ahogó en la playa a las seis menos cinco de la tarde –dijo, pareciendo estar más serena-. Pero ya me trajeron el cadáver después de que le hicieran la autopsia, antes tuve que hacer el reconocimiento que doloroso momento… Y monstruoso. Pero todo fue muy rápido. Ahora ya está aquí. Parece como si durmiese. Estará eternamente a mi lado. Me gustaría que te pasases, ¿sabes donde vivimos?…-preguntó de nuevo envuelta entre gimoteos.
No puede ser. ¿Cómo es eso? –preguntó él, perplejo y tembloroso, aunque su tono pareciera incólume- ¿Usted está enfrente de la playa, no? –preguntó.
Lo siento, pero es que no puedo seguir hablando…–respondió la madre que no pareció o no quiso escuchar la pregunta. Luego colgó. El insensible y ensordecedor tono que impuso el teléfono al escindirse unilateralmente la comunicación, fue interceptado por el grito apabullante que no pudo contener, alimentado por el que, telepáticamente lanzó la madre al lado opuesto.

El perro verde

Parlamento:

LA JOVEN
Como sucede a todas las personas, había nacido virgen y sin lugar a duda con una inocencia que llevó pegada a su historia el tiempo que duró su fragilidad, sorprendida de que todo cuanto giraba a su alrededor lo hiciera flotando sin nada que le impidiese saborear los momentos, las caricias y las palabras amables que le prodigaban las personas que se cruzaban con ella, con el orgullo de su madre por tener una hermosa niña con el pelo color miel y la piel clara y fina, como sin duda era Natali.

 Su primer desengaño si puede llamarse asi, lo tuvo a los tres años cuando Pablito, el compañero de guardería no le prestó el juguete y tuvo que arrebatárselo a la fuerza, allí conoció el enfado de la mujer que le ordenó devolverlo a su propietario y a la que obedeció mientras el niño con aire de superioridad sonreía sin tener en cuenta la aflicción de su compañera.

 A los siete años tuvo su segundo amor  cuando conoció al niño que jugaba muy bien al futbol, pero no fue tan duro porque realmente si se había fijado en él era porque todas las demás compañeras lo hacían, por lo que el que no le hiciera caso no le llegó a preocupar mucho.
 
Sin embargo, su primer beso en la adolescencia hizo que se enamorase perdidamente del chaval unos años mayor que ella y que conseguiría que modificase su comportamiento, desde la ropa que utilizaba hasta su forma de andar pasando por un aire de superioridad manifiesto ante sus amigas al ser la única que paseaba cogida del brazo de una persona del sexo opuesto.
 
Son los recuerdos que le machacan continuamente y mas en los momentos como ahora, que ha tenido que saltar de la cama y abrir de par en par la ventana que da a la calle para tomar una bocanada de aire con el fin de atenuar la angustia que le oprime despertándole de su sueño ligero y poco reparador.
 
El principal temor que mantenía en la juventud –recuerda- era el miedo al envejecimiento y lo expresaba no aguantando nada que no fuese lo que ella deseaba.
 
Perdió la virginidad por las prisas en hacerse mujer en el asiento trasero del coche y al contrario de lo que le comentaban, no fue dulce, el dolor se incrementó al ver unas gotas de sangre y el temor a un embarazo le acompañó hasta que la naturaleza le demostró lo contrario.
 
Hizo el amor varias veces, con distintos hombres y se sintió realizada como mujer, vivió libremente sintiéndose amada por sus padres y envidiada por algunas compañeras y amigas.
 
Se le acabaron las clases, pasó a la universidad y apenas comenzó sus estudios en la misma para darle paso a una angustia que no puede evitar cuando un día, aquél atardecer entró en su casa y en la bañera encontró el cuerpo de su madre cubierto con la sangre que había salido de sus muñecas cortadas previamente.

Mr. Fatiga

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