y lloré, no pude aguantarme, El llanto es a veces el modo de expresar las cosas que no pueden decirse con palabras.
Os animo a todos a apuntarte a la peña "LOS PENALTIS" la primera peña montefrieña de nuestro "GRANÁ"
Quiero recordar al diamente rubio.
En los sesenta y en los setenta, en Los Cármenes, a la hora de que la afición animara a la muchachada rojiblanca, el grito más común era aquel de: «¡Granada...! ¡bien!... ¡Granada!... ¡bien!... ¡Alabín! ¡Alabán! ¡Alabín, bon, ban! ¡Granada, Granada, y nadie más! (o ¡Ra ra ra!)».
Recuerdo que en un partido contra el Málaga y al ser increpado por hinchas boquerones respondió a éstos remangándose su camiseta rojiblanca para mostrar su gran panza a la vez que se llevaba repetidamente la mano derecha a la boca, recogidos en una piña los cinco dedos, en el gesto de quien quiere hacer saber que de esa manera podía echarse a la andorga unos garbanzos para ir tirando. En la Red se puede seguir su rastro, porque llegó a ser muy popular y muy querido en toda España, en los ambientes taurinos. Con su ingenio y su inigualable arte para calentar a públicos apáticos y desplegando lo que en alguna web se califica como “fino humor granadino” (para que luego los penibéticos nos flagelemos con el manido tópico) consiguió ser un profesional del sablazo, recorriendo de feria en feria toda la geografía peninsular. Precisamente la muerte le sorprendió “en activo”, en Valencia en plenas Fallas, marzo de 2003, desde donde se trasladaron sus cenizas para ser esparcidas por el Sacromonte, como fue su deseo.
En las antípodas del personaje anterior se situaba otro también muy popular por los mismos años en Los Cármenes, Antoñico (ignoro sus apellidos). Si el Diamante era un “líder” al que seguían otros y se movía por el interés (incluso llegó a ser contratado por otros clubes, Jaén y Murcia, me parece), Antoñico encarna la figura del hincha apasionado que sólo respira y se mueve por puro granadinismo, y en su corta vida no se le conocieron otras aficiones que no fueran los colores rojiblancos; y se cuenta de él que a pesar de tener mermadas sus capacidades síquicas era capaz de recitar alineaciones enteras de todas las épocas y saber con exactitud fechas y momentos de todo lo ocurrido al Granada de sus amores. También eran famosas las barraqueras y las llantinas que le daban cuando el club rojiblanco era derrotado, así como los saltos de alegría con que celebraba las victorias de su Graná de su alma. El pobre fue a morir muy joven todavía, en 1971, justo cuando el Granada entraba en su mejor época